Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana

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[La crisis del capitalismo y las perspectivas revolucionarias]

Recurrir al Estado y a su intervención consciente en la economía y prestar atención a la dinámica del sistema hizo disminuir la aguda oposición entre las ideologías del laissez-faire y de la economía planificada. Este fenómeno era paralelo a una convergencia visible de los dos sistemas, en la que cada uno influía sobre el otro, en un proceso quizás destinado a combinar los elementos favorables de ambos en una síntesis futura capaz de superar las dificultades de la producción capitalista. De hecho, el prolongado auge económico tras la II Guerra Mundial pareció materializar estas expectativas. Sin embargo, a pesar de la continua disponibilidad de intervenciones estatales, a la expansión capitalista sucedió una nueva crisis, igual que en el pasado. La "sintonización precisa" de la economía y el "tira y afloja" (trade-off) entre inflación y desempleo no fueron capaces de prevenir un nuevo declive económico. La crisis y los medios diseñados para enfrentarla han resultado ser igualmente perjudiciales para el capital. La crisis actual se acompaña así de la bancarrota del neokeynesianismo, igual que la gran depresión marcó el fin de la teoría neoclásica.

La crisis actual ha puesto de manifiesto como nunca los aspectos contradictorios de la teoría económica burguesa. Por otra parte, el empobrecimiento duradero de la "teoría económica" mediante su formalización cada vez mayor ya había sembrado la duda en muchos economistas académicos. El cuestionamiento actual de casi todos los supuestos de la teoría neoclásica y de sus herederos keynesianos ha llevado a algunos economistas —representados notablemente por los llamados neorricardianos— a un retorno poco entusiasta a la economía clásica. Al mismo Marx se le considera un economista ricardiano y como tal encuentra cada vez más favor en el intento de los economistas burgueses de integrar su "obra precursora" en su propia especialidad, la ciencia económica.

Sin embargo, el marxismo no significa ni más ni menos que la destrucción del capitalismo. Incluso como disciplina científica, no ofrece nada a la burguesía. Y, a pesar de todo, como alternativa frente a la desacreditada teoría social burguesa puede servir a ésta proporcionándole algunas ideas útiles para su rejuvenecimiento. Al fin y al cabo, se aprende del adversario. Además, en su forma aparentemente "realizada" de los "países socialistas", el marxismo apunta soluciones prácticas que podrían ser también útiles en las economías mixtas, por ejemplo, un incremento aún mayor de las regulaciones estatales estabilizadoras. Las políticas de rentas y salarios, por ejemplo, se acercan bastante a las medidas similares de los sistemas de economía de control central. Por último, en vista de la ausencia de movimientos revolucionarios, la investigación marxiana de tipo académico no ofrece ningún riesgo, en la medida que queda restringida al mundo de las ideas. Quizá parezca extraño, pero es la falta de ese tipo de movimientos en un periodo de turbulencia social lo que convierte al marxismo en una mercancía con la que puede comerciarse y en un fenómeno cultural que muestra la tolerancia y la imparcialidad democrática de la sociedad burguesa.

No obstante, la súbita popularidad de la teoría de Marx refleja la crisis del capitalismo que es ideológica además de económica. En ese sentido, afecta sobre todo a los responsables de fabricar y distribuir las ideologías, o sea, a los intelectuales de clase media especializados en teoría social. Su clase en conjunto puede sentirse en peligro por el curso del desarrollo capitalista, con su decadencia social visible, y así buscan sinceramente alternativas a los dilemas sociales que también les afectan. Podrían actuar así por motivos que aun siendo oportunistas están necesariamente ligados a una actitud crítica hacia el sistema existente. En ese sentido, el "renacimiento marxiano" actual podría ser preludio de un retorno del marxismo como movimiento social de importancia teórica y práctica.

Sin embargo, por el momento hay pocas pruebas de una reacción revolucionaria a la crisis capitalista. Si diferenciamos la "izquierda objetiva" en la sociedad, es decir, el proletariado como tal, y la izquierda organizada, que no es estrictamente proletaria, solamente en Francia y en Italia puede hablarse de fuerzas organizadas que podrían desafiar el dominio capitalista, suponiendo que tuvieran tales intenciones. Pero los partidos comunistas y los sindicatos de esos países se transformaron desde hace mucho en partidos puramente reformistas, confortablemente instalados en el sistema capitalista y dispuestos a defenderlo. Que tengan gran audiencia en la clase obrera indica también la falta de disposición o interés en el derrocamiento del sistema capitalista de los mismos trabajadores y, claro está, su deseo inmediato de encontrar acomodo en él. Sus ilusiones concernientes al carácter reformable del capitalismo apoyan el oportunismo político de los partidos comunistas.

Con la ayuda del autocontradictorio término de "eurocomunismo", estos partidos intentan diferenciar sus actitudes actuales de las viejas políticas, es decir, dejar claro que su objetivo tradicional —el capitalismo de Estado—, aunque olvidado hace mucho, ha sido definitivamente abandonado en favor de la economía mixta y la democracia burguesa. Ésta es la contrapartida natural a la integración de los "países socialistas" en el mercado capitalista mundial. También es un punto de partida para asumir mayores responsabilidades en los países capitalistas y en sus gobiernos, y una promesa de no alterar el grado limitado de cooperación alcanzado por las potencias europeas. Ello no implica una ruptura completa con la parte del mundo donde impera el capitalismo de Estado, sino el reconocimiento de que esta parte tampoco está actualmente interesada en la extensión del capitalismo de Estado por medios revolucionarios, sino en su propia seguridad en un mundo cada vez más inestable.

En el momento actual del desarrollo del capitalismo la posibilidad de revoluciones socialistas es más que dudosa, pero todas las actividades obreras en defensa de los intereses de clase propios de los trabajadores llevan consigo un carácter potencialmente revolucionario. En periodos de estabilidad económica relativa la lucha de los trabajadores acelera por sí misma la acumulación del capital al forzar a la burguesía a adoptar medios más eficientes para incrementar la productividad del trabajo. Como ya se dijo, los salarios y los beneficios pueden crecer a la vez sin alterar la expansión del capital. Sin embargo, la depresión trae consigo el final del crecimiento simultáneo (pero desigual) de beneficios y salarios. La rentabilidad del capital ha de restaurarse para que el proceso de acumulación pueda reanudarse. La lucha entre trabajo y capital implica ahora la misma existencia del sistema, ligada a su continua expansión. Las luchas económicas ordinarias por mayores salarios adquieren implicaciones revolucionarias objetivas, ya que una clase puede tener éxito sólo a expensas de la otra.

Por supuesto, los trabajadores pueden estar dispuestos a aceptar dentro de unos límites una menor proporción en el reparto del producto social, aunque sólo sea para evitar los sufrimientos de la confrontación abierta con la burguesía y su Estado. La experiencia previa hace que la clase dominante espere actividades revolucionarias y que, en consecuencia, se dote de armamento. Pero el apoyo político de las grandes organizaciones obreras también es necesario para prevenir revueltas sociales de gran alcance. Cuando una depresión prolongada amenaza al sistema capitalista, es esencial que los partidos comunistas y otras organizaciones reformistas ayuden a la burguesía a superar sus condiciones de crisis. Han de hacer lo posible por impedir actividades de la clase obrera que puedan retrasar la recuperación capitalista. Sus políticas oportunistas adquieren un carácter abiertamente contrarrevolucionario en cuanto el sistema se encuentra amenazado por demandas obreras que no pueden ser satisfechas en el marco de un capitalismo agobiado por la crisis.

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