Al principio del aire

página literaria


ENSAYO



La herencia cultural
desde sus orígenes

Por Leticia de Salazar Díaz

 

La naturaleza y el hombre: un primer despertar

Nuestro mundo. Este mundo que ha sido casa del hombre desde su aparición, que ha dado cabida a la humanidad desde que es humanidad y donde hemos desarrollado lo que somos a través del devenir de innumerables generaciones.

Este mundo ha sido motivo y testigo de la obra de este hombre, que al mismo tiempo rinde homenaje a su naturaleza y a la naturaleza misma a cada paso que da, porque es claro que al observarla las comunidades primitivas siguieron la cuesta del avance - y con avance me refiero a lo material y a lo espiritual -. El sobrevivir se convirtió en lo primordial. Así fue como aprovecharon los recursos que tenían a su alcance con las más simples técnicas y herramientas para defenderse de los animales que los acechaban, adaptar sitios como cuevas para habitar y guarecerse de las inclemencias del tiempo.

No sabemos con precisión cómo llegó ahí, pero desde ese magnífico surgimiento (que puede ser distinto según las creencias, pero ya sea en la tradición cristiana, donde Eva y Adán habitaron un lugar perfecto denominado el paraíso, o la evolución del mono, en medio de selvas y valles, lo cierto es que en cualquier cosmogonía, los elementos naturaleza - hombre van de la mano), ambos estaban destinados a vivir en conjunción, en una simbiosis perfecta en la que serían uno. Ella fue su aliada para mantenerse siempre en pie, y el día que termine uno el otro irá en su búsqueda para formar un todo.

Algunos podrían decir que sin naturaleza, es decir, ni agua, frutos, aire u otras especies el hombre tiene que perecer y es una verdad innegable, y que la naturaleza bien podría existir sin hombre, como lo hizo por millones de años, con vida animal y vegetal por doquier, antes que éste apareciera sobre la faz de la Tierra. Pero el hombre ha sido el animal que más se ha admirado de lo que la naturaleza le aporta, el único con la capacidad de expresarlo debido al raciocinio que la misma naturaleza le otorgó, y aunque también es quien mayor daño le ha hecho a últimas fechas, creo que si no hubiera quien cantara a las maravillas que ésta encierra nada sería lo mismo, el mundo carecería de una de sus partes.

Además de ser su compañera incondicional, la naturaleza despertó en el hombre un sentimiento de admiración inusitado, algo más que el instinto que poseían el resto de las criaturas que habitaban el planeta, y eso le llevó a observar más detalladamente sus movimientos, su comportamiento, sus colores y formas.

El hombre en comunidad y el patrimonio cultural intangible

Muchos fueron los que presentaron los mismos "síntomas" de curiosidad ante el medio que los albergaba, y por eso y por sobrevivencia tuvieron que reunirse con otros hombres en comunidades donde compartían las mismas necesidades e inquietudes, deseos y temores.

Viviendo en conjunto la vida comenzó a simplificarse, las tareas a dividirse y lazos comunes - además de la mera supervivencia - aparecieron al cambiar su soledad y tener que compartir con otros. Asimismo, las necesidades de esos inicios, que ahora parecen insignificantes por no presentar mayor dificultad en nuestros días, fueron el principio de las obras y descubrimientos humanos más importantes de siglos posteriores, y gracias a ellos es que tenemos y somos unidad cultural.

Por ejemplo, al tener que acarrear agua hasta los lugares donde desempeñaban sus actividades, pensaron cómo podían llevarla. Probaron con canastas hechas con varas y materiales vegetales. Pero con la práctica comprobaron que el agua se filtraba por el tejido y caía. Posteriormente, tal vez por accidente o por la creciente curiosidad del hombre, las canastas fueron cubiertas de lodo que al secarse permitieron la transportación del vital líquido.

Así fue como crearon la cerámica para hacer vasijas que servían como contenedores o, en general, para hacer utensilios cotidianos, después sirvió para hacer objetos de culto (de eso trataré más adelante) y es por eso que un material en apariencia simple cobró gran importancia para las comunidades, por iniciarse en lo normal y volverse en objeto de culto.

Y lo más interesante de algo tan común como la cerámica es ver que cada grupo imprimía en sus creaciones parte de su propio entorno y para ellos era muy importante el destacarse de otras comunidades, el tener rasgos únicos que los identificaran del resto.

Para alimentarse ejercían la caza, y para hacer un frente efectivo ante los animales idearon técnicas cada vez más sofisticadas como lo fueron las lanzas de madera, y de ahí a las de punta de piedra o hueso, también dependiendo de los recursos que les diera su ubicación geográfica.

Lo que verdaderamente podría considerarse como un parteaguas en la historia es la aparición del lenguaje con objeto de darse a entender, y eso lleva consigo la preocupación del hombre por expresar sus pensamientos, característica inherente al ser humano. Gracias a todas esas manifestaciones es que conocemos los inicios de los clanes primitivos y así ha podido llegar hasta nosotros el legado cultural de siglos enteros de actividad humana.

Primero en su forma mímica con gestos y señas, la más incipiente forma de comunicación manifiesta también en otras especies animales como los simios, más tarde pictográfica, hasta que llegaron a formas más avanzadas como lo fue la comunicación oral.

Es asombroso ver cómo la necesidad de comunicarse más ágilmente llevó al hombre a crear códigos, tales como la escritura cuneiforme, la piedra de roseta que da evidencia del paso por varias formas escritas de la antigüedad, las pinturas rupestres y los glifos, por mencionar sólo algunos. Al igual que las urnas funerarias y las vasijas de cerámica, el lenguaje se desarrolló de distintas formas según la comunidad donde surgía, y así se convirtió en otro elemento de identidad para cada agrupación humana.

Esos rasgoss de identidad de los que hablo, como son las artesanías, el lenguaje y posteriormente las distintas presentaciones de la comida según los condimentos regionales, así como la música y otras expresiones, son elementos que entran en la subcategoría de patrimonio cultural intangible, es decir, todas las manifestaciones inmateriales de la creación del hombre.

Como podemos ver, las más simples necesidades para cualquier individuo fueron la semilla de la cual florecieron formas culturales únicas que tomaron un carácter propio, dando a los grupos humanos un sentido de pertenencia e identidad tan importante que a la postre han sido la base de fenómenos más complejos como la ciudad Estado.

Surge la religión: lo intangible como madre de lo tangible

Sin saber que lo hacía, el hombre se cuestionaba, se preguntaba sin cesar al caminar, al mirar el cielo y la inmensidad de lo que ahí estaba, cómo podría haber llegado todo hasta ahí, quién había sido el ser tan grande que lo creó, porqué la construcción de la inmensidad, quién hizo posible que apareciera diariamente por el horizonte en el oriente el astro que les daba calor y que desaparecía en las noches, que permitía periódicamente el cultivo y cosecha de su alimento…

Para explicar sus preguntas, los hombres contaban historias fantásticas, llenas de realidad, misticismo y un encanto que a la fecha nos envuelve en su relato, en donde cada comunidad daba y encontraba los motivos y raíces de su estancia en el planeta, la forma como fue creado el universo y todas las criaturas hasta llegar al origen del lugar donde se encontraban. Hace falta leer el Libro de los Muertos de los egipcios o el Ramayana de la India para darnos cuenta de lo impecable de los mitos, esos que llevaron al hombre a creer en seres superiores, todopoderosos, que hacían posible su existencia.

Esa tendencia a creer en algo y encontrar respuestas en dogmas - sin importar que más tarde viniera el método científico a revolucionar muchas de las creencias espirituales - parece que es parte de la esencia del hombre ya que ahora existen estudios comparativos que demuestran similitudes de cada grupo en el sentido que todos basaban su razón de ser en los mitos de la creación.

Ahí tenemos a los dioses creadores u ordenadores en un lado y otro, en lugares que nada tienen que ver por la posición geográfica que guardan y porque ese "accidente" hace que varíen hasta cierto punto las expresiones humanas. Está Odín, padre de las culturas nórdicas, Zeus para los griegos, y la figura de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl entre los mesoamericanos. E insisto, todos ellos con el común de dar lugar al mundo, de ser los padres de la cultura que los veneraba.

Cabe destacar que la acepción de padres y no madres viene con la transición de matriarcado a patriarcado. Primero creyeron, porque también lo habían visto entre ellos mismos al momento de la fecundación, que la mujer era la parte primordial, quien otorgaba vida y a quien había que rendirle culto. Era el símbolo de la regeneración, de autocreación, sin ancestros, que reinaba sin rival sobre el universo. Eso sucedió en el neolítico europeo con diosas como Laussel, o tardíamente en la Coatlicue del altiplano mexicano.

Uno de los mitos cosmogónicos más bellos está en las creencias mayas, cuando en un tiempo todo era el caos y nada tenía su lugar, el mundo estaba en tinieblas y no existía vida en sí. Pero los dioses llegaron a poner orden, dirigiendo el cosmos hacia cuatro puntos, separando el cielo de la tierra con dos grandes árboles que los sostenía, y con un centro que era el núcleo. Cada cultura prehispánica creía que vivía ese centro. Ahí fue que, a manera de reproducir esa perfección universal, construyeran una pirámide en la parte media de su territorio y trazaran su crecimiento urbano a partir de los cuatro puntos.

Y la pirámide no era cualquier cosa, pues también concebían al mundo como poseedor de tres partes: cielo, tierra e inframundo, y la pirámide era la cristalización del contacto que podían tener con esos niveles, aunque en aquel momento los sacerdotes eran los únicos que accesaban a la edificación.

Eso significó un gran paso en la vida espiritual del hombre: la aparición de la religión, factor que hasta nuestros días es motivo de controversia, de obras grandes (hay que ver las catedrales barrocas y las mezquitas de los musulmanes), de matanzas repudiables (las luchas entre ex yugoslavos), de la toma arbitraria del poder político con la bandera y la justificación de la divinidad (la conquista española en nombre de la evangelización de los indígenas), de la predestinación de algunos que permite el abuso sobre quienes no fueron elegidos (los norteamericanos y su destino manifiesto) y otros tantos vicios y virtudes.

Pero siempre presente porque el hombre tiene que creer en algo que lo ha llevado a un constante desarrollo interior que se refleja en su actuación en el mundo en lo político y lo social, y en esta ocasión haciendo especial mención a su aportación en lo cultural.

Parte de esa obra derivada de la religión, de algo intangible por ser algo inmaterial pero real y presente, es lo que consideramos patrimonio cultural tangible, o sea toda la parte material de la creación del hombre, como monumentos históricos, sitios arqueológicos, estatuas, pinturas, etc…

Y si para ellos fueron objetos sagrados y exclusivos, ahora son parte del legado de los antiguos a nuestra civilización, a nuestra cultura de la modernidad, y siguen siendo sagrados pero no en el sentido religioso, sino porque son algo tan grande y tan valioso que motivan el respeto y el sentimiento de permanencia en cada ser.

Patrimonio cultural: la herencia de la antigüedad

¡Qué recorrido antropológico! Aunque a simple vista parece un repaso por lo más obvio de la prehistoria de la humanidad, lo cierto es que nunca la tomamos con la importancia que merece, como punto de partida de lo que somos ahora. Vemos lo primitivo tan elemental, tan simple, que le restamos importancia siendo ellos los que aportaron los elementos que nos hacen actuales.

También como un plano relegado, en lo cultural, tenemos en el mundo antiguo el punto de partida de un todo, porque cultural no es ya sólo la unión de aquellos hombres que se acercaron con el puro ánimo de sobrevivir, sino el conjunto de características comunes como la lengua, tradiciones, ritos, costumbres y lazos que en la mayoría de los casos van más allá de lo material - aunque generen obra inmaterial o viceversa, siempre en correspondencia - que conforman la identidad, aquello que nos hace sentir únicos, parte de algo, donde nacen nuestros hijos y donde forjamos nuestro presente basándonos en la idea de futuro que finalmente será presente, el hoy, el ahora, estar aquí, llegar a la meta deseada.

Todo fue el impulso que llevó a nuestros antepasados al deseo de plasmar su paso por el mundo y engrandecer a la naturaleza que tanto les daba - y nos sigue dando, aunque ahora el hombre abuse de ella al grado que su relación ha degenerado en depredación -.

Así, los hombres hicieron obras de magnificencia única, monumentos, aportaciones colosales para la posteridad, nuestra posteridad, porque ellos supieron perfectamente, como en la construcción de la Muralla China, o las pirámides de Giseh, que nunca iban a ver el término de la obra, pero su intención de trascendencia era real y no tenía nada que ver con el egoísmo del mundo que hemos hecho ahora.

Por eso tenemos que replantear el rumbo al que queremos dirigirnos, el actuar pensando no sólo en nosotros sino planeando para lo que consideramos futuro, velando por ese que será el presente del mañana, nuestro legado a los que vienen, intentando que sea tan grande como la herencia que nosotros hemos recibido.

Es sorprendente y ejemplo a seguir que de la simple necesidad surgió la magnificencia y de lo inexplorado la concepción del infinito.

Y aunado a lo anterior, podemos concluir que la observación siempre ha llevado al hombre a las grandes creaciones y ese fue el inicio de su obra, y esa obra es lo que conocemos como patrimonio cultural.

 

® Leticia de Salazar Díaz

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