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ENSAYO


entente cordiale

EL EURO Y LA INTEGRACIÓN POLÍTICA EUROPEA
Confusión entre medios y destino


La fin est là,
d'où nous partons.
T.S. Eliot.

 

Por César Guerrero

 

A lo largo de los últimos meses de 1998 una gran cantidad de información y análisis rodeó el advenimiento de la tercera fase de la Unión Monetaria Europea: el nacimiento del euro, moneda común para 11 de los 15 países que actualmente integran la Unión Europea.

Sobre estos hechos han surgido muchas interrogantes: ¿Qué implica una unión monetaria? ¿Cuáles son sus beneficios económicos para el mercado dentro del cual habrá de operar? En el caso particular de la Unión Europea, ¿cuáles son las dificultades que enfrenta su puesta en práctica, y cuáles los beneficios que pueden esperarse de ella? Asimismo, ¿qué repercusiones tendrá el euro en el Sistema Financiero Internacional? ¿Cómo será empleada la fortaleza económica del euro prevista por los países de la Unión Europea? ¿Se concentrarán únicamente en buscar beneficios económicos al interior de sus economías en creciente integración, o también buscarán dirigir y unificar un mayor peso político a partir de su peso económico?

Quizá de todas esas preguntas, ampliamente debatidas y analizadas por académicos, economistas y organismos internacionales en todo el mundo, la más inquietante y menos mencionada sea aquella que se cuestiona ¿en qué consiste el impacto político previsible de la integración monetaria europea?

A principios de siglo, en un ejemplo extraordinario de lucidez intelectual, el filósofo español José Ortega y Gasset, hacía las siguientes observaciones:

"La evidente decadencia de las naciones europeas, ¿no era a priori necesaria si algún día habían de ser posibles los Estados Unidos de Europa, la pluralidad europea sustituida por su formal unidad? (...) A mi juicio, la sensación de menoscabo, de impotencia, que abruma innegablemente estos años a la vitalidad europea, se nutre de esa desproporción entre el tamaño de la potencialidad europea actual y el formato de la organización política en que tiene que actuar (...) Europa se ha hecho en forma de pequeñas naciones. En cierto modo, la idea y el sentimiento nacionales han sido su invención más característica. Y ahora se ve obligada a superarse a sí misma (La rebelión de las masas)".

Se encuentra en las palabras de Ortega y Gasset buena parte del fundamento teórico que guía la construcción europea. Para poder preguntarnos sobre el impacto político de un instrumento de poder económico -aspecto profundamente analizado- como lo es la moneda, es necesario saber cuáles son los objetivos que guían los pasos que se sirven del medio. En otras palabras, para saber si los zapatos son buenos, es necesario preguntarse quién los va a usar y para qué; qué clase de camino desea seguir y si en verdad lo sigue.


A lo largo de la historia encontramos distintos ejemplos de sistemas en los que una entidad política se sobrepone a otras similares influyendo de manera significativa en las decisiones de estas últimas. En algunos casos ese dominio se ejerce anulando la cualidad de las entidades políticas más débiles como ente individual. En otros la influencia es mucho más sutil, combinando medios económicos, políticos, militares e ideológicos. Durante la primera década de este siglo, los Estados nacionales europeos eran las entidades políticas que ejercían el mando decisivo en el mundo. Las dos guerras mundiales desgastaron la fuerza de los Estados europeos material y moralmente, dejando espacio a dos superpotencias militares y políticas que estructuraron un sistema bipolar en las relaciones internacionales: los Estados Unidos y la URSS.

A la sombra de dicha estructura, Europa occidental emprendió un camino distinto al ensayado durante siglos, en el cual la cooperación pacífica sustituía admirablemente una larga historia de guerras, alianzas abiertas o secretas y traiciones entre los Estados europeos durante la gestación y consolidación de la modernidad. La razón más obvia, y a la vez muy cierta para haberlo hecho, es la sensación de desamparo frente a dos poderes superiores, sobre cuyas decisiones ningún Estado europeo era capaz de incidir decisivamente; incluso, frente a países tercermundistas productores de petróleo (crisis de 1973 y 1976), mismo del que dependían y dependen ineludiblemente.

Sin simplificar hechos cuyo análisis exigiría un espacio del que no dispongo, algunos líderes influyentes de Europa occidental emprendieron un camino nuevo con la creación de las Comunidades Económicas Europeas (CECA, 1951; CEE y EURATOM, 1957. Las tres se fusionan en la Comunidad Europea el 8 de abril de 1965). Dicho proceso no ha sido sencillo y no ha estado exento de dificultades, fricciones, divisiones y disensos de magnitud considerable. Cada paso, de lo que a distancia parece un proceso natural e irreversible, ha exigido un esfuerzo extraordinario en capacidad de liderazgo e imaginación.

¿Qué es lo que está surgiendo en Europa, unos Estados Unidos Europeos? La respuesta es más compleja que eso. En palabras de Felipe González, ex-presidente del gobierno español, "esto que hacemos no es una federación, como Estados Unidos de América; ni tampoco una confederación, como la Helvética; ni mucho menos un Estado unitario, como Francia. La doctrina jurídico política tradicional no nos da una base conceptual para definirlo más que por aproximación o lejanía. Pero eso no debería preocuparnos, aunque seguramente facilitaría la tarea. A la Unión Europea le hemos llamado 'Unión de Pueblos' y, a mi juicio, está bastante bien en una definición inicial y orientativa de nuestros deseos (Prólogo a Una Europa para todos de Philippe de Schoutheete)".

Debemos preguntarnos entonces qué es lo que desea esa "Unión de Pueblos". La verdad es que ni los europeos mismos lo tienen muy claro. El primer objetivo ya ha sido señalado por Ortega y Gasset: construir una estructura que unifique y no divida las fortalezas individuales de sus miembros para terminar con esa desagradable sensación de impotencia y desamparo. ¿Pero, una vez hecho eso qué? A la fecha los europeos no lo saben con certeza. Lo único que saben es que "afuera hace más frío" y que, al menos en términos muy generales, no desean que Europa, siendo un gigante económico, permanezca como un enano político.

François Mitterrand, Helmuth Kohl y Jacques Delors, los principales progenitores de la Unión Monetaria Europea hace una década, vieron en ella el medio para acercar más a los europeos. Creían que fortalecerían las instituciones supranacionales de la Unión Europea, y por lo tanto, era precisamente este potencial de transformación política la que hacía atractiva la unión monetaria. Los beneficios económicos, que entonces eran una consideración secundaria, hoy ocupan el centro de la discusión y consumen el grueso de las energías. Ciertamente Europa se encuentra muy ocupada con las implicaciones más prosaicas del instrumento que ya han creado, dejando para más tarde aquellas implicaciones de fondo que estaban en el origen del complicado proceso de la unión monetaria.

No obstante, era claro desde un principio que la integración monetaria no planteaba retos meramente económicos, tanto al interior como al exterior de la zona del euro, sino también políticos, pues los retos políticos serán superados en la medida en que los económicos puedan igualmente hacerlo. Una evidencia de lo anterior la encontramos en la estructura del Tratado de Maastricht. Firmado en diciembre de 1991, el Tratado prometía no sólo una unión monetaria, sino además una unión política más estrecha.

Si se cumpliere puntualmente el contenido de dicho documento, la Unión cambiaría de cuatro formas:

a) La Unión tendría nuevos poderes intervencionistas en áreas como política social, industrial, tecnológica, de protección de los consumidores, del ambiente, salud y educación. Establecería estándares mínimos comunes, y bastaría una mayoría calificada para aceptar las disposiciones.
b) Los miembros de la Unión se verían obligados a cooperar en políticas de inmigración y asilo, en el control de las drogas y en la lucha contra el crimen organizado.
c) Se crearía una política común en materia de relaciones exteriores y seguridad.
d) Habría un plan detallado y una fecha para la unión monetaria.

Por la lógica de las acciones que hacen viable la unión monetaria, los puntos a y b se fortalecen con ella. La política externa y de seguridad común (punto c) es la fracción del Tratado de Maastricht más vaga en la realidad. Durante la Cumbre Europea celebrada en Pörtschach, Austria, el 24 de octubre de 1998, el presidente del Parlamento Europeo, José María Gil-Robles pidió a los mandatarios de la Unión que construyan una verdadera política exterior y de defensa común que permita a los países miembros de la UE dejar de ser arrastrados por Estados Unidos. Dijo que sólo eso permitiría a la UE "no seguir llegando tarde a las Bosnias y Kosovos, y no continuar a remolque de EU".

Las declaraciones se producían poco después de los difíciles Acuerdos de Wye Plantation entre el gobierno israelí de Benjamin Netanyahu y su similar Yasser Arafat, de la Autoridad Nacional Palestina, con la intermediación de William Clinton. Gil-Robles dijo entonces que "la Unión Europea no puede seguir limitándose a ser el socio financiero de procesos de pacificación y de reconstrucción, y dejar la rentabilidad política en manos de otros".

Las declaraciones de Gil-Robles son una muestra patente de que la Unión Europea desea la profundización de la misma no sólo hacia el interior de sus fronteras, sino también que su creciente fortaleza le sirva para proyectar voluntades concretas en la política y la economía internacionales. Es difícil afirmar que el éxito de la integración monetaria y la coordinación técnica y apoyo político que ésta exigirá sea determinante para la integración de una política exterior homogénea y sólida.

A diferencia de las realidades económicas inherentes e ineludibles que ya enfrenta la integración económica y para las cuales no hay otra respuesta que la coordinación de las políticas so pena de fracasar, la formulación de una política exterior común dependerá mucho más de eventos externos imprevisibles que de realidades internas que lo fomenten. En ese sentido la idea de la amenaza o la incapacidad externas, independientemente de si su fundamento es real o no, serían condiciones determinantes para una integración política similar a la integración económica en marcha. Una muestra es el impacto, aunque más bien moderado, de la firma de los acuerdos de Wye en el estado de ánimo de los líderes europeos.

Mi opinión particular es que si la formulación de una política exterior y de seguridad común ha de hacerse, debe superarse primero esta etapa de unión monetaria. No necesariamente porque una lleve a la otra, sino porque consume las principales energías de los líderes europeos de esta década que termina y lo hará con la que comienza. Según distingue el diplomático belga Philippe de Schoutheete de su propia experiencia, "formular ambiciones no basta para obtener resultados", como claramente se puede ver a partir de las declaraciones de Gil-Robles; "hay que dotarse ante todo de instrumentos que permitan realizarlas"; y, "para que el instrumento sea útil, hace falta, sobre todo, que haya voluntad de utilizarlo", algo que en Europa, en este preciso momento, no es el caso, creemos, por la razón apuntada arriba.

El desarrollo que este proceso tenga es ya y será aún más, determinante para la historia mundial y el futuro del medio internacional. De tener éxito, marcará un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad. La Unión Europea no tiene las magnitudes de un super-Estado, mucho menos de un imperio (que, por cierto, no desean ser) como en otros momentos de la historia, especialmente en lo que a extensión geográfica se refiere. Pero su planteamiento conceptual e institucional es de sumo interés para otras regiones del mundo. Cabe hacer mención que este proceso no es fruto de una simple suma de buenas voluntades. Existen factores históricos internos y externos que lo favorecen, y que lo hacen poco exportable, si por ello se entiende una simple aplicación de los mismos esquemas organizativos en otras regiones del mundo.

Para que la deseada "Unión de Pueblos" tenga lugar, hace falta un cambio de mentalidad; de una mentalidad nacional a una mentalidad europea, y esa mentalidad europea (o latinoamericana o las que sigan) no puede sustentarse en una mezcla indiscriminada, incoherente y siempre discutible de los muy diversos elementos culturales, sino en la tolerancia y el respeto a la misma como sustento de la democracia. La moneda única europea, el euro, es un medio clave en la base material de la sociedad europea para conseguir ese objetivo final que no termina nunca de construirse. Además de destino ideal, la unión de pueblos es, principalmente, con-vivencia.

® César Guerrero

Las imágenes fueron tomadas del sitio oficial de la Unión Europea


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