Ciencia Ficción Perú


Editorial

El paquetazo de impuestos





El reciente "paquete" tributario y los comentarios que dichas medidas puedan suscitar no parecen ser materia de una página web dedicada a la ciencia ficción. Siendo consecuente con los objetivos de esta publicación, me abstendré de hacer comentarios y análisis de la cuestión, aunque es una situación que me preocupa, por la siguiente razón: si el Ministerio de Economía y Finanzas ya opinó que "sólo los ricos y pudientes compran libros en el Perú", y las medidas tienden a gravar consumos suntuarios (indicios de que el contribuyente en realidad tiene dinero), entonces, ¿cuánto falta para que se aplique el Impuesto Selectivo al Consumo a los libros?

El Presidente del Consejo de Ministros, Luis Solari, ya lo dijo en todos los medios: "(En el Perú) ya no hay clase media". Todos somos  pobres como él o ricos como un humilde servidor.

El relato que publicamos a continuación es en realidad un panfleto, por eso no lo he incluido en la sección "Colaboraciones". Espero que no pase nunca de ser una visión grotesca y tremendista de lo que podría ser el futuro de nuestro país.

Daniel Salvo (c) 2003




CONSUMO SUNTUARIO

Daniel Salvo          

Elio Rudolfenstein, jefe de la Oficina de Evasiones Intelectuales de la SUAST - Superintendencia de Administración y Sanción Tributaria-, contempló el techo de su alfombrado despacho. Sonrió con satisfacción: su puesto era una sinecura, pues prácticamente no se habían detectado evasores desde hacía varios meses. Tras agradecer mentalmente a su tío el Superintendente por haberlo recomendado para el bien remunerado cargo, maniobró el teclado de su computadora para entrar en el tridi-chat. Hoy le tocaba con Anita.

Su relax duró poco tiempo. Una luz de alarma se encendió en el lado izquierdo de su pantalla, mientras ocultos parlantes repetían en tono monocorde "EVASIÓN EN PROCESO EVASIÓN EN PROCESO EVASIÓN EN PROCESO". Maldijo la hora en que habían cambiado las disposiciones que lo libraban de la obligación de presenciar el operativo de captura de evasores. Bueno, al menos el día sería diferente.

Un helicóptero con el motor en marcha lo estaba esperando en el techo del altísimo edificio donde funcionaba la SUAST. Al ingresar a la cabina del aparato, le preguntó al piloto "¿Dónde esta vez? ¿Todo por un dólar, Fondo Editor Cori, Elite?" Presumía de conocer el nombre de todas las librerías del Perú. "Fondo Editor Cori", fue la respuesta del conductor, al tiempo que el helicóptero se elevaba hacia los grises cielos de Lima.

Al llegar a la plazuela frente a la cual se ubicaba el lujoso local del Fondo Editor Cori, Rudolfenstein pudo observar a cuatro fornidos agentes de seguridad que estaban sentados sobre un individuo de mediana edad, jeans sucios, chaquetón de corduroy raído y la barba de cuatro días. Como una forma de ahorro, muchas personas habían optado por afeitarse y bañarse una vez por semana. Rudolfenstein se alegró de no tener que llegar a esos extremos.

Al verlo más de cerca, se preguntó cómo es que todavía existiera gente tan estúpida como para creer que podía realizar una evasión intelectual. Filosóficamente, consideró que, después de todo, el hecho de que todavía ocurrieran casos así era el pretexto perfecto para su bien remunerado empleo.

Uno de los agentes se acercó a Rudolfenstein y lo puso al tanto de lo que había ocurrido. Le informó también que la evidencia del crimen estaba aún en posesión del infractor, como podía atestiguarlo el administrador de la librería. Rudolfenstein sonrió satisfecho. Los agentes habían actuado correctamente.

Se acercó al individuo. Desde el suelo, éste lo miró con la expresión con la que todo el mundo miraba a los funcionarios de la SUAST: una mezcla de odio y temor.

    -¿Eres consciente de lo que has hecho? - preguntó Rudolfenstein, a bocajarro.

El otro guardó silencio.

    - Las cámaras de la librería captaron todo, señor Julián Sánchez, categoría de contribuyente D-9.

    -  Yo no hice nada - dijo, desde el suelo, el aludido. Su rostro mostraba signos de dolor, como resultado de sentir el peso de los agentes de la SUAT. Con un gesto, Rudolfenstein les indicó que lo soltaran. El llamado Julian Sánchez se puso de pie, sacudiendo el polvo de su gastado chaquetón de corduroy.

    - ¿Y esto qué es? - le increpó Rudolfenstein, al tiempo que le abría el chaquetón. Cogido por sorpresa, Sánchez dejó caer el objeto que había intentado ocultar inútilmente.

Era un libro, de confección modesta, con tapas de colores chillones. "Coquito Edición Año 2009 - Aprestación a la lectura" se leía en su portada.

    - Pero señor... ¡es sólo un libro! ¡Yo pagué por él! ¡Es para mi hijo!

Rudolfenstein se maravilló por enésima vez de que todavía existiese gente tan ignorante, tan estúpida, como ese Julián Sánchez. Las cámaras de varios canales de televisión estaban filmando la escena. Por lo menos, tendría una oportunidad de lucirse.

    - Efectivamente, usted ha comprado un libro. Eso constituye indicio de que usted percibe rentas no declaradas ante la SUAST, como lo son la posesion de teléfonos móviles o fijos, consumo de agua potable mayor a los dos litros diarios y de energía eléctrica mayor a cincuenta vatios los días feriados. Si ha podido comprar un libro, señor Sánchez, usted no pertenece, no puede pertenecer a la categoría de contribuyente D-9, como consta en su declaración anual. Sus ingresos no concuerdan.

Julián Sánchez escuchaba atónito estas palabras. Repentinamente, empezó a sudar, lo que produjo un gesto de asco en Rudolfenstein. Sánchez intentó defenderse

    - Pero es que he ahorrado mucho tiempo para comprar este libro, señor... Son dos años de ir a pie a mi centro de labores. La espalda me ...

    - ¿Y donde guardó esos "ahorros", señor Sánchez? Todas las cuentas de ahorros están registradas y son constantemente monitoreadas por la SUAST. Si usted ha ocultado dinero fuera del sistema financiero o bancario, eso constituye delito de evasión de impuestos. Y además, no es congruente con la categoría de contribuyente D-9 que se le ha asignado, puesto que sus ingresos no pueden generar excedentes que le permitan la posesión de ahorros. Parece que estamos ante un caso muy grave...

    - ¡Ya no quiero el libro! - gritó Sánchez, al borde del llanto. - Lo devolveré a la librería, y depositaré el dinero como pago a cuenta de mi impuesto a la renta del próximo año. Usted o sus hombres pueden verificar el cumplimiento de lo que digo.

Rudolfenstein vaciló. De hecho, la ley facultaba al infractor para corregir su falta, de modo que ésta quedara minimizada o anulada. Pero antes de que nadie hiciera nada, el administrador de la librería cogió el libro que estaba en el suelo, y le arrancó una página, la cual arrojó al suelo. Acto seguido, dijo en voz alta:

- Lo sentimos mucho, señor. La empresa no acepta devoluciones de mercadería deteriorada.

Curiosamente, los reporteros habían desconectado sus cámaras de televisión justo en ese momento. Después de saludar a Rudolfenstein, el administrador de la librería se retiró.

Ya no había nada que hacer. Los guardias cogieron el libro, esposaron a Julián Sánchez, y lo hicieron subir a un helicóptero. Rudolfenstein decidió quedarse a buscar un restaurante. Tenía hambre.

Sobre el suelo, quedó la hoja que el dueño de la librería había arrancado del libro de aprestación a la lectura. Sobre el papel, al lado de unas alegres ilustraciones, podía leerse lo siguiente:

"Papá tributa"
"Mamá tributa"
"Yo tributo"
"TODOS TRIBUTAMOS".

FIN








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