Libremos el azul de la esperanza

 

Pablo Mora

 

El 11 de septiembre del 2001 sienta las bases del nuevo orden mundial en el cual los EEUU conciben que su rol est� en erradicar al terrorismo teniendo la licencia de poder inmiscuirse militarmente en los lugares que consideren necesario. Entre tanto, no queda sino tender sobre el horizonte el azul de la esperanza.

 

Hegemon�a mundial unipolar

 

Dentro de la din�mica b�lica del control del mundo, estamos de acuerdo con Ana Esther Cece�a en que la hegemon�a econ�mica estriba en la capacidad para determinar el paradigma tecnol�gico sobre el cual se asienta la reproducci�n material global y para establecer los modos de su implantaci�n generalizada, as� como en la posibilidad creada desde la propia tecnolog�a para apropiarse del plusvalor generado en la sociedad mundial. En una sociedad regida por la competencia y el conflicto, el triunfo propio y la derrota del contrario constituyen su ethos y el elemento ordenador de las relaciones sociales, pudiendo percibirse el problema de la competencia como un campo de batalla en el que la posici�n y las estrategias empleadas son los elementos de definici�n de resultados, la b�squeda principal, el emblema de la victoria.

La hegemon�a es una categor�a compleja que articula la capacidad de liderazgo en las diferentes dimensiones de la vida social. El hegem�n - individuo, l�der, pa�s o imperio - tiene que ser capaz de dirigir por la fuerza y por la raz�n, por convicci�n y por imposici�n. Es decir, la hegemon�a emerge de un reconocimiento colectivo que comprende cualidades o preceptos morales que adquieren estatuto universal como energ�a o fuerza para sancionar su cumplimiento. Gramsci la define justamente como la capacidad para transformar la concepci�n propia, particular, en verdad universal, sea porque las condiciones materiales que la generan y la acci�n del sujeto colectivo que la sustenta logran construir amplios consensos, sea porque todos los mecanismos de correcci�n social y establecimiento de normativas afines a esta concepci�n del mundo se imponen como esencia moral y valores compartidos, mediante el recurso a la violencia en todas sus formas, justificando as� la sanci�n a la disidencia en cualquiera de los campos de la vida social. Lo que con mayor �nfasis destaca Gramsci es que la clase dominante ejerce su poder no s�lo por medio de la coacci�n, sino adem�s porque logra imponer su visi�n del mundo, una filosof�a, una moral, costumbres, un "sentido com�n" que favorecen el reconocimiento de su dominaci�n por las clases dominadas. Definitivamente, la hegemon�a, como expresi�n de una verdadera direcci�n de la sociedad por la clase dominante, se asienta en bases materiales concretas, donde el elemento represivo, en sus distintas variantes, cobra una importancia sustancial para preservar el orden vigente.

La hegemon�a requiere de una construcci�n simult�nea en los planos militar, econ�mico, pol�tico y cultural, creando las condiciones reales e imaginarias de invencibilidad, constituy�ndose en paradigma de referencia y en sancionador en �ltima instancia, coloc�ndose como hacedor y �rbitro de las decisiones mundiales, haciendo de la propia concepci�n del mundo y sus valores la perspectiva civilizadora reconocida universalmente. Dentro de la estrategia de seguridad nacional, de reafirmaci�n de la hegemon�a para un nuevo siglo, un nuevo milenio, los objetivos generales que debe garantizar el Departamento de Defensa de USA son: asegurar la creaci�n de un ambiente internacional favorable a los intereses de Estados Unidos; tener la preparaci�n y presteza necesarias para responder al amplio espectro de crisis que amenaza los intereses de Estados Unidos; tomar las previsiones necesarias para estar preparados ante la incertidumbre del futuro cercano.

En lo que concierne a nuestra Am�rica, la nueva arma de la hegemon�a de EUA es el ALCA. Habr� tiempo para referirnos a esta nueva m�scara de la hegemon�a mundial unipolar, mientras hemos de darle la raz�n a quienes como Koichiro Matsuura, desde la cabeza de la UNESCO, piensan que humanizar la globalizaci�n no es un sue�o: es una ambici�n que se corresponde con una necesidad fundamental que todos debemos abordar unidos; puesto que la globalizaci�n no es una fuerza exterior que se ha desatado sobre nosotros: es y ser� lo que hagamos de ella.

 

Hay un dolor de huecos

 

Los intereses vitales de Estados Unidos, en torno a los cuales se organiza toda la actividad del Departamento de Defensa, comprenden: Proteger su soberan�a, su territorio y su poblaci�n. Prevenir la emergencia de hegemones o coaliciones regionales hostiles. Asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros de energ�a y a los recursos estrat�gicos. Disuadir y, si es necesario, derrotar cualquier agresi�n en contra de Estados Unidos o sus aliados. Garantizar la libertad de los mares, v�as de tr�fico a�reo y espacial y la seguridad de las l�neas vitales de comunicaci�n. En referencia a las dimensiones del escenario en el que se dirime la hegemon�a mundial, �ste se modific� sustancialmente con algunos acontecimientos paradigm�ticos, cada uno de los cuales con implicaciones y secuelas de diferente car�cter: La derrota de la guerra en Vietnam, el estallido del mundo socialista y ahora el reciente ataque del terrorismo. Efectivamente, el horizonte se ampli� pero su control se hizo m�s difuso. Ni el mayor hegem�n, constituido ahora como poder global, actualmente vulnerado, es capaz de dominar todas las fuerzas sociales, organizadas o descontroladas, que lo conforman. En este contexto el dise�o de estrategias y el propio pensamiento estrat�gico se colocan en un lugar central dentro de la organizaci�n de la dominaci�n y la competencia. Esto repercute en la tonalidad militarista que han ido adquiriendo las relaciones mundiales, y que tiene evidentes y profusas manifestaciones en la vida cotidiana y en la creaci�n de imaginarios, y explica por qu� la teor�a y la praxis militar se han ido comiendo los espacios de expresi�n de lo pol�tico.

En la hora presente, cuando de nuevo la cultura de la guerra enarbola sus huestes y banderas, recae en manos del dise�o y el pensamiento estrat�gico de la hegemon�a mundial unipolar la ocasi�n de optar definitivamente por la guerra o la paz. Si vis pacem, para bellum, nos lo dice claramente De Re Militari. Lleg� la hora de definiciones claras y precisas. Como lo desea Federico Mayor: "Pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz. Transformar las lanzas en arados. Evitar el horror de la guerra a nuestros descendientes." O como lo advirti� Federico Garc�a Lorca: "Tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios. Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente... Nada m�s po�tico y terrible que la lucha de los rascacielos con el cielo que los cubre. Nieves, lluvias y nieblas subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero �stas, ciegas a todo juego, expresan su intenci�n fr�a, enemiga del misterio, y cortan los cabellos a la lluvia o hacen visibles sus tres mil espadas a trav�s del cisne suave de la niebla"

 

Vidente en Nueva York

 

Arquitectura extrahumana, ritmo furioso, geometr�a, angustia, crimen, bandidaje. Nieves, lluvias y nieblas subrayan, mojan, tapan las inmensas torres, pero �stas, ciegas a todo juego, expresan su intenci�n fr�a, enemiga del misterio, y cortan los cabellos a la lluvia o hacen visibles sus tres mil espadas a trav�s del cisne suave de la niebla. Hay un dolor de huecos por el aire sin gente. �Negros! �Negros! �Negros! �Negros! La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba. Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo. �Hay que huir!, huir por las esquinas y encerrarse en los �ltimos pisos, porque el tu�tano del bosque penetrar� por las rendijas para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse. �Oh salvaje Norteam�rica!, �oh imp�dica!, �oh salvaje! �Que no baile el Papa! �No, que no baile el Papa! Ni el rey, ni el millonario de ojos azules, ni las bailarinas secas de las catedrales. Que ya las cobras silbar�n por los �ltimos pisos. Que ya las ortigas estremecer�n patios y terrazas. Que ya la Bolsa ser� una pir�mide de musgo, y muy pronto, muy pronto, muy pronto. �Ay, Wall Street! Cuando empiece el tumulto de la guerra dejar� un pedazo de queso para tu perro en la oficina. Nueva York de cieno, Nueva York de alambres y de muerte. �Qu� voz perfecta dir� las verdades del trigo? �Qui�n el sue�o terrible de tus an�monas manchadas? Agon�a, agon�a, fermento y sue�o. La guerra pasa llorando con un mill�n de ratas grises. Urbe aulladora, el cielo tendr� que huir ante la revuelta de las ventanas.

Manzanas levemente heridas por finos espadines de plata, mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos caer�n sobre ti. Caer�n sobre la gran c�pula que unta de aceite las lenguas militares. Los maestros ense�an a los ni�os una luz maravillosa que viene del monte; pero lo que llega es una reuni�n de cloacas donde gritan las oscuras ninfas del c�lera. Yo vi dos dolorosas espigas de cera que enterraban un paisaje de volcanes y vi dos ni�os locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino. Pero el dos no ha sido nunca un n�mero porque es una angustia y una sombra, porque es la guitarra donde el amor se desespera, porque es la demostraci�n del otro infinito que no es suyo y es las murallas del muerto y el castigo de la nueva resurrecci�n sin fusiles. Los muertos odian el n�mero dos, la luz tiembla delante de los gallos y los gallos s�lo saben volar sobre la nieve, tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios. Pero el viejo de las manos trasl�cidas dir�: amor, amor, amor. Dir�: paz, paz, paz, entre el tirite de cuchillos y melenas de dinamita. Mientras tanto, la muchedumbre de martillo, de viol�n o de nube, ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro, ha de gritar frente a las c�pulas, ha de gritar loca de fuego, ha de gritar loca de nieve, ha de gritar con la cabeza llena de excremento, ha de gritar como todas las noches juntas, ha de gritar con voz tan desgarrada hasta que las ciudades tiemblen como ni�as y rompan las prisiones del aceite y la m�sica. Porque queremos el pan de cada d�a, flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra que da sus frutos para todos. (Extractos de "Poeta en Nueva York" de Federico Garc�a Lorca, cuando a punta de locura, misterio y embriaguez, el vidente balbucea el fuego que le quema).

 

United States

 

Podr� no entenderse el mensaje de Lorca, quien hace casi un siglo a punta de locura, misterio y embriaguez, vidente empedernido, tan s�lo logr� balbucear el fuego que le quemaba ante el horripilante fantasma neoyorquino, ante ese inmundo estercolero, donde llegan oro y muerte en r�os de todas partes de la tierra; donde como en ning�n otro sitio del mundo se siente la ausencia total del esp�ritu; mas es el propio Libro quien nos lo recuerda: "Vino entonces uno de los siete �ngeles que ten�an las siete copas, y habl� conmigo y me dijo: Ven ac�, y te mostrar� la sentencia contra la gran ramera, la que est� sentada sobre muchas aguas; con la cual han fornicado los reyes de la tierra, y los moradores de la tierra se han embriagado con el vino de su fornicaci�n. Y vi una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que ten�a siete cabezas y diez cuernos; y en la frente un nombre escrito, un misterio: La madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra. Y cuando vi qued� asombrado con gran asombro. Y el �ngel me dijo: �Por qu� te asombras? Yo te dir� el misterio de la mujer, y de la bestia que la trae, la cual tiene las siete cabezas y los diez cuernos. Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales se sienta la mujer. Y son siete reyes. Cinco de ellos han ca�do; uno es, y el otro a�n no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo. Y los diez cuernos que has visto son diez reyes que a�n no han recibido reino; pero por una hora recibir�n autoridad como reyes juntamente con la bestia. Y los diez cuernos que viste, �stos aborrecer�n a la ramera, y la dejar�n desolada y desnuda; y devorar�n sus carnes, y la quemar�n con fuego. Y la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre todos los reyes de la tierra."

O evocando a nuestro camarada Rafael Guerrero, Carlos Gu�rin: "United States. Testimonio 1965. Cualquier a�o de este siglo. USA. Cohetes espaciales y negros apaleados. USA. Desgraciadamente Walt Whitman y f�sforo asesino en Viet Nam. De tal manera que venimos a decirte: D�janos en Paz! Guarda tus bombas asesinas. USA guarda tu mundo para USA. United States Carnicer�a. Lava tu alma de matarife, d�janos so�ar no pesadillas sino sue�os! Somos j�venes. Millones de j�venes. Con una novia y una canci�n en el recuerdo. Por qu� t� United States nos robas el derecho a vivir. Y para recobrar lo que nos pertenece ya empezamos a empu�ar fusiles por culpa de tu instinto homicida! USA Vete! L�a tu fardo de miseria. O te echaremos. Te largaremos. No vamos a permitir que sigas destruyendo nuestras vidas, saqueando nuestra tierra. USA John y Jane a orilla de cualquiera de tus r�os o del mar. Unidos para el amor, para la vida. Y al mismo instante en cualquier parte de la uni�n Unidos Ku Klux Klan crucificando un hombre de color. USA sangriento y tramposo, inquilino de nuestra geograf�a, que has hecho inhabitable por la ponzo�a que destilas. Alima�a! Eso eres USA. Y as� te conocemos. No podemos decir: USA eres un mat�n de siete suelas. No sabes ni siquiera de la dignidad del mat�n que no utiliza golpes bajos ni cobardes. Por eso te decimos: Yanki Go Home. Vete o te echaremos. No quisi�ramos que nuestras manos en vez de acariciar la vida. De construir en el campo, en el taller, en la escuela, el futuro, tengan que cerrarse en pu�o para golpearos!"

 

Sacando cuentas imperiales

 

La norte�a fogarada espeluznante, neoyorquina, evidenci� el odio de los desheredados y los explotados hacia la potencia mundial dominante. Permiti� evocar el horripilante fantasma de ese inmundo estercolero, donde llegan oro y muerte en r�os de todas partes de la tierra. Comprob� que el terrorismo es creaci�n del hombre en complicidad con sus dioses, seg�n mandato b�blico: �Cuando te acercares a una ciudad para atacarla, le brindar�s la paz. Si la acepta y te abre, la gente de ella ser� hecha tributaria y te servir�. Si en vez de hacer paces contigo quiere la guerra, la sitiar�s; y cuando Yav�, tu Dios, la pusiese en tus manos, pasar�s a todos los varones al filo de la espada�. Deut. 20,10-14. El terrorismo, invento, engendro de los hombres, es factura, cobranza hist�rica, homeostasis en medio de las hegemon�as establecidas en el orbe, signadas por la dominaci�n del terror, en sucesivos actos de violencia.

Los hechos terroristas nos confirman que el odio genera a las guerras y las guerras s�lo se ganan con violencia; que buena cantidad de pueblos oprimidos, en creciente acumulaci�n de frustraci�n, empiezan a vislumbrar que sus propios opresores nacionales son nada m�s que instrumentos de pol�ticas que favorecen al centro hegem�nico imperial; que los t�rminos de intercambio geopol�tico-cultural no los va a cambiar el imperialismo sin dejar de ser lo que es; que el imperativo de mantener sus pol�ticas ir� enfrentando al imperio a sectores mundiales cada vez m�s numerosos y articulados, hasta que surja un salto cualitativo en que ni siquiera convertir a todo el hemisferio occidental en una fortaleza compartida por estados policiales, y dedicar la industria nacional y la tecnolog�a a la producci�n de guerra, podr� evitar el desenlace.

Osama Bin Laden ha sido el hombre capaz de instaurar el orden del d�a, la agenda pol�tica de los nuevos tiempos: vivir entre una permanente econom�a de guerra, saludable a las inversiones capitalistas, y un terrorismo que la justifica. Ante la obcecada persecuci�n de las reservas de petr�leo del mundo y otras apetecibles yerbas, parad�jicamente, Osama Bin Laden, en un como contubernio o conchupancia geopol�tica mundial, pareciera ser y seguir siendo un asiduo colaborador de la CIA, conocedor de los secretos influyentes, de los intr�ngulis de las �lites hegem�nicas occidentales.

A modo de deus ex m�china, la mesa in scena de Osama Bin Laden justifica la idiota "guerra de civilizaciones" que necesitaba la hegemon�a imperial, la mezquina ultraderecha del orbe, para maquinar, para echar a andar su econom�a de guerra, abriendo la puerta para la conflagraci�n de los fundamentalismos, que el mundo entero disfruta como show televisado.

Estados Unidos reacomoda sus fuerzas. Su presupuesto de guerra y el rompimiento de hist�ricos tratados tienen a EE UU en la mira del mundo. En efecto, acaba de retirar su firma de la Corte Penal Internacional (CPI), uno de los grandes pasos en la globalizaci�n de la justicia, ratificado ya por 66 pa�ses, pues, en denuncia del Presidente de la CPI: �Estados Unidos s�lo est� interesado en los tratados que puede controlar.� Lo que hace pensar a la internacionalista Luz Mar�a Sierra que estamos ante el nacimiento o consolidaci�n de un nuevo imperio: �S�lo el paso del tiempo dir� si el revolc�n que se est� dando en EE UU �que por momentos hace ver al imperio romano, que rein� hace 20 siglos, como un juego de soldaditos de plomo� ser� efectivo contra su nuevo enemigo: el terrorismo.�

La guerra santa americana (American Holy War) ha llevado al escritor y fil�sofo Rafael Argullol a formular su reciente Manifiesto contra la servidumbre, en el que expone pensamientos como �stos: �La aceptaci�n de la idea �loca o, peor, 'santa'� de un terror universal comporta la asunci�n de una servidumbre tambi�n universal. Podemos combatir los miedos, pero como el terror es imbatible todos nos convertimos en sus siervos: desde el m�s miserable s�bdito hasta el mismo emperador.�

Ante la sacralizaci�n del terror y de la guerra, Argullol sostiene que �Estados Unidos ha cruzado un Rubic�n sin precedentes en la historia, moderna o antigua, al afirmarse como �nica potencia imperial, con dominio sobre todo el planeta y aun, si atendemos a los planes puestos en marcha, sobre el espacio que rodea la Tierra. Naturalmente el gesto ha ido acompa�ado de un tan colosal incremento del presupuesto militar que, en la actualidad, �ste representa la mitad de todo el gasto armament�stico del mundo. Este poder, para el cual no hay antecedentes, es, a juicio del istoriador Paul Kennedy, el dato m�s relevante de nuestro presente.�

Su Manifiesto tajantemente lo remata as�: �Y no obstante, el principal peligro de este reci�n inaugurado siglo XXI no es tanto tal o cual miedo �siempre ha habido miedos y hombres libres luchando contra los miedos�, sino la sacralizaci�n del terror. Esto nos hace un�nimes, esto nos hace pasivos, esto nos hace ignorantes o c�mplices de lo que fingimos ignorar. La esperanza es que, sabido el nuevo peligro, seamos capaces de concebir una nueva rebeld�a. Si esto fuera un manifiesto no dudar�a en acogerme a la sabidur�a dura pero inconformista de Albert Camus para concluirlo: Je me r�volte donc nous sommes.�

 

Canci�n contra la guerra

 

En el Oriente se encendi� esta guerra. Dios mueve al jugador, y �ste, la pieza. �Qu� dios detr�s de Dios la trama empieza de polvo y tiempo y sue�o y agon�as? Este juego es infinito. Nos recordar�a Jorge Luis Borges, en este b�lico ajedrez al que asiste hoy el orbe entero. Vallejo, en cambio: Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no s�. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no s�. Hay golpes en la vida tan fuertes... Yo no s�. Entre tanto, increpa Gabriel Celaya: �Oh la USA del d�lar, oh at�mica agresora, Cartago anti-humanista, gigante que levantas sobre unos pies de barro tu cuerpo de oro y hierro, malditas sean tus madres, malditas sean tus huestes! Pues la USA siempre paga lav�ndose las manos, as�ptica, correcta, comercial, puritana, y los Wasps, como saben lo que es un buen negocio, comprar�n nuestras vidas masturb�ndose el oro.

Vientos del pueblo me llevan, vientos del pueblo me arrastran, me esparcen el coraz�n y me avientan la garganta. Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. Muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendr� apretados los dientes y decidida la barba. Cantando espero a la muerte, que hay ruise�ores que cantan encima de los fusiles y en medio de las batallas. Ser�a de nuevo el canto de Miguel Hern�ndez. De pronto media Le�n Felipe: Aqu� se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo. �Me hab�is entendido, poetas infernales? Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud... �Hablad m�s bajo! �Tocad m�s bajo!... �Chist!... ��Callaos!! Yo tambi�n soy un gran violinista... Y he tocado en el infierno muchas veces... Pero ahora aqu�... Rompo mi viol�n... y me callo. Y el vidente de Nueva York advierte: No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Pero si alguien cierra los ojos, �azotadlo, hijos m�os, azotadlo! Haya un panorama de ojos abiertos y amargas llagas encendidas. No duerme nadie por el mundo. Nadie nadie. Ya lo he dicho. No duerme nadie.

Mientras tanto, Gustavo Pereira nos recuerda su canci�n: Alguien so�aba cierta noche que todos los poetas del mundo, a un solo impulso, escrib�an sobre las paredes o los muros de las ciudades de la tierra una canci�n contra la guerra. Y que todas las madres y los padres y los ni�os y los j�venes y las muchachas de todas las ciudades, las aldeas, las praderas, las monta�as y los mares del mundo copiaban aquella canci�n en los cuadernos y en los platos, en las ollas y en las s�banas, en los zapatos y en las arenas, sobre los autos y las chimeneas, sobre las camisas y las pelotas. Hasta que todo el mundo fue una sola canci�n contra la guerra. Ni los pol�ticos bribones, ni los militares obtusos, ni los cient�ficos de la destrucci�n ni los m�nimos ni los m�ximos comerciantes de la guerra pudieron atreverse a nada, mucho menos a soplar su globo de colores, pues la terrible P de la palabra Paz golpeaba con tanta furia sus intestinos que cada vez reduc�a m�s a gabazo su mala fe.

 

Canci�n de Paz

 

ANCHA SOLEDAD de los desiertos. Sol en los tejados. Silenciosa frescura del aljibe. Vell�n azul rondando por el aire. Voz en alta llamarada. Milagro para el rayo en muerte de la guerra. Canto de la brisa, el sol y las quebradas. Amor que no puede caminar como una hoja.

Una hoja entre el viento que camina o un camino entre el vientre de la hoja que se va. Hoja y camino. Camino caminando con el viento. Inc�gnita en el tiempo. Una pregunta en pie para los hombres. Colina para otear a Dios. Hondonada para hallar la luz. La cresta de un lucero, por el postigo coraz�n mirando.

Susurro de los �rboles, tu sue�o. Tu coraz�n, del tama�o del mar que conocemos. Tu cabellera, los r�os, las quebradas, los riachuelos. Diminuta, te escondes en los sauces que duermen a los lagos, en los cipreses de la tumba ajena, en los aljibes de las casas solas; en los zaguanes del amor del viento o en las pesta�as de la madre pobre.

Hojarasca entre la noche de los p�jaros. Tronco fatigado por el tiempo y la tormenta. Latido de fogata crepitando entre la fronda.

Lumbre y mujer para la misma sombra. Sue�o y silbido para el mismo abismo. Amanecer y tarde florecidos, floreciendo en las sienes de la flora. Lucero y arrebol, azules horas. Cocuyo entre rastrojos vespertinos, iluminando el resplandor tard�o, las noches de vigilia arrobadora.

J�bilo, alumbramiento, bienvenida. Ara en fulgor para el altar del tiempo, para elevar el coraz�n festivo. Trino con que cantamos a la vida, cuando la suerte nos ofrece el huerto para sembrar de estrellas el camino.

El pan, el oro, la solemne sombra en esplendor divino, la alegr�a. Infancia en llama, en canto, en lejan�a que el transparente coraz�n la nombra. La soledad que en la vereda asombra al trigo, al viento, al lirio en noche fr�a. Ardiente claridad la poes�a que el hurac�n del coraz�n alfombra.

Encanto de la luz, la Navidad que alumbra el triunfo matinal del hombre y el silencioso arroyo del deseo. En glorias del amor, la huracandad con que la brisa de la luna asombre la encantadora m�sica de Orfeo.

Conoces nuestra locura como nadie m�s conoce. Nos visitas muy de madrugada o cuando cae el sol sobre el tejado. Contigo "supimos los misterios de las cosas como si fu�ramos esp�as de los dioses". Sus secretos descubrimos.

Conoces todas las nieves, todos los riscos, todos los gestos de los hombres, todo el espesor del viento, la justa medida de la espera junto a la luz total de nuestras cosas. Fabricas los sue�os del jard�n. Doblegas la furia de la guerra. En cada atrinchera nos proteges; nos cubres en cada retirada y avanzas con nosotros, la primera.

Has asistido a mil batallas y tienes otras mil por combatir. Ilesa saldr�s en cada portachuelo. Ninguna polvareda nublar� tu paso, menos las luces de tus blancos senos.

Mientras seamos capaces de asistir a un terremoto sobre un rayo de luna o a una tempestad en una gota de sol, crecer� tu sombra, Hilandera Majestuosa, la de todos los hilos de los sue�os.

Desde los Decretos de Bel�n y de la Sala de Actos del Smolni, con el mundo entero por testigo, tranquilidad no del orden existente, sino la de un orden nuevo, en busca de una humanidad nueva.

La de elevar al hombre nuestro sue�o.

La de tan amarte y tan morirte,

P A Z

 

 

PLEGARIA POR LA PAZ

 

Cuando el aire huele a p�lvora la guerra envejece el coraz�n.

En la noche de la guerra, del hambre y de la lluvia, aparece, gigante, la sombra de la muerte.

Habr� de haber tiempo para la Poes�a, si no quieren pueblos y hombres sucumbir antes de tiempo.

Por los ni�os perdidos en la guerra: �Se�or, danos menos fuerza para la guerra y m�s valor para la paz!

Una leve sospecha nos consume: al borde de esta nueva primavera van los hombres derecho hacia la guerra, dispuestos a acabar con la alborada.

Amigos y enemigos se confunden con los mismos presagios de la muerte; no bastan los sollozos de las flores para calmar las furias de los vientos.

Definitivamente se pelea. La sangre de los hombres se derrama. Cada vez son m�s altas las hogueras.

La pavura del hombre se agiganta. Al verse codo a codo en la trinchera ni due�o de su sombra ya se siente.

Hablamos de la muerte, compa�ero, la misma que nos tiene sin cuidado, la que ha perdido el precio entre nosotros, la muerte, la infalible compa�era.

Pensamos en los campos de batalla, en ellos se nos funde la esperanza. Pensamos en mejores madrugadas para el pan amasado con la aurora.

Pisoteada est� la primavera. Son pocas las ma�anas que nos quedan. No est� quedando tiempo para el sue�o.

Cuidemos entretanto a nuestros hijos mientras trenzan sus sue�os lentamente. Sigamos con la vida que nos resta.

Por los ni�os perdidos en la guerra: �Se�or, danos menos fuerza para la guerra y m�s valor para la paz!

Es tiempo de velar por la esperanza, por los nuevos caminos de la aurora. Es tiempo de acercarnos a la madre a pedirle el aliento de la vida.

Es tiempo de mirar a las estrellas, de andar con el hermano que nos queda a la huerta perdida entre la aldea para ver qu� semillas recoger.

Es tiempo de arrumbar los macundales, de encontrarnos de nuevo con la vida para invocar la aurora del vidente.

Es tiempo del mejor amanecer, de esperar, bien armados de paciencia, acampar en espl�ndidas ciudades.

Pablo Mora

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