Textos de Anton Pannekoek

El sindicalismo

Este artículo por Pannekoek aparecía bajo las iniciales JH - para su seudónimo corriente "James Harper" - primero en la revista estadounidense Correspondencia de Consejos International, (Vol II No 2, en. 1936). Esta versión revisada (con algunos errores menores corregidos en la traducción) es tomado de la revista estadounidense Root & Branch (No 6 1978)
Traducido por Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques (Agosto de 2005)


¿Cómo debe luchar la clase obrera contra el capitalismo para triunfar? Ésta es la pregunta más importante que enfrenta diariamente a los trabajadores. ¿Qué medios eficientes para la acción, qué tácticas pueden usar para conquistar el poder y derrotar al enemigo? Ninguna ciencia, ninguna teoría, podía decirles exactamente qué hacer. Pero espontánea e instintivamente, guiándose por sus sentidos, intuyendo las posibilidades, encuentran sus caminos para la acción. Y cuando el capitalismo creció y conquistó la Tierra e incrementó su poder, el poder de los trabajadores también se incrementó. Los nuevos modos de acción, más amplios y eficientes, sobrepasaron a los viejos. Es evidente que en condiciones cambiantes, las formas de la acción, las tácticas de la lucha de clases, también tienen que cambiar. El sindicalismo es la forma primaria del movimiento obrero en el capitalismo fijo. El trabajador aislado es impotente contra el empleador capitalista. Para superar esta discapacidad, los trabajadores se organizan en sindicatos. El sindicato une a los trabajadores en la unidad de acción, con la huelga como su arma. Entonces la correlación de fuerzas es relativamente equilibrada, incluso a veces se inclina del lado de los trabajadores, de manera que el pequeño empleador aislado es débil contra el poderoso sindicato. Por lo tanto en el capitalismo desarrollado los sindicatos obreros y los sindicatos patronales (asociaciones, carteles, sociedades anónimas, etcétera), se enfrentan entre sí como dos potencias.

El sindicalismo surgió en Inglaterra, donde el capitalismo industrial se desarrolló primero. Después se extendió a otros países, como un compañero natural de la industria capitalista. En los Estados Unidos había condiciones muy especiales. Al principio, la abundancia de tierra no aparcelada, abierta a los colonos, causó una escasez de trabajadores en los pueblos y en sueldos relativamente altos y buenas condiciones. La American Federation of Labour (Federación Obrera Americana) se convirtió en un poder en el país, y generalmente fue capaz de sostener un nivel de vida relativamente alto para los trabajadores que se organizaron en sus sindicatos.

Está claro que bajo tales condiciones la idea de derrocar al capitalismo no podía ni por un momento surgir en las mentes de los trabajadores. El capitalismo les ofreció un estilo de vida satisfactorio y bastante seguro. No se sentían una clase separada cuyos intereses eran hostiles al orden existente; eran parte de él; estaban conscientes de participar en todas las posibilidades que ofrecía un capitalismo ascendente en un nuevo continente. Había lugar para millones de personas, que venían principalmente de Europa. Para estos crecientes millones de agricultores, era necesaria una industria rápidamente creciente, donde, con energía y buena suerte, los obreros podían ascender a artesanos libres, pequeños hombres de negocios, incluso capitalistas ricos. Es natural que aquí prevaleciera un verdadero espíritu capitalista en la clase obrera.

Lo mismo era el caso en Inglaterra. Aquí se debía al monopolio por Inglaterra del comercio mundial y de la gran industria, a la falta de competidores en los mercados extranjeros, y a la posesión de colonias ricas, lo que trajo enormes riquezas a Inglaterra. La clase capitalista no tenía necesidad de luchar a favor de sus ganancias y podía permitir a los trabajadores una vida razonable. Por supuesto, al principio, fue necesario pelear para que tomaran nota de este hecho; pero entonces pudieron admitir a los sindicatos y concesiones salariales a cambio de la paz industrial. Así que aquí también la clase obrera fue imbuida de espíritu capitalista.

Ahora esto se encuentra en completa armonía con la esencia del sindicalismo. El sindicalismo es una acción de los trabajadores que no traspasa los límites del capitalismo. Su objetivo no es reemplazar el capitalismo por otro modo de producción, sino asegurar buenos condiciones de vida dentro del capitalismo. Su carácter no es revolucionario, sino conservador.

Indudablemente, la acción sindical es lucha de clases. Hay un antagonismo de clase en el capitalismo - los capitalistas y los trabajadores tienen intereses opuestos. No sólo sobre la cuestión de la conservación del capitalismo, sino también dentro del capitalismo mismo, con respecto a la división del producto total. Los capitalistas intentan incrementar lo más posible sus ganancias, el plusvalor, reduciendo sueldos e incrementando las horas o la intensidad del trabajo. Por otro lado, los trabajadores intentan incrementar sus sueldos y acortar sus horas del trabajo.

El precio de la fuerza de trabajo no es una cantidad fija, aunque debe exceder cierto mínimo de hambre; y no es pagado por los capitalistas por su propia voluntad. Por lo tanto, este antagonismo se convierte en el centro de una confrontación, la verdadera lucha de clases. Es la tarea, la función de los sindicatos llevar esta pelea a cabo.

El sindicalismo fue la primera escuela de entrenamiento en virtud proletaria, tanto en solidaridad como en el espíritu del enfrentamiento organizado. Expresaba la primera forma del poder proletario organizado. En los primeros sindicatos ingleses y estadounidenses esta virtud a menudo se petrificó y degeneró en una estrecha corporación gremial, con una verdadera mentalidad capitalista. Era diferente, sin embargo, donde los trabajadores tenían que pelear por su misma existencia, dónde el máximo esfuerzo de sus sindicatos apenas podía sostener su nivel de vida, ya que eran atacados a gran escala por un capitalismo en expansión, energético y combativo. Allí tuvieron que obtener el conocimiento que solamente la revolución podía salvarlos definitivamente.

De manera que hay una disparidad entre la clase obrera y el sindicalismo. La clase obrera tiene que mirar más allá del capitalismo. El sindicalismo vive completamente dentro del capitalismo y no puede mirar más allá de él. El sindicalismo sólo puede interpretar un papel, necesario pero estrecho, en la lucha de clases. Y desarrolla aspectos que lo ponen en conflicto con los objetivos más grandes de la clase obrera.

Con el crecimiento del capitalismo y de la gran industria los sindicatos también deben crecer. Se convierten en grandes corporaciones de miles de miembros, extendiéndose por todo el país, con secciones en cada pueblo y cada fábrica. Deben nombrarse funcionarios: presidentes, secretarios, tesoreros, para conducir los asuntos, manejar las finanzas, a nivel local y central. Ellos son los jefes, que negocian con los capitalistas y que por esta práctica han adquirido una destreza especial. El presidente de un sindicato es un pez gordo, tan grande como el empleador capitalista mismo, y él discute con aquél, de igual a igual, los intereses de sus miembros. Los funcionarios son especialistas en el trabajo sindical, que los miembros, completamente ocupados en su trabajo de fábrica, no pueden juzgar o dirigir ellos mismos.

De manera que las corporaciones sindicales ya no son simplemente un conjunto de trabajadores; se convierten en un cuerpo ordenado, como un organismo viviente, con su propia política, su propio carácter, su propia mentalidad, sus propias tradiciones, sus propias funciones. Es un cuerpo con intereses propios, que están separados de los intereses de la clase obrera. Tiene una voluntad de vivir y luchar por su existencia. Si en algún momento los sindicatos dejaran de ser necesarios para los trabajadores, éstos no desaparecerían instantáneamente. Sus fondos, sus miembros, y sus funcionarios: todas estas son realidades que desaparecerán inmediatamente, sino que continuarán su existencia como elementos de la organización.

Los sindicalistas, los dirigentes obreros, son los portadores de los intereses especiales del sindicato. Siendo originalmente obreros de la fábrica, adquieren, por la larga práctica a la cabeza de la organización, un nuevo carácter social. En cada grupo social, una vez que es suficientemente grande para constituir un grupo especial, la naturaleza de su trabajo moldea y condiciona su carácter social, su modo de pensar y actuar. La función de los sindicalistas es completamente diferente de la de los trabajadores. No trabajan en las fábricas, no son explotados por los capitalistas, su existencia no es amenazada continuamente por el desempleo. Se sientan en oficinas, en posiciones bastante seguras. Tienen que llevar adelante los asuntos de las corporaciones y hablar en reuniones de trabajadores y discutir con los empleadores. Por supuesto, tienen que ponerse del lado de los trabajadores, y defender sus intereses y deseos contra los capitalistas. Esta es una posición, sin embargo, no muy diferente de la del abogado quien, como secretario de una organización, se pone del lado de sus miembros y defenderá sus intereses al máximo de su capacidad.

Sin embargo, hay una diferencia. Como muchos de los dirigentes obreros vienen de las filas de los trabajadores, han experimentado por ellos mismos lo que representa la esclavitud asalariada y la explotación. Se sienten como miembros de la clase obrera y el espíritu proletario actúa a menudo como una fuerte tradición entre ellos. Pero la nueva realidad de sus vidas resta fuerzas continuamente a esa tradición. Económicamente ya no son proletarios. Se sientan en conferencias con los capitalistas, negociando sueldos y horas, desmenuzando intereses contra intereses, justo como los intereses opuestos de las corporaciones capitalistas son medidos uno contra el otro. Aprenden a comprender la posición del capitalista tan bien como la posición del trabajador; tienen un ojo para "las necesidad de la industria"; tratan de mediar. Hay excepciones personales, por supuesto, pero como regla no pueden tener ese sentimiento de clase elemental de los trabajadores, que no comprenden y comparan los intereses capitalistas contra los suyos, pero lucharán a favor de sus propios intereses. Por lo tanto, entran en conflicto con los trabajadores.

Los jefes obreros en el capitalismo avanzado son lo suficientemente numerosos como para formar un grupo especial o clase con un carácter e intereses especiales. Como representantes y líderes de los sindicatos expresan el carácter y los intereses de los sindicatos. Los sindicatos son elementos necesarios del capitalismo, así que los jefes se sienten necesarios también, como ciudadanos útiles en la sociedad capitalista. La función capitalista de los sindicatos es regular los conflictos de clase y asegurar la paz industrial. Así que los dirigentes obreros ven como su deber de ciudadanos trabajar por la paz industrial y mediar en los conflictos. La actividad del sindicato está completamente dentro del capitalismo; así que los dirigentes obreros no miran más allá de él. El instinto de la autoprotección, la voluntad de los sindicatos de vivir y luchar por la existencia, es expresado en la voluntad de los dirigentes obreros de luchar por la existencia de los sindicatos. Su propia existencia está indisolublemente conectada con la existencia de los sindicatos. Esto no es dicho en un sentido mezquino, como si solamente pensaran en sus trabajos personales cuando luchan a favor de los sindicatos. Quiere decir que los necesidades principales de la vida y las funciones sociales condicionan las opiniones. Su vida entera está concentrada en los sindicatos, solamente allí tienen una tarea. Así que para ellos los sindicatos son el órgano más necesario de la sociedad, el único origen de su seguridad y su poder; por lo tanto deben ser mantenidos y defendidos por todos medios posibles, incluso cuando las realidades de la sociedad capitalista minan esta posición. Esto ocurre cuando los conflictos de clase del capitalismo en expansión se ponen más agudos.

La concentración del capital en grandes intereses y su conexión con las grandes finanzas sitúa a los empleadores capitalistas en una posición mucho más fuerte que la de los trabajadores. Los poderosos magnates industriales reinan como monarcas sobre enormes masas de trabajadores; los mantienen en la sumisión total y no les permiten a "sus" hombres entrar en los sindicatos. De vez en cuando los esclavos asalariados superexplotados estallan en revuelta, en una gran huelga. Esperan imponer mejores términos, menos horas, condiciones más humanas, el derecho de organizarse. Los organizadores sindicales vienen a ayudarlos. Pero entonces los amos capitalistas usan su poder social y político. Los huelguistas son sacados de sus casas; son asesinados por milicias o matones contratados; sus portavoces son condenados a prisión; sus acciones reivindicativas son penalizadas por mandatos judiciales. La prensa capitalista denuncia su causa como desorden, homicidio y revolución; la opinión pública es levantada contra ellos. Entonces, después de meses de estar firmes y de heroico sufrimiento, agotados por la miseria y la desmoralización, incapaces de hacer mella a la férrea estructura capitalista, tienen que rendirse y posponer sus reclamos para tiempos más oportunos.

En las ramas industriales donde los sindicatos existen como organizaciones poderosas, su posición es debilitada por la misma concentración de capital. Las grandes sumas que habían acumulado para el fondo de huelga son insignificantes en comparación al poder de dinero de sus adversarios. Un par de cierres patronales (lock-outs) podrían agotarlos totalmente. No importa que tan duro el empleador capitalista abrume al trabajador con recorte de salarios e intensificación de sus horas de trabajo, el sindicato no puede llevar una lucha adelante. Cuando los contratos tienen que ser renovados, el sindicato se siente la más débil de las partes. Tiene que aceptar los términos que ofrecen los capitalistas; ninguna destreza en la negociación sirve de algo. Pero entonces comienza el problema con las bases. Los hombres quieren pelear; no se rendirán antes de que hayan peleado; y no tienen no mucho para perder peleando. Los jefes, sin embargo, tienen mucho para perder - el poder financiero del sindicato, quizás su existencia. Tratan de evitar la pelea, que consideran sin sentido. Tienen que convencer a los hombres que es mejor aceptar los términos. De manera que, en el análisis final, deben actuar como portavoces de los empleadores para forzar los términos de los capitalistas a los trabajadores. Es aun peor cuando los trabajadores insisten en pelear en oposición a la decisión de los sindicatos. Entonces el poder del sindicato debe ser usado como un arma para dominar a los trabajadores.

Así que el dirigente obrero se ha convertido en esclavo de su tarea capitalista de asegurar la paz industrial - ahora a costa de los trabajadores, aunque quiso servirlos lo mejor que pudo. No puede mirar más allá del capitalismo, y dentro del horizonte del capitalismo con un punto de vista capitalista, tiene razón cuando piensa que pelear no sirve para nada. Criticarlo solamente puede significar que aquí el sindicalismo se encuentra en el límite de su poder.

¿Hay alguna otra manera entonces? ¿Los trabajadores pueden ganar algo peleando? Probablemente perderán el objetivo inmediato de la pelea; pero ganarán otra cosa. Por no rendirse sin haber peleado, elevan el espíritu de revuelta contra el capitalismo. Declaran un nuevo objetivo. Pero aquí clase obrera entera debe participar. Deben mostrar a la clase entera, a todos sus compañeros trabajadores, que en el capitalismo no hay futuro para ellos, y que solamente peleando, no como un sindicato, sino como una clase unida, pueden ganar. Esto representa el origen de una lucha revolucionaria. Y cuando sus compañeros trabajadores comprendan esta lección, cuando los huelgas simultáneas estallen en los otros gremios, cuando una ola de la rebelión pase por el país, entonces en los arrogantes corazones de los capitalistas aparecerá algo de duda respecto a su omnipotencia y algo de voluntad para hacer concesiones.

El jefe del sindicato no comprende este punto de vista, porque el sindicalismo no puede ir más allá del capitalismo. Se resiste a esta clase de lucha. Luchar contra el capitalismo de este modo representa al mismo tiempo la rebelión contra los sindicatos. El dirigente obrero se une al capitalista en su miedo común a la rebelión de los trabajadores.

Cuando los sindicatos lucharon contra la clase capitalista por mejores condiciones de trabajo, la clase capitalista los odiaba, pero no tenía el poder de destruirlos completamente. Si los sindicatos trataban de levantar toda la fuerza de la clase obrera en su pelea, la clase capitalista los perseguía con todos sus medios. Ellos veían sus acciones reprimidas como rebelión, sus oficinas destruidas por milicias, sus líderes puestos en la cárcel y penalizados, sus reservas confiscadas. Por otro lado, si apartan a sus miembros de la pelea, la clase capitalista puede considerarlos como instituciones valiosas, que deben ser conservadas y protegidas, y a sus jefes como ciudadanos ejemplares. Así que los sindicatos se encuentran entre el diablo y el profundo mar azul; de un lado la persecución, que es una cosa dura de soportar para personas que quieren ser ciudadanos pacíficos; del otro lado, la rebelión de los miembros, que puede socavar a los sindicatos. La clase capitalista, si es sabia, reconocerá que deben permitirse algunos falsos enfrentamientos para fortalecer la influencia de los dirigentes obreros sobre los miembros.

Los conflictos que aparecen aquí no son culpa de nadie; son una consecuencia inevitable del desarrollo capitalista. El capitalismo existe, pero al mismo tiempo está en camino a su ruina. Debe ser combatido como una cosa viviente, y al mismo tiempo, como una cosa transitoria. Los trabajadores deben librar una firme pelea por sueldos y condiciones de trabajo, mientras que al mismo tiempo las ideas comunistas, más o menos claras y conscientes, despiertan en sus mentes. Ellos se aferran a los sindicatos, sintiendo que éstos todavía son necesarios, tratando de vez en cuando de transformarlos en mejores instituciones de lucha. Pero el espíritu del sindicalismo, que es en su forma pura un espíritu capitalista, no está en los trabajadores. La divergencia entre estas dos tendencias en el capitalismo y en la lucha de clases aparece ahora como una brecha entre el espíritu del sindicato, principalmente encarnado por sus jefes, y el creciente sentimiento revolucionario de los miembros. La brecha se hace evidente en las posiciones opuestas que toman sobre diversas e importantes cuestiones sociales y políticas.

El sindicalismo está entrelazado al capitalismo; tiene sus mejores oportunidades de obtener buenos sueldos cuando el capitalismo prospera. Así que en las épocas de depresión debe esperar que la prosperidad sea restituida, y debe tratar de promoverla. Para los trabajadores como clase, la prosperidad del capitalismo no es para nada importante. Cuando es debilitada por la crisis o la depresión, tienen la mejor oportunidad de atacarlo, reforzar las fuerzas de la revolución, y tomar los primeros pasos hacia la libertad.

El capitalismo extiende su dominio sobre otros continentes, arrebatando sus tesoros naturales para lograr grandes beneficios. Conquista colonias, subyuga a la población primitiva y la explota, a menudo con horribles crueldades. La clase obrera denuncia la explotación colonial y se le opone, pero el sindicalismo a menudo respalda la política colonial como un camino a la prosperidad capitalista.

Con los enormes incrementos de capital en los tiempos modernos, las colonias y los países extranjeros están siendo usados como lugares en donde invertir grandes sumas de capital. Se convierten en valiosas posesiones como mercados para la gran industria y como productores de materias primas. Una carrera para conseguir colonias, un feroz conflicto de intereses sobre la división del mundo aparece entre los gran estados capitalistas. En esta política del imperialismo las clases medias son llevadas a una exaltación común de la grandeza nacional. Entonces los sindicatos se ponen del lado de la clase de los amos, porque consideran que la prosperidad de su propio capitalismo nacional está en función de su éxito en la lucha imperialista. Para la clase obrera, el imperialismo representa el crecimiento del poder y de la brutalidad de sus explotadores.

Estos conflictos de intereses entre los capitalismos nacionales estallan en las guerras. La guerra mundial es la cúspide de la política del imperialismo. Para los trabajadores, la guerra no es sólo la destrucción de todos sus sentimientos de fraternidad internacional, también representa la explotación más violenta de su clase para el beneficio capitalista. La clase obrera, como la clase más numerosa y más oprimida de la sociedad, tiene que soportar todos los horrores de la guerra. Los trabajadores tienen que dar no solamente su poder de trabajo, sino también su salud y sus vidas.

Los sindicatos, sin embargo, en la guerra deben estar del lado del capitalista. Sus intereses están vinculados con el capitalismo nacional, la victoria del cual debe desear con todo su corazón. Por lo tanto ayuda en la exhaltación de fuertes sentimientos nacionales y odio nacional. Ayuda que la clase capitalista conduzca a los trabajadores en la guerra y a suprimir toda oposición.

El sindicalismo aborrece el comunismo. El comunismo amenaza la misma base de su existencia. En el comunismo, en la ausencia de empleadores capitalistas, no hay lugar para el sindicato y los dirigentes obreros. Es verdad que en países con un fuerte movimiento socialista, donde grandes cantidades de trabajadores son socialistas, los dirigentes sindicales deben ser socialistas también, tanto por origen como por ambiente. Pero entonces son socialistas de derecha; y su socialismo está restringido a la idea de una república donde en lugar de capitalistas avaros la producción industrial sea dirigida por honestos jefes obreros.

El sindicalismo odia la revolución. La revolución subvierte todas las relaciones corrientes entre capitalistas y trabajadores. En sus violentos choques, todas aquellas cuidadosas reglas de arancel son barridas; en el conflicto entre ejércitos gigantescos la modesta destreza para negociar de los dirigentes obreros pierde su valor. Con todo su poder, el sindicalismo se opone a las ideas de la revolución y el comunismo.

Esta oposición no es insignificante. El sindicalismo es un poder en sí. Como elemento material de su poder tiene fondos considerables a su disposición. Como elemento mental de su poder tiene su influencia espiritual, mantenida y propagada por sus periódicos. Es un poder en manos de jefes, que lo utilizan donde los intereses especiales de los sindicatos entran en conflicto con los intereses revolucionarios de la clase obrera. El sindicalismo, aunque construido por los trabajadores y consistente en trabajadores, se ha convertido en un poder por encima de los trabajadores, justo como el gobierno es un poder sobre todas las personas.

Las formas del sindicalismo son diferentes en cada país, debido a las diferentes formas del desarrollo del capitalismo. Nunca se mantienen de la misma forma en ningún país. Cuando aparentan extinguirse, la combatividad de los trabajadores puede a veces transformarlos, o dar lugar a una nueva clase de sindicalismo. De esta manera en Inglaterra, en los años 1880-90, el "Nuevo sindicalismo" surgió de las masas de portuarios pobres y de otros trabajadores inexpertos y mal pagados, trayendo un nuevo espíritu en los viejos sindicatos de gremio. Es una consecuencia del desarrollo capitalista, que al fundar nuevas industrias y reemplazar el trabajo especializado por trabajo mecanizado, se acumulen grandes números de trabajadores inexpertos, viviendo en las peores condiciones. Forzados al fin en una ola de rebelión, en las grandes huelgas, encuentran el camino para la unión y la conciencia de clase. Moldean el sindicalismo en una nueva forma, adaptándolo a un capitalismo más altamente desarrollado. Por supuesto, cuando después el capitalismo crece de formas todavía más poderosas, el nuevo sindicalismo no puede librarse del destino de todo sindicalismo, y entonces produce las mismas contradicciones internas.

La forma más notable surgió en EEUU, en la "Industrial Workers of the World" (Obreros Industriales del Mundo). La I.W.W. nació de dos formas de la expansión capitalista. En los bosques enormes y llanuras del Oeste, el capitalismo cosechó la riqueza natural por los métodos de explotación feroz y brutal del lejano oeste; y los trabajadores-aventureros respondieron con una defensa igual de salvaje y celosa. Y en los estados orientales se fundaron nuevas industrias sobre la explotación de millones de inmigrantes pobres, que venían de países con un bajo nivel de vida y ahora sujetos a trabajo sobre-explotador o a otras condiciones de trabajo más miserables.

Contra el angosto espíritu gremial del viejo sindicalismo, de la A.F. of L., que dividía a los trabajadores de una planta industrial en varios sindicatos distintos, el I.W.W. estableció el principio: todos los trabajadores de una fábrica, como camaradas contra un solo amo, deben constituir un solo sindicato, para actuar en fuerte unidad contra el empleador. Contra la multitud de sindicatos a menudo celosos y peleando entre sí, el I.W.W. planteó el lema: un sindicato grande para todos los trabajadores. La pelea de un grupo es la causa de todos. La solidaridad se extiende sobre la clase entera. Contrariamente al viejo desdén arrogante estadounidense del trabajo especializado bien pagado hacia los inmigrantes desorganizados, fueron a estos proletarios peor pagados a los que el I.W.W. condujo a la pelea. Eran demasiado pobres para pagar cuotas altas y construir sindicatos corrientes. Pero cuando estallaron y se rebelaron en las grandes huelgas, el I.W.W. fue el que les enseñó cómo pelear, quien organizó fondos de huelga por todo el país, y quien defendió su causa en sus periódicos y antes los tribunales. Mediante una gloriosa serie de grandes batallas infundió el espíritu de organización y auto-dependencia en los corazones de estas masas. Contrariamente a la confianza en los grandes fondos de los viejos sindicatos, los Obreros Industriales pusieron su confianza en la solidaridad viva y en la fuerza de la resistencia, sostenida por un entusiasmo ardiente. En lugar de los edificios fuertemente cimentados de los viejos sindicatos, representaban el principio de la construcción flexible, con una fluctuante cantidad de miembros, reduciendo la misma en tiempo de paz, expandiéndose y creciendo en la misma lucha. Contrariamente al conservador espíritu capitalista del sindicalismo, los Obreros Industriales eran anti-capitalistas y estaban por la Revolución. Por lo tanto fueron perseguidos con odio intenso por todo el mundo capitalista. Fueron encarcelados y torturados en base a acusaciones falsas; se inventó un nuevo pecado para ellos: el "sindicalismo criminal".

Por sí solo, el sindicalismo industrial como método de lucha contra la clase capitalista no es suficiente para derrocar la sociedad capitalista y conquistar el mundo para la clase obrera. Lucha contra los capitalistas como empleadores sobre el campo económico de la producción, pero no tiene los medios para derrocar su fuerza política, el poder estatal. Sin embargo, hasta ahora, el I.W.W. ha sido la organización más revolucionaria en EEUU. Más que ninguna otra contribuyó a elevar la conciencia de clase y el auto-conocimiento (insight), la solidaridad y la unidad en la clase obrera, volver sus ojos hacia el comunismo, y preparar su poder de combate.

La lección de todas estas peleas es que contra el capitalismo grande, el sindicalismo no puede ganar. Y si a veces gana, tales victorias dan solamente un alivio temporal. Y con todo, estas peleas son necesarias y deben ser libradas. ¿Hasta el final, sea cual sea? -- No, hasta el mejor final.

La razón es obvia. Un grupo aislado de trabajadores podría ser igual en una pelea contra un empleador capitalista aislado. Pero un grupo aislado de trabajadores contra un empleador apoyado por toda la clase capitalista es impotente. Y tal es el caso aquí: el poder estatal, el poder de dinero del capitalismo, la opinión pública de la clase media, estimulada por la prensa capitalista, todos atacan el grupo de trabajadores en lucha.

¿Pero la clase obrera apoya a los huelguistas? Los otros millones de trabajadores no consideran esta pelea como su propia causa. Indudablemente simpatizan, y pueden hacer a menudo colectas de dinero para los huelguistas, y esto puede dar un poco de alivio, siempre que su distribución no es prohibida por el mandato de un juez. Pero esta leve simpatía deja la verdadera pelea solamente al grupo de huelguistas. Los millones se encuentran distantes, pasivos. Así que la pelea no puede ser ganada (excepto en algunos casos especiales, cuando los capitalistas, por razones de la empresa, prefieren dar concesiones), porque la clase obrera no pelea como una unidad indivisible.

El asunto será distinto, por supuesto, cuando la masa de los trabajadores considere tal lucha como un asunto que los concierne directamente; cuando descubran que su propio futuro está en peligro. Si entran en la pelea ellos mismos y extienden la huelga a otras fábricas, a más ramas de la industria, entonces el poder estatal, el poder capitalista, tiene que dividirse y no puede ser usado completamente contra un grupo separado de trabajadores. Tiene que enfrentar al poder colectivo de la clase obrera.

La extensión cada vez más grande de la huelga en una huelga general, ha sido aconsejada a menudo como medio para evitar la derrota. Pero ésta no debe ser tomada como un recurso corriene o al que pueda llegarse por casualidad*. Si éste fuera el caso, los sindicatos indudablemente la habrían utilizado muchas veces como táctica regular. No puede ser proclamada a voluntad por dirigentes sindicales, como una simple medida táctica. Debe surgir de los sentimientos más profundos de las masas, como la expresión de su iniciativa espontánea, y ésta solamente surge cuando la razón de la lucha es o se convierte en algo más que una simple lucha salarial de un grupo. Solamente entonces los trabajadores pondrán en ella toda su fuerza, todo su entusiasmo, toda su solidaridad, toda su capacidad de resistencia.

Y necesitarán todas estas fuerzas. Porque el capitalismo también traerá al campo de batalla fuerzas más poderosas que antes. Podría haber sido derrotado y tomado por sorpresa por la inesperada exhibición de poder proletario y por lo tanto haber hecho las concesiones. Pero luego, más tarde, reunirá nuevas fuerzas de las raíces más profundas de su poder y procederá a recuperar su posición. Así que la victoria de los trabajadores no es ni duradera ni segura. No hay ningún camino claro y abierto hacia la victoria; el camino mismo debe ser talado y construido a través de la selva capitalista al costo de esfuerzos inmensos.

Pero aún así, representará un gran progreso. Una ola de solidaridad habría pasado a través de las masas, habrían sentido el inmenso poder de la unión de clase, su autoestima habría sido elevada, se habrían sacudido el estrecho egotismo de grupo. A través de sus propios actos habrían adquirido una nueva sabiduría: qué significa el capitalismo y cómo pararse como una clase frente a la clase capitalista. Habrían vislumbrado su camino a la libertad.

Por lo tanto, el estrecho campo de la pelea sindical se ensancha en el campo amplio de la lucha de clases. Pero ahora los trabajadores mismos deben cambiar. Tienen que llegar a una visión más amplia del mundo. Desde su gremio, desde su trabajo dentro de las paredes de fábrica, su mente debe abrirse para abarcar la sociedad como un todo. Su espíritu debe elevarse sobre las cosas insignificantes a su alrededor. Tienen que enfrentar al Estado; entran en la esfera de la política. Los problemas de la revolución deben ser enfrentados.

Traducido y publicado digitalmente por el
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques


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