Herman Gorter
Carta abierta al camarada Lenin

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CONCLUSIÓN

Me quedan algunas cosas por decir referente a su último capítulo, “Algunas conclusiones”, quizá el más importante de todo su libro. Lo he releído con pasión, exaltado por la idea de la revolución rusa. Pero repitiéndome sin cesar: esta táctica, que conviene tan perfectamente a Rusia, no vale nada entre nosotros. Aquí conduce al desastre.

Usted nos explica allí, camarada (p. 90 a 102), que en determinado estadio del desarrollo hay que atraer a las masas por millones y decenas de millones. La propaganda por el comunismo “puro”, que ha agrupado y educado a la vanguardia, no basta ya, a partir de entonces, para la tarea. En adelante, se trata – conforme, una vez más, a sus métodos oportunistas que he combatido más arriba – de sacar partido de las “disensiones”, de los elementos pequeño-burgueses, etc.

Camarada, este capítulo es también falso en su conjunto. Usted juzga como ruso, no como comunista internacional que conoce el capitalismo real, europeo-occidental.

Por muy admirablemente que este capítulo haga comprender su revolución, se convierte en inexacto desde el momento en que se trata del capitalismo de la gran industria, del capitalismo de los trusts y de los monopolios.

Voy a demostrarlo ahora. Comenzando por las pequeñas cosas.

Usted asegura (p. 90) que la vanguardia consciente del proletariado está ganada. ¡Pero es falso, camarada! Que han pasado los tiempos de la propaganda. ¡No es cierto! “La vanguardia proletaria está conquistada ideológicamente”, dice usted (p. 89). ¡Qué error! Eso está muy en la línea de lo que escribía recientemente Bujarin (y procede del mismo estado de ánimo): ¡“El capitalismo inglés está en quiebra”! He encontrado en Radek también palabras tan igualmente delirantes, que tienen más de astrología que de astronomía. Nada de esto es cierto. Salvo en Alemania, no hay en ninguna parte una vanguardia revolucionaria. Ni en Inglaterra, ni en Francia, ni en Bélgica ni en Holanda, ni – si estoy bien informado – en los países escandinavos. Allí apenas se encuentran pioneros, todavía en desacuerdo sobre la vía a seguir33. Sostener que “los tiempos de la propaganda han pasado” es engañarse espantosamente.

No, camarada, en Europa occidental esos tiempos apenas comienzan. En ninguna parte existen todavía núcleos compactos.

Ahora bien, lo que nosotros necesitamos es precisamente núcleos tan duros como el acero, tan puros como el cristal. Y es por ahí por donde hay que comenzar si se quiere construir una gran organización. En este plano, nosotros nos encontramos en el mismo estadio que ustedes en 1903, incluso un poco antes, en los tiempos de la “Iskra”. Camarada, las circunstancias, las condiciones, están aquí mucho más maduras de lo que lo estamos nosotros mismos. ¡Razón de más para no dejarse arrastrar sin comenzar por los núcleos!

En Europa occidental, los PC de Inglaterra, de Francia, de Bélgica, de Holanda, de Escandinavia, de Italia, etc., debemos seguir siendo pequeños, no porque lo queramos así, sino porque es la única manera de llegar a ser fuertes.

Un ejemplo: Bélgica. No hay en el mundo (excepto en Hungría antes de la revolución) proletariado tan corrompido por el reformismo como el proletariado belga. Si el comunismo debiese transformarse allí en movimiento de masas (con el parlamentarismo y demás), se vería enseguida a los buitres, los arribistas y otros, todo el oportunismo, precipitarse sobre él y llevarlo a su perdición. Y en todas partes es igual.

Dado que el movimiento obrero es entre nosotros muy débil y todavía casi todo hundido en el oportunismo, que el comunismo aquí es aún casi inexistente, debemos constituir pequeños núcleos y luchar (sobre las cuestiones del parlamentarismo, de los sindicatos, así como sobre todas las demás) con una claridad máxima, con un máximo de claridad teórica.

¡Una secta, vamos! dice el Comité ejecutivo. ¿Una secta? ¡Perfectamente, si se entiende por eso el núcleo de un movimiento que apunta a conquistar el mundo!

Camarada, vuestro movimiento de los bolcheviques también ha sido no hace mucho una pequeña cosa de nada en absoluto. Y porque era y seguía siendo pequeño y pretendía seguir siéndolo durante un tiempo bastante largo, permanecía puro. Y por eso, y sólo por eso, se ha convertido en una fuerza. Es lo que también queremos hacer nosotros.

Se trata de una cuestión de extrema importancia. De ella depende la suerte de la revolución europeo-occidental así como la de la revolución rusa. ¡Sea prudente, camarada! Usted no ignora que Napoleón, al intentar extender a toda Europa el reino del capitalismo moderno, acabó por sucumbir y ceder el lugar a la reacción; él, que había hecho su aparición en una época en que no sólo había demasiada Edad Media, sino también y sobre todo, no suficiente capitalismo.

Referente a estos puntos secundarios, sus aserciones son inexactas. Paso ahora a lo que importa más de lo que usted dice, a saber: que ha llegado el momento de atraer a las masas por millones gracias a la política descrita por usted, sin hacer propaganda por le comunismo “puro”. Camarada, aun cuando usted tuviese razón sobre las pequeñas cosas, aun cuando los partidos comunistas de nuestros países estuviesen ya realmente a la altura de su tarea, usted no dejaría de estar equivocado sobre este punto capital, de la A a la Z.

Usted dice (p. 91-92): la revolución está madura cuando se ha logrado convencer a la vanguardia y, 1º, todas las fuerzas de clase que nos son hostiles están debilitadas suficientemente por una lucha que las supera; 2º, todos los elementos intermedios inseguros, vacilantes – es decir, la pequeña burguesía, la democracia pequeño-burguesa, por oposición a la burguesía – están desenmascarados suficientemente ante el pueblo, estropeados suficientemente por su quiebra práctica.

¡Alto ahí, camarada! ¡Usted nos está hablando de Rusia! En efecto, ahí se dieron las condiciones de la revolución el día en que la clase política se encontró en el desorden más extremo, cuando hubo perdido completamente su energía.

Pero en los Estados modernos, donde el gran capital reina verdaderamente, las condiciones serán muy diferentes. Los partidos de la gran burguesía, lejos de caer en el caos, se unirán frente al comunismo, y la democracia pequeño-burguesa se pondrá a su remolque.

No será así de una manera absoluta, pero lo bastante generalmente como para que esto determine nuestra táctica.

En Europa occidental hay que esperar una revolución que será un combate llevado con el mayor encarnizamiento por un lado y por otro, una lucha organizada con cohesión por parte de la burguesía y de la pequeña burguesía. Lo demuestran suficientemente las formidables organizaciones del capitalismo y también las de los obreros.

Esas son las que deberemos crear también nosotros, organizaciones con formas superiores, con las armas más eficaces, con los mejores medios de lucha, los más poderosos (y no los más irrisorios).

Es aquí, no en Rusia, donde tendrá lugar la batalla decisiva entre el Trabajo y el Capital. Porque es aquí donde se encuentra el capital real.

Camarada, si usted cree que yo exagero (por prurito de claridad teórica), dirija la mirada hacia Alemania. Allí, el Estado se encuentra en una situación de hundimiento total, casi sin salida. Pero al mismo tiempo, todas las clases, la gran y la pequeña burguesía, el gran y el pequeño campesinado, forman un bloque contra el comunismo. Lo mismo ocurrirá en todas partes en nuestros países.

Sin duda, muy al final del desarrollo de la revolución, cuando la crisis haya alcanzado proporciones aterradoras y estemos muy cerca de la victoria, entonces quizá desaparezca la unidad de las clases burguesas y vengan a nosotros algunas fracciones de la pequeña burguesía y del pequeño campesinado. Pero ¿de qué nos sirve eso ahora? Debemos establecer nuestra táctica globalmente, tanto para el comienzo como para el curso de la revolución.

Porque esto es así y lo será (dadas las relaciones de clases y, sobre todo, las relaciones de producción) el proletariado se encuentra solo.

Porque se encuentra solo no puede vencer más que a condición de desarrollar sin descanso sus fuerzas intelectuales.

Y porque no puede vencer más que totalmente solo, la propaganda por el comunismo “puro” es indispensable entre nosotros hasta el final (muy diferentemente que en Rusia).

Sin esta propaganda, el proletariado europeo-occidental y, por tanto, el proletariado ruso, el proletariado mundial, corre a su perdición.

Por consiguiente, aquel que en Europa occidental sueñe, como hace usted, con concertar compromisos, alianzas, con los elementos burgueses y pequeñoburgueses, en una palabra, el que opte por el oportunismo aquí, en Europa occidental, ése se aferra no a la realidad, sino a ilusiones, ése desvía al proletariado, ése (recojo el término que usted ha empleado contra el Buró de Ámsterdam), ése traiciona al proletariado.

Y se puede decir otro tanto del Ejecutivo de Moscú.

Estaba yo redactando las páginas precedentes cuando me ha llegado la noticia de que la Internacional había adoptado la táctica de usted y la del Ejecutivo34. Los delegados europeo-occidentales se han dejado cegar por el resplandor de la revolución rusa. ¡Sea, pues! Deberemos medirnos, pues, en el seno de la Internacional.

Camarada, nosotros, es decir, sus viejos amigos Pannekoek, Roland-Holst, Rutgers y yo – y no puede usted tener otros más sinceros – nos hemos preguntado, al conocer la noticia, por qué razones había adoptado usted esa táctica. Las opiniones estaban muy divididas. Uno de nosotros decía: Rusia está en un trance tan malo desde el punto de vista económico, que necesita la paz por encima de todo. He ahí por qué el camarada Lenin se esfuerza en tocar a llamada a todas las fuerzas – Independientes, Labour Party, etc. – capaces de ayudarle a conseguir la paz35. Otro decía: él intenta acelerar el curso general de la revolución europea. Se necesita la cooperación de millones de hombres. De ahí el oportunismo.

En cuanto a mí, ya lo he dicho, pienso que usted comprende mal las condiciones europeas.

Pero de cualquier modo, camarada, cualesquiera que sean las razones que le han empujado, usted corre a la más espantosa de las derrotas y llevará al proletariado a la más espantosa de las derrotas si usted persiste en esta táctica.

Pues queriendo salvar a Rusia, a la revolución rusa, usted reúne con esta táctica a elementos que no son comunistas. ¡Usted los mezcla con nosotros, los verdaderos comunistas, al tiempo que no disponemos ni siquiera de un núcleo a toda prueba! ¡¡Y con este revoltijo de sindicatos momificados, con una masa de gentes que no son comunistas más que a medias, o un cuarto, una octava parte o incluso nada en absoluto, a la que falta un núcleo válido, con ellos quisiera usted combatir el capital más altamente organizado del mundo, y que ha unido a él a todas las clases no proletarias!! Nada de sorprendente si este revoltijo estalla por los aires y si la gran masa prefiere el sálvese quien pueda desde el momento en que se llega a las manos.

Camarada, una derrota aplastante del proletariado – en Alemania, por ejemplo – dará la señal de una ofensiva general contra Rusia.

Mientras usted pretenda hacer la revolución aquí con ese batiburrillo de Labour Party e Independientes, de partido italiano y de centristas franceses, etc., con esos sindicatos, por añadidura, no sucederá otra cosa.

Semejante mezcolanza ni siquiera dará miedo a los gobiernos establecidos.

Por el contrario, si usted constituye grupos radicales, de fuerte cohesión interna, partidos compactos (incluso si son pequeños), todo cambiará. Pues sólo tales grupos son capaces de arrastrar en tiempos de revolución a las masas a hazañas, como mostró la liga Espartaco en sus comienzos. Sólo ellos son capaces de dar miedo a los gobiernos y forzarlos a inclinarse ante Rusia. Y al final del todo, cuando esta línea “pura” haya permitido a nuestros partidos adquirir la fuerza necesaria, llegará la victoria. Esta táctica, nuestra táctica “izquierdista”, es, pues, tanto para Rusia como para nosotros, la mejor; no, la sola y única vía de salvación.

Su táctica, por el contrario, es rusa. Convenía admirablemente en un país donde un ejército de millones de campesinos pobres estaba dispuesto a seguiros y donde una clase media desmoralizada no sabía más que vacilar. Entre nosotros, esta táctica no sirve para nada.

Finalmente, me es necesario refutar una aserción que os es muy querida, a usted y a muchos de sus compañeros de armas, y de la que ya he hablado más arriba, en el capítulo tres, a saber, que la revolución de Europa occidental no comenzará antes de que las categorías sociales inferiores, democráticas, hayan sido sacudidas, neutralizadas o ganadas.

Esta tesis, relativa a una cuestión de tal importancia para la revolución, demuestra una vez más que usted lo ve todo desde una óptica exclusivamente europea oriental. Y esta óptica es falsa.

Pues en Alemania y en Inglaterra el proletariado es tan fuerte numéricamente, tan poderoso gracias a su organización, que puede hacer la revolución de cabo a rabo sin estas clases, e incluso contra ellas. En verdad, debe hacer, cuando sufre como sufre en Alemania. Y no lo conseguirá más que a condición de seguir la táctica correcta, organizarse sobre una base de fábrica y rechazar el parlamentarismo. ¡Que a condición de desarrollar de este modo la potencia obrera!

Los de la Izquierda hemos optado por esta táctica no sólo por todas las razones alegadas más arriba, sino también y sobre todo porque el proletariado europeo occidental, especialmente alemán e inglés, cuando llega a tomar conciencia, a realizar su unidad, es tan fuerte, tiene una potencia tal él solo, no contando más que consigo mismo, que tiene la posibilidad de vencer por este simple medio. El proletariado ruso, como era demasiado débil por sí solo, tuvo que tomar caminos indirectos y, al hacerlo, ha superado con mucho todo lo que el proletariado de todo el mundo había podido realizar hasta ahora. Pero sólo la vía recta, sin desvíos, puede conducir al proletariado de Europa occidental a la victoria.

Queda ahora por examinar una tesis que con frecuencia he encontrado en comunistas “derechistas”, que Losovsky, el jefe de los sindicatos rusos, me ha expuesto y que asimismo aparece bajo la pluma de usted: “La crisis arrojará las masas en los brazos del comunismo, aun cuando se conserven los malos sindicatos y el parlamentarismo”. Ése es un argumento bien pobre. Pues no tenemos la menor idea de la amplitud que tomará la crisis en gestación. ¿Será tan profunda en Inglaterra y en Francia como lo es hoy en Alemania? Lo que es más, los seis últimos años han puesto al desnudo toda la debilidad de esta tesis (la tesis “mecanicista” de la Segunda Internacional). En el transcurso de los últimos años de guerra, Alemania ha conocido una miseria terrible. No hubo revolución. La miseria fue más terrible todavía en 1918 y en 1919. La revolución no venció. En Hungría, en Austria, en Polonia, en los países balcánicos, la crisis ha sido y sigue siendo espantosa. Nada de revolución, o de victoria de la revolución, a pesar de la presencia muy cercana de los ejércitos rusos. Finalmente, y es mi tercer punto, el argumento se vuelve contra usted, pues si la crisis debe traer fatalmente la revolución, ¿por qué no adoptar en seguida la mejor táctica, la táctica “izquierdista”?

Pero los ejemplos de Alemania, Hungría, Baviera, Austria, Polonia y los países balcánicos nos enseñan que no bastan la crisis y la miseria. La más terrible de las crisis económicas alcanza su apogeo, y sin embargo no hay revolución. Por tanto, necesariamente hay otro factor en el origen de una revolución, un factor cuya ausencia hace que no se realice o que fracase. Ese factor es el espíritu, la mentalidad de las masas. Y su táctica, camarada, es la que, en Europa occidental, no insufla suficientemente la vida a ese estado de espíritu de las masas, no lo asienta suficientemente, lo deja subsistir tal cual está, sin cambiarlo nada. A lo largo de este escrito he hecho resaltar que el capital financiero, los trusts, los monopolios, tanto como el Estado europeo occidental (y el norteamericano) formado por ellos y sometido a ellos, sueldan en un bloque unido contra la revolución a todas las clases de la burguesía, grande y pequeña. Pero esta fuerza no se limita a unificar así la sociedad y el Estado contra la revolución. En el curso del período transcurrido, el período de evolución pacífica, el capital bancario ha educado, unificado y organizado en el mismo sentido contrarrevolucionario a la clase obrera misma. ¿Por qué medio? Por medio de los sindicatos (oficiales y anarco-sindicalistas) y de los partidos socialdemócratas. Al llevarlos a batirse únicamente por mejoras inmediatas, el capital ha transformado a los sindicatos y a los partidos obreros en pilares de la sociedad y del Estado, en potencias contrarrevolucionarias. Ha hecho de ellos agentes de su propia conservación. Pero como agrupan a los obreros, casi la mayoría de la clase trabajadora, y la revolución es inconcebible sin la participación de estos obreros, es necesario, para que triunfe, cargarse primero estas organizaciones. ¿Cómo conseguirlo? Transformando su mentalidad, es decir, actuando de manera que sus militantes de base adquieran la mayor independencia posible de espíritu. El único medio de conseguir este resultado es reemplazar los sindicatos por organizaciones de fábrica y uniones obreras, y poner fin al parlamentarismo de los partidos obreros. He ahí precisamente lo que la táctica de usted impide.

Un hecho indiscutible: la quiebra del capitalismo alemán, francés, italiano. O, más exactamente, estos Estados capitalistas quiebran. Pero los capitalistas mismos, sus organizaciones económicas y políticas aguantan. Incluso sus beneficios, dividendos y nuevas inversiones son enormes, pero únicamente gracias a la emisión de papel moneda por el Estado. Que se hunda el Estado alemán, francés, italiano, y los capitalistas se hundirán a su vez.

La crisis progresa implacablemente. Si suben los precios, aumentarán las oleadas de huelgas; si los precios bajan, aumentará el ejército de los parados. Se acrecienta la miseria en Europa, el hambre está en marcha. Además, se multiplican por el mundo nuevos factores de explosión. Se acerca la conflagración, la nueva revolución. Pero, ¿cuál será su desenlace? El capitalismo conserva su potencia. Alemania, Italia, Francia, Europa del Este, esto no es todavía el mundo entero. En Europa occidental, en América del Norte, en los dominios ingleses, el capitalismo mantendrá todavía durante mucho tiempo la cohesión de todas las clases contra el proletariado. Por tanto, el desenlace depende en una medida muy grande de nuestra táctica y de nuestra organización. Y la táctica de usted es falsa.

Sólo una táctica, y una sola, es válida en Europa occidental: la de los “izquierdistas” que dice la verdad al proletariado y no lo engaña con ayuda de malabarismos verbales. Aquella que, incluso si necesita tiempo, sabrá forjar las armas más poderosas; no, las únicas eficaces: las organizaciones de fábrica (unificada en un todo) y los núcleos, pequeños al principio, pero puros y compactos, los partidos comunistas. Ésa que sabrá después ampliar estas organizaciones al conjunto del proletariado.

 

Voy a poner punto final a esta exposición condensándola con ayuda de algunas fórmulas tajantes, a fin de que los obreros tengan ellos mismos una visión global de ella.

En primer lugar, de ella resulta un cuadro claro, creo yo, tanto de las causas de nuestra táctica como de esta táctica misma: el capital financiero domina Europa occidental. Al mantener a un proletariado gigantesco en la esclavitud material e ideológica más profunda, aquel unifica tras de sí a todas las clases burguesas y pequeñoburguesas. De ahí la necesidad, para estas masas enormes, de acceder a la actividad autónoma. Lo que no es posible más que gracias a las organizaciones de fábrica y a la abolición del parlamentarismo – en tiempos de revolución.

En segundo lugar, haré resaltar en pocas frases, tan claramente como sea posible, la diferencia existente entre la táctica de usted y de la tercera Internacional, por un lado, y la táctica “izquierdista”, por otro, a fin de que en el caso altamente probable de que su táctica conlleve las peores derrotas, los obreros no se desmoralicen y se den cuenta de que aún hay otra:

Para la Internacional, la revolución europea occidental se desarrollará conforme a las leyes y la táctica de la revolución rusa.

Para la Izquierda, la revolución europea occidental tiene leyes que le son propias y se atendrá a ellas.

Para la Internacional, la revolución europea occidental estará en medida de hacer compromisos y alianzas con partidos de pequeños campesinos y pequeñoburgueses, incluso con partidos de la gran burguesía.

Para la Izquierda es imposible.

Según la Internacional, en Europa occidental habrá durante la revolución “escisiones” y cismas entre los partidos burgueses, pequeñoburgueses y de campesinos pobres.

Según la Izquierda, partidos burgueses y partidos pequeñoburgueses formarán, hasta finales de la revolución, un frente unido.

La Tercera Internacional subestima la potencia del capital europeo occidental y norteamericano.

La Izquierda concibe su táctica en función de esta potencia enorme.

La Tercera Internacional no ve de ninguna manera en el capital financiero, el gran capital, el poder capaz de unificar a todas las clases burguesas.

La Izquierda elabora su táctica con relación a ese poder.

La Tercera Internacional, al no admitir que el proletariado de Europa occidental se encuentra reducido a sus propias fuerzas, no intenta desarrollar espiritualmente este proletariado que, sin embargo, continúa en todos los dominios viviendo bajo la influencia de la ideología burguesa, y adopta una táctica que deja persistir el sometimiento a las ideas de la burguesía.

La Izquierda adopta una táctica que apunta en primer lugar a emancipar el espíritu del proletariado.

La Tercera Internacional, al no ver la necesidad de emancipar los espíritus, ni la unión de todos los partidos burgueses y pequeñoburgueses, basa su táctica en compromisos y “escisiones”, deja subsistir los sindicatos e intenta ganárselos.

La Izquierda, pretendiendo en primer lugar la emancipación de los espíritus y convencida de la unidad de las formaciones burguesas, considera que es necesario acabar con los sindicatos y que el proletariado necesita armas mejores.

Por las mismas razones, la Tercera Internacional no ataca el parlamentarismo.

La Izquierda, por las mismas razones, quiere la abolición del parlamentarismo.

La Tercera Internacional deja la esclavitud ideológica en el estado en que estaba en la época de la Segunda.

La Izquierda pretende extirparla de los espíritus. Coge el mal por la raíz.

La Tercera Internacional, al no admitir la necesidad primera, en Europa occidental, de emancipar los espíritus, y tampoco la unidad de todas las formaciones burguesas en tiempos de revolución, intenta agrupar a las masas en tanto que masas, por tanto, sin preguntarse si son verdaderamente comunistas, ni orientar su táctica de manera que lo sean.

La Izquierda quiere formar en todos los países partidos que reúnan únicamente a comunistas y concibe su táctica en consecuencia. Es a través del ejemplo de estos partidos, pequeños al comenzar, como quiere transformar en comunistas a la mayoría de los proletarios, es decir, a las masas.

La Tercera Internacional considera, pues, a las masas de Europa occidental como un medio.

La Izquierda las considera como un fin.

A causa de esta táctica (perfectamente justificada en Rusia), la Tercera Internacional practica una política de jefes.

La Izquierda, por el contrario, practica una política de masas.

A causa de esta táctica, la Tercera Internacional lleva a su ruina no sólo la revolución europea occidental, sino también y sobre todo la revolución rusa.

La Izquierda, por el contrario, gracias a su táctica lleva al proletariado mundial a la victoria.

A fin de permitir a los obreros comprender mejor nuestra táctica, voy a resumir también mi exposición bajo la forma de breves tesis, a leer, bien entendido, a la luz del conjunto.

1. La táctica de la revolución europea occidental debe ser absolutamente diferente de la táctica de la revolución rusa.

2. Pues entre nosotros, el proletariado está solo.

3. Necesita, pues, hacer la revolución totalmente solo, contra todas las demás clases.

4. Por tanto, la importancia de las masas proletarias es proporcionalmente mayor y la de los jefes menor que en Rusia.

5. El proletariado debe disponer, para hacer la revolución, de las mejores armas de todas.

6.Siendo los sindicatos armas ineficaces, hay que reemplazarlos o transformarlos por medio de organizaciones de fábrica, llamadas a unificarse.

7. Al encontrarse el proletariado constreñido a hacer la revolución solo y sin ayuda, necesita la más alta evolución de las inteligencias y de los corazones. Por esto es mejor no recurrir al parlamentarismo en tiempos de revolución.

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33 Así los comunistas ingleses divididos sobre la cuestión absolutamente primordial de la adhesión al Labour Party.

34 Se trata de las famosas “veintiuna” condiciones de admisión de los partidos aprobadas por el II congreso de la I.C. (n.d.t.f.).

35 Ver A. Pannekoek: op. cit., p. 200-201.

Saludos fraternales
Herman GORTER


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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