Alfredo Bonanno
Una crítica de los métodos sindicalistas

Índice

Introducción (...)

A condiciones dadas de distribución de los medios de producción, corresponde una capacidad dada que organizar de las fuerzas de resistencia contra la explotación. (...)

Era necesario escapar el obrerismo opresivo -la mentalidad de resistencia que prevalecía a medio camino de los años setenta-, para elaborar un análisis crítico del sindicalismo y, al hacerlo, no engañarse uno mismo con que podría cambiar las cosas desde fuera, simplemente por virtud de la validez del propio argumento. Básicamente, en aquel tiempo ahora lejano, el discurso de los sindicatos era el que la gente quería oír. Querían representantes en las fábricas capaces de defender sus luchas y de garantizar resultados, incluso aunque, en el mejor de los casos, todo concluyese en un trato sustentado en unas cuantas pequeñeces y concesiones, que pronto desaparecían a través del incremento de los precios al consumo. (...)

Excluido, fragmentado, marginado, precario, roto en mil perspectivas, el proletariado como figura de antagonismo (si hubo alguna vez un tiempo en que esta figura tuvo un papel preciso en el tremendo enfrentamiento para liberarse a sí mismos de la explotación) está desapareciendo de la escena por completo, dejando atrás todas las ilusiones perdidas, los camaradas muertos, los ideales traicionados, las banderas en el barro.

Las nuevas condiciones de producción presentan una heterogeneidad que habría sido impensable hace pocas décadas. Participantes activos en esta situación, los sindicatos no han perdido tiempo para hacerse sus cómplices. De hecho, se han convertido en sus arquitectos y abogados, aceptando trabajo de baja intensidad a cambio de la representación, que no es ahora más que un diente en las ruedas -y tampoco en las principales- del engranaje capitalista. El ciclo de trabajo está emergiendo a nivel mundial, más allá de los confines y fronteras, mientras la revolución desde abajo es sobrepasada por la reestructuración desde arriba. (...)

Quizás los sindicatos son más importantes hoy que nunca antes, no por las razones que los mantenían juntos en 1975 (y que continuaron dándoles apoyo hasta mediados de los 80), sino por razones completamente opuestas. Si una vez apoyaron a la clase obrera en su resistencia, mientras desviaban el impulso revolucionario al camino del diálogo y la recuperación contractual, ahora apoyan al Capital para garantizar la producción en una situación de movilidad generalizada de la fuerza de trabajo.

La función del sindicato hoy es asegurar que la masa de los productores sea móvil, participando en los movimientos de los productores en cada sector para proporcionar trabajo sobre la base de la demanda. Eso significa a la vez interferencia ascendente y descendente del sindicato. Ascendente en los acuerdos con el Capital y el Estado, tanto para los convenios como para mantener el desempleo por debajo del nivel peligroso. Descendente en la organización de las demandas, deseos, sueños y aun necesidades, de aquellos todavía ligados a un salario vital [living wage, salario de subsistencia] (no supone diferencia si este salario corresponde a la productividad real en el sentido tradicional).

Así, casi imperceptiblemente (y los anarquistas, como siempre, han hecho lo que han podido para no ver el fenómeno, excepto en sus aspectos marginales) esto ha conducido a un concepto más avanzado de resistencia de base: el de los Cobas. Por favor, nada excepcional. Pero era, con todo, una indicación. El objetivo era todavía el de reclamar mejores condiciones, pero aquí la atención se puso en los métodos, es decir, se enfatizó la importancia de los medios usados para alcanzar ciertos fines. No sé si la palabra "sabotaje" ha sido pronunciada alguna vez en las reuniones de esta buena gente, pero ciertamente la distancia que separa a estas estructuras de base de los sindicatos quedó marcada precisamente por este problema: ¿atacar el capital para despertarlo a un mejor entendimiento, o simplemente marcar la diferencia con una negociación más avanzada? No hay duda, como he dicho en más de una ocasión, de que la diferencia radical está siempre marcada por el abandono de los métodos de resistencia y el desplazamiento a métodos de ataque.

La primera condición que se necesita para poner en funcionamiento estos métodos de ataque (aparte de las reivindicaciones, que pueden ser todavía por mejoras) es no delegar la toma de decisiones de la lucha al sindicato o a los representantes sindicales. El conflicto debe ser permanente. Ninguna organización de base (los Cobas u otra) acepta plenamente esta tesis, que es esencial para cualquier cambio real en los métodos.

Pero el problema no acaba allí. Contrariamente a lo ocurrió a mediados de los 70, hoy está claro que el Capital se ha puesto en un camino de no retorno. La tecnología de la información ha llevado a la última ruptura de la clase obrera. Esto es también visible con la desaparición de los grandes complejos industriales que estaban ubicados, a menudo estratégicamente, en las áreas subdesarrolladas (las catedrales en el desierto). Éstos están ahora en curso de ser desmembrados y esparcidos por todo el país, mientras la fragmentación se ha vuelto aún más profunda, yo diría que más íntima. Ha penetrado la conciencia proletaria hasta el punto de hacerla dispuesta, maleable y abierta a todas las perspectivas sugeridas por los sindicatos para el beneficio del Capital.

El nuevo productor, que ha emergido de esta convulsión en la configuración capitalista tradicional, está abandonado a sí mismo. Ya no tiene ninguna conciencia de clase, no ve lo que está después de la esquina y se le incita a participar en una falsa conflictividad dentro de las diversas fases de la producción. Se le ofrecen incentivos para impulsarle a actuar como policía o espía a respecto de cualquier comportamiento improductivo de sus ex-compañeros de trabajo. Ya no tiene ningún poder sobre las herramientas de trabajo, que nunca le pertenecieron y que una vez quiso apropiarse (ahora casi todas virtualizadas por la tecnología de computación). Ya no sueña con un mundo liberado del trabajo forzado, un mundo donde los medios de producción, finalmente expropiados al patrón, crearían la base para una feliz vida en común, para el bienestar colectivo. Sobrevive cuidándose de no ser arrojado del cerco de la flexibilidad: hoy soldado, mañana jardinero, luego sepulturero, panadero; y al final, conserje. Sobrevive sin esperar nada mejor que un salario, un salario cualquiera; para su descendencia, en una perspectiva de degeneración cultural, él no es ni siquiera consciente de los sueños de antaño; los sueños de revolución, la destrucción final de toda la explotación y el poder, han acabado. La muerte ha alcanzado ahora el corazón, muerte y supervivencia.

Hoy, si queremos avanzar, en una época en la que casi todo lo que es necesario hacer tendrá que cambiarse de arriba a abajo, mientras la invisible neblina del embaucamiento tecnológico se instala en la humanidad, es indispensable librarse del obstáculo de la mentalidad sindicalista. Y este texto, que lo advirtió, arrojando la sospecha sobre los sindicatos -sobre todos los sindicatos, incluyendo los llamados anarquistas-, se ha vuelto tópico una vez más.

Alfredo M. Bonanno
Catania, 6 el enero de 1998.

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