REDESCUBRIENDO
EL MODERNISMO CON JOSÉ ASUNCIÓN SILVA (1865-1896)
Por
Leticia de Salazar Díaz
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La
"naciente" América del siglo XIX. El punto
de partida
El siglo XIX no dejó
prósperas e inmaculadas a las jóvenes naciones
latinoamericanas que recién se habían liberado del
yugo español. Por el contrario, éstas vieron correr
constantemente sangre extranjera y hermana por su
tierra. En ningún momento cesaron las amenazas de
intervención externa por parte de las resentidas
metrópolis que no perdían la ilusión de recuperar
"sus" territorios. Asimismo, las guerras
internas ocasionadas por división de clases o por
pugnas entre partidos políticos se prolongaron por
décadas y mermaron el desarrollo de los nacientes
países.
A medida que los
pueblos latinoamericanos se emancipaban del dominio
español crecía en ellos no sólo la necesidad de
ser políticamente independientes, sino abarcar una
identidad socio cultural propia. El ser una
nación implica tener el derecho de autogobierno,
dictar sus propias leyes, en fin, de conducirse por
el mejor rumbo. Paralelamente, una nación tiene
elementos propios que lo identifican de otros, que le
da un lugar particular frente a los demás. En el
caso de las ex-colonias sucede lo mismo, porque
aunque la antes madre patria les heredó la lengua y
ciertos patrones de conducta, estéticos y
artísticos, al independizarse buscan fusionar ese
legado con la nueva realidad.
El caso de
Latinoamérica no fue la excepción. En ese contexto
de búsqueda por ser "otro del que fuimos"
surgió a finales de siglo XIX y extendiéndose a los
primeros años del XX la corriente literaria conocida
como modernismo. El término no pudo ser mejor porque
modernizarse era la actitud en boga en aquellos
años. Todos tenían necesidad de transformarse:
Ser moderno,
nuevo, diferente, no tradicional, es decir,
renovador. El hombre de los nuevos países de
América necesitaba ser distinto. El ser
"modernista" le ayudaría a encontrar
su camino como entidad cultural independiente. La
independencia política se traduce estéticamente
en la necesidad de una independencia artística y
cultural. El Modernismo significa, entonces, el
primer grito de nuestra independencia cultural.
Por primera vez una corriente literaria de la
América hispana tiene su propio nombre y sus
características particulares.
Es comprensible que
anteriormente no tuvieran rasgos literarios y
artísticos propios por su calidad de colonia, y peor
porque, a juicio del escritor mexicano Antonio
Alatorre, España tuvo menor actividad literaria que
Italia, Inglaterra, Rusia y Alemania y eso lo
transmitieron a sus colonias. Por eso tiene mayor
mérito que junto con su independencia lograran una
riqueza cultural propia con el modernismo.
No ha faltado quien
diga que el modernismo no puede considerarse original
porque tiene influencia europea, pero no podía
surgir de la nada ni ser una isla cultural después
de siglos de sumisión. Su mayor rasgo de
originalidad radica en el nacer de América como ente
cultural "personal" que se nutría de lo ya
escrito y daba al mundo novedosas formas literarias.
El modernismo y sus
características
El modernismo fue un
movimiento fundamentalmente poético. Su inicio
formal lo marcó la publicación en 1888 del libro de
poemas titulado Azul, cuyo autor, Rubén
Darío, es llamado padre del modernismo. Eso no es
del todo cierto.
Los primeros
escritores que innovaron en las formas poéticas
fueron José Martí, Julián del Casal, el
destacadísimo mexicano Manuel Gutiérrez Nájera,
José Asunción Silva y hasta el mismo Darío. Pero
todos murieron prematuramente, muchos de ellos sin
haber publicado obra alguna y los libros que
circularon en aquellos años fueron los del autor de Azul.
Eso le valió al nicaragüense para quedar como padre
y líder de la revolución modernista y a los demás
como pre-modernistas.
El mal llamado
premodernismo ha quedado atrás. Actualmente
quienes estudian los fenómenos literarios coinciden
en que la diferencia está en la forma al escribir.
Los primeros modernistas tenían todavía una fuerte
influencia del romanticismo, y los de la segunda
etapa fueron más arriesgados y eso aumentó su
originalidad. Darío se ubica entre los primeros
modernistas, pero fue él quien dio a conocer lo que
era el movimiento. Rubén Darío es el puente entre
ambas etapas.
En la segunda etapa
están autores de todas las latitudes del continente
americano, como Leoppoldo Lugones (Argentina), José
Santos Chocano (Perú), Gabriela Mistral (Chile),
Julio Herrera Reissig (Uruguay) y José Asunción
Silva (Colombia).
El modernismo se
enriqueció con dos corrientes europeas: el
parnasianismo y el simbolismo. El parnasianismo se
inspiró en la obra de Leconte de Liele y la
filosofía de Thèofile Gauthier. Su centro era el
mundo grecolatino. Emulaban su perfección y nitidez,
pulcritud y belleza. El simbolismo, como su nombre lo
indica, se basa en las sugerencias y musicalidades
que transmiten los símbolos y el colorido de la
palabra. Verlaine encabezó esa tendencia artística.
Además, los poetas de
la primera generación escribían en sus inicios con
una fuerte carga del romanticismo del siglo XVIII
Bécquer, Heine, etc
- hasta que
adaptaron temas románticos como la muerte y la
infancia a ideales de todos los tiempos. Una clara
señal del deceso del romanticismo fue el poema Sinfonía
color de fresa con leche, con dedicatoria A
los colibríes decadentes que sarcásticamente
escribió José Asunción Silva como despedida al
anterior movimiento literario.
El modernismo estaba
iluminado por la musicalidad y el refinamiento. La
mayoría de los autores habían sido enviados a
estudiar en alguna etapa de su vida a Europa y eso
les daba mayor mundo. En ningún momento quisieron
olvidar la miseria y las contradicciones de su
patria, sino que los viajes ampliaban su cultura y un
carácter cosmopolita era reflejado en su obra. Los
paisajes iban desde el lejano oriente y su exotismo
hasta la melancolía de las batallas del medioevo,
siempre llevando una brillantez sonora y visual
inusitada.
La diferencia con
otros movimientos es que rompieron con la métrica
tradicional y revolucionaron la escritura con el
verso libre o blanco acompañado de numerosas rimas y
epítetos*. De la misma manera, las
abundantes descripciones hicieron de la lectura de
textos modernistas una delicia a la imaginación.
Los símbolos
utilizados como bandera del modernismo fueron el
cisne, el marfil y la flor de liz. (Recordemos en la
decadencia del modernismo todos los
movimientos terminan por caer en excesos y necesitan
renovarse el famoso Tuércele el cuello al
cisne de González Martínez en señal de un sano
final de lo que habían creado. Lo mismo en el
mencionado poema de Silva que da por terminado el
romanticismo utilizando el color rosa como un
elemento de aquélla tendencia literaria).
A diferencia de otras
formas, el modernismo se ocupó de crear el arte por
el arte, la estética per se, buscar los
ideales sin cristalizarlos en figuras concretas. Toma
la lengua como materia prima de los sueños de
perfección, de un todo en el que la humanidad está
inmersa. Como apuntó alguna vez Juan Ramón
Jiménez, "lo moderno no es escuela ni forma,
sino actitud". Sí, una actitud que nos invita
entrelíneas a conocer más de lo que esos grandes
hombres aportaron a las letras hispánicas.
José Asunción
Silva, un hombre ignorado por el reconocimiento
La fama que adquirió
con el tiempo Rubén Darío provocó que sus
contemporáneos fueran olvidados porque su obra es
poco conocida; por lo general, sus libros comenzaron
a publicarse a partir de la década de 1970. En
consecuencia, el modernismo lo han reducido a Darío
y Azul, siendo que la obra de los modernistas
es rica en individualidades, en estilos y modos de
concebir la realidad.
A continuación, se
profundizará en la vida de uno de ellos, quizá de
los menos conocidos en México, pero que en su
patria, Colombia, es considerado el mejor poeta que
han dado a la literatura universal. Tan es así, que
María Mercedes Carranza, escritora de aquél país,
afirma que la poesía colombiana tiene dos fases: la
anterior y la posterior a José Asunción Silva.
El matrimonio Silva
Gómez, pequeño burgueses que vivían en la ciudad
de Bogotá, tuvieron a su primogénito el 27 de
noviembre de 1865. Aquél niño fue bautizado con el
nombre de José Asunción Salustiano Facundo Silva
Gómez. Muchos años después tuvieron otras dos
hijas, Julia y Elvira, siendo esta última el gran
amor de Silva.
El padre de familia,
Don Ricardo Silva, de origen español y que se
dedicaba al comercio de artículos de lujo importados
de Europa (telas, zapatos, relojes, etc
) era un
hombre culto que gustaba de acudir a las tertulias
llamadas del Mosaico. Por ello, desde muy pequeño,
Silva se familiarizó con la cultura y las letras en
medio de un ambiente europeo. Junto con su padre
disfrutaba de las veladas acompasadas por versos y
música. El vivir en un medio acomodado y al mismo
tiempo caminar por la estela de miseria que había
dejado la guerra civil colombiana creaba confusión
en la mente del poeta.
Cuando cumplió 20
años, en 1885, tuvo la oportunidad de viajar a
Europa y allá permaneció por un año. Conoció
Francia, Suiza e Inglaterra. Donde más tiempo pasó
fue en París, el París de Mallarmé (a quien
conoció personalmente), Verlaine, Baudelaire,
Rimbaud, Huysmans y Barrés. De regreso a Colombia
hizo escala en Nueva York y ahí se entrevistó con
José Martí que era para Silva un hombre
excepcional. También se cree que en Inglaterra
trató a Oscar Wilde.
Ese viaje pareció ser
toda una vida. Silva aprendió todo lo que pudo,
conoció todo en cuanto a costumbres, lugares,
lenguaje y formas de vivir. Su refinamiento se
exacerbó y sus ganas de escribir eran inmensas.
Todo parece perfecto
hasta ese momento de su vida. Pero parece que Silva
nunca pudo ser un hombre pleno a partir de tres
hechos funestos que marcaron el resto de sus días
que no fueron muchos - : la quiebra del
negocio familiar, la muerte de su hermana Elvira el 6
de enero de 1892 y la pérdida de todos sus
documentos.
Por la guerra, la
familia Silva Gómez se fue a la ruina, el padre de
José murió y él se tuvo que encargar del pago de
deudas y de sacar adelante a sus hermanas y a su
madre, Doña Vicenta Gómez, con el dinero que
recibía de los artículos que le publicaban en los
diarios.
Estando de viaje por
las cercanías de Bogotá para ganar el sustento de
la familia, recibió la noticia de la muerte de su
hermana Elvira, a quien amó hasta el final de su
vida. Sobre ese aspecto de su vida no se sabe mucho
porque es prácticamente inconfesable profesar amor
por un hermano. La deducción se hace a partir de sus
poemas amorosos. Asimismo, después de la muerte de
Elvira, Silva nunca conoció amor alguno, y en
venenosos bituperios fue apodado "el casto
José".
A ese amor imposible,
Elvira, va dirigido el más bello y conocido de sus
poemas, Nocturno:
NOCTURNO
Una noche
Una noche toda llena de perfumes, de murmullos y
de música de älas (sic)
Una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda,
las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te
agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y la luna llena
por los cielos azulosos, infinitos y profundos
esparcía su luz blanca,
y tu sombra
fina y lánguida
y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban
y eran una
y eran una
y eran una sola sombra larga!
y eran una sola sombra larga!
y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu
muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el
tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la
alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
entre las blancuras níveas
de las mortüorias (sic) sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la
muerte,
era el frío de la nada
Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡Iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
Como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos
y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella
¡Oh las
sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las
noches de negruras y de lágrimas!
El tercer trágico
episodio de su vida ocurrió cuando viajaba en el Amérique
de Venezuela a Colombia. Casi llegando a
Barranquilla el barco naufragó y Silva perdió 2
colecciones de poemas, Las almas muertas y Poemas
de la carne; en prosa Cuentos negros y Cuentos
de razas; y su novela corta Un ensayo de
perfumería (que más tarde reescribió bajo el
título De sobremesa, la única novela que
ahora se tiene de él).
Aunado a todo lo
anterior, su poesía no fue comprendida por los
pobladores de Bogotá, en su mayoría personas
incultas que se dedicaban al chisme y a la
difamación de la gente conocida. Muchos le tenían
envidia porque tuvo acceso a otro medio, el de la
cultura, el de la educación. Por eso, otro
sobrenombre mal intencionado que le pusieron fue
José Presunción Silva, porque decían que creía
ser superior;
A esta ola de
adversidades se sumaron, en contra de Silva, el
asfixiante ambiente de agriada parroquia y de
envidiosa inquina en el que con esmero realmente
diabólico, se dedicaron los conciudadanos y
contemporáneos del poeta a deformar y escarnecer
a quien les resultaba un incómodo ejemplo de lo
que ellos nunca quisieron ni supieron ser.
La tragedia llegó al
punto más dramático cuando el 24 de mayo de 1896,
luego de despedir en el portón de su casa de La
Candelaria a unos amigos, entró y se pegó un tiro
en el pecho sin alcanzar todavía los 31 años. La
causa exacta no se conoce, pero se sabe que su vida
lo ahogaba, lo deshacía a diario. Hubo cosas que no
pudo superar.
Las envidias y los
sentimientos eran tan contrarios hacia José
Asunción Silva que se le sepultó en un lugar
apartado donde iba a parar la gente indeseable, no
con su familia. En lugar de flores lo que recibió al
cerrarse su tumba fue un puñado de cal.
Décadas después de
su muerte y del modernismo, la obra de Silva fue
recopilada poco a poco y ahora es una gran figura de
la poesía en español:
Uno de los
aportes notables de Silva a la poesía lo
constituye la experimentación la readaptación
de metros tradicionales, varían ritmo y acento y
jugando con estrofas y medidas, con el propósito
de desencorsetar la rigidez del verso,
poniéndolo al servicio de las modulaciones,
músicas, y sensaciones y emociones que quería
expresar. Entre sus grandes aciertos está el
haber revivido y remozado el uso del eneasílabo,
acierto que se suele adjudicar injustamente a
Rubén Darío.
Su obra la conforman
alrededor de 150 poemas, una novela y una breve serie
de prosas y notas críticas.
Su creación poética
se divide en 4 partes: la primera contiene El
libro de versos, único que dejó listo para
publicar. Después viene Intimidades, que
fueron los poemas que escribió entre sus 14 y 18
años de edad. La tercera etapa la forman algunos
poemas sueltos o Poesía varia, y por último
están las Gotas amargas, una serie de versos
satíricos, atrevidos, que él no quería publicar
pero sus amigos se dedicaron a reconstruir. Estos
aportan elementos innovadores que sirvieron a otros
como Miguel de Unamuno que en el prólogo de su libro
Poesías agradece a Silva la contribución que
hizo a la poesía hispanoamericana "con ciertos
tonos y ciertos aires".
El caso de su novela
es muy interesante pues en distintas épocas ha sido
analizada, en palabras de García Márquez, "con
desarmador" y muchos coinciden que el personaje
principal, José Fernández, es el mismo Silva:
Es una novela
en tiempo paralelo. Un tiempo que tal vez no se
prolongue más allá de esa noche en que el
protagonista principal lee los originales de su
diario inédito [
] Y otro tiempo el
tiempo invisible del manuscrito leído que es el
relato de la vida del mismo que lo ha escrito y
lo está leyendo. Éste es el protagonista
principal de la novela y de su propio diario.
En la novela hace gala
de su erudición en cuanto a conocimientos de otras
disciplinas como la biología, medicina y pintura. Es
como la compilación de distintos géneros: es una
obra que mezcla el ensayo, el testimonio, el diario,
el diálogo
Aunque en momentos es
una "prosa suntuosa y abigarrada",
sobreadjetivada y excesivamente descriptiva, hay
páginas enteras que nos hablan de un hombre
incomprendido y muestran el idealismo que persigue el
modernismo: al ir en busca de Helena de Schilly
Dancourt , una niña a la que apenas miró unos
segundos, está al borde de la locura por no
encontrarla. Su médico psicoanalista le pregunta si
estaría dispuesto a formar una familia con ella si
un día la encuentra y su silencio señala hacia un
amor "conscientemente" imposible, sólo un
ideal al que probablemente nunca quiere acceder sino
sólo contemplar.
Silva en
la novela quiso ocultar su nombre y su
identidad [
] pero a la larga ninguno
conseguiría ocultar lo que tienen en común
[
] son hombres desgarrados.
En fin, De
sobremesa es una novela de desahogo que más que
para experimentar ese género nos sirve para conocer
de cerca la atormentada vida del poeta.
¿Y ahora?
Lo que queda por hacer
es darle crédito a los poetas latinoamericanos que
casi no conocemos y que han contribuido, junto con la
Generación del 98, al reconocimiento de la
lengua y literatura en español. Gracias al impulso
dado por los modernistas, la literatura
hispanoamericana ha obtenido múltiples
satisfacciones. Tal es el caso de los Nóbel: Juan
Ramón Jiménez, Gabriela Mistral, Vicente Alexaindre
y Pablo Neruda son ellos quienes se vieron
directamente involucrados en la herencia modernista
-. Fueron los modernistas quienes marcaron las letras
hispanas del siglo XX y que inspiraron en parte a la
genial Generación del 27.
Cabe señalar que la
corriente modernista, en sí misma, nos hace una
invitación a la universalidad, a leer a todos los
poetas por igual, sin referencias geográficas, sin
prejuicios, sin tapujos, porque es así como
conoceremos el arte por el arte, donde las fronteras
caen ante la luz de la poesía. Tendremos una literatura,
nuestra literatura: la de la humanidad.
El poeta español
León Felipe hablaba de un largo y único poema que
todos los poetas se encargaban de completar, palabra
por palabra, sin importar otra cosa más que el gozo
por la escritura.
Nunca dejemos de lado
a un poeta como se ha dejado a José Asunción Silva,
porque lo que hacemos con ello es ignorar lo que nos
dice un alma
Bibliografía
- ALATORRE,
Antonio. Los 1001 años de la lengua
española. México, Litógrafos Unidos,
1979.
- FERREIRO,
Cristina. Claves para la lectura de la
obra poética de Rubén Darío. México,
Daimón, 1986
- MAQUEO, Ana
María; CORONADO, Juan. Lengua y
literatura. México, Grupo Noriega
Editores, 1990
- SILVA, José
Asunción. Poesía completa. De sobremesa.
Santafé de Bogotá, Casa de Poesía Silva,
1996
- VÉLEZ, Nicanor.
"José Asunción Silva (1865-1896):
Entre el modernismo y la modernidad" en La
Gaceta del Fondo de Cultura Económica,
No 314, Febrero 1997.