Agobiado
por el rostro omnipresente
de
mi rostro, reflejado y suspendido,
me
asedian las visiones
sobre
un cristal de aire sin sustento;
me
envuelve su promesa
de
tangibilidad, ignominiosa o bella,
para
desvanecerse al día siguiente.
Entonces,
el eco sordo de mi aliento
me
cuestiona desde la hierba muerta.
Huyo
y retorno al delirio,
sin
permanecer nunca,
temeroso
de las respuestas
que
procuran anularme.
Confundido
por los árboles de savia inerte
entre
los que pretende guarecerse mi presencia
abandonada
a su propio tacto y sombra,
represento
una comedia infernal, una farsa idiota
ante
el ojo ausente y sin sentido de la Luna.
Desde
ese espejo de luz fría,
sus
dedos de blancura ignota
extienden
un sendero
de
agudas navajas de luz
que
ofrecen su salida hermosa
sobre
el abismo incierto de la noche.
Deseoso
de la inconsciencia eterna,
el
dolor cierra los ojos
y
salta hacia ella
con
las patas quebradas.
Pero
gana el lobo que de nuevo despierta
a
un alba gris y mortecina,
y
emprende así una huída más,
confirmando
nuevamente mi impotencia,
hacia
la imprecisión inagotable de la estepa
(Harry
Haller)
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