Paul Mattick
Marxismo: ayer, hoy y mañana
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[Los obstáculos del desarrollo revolucionario de la clase obrera y
la actualización del marxismo]
Las condiciones capitalistas de producción social fuerzan a la clase
trabajadora a aceptar su explotación como único medio de ganarse
la vida. Las necesidades inmediatas del trabajador sólo pueden satisfacerse
mediante el sometimiento a esas condiciones y a su reflejo en la ideología
dominante. Generalmente, la aceptación de unas conlleva la de la otra,
como ideología representativa del mundo real, que sólo puede ser
cuestionado mediante el suicidio. El alejamiento de la ideología burguesa
no cambiará la posición del trabajador en la sociedad y en el
mejor de los casos es un lujo en el contexto de sus condiciones de dependencia.
Independientemente del grado en que el trabajador pueda emanciparse ideológicamente,
a efectos prácticos debe proceder siempre como si se hallara sometido
a la ideología burguesa. Sus pensamientos y sus acciones serán
necesariamente discrepantes. Quizá comprenda que sus necesidades individuales
sólo pueden asegurarse mediante las acciones colectivas de clase, pero
de todas formas se verá forzado a atender a sus necesidades inmediatas
como individuo. El doble carácter del capitalismo como producción
social para la ganancia privada reaparece en la ambigüedad de la posición
del trabajador como individuo y como miembro de una clase social.
Es esta situación y no alguna incapacidad condicionada para trascender
la ideología capitalista la que hace a los trabajadores reacios a expresar
y actuar en función de sus actitudes anticapitalistas que complementan
su posición social como asalariados. Aunque perciben perfectamente su
posición de clase, incluso cuando no le prestan atención o la
niegan, también se dan cuenta del enorme poder dispuesto contra ellos,
que amenaza destruirles si se atreven a cuestionar abiertamente las relaciones
clasistas del capitalismo. Es también por esto por lo que, cuando intentan
obtener concesiones de la burguesía, optan por métodos reformistas,
no revolucionarios. Su falta de consciencia revolucionaria no expresa más
que las relaciones reales de poder social que evidentemente no pueden modificarse
a voluntad. Un cauto "realismo" —es decir, un reconocimiento
del campo limitado de actividades que son factibles— determina sus pensamientos
y acciones y halla su justificación en el poder del capital.
Cuando no va acompañado de la acción revolucionaria de la clase
obrera, el marxismo sólo es una comprensión teórica del
capitalismo. No es la teoría de una práctica social real, empeñada
y capaz de cambiar el mundo, sino que funciona como una ideología anticipatoria
de tal práctica. Sin embargo, su interpretación de la realidad,
aun siendo correcta, no repercute de ninguna manera importante en las condiciones
existentes en un momento dado. Simplemente describe las condiciones reales en
las que se halla el proletariado, dejando su cambio a las acciones futuras de
los trabajadores mismos. Pero las propias condiciones en las que se encuentran
los trabajadores les someten al dominio del capital y a una oposición
impotente, ideológica cuando más. Su lucha de clase en el contexto
del capitalismo ascendente fortalece a su adversario y debilita su propia inclinación
a la oposición. El marxismo revolucionario no es entonces una teoría
de la lucha de clases como tal, sino una teoría de la lucha de clases
en las condiciones específicas de decadencia del capitalismo. No puede
funcionar eficazmente en las condiciones "normales" de la producción
capitalista, sino que ha de esperar su ruptura. Sólo cuando el cauto
"realismo" de los trabajadores se convierte en falta de realismo y
el reformismo en utopismo —es decir, cuando la burguesía ya no
es capaz de mantenerse a sí misma más que a costa de un empeoramiento
continuo de las condiciones de vida del proletariado— pueden las rebeliones
espontáneas transformarse en acciones revolucionarias con poder suficiente
para echar abajo el régimen capitalista.
Hasta ahora, la historia del marxismo revolucionario ha sido la historia de
sus derrotas, que incluyen los éxitos aparentes que culminaron en el
surgimiento de los sistemas de capitalismo de Estado. Es evidente que en sus
orígenes el marxismo no solo subestimó la resistencia del capitalismo,
sino que al hacerlo sobrestimó la capacidad de la ideología marxiana
para repercutir en la consciencia del proletariado. El proceso de cambio histórico,
a pesar de que ha sido acelerado por la dinámica del capitalismo, es
exageradamente lento, sobre todo cuando se compara con la vida de las personas.
Pero la historia de los fracasos también es la historia de las falsas
ilusiones que se pierden y de la experiencia que se gana, si no para el individuo,
sí al menos para la clase. No hay razón para suponer que el proletariado
no puede aprender de la experiencia. Pero, dejando estas consideraciones aparte,
las circunstancias lo obligarán a encontrar la forma de asegurar su existencia
fuera del capitalismo, cuando ya no pueda asegurarla dentro de él. Las
características concretas de esa situación no pueden determinarse
a priori, pero una cosa sí es segura: que la liberación de la
clase trabajadora del dominio capitalista solo puede conseguirse mediante la
propia iniciativa de los trabajadores y que tal socialismo solo podrá
realizarse eliminando la sociedad de clases mediante el fin de las relaciones
capitalistas de producción. La realización de ese objetivo será
a la vez la verificación de la teoría marxiana y el fin del marxismo.
1978
Cuadernos de Relaciones Laborales nº 11
(Univ. Complutense, Madrid), 1997.
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