Anton PANNEKOEK
Los Consejos Obreros

Índice

3. La organización de las fábricas

La idea de la propiedad común de los medios de producción está entonces comenzando a penetrar en el espíritu de los trabajadores. Una vez que perciban que el nuevo orden, su propio dominio sobre el trabajo, es una cuestión de necesidad y de justicia, todos sus pensamientos y todas sus acciones se consagrarán a su realización. Saben que no se lo pueqe lograr enseguida; será inevitable pasar por un largo período de lucha. Para quebrar la empecinada resistencia de las clases dominantes los trabajadores tendrán que aplicar sus máximas fuerzas. Deben desarrollar todos los poderes de espíritu y carácter, de organización y conocimiento, que sean capaces de reunir, y ante todo deben tener en claro ellos mismos cuál es el fin que persiguen y qué significa este nuevo orden.

El hombre, cuando tiene que hacer un trabajo, primero lo concibe en su mente como un plan, como un designio más o menos consciente. Esto distingue las acciones del hombres de las acciones instintivas de los animales. Esto también vale en principio, respecto de las luchas comunes, de las acciones revolucionarias de las clases sociales. No enteramente, sin duda; hay una gran cantidad de impulsos espontáneos no premeditados en sus estallidos de apasionada revuelta. Los trabajadores en lucha no son un ejército conducido según un plan netamente concebido de acción por un equipo de líderes capaces. Son una masa de personas que surgen gradualmente de la sumisión y de la ignorancia y llegan poco a poco a cobrar conciencia de su explotación, impulsados una y otra vez a luchar en pos de mejores condiciones de vida, y que desarrollan gradualmente su capacidad. Surgen en sus corazones nuevos sentimientos, nuevos pensamientos en su cabeza acerca de la manera en que podría y debería estructurarse el mundo. Nuevos deseos, nuevos ideales, nuevos propósitos llenan su mente y dirigen su voluntad y acción. Sus propósitos toman gradualmente una forma más concisa. Al comienzo sólo se trata de la simple lucha por mejores condiciones de trabajo, pero luego los propósitos se van transformando en la idea de que es necesario reorganizar fundamentalmente la sociedad. Hace ya varias generaciones que el ideal de un mundo sin explotación y sin opresión se ha posesionado de la mente de los trabajadores. En la actualidad la concepción de que los trabajadores dominen los medios de producción y dirijan por sí mismos su trabajo, surge en forma cada vez más intensa en su espíritu.

A esta nueVa organización del trabajo debemos dedicar nuestra investigación y esclarecimiento para nosotros mismos y para los demás, consagrándole las mejores capacidades de nuestra mente. No podemos idearla como una fantasía; la derivamos de las reales condiciones y necesidades del trabajo actual y de los obreros actuales. No podemos, por supuesto, describirla en detalle; no conocemos las futuras condiciones que determinarán sus formas precisas. Estas formas se configurarán en la mente de los trabajadores cuando éstos enfrenten la tarea. Debemos contentamos por ahora con rastrear sólo los lineamientos generales, las ideas conductoras que dirigirán las acciones de la clase trabajadora. Serán como estrellas guía que en todas las vicisitudes de la victoria y la adversidad en la lucha, del éxito y el fracaso en la organización orientarán permanentemente la vista hacia la gran meta. Hay que dilucidarlas no con descripciones minuciosas en detalle, sino sobre todo comparando los principios del nuevo mundo con las formas conocidas de las organizaciones existentes.

Cuando los obreros se apoderen de las fábricas para organizar el trabajo surgirá ante ellos una inmensidad de problemas nuevos y difíciles. Pero también dispondrán de una inmensidad de nuevos poderes. Un nuevo sistema de producción nunca es una estructura artificial que se implante a voluntad. Surge como un proceso irresistible de la naturaleza, como una convulsión que conmueve a la sociedad en sus más profundas entrañas, evocando las fuerzas y pasiones más poderosas del hombre. Es el resultado de una lucha de clases tenaz y probablemente larga. Las fuerzas requeridas para la construcción sólo pueden desarrollarse y crecer plenamente en esta lucha.

¿Cuáles son los fundamentos de la nueva sociedad? Son las fuerzas sociales de la camaradería y la solidaridad, de la disciplina y el entusiasmo, las fuerzas morales del sacrificio de sí mismo y la devoción a la comunidad, las fuerzas espirituales del conocimiento, del valor y la perseverancia, la firme organización que liga a todas estas fuerzas en una unidad de propósitos, y todo el conjunto es el resultado de la lucha de clases. No se las puede preparar deliberadamente de antemano. Sus primeros rastros surgen en forma espontánea en los trabajadores a raíz de su situación de explotación común; y luego crecen incesantemente a través de las necesidades de la lucha, bajo la influencia de la experiencia y de la inducción e instrucción mutuas. Deben crecer porque su plenitud trae la victoria y su deficiencia la derrota. Pero aun después de un éxito en la lucha, los intentos de nueva construcción fracasarán en la medida en que las fuerzas sociales sean insuficientes y en que los nuevos principios no ocupen enteramente el corazón y la mente de los trabajadores. Y en este caso, puesto que la humanidad debe vivir, puesto que la producción debe proseguir, otros poderes, poderes de coerción, fuerzas dominantes y represoras, tomarán en sus manos la producción. Así, la lucha tendrá que recomenzarse hasta que las fuerzas sociales de la clase trabajadora hayan alcanzado la altura suficiente como para ser capaces de convertirse en dueñas de la sociedad y gobernarse a sí mismas.

La gran tarea de los trabajadores consiste en la organización de la producción sobre una nueva base. Tiene que comenzar con la organización dentro de la fábrica. El capitalismo también tenía una organización fabril cuidadosamente planeada; pero los principios de la nueva organización son totalmente distintos. La base técnica es la misma en ambos casos; es la disciplina de trabajo impuesta por la marcha regular de las máquinas. Pero la base social, las relaciones mutuas entre los hombres, son el opuesto exacto de lo que fueron. La colaboración de compañeros en un nivel de igualdad reemplaza al mando de los patrones y a la obediencia de los seguidores. El sentimiento del deber, la devoción a la comunidad, el elogio o reproche de los camaradas según los esfuerzos y logros, toman como incentivo el lugar que ocupan el temor del hambre y el perpetuo riesgo de perder el trabajo. En lugar de ser utensilios pasivos y víctimas del capital, los trabajadores se transforman en dueños y organizadores de la producción confiados en sí mismos, exaltados por el orgulloso sentimiento de estar cooperando activamente para que surja una nueva humanidad.

El cuerpo dominante en esta organización fabril es todo el conjunto de los trabajadores que colaboran en ella. Se reúnen para discutir los asuntos y en esas reuniones toman sus decisiones. Todos los que toman parte en el trabajo participan entonces en la regulación de las tareas comunes. Todo esto es evidente por sí mismo y normal, y el método parece ser idéntico al que se siguió cuando bajo el capitalismo grupos o sindicatos de trabajadores tenían que decidir por votación acerca de los asuntos comunes. Pero existen diferencias esenciales. En los sindicatos había virtualmente una división de tareas entre los funcionarios y los miembros; los funcionarios preparaban e ideaban las propuestas y los miembros votaban. Con el cuerpo fatigado y la mente agotada los trabajadores tenían que dejar a otros la concepción de las ideas; sólo en parte o en apariencia manejaban sus propios asuntos. Sin embargo, en el manejo común de los talleres, los operarios tienen que hacerlo todo por sí mismos, la concepción, la ideación y también la decisión. La devoción y la emulación desempeñan no sólo su papel en la tarea laboral de cada uno, sino que son aún más esenciales en la tarea común de regular el conjunto. En primer lugar, porque ésta es la causa común más importante, que ellos no pueden dejar a otros. En segundo lugar, porque trata de las relaciones mutuas que se establecen en su propio trabajo, tema en el cual todos están interesados y tienen competencia, y que por lo tanto exige profundas consideraciones por parte de ellos y una discusión exhaustiva para esclarecerlo. Así, no es sólo el esfuerzo corporal, sino aún más el esfuerzo mental que cada uno aporta al participar en la regulación general, lo que constituye el objeto de competencia y apreciación. Además, la discusión debe asumir un carácter distinto del que tiene en las sociedades y sindicatos bajo el capitalismo, donde hay siempre diferencias de interés personal. En este último caso, cada uno se preocupa, en su más profunda conciencia, de su propia salvaguardia, y las discusiones tienen que ajustar y suavizar estas diferencias en la acción común. En cambio, en la nueva comunidad laboral todos los intereses son esencialmente los mismos y todos los pensamientos se dirigen al propósito común de la organización cooperativa eficaz.

En las grandes fábricas y plantas los trabajadores son demasiado numerosos como para reunirlos en una sola asamblea, y su concurrencia simuitánea no permitiría una discusión real y exhaustiva. En este caso las decisiones sólo pueden tomarse en dos pasos, mediante la acción combinada de asambleas de las distintas secciones de la planta, y asambleas de comités centrales de delegados. Las funciones y la práctica de estos comités no pueden establecerse con exactitud por adelantado; son enteramente nuevos y constituyen una parte esencial de la nueva estructura económica. Cuando enfrenten las necesidades prácticas, los trabajadores desarrollarán la estructura práctica. Sin embargo, parte de su carácter puede derivarse, en líneas generales, comparándolos con los cuerpos y organizaciones que conocemos.

En el viejo mundo capitalista los comités centrales de delegados son una institución bien conocida. Los tenemos en los parlamentos, en toda clase de cuerpos políticos, y en las juntas directivas de las sociedades y de los sindicatos. Están investidos de autoridad sobre sus electores, o incluso los gobiernan como dueños suyos. Con tales características, están de acuerdo con un sistema social en que hay una masa trabajadora de personas explotadas y mandadas por una minoría dirigente. Ahora, sin embargo, la tarea consiste en construir una forma de organización para un cuerpo de libres productores que colaboran entre sí y controlan real y mentalmente su acción productiva común, regulándola como iguales según su propia voluntad; en una palabra, un sistema social totalmente distinto. También en el mundo viejo tenemos consejos sindicales que administran los asuntos corrientes después que los miembros, reunidos a grandes intervalos, fijan la política general. Estos consejos tienen por misión tratar bagatelas cotidianas, no cuestiones vitales. Ahora, sin embargo, se trata de la base y esencia de la vida misma, del trabajo productivo, que ocupan y han ocupado continuamente la mente de todos como uno de los máximos objetivos de sus pensamientos.

Las nuevas condiciones de trabajo hacen que estos comités de fábrica sean algo totalmente diferente de cualquier otra cosa que conozcamos en el mundo capitalista. Son cuerpos centrales pero no gobernantes, y no hay ninguna junta de gobierno. Los delegados que los constituyen fueron enviados por asambleas seccionales con instrucciones especiales; vuelven a estas asambleas a informar acerca de la discusión y de su resultado, y después de una mayor deliberación los mismos delegados, u otros, pueden retornar a la instancia superior con nuevas instrucciones. De tal manera actúan como vínculos entre el personal de las distintas secciones. Tampoco hay cuerpos de comités de fábrica formados por expertos que provean las reglamentaciones directivas para la multitud no experta. Por supuesto, serán necesarios los expertos individualmente o en cuerpos, para que se ocupen de problemas especiales, de carácter técnico y científico. Sin embargo, los comités de fábrica tienen que encargarse de los trámites cotidianos, las relaciones mutuas, la reglamentación del trabajo, en que todo el mundo es experto, y, al mismo tiempo, parte interesada. Entre otras cosas, les corresponde poner en práctica lo que sugieren los expertos especializados. Tampoco son los comités de fábrica los cuerpos responsables por el buen manejo del conjunto, pues de ese modo todos los miembros podrían derivar su parte de responsabilidad y descargarla en una colectividad impersonal. Por el contrario, como este manejo incumbe a todos en común, pueden consignarse a determinadas personas tareas especiales a cumplir con su entera capacidad, con plena responsabilidad, en tanto cosechan los honores de lo que logren realizar.

Todos los miembros del personal, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que toman parte en el trabajo como compañeros en un pie de igualdad, participan también en esta organización de fábrica, tanto en el trabajo real como en la regulación general. Por supuesto, habrá mucha diferencia en lo que respecta a las tareas personales, más fáciles o difíciles de acuerdo con la fuerza y capacidades, de carácter distinto según la inclinación y las especiales habilidades de cada uno. Y, por supuesto, las diferencias en lo que respecta a perspicacia en general servirán de base para dar preponderancia al consejo de los más inteligentes. Al comienzo, cuando haya, como herencia del capitalismo, grandes diferencias de educación y formación, la falta de buenos conocimientos técnicos y generales de las masas se sentirá como una grave deficiencia. Entonces el pequeño número de técnicos y científicos profesionales muy entrenados deben actuar como líderes técnicos, sin adquirir por ello una posición de mando o liderazgo social, sin obtener privilegios que no sean la estimación de sus compañeros y la autoridad moral que siempre se atribuyen a la capacidad y el conocimiento.

La organización de una fábrica es el ordenamiento consciente y la vinculación de todos los procedimientos separados para formar un conjunto. Todas estas interconexiones de operaciones mutuamente adaptadas pueden representarse en un esquema bien ordenado, una imagen mental del proceso real. Tal imagen estuvo presente en la primera planificación y en los mejoramientos y ampliaciones posteriores; también debe estar presente en la mente de todos los operarios que colaboran entre sí y deben familiarizarse cabalmente con lo que constituye un asunto de interés común. Tal como un mapa o un gráfico fijan o muestran en una imagen clara e inteligible para todos las conexiones que existen en una totalidad complicada, también en este caso el estado de la empresa total en cada momento, en todos sus desarrollos, debe hacerse visible mediante representaciones adecuadas. En forma numérica esto se hace mediante las anotaciones contables. La contabilidad registra y fija todo lo que ocurre en el proceso, de producción: qué materias primas entran a la fábrica, qué máquinas se adquieren, qué productos rinden, cuánto trabajo se aplica a los productos, cuántas horas trabaja cada operario, qué producto resulta. La contabilidad sigue y describe el flujo de los materiales a través del proceso de producción. Permite comparar continuamente, en informes globales, los resultados con las estimaciones previas realizadas durante la planificación. Así, la producción de la fábrica se transforma en un proceso mentalmente controlado.

El manejo capitalista de las empresas conoce también el control mental de la producción. También en este caso los procedimientos se representan mediante cálculos y procedimientos contables. Pero hay esta diferencia fundamental: el cálculo capitalista se adapta enteramente al punto de vista de la producción de ganancia. Maneja los precios y costos como datos fundamentales; el trabajo y los salarios son sólo factores en el cálculo de la ganancia resultante en el balance anual. En el nuevo sistema de producción, en cambio, las horas de trabajo constituyen el dato fundamental, sea que aún se las exprese, al comienzo, en unidades monetarias, o en su verdadera forma. En la producción capitalista, el cálculo y la contabilidad es un secreto de la dirección, de la oficina. No interesa a los trabajadores; éstos son los objetos de la explotación, son sólo factores en el cálculo del costo y el producto, accesorios que se agregan a las máquinas. En la producción bajo propiedad común, la contabilidad es cosa pública; está expuesta a la vista de todos. Los trabajadores tienen siempre una visión completa del curso que sigue todo el proceso. Sólo de esta manera están en condiciones de discutir diversas cuestiones en las asambleas seccionales y en los comités de fábrica, y de decidir sobre lo que hay que hacer. Además, los resultados numéricos se hacen visibles mediante tablas, estadísticas, gráficos y cuadros que despliegan la situación ante la vista. Esta información no se limita al personal de la fábrica; es una cuestión pública, abierta a toda la gente ajena. Cada fábrica es sólo un miembro en la producción social, y también la conexión de sus acciones con el trabajo exterior se expresa en la contabilidad. Así, el conocimiento pormenorizado de la producción que se está procesando en cada empresa es materia de conocimiento común para todos los productores.

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