La maliciosa ternura del deseo

El erotismo en la poesía de Jaime Sabines (1926-1999)

 

{ página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del Alumnado del ITAM,  México, Año XXVI, No. 139, octubre 2006, pp. 80-91.

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…el engaño
de la palabra tierna que desea…

Jaime Sabines, “Los he visto en el cine”

 

José Emilio Pacheco escribió en 1977 que “muerto León Felipe, se ha pretendido hacer de Sabines el poeta predilecto de las personas a quienes no les gusta la poesía”.[1] Su tono melancólico y cotidiano cautiva a miles en un país de pocos aficionados a la lectura gracias a la belleza con que el poeta chiapaneco sabe hablar de lo ordinario transformándolo. Se supo cronista de sí mismo y de los otros que son en él, o quizá, de lo que es él visto en los otros. La suya es la poesía de un hombre sencillo, apartado de toda intelectualidad. Sabines consigue hacer de sí mismo un personaje, nos revela su mundo profano, las preocupaciones diarias y, al hacerlo, sus lectores descubren que el poeta no es un ser alejado de ellos mismos: pasa apuros económicos, se gana el sustento diario, mira la televisión, ama a la mujer, observa crecer a su hijo y teme la muerte.

De ahí que la antología bilingüe editada en Quebec se titule: Les poémes du piéton. El origen de este título se encuentra en el poema El peatón,[2] en el cual Sabines se describe a sí mismo más como un ciudadano que como un poeta. Ser poeta no lo exime a uno de lo profano. Esta convicción es fruto de un duro aprendizaje personal. Egresado de la carrera de letras y con dos libros publicados con cierto éxito de crítica, la altura del poeta que es Sabines no se corresponde con su cotidianeidad. “Era un poeta y sin embargo cada mañana tenía que levantar cuatro chingadas cortinas de acero y barrer la calle por donde la gente pasaba tirando basura. Era un poeta, pero tenía que ponerme a vender metros de manta o delantales o no sé qué carajos […] Me sentía humillado y ofendido por la vida […] Después de dos o tres años comencé a ser humilde, a decirme: que se vaya al carajo el poeta”.[3]

Tanto como la muerte, el erotismo es una presencia muy importante en la obra de Sabines, con mayor frecuencia en su juventud que en su vejez, pero siempre con una honestidad inusual y en ocasiones desconcertante. Jaime Sabines no es un poeta erótico por el hecho de que ninguno de sus poemas es estrictamente erótico. Pero su erotismo es constante y se encuentra entrelazado de ternura y eventualmente, de malicia. El erotismo de Sabines es la ternura maliciosa del deseo. Ternura porque como en muchos otros aspectos de su poesía, la dulzura y la inocencia atraviesan su avidez, un deseo que no posee sino que persuade, que con enorme paciencia alarga el tiempo para cada caricia. Mas esta ternura es maliciosa porque es un ardid del seductor que, solitario, no acaba de encontrar lo que busca en sólo una mujer, y desconcertante por la dura honestidad con que reconoce esto al narrar su conquista de la mujer madura y de la mujer virgen,[4] la culpa de la aventura con la mujer casada y de las visitas al burdel, la soledad y no el amor como verdadero motivo de abandonarse al encuentro ocasional.

En la poesía de Sabines, el erotismo posee múltiples elementos no exentos de tensión que deben estudiarse parcialmente y con detenimiento para comprender mejor la compleja unidad que los convoca.

 

La ternura

de tu esperanza pobre, de tu ternura, desgraciado
“En medio de las risas”, La Señal (1951)

 

La poesía de Sabines es casi oral, como una charla alejada de malabarismos conceptuales, pero sobre todo, plena de sinceridad autobiográfica y con momentos de asombrosa ternura. La ternura de Sabines es una característica que no escapa a sí mismo y a sus críticos. Mónica Mansour habla de “la ternura tan corpórea y corporal de su lenguaje”.[5] Monsiváis observa: “en él la piedad se contamina del odio, y la devastación no está exenta de ternura”.[6] José Joaquín Blanco coincide: “…sólo temperamentos excepcionales son capaces de una desesperación tan recia y de una ternura tan profunda”.[7] Octavio Paz añade: “su cólera es acerosa y su ternura colérica”.[8]

En “Carta a Jorge”,[9] un Sabines angustiado por la falta de ternura dice sentir que “alguien les aprieta el pescuezo a los pájaros dentro de las jaulas […] que les dan con un mazo en la nuca a los corderos”, pero se da ánimos: “La miel se cosecha todavía en las bodegas / y en los libros. La ternura existe.” Se convence de ello (“Estoy en mi ternura / lo mismo que en el sueño están los párpados”) y después flaquea: “¿Qué viene a hacer aquí tanta ternura fracasada? / ¡Díganle que se vaya!”[10]

A pesar de ello la ternura es un elemento ineludible en Sabines. Desde sus primeros y hasta sus últimos poemas, hay ternura al compadecerse de su televisor enfermo[11] y de su gato loco,[12] del diablo que “se trepa a mi nariz / y me la muerde / y la quiebra con sus dientes finos […] y se siente solo el pobrecito”,[13] o de Dios mismo, “un poco cegatón y bastante torpe de las manos”.[14]

Tras la muerte de Rosario Castellanos, electrocutada por una lámpara cuando era embajadora de México en Israel, su dolor adopta un reclamo pueril al exigir que con una escoba los empleados de la misión diplomática recojan del piso el alma de Rosario para que se la envíen junto con su cuerpo;[15] y en la elegía a la solterona Tía Chofi,[16] quien no conoció caricia de hombre y dejó que llegaran a su rostro arrugas antes que besos, le dice cariñosamente: “tú, casta, limpia, sellada, / debiste llevar azahares tu último día.”

Hay ternura ante la muerte y también frente al milagro de la vida. En el extremo contrario de las emociones, la voz de Adán describe la preñez de Eva con inocencia y asombro extraordinarios (Adán y Eva, 1952). Sabines nos convence de que sólo Adán pudo sentir exactamente esta ternura:

 

Tu vientre manso, suave, infinito. Bajo mis manos que pasan y repasan midiéndolo, besándolo; bajo mis ojos que lo quedan viendo toda la noche.

            Me doy cuenta de que tus pechos crecen también, llenos de ti, redondos y cayendo. Tú tienes algo. Ríes, miras distinto, lejos.

            Mi hijo te está haciendo más dulce, te hace frágil.

 

La casi contradictoria tensión de emociones, esta “devastación no exenta de ternura”, esta “ternura profunda” que han percibido los críticos de Sabines, se presenta claramente en el poema “La cojita está embarazada”:[17]

 

La cojita está embarazada.

Se mueve trabajosamente,

pero qué dulce mirada

mira de frente.

 

Se le agrandaron los ojos

como si su niño

también le creciera en ellos

pequeño y limpio.

A veces se queda viendo

quién sabe qué cosas

que sus ojos blancos

se le vuelven rosas.

 

Anda entre toda la gente

trabajosamente.

No puede disimular,

pero, a punto de llorar,

la cojita, de repente,

se mira el vientre

y ríe. Y ríe la gente.

 

La cojita está embarazada

ahorita está en su balcón

y yo creo que se alegra

cantándose una canción:

“cojita del pie derecho

y también del corazón”.

 

En apariencia un relato infantil, casi una canción de cuna, “La cojita está embarazada” revela el dolor detrás de una mirada sonriente. Su personaje es frágil, por su cojera y por las dificultades propias de la preñez, pero también por su embarazo en soledad. Todo indica que se trata de una madre soltera, muy joven. Lo que el cariñoso diminutivo sugiere en realidad es que es pequeña, tal vez porque es muy joven, casi una niña. Y la cojita está triste, “no puede disimular”, víctima del desengaño amoroso que no se afirma pero que se insinúa. Sus ojos enrojecen “viendo quién sabe qué cosas”. Sabines suaviza la imagen dándoles un matiz rosa. A punto de llorar, mira su vientre y se alegra del niño que vendrá, un niño cuya madre tiene el corazón cojo.

 

El deseo

 

Qué otra cosa sino el deseo es la vida.
[...]
Sólo el deseo nos despierta a soñar.

Diario semanario y poemas en prosa (1961)

 

Desde su primer libro (Horal, 1950), Sabines revela el albor de su deseo adolescente. Habiendo descubierto la voluptuosidad y la seducción en el afiche de la estrella de cine, Sabines admite en el poema “La Tovarich” que se sintió “…varón para toda humedad / suave en cualquier ternura”. A sus breves quince años ya sabía “deletrear”, que no nombrar, “a una mujer”. Las manos le duelen de no poder tocar ese cuerpo de fantasía e imagina que de haber tenido la oportunidad de estar con ella: “Yo le hubiera injertado mis labios / en sus muslos, de dos en dos”.

 

Sabines no disfraza el temor de su primera vez: “Por conocerte estoy, / grano de angustia en corazón de ave. / Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres / tendrán un hombre encima en todas partes”.[18] Tampoco oculta las lecciones que recibe de quien lo aventaja en experiencia:

 

Una mujer entonces –tenía los pechos duros y altos-

me hizo beber en sus labios;

cansada la cabeza en sus muslos de madre

me untó sus manos.[19]

 

No abandona su suavidad y su dulzura: “suavidad de mujer y húmedos órganos / en que penetro dulcemente…”;[20] “Sueño que tengo mi mano entre tus muslos y que te abro los labios, novia delicada y frágil, y pongo el pétalo de un beso en tu humedad sombría”.[21] Los pechos de la mujer que describe en el poema “Entresuelo” (Horal) son “dulces” y los ofrenda sin prisa: “de pezón a pezón cien labios y una hora”. Tampoco oculta su nostalgia “Nunca ha sido tan niña, nunca / amante en el tiempo tan amada”.[22]

 

Esta dulzura de Sabines es particularmente seductora, como se puede apreciar en los siguientes versos: 

 

…siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo.[23]

 

*

 

Sobre tu piel llevas todavía la piel de mi deseo, y mi cuerpo está envuelto de ti, igual que de sal y de olor.

 

¿En dónde estamos, desde hace tantos siglos, llamándonos con tantos nombres Eva y Adán?[24]

 

*

 

Te muerdo debajo de la oreja, te ensalivo el pezón izquierdo, y sé que estoy cerca de tu corazón, ciertamente.[25]

 

*

 

Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.[26]  

 

Quizá en ningún poema la dulzura con que Sabines habla del cuerpo de la amada sea más seductor que en “No es nada de tu cuerpo”,[27] pues luego de enumerar con gran elegancia y afecto cada caricia y cada rincón, da un giro inesperado que concluye que lo que verdaderamente añora es el vacío de la mujer en su abrazo:

 

No es nada de tu cuerpo,

ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,

ni ese lugar secreto que los dos conocemos,

fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.

No es tu boca –tu boca

que es igual que tu sexo–,

ni la reunión exacta de tus pechos,

ni tu espalda dulcísima y suave,

ni tu ombligo, en que bebo.

Ni son tus muslos duros como el día,

ni tus rodillas de marfil al fuego,

ni tus pies diminutos y sangrantes,

ni tu olor, ni tu pelo.

No es tu mirada –¿qué es una mirada? –

triste luz descarriada, paz sin dueño,

ni el álbum de tu oído, ni tus voces,

ni las ojeras que te deja el sueño.

Ni es tu lengua de víbora tampoco,

flecha de avispas en el aire ciego,

ni la humedad caliente de tu asfixia

que sostiene tu beso.

No es nada de tu cuerpo,

ni una brizna, ni un pétalo,

ni una gota, ni un grano, ni un momento:

 

Es sólo este lugar donde estuviste,

estos mis brazos tercos.

 

Ya con la voz del hombre experimentado, Sabines resume esa paradoja del erotismo en los amantes que se conocen mucho tiempo (“virgen para el que te posee, / desconocida siempre para el que te sabe”),[28] de las variantes infinitas del amor (“¡Con qué morboso deleite te introduzco / en la casa abandonada, y te amo mil veces / de la misma manera distinta!”).[29]

Este deseo suyo, indudablemente vital y poderoso, es también predador y transgresor. Del poema “Te desnudas igual”:[30]

 

Te desnudas igual que si estuvieras sola

y de pronto descubres que estás conmigo.

¡Cómo te quiero entonces

entre las sábanas y el frío!

 

[...]

 

Y cómo nos queremos entonces en la risa

de hallarnos solos en el amor prohibido!

 

En el caso de “Qué risueño contacto”,[31] poema en el que se complace del coqueteo culpable con una mujer casada:

 

¡Qué risueño contacto el de tus ojos

ligeros como palomas asustadas en la orilla del agua!

 

[...]

 

Me gustas

mirándome de lado, escondida, asustada.

Así puedo pensar que huyes de algo,

de mí o de ti, de nada,

de esas tentaciones que dicen que persiguen a la mujer casada.

 

Cuando efectivamente seduce a una mujer casada, su deseo es abiertamente cómplice:

 

Pienso que soy tu esposo

y que me engañas conmigo.

 

¡Y cómo nos queremos entonces en la risa

de hallarnos solos en el amor prohibido!

 

(Después, cuando pasó, te tengo miedo

y siento un escalofrío.)[32]

 

Y cuando trocando “desear” por “amar”, insinúa el deseo del padre por una de sus hijas, jovencita, virgen, al mirarla arreglarse y a quien compara con su madre “hermosa todavía” y que tiene “lo que tú no sabes”:

 

Joven maligna, virgen,

encendida, cerrada,

te estoy viendo y amando,

 

[...]

 

Eres perfecta, deseada.

Te amo a ti y a tu madre cuando estáis juntas.

Ella es hermosa todavía y tiene

lo que tú no sabes.

No sé a quién prefiero

cuando te arregla el vestido

y te suelta para que busques al amor.[33]

 

La malicia del deseo

¿Quién es Tarumba? Mi otro yo.[34]

Jaime Sabines

El deseo de Sabines no niega su afán depredador, polígamo. Quizá en ningún libro esto es más honestamente doloroso que en Tarumba (1956).

 

Ay, Tarumba, tú ya conoces el deseo.

Te jala, te arrastra, te deshace.

 

En este poema, escrito en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, Sabines no desea a su mujer sino a todas las mujeres: “te gusta pasarles la lengua de tus ojos a todas”, “Yo soy este que quiere a fulana el día trece de cada mes / y este que llora por la otra y la otra cuando las recuerda”). Sueña con ellas y las visitas que describe no son meramente una fantasía.

 

Di cuatro golpes sobre tu puerta

a las doce de la noche

con el anillo lunar,

y me abrió la sábana que tiene cuerpo de mujer,

y entré a lo obscuro

 

[...]

 

Entró el viento conmigo

y le subió la falda a la delicia, que se quedó inmóvil.

 

Hacia el final del poema, Sabines emula tanto la voz angustiada de su esposa (“pero vengo pensando en mi marido que no llegó a dormir anoche”) como la de su hijo, que no entiende por qué su padre no durmió en casa: “Yo voy a la escuela / con mi cuaderno sin tareas […] y este mezquino dolor en la cabeza […] ¿En dónde estará?, ¿qué estará haciendo?”. El poema termina con un fuerte sentimiento de culpa y menosprecio de sí mismo, por ésta y por otras circunstancias: “te dejo a ti la virtud que no tengo […] ¿Qué testamento escribiré algún día? / No te dejo nada. / Te dejo nada más mi entierro”. No es interpretación sino testimonio poético.[35]

 

A caballo, Tarumba,

hay que montar a caballo

para recorrer este país,

para conocer a tu mujer,

para desear a la que deseas

 

Sobre Tarumba Sabines dijo:

 

Lo escribí en 1954, en la parte posterior de la tienda. Era cuando iba a nacer Julio, mi primer hijo. Puede ser que Tarumba sea el único canto a la vida que he escrito, sí, pero para mí en ese momento era un canto a la sobrevivencia. Era una protesta y una rebeldía feroz contra el tiempo que estaba viviendo. Un grito de desesperación, un afianzarse a la vida y un rechazo. Y fue un poema que no les gustó a mis amigos.[36]

 

En un poema publicado apenas unos años más tarde, “Me tienes en tus manos”,[37] Sabines admite que a veces quisiera reconocer ante una mujer su deseo por las otras al tiempo que está con ella (“A veces quiero hablarte de mujeres que a un lado tuyo persigo”). Para evitar el conflicto Sabines la nombra “perdón” y él se nombra a sí mismo “su hijo”, pues de ser así no habría ofensa. Finge con ello que se rompe la relación de equivalencia con su compañera. 

El deseo no necesita del amor. Puede prescindir de él y lo hace con frecuencia. El ejemplo claro es la relación entre hombre y prostituta o entre seductor y amante, en la cual el aspecto central de la relación es el goce de la carne y/o el juego de la seducción sin compromiso: halagar y sentirse halagado, desear y saberse deseado. Este erotismo sin amor está claramente descrito en poemas como “Tú tienes lo que busco”,[38] en el cual lo que ama son las particularidades físicas de la mujer a quien galantea, una delgadez particular que “nunca he amado”, un cuerpo esbelto y frágil como el trigo que enamora, no a su corazón, sino a sus manos y a sus ojos que desean poseerlo.  

 

Tú tienes lo que busco, lo que deseo, lo que amo,

tú lo tienes.

 

[...]

 

Te agradezco al aire.

Eres esbelta como el trigo,

frágil como la línea de tu cuerpo.

Nunca he amado a mujer delgada

pero tú has enamorado mis manos,

ataste mi deseo,

cogiste mis ojos como dos peces

Por eso estoy a tu puerta, esperando.  

 

Otros versos de Tarumba son igualmente contundentes:

 

Con el calor, a solas, la recuerda mi vientre,

más fiel que mi corazón, y la desea.

El dulce viento me despierta en las ingles

su contacto, su aroma, su innumerable amor.

 

Sabines no le es fiel a la mujer con su corazón sino con sus ingles. La misma premisa aparece en un poema de vejez. En “Pensándolo bien”[39] describe las recomendaciones que recibe de sus amigos para conservar la salud:

 

La única recomendación que considero seriamente

es la de buscar mujer joven para la cama

porque a estas alturas

la juventud sólo puede llegarnos por contagio.

 

En una mezcla de honestidad que raya en el cinismo, por decir lo que todo mundo sabe pero nadie admite, Sabines canoniza a las putas[40] entre todas las mujeres, pues para la múltiple variedad de hombres fracturados, feos, solitarios, impotentes, son “mártires provisorias llenas de gracia, manantiales de generosidad” ya que “no exiges ser amada, respetada, atendida […] eres limpia de culpa […] no discriminas a los viejos, a los criminales, a los tontos […] Eres la libertad y el equilibrio; no sujetas ni detienes a nadie”.

Además de ello, las prostitutas son profesionales del erotismo, gran ausente de los lechos matrimoniales: “Has educado tu boca y tus manos […] Sabes vestir y desvestirte, acostarte, moverte. Eres precisa en el ritmo, exacta en el gemido, dócil a las maneras del amor”. De ahí que Sabines se ponga de rodillas para aprender: “te canonizo a un lado de los hipócritas y los perversos, te doy todo mi dinero, te corono con hojas de yerba y me dispongo a aprender de ti”.

Sabines encuentra en el burdel la libre consumación de su deseo, la colectividad activa y voyeurista de la orgía, el placer y la fantasía sin recato o impericia, liberarse del pasado y del futuro:

 

He aquí que estamos reunidos

en esta casa como en el Arca de Noé:

Blanca, Irene, María y otras muchachas.

Jorge, Eliseo, Oscar, Rafael…

Vamos a conocernos rápidamente

y a fornicar y a olvidarnos.

 

[...]

 

¡Qué bello oficio el tuyo, de desvestirte

y alumbrar la sala!

¡Haz el amor, paloma, con todo lo que sabes:

tus entrenadas manos, tu boca, tus ojos,

tu corazón experto!

He aquí la cabeza del día, Salomé,

para que bailes delante de todos los ojos en llamas.[41]

 

Mas luego del goce en “la casa del placer”, al realizar el camino de regreso a casa, a oscuras y entre figuras solitarias, viene el peso de la culpa:

 

¿En qué callejón, a qué horas obscuras, está la casa del placer? Fantasmas deshechos salen en la madrugada a buscar un carro con los últimos centavos en la bolsa.

 

Las luces quebradas y el parpadeo de la sangre empiezan a localizar el sueño.

 

En ese instante llega al corazón la culpa.[42]

 

 * * *

 

No es posible encontrar sucedáneos a la mujer.
Ni la contemplación, ni la sabiduría, ni Dios 

te inyectarán lo mismo el deseo de vivir.
[43] 

 Jaime Sabines

 

Sabines ensaya universales para un tema inagotable: la Mujer. La mujer es ese misterio siempre presente que intriga al hombre: su compañera.

 

No hay más. Sólo mujer para alegrarnos,

sólo ojos de mujer para reconfortarnos,

sólo cuerpos desnudos,

territorios en que no se cansa el hombre.

Si no es posible dedicarse a Dios

en la época del crecimiento,

¿qué darle al corazón afligido

sino el círculo de muerte necesaria

que es la mujer? [44]

 

La mujer es una presencia ineludible en la vida del hombre. Como una ninfa oculta tras los árboles, sigue sus pasos. Está “en la orilla del aire”, “en el monte, extendida”. No hay escapatoria. Su inquietante y jovial presencia no lo dejan nunca.

 

A tu espalda, en donde estés,

si vuelves rápido a ver

la ves.

 

En el aire hay siempre oculta

como una hoja en un árbol

una mujer.[45]

 

La mujer como refugio. El hombre desamparado, desvalido, encuentra su refugio en la mujer. La mujer es su casa: 

 

voy a decirte un secreto:

no tengo casa.

No, no tengo casa.

 

Desabróchame la piel

de la espalda

y úntame yodo y arena

para borrar esa marca.

Tengo una marca.

 

No me dejes en el cuello

la garganta

callándose tanto tiempo

lo de mi casa.

Que me duele, de veras,

no tener casa.[46]

 

En el discurso que pronunció durante el festejo de sus sesenta años, organizado por la UNAM, el INBA, el Palacio de Minería y el Museo Nacional de Arte, Sabines declaró: “cuando uno se ha pasado la vida pensando sólo en la mujer, el cumplir sesenta años es casi una tragedia […] Nunca te sentirás mejor que en el viejo camino de la mujer”.[47]

 

La maliciosa ternura del deseo

He repartido mi vida inútilmente entre el amor y el deseo. 

Maltiempo (1972

Una gran cantidad de personas considera romántico a Sabines por su poema “Los amorosos” poema colofón de Horal, su primer libro. En él Sabines retrata a los otros como ciegos, buscando al amor en el erotismo, al erotismo en el sexo. Los juzga y se compadece de ellos.

Pocos lo notan, pero Sabines es implacable en este poema con aquellos que lo maljuzgan romántico. Su descripción es desoladora: “Se ríen de las gentes […] que creen en el amor como en una lámpara de inagotable aceite […] Son los insaciables / los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos […] Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, / la muerte les fermenta detrás de los ojos.” En otro verso: “Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua”. Y concluye: “Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, / a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas [...] Y se van llorando, llorando la hermosa vida.” Los personajes que describe Sabines no buscan el amor trascendente sino una cadena interminable de momentos fugaces. Por eso los llama “amorosos” y no “amantes”. Por eso Sabines admite el “engaño” de “la palabra tierna que desea”.[48]

En una entrevista publicada en 1998,[49] poco antes de su muerte, la periodista Pilar Jiménez Trejo buscó obtener del poeta una llave para desentrañar Los amorosos. Un poeta no tendría por qué añadir explicaciones. Sin embargo, en la entrevista Sabines repite:

 

JS. Pues andan siempre buscando el amor, con una mujer y con otra y con otra y con otra. Lo quieren encontrar y saben que no lo van a encontrar, pero lo buscan.

PJT. ¿Pero no es también una actitud gozosa?

JS. Claro. Gozosa y triste al mismo tiempo. Pero el resultado es triste.

 

Con gran tino, Octavio Paz afirmó que “el erotismo es ante todo y sobre todo sed de otredad. Y lo sobrenatural es la radical y suprema otredad”.[50] Esta sed de otredad es descrita por Sabines. Los personajes intuyen algo y lo buscan en el sexo y en el erotismo. Es la soledad la que incita a muchos a buscar torpemente la compañía. Y no es posible compartir la soledad, aún en compañía. Algo los guía y, en el camino, quizá algunos aprendan, pero no todos. En el poema “Yo no lo sé de cierto”,[51] los personajes creen que saben, pero ignoran.

 

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

que una mujer y un hombre

algún día se quieren,

se van quedando solos poco a poco

algo en su corazón les dice que están solos,

solos sobre la tierra se penetran

se van matando el uno al otro.

 

Todo se hace en silencio. Como

se hace la luz dentro del ojo.

El amor une cuerpos.

En silencio se van llenando el uno al otro.

 

Cualquier día despiertan, sobre brazos;

piensan entonces que lo saben todo.

Se ven desnudos y lo saben todo.

 

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)

 

Sabines ve en la soledad una fuerza casi tan grande como el amor, pero sobre todo mucho más común. La unión física se hace en soledad, “solos sobre la tierra se penetran”, “en silencio”. ¿Es amor o miedo a la soledad lo que los une? Sabines no deja escapar el autoengaño: “piensan entonces que lo saben todo. Se ven desnudos y lo saben todo”.

“Los he visto en el cine”[52] modera el tono, pero llega a la misma conclusión. En medio de paisajes sórdidos y urbanos (“el cielo negro / en el que no hay ni pájaros,/ y estructuras de acero/ y casas pobres, patios”), las parejas descubren el placer: “Las muchachas ofrecen en las salas oscuras / sus senos a las manos / y abren la boca a la caricia húmeda / y separan los muslos para invisibles sátiros”. Es una búsqueda de extraños, pero cuyo resultado edifica, y que casi inocentemente brinda una infinita alegría: “Sus padres le miraban la risa / igual que si ella se la hubiera robado”. Para Sabines, sin embargo, la “palabra tierna” es un engaño por obra de la soledad y del deseo, así como el amor es un “viejo abuelo desengañado” que repite su juego con las niñas de catorce años. 

 

Los he visto en el cine,

frente a los teatros,

en los tranvías y en los parques,

los dedos y los ojos apretados.

Las muchachas ofrecen en las salas oscuras

sus senos a las manos

y abren la boca a la caricia húmeda

y separan los muslos para invisibles sátiros.

Los he visto quererse anticipadamente, adivinando

el goce que los vestidos cubren, el engaño

de la palabra tierna que desea,

el uno al otro extraño.

Es la flor que florece

en el día más largo,

el corazón que espera,

el que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.

 

Esa niña que hoy vi tenía catorce años,

a su lado sus padres le miraban la risa

igual que si ella se la hubiera robado.

 

Los he visto a menudo

-a ellos, a los enamorados-

en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,

encontrarse en la carne,

sellarse con los labios.

Y he visto el cielo negro

en el que no hay ni pájaros,

y estructuras de acero

y casas pobres, patios,

lugares olvidados.

Y ellos, constantes, tiemblan,

se ponen en sus manos,

y el amor se sonríe, los mueve, les enseña

igual que un viejo abuelo desengañado.

Igualmente revelador es el poema “Tu cuerpo está a mi lado”.[53] De este poema Sabines dijo: “es un poemita que me encanta, mucho más que ‘Los amorosos’. Es una breve estampa de un momento, es un poema redondo, lo terminas y puedes empezar a decirlo de nuevo; es un poema circular, de esos que se pueden leer incansablemente y siempre están diciéndote lo mismo”.[54]

Si bien el poema transmite una extraordinaria placidez, luego que la pareja ha concluido su unión, Sabines no puede ocultar la contradicción entre la cercanía física y la distancia emocional. “Tu cabeza en mi pecho se arrepiente / con los ojos cerrados […] Miro mi cuerpo, el muslo / en que descansa tu cansancio, / tu blando seno oculto y apretado […] y me pongo de veras triste y solo / y te beso como si fueras tu retrato.” La mujer que Sabines describe llora sin lágrimas, mientras que el sólo fuma. Ninguno de los dos se comunica: “Las cosas / se ponen a escuchar lo que no hablamos”.

Esta revelación sobre sí mismo y sobre muchos de sus congéneres se confirma en poemas de madurez como “El poeta y la muerte”.[55] En el diálogo, la muerte afirma a su interlocutor: “El amor es un lugar al que no llegas nunca. Te asomas a las ventanas del amor y golpeas y gritas, pero sobre sus cristales se quiebran tus manos y tu voz. // Nadie te oye en la casa del amor”.

La misma convicción se repite años más tarde. En un poema de Yuria (1967), nombre de su rancho en Chiapas al cual Sabines se fue a vivir con su esposa en 1983, reconoce que ha perdido la fe en la trascendencia del amor: “Vine buscando al amor. Pensé que el amor era el único refugio contra los bombardeos nocturnos. Y encontré que el amor no podía salvarse. El amor dura sólo un instante. Es corrompido por la ausencia, apesta con las horas, se somete a las glándulas, está a la intemperie”.[56]

No es contradicción que el profuso erotismo de Sabines esté plagado de soledad. No lo es que su maliciosa ternura, su dura honestidad, sea profundamente universal.

 

* * *

 

Dice muchas cosas, todas distintas, pero en todas ellas 
aparecen dos palabras: placer y muerte.[57]

 Octavio Paz

 

Khalil Gibrán afirmó en El profeta que alegría y tristeza son inseparables. Lo mismo puede decirse de la vida y de la muerte. El erotismo es una celebración de la vida, y la vida es también la muerte. Los tres primeros versos del poema a la Tía Chofi lo confirman: “Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, / pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. / Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta...” Petite morte y muerte, al mismo tiempo, como descubrí yo mismo el día que murió Sabines.®

 

México, D.F., agosto de 2006.


[1] Citado en Carla Zarebska. Jaime Sabines. Algo sobre su vida. Plaza & Janés, México, 2006, p. 173.

[2] Otros poemas sueltos, (1973-1977)

[3] Zarebska, op.cit., pp. 75 y 76.

[4] “¡Qué deseo de hembras maduras / y de mujeres tiernas!” en Tarumba (1956).

[5] Mónica Mansour. “Sabines y sus dioses” en Tierra Adentro, No. 99, agosto-septiembre de 1999, p. 7.

[6] Carlos Monsiváis. La poesía mexicana del siglo XX (antología), Empresas Editoriales, S.A., México, 1966, citado en Zarebska. op.cit., p. 134.

[7] José Joaquín Blanco. “La Cultura en México”, suplemento de Siempre! 30 de agosto de 1978, citado en Zarebska, op.cit., p. 154.

[8] Octavio Paz. citado en Zarebska. op.cit., p. 132.

[9] “Con ganas de llorar”, La Señal (1951)

[10] “Los días inútiles”, Ibid.

[11] “Me preocupa el televisor”, Maltiempo (1972)

[12] “El gato loco”, Otros poemas sueltos (1973-1993)

[13] “El diablo y yo nos entendemos”, La señal (1951)

[14] “Me encanta Dios”, Otros poemas sueltos (1973-1993).

[15] “Recado a Rosario Castellanos”, Ibidem.

[16] “Tía Chofi”, La señal (1951)

[17] Ibidem.

[18] “Mi corazón emprende”, Horal (1950)

[19] “Metáforas para una niña ciega”, La señal (1951)

[20] “Otra carta”, La señal (1951)

[21] “¡Abajo! Viene el viento furioso”, Yuria (1967)

[22] “Miss X”, Horal (1950)

[23] “La tarde del domingo es quieta”, Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[24] “Es que hacemos las cosas sólo para recordarlas”, Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[25] “Me alegro de que el sol haya salido”, Diario semanario y poemas en prosa, (1961)

[26] “La tarde del domingo es quieta”, Diario semanario y poemas en prosa, (1961)

[27] Diario semanario y poemas en prosa, (1961)

[28] “Otra carta”, La Señal (1951)

[29] Tarumba (1956)

[30] La señal (1951)

[31] La señal (1951)

[32] “Te desnudas igual”, La señal (1951)

[33] “Codiciada, prohibida”, Poemas sueltos (1951-1961)

[34] Zarebska, op.cit., p. 86.

[35] En 1953 Jaime Sabines se casó en Tuxtla Gutiérrez con Josefa Rodríguez Zebadúa, su novia de preparatoria. Procreó cuatro hijos con ella: Julio, Julieta, Judith y Jazmín. En 1957 Sabines conoció a Gloria Córdoba Vera en la ciudad de México. Sin haberse divorciado de su primera esposa se casó con Gloria, quien supo de la situación dos años después de su matrimonio. Vivieron juntos y tuvieron cuatro hijos: Jorge (1966), Juan (1968), Jaime (1970) y Susana Sofía (1971). Todos fueron bautizados y registrados como hijos del poeta. Sabines y Córdoba Vera se separaron luego de doce años, cuando Gloria supo de una tercera mujer. Las infidelidades de Sabines fueron muy tristes y dolorosas, y aunque poco divulgadas, existen diversos testimonios publicados. El accidente en el cual Sabines se rompió una pierna y la cadera al resbalar en una escalera de caracol, borracho, ocurrió en casa de una amante, en Tuxtla. Zarebska, op.cit., pp. 75, 100, 102 y 103. El cineasta Claudio Isaac narra en la revista Tierra Adentro dedicada a Sabines cómo en 1979, durante la filmación de un documental sobre el poeta, encuentra a su esposa Sara en brazos de Sabines luego de que éste comenzara a seducirla con unos versos de Ramón López Velarde: “Sara, Sara, eres flexible cual la honda de David”. Isaac menciona también la presencia de una “sobrina” durante la filmación del documental. Claudio Isaac. “Esperando a Jaime Sabines. Historia de una filmación” en Tierra Adentro, CONACULTA, (México, D.F.), No. 99, agosto-septiembre de 1999, pp. 45-53.

[36] Zarebska, op.cit., p. 83.

[37] Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[38] Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[39] Otros poemas sueltos (1973-1993)

[40] “Canonicemos a las putas”, Yuria (1967)

[41] Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[42] “En qué callejón”, Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[43] Zarebska, op.cit., p. 216.

[44] La señal (1951)

[45] “En la orilla del aire”, La señal (1951)

[46] “Caprichos”, La señal (1951)

[47] Zarebska, op.cit., pp. 216, 219.

[48] “Los he visto en el cine”, La Señal (1951)

[49] Pilar Jiménez Trejo. "Jaime Sabines o el significado de 'Los amorosos'" en Este País, (México, D.F.), número 82, enero 1998, pp. 20-25.

[50] Octavio Paz, La llama doble, Seix Barral, Barcelona, 1993, p. 20.

[51] Horal (1950)

[52] La señal (1951)

[53] Poemas sueltos (1951-1961)

[54] Jiménez Trejo, op.cit.

[55] Diario semanario y poemas en prosa (1961)

[56] “Dejé mi cadáver”, Yuria (1967)

[57] Paz, op.cit., p. 18.


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