Al principio del aire

página literaria


POESÍA


AMANUENSE

 

PRÓLOGO


En una de esas esquinas que florecen al abrigo de la noche, lo imagino enfundado en una gabardina, fumando un cigarrillo pausado, indiferente a la lluvia. Se diría un detective de novela negra; o mejor, un monje rebelde que ha sido expulsado de la abadía, un hereje que mira el siglo profuso como por primera vez: amanuense. Y quien dice amanuense dice capitulares donde palpitan basiliscos e hidras, dice palimpsestos por los que se cuelan, entre líneas, las palabras de viejos maestros casi olvidados. De su tintero surge esa síntesis casi imposible de las formas clásicas y la sensibilidad desencantada de nuestro fin de siècle. Leer a Cristián -el nombre mismo evoca al anacoreta y al epónimo enamorado de la noche- es descubrir, con agradecida sorpresa, la arquitectura de una ciudad muy nuestra, pero a la vez ignota. Es topar de súbito con un soneto que ha sido poblado de obsesiones tan contemporáneas como eternas, transitar por unos versos breves que evocan al mejor estridentismo, detenerse ante unas décimas burlonas; es saborear una glosa esculpida con antigua maestría, es deambular por nuestras calles nocturnas, con el ritmo huidizo de un poema en verso libre flotando en los oídos, en busca de algo que se nos ha perdido. Cristián juega a los malabares: toda su poesía está transida por ese espíritu lúdico que a veces estalla en carcajada y a veces sólo emboza una sonrisa. Díganlo si no los títulos que imagina, o las apostillas con las que adorna incluso su poesía más dolorosa. Pero el juego es también el ajedrez de lo cotidiano y lo profundo, de la luna que no acude a una cita bajo un anuncio de cerveza, el reino de los tropos poéticos, de la metáfora fresca, del epíteto preciso, de la imaginativa hipálage. Música y sentido. Epifanía y mito: desde el primer poema, Cristián plantea la partida amarga de la existencia. A fin de cuentas, amanuense. ¿Humilde copista? ¿Secretario que recibe el dictado de una voz indefinible? Tal vez. Pero también, etimológicamente, las manos que se rebelan ante el lance planteado, que luchan ferozmente por arrancarle al mundo unas gotas de poesía. Porque antes que nada, Cristián asume de cuerpo entero el oficio, y su obra encierra una constante interrogación a las posibilidades mágicas de la palabra. Téngala pues el poeta, la palabra.

Santiago Cuenca Poblet

 


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