Y
esto que yo edifico
no es piedra, sino alma, el fuego inextinguible
Silla
del Rey
Luis Cernuda
No
hay eco que recorra
estos
pasillos de mármol,
ni
ojos que miren los sueños del bosque
que
interpretan los vitrales.
La
luz se cristaliza sobre manos ausentes
buscando
los cubiertos de plata
en
que orgullosa deseaba mirarse.
Entre
los muros vacíos de conversaciones,
reina
el silencio como las sombras en la noche,
y
los colmillos del frío ahuyentan el vuelo de las aves.
Hay
quien dice que las veredas esconden
el
recuerdo inalterado de ingrávidas carretas
transportando
a la real estirpe de cadáveres,
al
polvo de los Dueños del polvo.
En
el estío, dicen,
la
tierra exhala el sudor de los pies olvidados
que
levantaron el monasterio en que reza la muerte.
Sobre
la dura piel del granito,
entre
las piedras venidas desde lejos
para
alzarse sobre el cuero de la tierra de España,
flores
negras ofician la memoria de los héroes
en
el día de San Lorenzo.
Este
palacio yace como el cadáver gigante del tiempo;
duerme
sobre la hierba que no crece bajo sus manos,
sobre
el agua que no bebe, bajo el sol que no lo hiere.
En
él se ha reunido, bajo el mando de Felipe II,
la
familia expiada ya de angustias y de intrigas;
mas
las alfombras y manteles no registran barro ni migajas,
y
la lascivia del vino no resbala por el cristal de las copas.
No
hay conquistas ni campañas lejanas
sino
el claustro donde los adalides callan.
Los
bronces de Leoni los custodian,
y
geniales lienzos embellecen el polvo
de
los Dueños del polvo que,
alzado
por anónimos brazos,
concebido
por sobrios arquitectos,
les resguarda.
Comentarios:
[email protected]