Atarjeas
en que se ahogan los peatones,
angustia negra, pesadilla del poeta.
En
estas esculturas de hormigón
no
pudo descubrirse nunca un gesto.
En
la roca de estos cañones
no
se encontraron sino vetas verticales de acero.
Por
las grietas que se hundían hasta perderse,
no
hubo ríos de agua escondidos, sino sombras;
y
en ninguno de sus millones de nichos
la
mirada de la cámara pudo atisbar el horizonte.
Estas
rocas no son los rojos desiertos de Utah,
sino
las piernas en que los cielos grises se apoyan.
Este
resultó ser el paisaje natural de los aviones,
un
bosque de grúas habitado por neumáticos.
Una
ciudad ausente, sin ojos,
cadáver
de los espacios horizontales.
Esta
Polis de las companies, palacio
de
apellidos multinacionales, es
una
Necrópolis de hombres, lugar
en
que las calles son raíces ocultas,
y
los techos el invernal follaje de las nubes.
Sitio
en que el mar es la antesala
de
los ríos subterráneos.
Por
sus puentes de orín transita
el fantasma herrumbroso de Caronte.
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