FIERAS
Por: Rubén
Mesías Cornejo
I
Desde la ventanilla del colectivo
Aníbal pasaba revista a la rutina de la mañana. Realizar
esa inspección era el único método que le permitía
soslayar el tedio de un viaje monótono pero necesario que todos
los pasajeros toleraban como una fracción más de lo que debía
acontecer. Pero, en realidad Aníbal detestaba esa tiranía.
¿ por qué la existencia transcurría así, y no
de otra manera?. Siempre le había intrigado la naturaleza de la realidad;
desde niño se había entretenido con la espeluznante posibilidad
de que la "realidad" sólo fuera una convención admitida por
una legión de necios que disfrazaban la enorme cantidad de dimensiones
posibles bajo la unívoca máscara del realismo. Meditar sobre
la verosimilitud de su hipótesis le absorbió tanto que dejó
de lado todo pensamiento ajeno a su cavilación. La ciudad y su ominoso
calor, el vago murmullo en que se había convertido la charla de
sus compañeros de viaje, incluso la edulcorada música que
impregnaba la pequeña atmósfera del vehículo. Todo
eso perdió espesor y sustancia cuando volvió a abrir los
ojos, y advirtió que algo le había ocurrido a su percepción
de las cosas...
II
Andrea nunca había dialogado
con Aníbal, pero se había percatado de su existencia pues
la casualidad insistía en aproximar sus caminos. Y aunque no se había
animado a definir la medida de su interés por él, reconoció
que la rareza de su aspecto justificaba su curiosidad. Desde su perspectiva
aquel tipo poseía una especie de comercio con la oscuridad Era
demasiado singular para los parámetros locales, y también
para su propia idiosincrasia personal. Su agresiva apariencia así
lo denotaba. Cabellos largos y sin peinar, semblante aguileño y
prominente, mirada sesgada y rapaz. Todo ello reunido en un cuerpo enjuto
que parecía reclamar un lugar en medio de la sobrepoblada platea
del vehículo. Pero lo que más le llamaba la atención
era la sarcástica calavera que Aníbal ostentaba sobre su
camiseta, aquel ceñudo cráneo parecía encarar a todo
aquel que se atreviera a mirarla de frente. Sin duda su vecino de asiento
era dueño de una personalidad demasiado extravagante...
III
De improviso Aníbal se
encontró rodeado por un ejército de rostros inhumanos. Parecía
como si el decorado de la realidad se hubiera desprendido de las paredes
del espacio Aquella aglomeración de seres emanaban una lívida
luz que les confería un aspecto llameante y sobrenatural El era el
único ser humano presente en medio de aquel bestiario cuya procedencia
ignoraba. ¿Serían alíenigenas? Eso se preguntaba cuando
una de aquellas criaturas decidió fijar su atención en él...
IV
Andrea había percibido
el horror en los ojos de Aníbal, y cómo sus patéticos
esfuerzos por huir habían atraído la atención de todos.
Esa fue suficiente evidencia para presumir que su vecino estaba sufriendo
el asalto de una poderosa fuerza psíquica que propiciaba recuerdos
completamente inasequibles para el resto. La presencia de esa verborrea permitía
deducir que el sujeto era víctima de una terrible alucinación...
V
La joven bestezuela le había
hablado. ¿ acaso eso demostraba que era accesible, para estas criaturas,
el uso de la palabra? Por la entonación de la fraseología
de la bestezuela, que aparecía circundada por un intenso halo azul,
Aníbal comprendió que pretendía tranquilizarlo. Esa
actitud amistosa casi desarmó su aversión inicial, y por un
instante no supo qué hacer. Enfrentarse con aquella realidad furtiva
era como despojar de su piel al vasto leviatán humano, para quedarse
con la roja visión de un cuerpo desollado, y verdaderamente desnudo.
La dimensión de aquella verdad sobrepasaba su capacidad de asimilación.
Atribulado por semejante desfase, Aníbal decidió saltar del
vehículo. Entonces abrió la puerta corrediza y ...
VI
Andrea, asistida en su esfuerzo
por otros pasajeros, asió con firmeza el brazo del perturbado Aníbal
y le espetó que se mantuviera quieto, que nadie pretendía
hacerle daño. Mientras Aníbal vociferaba que jamás
permitiría que aquellas bestias lo tocaran. El consecuente escándalo
obligó al chofer a detener el vehículo hasta que la situación
se aquietase. Entre tanto Andrea comprendió que solo el diálogo
era la vía para extraer a Aníbal del extraño universo
que había brotado en su interior...
VII
Las fieras vociferaban. Algunas
argumentaban iracundas que deberían deshacerse de él por
el camino más directo. Desde afuera le llegaba el bullicio de una
urbe que se regía por un ley extraña para él.No, no
podía tildar de "urbe" a esa aldea de bestias. Había empleado
el término para figurarse un imagen habitual para los de su especie,
el de la mutua convivencia en un espacio arbitrado por el interés
común . En contraste, aquí una joven bestia señoreaba
un territorio que aumentaba o decrecía según la fuerza predatoria
que el espécimen en cuestión pudiera desplegar para mantener
su espacio vital.Obviamente cuando el individuo envejecía quedaba
totalmente inerme ante la codicia de los más jóvenes, que apenas
lo vieran desfallecer se apresurarían en despojarlo de todo. Y si
aquel era el procedimiento habitual para eliminar de su "sociedad" a los
menos dotados, era sencillo imaginar que su situación se asemejaba
mucho a la de aquellos ancianos desdentados. Pero aún él era
un completo apartida en un mundo de seres físicamente superiores
que no temían a la visión de lo violento. Aquí toda
la parafernalia que vestía carecía del impacto que tenía
en el Planeta del Hombre. Inerme, pero no resignado, advirtió, mientras
seguían zarandeándolo, cómo una altiva pareja de fieras,
tocadas con algo vagamente parecido a un quepí, se aproximaban...
VIII
Andrea intentó, muchas veces,
colocar la palma de su mano sobre la frente de Aníbal, pero casi siempre
éste frustró sus intenciones. Fue necesaria la intervención
de muchos brazos para mantenerlo quieto.Sólo cuando estuvo bien sujetado
Andrea se animó a iniciar el rito de la catarsis . Unas cuantas preguntas
bien dirigidas fueron la llave que le permitió en los recuerdos de
Aníbal, pero no fue sencillo, la mente del sujeto estaba envuelta,
por así decirlo, por una espesa telaraña de temas conexos que
desviaban la pauta del análisis. Sólo cuando la conversación
derivó en un tópico referido a los animales domésticos,
consiguió una pista que iluminó el paisaje de la visión
que había atrapado a Aníbal, Sucedía que Aníbal
temía a los perros . Su proximidad, su contacto le producía
un miedo imposible de controlar. Ya adulto, semejante temor había devenido
en un fenómeno histérico que se manifestaba en visiones de
carácter zoomórfico...
IX
Aquella terapia tuvo la virtud
de ubicarlo nuevamente dentro de la realidad que había olvidado.
De golpe aquel mundo que le agobiaba se perdió entre las fauces de
lo cotidiano. La ciudad reaparecía, ante Aníbal, cubierta
con sus atributos de siempre: pequeña, modesta y tórrida. La
lluvia que había caído la noche anterior consiguió
anegar unas cuantas calles delCercado, pero en general el viejo pueblo de
adobe había resistido el ataque del agua. Si, realmente no tenía
nada que temer. Las fieras se habían marchado metiendose en la piel
de un caluroso día de marzo, de remate una espléndida muchacha,
a la que había unas cuantas veces , y que le sonreía bondadosamente.
Pero no tenía tiempo para los detalles, un viejo deber ahora recordado
le indujo a descender del colectivo. Detrás de las ventanillas el
resto de los pasajeros le contemplaban con suma curiosidad. Antes había
sido un desinhibido ser,ahora era un peatón más. Sin embargo
algo había cambiado en su interior, ahora sabía que aquel
país de bestias no precisaba sustituir el cosmos cotidiano, pues
era su propia esencia . Un elocuente vistazo al tugurizado mercado de la
ciudad refrendó su estimación. Entonces le asaltó
el brusco deseo de fumarse un cigarrillo, ágilmente extrajó
uno de su bolsillo, y lo colocó entre sus labios para encenderlo
rápidamente. Era el clásico rito del solitario, del antihéroe
que enfrentaba la ostensible silueta del enemigo con displicencia. Luego
aspiró con gozo el acre sabor del tabaco, antes de lanzar una poderosa
bocanada que, por un rato, creó una espesa niebla que brevemente ocultó
todo .Una vez disipado el humo arrojó la colilla hacia cualquier
parte de aquella avenida repleta de voces que pugnaban por hacerse oír.
Y Aníbal decidió extraviarse entre el gentío que salía
del mercado ,con el compungido semblante del combatiente que se ha rendido.
A su alrededor la tarde continuaba su marcha.