El signo del perro
Jean Hougron
Plaza & Janés
Colección Horizonte, Número
6
1962
Escrita en 1961, “El signo del perro” ha
resistido con mucha dignidad el transcurso del tiempo y algunos detalles debidos
a la deficiente traducción.
En líneas generales, estamos ante
una space-opera bastante típica: el protagonista, emisario de una suerte
de confederación galáctica que existirá en el futuro,
es enviado al planeta Sirkoma con la finalidad de incorporarlo a dicha confederación,
y de paso, investigar lo ocurrido con una nave espacial perteneciente a la
misma, desaparecida en las inmediaciones del planeta.
En cuanto llega a Sirkoma, empiezan los
enigmas: pese a poseer una ciencia avanzadísima, los sirkomianos viven
una existencia bastante austera y primitiva, pues aparentemente carecen de
naves espaciales y otros adelantos. Más aún, la única
ciudad sobre el planeta, llamada Eimos de Salers, es continuamente atacada
por unos monstruos llamados rhunqs, perros mutantes gigantescos que incluso
han desarrollado alas… Estos monstruos, cuyos ataques determinan el modo de
existencia de los sirkomianos, son combatidos por una élite de guerreros,
los Hombres-Fuerza, quienes han desarrollado poderes mentales, aparentemente
más efectivos contra los rhunqs que las armas convencionales.
Los estándares de vida en los que
se basa la sociedad sirkomiana son bastante espartanos. Ser rico es posible,
pero tal condición implica ser considerado una especie de antisocial,
pues la riqueza y la comodidad resultan en un puntaje menor en la escala de
valores que rige la vida de los sirkomianos, la cual a su vez aparentemente
guarda una relación directa con la frecuencia e intensidad de los ataques
de los rhunqs. Mientras más “buenos” sean los sirkomianos, más
fácil les será vencer a los monstruos.
La mayor virtud que se le puede reconocer
a la novela es su concisión. En pocas palabras, y a veces de manera
aparentemente desmañada, se nos describe una civilización futura
fascinante y llena de enigmas, cuyas guerras, costumbres, ideologías
y religiones no son menos interesantes que los seres que la pueblan, tanto
humanos como extraterrestres. El autor desliza continuamente detalles acerca
de este maravilloso universo como quien no quiere la cosa, originando así
una constante sensación de sorpresa en el lector.
Tan es así, que pese a tratarse de
una space opera con cierto toque de policial, prácticamente no hay
acción alguna hasta el final del libro. La mayor parte de la novela
está compuesta por diálogos entre los protagonistas, y ni aún
así pierde un ápice de interés o emoción, aunque
se trata de una emoción basada en la angustia que despierta en el lector
por hallar la solución de un misterio cuyas implicancias han alterado
la vida entera de un planeta. Casi podríamos decir que estamos ante
otra aventura de Lemy Cranston, el protagonista de la película
Alphaville, de Jean Luc-Godard.
Daniel Salvo