Las gárgolas de Le Corbusier

      { página de César Guerrero }

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GUERRERO, César.  Apuntes del Subsuelo, Fundación Cultural Trabajadores Pascual y del Arte, México, 2002, p. 10. 

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Poesía

"La casa es una máquina de vivir"

Le Corbusier

 

...y se alzaron muros sencillos, blancos;

ventanales que no dejaban lugar a dudas;

desaparecieron los rincones por imprácticos,

y eran simples las escalinatas.

 

Cada centímetro estaba calculado,

cada ladrillo se repetía en otro que tampoco tenía nombre,

cada punto seguía a un punto y éste a otro y sucesivamente.

Ventanales transparentes, por los que entra la luz gris y sin contraste.

Fueron enterrados los alambres, las antenas de hierro.

Todo fue aún más preciso,

hasta ser la suma exacta de las partes.

 

No un hogar, tampoco una casa,

sino una imparable lavadora

de atormentados sueños multitudinarios, todos ellos similares,

sueños arrullados por congeladores sin escarcha,

por el zumbar de motores afinados,

No pesadillas de luz cálida

sino blancas carreteras de neón.

No polvo ni arena,

sino hoyos negros domados con interruptor.

Tampoco manos, brazos, pechos,

sino cobertores eléctricos afuera de las pieles

para engañar el frío dentro de las almas.

Cinescopios para desconectar miradas,

guerras virtuales para aturdir el odio,

ruido ambiental para ocultar huecos insoslayables.

 

Entre paredes de colores metálicos,

cuadros en los que habla el plástico,

hombres abstractos, si es que hombres,

vacíos inmensos tras los ojos,

vacíos por debajo de la lengua,

incubándose en la sequedad de los testículos,

en los callados juegos amaestrados de los niños,

en los sexos tristes

masturbándose mecánicamente en los retretes...

 

Los espacios calculados se plagaron de vacíos,

tal vez porque las gárgolas de Le Corbusier no tienen alas,

mucho menos garras;

tal vez porque las gárgolas de Le Corbusier

carecen de tizones encendidos en los ojos y de escamas,

no proyectan sombra,

no hacen silbar al viento cuando se afila en sus colmillos,

y no ahuyentan a nadie.

 

Las gárgolas de Le Corbusier

descansan invisibles, intocables,

sobre pretiles paralelos

y las aristas de vigas bien templadas

 

Acaso por eso no las veamos,

acaso se escondan,

como diminutos circuitos de silicio,

temerosas de soñar

las litografías imposibles de Escher,

las divinas fugas en el órgano de Bach,

las irrefutables paradojas previstas por Kurt Gödel.

 

Su razón es pura, inconsciente.

 

Las gárgolas de Le Corbusier se yerguen

     sobre los cubos sobrepuestos de Descartes.

 

 

 

 


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