Anton PANNEKOEK
Revolución mundial y Táctica comunista
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Postfacio - [La claudicación de la Tercera Internacional]
Las tesis anteriores fueron escritas en abril y enviadas a Rusia, para estar
disponibles para su consideración por el comité ejecutivo y el
congreso en la elaboración de sus decisiones tácticas. Mientras
tanto, la situación se ha alterado, por cuanto que el comité ejecutivo
en Moscú y los camaradas dirigentes en Rusia han caído completamente
por el lado del oportunismo, con el resultado que esta tendencia prevaleció
en el Segundo Congreso de la Internacional Comunista.
La política en cuestión hizo su aparición primero en Alemania,
cuando Radek, usando toda la influencia ideológica y material que él
y la dirección de KPD podían reunir, intentaron imponer sus tácticas
de parlamentarismo y apoyo a las confederaciones centrales a los comunistas
alemanes, dividiendo y debilitando así al movimiento comunista. Desde
que Radek fue hecho secretario del comité ejecutivo, esta política
se ha vuelto la de todo el comité ejecutivo. Se han redoblado los esfuerzos
anteriormente infructuosos para asegurar la afiliación de los Independientes
alemanes a Moscú, mientras los comunistas antiparlamentarios del KAPD,
quienes, difícilmente puede negarse, pertenecen por derecho a la IC,
han recibido un trato de frialdad: se mantuvo que se habían opuesto a
la Tercera Internacional en todo asunto de importancia, y sólo podrían
ser admitidos sobre condiciones especiales. El Buró Auxiliar de Amsterdam,
que los había aceptado y tratado como iguales, fue cerrado. Lenin les
dijo a los comunistas ingleses no sólo que debían participar en
las elecciones parlamentarias, sino incluso que se uniesen al Partido Laborista,
una organización política consistente en gran medida en dirigentes
sindicalistas reaccionarios y en miembros de la Segunda Internacional. Todas
estas posiciones manifiestan el deseo de los camaradas dirigentes rusos de establecer
contacto con las grandes organizaciones obreras de Europa occidental que todavía
han de tornarse comunistas. Mientras los comunistas radicales buscan llevar
más allá el desarrollo revolucionario de las masas obreras por
medio de una lucha rigurosa y de principios contra todas las tendencias burguesas,
socialpatrióticas y vacilantes y sus representantes, la Dirección
de la Internacional está intentando ganar la adhesión en manada
de estas últimas a Moscú, sin que hayan abandonado primero sus
viejas perspectivas.
La posición antagónica que los bolcheviques, cuyas acciones les
convirtieron en exponentes de tácticas radicales en el pasado, han adoptado
hacia los comunistas radicales de Europa occidental, ha visto la luz claramente
en el folleto recientemente publicado de Lenin «El comunismo 'de izquierda',
una enfermedad Infantil». Su importancia no descansa en su contenido,
sino en la persona del autor, porque los argumentos son escasamente originales
y ya han sido usados por otros en su mayor parte. Lo que es nuevo es que sea
Lenin quien los esté adoptando ahora. La cuestión no es, por consiguiente,
combatirlos --su falacia reside principalmente en la igualación de las
condiciones, los partidos, las organizaciones y la práctica parlamentaria
de Europa occidental con sus contrapartidas rusas-- y oponerles otros argumentos,
sino captar el hecho de su aparición en esta coyuntura como el producto
de políticas específicas.
La base de estas políticas puede identificarse fácilmente en
las necesidades de la república soviética. Los insurrectos reaccionarios
Kolchak y Denikin han destruido los fundamentos de la industria del hierro rusa,
y el esfuerzo de la guerra ha impedido un ascenso fuerte en la producción.
Rusia necesita urgentemente máquinas, locomotoras y herramientas para
la reconstrucción económica, y sólo la industria ilesa
de los países capitalistas puede proporcionárselos. Necesita,
por lo tanto, del comercio pacífico con el resto del mundo, y en particular
con las naciones de la Entente; ellos, a cambio, necesitan materias primas y
comestibles de Rusia para evitar el derrumbe del capitalismo. El paso vago del
desarrollo revolucionario en Europa occidental compele así a la república
soviética a buscar una convivencia, un modus vivendi con el mundo capitalista,
entregar una porción de su riqueza natural como precio, y renunciar al
apoyo directo a la revolución en otros países. En sí mismo
puede no haber objeción a un arreglo de este tipo, que ambos partidos
reconocen ser necesario; pero difícilmente sería sorprendente
que el sentido del constreñimiento y la iniciación de una política
de compromiso con el mundo burgués fuesen fomentar una disposición
mental hacia perspectivas más moderadas. La Tercera Internacional, como
la asociación de los partidos comunistas que preparan en cada país
la revolución proletaria, no está formalmente limitada por las
políticas del gobierno ruso, y se supone que prosigue sus propias tareas
de modo completamente independiente de éste último. En la práctica,
sin embargo, esta separación no existe; así como el PC es la espina
dorsal de la república soviética, el comité ejecutivo está
íntimamente conectado con la presidencia (praesidium) de la república
soviética a través de las personas de sus miembros, formando así
un instrumento por medio del cual esta presidencia interviene en la política
de Europa occidental. Podemos ver ahora por qué las tácticas de
la Tercera Internacional, aprobadas por el Congreso para aplicarlas homogéneamente
a todos los países capitalistas y para ser dirigidas desde el centro,
no están determinadas únicamente por las necesidades de la agitación
comunista en esos países, sino también por las necesidades políticas
de la Rusia soviética.
Es verdad que ahora Inglaterra y Rusia, los poderes mundiales hostiles que
representan respectivamente al capital y al trabajo, necesitan ambos del comercio
pacífico para levantar sus economías. Sin embargo, no son sólo
las necesidades económicas inmediatas lo que determina sus políticas,
sino también el antagonismo económico más profundo entre
la burguesía y el proletariado, la cuestión del futuro, expresada
en el hecho que los grupos capitalistas poderosos, frontalmente hostiles a la
república soviética, están intentando impedir cualquier
compromiso como una cuestión de principios. El gobierno soviético
sabe que no puede confiar en la perspectiva de la necesidad de la paz de Lloyd
George e Inglaterra, los cuales tenían que sobrepesar el poderío
insuperable del Ejército Rojo por una parte, y la presión que
los obreros y soldados ingleses estaban ejerciendo sobre su gobierno por la
otra. El gobierno soviético sabe que ante la amenaza de la Entente el
proletariado es una de sus armas más importantes parar paralizar a los
gobiernos imperialistas y compelerlos a negociar. Debe, en consecuencia, hacer
este arma tan poderosa como sea posible. Lo que esto requiere no es un partido
comunista radical que prepare una revolución de arriba a abajo para el
futuro, sino una gran fuerza proletaria organizada que tome partido por Rusia
y obligue a su propio gobierno a que le preste atención. El gobierno
soviético necesita a las masas ahora, aún si no son plenamente
comunistas. Si puede ganarlas para sí, su adherencia a Moscú sería
una señal para el capital mundial de que la guerra de aniquilación
contra Rusia ya no es posible, y que no hay por consiguiente alternativa a la
paz y a las relaciones comerciales.
Moscú debe, por lo tanto, presionar por tácticas comunistas
en Europa occidental que no choquen agudamente con las perspectivas y métodos
tradicionales de las grandes organizaciones obreras, cuya influencia es decisiva.
De modo similar, tuvieron que hacerse esfuerzos para reemplazar el régimen
de Ebert en Alemania con uno orientado hacia el Este, dado que había
mostrado ser un instrumento de la Entente contra Rusia; y cuando el PC era él
mismo demasiado débil, sólo los Independientes podían servir
a este propósito. Una revolución en Alemania fortalecería
enormemente la posición de la Rusia soviética frente a la Entente.
El desarrollo de tal revolución, sin embargo, podría ser finalmente
muy incómodo hasta donde concierne a la política de paz y compromismos
con la Entente, pues una revolución proletaria radical desgarraría
el Tratado de Versalles y renovaría la guerra --los comunistas de Hamburgo
querían hacer actividades preparativas por adelantado para esta guerra--.
Rusia habría entonces sido arrastrada a esta guerra, y aunque se fortalecería
externamente en el proceso, la reconstrucción económica y la abolición
de la pobreza serían postergadas para aún más adelante.
Estas consecuencias podrían evitarse si la revolución alemana
pudiera mantenerse circunscrita de tal modo que, aunque la fuerza de los gobiernos
obreros aliados contra el capital de la Entente aumentase en gran medida, los
últimos no se colocasen en posición de tener que ir a la guerra.
Esto exigiría no las tácticas radicales del KAPD, sino el gobierno
de los Independientes, el KPD y los sindicatos bajo la forma de una organización
de consejos sobre el modelo ruso.
Esta política tiene perspectivas más allá de afianzar simplemente
una posición más favorable para las negociaciones actuales con
la Entente: su meta es la revolución mundial. No obstante, está
claro que una concepción particular de la revolución mundial debe
estar implícita en el carácter particular de éstas políticas.
La revolución que está ahora avanzando a través del mundo,
y qué en breve dará alcance a Europa Central y luego a Europa
occidental, está impulsada por el derrumbe económico del capitalimo;
si el capital es incapaz de llevar a cabo una elevación en la producción,
las masas estarán obligadas a girar hacia la revolución como la
única alternativa bajo la que ir sin disputa. Pero aunque compelidas
a girar a la revolución, las masas están en su conjunto todavía
en un estado de servidumbre mental a las viejas perspectivas, las viejas organizaciones
y dirigentes, y son éstos últimos quienes obtendrán el
poder en primera instancia. Debe hacerse, por lo tanto, una distinción
entre la revolución externa que destruye la hegemonía de la burguesía
y hace imposible el capitalismo, y la revolución comunista, un proceso
más largo que revoluciona internamente a las masas, y en el cual la clase
obrera, emancipándose de todas sus ataduras, toma en sus manos firmemente
la construcción del comunismo. Es la tarea del comunismo identificar
las fuerzas y tendencias que detendrán la revolución a medio camino,
para mostrar a las masas el camino de avance y, mediante la lucha más
encarnizada por las metas más distantes, por el poder total, contra estas
tendencias, despertar en el proletariado la capacidad de impulsar la revolución
hacia delante. Esto sólo puede hacerse, incluso ahora, luchando contra
las tendencias de dirección inhibidoras y contra el poder de sus dirigentes.
El oportunismo busca aliarse con los dirigentes y tomar parte en una nueva hegemonía,
y se comprometerá con ellos creyendo que puede inclinarlos hacia la via
del comunismo. Postulando que ésta sea la táctica oficial del
comunismo, la Tercera Internacional está poniendo el sello de «revolución
comunista» a la apropiación del poder por parte de las viejas organizaciones
y sus dirigentes, consolidando la hegemonía de estos dirigentes y obstruyendo
el progreso ulterior de la revolución.
Desde el punto de vista de salvaguardar la Rusia soviética, no puede
haber objeción a esta concepción del objetivo de la revolución
mundial. Si un sistema político similar al de Rusia existiera en otros
países de Europa --el mando de la burocracia obrera basada en un sistema
de consejos-- el poder del imperialismo mundial se rompería y contendría,
al menos en Europa. La construcción económica hacia el comunismo
podría, luego, proseguir sin miedo a guerras de intervención reaccionarias,
en una Rusia rodeada por amistosas repúblicas obreras. Es, por consiguiente,
comprensible, que lo que nosotros consideramos una forma temporal, inadecuada,
de transición, que ha de ser combatida con todas nuestras fuerzas, sea
para Moscú el logro de la revolución proletaria, la meta de la
política comunista.
Esto nos conduce a las consideraciones críticas que han de elevarse contra
estas políticas desde el punto de vista del comunismo. Éstas se
refieren, primeramente, a su efecto ideológico recíproco sobre
la misma Rusia. Si el estrato en el poder en Rusia confraterniza con la burocracia
obrera de Europa occidental y adopta las actitudes de ésta última,
corrompida como está por su posición, su antagonismo hacia las
masas y su adaptación al mundo burgués, entonces el impulso que
debe llevar a Rusia más allá en el camino del comunismo es susceptible
de disiparse; si se basa en el campesinado poseedor de tierras por encima de
y contra los obreros, no puede excluirse una desviación del desarrollo
hacia formas agrarias burguesas, y esto llevaría al estancamiento de
la revolución mundial. Hay la consideración ulterior de que el
sistema político que surgió en Rusia como una forma de transición
conveniente de cara a la realización del comunismo --y qué sólo
podría osificarse en una burocracia bajo condiciones particulares-- habría
representado desde sus comienzos un impedimento reaccionario a la revolución
en Europa occidental. Nosotros ya hemos señalado que un «gobierno
obrero» de este tipo no sería capaz de desencadenar las fuerzas
de la reconstrucción comunista; y dado que tras esta revolución
las masas burguesas y pequeñoburguesas, junto con el campesinado, representarían
todavía, a diferencia del caso de Rusia después de la revolución
de octubre, una fuerza tremenda, el fracaso de la reconstrucción devolvería
con demasiada fácilidad a la reacción el asiento del poder y las
masas proletarias tendrían que renovar sus empeños para abolir
el sistema.
Es incluso algo dudoso si esta política de revolución mundial
atenuada puede lograr su objetivo, en lugar de reforzar a la burguesía
como cualquier otra política de oportunismo. Para la oposición
más radical, el camino de avance no consiste en formar una alianza previa
con los moderados con vistas a compartir el poder, en lugar de dar empuje a
la revolución por medio de una lucha intransigente; esto debilita tanto
la fuerza de lucha global de las masas que el derrocamiento del sistema establecido
se retrasa y se hace más duro y difícil.
Las fuerzas reales de la revolución están en otra parte, que no
en las tácticas de los partidos y las políticas de los gobiernos.
Durante todas las negociaciones no puede haber paz real entre el mundo del imperialismo
y el del comunismo: mientras Krassin estaba negociando en Londres, los Ejércitos
Rojos estaban quebrando el poderío de Polonia y alcanzando las fronteras
de Alemania y Hungría. Esto ha traído la guerra a Europa Central;
y las contradicciones de clase que habían alcanzado aquí un nivel
intolerable, el total derrumbe económico interior que hace la revolución
inevitable, la miseria de las masas, la furia de la reacción armada,
harán todas ellas que la guerra civil se encienda en estos países.
Pero cuando las masas estén en movimiento aquí, su revolución
no se dejará canalizar dentro de los límites que le prescribe
la política oportunista de dirigentes experimentados; debe ser más
radical y más profunda que en Rusia, porque la resistencia a superarse
es mucho mayor. Las decisiones del congreso de Moscú son de menor importancia
que las fuerzas salvajes, caóticas, elementales, que brotarán
de los corazones de tres pueblos asolados y que proporcionarán un nuevo
ímpetu a la revolución mundial.
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