Anton PANNEKOEK
Teoría marxista y táctica revolucionaria
Índice
6. El marxismo y el papel del Partido
En conclusión, unas pocas palabras más sobre la teoría.
Éstas son necesarias porque Kautsky indica, de vez en cuando,
que nuestro trabajo se sale de la concepción materialista de
la historia, la base del marxismo. En un lugar describe nuestra concepción
de la naturaleza de la organización como espiritualismo
malamente adecuado para un materialista. En otra ocasión, adopta
nuestra visión de que el proletariado debe desarrollar su poder
y su libertad “en constante ataque y avance", en
una lucha de clases escalando de un compromiso a otro, como si dijera
que el ejecutivo del Partido tiene que “instigar” la revolución.
El marxismo explica todas las acciones históricas y políticas
de los hombres en términos de sus relaciones materiales, y en
particular sus relaciones económicas. Una recurrente concepción
errónea y burguesa nos acusa de ignorar el papel de la mente
humana en esto, y de hacer del hombre un instrumento muerto, un títere
de las fuerzas económicas. Nosotros insistimos, a su vez, en
que el marxismo no elimina la mente. Todo lo que motiva las acciones
de los hombres lo hace a través de la mente. Sus acciones están
determinadas por su voluntad, y por todos los ideales, principios y
motivos que existen en la mente. Pero el marxismo mantiene que el contenido
de la mente humana no es otra cosa, nada, sino un producto del mundo
material en el que el hombre vive, y que las relaciones económicas,
por consiguiente, sólo determinan sus acciones mediante sus efectos
sobre su mente y la influencia sobre su voluntad. La revolución
social solamente sigue al desarrollo del capitalismo porque la conmoción
económica transforma primero la mente del proletariado,
dotándola de un nuevo contenido y dirigiendo la voluntad en este
sentido. Justo como la actividad socialdemócrata es la expresión
de una nueva perspectiva y una nueva determinación instilandose
en la mente del proletariado, así la organización es una
expresión y consecuencia de una profunda transformación
mental en el proletariado. Esta transformación mental
es el término de mediación mediante el que el desarrollo
económico conduce al acto de la revolución social. No
puede haber ciertamente ningún desacuerdo entre Kautsky y nosotros
en que éste es el papel que el marxismo atribuye a la mente.
Y todavía incluso en relación con esto nuestras visiones
difieren; no en la esfera de lo abstracto, la formulación teórica,
sino en nuestro énfasis práctico. Sólo cuando se
toman juntas, las dos declaraciones “Las acciones de los hombres
están enteramente determinadas por sus relaciones materiales”
y “Los hombres deben hacer ellos mismos su historia a través
de sus propias acciones” forman la visión marxista
en su conjunto. La primera excluye la noción arbitraria de que
una revolución puede hacerse a voluntad; la segunda elimina el
fatalismo, que nos tendría simplemente a la espera hasta que
la revolución acaeciera por su propia cuenta a través
de alguna perfecta fruición del desarrollo. Mientras ambas máximas
son correctas en términos teóricos, reciben necesariamente
grados diferentes de énfasis en el curso del desarrollo histórico.
Cuando el Partido está floreciendo inicialmente y debe, antes
de cualquier otra cosa, organizar al proletariado, viendo su propio
desarrollo como el objetivo primario de su actividad; la verdad encarnada
en la primera máxima le proporciona la paciencia para el lento
proceso de construcción, el sentido de que el tiempo de golpes
políticos (putsches) prematuros está pasado y la certeza
tranquila de la victoria final. En este período, el marxismo
asume un carácter predominantemente histórico-económico;
es la teoría de que toda la historia está económicamente
determinada, y hace vibrar en nosotros la comprensión de que
debemos esperar que las condiciones maduren. Pero, cuanto más
se organiza el proletariado en un movimiento de masas capaz de una intervención
fuerte en la vida social, más está obligado a desarrollar
el sentido de la segunda máxima.
El conocimiento alcanza ahora que la cuestión no es simplemente
interpretar el mundo, sino transformarlo. El marxismo se convierte ahora
en la teoría de la acción proletaria. Las cuestiones
de cómo precisamente el espíritu y la voluntad del proletariado
se desarrollan bajo la influencia de las condiciones sociales y cómo
las diversas influencias lo moldean, entra ahora en el primer plano;
el interés por el lado filosófico del marxismo y por la
naturaleza de la mente viene ahora a la vida. Dos marxistas influenciados
por estas diferentes fases se expresarán, por consiguiente, ellos
mismos de modo diferente, uno acentuando principalmente la naturaleza
determinada de la mente, el otro su papel activo; ambos llevarán
sus verdades respectivas a la batalla el uno contra el otro, aunque
ambos rinden homenaje a la misma teoría marxiana.
Desde el punto de vista práctico, sin embargo, este desacuerdo
adquiere otro cariz. Nosotros estamos enteramente de acuerdo con Kautsky
en que un individuo o grupo no puede hacer la revolución. Igualmente,
Kautsky estará de acuerdo con nosotros en que el proletariado
debe hacer la revolución. Pero, ¿cómo están
las cosas a respecto del Partido, que es un término medio, por
un lado un amplio grupo que decide conscientemente que acción
tomará, y por el otro el representante y dirigente del proletariado
entero? ¿Cuál es la función del Partido?
Con respecto a la revolución, Kautsky lo sitúa como
sigue en su exposición de su táctica:
“La utilización de la huelga general política,
pero sólo en casos excepcionales, extremos, cuando las masas
ya no pueden ser refrenadas.”
Así, el Partido tiene que detener a las masas mientras
puedan ser retenidas; mientras sea posible de algún modo, debe
considerar su función como matener a las masas plácidas,
refrenarlas de tomar la acción; sólo cuando esto ya no
es posible, cuando la indignación popular está amenazando
con reventar todo constreñimiento, él abre las compuertas
y si es posible se pone él mismo a la cabeza de las masas. Los
papeles se distribuyen, de este modo, de tal manera que toda la energía,
toda la iniciativa en la que la revolución tiene sus orígenes
debe venir de las masas, mientras que la función del Partido
es detener esta actividad, inhibirla, contenerla mientras
sea posible. Pero la relación no puede ser concebida de este
modo. Ciertamente, toda la energía proviene de las masas, cuyo
potencial revolucionario se despierta por la opresión, la miseria
y la anarquía, y quienes mediante su revuelta deben entonces
abolir la hegemonía del capital. Pero el Partido les ha enseñado
que los arranques desesperados por parte de individuos o grupos individuales
son vanos, y que el éxito sólo puede lograrse a través
de la acción colectiva, unitaria, organizada. Ha disciplinado
a las masas y las ha refrenado de diseminar infructuosamente su actividad
revolucionaria. Pero esto, por supuesto, es sólo un aspecto,
el aspecto negativo de la función del Partido; debe mostrar simultáneamente
en términos positivos cómo estas energías
pueden ponerse a trabajar de una manera diferente, productiva, y enseñar
el camino para hacerlo.
Las masas, por así decirlo, transfieren parte de su energía,
su propósito revolucionario, a la colectividad organizada, no
para que se disipe, sino para que el Partido pueda utilizarla como su
voluntad colectiva. La iniciativa y potencial para la acción
espontánea que las masas entregan no se pierde de hecho al hacer
esto, sino que reaparece en otra parte y en otra forma como la iniciativa
y potencial del Partido para la acción espontánea; tiene
lugar una transformación de la energía respecto a como
era. Incluso cuando la indignación más feroz alumbra entre
las masas --sobre el creciente coste de la vida, por ejemplo-- ellas
permanecen en calma, pues confian al Partido convocarlas para actuar
de tal modo que su energía sea utilizada de la manera más
apropiada y más exitosa posible.
La relación entre las masas y el Partido no puede, por lo tanto,
ser como Kautsky la ha presentado. Si el Partido viese su función
como refrenar a las masas de la acción mientras pudiese hacerlo,
entonces la disciplina de partido significaría una pérdida
para las masas de su iniciativa y potencial para la acción espontánea,
una pérdida real, y no una transformación de la energía.
La existencia del Partido reduciría entonces la capacidad
revolucionaria del proletariado más que incrementarla. No
puede simplemente sentarse y esperar hasta que las masas asciendan espontáneamente
a pesar de haberle confiado parte de su autonomía; la disciplina
y confianza en la dirección del Partido que mantiene a las masas
calmadas lo coloca bajo una obligación de intervenir activamente
y dar él mismo a las masas la llamada a la acción en el
momento correcto. Así, como ya hemos argumentado, el Partido
tiene efectivamente el deber de instigar la acción revolucionaria,
porque él es el portador de una parte importante de la capacidad
de acción de las masas; pero no puede hacerlo como y cuando le
agrade, pues no ha asimilado la voluntad entera del proletariado
entero, y no puede, por lo tanto, mandarle como a una tropa
de soldados. Debe esperar el momento correcto: no hasta que las masas
no esperen más y estén ascendiendo por su cuenta, sino
hasta que las condiciones despierten tal sentimiento en las masas que
la acción a gran escala tenga una oportunidad de éxito.
Éste es el modo en que, en la doctrina marxista, se comprende
que, aunque los hombres estén determinados e impelidos por el
desarrollo económico, hacen su propia historia. El potencial
revolucionario de la indignación despertada en las masas por
la naturaleza intolerable del capitalismo no debe quedar inexplotado
y ser perdido por eso; ni debe dispersarse en arranques desorganizados,
sino hecho apto para el uso organizado en la acción instigada
por el Partido con el objetivo de debilitar la hegemonía de capital.
Es en estas tácticas revolucionarias que la teoría marxista
se convertirá en realidad.
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