Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana
Índice
[La Revolución rusa de 1917: radicalismo socialdemócrata o
retorno al marxismo revolucionario]
Esta guerra, que representó una crisis gigantesca de la producción
capitalista, hizo renacer momentáneamente el radicalismo en el movimiento
obrero y en la clase obrera en su conjunto. En esa medida fue señal de
un retorno a la teoría y a la práctica marxista, aunque sólo
en Rusia la agitación social llevó al derrocamiento del régimen
atrasado, capitalista y semifeudal. No obstante, ésta era la primera
vez que un régimen capitalista había sido derrocado por la acción
de su población oprimida y la determinación de un movimiento marxista.
El marxismo muerto de la II Internacional parecía listo para ser reemplazado
por el marxismo vivo de la III Internacional. Y como fue el partido bolchevique
bajo la dirección de Lenin el que llevó a Rusia a la revolución
social, fue la particular interpretación leniniana del marxismo la que
se convirtió en el marxismo de esta fase nueva y "superior"
del capitalismo. Con bastante propiedad, este marxismo fue transformado en el
"marxismo-leninismo" que dominó el mundo de posguerra.
No es este el lugar para contar una vez más la historia de la III Internacional
y el tipo de marxismo que trajo consigo. Esa historia está muy bien escrita
en innumerables textos que culpan de su colapso a Stalin o, remontándose
más atrás, al mismo Lenin. En definitiva, lo que ocurrió
fue que la idea de la revolución mundial no pudo ser llevada a la práctica
y la revolución rusa se mantuvo como revolución nacional, vinculada
a las realidades de sus condiciones socioeconómicas propias. En su aislamiento,
no podía ser juzgada como revolución socialista en el sentido
marxiano, ya que faltaban todas las condiciones necesarias para una transformación
socialista de la sociedad: el predominio del proletariado industrial y un aparato
de producción que, en manos de los productores, no sólo fuera
capaz de acabar con la explotación sino de llevar a la sociedad más
allá de los límites del sistema capitalista. Tal como fueron las
cosas, el marxismo solo pudo proporcionar una ideología sostenedora,
aun de forma contradictoria, al capitalismo de Estado. Lo que había ocurrido
en la II Internacional, volvió a darse en la III. El marxismo, subordinado
a los intereses específicos de la Rusia bolchevique, sólo pudo
funcionar como ideología para cubrir una práctica no revolucionaria
y, finalmente, contrarrevolucionaria.
A falta de un movimiento revolucionario, la gran depresión que afectó
a la mayor parte del mundo, no dio pie a insurrecciones revolucionarias, sino
al fascismo y a la II Guerra Mundial. Esto significó el eclipse total
del marxismo. Las consecuencias desastrosas de la nueva guerra trajeron consigo
una oleada fresca de expansión capitalista a escala internacional. No
sólo el capital monopolista salió fortalecido del conflicto; también
surgieron nuevos sistemas de capitalismo de Estado por la vía de la liberación
nacional o la conquista imperialista. Esta situación no implicó
un resurgimiento del marxismo revolucionario sino una "guerra fría",
es decir, la confrontación de los sistemas capitalistas organizados de
forma distinta en una lucha continua por las esferas de influencia y por el
reparto de la explotación. En el lado del capitalismo de Estado, esta
confrontación se camufló como movimiento marxista contra la monopolización
capitalista de la economía mundial; por su parte, el capitalismo de propiedad
privada no podía ser más feliz señalando a sus enemigos
del capitalismo de Estado como marxistas o comunistas, resueltos a llevarse
por delante todas las libertades de la civilización junto con la libertad
para amasar capital. Esta actitud sirvió para adherir firmemente la etiqueta
de "marxismo" a la ideología del capitalismo de Estado.
De esta manera, los cambios sucesivos provocados por toda una serie de depresiones
y guerras no llevaron a una confrontación entre el capitalismo y el socialismo,
sino a una división del mundo en sistemas económicos más
o menos centralmente controlados y a un ensanchamiento de la brecha entre los
países desarrollados bajo el capitalismo y las naciones subdesarrolladas.
Ciertamente, esta situación suele verse como una división entre
países capitalistas, socialistas y del "tercer mundo", simplificación
que confunde las diferencias mucho más complejas entre estos sistemas
económicos y políticos. El "socialismo" suele concebirse
como una economía controlada por el estado en un marco nacional, en el
que la planificación sustituye a la competencia. Tal tipo de sistema
no es ya un sistema capitalista en el sentido tradicional, pero tampoco es un
sistema socialista en el sentido que el término tenía para Marx,
de asociación de productores libres e iguales. En un mundo capitalista
y por lo tanto imperialista, ese sistema de economía controlada por el
Estado solo puede contribuir a la competencia general por el poder económico
y político y, como el capitalismo, ha de expandirse o contraerse. Ha
de hacerse más fuerte en todos los órdenes para limitar la expansión
del capital monopolista que de otra manera lo destruiría. La forma nacional
de los regímenes llamados socialistas o de control estatal no solo los
pone en conflicto con el mundo capitalista tradicional, sino también
entre ellos, ya que han de dar consideración prioritaria a los estratos
dirigentes privilegiados y de nueva creación cuya existencia y seguridad
se basan en el estado-nación. Esto genera el espectáculo de una
variedad "socialista" de imperialismo y de la amenaza de guerra entre
países nominalmente socialistas.
Tal situación hubiera sido inconcebible en 1917. El leninismo (o, en
frase de Stalin, "el marxismo de la época del imperialismo")
esperaba una revolución mundial sobre el modelo de la revolución
rusa. Igual que distintas clases se habían unido en Rusia para derribar
la autocracia, también a escala internacional las naciones en diversas
fases de desarrollo podrían luchar contra el enemigo común, el
capital monopolista imperialista. E igual que la clase obrera bajo dirección
del partido bolchevique transformó en Rusia la revolución burguesa
en revolución proletaria, así la Internacional Comunista sería
el instrumento de transformación de las luchas antiimperialistas en revoluciones
socialistas. En aquellas condiciones, era concebible que las naciones menos
desarrolladas pudieran eludir un desarrollo capitalista de otra manera inevitable,
para integrarse en un mundo socialista emergente. Como esta teoría estaba
basada en el supuesto del triunfo de revoluciones socialistas en las naciones
avanzadas, no pudo probarse que fuera correcta o equivocada, ya que las revoluciones
esperadas nunca llegaron a producirse.
Lo que hace al caso son las inclinaciones revolucionarias del movimiento bolchevique
antes e inmediatamente después de su toma del poder en Rusia. La revolución
se hizo en nombre del marxismo revolucionario, como derrocamiento del sistema
capitalista e instauración de una dictadura para asegurar el avance hacia
una sociedad sin clases. Sin embargo, ya en esta etapa, y no solo por las condiciones
concretas existentes en Rusia, el concepto leninista de reconstrucción
socialista se alejaba del marxismo originario y se basaba en las ideas surgidas
en la II Internacional. Para ésta, el socialismo se concebía como
consecuencia inmediata del propio desarrollo capitalista. La concentración
y la centralización del capital implicarían la eliminación
progresiva de la competencia capitalista y, con ello, de su carácter
privado, hasta que el gobierno socialista, surgido del proceso democrático
parlamentario, transformara el capital monopolista en monopolio estatal, instaurando
así el socialismo mediante decreto gubernamental. Para Lenin y los bolcheviques
esto era una utopía irrealizable y también una excusa idiota para
abstenerse de cualquier actividad revolucionaria. Pero para ellos la instauración
del socialismo también era un asunto gubernamental, aunque llevado a
cabo por medio de la revolución. Diferían de los socialdemócratas
respecto a los medios para alcanzar un objetivo por lo demás común:
la nacionalización del capital por el Estado y la planificación
centralizada de la economía.
Lenin también mostró su acuerdo con la afirmación grosera
y arrogante de Kautsky según la cual la clase trabajadora por sí
misma es incapaz de generar una consciencia revolucionaria, de forma que ésta
ha de ser introducida en el proletariado por la intelectualidad de la clase
media. La forma organizativa de esta idea era el partido revolucionario como
vanguardia de los trabajadores y como condición imprescindible para el
éxito de la revolución. En este marco conceptual, si la clase
obrera es incapaz de hacer su propia revolución, será menos capaz
aun de construir una sociedad nueva, tarea que queda así reservada para
el partido dirigente, poseedor del aparato de estado. La dictadura del proletariado
aparece así como la dictadura del partido organizado como Estado. Y como
el Estado tiene el control de toda la sociedad, también ha de controlar
las acciones de la clase obrera, incluso ejerciendo ese control supuestamente
en su favor. En la práctica, el resultado fue el ejercicio totalitario
del poder por parte del gobierno bolchevique.
La nacionalización de los medios de producción y el dominio
autoritario del gobierno ciertamente diferenciaban el sistema bolchevique del
capitalismo occidental. Pero esto no alteraba las relaciones sociales de producción,
que en ambos sistemas se basaban en el divorcio de los trabajadores de los medios
de producción y en la monopolización del poder político
en manos del Estado. Ya no era un capital privado sino el capital controlado
por el Estado el que se enfrentaba a la clase obrera y perpetuaba el trabajo
asalariado como forma de actividad productiva, permitiendo la apropiación
de plusvalía a través de la institución estatal. El sistema
expropió el capital privado, pero no abolió la relación
capital-trabajo en la que se basa la forma moderna del dominio de clase. Solo
era cuestión de tiempo el surgimiento de una nueva clase dominante cuyos
privilegios dependerían precisamente del mantenimiento y la reproducción
del sistema de producción y distribución controlado por el estado
como única forma "realista" de socialismo marxiano.
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