Karl Korsch
LA FILOSOFÍA DE LENIN
Índice
La influencia de la filosofía materialista de Lenin hoy
Al final de su obra, Harper trata del significado histórico
y práctico de la filosofía materialista de Lenin, de la
que había discutido los aspectos teóricos en los capítulos
precedentes. Admite sin reservas que las necesidades tácticas,
válidas en las condiciones prerrevolucionarias de la Rusia zarista,
hayan obligado a Lenin a un combate inflexible contra los bolcheviques
de izquierda, como Bogdanov, partidarios más o menos confesos
de las ideas de Mach y que, a pesar de sus buenas intenciones revolucionarias,
ponían realmente en peligro la unidad del partido marxista y
debilitaban su energía revolucionaria por una revisión
de su ideología materialista “monolítica”.
Harper va un poco lejos en la simpatía que concede a la táctica
adoptada por Lenin en 1908 en el dominio de la filosofía, más
lejos, en cualquier caso, de lo que parece justificado al autor de estas
líneas, incluso desde un análisis retrospectivo. Si Harper
hubiese estudiado las tendencias representadas por los machistas rusos
y sus maestros alemanes, habría sido más circunspecto
en su apreciación positiva de la actitud de Lenin en el combate
ideológico de 1908, aunque sólo fuese por tener conocimiento
de un acontecimiento que se desarrolló más tarde. Cuando,
después de 1908, Lenin hubo acabado con la oposición machista
dentro del comité central del partido bolchevique, consideró
el incidente como cerrado. En el prefacio a la segunda edición
rusa de su libro señala que no ha tenido “la posibilidad
de conocer las últimas obras de Bogdanov”, pero estaba
completamente convencido, a juzgar por lo que otros le habían
comentado, que “Bogdanov propaga ideas burguesas y reaccionarias
bajo las apariencias de “cultura proletaria”. Sin embargo,
no entregó a Bogdanov a la G.P.U. para que lo ejecutara por ese
horrible crimen. En esa época pre-estalinista, se dio por satisfecho
con una ejecución espiritual dejada a un excelente camarada del
partido, digno de toda confianza. Así nos enteramos, por la pluma
del leninista fiel V. I. Nevski (cuyo artículo Lenin adjuntó
a la segunda edición de su libro3), que Bogdanov no
sólo ha perseverado, sin dar prueba de ningún remordimiento,
en sus antiguos errores machistas, sino que incluso ha añadido
un crimen complementario todavía más flagrante: una omisión.
“Es curioso”, dice Nevski, que en todos los escritos
que ha publicado durante el período de la dictadura del proletariado,
ya sea sobre temas teóricos o sobre el problema de la cultura
proletaria, Bogdanov no habla nunca de la “producción
y de su sistema de organización en las condiciones de la dictadura
del proletariado, como tampoco dice una palabra de esta dictadura misma”.
Esto prueba evidentemente que Bogdanov no se ha enmendado y que de hecho,
este “idealista”, que peca contra los principios
fundamentales de la filosofía de Lenin y de sus discípulos,
no puede enmendarse. Por ello no hay que llegar a la conclusión
de que el autor de estas líneas considere que las definiciones
de Bogdanov (por ejemplo: el mundo físico es “la experiencia
organizada socialmente”,la materia “no es nada
más que la resistencia a los esfuerzos del trabajo colectivo”,
la naturaleza es “el desarrollo de un panorama, el de la experiencia
del trabajo”, etc.) aporten la solución realmente
materialista y proletaria al problema planteado por Marx en las Tesis
sobre Feuerbach:
“El defecto principal de todo materialismo conocido
hasta ahora – incluido el de Feuerbach – es que la realidad
concreta y sensible no se concibe en él más que bajo la
forma del objeto o de la representación, pero no como actividad
sensorial del hombre, como práctica humana, no subjetivamente
o como actividad revolucionaria práctico-crítica”.4
De hecho, y aquí está el quid de la cuestión,
a ningún precio debemos hacer la más pequeña concesión,
sea hoy o retrospectivamente, a ese error fundamental que se encuentra
a cada instante en la lucha filosófica de Lenin contra los machistas
y que repiten piadosamente sus discípulos más oscuros
en su oposición a los intentos materialistas del positivismo
científico de hoy.
Según esta concepción errónea, se puede y se
debe mantener el carácter militante de la teoría materialista
revolucionaria contra todas las influencias debilitadoras venidas de
otras tendencias aparentemente hostiles, y esto, por todos los medios,
guardándose incluso de toda modificación hecha inevitable
por el desarrollo de la crítica y de la investigación
científica. Es esta concepción la que ha conducido a Lenin
a no discutir los méritos de los nuevos conceptos y de las nuevas
teorías científicas. A sus ojos, comprometían la
potencia probada de esa filosofía materialista revolucionaria
(sin embargo, no necesariamente proletaria) que su partido marxista
había adoptado y que él sacaba menos de la enseñanza
de Marx y Engels que de los materialistas burgueses, desde Holbach hasta
Feuerbach y de su adversario idealista, el filósofo de la dialéctica:
Hegel. Él se mantuvo en sus posiciones, prefiriendo, en un mundo
cambiante, la utilidad práctica inmediata de una ideología
conocida, a la verdad teórica. Incidentalmente, esta actitud
doctrinaria está calcada de su comportamiento práctico
en el dominio político. Corresponde a la creencia inquebrantable,
jacobina, en una forma política determinada (partido,
dictadura, estado), considerada como adaptada a los fines de las revoluciones
burguesas del pasado y que, por consiguiente, se espera encontrar adaptada
otro tanto a los fines de la revolución proletaria. Tanto en
su filosofía revolucionaria materialista como en su política
revolucionaria jacobina, Lenin se negaba a ver esta verdad histórica:
su revolución rusa, a pesar de un esfuerzo temporal de superación
de sus propios límites a través de una ligazón
con el movimiento revolucionario del proletariado de Occidente, no podía
ser en realidad más que un retoño tardío de las
grandes revoluciones burguesas de antaño.
¡Cuánto camino recorrido desde el violento ataque de
Lenin contra el positivismo “idealista” y el empiriocriticismo
de Mach y Avenarius, a esa crítica científica refinada
de los últimos desarrollos del positivismo que acaba de aparecer
en la revista ultra-cultivada del partido comunista inglés5!
Sin embargo, subyacente en esa crítica de las formas más
progresistas del pensamiento positivista moderno, se encuentra el mismo
viejo error leninista. El autor evita cuidadosamente comprometerse con
una determinada escuela de pensamiento filosófico. Con quien
más de acuerdo se sentiría es con Wittgenstein, quien,
en su último período, trata la filosofía como una
enfermedad incurable más bien que como un conjunto de problemas.
Su argumentación contra el positivismo moderno descansa enteramente
en la hipótesis de que el combate encarnizado llevado por el
viejo positivismo contra toda filosofía provenía de que
el viejo positivismo había salido, a su vez, de una creencia
filosófica distinta. La escuela de los “positivistas lógicos”
– cuyo representante más típico es R. Carnap y que,
en muchos aspectos, es la más científica de estas escuelas
– acaba de abandonar, por un tiempo, todo “intento filosófico
de construir un sistema homogéneo de leyes, válido para
la ciencia en su conjunto” y se aplica a una tarea más
modesta, la “de unificar el lenguaje de la ciencia”6.
Si se cree la argumentación desarrollada por el crítico
pseudo-leninista del Modern Quaterly, esta escuela verá disminuir
su ardor para combatir la filosofía por el proceso mismo que
la conduce a abandonar su antigua base filosófica. Según
este crítico, “el positivista que agitaba las aguas
calmas de la filosofía clamando groseramente contra el absurdo”,
se ve obligado ahora a reconocer de la manera más suave e inofensiva:
“el absurdo es mi propio lenguaje”. Se ve fácilmente
que este argumento puede ser utilizado de dos maneras; primero, para
un ataque teórico contra la confusión entre ciencia y
filosofía que reinaba en las primeras fases del positivismo y
después, para justificar prácticamente la conservación
de esta base filosófica, por más que los descubrimientos
recientes hayan mostrado que no tenía ningún fundamento
científico. Pero todo esto no descansa sobre ningún razonamiento
fundamentado lógica o empíricamente. Para un sabio burgués
moderno, o para un marxista, no es necesario aferrarse a una “filosofía”
caduca (positivista o materialista) con el fin de conservar intacto
su “espíritu militante” para la lucha contra ese
sistema de ideas – necesariamente “idealista” en todas
sus manifestaciones – que, en el curso del último siglo
y con el nombre de “filosofía”, ha sustituido ampliamente
(pero no enteramente), a la fe religiosa en la ideología de la
sociedad moderna.
Harper, sin abandonar enteramente la creencia en la necesidad de una
“filosofía marxista” para la lucha revolucionaria
del proletariado moderno, se da cuenta perfectamente de que el materialismo
leninista es absolutamente inadecuado para esta tarea. A lo sumo puede
servir de base ideológica a un movimiento que ya no es anticapitalista
sino solamente “anti-reaccionario” y “antifascista”,
el que los partidos comunistas del mundo entero han lanzado recientemente
con el nombre de “frente popular” o incluso “frente
nacional”. Esta ideología leninista, que profesan hoy los
partidos comunistas y que, en principio, está conforme con la
ideología tradicional del viejo partido socialdemócrata,
no expresa ya ninguno de los objetivos del proletariado. Según
Harper, es más bien una expresión natural de los fines
de una “nueva clase”: la intelectualidad. Por tanto,
es una ideología que las diversas capas de esta pretendida nueva
clase estarían dispuestas a adoptar desde el momento en que fuesen
liberadas de la influencia ideológica de la burguesía
en declive. Traducido a términos filosóficos, esto quiere
decir que el “nuevo materialismo” de Lenin se ha convertido
en el arma principal de los partidos comunistas en su intento de desligar
una fracción importante de la burguesía de la religión
tradicional y de las filosofías idealistas profesadas por esta
capa superior de la burguesía que, hasta el presente, ha detentado
el poder. Al actuar así, los partidos comunistas esperan ganar
esta fracción de la burguesía para el sistema de planificación
industrial, ese capitalismo de Estado que, para los obreros, no es más
que una forma de esclavitud y de explotación. Tal es, según
Harper, el verdadero sentido político de la filosofía
materialista de Lenin.
Nueva York, 1938.
Índice
3 Este artículo no está reproducido en la traducción
francesa actual. (n.d.t.f.)
4 K. Marx: op. cit. Se trata de la primera tesis.
5 M. Black: La evolución del positivismo, The Modern Quaterly
I, 1, Londres, 1938.
6 R. Carnap: Los fundamentos lógicos de la unidad de la ciencia,
1938.
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