Salvador Allende: Obras escogidas


PROLOGO

Joan E. Garcés (*)

La palabra y obra de Salvador Allende son testimonio de cinco décadas de vida colectiva. Sus raíces y su proyección trascienden los límites temporales del ciclo vital de su persona.

La sociedad chilena hereda del siglo XIX una constante que pervive en las generaciones del actual: la voluntad de construir un Estado nacional. En este proyecto colectivo el pueblo chileno había avanzado más rápido y lejos que el resto de América Latina. En 1920 el más cualificado analista del poder germano, Karl Haushofer, a quienes desde Munich miraban hacia Latinoamérica les apuntaba y singularizaba a Chile porque, en sus términos, era "un Estado fuerte y seguro de sí" (1).

Es la sociedad civil chilena la que sustancialmente genera y construye el Estado con el que Chile ingresa en el S. XX. En el competitivo y depredador sistema económico mundial donde Chile ha estado siempre integrado, el "Estado" independiente era a un pueblo lo que la "empresa" a la unidad productiva o comercial: un instrumento de organización, acción, protección. En semejante civilización darwinista, sólo los fuertes podían esperar resistir o sobreponerse a la codicia de otros. Un pueblo sin un Estado dotado de medios propios idóneos, se decía, está indefenso frente a la expansión subyugadora de los que disponen de aquéllos. En esos términos teorizaba, entre 1887 y 1904, el distinguido teórico de la expansión imperial británica, Sir Halford John Mackinder (2).

En las Metrópolis de principios del presente siglo, en contra del determinismo geográfico de algunos, era opinión común que "es irrelevante si un pueblo se sitúa en el centro de un continente o en una isla; aquellos pueblos que cuentan con el poder industrial y el poder de invención y de la ciencia estarán en condiciones de derrotar a los otros" (3).

Visto desde este ángulo, el ser o no ser de América Latina como colectividad continental, la que pudo ser y no fue, se dilucidó en la segunda y tercera décadas del S. XIX. Las consecuencias perduran más allá de hoy. Que las guerras de independencia fueran también civiles, que de aquellas no surgieran estructuras continentales comunes a los pueblos en vías de emancipación, tiene causas endógenas y también exógenas. Entre estas últimas no pequeña es el hundimiento del Estado que integraba a los pueblos de América. Contemplar la experiencia retroactivamente sugiere interesantes explicaciones de un pasado próximo que irradia el presente y futuro (4).

En el precedente de las colonias inglesas sublevadas, el temor al retomo del Estado británico, evidenciado en su Royal Navy, sus tropas estacionadas en Canadá, su comercio, deprimió las tendencias centrífugas entre los colonos independentistas, los empujó a encontrar medios de entenderse y unirse. "O los que estamos aquí firmamos todos juntos, o pronto colgaremos todos juntos", argumentaba Benjamín Franklin a los plenipotenciarios de los Estados rebeldes para que asumieran la Carta de la Unión. Tres décadas después, el magno proyecto de Bolívar no sobrevivió a la victoria de su leal lugarteniente Sucre sobre el último cuerpo militar de la Metrópoli (Ayacucho,1824). Esta había perdido su propia Marina ante Nelson y se hallaba intervenida por las potencias de la Alianza Europea. Factor este último, más que ningún otro, que decidió al gobierno de Inglaterra a oponerse al propósito de los poderes continentales -francés, germano, ruso- de recuperar la antigua América española al socaire legitimista de "restaurar los derechos" del Rey de España. Para disuadir de intervenir a los otros poderes -y a EE.UU.-, más que para satisfacer las peticiones que hacía lustros llegaban en vano a Londres desde las nuevas Repúblicas el Primer Ministro Canning se decidió a reconocer la independencia de las nuevas Repúblicas, contra la voluntad del Rey de Inglaterra y parte del Gabinete. Lo explicaba ante la Cámara de los Comunes, el 12 de diciembre de 1826, en una celebrada frase: "[Cuando Francia ocupó España, en 1824] yo miré a las posesiones de España al otro lado del Atlántico; miré a las Indias y di vida al Nuevo Mundo para recomponer el equilibrio en el Viejo".

Hasta 1895 la hegemonía británica sobre América Latina se opondría a la plena expansión de la de EE.UU. Todavía en 1891 intervenía Londres en Chile detrás de la insurrección contra el Presidente Balmaceda, mientras EE.UU. amagaba su rivalidad dando apoyo diplomático a este último. En 1895 la lucha por la hegemonía en Europa provocó un giro de prolongados efectos sobre América Latina, el Caribe y el Pacífico: ante la emergencia de la unificada Alemania, con motivo de una disputa sobre límites con Venezuela, Gran Bretaña abandonó su centenaria oposición a las ambiciones de EE.UU. sobre América en el cálculo de que el nuevo poder de EE.UU. no interviniera del lado de Alemania en el conflicto que despuntaba en Europa. Poco después -1898- con la ocupación de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y las restantes islas bajo soberanía española del Pacífico se iniciaba la expansión naval de Washington. La Royal Navy había dejado de interponerse.

En la realidad interna del Chile en que nace Salvador Allende -1908-, era cuestión abierta hasta qué punto el Estado estaba dotado de medios para cumplir funciones equivalentes a aquellas de que se dotaron otros pueblos. El debate era menos teórico que práctico, prolongaba el legado de un siglo de acumulaciones en tomo de estructuras estatales que incidían activamente en el desarrollo cultural, político y económico de la nación. Los posicionamientos sobre la naturaleza, medios y funciones del Estado permeaban las fronteras entre los partidos tradicionales -Conservador, Liberal- y los que se configuraban en tomo de emergentes sectores medios y populares. Visto desde este ángulo, el movimiento político chileno con el que se identificaría Allende es un desarrollo de proyectos y respuestas con sólido arraigo previo.

Es en la juventud donde normalmente se conforma la articulación de conceptos y esquemas básicos que definen la personalidad. En la vida adulta son desarrollados, rearticulados, rara vez radicalmente alterados. Los antecedentes de los planteamientos esenciales que el lector encontrará en el Allende Presidente se encuentran ya enunciados por el joven Ministro y parlamentario mucho antes de su candidatura presidencial de 1952.

En la intervención del entonces Ministro de Sanidad en la Cámara de Diputados, el 7 de junio de 1939, pueden verse algunos de los rasgos definitorios del pensamiento político de Allende, los planteamientos básicos que reaparecen, de una u otra forma, a lo largo de las décadas siguientes, como en una labor de docencia permanente.

Uno de los objetivos básicos que ni en las más adversas circunstancias abandonará, fue el construir, reconstruir, volver a construir, una y otra vez, la coalición social, de partidos, sindicatos y movimientos cívicos independientes que, en los conceptos propios del año 1939, explicaba como "Frente Popular, barricada defensiva en la que se cobijan todas las fuerzas democráticas (...) Su orientación está basada en el conocimiento pleno de la chilenidad. Su destino, servir los intereses del pueblo". Entendía que a la coalición con partidos de la clase media los socialistas debían aportar una agrupación de "obreros, campesinos, empleados y pequeños burgueses (...) para mantener la democracia, luchar contra la oligarquía, el fascismo y el imperialismo. Un programa socialista no es lo mismo que uno del Frente Popular. Un gobierno frentista está creado para defender las garantías democráticas en contra de la amenaza tenebrosa del fascismo".

Con adaptaciones a las circunstancias de coyunturas distintas, es una constante suya en la década de los cuarenta -en 1943, desde la dirección del P. S. estudiaba las posibilidades del Partido Nuevo propuesto por el P. Comunista tras la disolución de la III Internacional (5)-, en la de los años cincuenta y sesenta - en disidencia con los socialistas que respaldarían la candidatura del general Ibáñez del Campo en 1952, en las coaliciones del FRAP en 1958 y 1964-, en la de Unidad Popular de 1970, en su poco escuchada propuesta de Partido Federado de Unidad Popular promovida, desde la Presidencia de la República, en 1972 y 1973.

En un régimen de partidos políticos, la dirección del Estado se halla en sus manos. Es difícil la independencia de éste si aquellos no lo son. Son conocidas las experiencias, pasadas y de hoy en día, de potencias que controlan a sus Estados subordinados a través de partidos en manos de personas cuya lealtad primera no es tanto hacia su propia comunidad sino hacia el poder intervencionista. El partido en el que militaba Allende nació con un postulado directamente enfrentado a esos mecanismos: "la independencia de partidos de filiación internacional, contra la beligerancia suicida de las fracciones obreras, el agresivo desprecio por las clases medias o pequeños burgueses y la práctica de teorías universales que no contemplen la realidad indoamericana" (6). Uno de los objetivos derivados de la destrucción del Estado democrático en 1973 era esperable que fuera intentar acabar con esta premisa de identidad y autenticidad en los partidos restaurados, presupuesto de las alianzas sociales y políticas en que se asentaron las coaliciones impulsadas por Allende.

En la sesión del Senado de 18 de junio de 1948 que debatía la ilegalización del P. Comunista, el senador Allende exhibió unas cartas que en 1873 dirigiera D. Manuel Antonio Matta al diputado Radical Dr. Allende Padín, su ascendiente:

"He traído este recuerdo para rechazar el que algunos Honorables Senadores invoquen la Patria y el patriotismo para decir que sobre estos conceptos ellos fundamentarán sus votos favorables al proyecto en debate. Aquí también hay hombres que tenemos una herencia, aunque modesta, al servicio de la República. Las cartas de Matta, entre otros hechos que la historia ha recogido, así lo prueban".

Chile, como el resto de América, es tierra de inmigrantes. No por serlo los ciudadanos de apenas una o dos generaciones se sienten menos identificados con la patria de acogida o elección. Por sí mismo, ello no es motivo de discriminación. En su prolongada confrontación con dirigentes salidos de o identificados con las oligarquías tradicionales (7), en su respaldo a los intereses de blancos pobres, mestizos y araucanos, Allende no derivaba contradicción de su personal ascendencia en influyentes familias criollas, asentadas en este nuevo extremo "desde antes del nacimiento de la República. Es fácil de encontrar que en público no lo evocara -sus alusiones no remontándose más allá del citado Dr. Ramón Allende Padín, Gran Maestre de la Masonería, Cirujano en Jefe durante la guerra del Pacífico, hijo a su vez del Ramón Allende Garcés que combatió junto a Bolívar en Boyacá y Carabobo tras formar parte de los Húsares de la Muerte de Manuel Rodríguez, después de incorporarse al ejército independentista en 1812-. Pero tampoco en privado, salvada alguna casual alusión al hermano de Ramón Allende Garcés, Gregorio, jefe de la primera guardia de honor de 0'Higgins. Cuando en 1988, en su nutrida biblioteca de París, Armando Uribe me mostraba en un muy viejo libro sobre altos dignatarios del "Reyno de Chile" el linaje de varios Allende y Allende-Salazar, le comenté que si bien Salvador Allende Gossens vindicaba el origen vasco de ambos apellidos nunca le escuché comentario alguno sobre rancios abolengos. Uribe replicó: "precisamente porque lo sabía es que no presumía de ello". Viene a cuento esta anécdota porque, aunque fuera subconsciente, puede en algún modo contribuir a explicar la altanería sin complejos con que trataba a los portaestandartes de los poderosos de esta Tierra con los que se cruzaba, en contraste, con la modestia y sencillez que usaba hacia la gente humilde. Así, George Bush, que en 1975 sería Director de la CIA y en 1988 Presidente de EE.UU., difícilmente olvidará su encuentro, en su condición de embajador de la Administración de Nixon ante la ONU, con el Presidente Allende. Llegado este último a N. York en diciembre de 1973 a exponer ante la Asamblea General las conspiraciones de algunas multinacionales contra el Estado de Chile George Bush solicitó ser recibido. La reunión duró el tiempo del siguiente diálogo: -Allende: "Quiero reiterar a su Gobierno que el pueblo de Chile desea tener las mejores relaciones dentro del mutuo respeto. No identifico al pueblo de EE.UU. con las acciones de la CIA en los asuntos internos de mi país". -Bush: "Señor Presidente, la CIA es también el pueblo de EE.UU.". -Allende, levantándose del sillón: "Señor Embajador, le ruego que se retire". -Bush, sonrojado y confuso balbucea: "Sr. Presidente, �he dicho algo improcedente?". -Allende: "La entrevista ha terminado. Adiós".

Era manifiesto, en público y en privado, su orgullo de Chile. Ante los amigos íntimos, en la bonhomía de la confianza, medio en broma medio en veras, a veces se autopresentaba con una expresión que le agradaba escucharse: "Allende de Chile".

Para los políticos entre los que se encuadraba el joven Allende la independencia económica era vista como asociada a la "recuperación de nuestras fuentes de materias primas para el Estado (...) sólo así se podrá conquistar nuestra segunda independencia, la independencia económica" (8), "el control del Estado sobre las industrias fundamentales siendo el medio para el desarrollo industrial de nuestros países y para la liberación económica de los pueblos de América Latina" (9). Tal proyecto es obvio que fue siempre batido en brecha desde los países que han controlado los recursos naturales de América Latina. Los pasos que entre 1970 y 1973 avanzó el Estado chileno por ese camino profundizaban un sendero abierto en las décadas anteriores. La destrucción en septiembre de 1973 del Estado aparece, desde este ángulo, como un medio para interrumpir su desarrollo.

La visión que tenía Allende de su país se identifica con una voluntad de ser, de hacerse, de superarse, de la colectividad nacional, frente a aquellos que denuncia como agarrotándola o rindiéndola desde dentro, o subyugándola desde el exterior. Proyecta hacia el futuro realizaciones presentes y acumulaciones históricas, lejanas o próximas, frustradas o logradas, inacabadas en todo caso, que no admiten metas fijas. Tampoco se asigna a sí mismo metas abstractas ni, por consiguiente, a su mandato presidencial, que entiende como una etapa en las luchas populares y nacionales que sucede a otras y a la que seguirán más jomadas, en un camino no lineal, sin "telos" predefinido, donde sucesivas generaciones persiguen, a su modo y circunstancias, el permanente anhelo de mayores y mejores libertades para la humanidad. Es éste un motivo recurrente en sus planteamientos, articulado en convicciones filosóficas de un evolucionismo de balance final positivo en las secuencias temporales largas, de progreso al modo kantiano, laico, que inspiran sus postreras palabras de despedida.

La democracia la entiende como forma de vida, "no como instrumento sino como armazón o estructura de nuestra vida nacional. Pero la democracia política no basta y hay que ir a la democracia económica, a la democracia social" (10). De donde deriva lógicamente al principio de "defensa de las libertades individuales y sociales" y al rechazo del "sectarismo y el infantilismo revolucionario que propiciaba en nuestro país la dictadura del proletariado" (11). El rechazo de tal dictadura en Chile lo reafirma en su discurso de toma de posesión de la Presidencia de la República (4.XI.1970) y, enfáticamente, en el I Mensaje al Congreso (21.V.1971).

Opone al caudillismo en boga en la Europa de los años veinte a cuarenta -no es exclusiva de los pueblos hispánicos-, "más que la adhesión a un hombre, tenemos como norma nuestra invariable adhesión a unos principios (...) y a los compromisos adquiridos" (12). A la ambición del poder por prebendas burocráticas contrapone que los militantes del Partido Socialista viven de su esfuerzo y trabajo, manual, intelectual o profesional (13).

Es en medio de la adversa soledad en un Senado que vota afirmativamente la ilegalización de un partido político donde el hombre de principios reafirma su convicción en el Estado de Derecho: "No es revolucionario el que, por la fuerza, logra, transitoriamente, mandar. En cambio, puede ser revolucionario el gobernante que, llegando legalmente al Poder, transforma el sentido social, la convivencia social y las bases económicas del país. Ese es el sentido que nosotros damos al concepto de revolución: transformación profunda y creadora" (14).

Allende es ante todo un humanista. Podría haber hecho suyo el clásico postulado de Plauto: "Nada humano me es ajeno". Su sensibilidad ante el sufrimiento, la desigualdad, la explotación, individual y colectiva, en su patria o en otro país, orienta sus opciones teóricas, su formación, su compromiso en la acción, su generosidad. Si la democracia es una práctica, al socialismo lo entiende como desarrollo de las libertades políticas hacia las económicas y sociales. El poder por el poder no le interesa, desprecia a quienes buscan en los cargos públicos el medro personal. Los administradores del Estado deben ser servidores de la sociedad, el acceso del pueblo a la dirección de los resortes estatales debiera liberar capacidades nacionales reprimidas, crear recursos orientados a satisfacer las necesidades básicas de toda la población.

La generación en la que crece Allende, la segunda después del sacrificio de Balmaceda, continuaba interrogando y ponderando el legado de un siglo largo de experiencia republicana integrada en el sistema mundial de mercado (free trade). Muchos chilenos hacían un balance critico de sus resultados para la Nación y, en particular, para más de dos tercios de población marginada. En la reacción a tal legado se apoyaban quienes promovían que el gobierno debía "planificar la economía con un criterio de intervención de Estado, que resguarde los intereses de la mayoría del país, que permita su desarrollo industrial y técnico" (15).

La conciencia de ausencia de la non-nata unidad de los pueblos y Estados de América Latina es una constante mayor en Allende. A la postre, la inexistencia de estructuras de poder financiero y económico autónomas, propias de América Latina y al servicio de sus intereses colectivos, marcará su sino personal y el del proyecto nacional que simboliza.

Si el 4 de agosto de 1941 la Gran Bretaña y EE.UU. firmaban la Carta del Atlántico frente a la Europa bajo hegemonía germana, los socialistas y Allende pedían que Chile se adhiriera a la misma desde una posición independiente, que no les impidiera promover lo que denominaban "Carta de América, una cohesión y conciencia solidaria de tipo continental que defienda estos pueblos pequeños, en la hora de la paz, contra los imperialismos que, agazapados, esperan su instante; contra las grandes potencias que hoy nos respetan porque nos necesitan, y que mañana, como ayer, pudieran olvidarse de lo que hemos dado o lo que hemos hecho por la democracia, pudieran olvidarse de que somos pueblos libres, con soberanía y alta dignidad humana" (16).

La "política de buena vecindad" que desde 1934 promovía hacia Latinoamérica la diplomacia de la Administración Roosevelt, su renuncia a Cuba y Haití, el compromiso de conceder en diez años la independencia a Filipinas, se plasmó en la Declaración de Solidaridad Americana de Lima (1938). Allende admira y respeta a Roosevelt, mas sus iniciativas las evaluaba desde América Latina: la política de Buena Vecindad no basta. Es propiciada por sólo un sector de EEUU. y a su sombra, por lo demás, han prosperado dictaduras y gobiernos antidemocráticos, antipopulares" (17).

A fines de aquel 1938 preocupaba al Presidente de EE.UU., persuadido de que Alemania pretendía la hegemonía mundial, que América Latina pudiera ser reintegrada a la zona de influencia europea. Si Alemania lograba subordinar a Gran Bretaña y Francia -con sus respectivos imperios-, presumía Roosevelt que podría entonces volcarse "hacia la subversión y conquista económica" de los pueblos de Latinoamérica. En el supuesto de una Europa unida por Berlín, anticipaba que aquella impondría sus condiciones políticas a las repúblicas latinoamericanas como condición para comprarles sus materias primas, aunque "les permitiría continuar ondeando su bandera y cantando su canción nacional" (18)

En el contexto internacional en que la coalición del Frente Popular ganó las elecciones presidenciales del 25 de octubre de 1938 la desesperación de las clases dominantes indígenas no fue menor entonces que el 4 de septiembre de 1970. El Partido Socialista, y el Dr. Allende, activamente opuestos a los émulos locales del fascismo, se incorporaron al Gabinete de Pedro Aguirre Cerda. También la conspiración civil logró insubordinar a un sector militar. La diferencia mayor estaba detrás de la tramoya: el Presidente Roosevelt no estimuló ni respaldó las conspiraciones contra el gobierno democrático de Chile, Nixon sí como sus sucesores sostuvieron el cruel politicidio y castigo impuesto al pueblo chileno.

Lo que en 1938 era inquietud de Roosevelt acerca de la ambición sobre América Latina de una Europa bajo hegemonía alemana, en 1942 era una constatación en los análisis políticos del Office of Strategic Services (O. S. S.), adscrito al Estado Mayor Conjunto. Así lo leo, por ejemplo, en el original de un amplio estudio fechado en noviembre de 1942:

"(...) una de las razones de Hitler para ganar la guerra "civil" para Franco era usar una España fascistizada como títere e instrumento en América Latina, Puerto Rico y Filipinas. Al actuar así, sin embargo, se limitaba a llevar hasta su lógica conclusión una política que ha sido seguida por Alemania al menos desde el final de la I Guerra Mundial (...). Alemania ha deseado España y Portugal no tanto por sí mismas sino como vía natural de acceso a la América de lengua española y portuguesa. Cuando Hitler convino su acuerdo con los fascistas españoles, su puesta . en práctica fue enormemente ayudada por el hecho de que sectores de intelectuales españoles, funcionarios de la Administración y oficiales militares habían estado en estrecho contacto con Alemania por lo menos durante dos décadas, a través de las muchas organizaciones especializadas establecidas con ese fin desde 1915, tanto en España como en Portugal" (19).

Algunos meses después, desde Chile, Allende percibía las manifestaciones externas de la lucha entre las potencias europeas y EE.UU. por América Latina, pero a partir de premisas y con conclusiones distintas:

"EE.UU. esencialmente busca el apoyo de sus satélites de América Latina. De ahí la tolerancia frente a gobiernos dictatoriales. Gobiernos pseudo-democráticos, a los cuales maneja fácilmente, porque le deben su existencia, su apoyo económico. España entra también en este juego, y trata de influir sobre América Latina. El régimen de Franco quiere ser la cabeza de un imperio espiritual de habla española, que le permita perpetuarse y tener una influencia en la post-guerra. Por eso está interesada en la formación de regímenes que obedezcan a sus grandes líneas arquitecturales; son regímenes antiobreros, antinorteamericanos y militares fascistizantes. El surgimiento del movimiento argentino y sus proyecciones en América tienen esta característica; éste no puede ser un movimiento local (...). En otros países de América se observan despuntes de grupos militares o de caudillos civiles que tienen la misma factura (...). Frente a estos hechos, la América nuestra debe sentir la necesidad de su unidad, y la América popular la necesita sobre la base de una soberanía continental y dentro del ejercicio de una auténtica democracia y de una auténtica libertad (...). El Partido Socialista afirma la personalidad propia y definida que debe tener la revolución latinoamericana (...), cuyo objeto esencial es la unión económica y política de Latinoamérica en los marcos de una democracia de trabajadores organizados" (20).

Tras el comienzo de la guerra con Alemania, el Partido Socialista fue el primero en la coalición de Gobierno en pedir la ruptura de relaciones con las potencias del Eje así como el reconocimiento de la URSS. La política internacional de los partidos del Frente Popular no entraba por ello en contradicción con las prioridades estratégicas de EE.UU. La incidencia de este hecho en el fracaso de las conspiraciones conservadoras contra el Frente Popular no es irrelevante. Citaré como ejemplo la estimación que, pocos días después de que Alemania declarara la guerra a EE.UU., hacían los servicios de inteligencia militar de Washington sobre la tarea a asignar a los Ejércitos de América Latina:

"(...) los Ejércitos de América Latina pueden hacer poco por sí mismos. Lo más que puede esperarse de ellos es que preserven el orden interno y mantengan en el poder regímenes favorables a los EE.UU." (21).

Si en octubre de 1940 los socialistas organizaban en Santiago el primer congreso de los partidos populares y democráticos de América Latina, ello no era óbice para que el mismo Partido Socialista -en cuya dirección colegiada se hallaba Allende-saludara en 1941 la visita del Vicepresidente de EE.UU., Henry Wallace, y le entregara públicamente un anteproyecto de temario para un congreso de partidos democráticos de América, así como un informe sobre la conveniencia o inconveniencia de que el Partido Socialista planteara la adhesión de Chile a la Carta del Atlántico.

Semejante concordancia entre las organizaciones populares de Chile y las que en EE.UU. respaldaban la política de Roosevelt cambió a partir de 1945. En abril moría el Presidente Roosevelt y con él se enterraron sus planes para construir la paz mediante la continuidad de la alianza dentro del sistema de seguridad colectiva de la Carta de las Naciones Unidas. En mayo siguiente Alemania capitulaba, en julio se ensayaba la bomba atómica en Álamo Gordo (Nuevo México) y en agosto el sucesor Truman ordenaba lanzarla sobre Japón con un objetivo menos militar que político (22): persuadir a la URSS de que reconociera en la Conferencia de Potsdam, y subsiguientes, la hegemonía de EE.UU., que franqueara el paso sobre Europa y Asia enteras al sistema económico dominado por Norteamérica. Sabido es que Stalin primero dijo no, y al apremio respondió acuartelando el perímetro donde habían llegado sus tropas en lucha contra la invasión germana. La Administración Truman en pocas semanas sustituyó la alianza antigermana por la antisoviética, la lucha ideológica y propagandística del antifascismo fue reorientada contra las izquierdas en general y el "comunismo" en particular. La oposición de Henry Wallace y de la izquierda norteamericana a entrar en la nueva guerra, a sus consecuencias para EE.UU. y la humanidad, fue sobrepasada. En septiembre de 1946 Wallace era destituido del Gobierno y en 1948 derrotada su candidatura a la Casa Blanca. El Mundo había entrado en la larga conflagración de cuarenta y cinco años que abarcó a todos los rincones del Planeta, que en 1989 experimentó un giro al aceptar una nueva dirección en el Kremlin, derribar las fortificaciones, abrir sus mercados, y decretar Rusia, en 1991, la extinción del sistema político-económico que dio origen al Estado soviético.

El cambio de alianzas en Washington a partir de aquel verano de 1945 reabrió en América Latina una secuencia que nunca se había cerrado del todo. El asesinato del líder Liberal Jorge Eliecer Gaitán en Bogotá (9. IV. 1948), virtual vencedor de las inmediatas elecciones presidenciales, iniciaba el camino de marginar del gobierno a dirigentes que, leales a su propio pueblo, tenían respaldo bastante para ganar elecciones libres. En octubre siguiente el general Odría instauraba su dictadura en Perú, un mes después otro derrocaba el gobierno de Acción Democrática en Venezuela, abriendo una nueva y larga secuencia de dictaduras, de cuyo efecto devastador para la fábrica social muy pocos países se han librado hasta el día de hoy. La inmediata proyección en Chile del cambio de prioridades en EE.UU. fue la liquidación de la Alianza Democrática, la exclusión del Gobierno e ilegalización del P. Comunista (junio 1948) por el propio Presidente, González Videla, que había sido elegido con sus votos (23).

La adaptación de la misión asignada por EE.UU. a los ejércitos auxiliares de América Latina quedó institucionalizada aquel mismo año 1948 en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. El territorio, los recursos, la población de América Latina continuaban integrados pasivamente a las vicisitudes de las guerras hegemónicas (no han dejado de estarlo desde hace cinco siglos). A diferencia de lo ocurrido con el Frente Popular en 1938, las sucesivas alianzas populares posteriores a 1945 fueron combatidas desde EE.UU. -y países aliados- en intensidad proporcional al apoyo con que contaba cada coalición. La intervención fue incrementada hasta lograr destruir en 1973 el propio Estado -más "fuerte y seguro de sí mismo" sin duda que el que en 1920 atraía la atención de Haushofer, pues representaba e integraba a todo el pueblo y recuperaba el control de sus recursos estratégicos (24). Demasiada fortaleza...

En 1970-73 alcanza su mayor nivel la integración-participación de todos los sectores sociales en el Estado representativo. A la mayoría social -asalariados y pobladores urbanos, campesinado- se les reconoce en la práctica el status de ciudadanos plenos, con acceso real a educación, sanidad, trabajo, vivienda, al excedente económico y a las instancias últimas de decisión política. De que el Estado democrático lograra controlar los recursos básicos dependía que generar y dispusiera de capital propio para financiar, también, a sus Fuerzas Armadas, posibilitando así que éstas se identificaran con la identidad y suerte de su comunidad nacional y no con las de la potencia imperial a cuyo interés último se subordinan quienes de su asistencia dependen. En su testimonio póstumo, el Comandante en Jefe del Ejército entre octubre de 1970 y agosto de 1973, general Carlos Prats, concluía:

"Cuando se escriban serenamente las páginas de la Historia de Chile de los últimos 40 años (...) el gobierno que en dicho lapso tuvo una concepción más nítida de la seguridad nacional y demostró con hechos el mayor interés por los problemas de la Defensa Nacional, fue, justamente el Gobierno de Allende (...). Lo evidente es que el único Presidente de Chile que en 40 años abrió un camino de coherencia a los intereses de la seguridad nacional fue Salvador Allende (...) compartió e hizo suya la nueva concepción de 'soberanía geoeconómica' (...)" (25).

La expansión del capital financiero a lo largo del siglo XX ha encontrado, ciertamente, en el Estado el obstáculo que Mac-kinder prescribía en 1904 como escudo para los pueblos que querían preservar su independencia. Ha combatido, y combate, sin tregua al Estado, pero no es paradoja agregar que en beneficio de los intereses globales de otro u otros Estados. Coberturas ideológicas aparte, en ocasión de su intervención en la guerra europea en 1917-18, los recursos de EE.UU. apoyaron decisivamente el fin del Estado otomano, del Austro-húngaro y del alemán. En la de 1941-45, acabaron con los proyectos de autarquía de Alemania y Japón, superaron las barreras económicas de los imperios británico, francés, belga y portugués, que se desintegraron uno tras otro. En 1991 empezaba a desmantelarse la última de las grandes potencias que cuando este siglo empezó existían en Europa y Asia -la ruso-soviética-. Por el camino, los pueblos que han intentado construir un Estado independiente en las antiguas zonas de influencia colonial han sufrido la interferencia de los intereses contrarios a tal empeño.

La concentración y movilidad crecientes del capital financiero, la reducción del espacio-tiempo posibilitada por las innovaciones técnicas, proporcionan nuevos mecanismos al permanente empeño del primero de someter a la Nación-Estado y escoger la parte del Mundo donde invertir y acumular, imponiendo sus condiciones sobre gobiernos y pueblos. Entre las consecuencias derivadas está el actual resurgir de nacionalismos -y regionalismos- en todas las latitudes.

El ciclo mundial iniciado en 1945, que a su paso arrasó los cimientos del Estado democrático de Chile, se está cerrando. De su propio desarrollo han nacido nuevas líneas de fuerza. EE.UU. no es ya el banquero que después de 1945 dictó las reglas del comercio, el flujo internacional de inversiones. La estructura militar que en su amparo asentó sobre el Mundo flota sobre movimientos profundos que no por innovadores responden menos a la memoria histórica de los pueblos. Desde su reconstruido poder económico, la Europa que gira en tomo de la reunifícada Alemania, el Japón y China desde Asia, levantan los fundamentos de una redistribución del poder.

Estamos asistiendo a una nueva distribución y reorganización de los espacios económicos. Las instituciones nacidas a favor de la guerra "fría" -como la Comunidad Económica en la Europa bajo protectorado de EE.UU. o la OTAN, su brazo militar sobre Europa y el Mediterráneo- exploran mutaciones para tratar de controlar la nueva dinámica. Difícil. Los pilares de aquella estabilidad -división y control militar angloamericano sobre Alemania, división y enfrentamiento estructurado entre los europeos del Este con los del Oeste, subordinación política de Japón-, dan muestras de sostenerse cada día menos.

Los desarrollos posibles son inciertos. Las combinaciones probables, en todo caso, son pocas. La más pacífica, un cambio interno en EE.UU. que reactualice el inédito proyecto rooseveltiano hacia un gobierno del Mundo asentado en los principios de la Carta del Atlántico y las grandes potencias, tiene la dificultad añadida de contradecir una constante de la historia capitalista: la disputa por los espacios, recursos y pueblos ajenos. Las restantes encierran tensiones impredecibles, pues en la medida que no existe un solo poder hegemónico las opciones giran sobre la reedición de combinaciones de alianzas, sub-alianzas, contraalianzas, ententes, etc., variaciones de la experimentada política de equilibrios de poder en tomo de los protagonistas de las tres guerras hegemónicas que cubren el siglo más cruento y destructivo -con mucho- de la historia: germanos, anglosajones, rusos, japoneses, y muy pocos más.

En todos los escenarios razonablemente imaginables hoy, contemplados desde los planos de las potencias, los pueblos de América Latina tienen reservado un papel semejante al que siempre jugaron en los conflictos hegemónicos del sistema mundial desde el siglo XVI: tierras, pueblos y recursos subordinados o subordinables al hegemón, por más que ahora la información y el dinero circulan a velocidad de la luz. Hay fenómenos recurrentes. Un ejemplo próximo: poco años antes de que feneciera por ley biológica el general Franco -y Salazar en Portugal-, equipos de relevo fueron cooptados para asegurar que la Península continuara bajo el mismo control estratégico, aunque no por los medios de la dictadura, sino por los propios de un régimen de partidos. Reabierto el Parlamento, los financiados desde Alemania ocuparon -con mayor lentitud en Portugal, en Espa&nntilde;a con el beneplácito de los herederos designados por Franco- más de los tres cuartos de los escaños, tanto entre los que respaldaban al gobierno como en los de la oposición. La controlada alternancia interna así programada era necesaria para que la Península Ibérica continuara dentro del marco estratégico en el que la tenían las dictaduras. En el caso de España previa intervención -la cuarta desde 1700- de las potencias contra el gobierno republicano en 1936-39. Resultado añadido que aquí importa: los renovados equipos peninsulares son puestos a predicar en ultramar la buena nueva -en buena sintaxis-, canalizan apoyos entre selectos latinoamericanos y exploran mercados para quienes llegan detrás. Si tal planeamiento de felicidad para los pueblos ibéricos se financió desde Alemania con acuerdo de EE.UU., Francia y Gran Bretaña, la plataforma peninsular quedaba también al servicio de la estrategia hacia América Latina de la Europa en vías de unión por Alemania. Tanto si continúa articulada con la de EE.UU. como si deviene competitiva.

La realidad es la que es. Ilusión es desconocerla, cinismo ocultarla. Aún estamos saliendo de una guerra hegemónica cuando despuntan albores de nuevas experiencias de añejo sabor. Vamos a conocer imaginativas maniobras de dominación y explotación sobre pueblos que continúan sin instrumentos económicos y sociopolíticos adecuados a las posibilidades que las innovaciones técnicas ofrecen a los dominantes. Nuevos desafíos llaman nuevas respuestas. La vigilia por las libertades, la dignidad, el bienestar de cada pueblo requiere de un esfuerzo que sigue a otro para acumularse al siguiente. Ojalá cada vez más hombres y mujeres de América Latina asuman que la Historia enseña y la dinámica del Mundo de hoy muestra que sólo puede ser buen patriota el que es buen latinoamericano. Y obren en consecuencia. En la experiencia de significativos prohombres que han creído en este pueblo continente hay estímulos para la reflexión y acción. La del chileno Salvador Allende ocupa un lugar preclaro, de singular relieve. Nunca se resignó al papel asignado por los poderes a su nación, con sus compatriotas buscó y abrió nuevas vías. Su hacer se incorporó a la conciencia colectiva de su pueblo, y de muchos otros. Que sus claras palabras sean su propio intérprete.

Madrid, mayo de 1992


Notas:

(*) El autor es doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de París Sorbonne. Es autor de numerosos libros y artículos sobre su especialidad. Fue asesor político del Presidente Allende y autor del libro "Allende y la experiencia chilena".

1. Contribución a la geopolítica del Extremo Oriente", publicada en Wissen und Wehr, 4� cuaderno, Munich, 1920.

2. The Scope and Methods of Geographic y The Geographical Pivot of History, ponencias leídas en la Royal Geographical Society en 1887 y 1904, respectivamente.

3. Contribución de L. S. AMERY (después Primer Lord del Almirantazgo y Secretario de Estado para la India) al debate en la Royal Geographic Society de Londres, 8 de febrero de 1904, Proceedings ofthe R. G. S. ,1904.

4. El 19 de abril de 1809 escribía Jefferson al Presidente Madison: "La conquista de España pronto le planteará una delicada cuestión, pues las Floridas y Cuba se ofrecerán ellas mismas a Ud. Napoleón consentirá sin duda sin dificultad que incorporemos las Floridas, y aunque con alguna dificultad posiblemente también Cuba" (The Writings of Th. Jefferson, Washington D.C., 1904, vol. XII, p. 274).

5. Discurso de homenaje al triunfo del Frente Popular, 25 do octubre de 1943. Carta del Comité Central del P. S. al Partido Comunista, 1 de diciembre de 1943.

6. Discurso en la Cámara de Diputados, 7 de junio de 1939.

7. En su intervención en la Cámara de Diputados, el 7 de junio de 1939, el joven Dr. Allende fustiga con fuga a "esa oligarquía que desconociendo el origen modesto de sus antepasados que llegaron a Chile como emigrantes pobres y pacíficos, presumen de nobles y linajudos, pavonean los escudos que sus ascendientes compraron, herederos de esa seudo-tradición oligárquica".

8. Discurso en la Cámara de Diputados, 7 de junio de 1939.

9. Informe al IV Congreso del PS, 1943

10. Discurso de homenaje al triunfo del Frente Popular, 25 de octubre de 1943.

11. Informe al IV Congreso del P. S., 1943.

12. Discurso de 25 de octubre de 1943, cit.

13. Ibid.

14. Discurso en el Senado, 18 de junio de 1948.

15. Carta del Comité Central del P. S. al P. Comunista, 1 de diciembre de 1943.

16. La contradicción de Chile: régimen de izquierda; política económica de derecha, ponencia presentada al IV Congreso Ext. del P. S, agosto 1943.

17. Discurso en el teatro Caupolicán, 1944.

18. IKES (L. H.): The Secret Diary of Harold L. Ickes, London, 1978, p. 568; BAERON (G. L.): Leadership in crisis: F. D. Roosevelt and the path to intervention, Port Washington, Washington, N. York, 1973, p. 33 y ss.

19. "Germán Education and Research Activities in Relation with Latin America", O. S. S., November 1942, p.21, File 26810, 6-1897-NOBUCOS-WP, National Archives of the U.S., Washington D. C.

20. Discurso en el teatro Caupolicán, 1944.

21. War Department. W. D. General Staff. Military Intelligence Division, G2. Washington, January 15, 1942. Memorándum for the Chief of Staff. Subject: Brief G-2 Estimate of the World Situation, 10 Jan. 1942-15 May 1942. p.l7. A.B.C. 384 European-Mediterranean, 2 Aug. 43, National Archives of the U. S., Washington D.C.

22. ALPEROVITZ (Gar): Atomic Diplomacy, Hiroshima & Potsdam. The Use of the Atomic Bomb & the American confrontation with Soviet power, N. York, Penguin Books, 1987.

23. En su discurso en el Senado el 18 de junio de 1948, Allende explica las razones por las que el P. Socialista se opone a la ilegalización del P. Comunista, "una bomba atómica caída en medio de nuestros principios, hábitos y costumbres republicanas".

24. Tema que he tratado más extensamente en Allende y la experiencia chilena. Santiago, Ed. Bat. 1990 (reedición), y El Estado en el gobierno de Allende, México, Siglo XXI, 1973.

25. PRATS GONZALES (Carlos): Memorias. Testimonio de un soldado, Santiago, Pehuén, 1985, pp. 597-598.


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