Textos de Anton Pannekoek

La Revolución alemana - Primera Fase

Escrito en 1918. Traducido de la versión inglesa publicada en el Workers Dreadnought, 24 de Mayo de 1919.

El resultado lógico del derrumbamiento de Imperialismo alemán, que siguió a la derrota militar, fue la revolución.

El 4 de noviembre ocurrió la revuelta de Kiel. El fermento se manifestó primero entre los marineros. Se habían oido rumores de revuelta entre los marineros durante el pasado año, y los socialdemócratas independientes se defendieron contra las acusaciones de complicidad. Ahora estalló nuevamente, más fuerte y más general, “por error” como dijo la Vossiche Zeitung. Las revoluciones ocurren a menudo por tales errores -la convicción entre los marineros de que se le había ordenado a la flota que saliese a un combate desesperado-.

Los marineros organizaron un Consejo, arrestaron a sus oficiales, izaron la bandera roja y presentaron sus demandas al Gobierno. El social-patriota Noske, llegando a Kiel, intentó pararlos, pero en vano.

El 5 de noviembre el movimiento se extendió a Hamburgo, donde los obreros portuarios se declararon en huelga por simpatía; el tráfico cesó y los soldados se unieron a la revolución. Durante los pocos días siguientes el movimiento se extendió a Bremen, Wilhelmshaven, Lubeck, y a lo largo de las regiones norteñas en general, mientras la oficina de Wolff envió informes vagos de la revuelta junto con la predicción de que sería rápidamente suprimida. En Berlín, la intriga que los nuevos ministerios continuaba. Max von Baden desapareció, el Partido Social-Demócrata presentó un ultimátum al Gobierno y el Vorwaerts rogaba a los obreros que permaneciesen “en calma” -contrarrevolucionario hasta el último momento-. Entretanto, la revolución continuó extendiendose, por Colonia, Munich, Stuttgart, a lo largo de Alemania.

Por todas partes brotaron a la vida Consejos de Obreros y Soldados y encarcelaron a los oficiales y funcionarios del viejo régimen, excepto a aquéllos que declararon su disposición a servir a la revolución. Por todas partes fue proclamada la nueva República, los reyes y príncipes abdicaron y desaparecieron y, finalmente, el 9 de noviembre abdicó el Emperador Wilhelm. Berlín, que permaneció en calma hasta el final, pasó por encima de la revolución; el Consejo de Soldados y Obreros tomó el control sin derramamiento de sangre, y la policía del viejo régimen desapareció de las calles. El movimiento se extendió al frente occidental, y Wilhelm fue obligado a huir del cuartel general del Estado Mayor en Spa a los Países Bajos.

Con alguna resistencia escasa, de un asalto, la revolución resultó victoriosa. Esto demuestra que el viejo sistema estaba ya desmoronándose y había perdido toda la simpatía de las masas, cuyos sufrimientos habían alcanzado su climax a través de la guerra, y cuyo miedo del viejo régimen se desvaneció mediante la derrota militar. Esta situación inflamable, donde una chispa extiende a todas partes las llamas, permitió las preparaciones secretas de los grupos de los Independientes y de la extrema izquierda, para un levantamiento armado que saltase a la acción y los dirigentes saliesen así de todas partes para tomar el mando. Así, con la caída de Imperialismo alemán, cayó también la forma política en la que funcionaba: el Estado absolutista, feudal, militarista, policial, fue reemplazado por la república democrática.

Por su rapidez y unanimidad, la revolución se apoyó en la superficie de la sociedad civil y no pudo todavía penetrar en las profundidades de las grandes masas. Para aquellos que la llevaron a cabo, la revolución, como todas las revoluciones modernas, es una revolución proletaria. Pero en sus objetivos y resultados es, hasta ahora, sólo una revolución puramente política, y, por consiguiente, una revolución burguesa. Esto es evidente, a partir del hecho de los jefes social-patrióticos, Ebert y Scheidemann, fuesen seleccionados para funcionar como cabezas del gobierno provisional.

Parece a primera vista inexplicable que las masas, conducidas a la desesperación por cuenta de la guerra y sus horrores, tuviesen que derrocar y expulsar a aquellos responsables de la guerra y que, al mismo tiempo, permitan a sus cómplices, que siempre apoyaron la política de guerra, tomar el timón. Pero esto es simplemente el resultado de la incompetencia política y de la adhesión tradicional a la vieja socialdemocracia. Los cuatro años de guerra, por la presión del campo de batalla y la actividad del censor, hicieron imposible el desarrollo político, excepto en pequeños grupos. Las masas han destruido la maquinaria que las aplastaba, han ganado su libertad política, y ahora puede darse inicio al desarrollo político, cuya orientación ulteriormente ellas desean. Ellas están todavía impresionadas por las ilusiones ingenuas de los primeros días de la revolución -incluso como en París, en 1848-; estas revoluciones posteriores deben, primero, pasar por el desarrollo de las revoluciones anteriores -las ilusiones de la unidad del pueblo, de libertad y democracia-.

Las denominaciones y reflejos varios de estas ilusiones fantásticas consisten en que hablamos de República del Pueblo, los gobernantes son llamados representantes del pueblo, hacemos gestos contra toda discordia y disensión. En la realidad de la sociedad, la distinción de clase de la burguesía y del proletariado parece haber desaparecido. Más adelante, en cuanto esta realidad se haga clara de nuevo, la lucha de clases estallará nuevamente. Será aguda y violenta en Alemania, porque la burguesía y el proletariado son fuertes, su conciencia de la clase es poderosa y la producción está altamente desarrollada. Ésta será la próxima fase de la revolución, que ahora está aun en desarrollo. [Esto fue escrito a últimos de noviembre, 1918.]

¿Cómo se disponen estas fuerzas contendientes?

En tiempos normales, la burguesía domina a través de su poderoso y perfectamente organizado aparato estatal, mientras que las masas están divididas en grupos separados y son así impotentes. Las revoluciones ocurren cuando las masas están espontáneamente inspiradas por un deseo y encuentran, de este modo, el poder en su unidad. Nuevos individuos toman el timón, vienen formas diferentes de gobierno; pero entonces las masas reasumen sus tareas diarias, el fuego que inspira aquella voluntad poderosa se evapora, se descomponen de nuevo en individuos y grupos, mientras que el aparato burgués, que permanecía en pié y que sólo había sido privado temporalmente de su poder, retoma su vieja posición sin la oposición de ninguna fuerza organizada, y de nuevo se convierte en la organización estable del gobierno. Así, a través de las tormentas de la revolución, la dominación de clase crece y se vuelve más fuerte, mientras que la experiencia de la revolución le enseña a fingir, a adoptar las formas externas de la democracia, el vestido del gobierno del pueblo -los gobernantes cambian, pero la dominación sobre las masas permanece-. Para destruir esta dominación es necesario romper la vieja organización del gobierno, la vieja burocracia, y fortalecer la organización temporal de las masas como un poder duradero. Esto pasó en París en 1871 mediante la Comuna, y en Rusia en noviembre mediante los Soviets.

En Alemania, los obreros han creado una tal organización, la misma que tuvo lugar en Rusia, con la formación de Consejos de Obreros y Soldados. Estos consejos dieron a la revolución un poder directo que condujo a su victoria rápida inicial. Ellos son el nuevo instrumento de poder para las masas, la organización de las masas proletarias en contraposición a la organización de la burguesía. Hasta ahora, ellas no saben lo que quieren, pero están allí -no su programa, sino su misma existencia, tiene una significación revolucionaria-. Un gobierno revolucionario que desee ser el órgano del proletariado socialista, debería comenzar ahora por quitar a los viejos funcionarios y abolir sus funciones.

El gobierno de Ebert, Scheidemann y Haase ha hecho lo contrario. Ha intentado obligar a los Consejos de Soldados a un papel consultivo subordinado y restaurar los poderes disciplinarios de los oficiales, lo que ha resultado, en muchos lugares, en una fuerte resistencia y negativa de los soldados. Ha mantenido la vieja burocracia y le ha permitido continuar su dominio; ha hecho lo mismo que cualquier partido burgués cuando asume el mando -tomar para sí mismo las mejores posiciones y dejar al resto en el statu quo anterior-. Ha retenido a los viejos generales al mando del ejército y no ha hecho ningún esfuerzo por llevar más allá la propaganda revolucionaria entre los soldados. Así, permitiendo al aparato de la clase dominante permanecer intacto, envalentona abiertamente a la contrarrevolución. Ya los burócratas denuncian abiertamente al "gobierno de diletantes”, los generales en el frente ordenan que sea bajada la bandera roja, y toda la reacción se anima.

La burguesía está enteramente satisfecha con este gobierno, especialmente desde que anunció que no se realizaría ningún cambio en los derechos de propiedad y que los bancos no serán nacionalizados. La razón de estos anuncios es que el gobierno está intentando apoyarse en toda la población, en los obreros y la burguesía por igual; así, sobre la base de la cooperación de las clases espera ser el gobierno de la "contínua paz de Dios". Esto es un reflejo de la inconciencia de las masas, y se volverá cada vez más imposible con el más poderoso despertar de la lucha de clases.

Por el momento, el gobierno se balancea entre las clases, tiene hechos conservadores para la burguesía y frases revolucionarias para los obreros -porque la burguesía es vigilantemente consciente de su clase y no se le defrauda fácilmente, mientras que los obreros no están todavía plenamente despiertos-. La primera parte, el aplacamiento de las clases medias, es asumido con cuidado por Ebert y Scheidemann, mientras que el complaciente discurseo radical es la tarea de la llamada "ala izquierda", los Independientes: Dittman y Barth, que fueron incluidos en el gobierno por esta razón.

Los socialistas mayoritarios carecen de confianza en el socialismo y en la capacidad del proletariado. No se atreven a socializar la sociedad contra la burguesía, tienen miedo de gobernar sin la vieja burocracia. La dominación de los obreros se les presenta -así como a la burguesía- como el caos; su propia incapacidad teórica les hace temer la gigantesca tarea que la situación histórica impone al proletariado alemán. Por esta razón, quieren una Asamblea Nacional Constituyente en el momento más temprano posible, para relevarles de responsabilidad.

La clase media también quiere la convocatoria de esta asamblea, porque a través de ella esperan restaurar las condiciones normales, el establecimiento de un gobierno “estable” que enviaría a los Consejos a casa, dándoles las gracias por los servicios prestados. Esto ha hecho reflexionar a algunos de los obreros, y especialmente entre los Independientes empiezan a dudar y esforzarse por dilatar la convocatoria de la asamblea. Los Independientes ocupan, en la coalición, el lugar que los social-patriotas ocuparon anteriormente en el gobierno burgués; a saber, impedirles a los obreros rebelarse contra el gobierno. Pero están compelidos, a causa de las tendencias revolucionarias entre los obreros, a resistirse a los procederes ultraconservadores del gobierno.

Esto explica la creciente fricción entre Kurt Eisner [después asesinado], el dirigente de los Consejos bávaros, y Barth, por una parte, y Ebert y Scheidemann por la otra. Los Independientes también proponen planes para una socialización moderada -¡no todo de una vez, ningún experimento!-. Proponen bonitos planes para la edificación de la producción socialista sobre la base de grandes industrias y de una gran agricultura, de cuyo apoyo deben disponer. ¡No piensan en el hecho de que el socialismo no es una cuestión de nacionalización de la industria, sino una cuestión del poder del proletariado, de esto nada se dice en los escritos teóricos de Kautsky! El resultado será que, cuando la burguesía asuma de nuevo el poder, pondrá fin a todos estos planes o los realizará a su propio modo como socialismo de Estado.

Por otro lado, los Independientes ya van codo con codo con Jaffe, el profesor bávaro de economía que durante la guerra esbozó un proyecto de socialismo de Estado extensivo, que mejor denominado es capitalismo de Estado. Los dos partidos, los socialistas mayoritarios y los Independientes quieren, sin duda, unirse con los partidos burgueses radicales sobre este programa socialista estatal, precaviéndose de que el proletariado intervenga. Mientras el gobierno se preocupa sólo por cuestiones externas y por el mantenimiento del orden -que, en realidad, se vuelve cada vez más caótico-, la fricción entre las clases se desarrolla. La burguesía organiza Guardias Blancos, el proletariado forma Guardias Rojos, y en secreto la reacción conspira y se prepara para la guerra civil. Y mientras la llegada de tropas fortalece a los reaccionarios, el espíritu revolucionario arde entre los obreros.

La gran lucha que debe desarrollarse será entre la burguesía, abierta o encubiertamente representada por los partidos socialdemócrata e independiente, y el movimiento revolucionario, ahora anunciado como el Partido Comunista, pero que durante la guerra se encarnó en el Grupo Espartaco y los [Comunistas] Internacionalistas de Bremen. Aunque, como organización, no es todavía distinta y aparte de la Socialdemocracia y de los Independientes, el Partido Comunista está en oposición directa, defiende la dictadura del proletariado en contraposición al parlamentarismo democrático, y se opone a la convocatoria de la Asamblea Nacional; demanda la abolición del capitalismo y la anulación de las deudas estatales. Representa el ideal del partido bolchevique ruso, aunque no está directamente conectado con él, a causa de la fricción entre Rosa Luxemburgo y Lenin. Por parte de la burguesía y de los socialdemócratas, los comunistas son representados como si fuesen bolcheviques, y todas las denuncias y falsedades dirigidas contra los bolcheviques rusos son también dirigidas contra ellos. Muchas mociones aprobadas por los Consejos de Soldados -especialmente en el frente, donde están menos desarrollados políticamente y donde, por encima de todo, desean descanso y paz- expresan su aborrecimiento del bolchevismo. Hasta ahora, los comunistas no son sino una pequeña minoría, y los social-patriotas y la burguesía usan este hecho para consolidar sus fuerzas. La influencia de los comunistas sobre los trabajadores, sin embargo, está creciendo a saltos.

La situación internacional, la peligrosa escasez de comida y la amenaza de las tropas de la Entente, son los grandes obstáculos a los desarrollos revolucionarios en Alemania. Desde un punto de vista militar, Alemania está absolutamente a merced de la Entente, y económicamente también depende de los Aliados. Sus provisiones de comestibles son muy pequeñas, y depende de la buena voluntad de los polacos para el grano de las provincias orientales. Por la pérdida de Lorena, Alemania no tiene suficiente mineral de hierro para abastecer a sus industrias. La Entente ya le había notificado que la entrega de grano depende del mantenimiento del orden y del establecimiento de un gobierno ordenado. La Entente, que envió tropas para suprimir la Rusia Comunista y restaurar a la burguesía, es cuidadosa de no permitir que una Alemania revolucionaria ayude a Rusia, incluso moralmente; ¿y el Vorwaerts? siempre el lacayo de los poderes que estén, primero de Wilhelm, ahora de la Entente, está terriblemente agitado contra la propuesta de Rusia de enviar representantes al Congreso alemán de los Consejos de Obreros y Soldados. El Vorwaerts, la prensa burguesa y el Gobierno, todos se confabulan para inspirar a la población el miedo a la amenaza de la Entente y para pintar la situación económica tan negra como sea posible. Esperan así ahogar la voluntad revolucionaria de los obreros, y está más allá de la duda que tendrán éxito con una sección considerable de las masas.

Hay pocas dudas de que el Congreso de Consejos de Obreros y Soldados, convocado para el 16 de diciembre, apoyará, por una gran mayoría, al gobierno burgués de Ebert-Haase. Estos Consejos no son, de ningún modo, instituciones proletarias puras; en los Consejos de Soldados están los oficiales; en los Consejos de Obreros los dirigentes sindicales y de partido. Estos hombres no dejarán que la revolución siga adelante si pueden impedirlo.

Pero hay otros factores materiales objetivos que forzarán a los obreros desde abajo. En primer lugar, la oposición entre el capital y el trabajo -el primer asalto trajo la proclamación de la jornada de ocho horas y el establecimiento de los Consejos Obreros en las fábricas-. Ahora que la reacción está empezando, las manufacturas están intentando echar atrás estas concesiones y reducir los salarios, mientras que, por otra parte, los obreros están demandando reformas más amplias. Aquí y allí están ocurriendo los choques, en la forma de huelgas, que requieren esfuerzos extraordinarios para la conciliación por parte de los agentes Independientes del Gobierno. Esto compelerá finalmente al Gobierno a actuar, y le obligará a escoger entre presionar a la burguesía o tener secciones más extensas de las masas dispuestas contra él. En segundo lugar, la necesidad económica afectará todavía más al Gobierno. La miseria y la privación que la guerra ha traído ha sido tan horrible que los obreros no podrán soportar ninguna carga más, y si el Gobierno no les ayuda activamente -y esto significa que debe tomar de los poseedores- entonces el espíritu revolucionario recibirá ímpetu renovado entre las masas.

En tiempos de necesidad, como los que Alemania enfrenta ahora y enfrentará durante los años venideros, solamente puede establecerse un gobierno que, por sus hechos y su punto de vista, no se oponga a las grandes masas. Consecuentemente, no es de esperar que el Gobierno actual de Alemania vaya a tener éxito confinando la revolución a su presente carácter, puramente de reforma política; pero la actitud de las masas está, ahora, ayudando en gran medida al Gobierno y, por consiguiente, está fortaleciendo a la burguesía, con lo que aumentará su poder de resistencia en la guerra civil que viene.

Mucho depende de los instintos de clase del próximo Congreso de los Consejos de Obreros y Soldados. Si estableciese el fundamento del poder, el poder de los obreros y soldados, entonces el proletariado estará bien armado para la próxima lucha.

Anton Pannekoek, del Partido Comunista de Holanda.

Traducido y publicado digitalmente por el
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques


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