Historia de la Sexualidad


Por Michel Foucault


I.La voluntad de saber


A.Nosotros, los victorianos


1.Se dice: a aquella época luminosa en la que los asuntos relativos al sexo todavía habrían gozado de una cierta libertad y “familiaridad con lo ilícito” le habría seguido “un rápido crepúsculo hasta llegar a las noches monótonas de la burguesía victoriana”. Entonces, la sexualidad habría sido confiscada por la familia conyugal y reducida por completo a la “seriedad de la función reproductora”. Así se daría comienzo a una larga época, la época de la represión del sexo; época respecto de cual cabría preguntarse si nos hemos liberado aun.

2.Foucault establece una diferencia entre lo que debe entenderse por represión y lo que caracteriza la simple ley penal. La represión “funciona como una condena de desaparición,...como (un) orden de silencio, afirmación de inexistencia, y, por consiguiente, comprobación de que de todo eso nada hay que decir, ni ver, ni saber”. Así, señala Foucault, dado que según se dice los niños carecen de sexo, habría una razón fundada para prohibirselos, para impedirles que hablen de él, o “para cerrar los ojos y taparse los oídos, en todos los casos en que lo manifiestan”. Habría, por tanto, una razón para imponerle a la sexualidad infantil, un celoso silencio general.

3.Pero no sólo el sexo de los niños habría caído bajo estas sombras de la represión; en la edad victoriana, también el sexo de los adultos yacería bajo los rigores de un creciente control represivo. Si la represión es, como lo entiende Foucault, este “triple decreto de prohibición, inexistencia y mutismo”, entonces la represión sobre el sexo ha de consistir fundamentalmente en una negación de su existencia (“Lo que no apunta a la generación...ya no tiene sitio ni ley. Tampoco verbo. Se encuentra a la vez expulsado, negado... No sólo no existe sino que no debe existir y se hará desaparecer a la menor manifestación -actos o palabras”), en una prohibición de sus manifestaciones perversas (Tanto en el espacio social como en el corazón de cada hogar existe un único lugar de sexualidad reconocida, utilitaria y fecunda: la alcoba de los padres); y, finalmente, en la imposición de un silencio que supone, antes que nada, el blanqueamiento de los discursos mediante el uso de palabras decentes, esto es, mediante la utilización de esas palabras que no despiertan ni el más mínimo deseo o interés erótico. El encadenamiento y funcionalidad de estos tres elementos constituirían, entonces, lo central del concepto de represión en Foucault.

4.¿Estaríamos ya liberados de la represión del sexo? Quizá sí, por Freud. Pero también allí la liberación es sujeto de múltiples objeciones. Se nos dice que “si a partir de la edad clásica la represión ha sido, por cierto, el modo fundamental de relación entre poder, saber y sexualidad, no es posible liberarse sino a un precio considerable: haría falta nada menos que una transgresión de las leyes, una anulación de las prohibiciones, una irrupción de la palabra, una restitución del placer a lo real y toda una nueva economía de los mecanismos del poder; pues el menor fragmento de verdad está sujeto a condición política” He allí por qué no Freud: no es posible derivar estas condiciones que exige la verdadera liberación del sexo (transgresión de las leyes, anulación de las prohibiciones, irrupción de la palabra, restitución del placer a lo real, etc.) de una simple práctica médica, o de un discurso teórico.

5.Sin embargo, pese a todo aquello, lo que a Foucault preocupa no es tanto que no hayamos podido librarnos de la represión que sobre el sexo se ha dejado caer desde los albores de la era victoriana; sino, más bien, lo que a él interesa es interrogar las condiciones de posibilidad de la supuesta hipótesis represiva que tan hondamente ha calado en la conciencia de todos los sujetos libertarios del siglo veinte. ¿La represión sobre el sexo es, verdaderamente, una evidencia histórica? ¿Cómo y bajo cuáles certificaciones es que ha logrado legitimarse la hipótesis represiva sobre el sexo? Foucault señala que el discurso sobre la moderna represión del sexo se sostiene con tanta facilidad, a lo menos, por dos razones: primero, “Lo protege una seria caución histórica y política; al hacer que nazca de la edad de la represión en el siglo XVII, después de centenas de años de aire libre y libre expresión, se lo lleva a coincidir con el desarrollo del capitalismo: formaría parte del orden burgués”. Así, “si el sexo es reprimido con tanto rigor, se debe a que es incompatible con una dedicación al trabajo general e intensiva”. Y, en segundo lugar, porque “Si el sexo está reprimido... el sólo hecho de hablar de él, y de hablar de su represión, posee como un aire de trasgresión deliberada. Quien usa ese lenguaje hasta cierto punto se coloca fuera del poder; hace tambalearse la ley; anticipa, aunque sea poco, la libertad futura.” Por esa razón “Después de decenas de años, nosotros no hablamos de sexo sin posar un poco: conciencia de desafiar el orden establecido, tono de voz que muestra que uno se sabe subversivo, ardor en conjurar el presente y en llamar a un futuro cuya hora uno piensa que contribuye a apresurar”.

6.Un aspecto a destacar sobre estas legitimaciones que hacen fácilmente sostenible el discurso sobre la represión de la sexualidad es el hecho de que en él y en las formas que asume su actividad se encuentran reavivadas viejas y tradicionales funciones de la prédica. Foucault sostiene que “...la existencia en nuestra época de un discurso donde el sexo, la revelación de la verdad, el derrumbamiento de la ley del mundo, el anuncio de un nuevo día y la promesa de cierta felicidad están imbricados entre sí. Hoy es el sexo lo que sirve de soporte a esa antigua forma, tan familiar e importante en occidente, de la predicación. Una gran prédica sexual -que ha tenido sus teólogos sutiles y sus voces populares- ha recorrido nuestras sociedades desde hace algunas decenas de años; ha fustigado el antiguo orden, denunciando las hipocresías, cantando el derecho de lo inmediato y de lo real; ha hecho soñar con otra ciudad”.

7.Foucault sostiene que “el enunciado de la opresión y la forma de la predicación se remiten el uno a la otra; recíprocamente se refuerzan”. Afirmar lo contrario de la represión del sexo sería no sólo ir contra una tesis universalmente aceptada, sino además, indisponer todos los intereses y discursos que la sustentan. Pues cierto es que “...porque se afirma esa represión por lo que aún se puede hacer coexistir, discretamente, lo que el miedo al ridículo o la amargura de la historia impiden relacionar a la mayoría de nosotros: la revolución y la felicidad; o la revolución y un cuerpo otro, más nuevo, más bello; o incluso la revolución y el placer”. El atractivo de esta nueva forma de predicación, la predica sexual, consistiría precisamente en unir discursivamente “el ardor del saber, la voluntad de cambiar la ley, y el esperado jardín de las delicias”; y es eso, “...indudablemente, lo que sostiene en nosotros ese encarnizamiento en hablar del sexo en términos de represión”. Así, la afirmación de una sexualidad reprimida iría “...aparejada al énfasis de un discurso destinado a decir la verdad sobre el sexo, a modificar su economía en lo real, a subvertir la ley que lo rige, a cambiar su porvenir”.

8.El objetivo de esta primera parte “...es interrogar el caso de una sociedad que desde hace más de un siglo se fustiga ruidosamente por su hipocresía, habla con prolijidad de su propio silencio, se encarniza en detallar lo que no dice, denuncia los poderes que ejerce y promete liberarse de las leyes que la han hecho funcionar”. En una palabra “...presentar el panorama no sólo de esos discursos, sino de la voluntad que los mueve y de la intención estratégica que los sostiene”. La pregunta que Foucault formula, en ese sentido, “...no es: ¿por qué somos reprimidos?, sino: ¿por qué decimos...que somos reprimidos?”

9.Foucault se pregunta: “¿Por qué espiral hemos llegado a afirmar que el sexo es negado, a mostrar ostensiblemente que lo ocultamos, a decir que lo silenciamos -y todo esto formulándolo con palabras explícitas, intentando que se lo vea en su más desnuda realidad, afirmándolo en la positividad de su poder y de sus efectos?”. Lo que Foucault busca no es interrogar nuestro pasado, o hundirse en las oscuras camarillas en las que se asoció de una vez y para siempre el sexo con el pecado -razón suficiente para hacer de él un objeto más de la represión-, sino más bien, en interrogar nuestro presente, y las condiciones que hacen posible los discursos que atraviesan nuestra actualidad.

10.Frente a la hipótesis sobre la represión de la sexualidad Foucault plantea tres interrogantes centrales: “Primera duda: ¿la represión del sexo es en verdad una evidencia histórica?. Lo que a primera vista se manifiesta...¿es la acentuación o quizá la instauración, a partir del siglo XVII, de un régimen de represión sobre el sexo? Pregunta propiamente histórica. Segunda duda: la mecánica del poder, y en particular la que está en juego en una sociedad como la nuestra, ¿pertenece en lo esencial al orden de la represión? ¿La prohibición, la censura, la denegación son las formas según las cuales el poder se ejerce de un modo general, tal vez, en toda sociedad, y seguramente en la nuestra? Pregunta histórico-teórica. Por último, tercera duda: el discurso crítico que se dirige a la represión, ¿viene a cerrarle el paso a un mecanismo del poder que hasta entonces había funcionado sin discusión o bien forma parte de la misma red histórica de lo que denuncia (y sin duda disfraza) llamándolo ‘represión’? ¿Hay una ruptura histórica entre la edad de la represión y el análisis crítico de la represión? Pregunta histórico-política”.

11.El propósito de esta investigación, en una palabra, es colocar la hipótesis sobre la represión de la sexualidad “...en una economía general de los discursos sobre el sexo en el interior de las sociedades modernas a partir del siglo XVII”. Lo que preocupa a Foucault es saber “¿Por qué se ha hablado de la sexualidad, qué se ha dicho? ¿Cuáles eran los efectos de poder inducidos por lo que de ella se decía? ¿Qué lazos existían entre esos discursos, esos efectos de poder y los placeres que se encontraban invadidos por ellos? ¿Qué saber se formaba a partir de allí?”. La historia de la sexualidad de Foucault se transforma así en una arqueología del saber, o de los mecanismos que se hallan ocultos tras esta milenaria voluntad. El mismo Foucault da cuenta de esto cuando entiende su historia de la sexualidad como un intento por “...determinar, en su funcionamiento y razones de ser, el régimen de poder-saber-placer que sostiene en nosotros al discurso sobre la sexualidad humana”. No se trata, por tanto, de “...saber si al sexo se le dice sí o no, si se formulan prohibiciones o autorizaciones, si se afirma su importancia o si se niegan sus efectos, si se castigan o no las palabras que lo designan; el punto esencial es tomar en consideración el hecho de que se habla de él, quiénes lo hacen, los lugares y puntos de vista desde donde se habla, las instituciones que a tal cosa incitan y que almacenan y difunden lo que se dice, en una palabra, el ‘hecho discursivo’ global, la ‘puesta en discurso’ del sexo. De ahí también el hecho de que el punto importante será saber en qué formas, a través de qué canales, deslizándose a lo largo de qué discursos llega el poder hasta las conductas más tenues y más individuales, qué caminos le permiten alcanzar las formas infrecuentes o apenas perceptibles del deseo, cómo infiltra y controla el placer cotidiano -todo ello con efectos que pueden ser de rechazo, de bloqueo, de descalificación, pero también de incitación, de intensificación, en suma: ‘las técnicas polimorfas del poder’. De ahí, por último, que el punto importante no será determinar si esas producciones discursivas y esos efectos de poder conducen a formular la verdad del sexo o, por el contrario, mentiras destinadas a ocultarla, sino aislar y aprehender la ‘voluntad de saber’ que al mismo tiempo les sirve de soporte y de instrumento”.



B. La hipótesis represiva

La incitación a los discursos

1.El siglo XVII sería supuestamente el comienzo de una edad de represión sobre el sexo. El primer dispositivo a partir del cual la represión se transforma en un hecho es el lenguaje. La represión a partir de allí se caracteriza por un control rigurosísimo de las palabras que nombran o simplemente aluden al sexo, “como si para dominarlo en lo real hubiese sido necesario primero reducirlo en el campo del lenguaje, controlar su libre circulación en el discurso, expulsarlo de lo que se dice y expulsar las palabras que lo hacen presente con demasiado vigor”. Dominio en el lenguaje: dominio indirecto. No se le dice “no” directamente al sexo, sino que se le silencia “...merced al solo juego de prohibiciones que se remiten las unas a las otras mutismos que imponen el silencio a fuerza de callarse”.

2.No obstante esto, Foucault plantea una tesis altamente original que parece, en principio, discutir este conjunto de proposiciones sobre el sexo a las que nos hemos acostumbrado. Contrariamente a lo que de ordinario se dice sobre la sexualidad Foucault propone que el siglo XVII habría sido el comienzo de una verdadera explosión discursiva en torno y a propósito del sexo. Su tesis, sin embargo, no pretende discutir que no haya habido una depuración del vocabulario autorizado sobre la sexualidad, o que no “...se haya codificado toda una retórica de la alusión y de la metáfora”. De hecho, fue el siglo XVII el que dio a luz toda una policía de los enunciados y proposiciones sobre el sexo; policía de los enunciados que muy probablemente filtró las palabras con sus nuevas reglas de decencia. Todo esto está, sin lugar a dudas, fuera de discusión. Lo que busca enfatizar Foucault, entonces, es que “...al nivel de los discursos y sus dominios el fenómeno es casi inverso”. Para el filósofo francés “los discursos sobre el sexo...no han cesado de proliferar”. A medida que nos adentramos en el siglo XVIII los discursos sobre la sexualidad se multiplican de forma muy acelerada y vertiginosa.

3.El tema central aquí, sin embargo, no es la multiplicación de los discursos sobre el sexo; tampoco lo es esa remota posibilidad de que hallan sido los discursos ilícitos los que se multiplicaran y proliferaran por todas partes (aunque es altamente probable que esos discursos se hallan acrecentado como contraefecto lógico de las restricciones que instalaron los nuevos pudores). Lo esencial aquí es el hecho sin precedente de que esa proliferación discursiva se halla producido “...en el campo de ejercicio del poder mismo”. Foucault sostiene que habría toda una “...incitación institucional a hablar del sexo...; obstinación de las instancias del poder en oír hablar del sexo y en hacerlo hablar acerca del modo de la articulación explícita y el detalle infinitamente acumulado.”

4.Un ejemplo de esto es “la evolución de la pastoral católica y del sacramento de penitencia después del concilio de Trento”. Esta evolución consiste en desplazar ese encarnizamiento en el detalle, típico del medievo, a una prudencia y discreción de las cosas que se confiesan. “Poco a poco -sostiene Foucault- se vela la desnudez de las preguntas que formulaban los manuales de confesión de la Edad Media...Se evita entrar en esos pormenores que algunos...creyeron mucho tiempo indispensables para que la confesión fuese completa: posición respectiva de los amantes, actitudes, gestos, caricias, momento exacto del placer: todo un puntilloso recorrido del acto sexual en su operación misma”. Así, según la posición de la nueva pastoral, el sexo no debe ser nombrado sin un dejo de prudencia, pero lo que lleva a él debe ser detallado con pulcritud y precisión, de tal modo que pueda perseguirsele hasta en sus más sutiles ramificaciones: “una sombra en una ensoñación, una imagen expulsada demasiado lentamente, una mal conjurada complicidad entre la mecánica del cuerpo y la complacencia del espíritu...” En una palabra, todas aquellas insinuaciones de la carne, por mínimas e insignificantes que puedan parecer “...todo ello debe entrar en adelante, y en detalle, en el juego de la confesión y de la dirección”.

5.La antigua pastoral insistía en la confesión de las infracciones a las leyes del sexo; la nueva pastoral enfatiza en la tarea de decir, de decirse a sí mismo o a algún otro, “lo más frecuentemente posible, todo lo que puede concernir al juego de los placeres...” De lo que se trataría con la nueva pastoral es de confesar no sólo el hecho, el acto o la infracción misma de la norma, sino más bien, y principalmente, todos los “...pensamientos, deseos, imaginaciones voluptuosas, delectaciones, movimientos conjuntos del alma y del cuerpo...”, etc., que eventualmente tienen alguna afinidad con el sexo o podrían, por algún insospechado camino, conducir a él.

6.Según Foucault el nuevo imperativo, el imperativo moderno, consiste en confesar no sólo los actos contrarios a la ley, sino intentar convertir el deseo, todo deseo, en discurso. “Si es posible, nada debe escapar a esa formulación, aunque las palabras que emplee deban ser cuidadosamente neutralizadas”. El discurso, sobre todo el discurso acerca del sexo, supone una lengua que debe aún pulirse: “La prohibición de determinados vocablos, la decencia de las expresiones, todas las censuras al vocabulario podrían no ser sino dispositivos secundarios respecto de esa gran sujeción: maneras de... (tornar el sexo) moralmente aceptable y técnicamente útil.”

7.Foucault sostiene que hay un vínculo entre la pastoral del siglo XVII y la literatura escandalosa de la época. Léase a Sade, léase al anónimo autor de “My Secret Life”, lo mismo que la nueva pastoral católica ambos enfatizan en que respecto del sexo cabe el imperativo de decirlo todo. Las prácticas de las que habla Sade y el anónimo autor de “My Secret Life”, según propia confesión de éste último, eran prácticas habituales a millones de hombres sobre la tierra. “Pero el principio de la más extraña de esas prácticas, la que consiste en contarlas todas, en detalle y día tras día -agrega Foucault-, había sido depositado en el corazón del hombre moderno dos buenos siglos antes.”

8.Sobre el anónimo autor de “My Secret Life”, Foucault sostiene que “en lugar de ver...(en él) al evadido valiente de un ‘victorianismo’ que lo constreñía al silencio, me inclinaría a pensar que, en una época donde dominaban consignas muy prolijas de discreción y pudor, fue el representante más directo y en cierto modo más ingenuo de una plurisecular conminación a hablar del sexo”. 9.En resumen, lo que ha sucedido, modernamente hablando, es que se ha conectado el discurso con el sexo a través de un dispositivo complejo que no se agota en un único vínculo con una ley de prohibición. Foucault sostiene que tal técnica, la de unir sexo y discurso, quizá habría quedado únicamente ligada a la espiritualidad cristiana, o a determinados placeres individuales, si no hubiese sido sostenida permanentemente por otro mecanismo: a saber, el de un “interés público”. Y no el de una mera curiosidad, o el de una sensibilidad nueva; sino, más bien, el de un interés ligado a ciertos “...mecanismos de poder para cuyo funcionamiento el discurso sobre el sexo...ha llegado a ser esencial”.

10.Así, hacia el siglo XVIII, comienza toda una incitación política, económica y técnica a hablar del sexo. “Y no tanto en forma de una teoría general de la sexualidad -sostiene Foucault-, sino en forma de análisis, contabilidad, clasificación y especificación, en forma de investigaciones cuantitativas o causales”. De lo que se va a tratar, a partir del siglo XVIII, es de formular un discurso racional sobre el sexo, y no únicamente un discurso moralista. Pero el imperativo de este siglo va a ser también que ese discurso racional sea, a la vez, un discurso público. De este modo, superar los escrúpulos, hablar de aquello que hasta hace un siglo despertaba las más variadas sensaciones de pudor y verguenza, más que una tarea entre otras se va a volver una labor fundamental, acaso una necesidad apremiante, cuya misión va a estar a cargo no sólo del discurso público, político, social o filosófico, sino también, a cargo de investigaciones de naturaleza médico.

11.Hay que hablar del sexo y hay que hacerlo públicamente. Este imperativo supone, además, no atenerse a la típica división de lo lícito y lo ilícito; sino más bien, enfatizar en el hecho de que respecto al sexo, y a lo que se dice de él, de lo que se trata es de dirigir, administrar, “insertar en sistemas de utilidad, regular para el mayor bien de todos, hacer funcionar según un óptimo”. A partir del siglo XVIII, paulatinamente, el sexo va a ir siendo considerado no sólo como una cosa que se juzgue, sino también, y principalmente, como una cosa que debe ser administrada. Según Foucault, el sexo “participa del poder público; solicita procedimientos de gestión; debe ser tomado a cargo por discursos analíticos”. Durante este siglo el sexo se transforma, también, en un asunto de policia. Pero tal como sostiene Foucault, no en el sentido de represión del desorden, “...sino de mejoría ordenada de las fuerzas colectivas e individuales”. En otras palabras, una policia de la sexualidad que en lo fundamental suponga “...no el rigor de una prohibición sino la necesidad de reglamentar el sexo mediante discursos útiles y públicos”

12.Los ejemplos que coloca Foucault son variados y han sido extraidos de diversos ámbitos:

a.El concepto de población: el surgimiento de este concepto como problema económico y político con el que tienen que habérselas los Estados modernos constituye una de las grandes novedades en las técnicas del poder que aparecen en el siglo XVIII. Sus fenómenos o variables propias, tales como natalidad, morbilidad, duración de la vida, fecundidad, salud, formas de alimentación y vivienda colocan al sexo nuevamente en el corazón de esta problemática. A partir de este siglo “...la conducta sexual de la población es tomada como objeto de análisis y, a la vez, blanco de intervención...”. Foucault sostiene que “entre el Estado y el individuo, el sexo ha llegado a ser el pozo de una apuesta, y un pozo público, invadido por una trama de discursos, saberes, análisis y conminaciones”. Los gobiernos advierten paulatinamente que deben hacerse cargo del sexo de sus ciudadanos. Así, “a través de la economía política de la población se forma toda una red de observaciones sobre el sexo. Nace el análisis de las conductas sexuales, de sus determinaciones y efectos, en el límite entre lo biológico y lo económico. También aparecen esas campañas sistemáticas que, más allá de los medios tradicionales -exhortaciones morales y religiosas, medidas fiscales- tratan de convertir el comportamiento sexual de las parejas en una conducta económica y política concertada”. De este modo, el Estado debe asegurarse del uso que sus ciudadanos dan a su sexo, pero sobre todo, procurar que, en lo sucesivo, sean ellos mismos, los ciudadanos propiamente tales, los capaces de controlar esa función.

b.La sexualidad de los niños y adolescentes: Contrariamente a lo que se afirma de ordinario sobre la sexualidad infantil, ésta no habría sido apagada o acallada con el advenimiento del siglo XVIII, sino más bien, insertada en un nuevo y muy distinto régimen discursivo. A partir de entonces, sostiene Foucault, sobre el sexo de los niños no se diría menos, sino que se diría de otro modo, serían otras personas quienes lo dirían, “...a partir de otros puntos de vista y para obtener otros efectos”. Ese otro modo de referirse al sexo de los niños se habría transparentado, según Foucault, en una serie de dispositivos y reglas de buen comportamiento que, más allá de la familia, habrían hallado en los colegios el lugar privilegiado para su puesta en acción. Desde la arquitectura de los establecimientos escolares, pasando por los reglamentos de disciplina, y toda la organización interna que les permite el funcionamiento, en todo ello, el sexo, de una u otra forma, siempre habría estado presente. En un colegio, sostiene Foucault “todos los poseedores de una parte de autoridad están en un estado de alerta perpetua, reavivado sin descanso por las disposiciones, las precauciones y el juego de los castigos y las responsabilidades. El espacio de la clase, las formas de las mesas, el arreglo de los patios de recreo...todo ello remite, del modo más prolijo, a la sexualidad de los niños”. Es indudable que “lo que se podría llamar el discurso interno de la institución -el que se dice a sí misma y circula entre quienes la hacen funcionar- está en gran parte articulado sobre la comprobación de que esa sexualidad existe, precoz, activa y permanente”. A partir de entonces, “hablar del sexo de los niños, hacer hablar a educadores, médicos, administradores, y padres (o hablarles), hacer hablar a los propios niños y ceñirlos en una trama de discursos que tan pronto se dirigen a ellos como hablan de ellos, tan pronto les imponen conocimientos canónicos como forman a partir de ellos un saber que no pueden asir: todo esto permite vincular una intensificación de los poderes con una multiplicación de los discursos”.

c.La medicina: Lo mismo que la política y la filosofía, la medicina también entró en este juego tan característico de los últimos tres siglos, de suscitar múltiples y diversos discursos sobre el sexo. Según foucault, la medicina y la psiquiatría, al perseguir la etiología de las enfermedades mentales, en el campo del onanismo, la insatisfacciones, el exceso, los fraudes a la procreación, en síntesis, todo el conjunto de las llamadas perversiones sexuales, no hizo sino otra cosa que insertarse, también, en este dominio de nuevas discursividades en torno a la sexualidad.

d.La justicia penal: La justicia penal habría ingresado en el regimen de los nuevos discursos, primero, al encarar a la sexualidad por esos crímenes horrendos y contra natura, esos grandes crímenes que en todo tiempo provocaron más de alguna exasperación; y segundo, pero muy principalmente, al abrirse a una “...jurisdicción menuda de los pequeños atentados, ultrajes secundarios, perversiones sin importancia...”.

e.La administración: Finalmente el ámbito de la administración pública y todos sus dominios de investigaciones sociales también se habrían articulado en torno de este nuevo ánimo de incitación y promoción de más y más discursos sobre la sexualidad. Foucault sostiene que “...todos esos controles sociales que se desarrollaron a fines del siglo pasado y que filtraban la sexualidad de las parejas, de los padres y de los niños, de los adolescentes peligrosos y en peligro -emprendiendo la tarea de proteger, separar y prevenir, señalando peligros por todas partes, llamando la atención, exigiendo diagnósticos, amontonando informes, organizando terapéuticas-; irradiaron discursos alrededor del sexo, intensificando la conciencia de un peligro incesante que a su vez reactivaba la incitación a hablar de él”.

13.Por último, habría que señalar que esta multiplicación dircursiva en torno de la sexualidad muestra que “se trata menos de un discurso sobre el sexo que de una multiplicidad de discursos producidos por toda una serie de equipos que funcionan en instituciones diferentes”. La relativa unidad que aún conservaba el tema de la carne y de la práctica de la penitencia tal y como había sido organizada por la Edad Media comienza paulatinamente a descomponerse a medida que nos adentramos en la Edad Clásica. Pero no sólo esto: también es preciso atender al hecho que tal crecimiento y diversificación discursiva no se produjo, tampoco, en la forma de una continuidad no exenta de dificultades: antes bien, hubo serie de conflictos y tensiones, períodos de ajuste y tentativas de retranscripción. Todo, porque tratandose del sexo, se buscó por todos los medios de hacer que este tema no apareciese como un tema más entre otros, sino, y principalmente, como el tema por excelencia. Esa fue, al menos, una de las preocupaciones fundamentales de la pastoral cristiana por una buena cantidad de años. No hay que olvidar, en ese sentido, que fue la propia pastoral la que “...al hacer del sexo, por excelencia, lo que debe ser confesado, lo presentó siempre como el enigma inquietante: no lo que se muestra con obstinación, sino lo que se esconde siempre,...” Así, el secreto del sexo, esa supuesta fábula que se ha construido sobre él, formaría parte de la mecánica misma de las incitaciones que nos conminan a hablar del sexo, algo así como una ficción “...indispensable para la economía indefinidamente proliferante del discurso sobre el sexo”. Así, “...lo propio de las sociedades modernas no es que hayan obligado al sexo a permanecer en la sombra, sino que ellas se hayan destinado a hablar del sexo siempre, haciendolo valer, poniéndolo de relieve como el secreto”.



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