Ciencia Ficción Perú

Los hombres azules

Rubén Mesías Cornejo



En un original registro, Rubén Mesías nos ofrece una parábola del poder desde el punto de vista de un burócrata que, con un lenguaje acaso lánguido, que evidencia un profundo desdén por la realidad que lo circunda, nos muestra que el cambio político y social es, las más de las veces, un relevo para el ejercicio de ciertos roles...


LOS HOMBRES AZULES

Rubén Mesías Cornejo


Sin temor a equivocarme, diré que ninguno de los informes que tuve sobre la mesa de mi despacho alcanzaron la suficiente clarividencia como para permitirme un ínfimo vislumbre del extraño orden que actualmente impera en el país: aconteció que los nuevos hombres que ostentan el mando de la República, nos encerraron en uno de tantos cubículos que pueblan este vasto campo de concentración. Aquí adentro transcurren los días de los ex dirigentes de una sociedad que no supo contrarrestar a sus enemigos inmediatos. Hoy, lejos del poder y de sus lujos, solo nos queda la opción de hacer vida contemplativa, pues nuestras mentes se entretienen divagando entre la miríadas de recuerdos que acompañan nuestro encierro. Como he dicho, en este pacifico lugar solo se puede vivir retrospectivamente, ya que darle curso a la memoria constituye el único medio para transgredir la disciplina re-educativa que los agentes del régimen nos han impuesto . Habitualmente puedo escuchar sus carcajadas cuando algún colega mío sube el tono de su voz para dirigirse a una multitud imaginaria, pidiéndole moderación a sus vítores, vítores que seguramente el alucinado percibe, y que, seguramente alguna vez recibió. Claro está que si pudiera establecer alguna relación que me condujera a descubrir la fuente de los delirios de mi camarada, desentrañaría aquel misterio, pero las reglas del establecimiento prohíben que un particular intervenga en una terapia ajena. Además existe un argumento coactivo que me lo impide: ocurre que una fornida mano enguantada me coge del cuello y me obliga a distanciarme del vocinglero. Más allá encuentro a varios hombres tendidos en posición prona, el sol reverbera sobre aquellos cuerpos raquíticos, cubiertos de una lustrosa patina azul, mientras una legión de minúsculos destellos se posa sobre aquella humanidad yacente, sugiriendo en el espectador casual una imagen extraída de alguna playa paradisíaca. Sin embargo el convulsivo movimiento pélvico evoca la práctica de un rito de fertilidad. Sus cuerpos se arquean acompasadamente hacia arriba y hacia abajo, delatando, con esa gimnasia, una larga abstinencia del ejercicio sexual. Aquellos hombres están fornicando con la Tierra, fecundando con su semilla el espacio destinado para sus tumbas. Vuelvo la mirada hacia otro ángulo del patio, y escucho la amonestación de mi cancerbero. Debo alejarme de nuevo, y en silencio, con la instrucción de no divulgar en otra parte lo que acabo de espectar. Empero, una presencia inesperada me obliga a retroceder. He tropezado con otro recluso, un hombre obeso y achinado que me observa inquisitivamente, reduciendo mi persona a un simple detalle del entorno. Y tal vez sea así puesto que ha decidido avanzar sin considerar mi presencia, raudamente me hago a una lado para que el gigante pase. Siempre pendiente de los actos del monstruo observo como se dirige a agredir abiertamente a los fornicadores de la Tierra, pese a que estos jamás han hecho nada, que yo sepa, para despertar la ira de aquel bruto colosal.

Cambio de rumbo optando por un sendero que me conduzca hacia las vallas electrificadas que cercan el patio por todas partes, y que mis ojos alcanzan a divisar en lontananza, casi unidas al limite del horizonte en el cual el sol se funde con la Tierra; sin embargo, muchas calles antes de llegar a mi destino, mis pies atraviesan un hermoso vergel donde algunos de nuestros ministros mas prominentes juegan demencialmente al ajedrez arrojándose las piezas a la cara. Cuando los contemplo mi imaginación se los representa como si fueran párvulos que estuvieran descubriendo, por vez primera, el orden de las formas. De hecho la disciplina que el movimiento de las piezas implica constituye para ellos un complejo misterio en el cual les complace habitar.

Mientras continúo mi periplo observo como los contendientes blanden un caballo, o en ocasiones un alfil, para lanzarlo contra su oponente, imaginando quizás que el trebejo arrojado se transfigura en un poderoso dardo cuya fuerza aniquiladora puede acabar con el rival de inmediato. Siendo así, cada golpe acertado se convierte en un triunfo y en una ostentosa humillación para el golpeado. Cuando todo acaba ambos contendientes terminan estallando en risotadas, inducidos por la evidente estupidez de lo que han hecho. Algo que deben comprender cabalmente,c pues el rito se reanuda hasta que el arribo de la noche impide la reiteración de aquel absurdo teatro.

Dejando atrás la visión de estos enloquecidos burócratas, mis pasos continúan acercándome a las enhiestas alambradas que protegen el recinto. Cuando las veo he pensado, muchas veces, en humedecer mis manos para experimentar, de una vez por todas, el violento impacto de la electricidad, y cancelar así la miserable existencia que estoy llevando a cuestas. Confieso que evocar el pasado ya no me satisface. En términos reales resulta duro añorar una denostada viñeta del ayer, sabiendo que no servirá de nada recomponer el cuadro de una realidad definitivamente sepultada. Debo admitir que aquella es la pauta sobre las que desarrollo mi vida de presidiario. Soy un hombre azul, un ente gélido que nada quiere saber ya. Mi uniforme confirma el estado de mi mente, y mis recuerdos actuales reflejan mi acuciante deseo de perecer. Soy incapaz de encontrarle un sentido a las escenas que relate, y realmente lo único que deseo olvidar que el mundo posee alguna clase de significado que pueda decirme porque la cólera de los anarquistas tuvo que ensuciar los salones de mi palacio.

A partir de entonces todo dejó de estar bajo mi dominio, y los malditos predicadores estudiaron por su cuenta el aporte hippie, punk, underground, y la filosofía trascendental de los siglos pretéritos, para crear un discurso mediático que les permitió ganar adeptos mas allá. de los ghettos académicos en pos de una transformación radical, o "psico-política", como ellos prefieren llamarlo, que forzaría la evolución de las estructuras sociales. Paulatinamente la prédica fue tomando cuerpo y lamentablemente para nosotros, el cambio se produjo en el siglo que me toco vivir.

Ahora nos encontramos en una realidad donde impera la libertad y el hombre es capaz de controlar sus pasiones malsanas. No existe la codicia, y cada quien vive de su propio esfuerzo, autoabasteciéndose y practicando el trueque en escala masiva. Por ende, las aglomeraciones urbanas desaparecieron para aprovechar el espacio que ocupar la siempre creciente frontera agrícola. En este sentido, ausente la estructura en la cual se sustentaba el estado capitalista, perdió la razón la existencia, extinguiéndose junto con los iconos que encarnaban esa cultura.

Sin embargo buena parte de nuestra burocracia continuó existiendo negándose a abdicar de los principios en los cuales se había formado. Siendo así, los hombres nuevos nos redujeron dentro del perímetro de esta antigua ciudad rodeándola de alambradas para evitarnos el contacto con el exterior. Adentro nuestra especie puede continuar su existencia sin rumbo, sumida en la inacción, en el marasmo de los recuerdos, aunque yo sea el único que prefiera engullir, de golpe, todas las cápsulas que llevo en mi bolsillo para enterrarme en un suelo sin imágenes que me acerque definitivamente a la verdadera muerte.

Chiclayo, 2 de julio de 1996 / 28 de julio de 2003.






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