Los versos satánicos

                                                                        { página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del Alumnado del ITAM,  México, No. 122, noviembre 2003.


ensayo

 

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de la rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo
 

Jorge Luis Borges 

El verbo creador

En el relato que el libro del Génesis hace del origen, Dios crea al mundo por medio de su palabra. El vacío y la oscuridad se pueblan de luz y de existencia por medio del verbo divino. Así, cuando Dios dijo “haya luz”, hubo luz. En el libro del Zohar, o Libro del esplendor, atribuido al judeoespañol Moisés de León, se ofrece una explicación asombrosa sobre el proceso que debió seguir Dios, antes de revelar el origen del mundo al hombre, para seleccionar las palabras con las cuales iniciaría el relato del Génesis.

Las primeras dos palabras del Génesis comienzan con la letra Bet, es decir, con la segunda letra del alfabeto hebreo. Los cabalistas medievales se preguntaron por qué. Su explicación, según consta en el libro del Zohar, escrito en el siglo XIII, es que la letra Bet, en su configuración icónica (dos líneas horizontales y un asta que las une por la punta derecha, ב), constituyen el paradigma de la Creación, el arriba y el abajo, el mundo terreno y el Divino, unidos por el margen derecho, pero libres en el margen izquierdo. Así, tanto el mundo terreno como el divino son simétricos, pero en el espacio que media entre ellos hay, por una parte, una relación directa y por otro una apertura total, símbolos del libre albedrío que faculta al hombre elegir entre bien y mal. “La letra Bet tiene la particularidad de representar la forma de una casa con la puerta abierta, y si uno mueve la letra en todos los sentidos, su puerta permanece siempre abierta en todos los sentidos.” (Zohar I, 39ab).

Aunque todas las letras del alfabeto son nobles, sus propiedades son distintas y delicadas. Cada una de ellas se presentó al Creador, desde la última hasta la primera en el orden del alfabeto hebreo, para convencerle de ser empleada como la primera letra de la primera palabra del Génesis. La letra Tav (ת), se propuso con el argumento de ser la letra final de la palabra Emet (verdad). Dios reconoció que esto era así, pero advirtió que Tav era también la letra final de la palabra Mavet (muerte). La letra Caf (ך) se consideró digna de iniciar el relato del Génesis porque era la letra inicial de la palabra Cabod (gloria). Dios contestó que Caf era también la letra inicial de Calá (exterminio). Después de que todas hicieran su intento sin éxito, fue escogida la letra Bet porque con ella inicia la palabra para bendecir al Creador (Baruj) en lo alto y en lo bajo. Y así, Bet se encuentra al inicio de las dos primeras palabras del Génesis: Bereshit bará (“En el principio creó...”).[1]

 La palabra tiene una importancia crucial en la tradición judeo-cristiana. En Mateo 15,11,  Jesús afirma: “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca”, esto es, sus palabras, porque viene “de adentro del corazón”, según aclara más adelante. Así pues, si en el corazón hay inquina, las palabras resultantes serán impuras. Esta importancia del verbo no termina con las dos primeras religiones del libro revelado, sino que continúa en el Islam.

 

Salman Rushdie

El novelista Salman Rushdie, nacido en Bombay y educado en Cambridge, ya había obtenido éxito de crítica y de ventas con la novela Hijos de la medianoche (1981), una alegoría de la India moderna, antes de sacar a la luz su libro más famoso: Los versos satánicos. La publicidad que recibió esta última novela se debe menos a su argumento y su construcción, muy emparentada con el realismo mágico de García Márquez en Cien años de soledad, que con un fragmento de la misma. Bien recibida en occidente, la novela que Rushdie publicó en 1988 causó la ira de los musulmanes shiítas, que la consideraron un insulto al Corán, a Mahoma y a la fe islámica. Fue prohibida en India, Pakistán, Sudáfrica, Egipto y Arabia Saudita. Un año después, el ayatollah iraní Ruhollah Jomeini condenó a muerte al autor y a todas las personas involucradas en la publicación del libro. En 1992, la cabeza del escritor tenía un precio de 5 millones de dólares.

Como la manzana del árbol del bien y del mal o la caja de Pandora, nada mejor que algo prohibido para suscitar la curiosidad y ejercitar la acción de transgredir en las mentes occidentales. Los lectores –sin especificar género en desagravio de las mujeres que ya tienen bastante con las justificaciones mitológicas de su condición social- se volcaron a comprar la novela prohibida, y la prensa superficial hace de la condena de ésta el hecho más relevante de la carrera de un escritor que tiene muchos otros libros, quizá mejores o al menos tan interesantes como Los versos satánicos que, dada su profusa mezcla de tiempos, personajes y hechos absurdos, es probable que haya sido menos leída de lo que se pensaría ateniéndonos tan sólo a los records de ventas o a las frecuentes menciones que en distintos medios se hacen de ella. 

La pregunta que surge de inmediato es por qué. ¿Se trata acaso una más de las locuras de esos ayatollas fundamentalistas islámicos, extravagantes, pre modernos y muy probablemente terroristas, que amenazan nuestros valores democráticos, individuales y la sacrosanta libertad de expresión?

 

Los versos satánicos

La Illah Illah Muhammad Rasul Allah[2]

Mahoma, profeta del Islam, religión que hoy cuenta con 935 millones de fieles, genio político y militar que amalgamó a un pueblo disperso, trashumante y dividido, recibía la sabiduría por medio de revelaciones que además de fundamentar el orden divino, le decían qué y cómo hacer en el orden terreno para propagar la fe.

Una leyenda apócrifa que no se encuentra en ninguna parte del Corán ni en documentos escritos con carácter de sagrados, dice que Mahoma recibió una revelación satánica según la cual debía transigir y aceptar en el Islam a las tres diosas paganas más importantes que eran adoradas en la ciudad de La Meca con el fin de que los gobernantes de la ciudad aceptasen adherirse a la nueva religión. Hacerlo tenía una lógica muy clara. La Meca dependía económica y políticamente de los múltiples cultos que se celebraban en ella, de los peregrinos de distintas creencias que la incluían en su camino a lo largo de la península arábiga. Si los gobernantes de la ciudad se convertían al Islam, esto es, a una religión de un solo Dios que no podía ser adorado por medio de ninguna imagen, ¿cómo asegurar la viabilidad de la ciudad? ¿Sería suficiente con la Caaba? De ese modo, si Mahoma deseaba que La Meca se convirtiera, debía aceptar los tres cultos más populares.

La leyenda dice que Mahoma aceptó a las tres diosas como parte de la nueva religión. Al proclamar esta revelación, los paganos se convirtieron reforzando el ejército de Mahoma, lo que también implica que tuvo menos enemigos y el control de la ciudad sagrada. La verdad divina había sido negociada en favor de un interés claramente coyuntural y terreno. Pero el relato no para ahí. Mahoma recibió un nuevo mensaje que le advirtió de la falsedad de la revelación anterior, que no era obra de Dios, sino del Diablo.

La sola posibilidad de que tanto la palabra divina como el principio de un solo Dios hubiesen sido corrompidos en al menos una ocasión es algo muy grave para el fundamento de una religión revelada. Por lo anterior, los musulmanes han rechazado tajantemente la verdad y la difusión de la leyenda sobre los versos satánicos. Toda persona que la defienda, sea o no musulmana, comete el pecado de shirk, esto es, asociar a Alá con otros, en este caso Satanás. Los musulmanes que la repiten cometen el delito de apostasía que en casos extremos puede ser punible con la ejecución.[3]

Temerario ante la sacralidad que se concede al verbo, Rushdie decidió narrar la leyenda de los versos satánicos en el segundo de los nueve capítulos de su novela, en 43 de las 679 páginas que componen el libro. Según la versión de Rushdie, el profeta Mahound expone a sus consejeros la oferta que la ha hecho Abu Simbel, gobernante de la ciudad de Jahilia. Consiste en pedir al ángel Gibreel que Alá acepte a las diosas Lat, Uzza y Manat para que los fieles sean tolerados, incluso oficialmente reconocidos y que a Mahound se le conceda ser miembro del consejo de la ciudad santa. Salman el persa, advierte: “¿Cuánto tiempo hace que recitamos el credo que tu nos diste? No hay otro Dios más que Dios. ¿Qué somos nosotros si ahora lo abandonamos? Esto nos debilita, nos hace absurdos”.[4] Mahound se lamenta de los escasos fieles en esos momentos difíciles. “A veces pienso que debo dar facilidades a la gente para que crea”.[5]

 

Condena y arrepentimiento

Es posible que Rushdie haya querido recrear en el Islam lo que Nicos Kazantzakis hizo en el cristianismo con su novela La última tentación de Cristo. Esto es, abordar la naturaleza y debilidades humanas del profeta. Cumplió su objetivo con maestría literaria y también con voluntad iconoclasta. A pesar de que su relato de la historia de los versos satánicos incluye la conciencia y el rechazo al error de aceptar a otras deidades, Rushdie no deja de plasmar un Mahoma con una secreta vanidad megalómana. Khalid el aguador le dice a Mahound que al transigir y luego abjurar mostró una verdad más profunda: “Tú nos trajiste al mismo diablo para que pudiéramos ser testigos de las artes del Maligno y de su derrota por la Bondad. Tú has enriquecido nuestra fe”. Este diálogo hace explícita la enseñanza o moraleja que, según los historiadores del Islam, da sentido a la leyenda apócrifa. No obstante, al marcharse el aguador, Rushdie pone en el pensamiento del profeta: “Una verdad más profunda. Traeros al diablo. Sí, suena propio de mí”.[6]

Salman Rushdie se retractó públicamente y redactó una carta en la que manifestaba su adhesión al Islam. Es difícil afirmar si lo hizo sólo para salvar su vida, del mismo modo que Galileo abjuró de su teoría, o si fue consciente de las graves consecuencias que sobre la fe de algunos creyentes tiene el escarceo heurístico, a manera de ensayo o hipótesis, en los fundamentos elementales de una religión. Quizá se retractase por ambos motivos. Rushdie violentó a la palabra con la palabra y, por medio de la palabra, pidió perdón. Ello no impidió que, aunque en 1998 el gobierno de Irán[7] afirmó que no haría nada por atentar contra la vida del escritor, los sectores más conservadores de ese país ratificaran la sentencia y se organizaran para financiar su cumplimiento. 

El hecho de plantear una suposición fuera de la ortodoxia, ya sea por medio de la interpretación religiosa o bien por medio de la ficción literaria no ha sido menos castigado en occidente. Cuando la novela de Kazantzakis fue llevada al cine por Martin Scorsese en 1988 fue recibida con furia por algunos sectores cristianos. Si no condenaron a muerte a Scorsese fue sólo porque en el cristianismo actual no existe ese recurso como en el Islam.[8] Sí se ejerció en cambio la persecución contra los nestorianos, que reconocían la doble naturaleza de Cristo, la humana y la divina, luego del Concilio de Éfeso en 431. 

Occidente no debería ser tan duro con el conjunto del mundo musulmán por culpa de las facciones más recalcitrantes del mismo, toda vez que en fecha tan reciente como 1633, la secularización no formaba parte de la cultura occidental. Galileo fue acusado de hereje, obligado a abjurar de su teoría y condenado a arresto domiciliario por el resto de su vida luego de que se le conmutara la condena de prisión perpetua. Los ejemplares de su libro, Diálogo sobre los sistemas máximos, fueron incinerados. Y no fue sino hasta 1992, durante el pontificado de Juan Pablo II, que la Iglesia reconoció su error en el trato brindado a un hombre que, mediante la razón, brindó verdad. En el mismo sentido cuesta mucho reconocer y no perseguir a quienes mediante la imaginación transgreden la ortodoxia para contribuir a la reflexión.®

 

NOTAS:

[1] Zohar. Traducción, selección, prólogo y notas de Esther Cohen. Cien del Mundo, Conaculta, México, 1998, pp. 27-29.

[2] No hay más Dios que Dios y Mahoma es su profeta.

[3] Cf. HORRIE, Chris y Peter CHIPPINDALE. ¿Qué es el Islam?, Altaya, Barcelona, 1997, pp. 39-41.

[4] RUSDHIE, Salman. Los versos satánicos. Plaza & Janés, Barcelona, 1997, p. 139.

[5] Ibid, p. 140.

[6] Ibid, p. 163.

[7] El Ayatollah Jomeini murió en 1989.

[8] Afortunadamente no ocurrió lo mismo con José Saramago, luego de su excelente novela El Evangelio según Jesucristo. Tal parece que en Occidente la palabra impresa tiene hoy menos peso que la imagen.

 


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