Textos de Anton Pannekoek

El marxismo como hecho

Publicado originalmente en la revista Lichtstrahlen en 1915.
Este texto está basado en la traducción del original alemán publicada por la editorial Zero-ZYX en 1978, e incluido en la compilación "Anton Pannekoek. Una nueva forma de marxismo" (Neubestimmung des marxismus, 1974). Se han realizado correcciones menores donde se creyó conveniente por razones de estilo e inteligibilidad. No obstante, si bien podemos asegurar la congruencia de nuestras modificaciones, no podemos garantizar en absoluto la coherencia de la traducción publicada por Zero-ZYX con el original respecto a muchos matices que pueden ser importantes para un estudio pormenorizado.

«Hasta ahora, los filósofos han interpretado el mundo de diversas maneras;
de lo que ahora se trata es de transformarlo.»
(K. Marx, Tesis sobre Feuerbach).

Las teorías científicas no salen de los pensamientos puros y desapasionados de las cabezas de los hombres. Esas teorías sirven a la praxis, y están determinadas a esclarecer el camino de los hombres en sus tareas vitales prácticas. Incluso, surgen por necesidades prácticas, y cambian su configuración si el ambiente, la sociedad o la necesidad cambian. Por esta razón, la misma doctrina puede colorearse de tonos completamente diferentes con el transcurso del tiempo. ¡Qué gran diferencia existe entre el cristianismo de los primeros siglos, de la Edad Media, de las distintas iglesias protestantes de la época de la Reforma, y de la burguesía librepensadora del siglo XIX!

Con el marxismo pasa lo mismo. Pese a ser una clara teoría científica, sin embargo ha tomado diversas apariencias, según las necesidades de la época.

El marxismo era la teoría del final del capitalismo. Marx, como escribió en 1847 en el Manifiesto Comunista, gritaba a los proletarios de todo el mundo capitalista: «¡Proletarios de todos los países, uníos!». E hizo algo más que llamar a la unidad, cosa que ya habían hecho otros muchos para muy diversos fines. Proporcionó además a los proletarios una teoría que les mostraba su meta, que les explicaba la sociedad y que les daba la seguridad de su éxito. Ésta era el materialismo histórico.

El materialismo histórico analiza la actuación de los hombres en la historia a partir de sus relaciones materiales, sobre todo las económicas. Dado que los hombres no actúan inconscientemente, sino por medio de pensamientos, ideas y metas, siempre presentes en sus acciones, esto quiere decir que tales pensamientos, ideas y metas no surgen por sí mismas de una manera casual, sino que son un efecto de sus mismas relaciones y necesidades sociales. Si una transformación económica es precisa, si las viejas condiciones están sobrepasadas, todo ello genera siempre en las cabezas de los hombres la conciencia de la imposibilidad de la permanencia de lo anterior y la voluntad de hacerlo cambiar; esta voluntad se abre irresistiblemente camino a través de la actuación y determina la praxis. Por todo ello, el proletariado no solamente necesita realizar un orden mejor; el materialismo histórico da al proletariado la seguridad de que tal orden llegará, de forma que el desarrollo de la economía contribuye y posibilita su logro. De este modo, el socialismo deja de ser una utopía para pasar a ser una ciencia.

Algunos contradictores, que no comprendieron esta doctrina porque negaba de una manera demasiado fuerte sus opiniones altamente rígidas, la tacharon de fatalista y dijeron que rebajaba a los hombres al nivel de una marioneta sin voluntad. No tenían razón, como se ha visto anteriormente. Pero el hecho de que hubieran caído en ese error fue, sin embargo, también parcialmente una consecuencia del clima especial que tuvo el marxismo en esta época pasada. El marxismo tiene dos partes: el hombre es un producto de las circunstancias, pero a su vez el hombre modifica las circunstancias. El hombre es sólo agente de las necesidades económicas; pero estas necesidades sólo pueden modificarse gracias a su acción. Ambas partes son igualmente correctas e importantes, y juntas forman una teoría completa. Pero según las circunstancias hay que resaltar más o menos una u otra parte.

En la época de duras persecuciones que siguió a 1878, cuando todo parecía sin esperanza, cuando tantos líderes renunciaron o fueron infieles a sus banderas, cuando las filas de los luchadores se vieron severamente quebrantadas, cuando a los que quedaron en pie se les tambaleaba el ánimo, entonces el marxismo no les hubiera dado la confianza, ni la seguridad del triunfo, ni la convicción necesaria, si hubiera hecho hincapié en que la fuerza humana a la larga habría de perecer ante el poder de la fatalidad económica. En los años siguientes hubo de hacerse mucho énfasis en que solamente serían posibles grandes cambios políticos en la medida en que la evolución económica hubiese florecido lo suficiente. El dejar madurar las cosas debía entonces ser la solución teórica, y por eso el marxismo adoptó la forma del parlamentarismo, frente al anarquismo. El marxismo sirvió, de este modo, como una teoría de la completa dependencia del hombre con respecto a las relaciones económicas durante los años de su debilidad numérica, dando a los socialistas una guía segura para su táctica.

Por ello, el materialismo histórico hubo de tomar necesariamente un acento fuertemente fatalista, y esto se ve claro en el espíritu de los dirigentes y teóricos de aquella época. Esperar, realizar mientras tanto propaganda, organizar a las masas proletarias crecientes, dado que las circunstancias lo exigían, fue la táctica. Y los trabajos teóricos de aquella época, sobre todo los de Kautsky, nos muestran con toda claridad en la historia el poder predominante que se concedía a las relaciones económicas.

Todo esto fue realizado conscientemente en los últimos años, incluso cuando las circunstancias económicas fueron favorables a una insurgencia más fuerte de las clases trabajadoras. Esto suena a contradictorio, pero se comprende fácilmente. Cuando se hizo políticamente necesario llegar a nuevos métodos tácticos, lograr una acción enérgica en favor de importantes derechos fundamentales; cuando se acercaban grandes peligros traídos por el imperialismo y las masas lucharon por el derecho electoral; cuando todo esto ocurría, los círculos dirigentes del Partido se dieron cuenta cada vez más del peligro con que esta nueva táctica -que sería fuertemente confrontada por las fuerzas dominantes- amenazaba su tranquila actividad habitual. Entonces dieron marcha atrás, hicieron retroceder a las masas y se opusieron a que se siguiese dando pasos hacia adelante. Kautsky representaba la teoría de que era antimarxista incitar al proletariado a una tal actividad, que sólo los anarquistas y sindicalistas le incitan en tal sentido, que el verdadero marxista debería saber que las circunstancias han de madurar por sí mismas sin forzarlas. Y así, mientras la gran mayoría de la burocracia del Partido paralizaba cualquier corriente viva, y la táctica del partido era esclerotizadora, se defendía en las plumas de sus teóricos la doctrina del marxismo universalmente revolucionario como un fatalismo estéril. ¿Para qué acciones, que entrañaban tantos peligros, si la misma evolución económica ha de impulsarnos hacia adelante sin peligro y de manera fatal, si nuestro poder crecerá continuamente y finalmente caerá en nuestro regazo como una fruta madura?

Los trabajadores que aceptaron este marxismo no han hecho, hasta el presente, nada en contra de tales teorías. Los enemigos de la socialdemocracia no fueron tan fatalistas como para dejar que las cosas madurasen por sí mismas, hasta que la evolución económica de Alemania alcanzase por sí misma el lugar deseado en el mundo. Sabían que había que luchar por ello, que sin lucha no se puede ganar nada, y durante muchos años se ocuparon de esta lucha de la forma más seria. El proletariado se dejó dirigir, se dejó engañar por el estruendoso ruido artificial de la gran victoria electoral, y siguió su curso.

Pero ahora ha llegado el tiempo de resaltar la otra parte del marxismo hasta ahora desconsiderada; ahora, cuando el movimiento obrero ha de orientarse de nuevo, a fin de superar la estrechez de miras y la pasividad de la vieja época, si quiere superar la crisis. Los hombres deben hacer por sí mismos la historia, sin que se la hagan. Ciertamente no pueden construir sin contar con las circunstancias, pero construyen. El hombre mismo es el elemento capaz de configurar activamente la historia. Efectivamente, la economía ha de condicionarle, pero él debe actuar. Sin su actuación, nada ocurre; y actuar en el sentido de la formación de la sociedad es algo distinto y mucho mayor que depositar cada cinco años un voto en una urna electoral. Con tanta facilidad no se construye ningún mundo nuevo. El espíritu humano no es tan sólo el producto de las relaciones económicas, sino también la causa del cambio de estas relaciones. Los grandes cambios del modo de producción (como por ejemplo, el paso del feudalismo al capitalismo y de éste al socialismo) solamente se realizan cuando las nuevas necesidades influyen en el espíritu del hombre, y le llevan a una determinada forma de querer actuar; cuando esta voluntad de actuar se hace efectiva el hombre cambia la sociedad, a fin de que ésta corresponda a las nuevas necesidades. El marxismo nos ha enseñado cómo nuestros antepasados, al cambiar su mundo, fueron impulsados por fuerzas sociales; ahora nos enseña que los hombres actuales, impulsados por la necesidad económica, han de poner manos a la obra si quieren cambiar el mundo.

Traducido y publicado digitalmente por el
Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques


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