Textos de Paul Mattick

Una excentricidad marxiana

Comentario a "Marxismo y libertad. Desde 1776 hasta hoy", de Raya Dunayevskya (Nueva York, 1958).
Western Socialist, Boston, EE.UU., marzo-abril de 1958.
Traducido del inglés por Roi Ferreiro para el CICA, última revisión julio del 2005

Al escribir este estraño libro, las intenciones de la autora eran sin duda las mejores. Pero hay una ancha brecha entre las intenciones y la ejecución. Y aunque la interpretación de Dunayevskaya de la doctrina marxiana es ocasionalmente verdadera y elocuente, el libro en conjunto es una penosa y descabellada mezcolanza de ideas filosóficas, económicas y políticas que desafían la descripción y la crítica seria. Puede, sin embargo, servir como un ejemplo de cómo el marxismo no puede ser "re-examinado" y recuperado así de los rusos.

El impulso a escribir este libro, relata la autora, vino de dos fuentes: los obreros americanos y los de Alemania del este. Los anteriores, entre 1950 y 1953, "empezaron a vérselas con las realidades de la automatización, desplazando la cuestión de la productividad de una relación con... los salarios a una relación con las condiciones de trabajo y la necesidad de un modo de vida totalmente nuevo." Este fue también el período "cuando los obreros alemanes del este desafiaron el régimen comunista" y del levantamiento del trabajo esclavo en Siberia, que hizo sonar la campana "por el principio del fin del totalitarismo ruso."

Mientras los obreros han establecido la "unidad de la teoría y la práctica" mediante sus luchas y aspiraciones efectivas, los intelectuales se urgen ahora a establecerla en el reino de la teoría reorganizando su pensamiento en la dirección de un "nuevo humanismo". Este "nuevo humanismo", sin embargo, es tan viejo, e incluso más viejo, que el marxismo, y data, de hecho, de 1776. Está implícito en la dialéctica hegeliana y fue hecho explícito por Marx.

Como la práctica conduce a la teoría, la dialéctica hegeliana es vista como un producto de la revolución burguesa tanto en sus aspectos políticos como económicos. Hegel también tomó nota del "fenómeno negativo -el trabajo alienado-" en el capitalismo, y Dunayevskaya encuentra en esto "una reminiscencia de las obras de Marx", aunque Hegel fallase a ver los "elementos positivos del trabajo alienado". Ella juega entonces con el concepto de "trabajo alienado", que para Marx se convirtió en otra expresión para el divorcio de los obreros de los medios de producción, del control sobre la producción y sus productos y para una diversidad de consecuencias. La exposición de Dunayeskaya, sin embargo, conduce de regreso a las tinieblas del hegelianismo, donde se pierde en una jerga filosófica incomprensible.

Mientras que no sirve a ningún propósito detectar hegelianismo en las actitudes de los obreros actuales y descubrir sus actitudes en la filosofía hegeliana, la conexión directa e indirecta de ambos por Dunayevskaya reporta únicamente el término "libertad" como sinónimo para el "nuevo humanismo". Pero aun si, según Hegel, "la libertad es la esencia de la mente", esto no nos dice nada a respecto de las libertades específicas requeridas para un humanismo socialista. Dunayevskaya, impertérrita, señala sin embargo la oposición de los obreros tanto a la automatización y a la dominación totalitaria como a la realización en desarrollo de la esencia del hombre -la libertad-.

Esta oposición, dice, contiene la demanda de un nuevo tipo de trabajo que suprime la división del trabajo. Es verdad, por supuesto, que Marx habló del fin de la división del trabajo e incluso del trabajo mismo. Estas "metas" improbables sirven, no obstante, para indicar la dirección del desarrollo social y la humanización ulteriores. Con todo, lo que es de verdadera preocupación es la abolición de la división capitalista del trabajo determinada por las clases. Esto no significa el fin de toda división del trabajo que esté determinada por la producción social. Debe, aún así, perder su significación negativa a través de las innovaciones e instituciones sociales -tal como la creciente intercambiabilidad de las funciones- que ha eliminado sus connotaciones de clase. Mientras que la división capitalista del trabajo desaparecerá con el capitalismo, la división del trabajo en sí misma no es necesariamente un obstáculo al socialismo. Ni está necesariamente opuesta al concepto del trabajo como actividad humana que desarrolla todos los talentos naturales y adquiridos del hombre. Incluso es posible describir el socialismo como la plena realización de las posibilidades positivas inherentes a la división del trabajo. Cuando se reconoce que todos los tipos de trabajo son de igual importancia, ya no importa qué trabajo particular está haciendo, al realizar su humanidad en la socialidad, el individuo.

Aún si este problema puede resolverse, es obvio que asociarlo con el anti-bolchevismo de izquierda actual, con la automatización, las huelgas de brazos caídos y los boicots a los autobuses es demasiado forzado para tener significación real. Se trata del mero pensamiento ansioso, por parte de Dunayevskaya, de ver en estas actividades no sólo los comienzos de la autodeterminación proletaria, sino también la manifestación del movimiento dialéctico hacia la libertad absoluta -cualquier cosa que sea lo que esto pueda significar-.

Al parecer, Dunayevskaya vive en un mundo semi-privado. Cualquier cosa que ocurre en el mundo real o es dicha por algunos de sus habitantes, ella lo mira o lo escucha sólo en la medida en que justifica sus propias nociones, hechas de misticismo hegeliano, economía marxiana y demagogia leninista. En lo que respecta a Hegel, ella aporta sólo un lenguaje fantástico sin añadir nada ni a su entendimiento ni al del mundo en sentido amplio. En lo que respecta a Marx, las interpretaciones son a menudo desviaciones para encajar el marxismo en su propio esquema de pensamiento.

Según ella, no es el capitalismo el que crea la división capitalista del trabajo, sino más bien "la división del trabajo, característica de todas las sociedades de clases" la que crea el capital. Cuando "toda la ciencia, todo el intelecto, toda la habilidad se invierten en la máquina, mientras el trabajo del hombre se vuelve una molienda simple, monótona", escribe, "el trabajo del hombre no puede producir otra cosa que su opuesto, el capital". Pero la ciencia, el intelecto y la habilidad también son parte del proceso de trabajo. Algunos obreros producen máquinas, otros producen otras mercancías con estas máquinas, la misma existencia de las cuales muestra que no "todos los trabajos concretos han sido reducidos a una masa abstracta, congelada."

No es el "trabajo muerto, acumulado, materializado, el que oprime al trabajo vivo" en ese sentido literal en que Dunayevskaya lo concibe, sino que son los medios de producción como capital, apropiados o controlados por una clase social determinada, los que someten a la población trabajadora tanto como a los capitalistas a los caprichos del proceso de acumulación competitivo y determinan su carácter anárquico. Para seguir siendo tales, los capitalistas deben acumular sin tener en cuenta las necesidades sociales reales. Y para acumular, deben oprimir a la clase obrera de modo que, bajo las relaciones de producción capitalistas, el impulso por capital adicional aparezca como una producción por la producción. Esta situación fetichista, donde los productos del trabajo dominan a sus productores, existe sólo debido a las relaciones de clase bajo las condiciones de la producción social. Sin estas relaciones, los medios de producción son solamente eso, incapaces de oprimir cualquier cosa.

Ciertamente, Dunayevskaya ve también el "dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo" como una relación de clase. Pero para ella "la propiedad privada no surge porque los productos del trabajo sean alienados del trabajador. Eso es sólo la consecuencia del hecho de que su misma actividad es una actividad ajena". Restaurar "el encanto del trabajo al trabajo" requiere, en su visión, no sólo el fin de las relaciones de clase, sino un tipo completamente nuevo de trabajo, cuyo carácter no queda claro.

Es ahora cuando se vuelve claro a lo que Dunayevskaya quiere llegar. El enemigo hoy es el capitalismo de Estado, la sociedad capitalista "planificada", que perpetúa las relaciones de explotación de clase del capitalismo desde viejo. Planificadores, gerentes e intelectuales han tomado la posición controladora anteriormente mantenida por los capitalistas y han continuado el proceso capitalista de acumulación por la acumulación. Reemplazar un equipo de "planificadores" por otro no puede afectar al sistema. La transformación del capitalismo de Estado en el nuevo humanismo requiere entonces una solución radical, total: aboliendo la división de la sociedad en planificadores y planificados y estableciendo una "nueva unidad del trabajo manual y mental en el obrero".

Ella detecta una tendencia definida en esta dirección en cada tipo de actividad obrera. Pero, de nuevo, estas actividades sólo son reconocidas en cuanto apoyan su propio cuadro de la figura de las cosas venideras. Por ejemplo, ella celebra los aspectos proletarios del levantamiento alemán oriental y del húngaro, pero se niega a prestar atención a sus implicaciones nacionalistas. Aplaude los boicots a los buses de los negros de Sudamérica. Ve en ellos expresiones de la autodeterminación de la clase obrera; con todo, descuida la pugna por la igualdad racial dentro del sistema social existente. Apoya -como es apropiado- las esporádicas huelgas salvajes y de brazos caídos, pero falla en notar su relativa insignificancia dentro de la situación americana total y con una clase obrera totalmente en poder de la ideología capitalista. Quizás, sólo porque la solución total al problema social descansa para ella en el futuro lejano, busca una evidencia favorable para apoyar su posición en el lejano pasado, en el murmulleo de Hegel, que tanto aceptó como detestó el sistema capitalista y su industrialización.

La unidad dialéctica de la teoría y la práctica que se destinan a culminar en una nueva unidad del trabajo mental y el trabajo manual, Dunayevskaya la demuestra en gran detalle con El Capital de Marx. Mientras estaba escribiendo El Capital, Marx decidió, por razones estricta y claramente metodológicas, cambiar su estructura, volver a empezar de nuevo. Así, tenemos la primera versión en la Crítica de Economía Política y la segunda en El Capital. Según Dunayevskaya, este cambio de plan no fue el resultado de una consideración metodológica, sino de los levantamientos políticos de la época y particularmente de la lucha obrera por una jornada diaria más corta. De esta manera, los obreros mismos participaron en la producción de El Capital, que, a su vez, no podría haber sido escrito -del modo en que lo fue- sin su participacción.

Como socialista revolucionario, Marx no podía descuidar en tal medida a los obreros y sus luchas, dado que fue su estado lo que le llevó en primer lugar a analizar la sociedad capitalista. Lo que es demasiado obvio para merecer la pena ser mencionado, Dunayevskaya lo presenta, sin embargo, como su propio y nuevo descubrimiento, citando capítulo y página para mostrar que, debido a que había una lucha por una jornada laboral más corta, Marx "hizo de ésta el marco histórico del capitalismo mismo". Mientras en la Crítica, "la historia es la historia de la teoría", escribe ella, "en El Capital la historia es la historia de la lucha de clases" -como si los escritos de Marx anteriores a la Crítica y hasta el Manifiesto Comunista nunca existiesen-.

En su visión, además, no sólo las aspiraciones de los obreros, sino todas las luchas por la "libertad" asociadas de un modo u otro con las clases trabajadoras, determinan el contenido y la estructura de El Capital. "No fue Marx", dice, "quien decidió que la guerra civil en los Estados Unidos fuese una guerra santa. Fue la clase obrera de Inglaterra, los mismos que más sufrieron, quienes lo decidieron". Más tarde es la Comuna de París la "que ilumina y ahonda el contenido de El Capital", en tanto la "traición de las clases dominantes hace necesaria la salvación de la civilización francesa por el proletariado". La civilización francesa, dice, fue salvada de Bismarck y la quinta columna francesa a través de la abolición de "la división del trabajo entre el legislativo y el ejecutivo" y la transformación del parlamento "de un cuerpo de parloteo en un cuerpo de trabajo". Y así la Comuna "creó nuevas condiciones de trabajo".

Y así sigue y sigue de una fantasía a otra, alternando entre el puro sinsentido y las meras equivocaciones, interrumpidos por declaraciones válidas que parecen tontas en esta refriega asombrosa de contradicciones y medias verdades. Las abstracciones son tomadas por realidades concretas, como, por ejemplo, "el trabajo abstracto", que no se pone en relación con el trabajo mismo sino con el hecho de que todas las clases de trabajo difieren sólo cuantitativamente en el proceso capitalista de intercambio. El concepto marxiano de capital total, en su modelo del sistema tal y como es presentado en El Capital, no se considera como una construcción mental, sino como un capital "nacional" real diferenciándolo del "capital privado" o de "la palabra capital". Y así Dunayevskaya puede identificar el "conglomerado capitalista" con el capitalismo de Estado ruso y declarar que Marx fue el primer anti-bolchevique que predijo el derrumbe de la economía totalitaria.

La parte del libro de Dunayevskaya que más atónito deja es, sin embargo, su tratamiento de Lenin. "Confrontado con la aparición de la contrarrevolución (la II Internacional) dentro del movimiento revolucionario", dice, "Lenin fue conducido a buscar una filosofía que pudiese restablecer su propia razón". Y "en cuanto Lenin abrió la Ciencia de la Lógica (Hegel)", "él captó la importancia de la dialéctica". Llegó a la conclusión, como él mismo declaró, que "es completamente imposible comprender El Capital de Marx... si usted no ha estudiado y entendido el conjunto de la Lógica de Hegel". Consecuentemente, Lenin anadió que "ninguno de los marxistas del último medio siglo ha entendido a Marx". Fue algo bueno que Lenin abriese la Lógica de Hegel. Si no lo hubiera hecho, no habría habido un verdadero marxista durante todo un siglo -hasta el día, eso es, en que la propia Dunayevskaya abrió la Lógica-.

Compartiendo la clave hegeliana hacia Marx con Lenin, Dunayevskaya pasa más bien apuros reconciliando el autoritarismo de Lenin con su propio concepto de la "autoorganización espontánea del proletariado". Despues de todo, Lenin fue el fundador del "partido de vanguardia" y el promotor de la dictadura de partido. No se preocupó de una espontaneidad que hace la vida difícil para el revolucionario profesional e interfiere con la planificación estatal. Pero Dunayevskaya maneja justo lo mismo para convertir a Lenin en su exacto opuesto. Antes de su toma del poder, hay algunas declaraciones que cortejan y adulan a las masas rebeldes y las animan a actuar independientemente. Pero, en contraste con esto, se levantan la teoría y la práctica autoritarias leninistas en relación con el propio partido de Lenín, con las otras organizaciones y, a respecto del partido en el poder, en relación con la clase obrera. Todo esto Dunayevskaya o lo ignora o lo tuerce de modo irreconocible, de modo que Lenin emerge como el mayor de todos los anti-bolcheviques, que "nunca en ningún momento tuvieron ninguna concepción del partido como una élite en el sentido en que nuestra época usa el término". Desafortunadamente, sin embargo, ni Stalin ni ninguno de los otros dirigentes bolcheviques abrieron la Lógica de Hegel, y así, según ella, el leninismo se convirtió en estalinismo y capitalismo de Estado -el mayor enemigo del nuevo humanismo-.

Lo que resta por decirse es que el libro tiene apéndices que consisten en escritos tempranos y fragmentarios de Marx sobre la propiedad privada, el comunismo y la dialéctica hegeliana. Estos representan una etapa del desarrollo intelectual de Marx que él mismo estaba contento de dejar atrás. Y aunque son de algún interés, como lo es casi todo lo que Marx escribió, no mejoran la comprensión del marxismo ni del capitalismo. El último apéndice es una traducción de los extractos de Lenin de la Ciencia de la Lógica de Hegel; notas marginales hechas para su propio uso mientras leía esta obra. Aunque tienen, quizás, su lugar en una colección completa de las obras de Lenin, por sí mismos son de poca importancia y sólo fascinarán realmente a aquellos que se complacen coleccionando retazos de manuscrito, cartas, autógrafos, garabatos e incluso las colillas de hombres famosos.

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