Al principio del aire

página literaria


POESÍA


el pan amargo

LAS MENINAS

Santiago Cuenca Poblet

A Michel Foucault

 

El pincel
se ha detenido en el aire,
selva inextricable de cambiantes matices,
rayo que inventa los colores del espacio.
Aquí, los rojos heráldicos revelan
los mantos y la sangre;
aquí, el cobalto de unos ojos,
y el olivo,
y la tierra de Siena y el blanco de España.

El pintor se ha detenido a contemplarme
por última vez
mientras se apresta
a dar el último toque.
De su paleta han surgido todas las formas
y todos los colores:
las imágenes donde adivinamos
una mirada solitaria,
el boato de un conde,
la ebria miseria desdentada
que rodea a Dionisios en la fragua;
de su pincel han surgido
los manchones en el espejo estético del lienzo
que una fuerza oculta
- un mágico engaño -
convierte en rostros, árboles y corceles,
en castillos almenados, faisanes
y frutas
y piel de dioses;
han surgido los contornos
que revelan apenas su secreta geometría,
recreando vidas
hace años ahogadas
en el torrente silencioso del tiempo.

Ante los ojos del pincel congelado
entre la duda y el intento vano
de capturar un trozo de existencia,
cetro y arcano de las invocaciones,
desfila el abigarrado mundo,
mezclándose con el aroma
aceitoso de los pigmentos.

Aquí estoy yo, Felipe IV,
penúltimo rey de la Casa de las Austrias.
Aquí estaré por los siglos,
viendo mudo cómo se extingue mi sangre,
cómo se derrumba mi Imperio,
observando impotente a Isabel y a Carlos
disputar por mi trono...
Rojo gualda rojo.
Rojo gualda obispo.
Guarecido en un sótano,
he escuchado vagamente los rumores:
el retumbar profundo de las bombas,
la algarabía de los niños que corretean
afuera, no muy lejos, en El Retiro:
Yo, Felipe IV, rey de España.

Yo, Diego de Velázquez,
pintos de borrachos y reyes,
tal vez me he atrapado a mí mismo
y a la infanta y al perro y a la enana
en el reflejo inconstante de la tela
que nadie nunca verá;
¿quién puede saberlo?
Yo, Santiago Cuenca,
callado protagonista involuntario
de este juego de espejos,
también me adivino
retratado por un instante,
ungido
en el óleo de los misterios.
Yo, Santiago Cuenca,
rey de España.

Dentro del cuadro se agitan
revueltas todas nuestras figuras,
se podrían leer todas nuestras historias;
pero también las historias insospechadas
de los hombres que no fuimos,
las historias imposibles de los sueños.

Afuera transitan los taxis por el Paseo del Prado,
tocando sus bocinas indistintas
como cualquier otro día de abril.
Afuera la luz cae a plomo,
ondean las banderas,
los parroquianos conversan en los cafés;
pero aquí,
el pincel se ha escarchado eternamente
mientras la tela vive y cambia
al compás del lento baile
de los visitantes.

He visto pasar la vida por mis ojos,
y los de Felipe, y los de Velázquez;
en este lienzo oculto por el lienzo,
respira el mundo:
aquí estamos todos
aquí estamos todos
aquí estamos todos

para siempre.

 

® Santiago Cuenca Poblet

 

Diego de Velázquez. Las meninas (detalle).


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