Herman Gorter Carta abierta al camarada Lenin
Índice
CONCLUSIÓN
Me quedan algunas cosas por decir referente a su último capítulo, “Algunas
conclusiones”, quizá el más importante de todo su libro. Lo he releído con pasión,
exaltado por la idea de la revolución rusa. Pero repitiéndome sin cesar: esta
táctica, que conviene tan perfectamente a Rusia, no vale nada entre nosotros.
Aquí conduce al desastre.
Usted nos explica allí, camarada (p. 90 a 102), que en determinado estadio
del desarrollo hay que atraer a las masas por millones y decenas de millones.
La propaganda por el comunismo “puro”, que ha agrupado y educado a la vanguardia,
no basta ya, a partir de entonces, para la tarea. En adelante, se trata – conforme,
una vez más, a sus métodos oportunistas que he combatido más arriba – de sacar
partido de las “disensiones”, de los elementos pequeño-burgueses, etc.
Camarada, este capítulo es también falso en su conjunto. Usted juzga como
ruso, no como comunista internacional que conoce el capitalismo real, europeo-occidental.
Por muy admirablemente que este capítulo haga comprender su revolución, se
convierte en inexacto desde el momento en que se trata del capitalismo de la
gran industria, del capitalismo de los trusts y de los monopolios.
Voy a demostrarlo ahora. Comenzando por las pequeñas cosas.
Usted asegura (p. 90) que la vanguardia consciente del proletariado está ganada.
¡Pero es falso, camarada! Que han pasado los tiempos de la propaganda. ¡No es
cierto! “La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente”, dice usted
(p. 89). ¡Qué error! Eso está muy en la línea de lo que escribía recientemente
Bujarin (y procede del mismo estado de ánimo): ¡“El capitalismo inglés está
en quiebra”! He encontrado en Radek también palabras tan igualmente delirantes,
que tienen más de astrología que de astronomía. Nada de esto es cierto. Salvo
en Alemania, no hay en ninguna parte una vanguardia revolucionaria. Ni en Inglaterra,
ni en Francia, ni en Bélgica ni en Holanda, ni – si estoy bien informado – en
los países escandinavos. Allí apenas se encuentran pioneros, todavía en desacuerdo
sobre la vía a seguir33. Sostener que “los tiempos de la propaganda han pasado”
es engañarse espantosamente.
No, camarada, en Europa occidental esos tiempos apenas comienzan. En ninguna
parte existen todavía núcleos compactos.
Ahora bien, lo que nosotros necesitamos es precisamente núcleos tan duros
como el acero, tan puros como el cristal. Y es por ahí por donde hay que comenzar
si se quiere construir una gran organización. En este plano, nosotros nos encontramos
en el mismo estadio que ustedes en 1903, incluso un poco antes, en los tiempos
de la “Iskra”. Camarada, las circunstancias, las condiciones, están aquí mucho
más maduras de lo que lo estamos nosotros mismos. ¡Razón de más para no dejarse
arrastrar sin comenzar por los núcleos!
En Europa occidental, los PC de Inglaterra, de Francia, de Bélgica, de Holanda,
de Escandinavia, de Italia, etc., debemos seguir siendo pequeños, no porque
lo queramos así, sino porque es la única manera de llegar a ser fuertes.
Un ejemplo: Bélgica. No hay en el mundo (excepto en Hungría antes de la revolución)
proletariado tan corrompido por el reformismo como el proletariado belga. Si
el comunismo debiese transformarse allí en movimiento de masas (con el parlamentarismo
y demás), se vería enseguida a los buitres, los arribistas y otros, todo el
oportunismo, precipitarse sobre él y llevarlo a su perdición. Y en todas partes
es igual.
Dado que el movimiento obrero es entre nosotros muy débil y todavía casi todo
hundido en el oportunismo, que el comunismo aquí es aún casi inexistente, debemos
constituir pequeños núcleos y luchar (sobre las cuestiones del parlamentarismo,
de los sindicatos, así como sobre todas las demás) con una claridad máxima,
con un máximo de claridad teórica.
¡Una secta, vamos! dice el Comité ejecutivo. ¿Una secta? ¡Perfectamente, si
se entiende por eso el núcleo de un movimiento que apunta a conquistar el mundo!
Camarada, vuestro movimiento de los bolcheviques también ha sido no hace mucho
una pequeña cosa de nada en absoluto. Y porque era y seguía siendo pequeño y
pretendía seguir siéndolo durante un tiempo bastante largo, permanecía puro.
Y por eso, y sólo por eso, se ha convertido en una fuerza. Es lo que también
queremos hacer nosotros.
Se trata de una cuestión de extrema importancia. De ella depende la suerte
de la revolución europeo-occidental así como la de la revolución rusa. ¡Sea
prudente, camarada! Usted no ignora que Napoleón, al intentar extender a toda
Europa el reino del capitalismo moderno, acabó por sucumbir y ceder el lugar
a la reacción; él, que había hecho su aparición en una época en que no sólo
había demasiada Edad Media, sino también y sobre todo, no suficiente capitalismo.
Referente a estos puntos secundarios, sus aserciones son inexactas. Paso ahora
a lo que importa más de lo que usted dice, a saber: que ha llegado el momento
de atraer a las masas por millones gracias a la política descrita por usted,
sin hacer propaganda por le comunismo “puro”. Camarada, aun cuando usted tuviese
razón sobre las pequeñas cosas, aun cuando los partidos comunistas de nuestros
países estuviesen ya realmente a la altura de su tarea, usted no dejaría de
estar equivocado sobre este punto capital, de la A a la Z.
Usted dice (p. 91-92): la revolución está madura cuando se ha logrado convencer
a la vanguardia y, 1º, todas las fuerzas de clase que nos son hostiles están
debilitadas suficientemente por una lucha que las supera; 2º, todos los elementos
intermedios inseguros, vacilantes – es decir, la pequeña burguesía, la democracia
pequeño-burguesa, por oposición a la burguesía – están desenmascarados suficientemente
ante el pueblo, estropeados suficientemente por su quiebra práctica.
¡Alto ahí, camarada! ¡Usted nos está hablando de Rusia! En efecto, ahí se dieron
las condiciones de la revolución el día en que la clase política se encontró
en el desorden más extremo, cuando hubo perdido completamente su energía.
Pero en los Estados modernos, donde el gran capital reina verdaderamente, las
condiciones serán muy diferentes. Los partidos de la gran burguesía, lejos de
caer en el caos, se unirán frente al comunismo, y la democracia pequeño-burguesa
se pondrá a su remolque.
No será así de una manera absoluta, pero lo bastante generalmente como para
que esto determine nuestra táctica.
En Europa occidental hay que esperar una revolución que será un combate llevado
con el mayor encarnizamiento por un lado y por otro, una lucha organizada con
cohesión por parte de la burguesía y de la pequeña burguesía. Lo demuestran
suficientemente las formidables organizaciones del capitalismo y también las
de los obreros.
Esas son las que deberemos crear también nosotros, organizaciones con formas
superiores, con las armas más eficaces, con los mejores medios de lucha, los
más poderosos (y no los más irrisorios).
Es aquí, no en Rusia, donde tendrá lugar la batalla decisiva entre el Trabajo
y el Capital. Porque es aquí donde se encuentra el capital real.
Camarada, si usted cree que yo exagero (por prurito de claridad teórica),
dirija la mirada hacia Alemania. Allí, el Estado se encuentra en una situación
de hundimiento total, casi sin salida. Pero al mismo tiempo, todas las clases,
la gran y la pequeña burguesía, el gran y el pequeño campesinado, forman un
bloque contra el comunismo. Lo mismo ocurrirá en todas partes en nuestros países.
Sin duda, muy al final del desarrollo de la revolución, cuando la crisis haya
alcanzado proporciones aterradoras y estemos muy cerca de la victoria, entonces
quizá desaparezca la unidad de las clases burguesas y vengan a nosotros algunas
fracciones de la pequeña burguesía y del pequeño campesinado. Pero ¿de qué nos
sirve eso ahora? Debemos establecer nuestra táctica globalmente, tanto
para el comienzo como para el curso de la revolución.
Porque esto es así y lo será (dadas las relaciones de clases y, sobre todo,
las relaciones de producción) el proletariado se encuentra solo.
Porque se encuentra solo no puede vencer más que a condición de desarrollar
sin descanso sus fuerzas intelectuales.
Y porque no puede vencer más que totalmente solo, la propaganda por
el comunismo “puro” es indispensable entre nosotros hasta el final (muy diferentemente
que en Rusia).
Sin esta propaganda, el proletariado europeo-occidental y, por tanto, el proletariado
ruso, el proletariado mundial, corre a su perdición.
Por consiguiente, aquel que en Europa occidental sueñe, como hace usted, con
concertar compromisos, alianzas, con los elementos burgueses y pequeñoburgueses,
en una palabra, el que opte por el oportunismo aquí, en Europa occidental, ése
se aferra no a la realidad, sino a ilusiones, ése desvía al proletariado, ése
(recojo el término que usted ha empleado contra el Buró de Ámsterdam), ése traiciona
al proletariado.
Y se puede decir otro tanto del Ejecutivo de Moscú.
Estaba yo redactando las páginas precedentes cuando me ha llegado la noticia
de que la Internacional había adoptado la táctica de usted y la del Ejecutivo34. Los delegados europeo-occidentales se han dejado cegar por el resplandor de
la revolución rusa. ¡Sea, pues! Deberemos medirnos, pues, en el seno de la Internacional.
Camarada, nosotros, es decir, sus viejos amigos Pannekoek, Roland-Holst, Rutgers
y yo – y no puede usted tener otros más sinceros – nos hemos preguntado, al
conocer la noticia, por qué razones había adoptado usted esa táctica. Las opiniones
estaban muy divididas. Uno de nosotros decía: Rusia está en un trance tan malo
desde el punto de vista económico, que necesita la paz por encima de todo. He
ahí por qué el camarada Lenin se esfuerza en tocar a llamada a todas las fuerzas
– Independientes, Labour Party, etc. – capaces de ayudarle a conseguir la paz35.
Otro decía: él intenta acelerar el curso general de la revolución europea.
Se necesita la cooperación de millones de hombres. De ahí el oportunismo.
En cuanto a mí, ya lo he dicho, pienso que usted comprende mal las condiciones
europeas.
Pero de cualquier modo, camarada, cualesquiera que sean las razones que le
han empujado, usted corre a la más espantosa de las derrotas y llevará al proletariado
a la más espantosa de las derrotas si usted persiste en esta táctica.
Pues queriendo salvar a Rusia, a la revolución rusa, usted reúne con esta
táctica a elementos que no son comunistas. ¡Usted los mezcla con nosotros, los
verdaderos comunistas, al tiempo que no disponemos ni siquiera de un núcleo
a toda prueba! ¡¡Y con este revoltijo de sindicatos momificados, con una masa
de gentes que no son comunistas más que a medias, o un cuarto, una octava parte
o incluso nada en absoluto, a la que falta un núcleo válido, con ellos quisiera
usted combatir el capital más altamente organizado del mundo, y que ha unido
a él a todas las clases no proletarias!! Nada de sorprendente si este revoltijo
estalla por los aires y si la gran masa prefiere el sálvese quien pueda desde
el momento en que se llega a las manos.
Camarada, una derrota aplastante del proletariado – en Alemania, por ejemplo
– dará la señal de una ofensiva general contra Rusia.
Mientras usted pretenda hacer la revolución aquí con ese batiburrillo de Labour
Party e Independientes, de partido italiano y de centristas franceses, etc.,
con esos sindicatos, por añadidura, no sucederá otra cosa.
Semejante mezcolanza ni siquiera dará miedo a los gobiernos establecidos.
Por el contrario, si usted constituye grupos radicales, de fuerte cohesión
interna, partidos compactos (incluso si son pequeños), todo cambiará. Pues sólo
tales grupos son capaces de arrastrar en tiempos de revolución a las masas a
hazañas, como mostró la liga Espartaco en sus comienzos. Sólo ellos son capaces
de dar miedo a los gobiernos y forzarlos a inclinarse ante Rusia. Y al final
del todo, cuando esta línea “pura” haya permitido a nuestros partidos adquirir
la fuerza necesaria, llegará la victoria. Esta táctica, nuestra táctica “izquierdista”,
es, pues, tanto para Rusia como para nosotros, la mejor; no, la sola y única
vía de salvación.
Su táctica, por el contrario, es rusa. Convenía admirablemente en un país donde
un ejército de millones de campesinos pobres estaba dispuesto a seguiros y donde
una clase media desmoralizada no sabía más que vacilar. Entre nosotros, esta
táctica no sirve para nada.
Finalmente, me es necesario refutar una aserción que os es muy querida, a
usted y a muchos de sus compañeros de armas, y de la que ya he hablado más arriba,
en el capítulo tres, a saber, que la revolución de Europa occidental no comenzará
antes de que las categorías sociales inferiores, democráticas, hayan sido sacudidas,
neutralizadas o ganadas.
Esta tesis, relativa a una cuestión de tal importancia para la revolución,
demuestra una vez más que usted lo ve todo desde una óptica exclusivamente europea
oriental. Y esta óptica es falsa.
Pues en Alemania y en Inglaterra el proletariado es tan fuerte numéricamente,
tan poderoso gracias a su organización, que puede hacer la revolución de cabo
a rabo sin estas clases, e incluso contra ellas. En verdad, debe hacer, cuando
sufre como sufre en Alemania. Y no lo conseguirá más que a condición
de seguir la táctica correcta, organizarse sobre una base de fábrica
y rechazar el parlamentarismo. ¡Que a condición de desarrollar de este modo
la potencia obrera!
Los de la Izquierda hemos optado por esta táctica no sólo por todas las razones
alegadas más arriba, sino también y sobre todo porque el proletariado europeo
occidental, especialmente alemán e inglés, cuando llega a tomar conciencia,
a realizar su unidad, es tan fuerte, tiene una potencia tal él solo, no contando
más que consigo mismo, que tiene la posibilidad de vencer por este simple
medio. El proletariado ruso, como era demasiado débil por sí solo, tuvo que
tomar caminos indirectos y, al hacerlo, ha superado con mucho todo lo que el
proletariado de todo el mundo había podido realizar hasta ahora. Pero sólo la
vía recta, sin desvíos, puede conducir al proletariado de Europa
occidental a la victoria.
Queda ahora por examinar una tesis que con frecuencia he encontrado en comunistas
“derechistas”, que Losovsky, el jefe de los sindicatos rusos, me ha expuesto
y que asimismo aparece bajo la pluma de usted: “La crisis arrojará las masas
en los brazos del comunismo, aun cuando se conserven los malos sindicatos y
el parlamentarismo”. Ése es un argumento bien pobre. Pues no tenemos la menor
idea de la amplitud que tomará la crisis en gestación. ¿Será tan profunda en
Inglaterra y en Francia como lo es hoy en Alemania? Lo que es más, los seis
últimos años han puesto al desnudo toda la debilidad de esta tesis (la tesis
“mecanicista” de la Segunda Internacional). En el transcurso de los últimos
años de guerra, Alemania ha conocido una miseria terrible. No hubo revolución.
La miseria fue más terrible todavía en 1918 y en 1919. La revolución no venció.
En Hungría, en Austria, en Polonia, en los países balcánicos, la crisis ha sido
y sigue siendo espantosa. Nada de revolución, o de victoria de la revolución,
a pesar de la presencia muy cercana de los ejércitos rusos. Finalmente, y es
mi tercer punto, el argumento se vuelve contra usted, pues si la crisis debe
traer fatalmente la revolución, ¿por qué no adoptar en seguida la mejor táctica,
la táctica “izquierdista”?
Pero los ejemplos de Alemania, Hungría, Baviera, Austria, Polonia y los países
balcánicos nos enseñan que no bastan la crisis y la miseria. La más terrible
de las crisis económicas alcanza su apogeo, y sin embargo no hay revolución.
Por tanto, necesariamente hay otro factor en el origen de una revolución, un
factor cuya ausencia hace que no se realice o que fracase. Ese factor
es el espíritu, la mentalidad de las masas. Y su táctica, camarada,
es la que, en Europa occidental, no insufla suficientemente la vida a ese estado
de espíritu de las masas, no lo asienta suficientemente, lo deja subsistir tal
cual está, sin cambiarlo nada. A lo largo de este escrito he hecho resaltar
que el capital financiero, los trusts, los monopolios, tanto como el Estado
europeo occidental (y el norteamericano) formado por ellos y sometido a ellos,
sueldan en un bloque unido contra la revolución a todas las clases de la burguesía,
grande y pequeña. Pero esta fuerza no se limita a unificar así la sociedad y
el Estado contra la revolución. En el curso del período transcurrido, el período
de evolución pacífica, el capital bancario ha educado, unificado y organizado
en el mismo sentido contrarrevolucionario a la clase obrera misma.
¿Por qué medio? Por medio de los sindicatos (oficiales y anarco-sindicalistas)
y de los partidos socialdemócratas. Al llevarlos a batirse únicamente por mejoras
inmediatas, el capital ha transformado a los sindicatos y a los partidos obreros
en pilares de la sociedad y del Estado, en potencias contrarrevolucionarias.
Ha hecho de ellos agentes de su propia conservación. Pero como agrupan a los
obreros, casi la mayoría de la clase trabajadora, y la revolución es inconcebible
sin la participación de estos obreros, es necesario, para que triunfe, cargarse
primero estas organizaciones. ¿Cómo conseguirlo? Transformando su mentalidad,
es decir, actuando de manera que sus militantes de base adquieran la mayor independencia
posible de espíritu. El único medio de conseguir este resultado es reemplazar
los sindicatos por organizaciones de fábrica y uniones obreras, y poner fin
al parlamentarismo de los partidos obreros. He ahí precisamente lo que la táctica
de usted impide.
Un hecho indiscutible: la quiebra del capitalismo alemán, francés, italiano.
O, más exactamente, estos Estados capitalistas quiebran. Pero los capitalistas
mismos, sus organizaciones económicas y políticas aguantan. Incluso sus beneficios,
dividendos y nuevas inversiones son enormes, pero únicamente gracias a la emisión
de papel moneda por el Estado. Que se hunda el Estado alemán, francés, italiano,
y los capitalistas se hundirán a su vez.
La crisis progresa implacablemente. Si suben los precios, aumentarán las oleadas
de huelgas; si los precios bajan, aumentará el ejército de los parados. Se acrecienta
la miseria en Europa, el hambre está en marcha. Además, se multiplican por el
mundo nuevos factores de explosión. Se acerca la conflagración, la nueva revolución.
Pero, ¿cuál será su desenlace? El capitalismo conserva su potencia. Alemania,
Italia, Francia, Europa del Este, esto no es todavía el mundo entero. En Europa
occidental, en América del Norte, en los dominios ingleses, el capitalismo mantendrá
todavía durante mucho tiempo la cohesión de todas las clases contra el proletariado.
Por tanto, el desenlace depende en una medida muy grande de nuestra táctica
y de nuestra organización. Y la táctica de usted es falsa.
Sólo una táctica, y una sola, es válida en Europa occidental: la de los “izquierdistas”
que dice la verdad al proletariado y no lo engaña con ayuda de malabarismos
verbales. Aquella que, incluso si necesita tiempo, sabrá forjar las armas más
poderosas; no, las únicas eficaces: las organizaciones de fábrica (unificada
en un todo) y los núcleos, pequeños al principio, pero puros y compactos, los
partidos comunistas. Ésa que sabrá después ampliar estas organizaciones al conjunto
del proletariado.
Voy a poner punto final a esta exposición condensándola con ayuda de algunas
fórmulas tajantes, a fin de que los obreros tengan ellos mismos una visión global
de ella.
En primer lugar, de ella resulta un cuadro claro, creo yo, tanto de las causas
de nuestra táctica como de esta táctica misma: el capital financiero domina
Europa occidental. Al mantener a un proletariado gigantesco en la esclavitud
material e ideológica más profunda, aquel unifica tras de sí a todas las clases
burguesas y pequeñoburguesas. De ahí la necesidad, para estas masas enormes,
de acceder a la actividad autónoma. Lo que no es posible más que gracias a las
organizaciones de fábrica y a la abolición del parlamentarismo – en tiempos
de revolución.
En segundo lugar, haré resaltar en pocas frases, tan claramente como sea posible,
la diferencia existente entre la táctica de usted y de la tercera Internacional,
por un lado, y la táctica “izquierdista”, por otro, a fin de que en el caso
altamente probable de que su táctica conlleve las peores derrotas, los obreros
no se desmoralicen y se den cuenta de que aún hay otra:
Para la Internacional, la revolución europea occidental se desarrollará conforme
a las leyes y la táctica de la revolución rusa.
Para la Izquierda, la revolución europea occidental tiene leyes que le son
propias y se atendrá a ellas.
Para la Internacional, la revolución europea occidental estará en medida de
hacer compromisos y alianzas con partidos de pequeños campesinos y pequeñoburgueses,
incluso con partidos de la gran burguesía.
Para la Izquierda es imposible.
Según la Internacional, en Europa occidental habrá durante la revolución “escisiones”
y cismas entre los partidos burgueses, pequeñoburgueses y de campesinos pobres.
Según la Izquierda, partidos burgueses y partidos pequeñoburgueses formarán,
hasta finales de la revolución, un frente unido.
La Tercera Internacional subestima la potencia del capital europeo occidental
y norteamericano.
La Izquierda concibe su táctica en función de esta potencia enorme.
La Tercera Internacional no ve de ninguna manera en el capital financiero,
el gran capital, el poder capaz de unificar a todas las clases burguesas.
La Izquierda elabora su táctica con relación a ese poder.
La Tercera Internacional, al no admitir que el proletariado de Europa occidental
se encuentra reducido a sus propias fuerzas, no intenta desarrollar espiritualmente
este proletariado que, sin embargo, continúa en todos los dominios viviendo
bajo la influencia de la ideología burguesa, y adopta una táctica que deja persistir
el sometimiento a las ideas de la burguesía.
La Izquierda adopta una táctica que apunta en primer lugar a emancipar el
espíritu del proletariado.
La Tercera Internacional, al no ver la necesidad de emancipar los espíritus,
ni la unión de todos los partidos burgueses y pequeñoburgueses, basa su táctica
en compromisos y “escisiones”, deja subsistir los sindicatos e intenta ganárselos.
La Izquierda, pretendiendo en primer lugar la emancipación de los espíritus
y convencida de la unidad de las formaciones burguesas, considera que es necesario
acabar con los sindicatos y que el proletariado necesita armas mejores.
Por las mismas razones, la Tercera Internacional no ataca el parlamentarismo.
La Izquierda, por las mismas razones, quiere la abolición del parlamentarismo.
La Tercera Internacional deja la esclavitud ideológica en el estado en que
estaba en la época de la Segunda.
La Izquierda pretende extirparla de los espíritus. Coge el mal por la raíz.
La Tercera Internacional, al no admitir la necesidad primera, en Europa occidental,
de emancipar los espíritus, y tampoco la unidad de todas las formaciones burguesas
en tiempos de revolución, intenta agrupar a las masas en tanto que masas, por
tanto, sin preguntarse si son verdaderamente comunistas, ni orientar su táctica
de manera que lo sean.
La Izquierda quiere formar en todos los países partidos que reúnan únicamente
a comunistas y concibe su táctica en consecuencia. Es a través del ejemplo de
estos partidos, pequeños al comenzar, como quiere transformar en comunistas
a la mayoría de los proletarios, es decir, a las masas.
La Tercera Internacional considera, pues, a las masas de Europa occidental
como un medio.
La Izquierda las considera como un fin.
A causa de esta táctica (perfectamente justificada en Rusia), la Tercera Internacional
practica una política de jefes.
La Izquierda, por el contrario, practica una política de masas.
A causa de esta táctica, la Tercera Internacional lleva a su ruina no sólo
la revolución europea occidental, sino también y sobre todo la revolución rusa.
La Izquierda, por el contrario, gracias a su táctica lleva al proletariado
mundial a la victoria.
A fin de permitir a los obreros comprender mejor nuestra táctica, voy a resumir
también mi exposición bajo la forma de breves tesis, a leer, bien entendido,
a la luz del conjunto.
1. La táctica de la revolución europea occidental debe ser absolutamente diferente
de la táctica de la revolución rusa.
2. Pues entre nosotros, el proletariado está solo.
3. Necesita, pues, hacer la revolución totalmente solo, contra todas las demás
clases.
4. Por tanto, la importancia de las masas proletarias es proporcionalmente
mayor y la de los jefes menor que en Rusia.
5. El proletariado debe disponer, para hacer la revolución, de las mejores
armas de todas.
6.Siendo los sindicatos armas ineficaces, hay que reemplazarlos o transformarlos
por medio de organizaciones de fábrica, llamadas a unificarse.
7. Al encontrarse el proletariado constreñido a hacer la revolución solo y
sin ayuda, necesita la más alta evolución de las inteligencias y de los corazones.
Por esto es mejor no recurrir al parlamentarismo en tiempos de revolución.
Índice
33 Así los comunistas ingleses divididos sobre la cuestión absolutamente primordial
de la adhesión al Labour Party.
34 Se trata de las famosas “veintiuna” condiciones de admisión de los partidos
aprobadas por el II congreso de la I.C. (n.d.t.f.).
35 Ver A. Pannekoek: op. cit., p. 200-201.
Saludos fraternales Herman GORTER
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