La obediencia de la fe

                                                      { página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del Alumnado del ITAM,  México, Año XXVII, No. 142, Marzo 2007, pp. 90-95.


ensayo

Aceptar los designios divinos, por dolorosos que éstos sean, constituye la prueba moral más alta en la relación del hombre con el Creador. La obediencia es un tema central de la religiosidad judeocristiana. Sólo los personajes fundamentales de ambas religiones se han visto sometidos a esta prueba de valor y de amor incondicional a Dios: Abraham, en el caso judío y Jesús, en el cristiano.

El sacrificio de Isaac a manos de su propio padre es uno de los mitos hebreos más relevantes en la religión judía. Su radical importancia reside en la fe ciega con que Abraham acata hasta el último instante la orden recibida por Yahveh y que tiene además un paralelismo directo con la Pasión de Jesús, si bien en este último caso la naturaleza de los actores involucrados en el drama es distinta, lo mismo que es otro el desenlace.

El elemento esencial de esta prueba radica en que se trata de un sacrificio que se plantea para ser aceptado, de ninguna manera impuesto. El hombre, representado por Abraham o Jesús, es quien lo acepta, quien pone por delante su voluntad para llevar a cabo el sacrificio que Dios ha pedido. Esto sólo es posible con fe, o sea confianza. La confianza se funda en el amor, no en el temor. De ahí el fuerte carácter moral de estos dos mitos.

 

Abraham e Isaac

 

Abraham es el primer gran patriarca del pueblo judío.[1] De Sem, uno de los tres hijos de Noé, se extiende una prolongada cadena de patriarcas posdiluvianos a la que Abraham pertenece. Fue con él con quien Dios estableció su alianza, una alianza que fue señalada de dos maneras: la circuncisión para él y sus descendientes y el cambio de nombre de Abram a Abraham (padre de muchas naciones) y de Saray –esposa de Abraham– a Sara (princesa) (Génesis 17).[2]

Dios ofreció a Abraham, primero, la tierra prometida; segundo, una descendencia que representa prácticamente a toda la humanidad, “tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia” (Génesis 13, 16); y tercero, ser aquél a través de quien serían benditos todos los linajes de la tierra (Génesis 12, 2-3).

El primer motivo de sorpresa y desconcierto en este mito se debe tanto a su contenido como al carácter de quien lo formula. Narra el Génesis que Dios tentó a Abraham formulándole la siguiente petición: Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto.

¿Sacrificar a un hijo, al hijo primogénito y único? ¿Sacrificar al hijo que había sido largamente esperado en vano hasta el momento de perder toda esperanza cuando Sara y su marido se volvieron ancianos? ¿Sacrificar al hijo que fue fruto de una promesa directa de Dios cuando ambos padres ya eran infértiles?

La primera vez que Dios prometió a Abraham un hijo de Sara, éste rió. No lo creía. Lo mismo le ocurrió a su mujer. Yahveh se presentó con dos hombres a la puerta de la tienda de Abraham, quien les ofreció agua para lavarse los pies, alimento y bebida. Antes de marcharse, prometió al matrimonio un descendiente. Al escuchar esto, Sara rió también. Yahveh la escuchó, la cuestionó por ello y reiteró su promesa: tendrían un hijo.

Cien años contaba Abraham cuando Isaac nació.[3] Sara dijo: “Dios me ha dado de qué reír, todo el que lo oiga se reirá conmigo” (Gen 21, 6). Para tan grande alegría, un nombre de alegría infinita: Isaac significa “Sonría Dios”.

Es posible concebir que existiesen hombres y culturas dispuestos a sacrificar a sus hijos primogénitos con el fin de agradar a Dios.[4] Lo hizo Agamemnón con Ifigenia para obtener el beneplácito de los dioses en su afán de conquistar Troya.[5] Sin embargo, hay una gran distancia entre eso y concebir que sea Dios mismo quien solicite un sacrificio de esta índole.

No obstante lo anterior, a pesar de que Dios había hecho una promesa y una alianza sin precedente con él, Abraham asumió la solicitud y, sin manifestar emoción alguna, simplemente “aparejó su asno y tomó consigo dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios” (Gen. 22, 3).

Abraham amarra a Isaac sobre el altar y toma el cuchillo para inmolarlo. Si bien las manos no dudan un instante en la ejecución del sacrificio, es posible imaginar su perturbación durante estos segundos. Es entonces que el ángel de Yahveh aparece y le pide detenerse. “Ahora ya sé que tú eres temeroso[6] de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único”.

¿Por qué no hay asomo de duda en los actos de Abraham? La única respuesta posible es que confía desde el principio en que se trata de una prueba de fe mas no de un verdadero sacrificio. Suponemos que nunca deja de creer que Dios es incapaz de sostener una petición inmoral. Esta interpretación se basa en el pasaje en el que Isaac pregunta a su padre: “Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?” a lo que Abraham contesta: “Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío” (Gen. 22, 8).

Esta respuesta admite dos sentidos. Abraham no refuta lo que todos esperamos: que el cordero es Isaac mismo, pero tampoco niega que el desenlace pueda ser distinto, como en efecto ocurre. Luego que el Ángel ha transmitido a Abraham el mensaje divino, éste alza los ojos y se percata de un carnero trabado por los cuernos en un zarzal,[7] se dirige a él y lo sacrifica en lugar de su hijo por lo que bautiza el lugar del holocausto como Yahveh Yireh, “Yahveh provee”.

       

Gustave Doré. Abraham recibe a tres ángeles enviados por Dios. 

        Así que la enseñanza canónica del mito, su moraleja a los creyentes de la fe judía es: obediencia ciega a Dios, pues Dios provee. Obediencia como la de Abraham, quien no dudó nunca de Yahveh, ni siquiera cuando le pidió que sacrificara a su propio hijo. Y la obediencia de Abraham sólo se sostiene si creyó hasta el último instante en la sabiduría de Dios a pesar de que lo que le pidió acatar era inadmisible.[8]

Según el midrashim –libro de interpretaciones sobre el texto bíblico– Sefer ha-Yashar,[9] Abraham es tentado por Samael, el ángel caído, en su ascenso al monte. Disfrazado como un anciano humilde, le dice: “¿cómo puede provenir de un Dios de misericordia y justicia la orden de matar al hijo de tu ancianidad? ¡Te han engañado!”[10] Abraham lo ahuyenta. Esta adición al texto bíblico sólo expone más gráficamente su fe en la justicia y la bondad de Dios.

Pero la obediencia y la fe no fueron méritos únicos del recién estrenado patriarca, pues Isaac ya era un niño capaz de razonar y de elegir, un ser consciente que se encuentra en la misma situación que su padre frente a Dios. Encontramos un relato bello y original de esta particularidad del mito hebreo en dos de las cuatro estrofas de una canción de Leonard Cohen, Story of Isaac (1967), en que se narra el episodio desde el punto de vista del niño.[11]

 

Se abrió la puerta lentamente,

entró mi padre:

yo tenía nueve años.

Y se mantuvo erguido, tan alto sobre mí,

brillando sus ojos azules

y era muy fría su voz.

Dijo “he tenido una visión

y sabes que soy fuerte y devoto,

debo hacer como se me ha pedido”.

Así que escalamos la montaña;

yo corría, él caminaba,

y su hacha era de oro.

 

Los árboles se hicieron más pequeños,

como espejo de una doncella el lago,

cuando nos detuvimos a beber algo de vino.

Entonces arrojó la botella,

la escuché romperse un minuto después,

y puso su mano en la mía.

Me pareció ver un águila

aunque pudo ser un buitre,

nunca lo supe con certeza.

Entonces mi padre construyó un altar,

miró una vez por encima de su hombro,

sabía que yo no me iba a esconder.[12]

 

La renuncia a huir se encuentra también en el Sefer ha-Yashar: “¡Hijo desdichado de madre desdichada! ¿Fue para esto para lo que ella esperó tu nacimiento durante tanto tiempo y con tanta paciencia? ¿Por qué ha de sacrificarte tu padre sin motivo? ¡Huye mientras aún estés a tiempo!” Luego que su padre ahuyenta de nuevo a Samael, Isaac acepta su muerte voluntariamente y responde: “¡Bendito sea el Dios vivo que me ha elegido hoy para ser ofrecido en Holocausto ante Él!”[13]

Bob Dylan, judío lo mismo que Leonard Cohen, ironiza sobre el tema del libre albedrío. En su canción Highway 61 Revisited, del disco homónimo (1965), la primera estrofa narra la situación de la siguiente manera: “Oh, Dios dijo a Abraham, ‘mátame a un hijo’ / Abe dice ‘Hombre, debes estar bromeando’ / Dios dice ‘No’. Abe dice ‘¿Qué?’ / Dios dice ‘Puedes hacer lo que quieras Abe, pero / la próxima vez que me mires venir será mejor que te eches a correr’.”

Para Dylan, Abraham obedece no por su fe en la justicia divina sino por temor a su ira, por lo tanto, el libre albedrío no existe, pues detrás de la solicitud está la amenaza del castigo. En consecuencia, la estrofa prosigue su narración de la siguiente manera: “‘Bueno’, Abe dice, ‘dónde quieres que realice este crimen’ / Dios dice ‘afuera, en la carretera 61’”.

Ya sea por fe en el amor de Dios o bien por temor a un castigo divino aún peor que el ya de por sí difícil de matar uno mismo a su hijo –suponemos la condenación–, en este holocausto se encuentra presente una característica que no encontramos en Job: voluntad. A diferencia de Job, Abraham es el ejecutor de su propia desdicha. Su situación moral es distinta por esto, y también porque en el caso de Job el infortunio había ocurrido. Abraham pudo confiar en que algo lo salvaría antes de que tuviera lugar el terrible acontecimiento.

 

 

Dios Padre y su Hijo Jesús

 

El relato hebreo que hemos analizado encuentra su paralelismo en la Pasión de Jesús. Los Evangelios relatan que el hombre cuyas enseñanzas permitieron fundar la fe cristiana conocía su terrible destino y que sabiéndolo no opuso resistencia alguna. Jesús fue entonces torturado y muerto en la cruz sobre el Gólgota junto a dos ladrones. Una muerte terrible cuyo significado simbólico es la piedra sobre la cual se edificó el cristianismo.

Sólo que en este segundo relato encontramos diferencias importantes. Primero, una extraña mezcla de dolor y fe cuando Jesús reza en Getsemaní, poco antes de ser prendido. En este pasaje sabemos que Jesús acepta lo que le va a ocurrir y lo lamenta profundamente, algo que no se admite en la Escritura al narrar el comportamiento de Abraham.

Se narra que manifiesta tristeza y angustia. “Mi alma está triste hasta el punto de morir”, le dice a sus discípulos. Luego les pide esperarlo y velar su rezo, que comienza diciendo “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa”. Insisto: el relato judío no admite en Abraham esta petición -que Jesús hace no una sino tres veces- como tampoco deja ver su dolor, que sí entrevemos en los Evangelios.

A pesar del sufrimiento, Jesús responde a Dios “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Marcos, 14, 36; Mateo, 26, 39 y Lucas, 22, 42), en lo cual es coherente con la determinación de Isaac. Al igual que él, el hijo acepta ser sacrificado. Y en efecto, Jesús tampoco huye o se resiste cuando Judas se presenta de parte de los ancianos del pueblo con un grupo numeroso de personas armadas con espadas y palos, quienes prenden a Jesús y lo llevan ante Caifás, Sumo Sacerdote.

Otra diferencia importante con Abraham es que Jesús sí sabe que el sacrificio va a consumarse “...todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas” (Mateo 26, 56). “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” (Hechos 2, 23).

¿Por qué se consuma el sacrificio en el caso de Jesús y no en el de Isaac? La diferencia evidente entre ambos es que Jesús es hijo de Dios. Dios sacrifica a su hijo, pero no permite que un hombre sacrifique al suyo. ¿Por qué? Para los cristianos –y para cualquier persona con sentido común– la terrible Pasión de Jesús, que culmina con su cricifixión, no deja de suponer una tragedia. No ha sido fácil encontrar una explicación convincente a este terrible drama, aún más doloroso que el de Abraham e Isaac.

La respuesta canónica es que Jesús se sacrificó para salvarnos de la condenación que supone el Pecado Original de nuestros primeros padres, Eva y Adán.[14] En su epístola a los Romanos, Pablo de Tarso[15] (y posteriormente la Iglesia católica), lo interpreta así: “Su muerte fue un morir al pecado” (Rom 6, 10), don otorgado por Dios a los hombres ofreciendo a su propio hijo en sacrificio, por lo que representa la mayor muestra del amor de Dios, quien estuvo dispuesto a sacrificar a su Hijo por los pecadores pasados, presentes y futuros (Cf. Rom 5, 8).

“Así como por la desobediencia de un sólo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos”. (Rom 5, 19) De modo que en ambos mitos, el ejemplo fundamental es la obediencia fiel a Dios, ya que el resultado de hacerlo es una gracia mayor todavía. Como Abraham obedeció creyendo, recibió mayores bendiciones a las que ya tenía (Rom 4, 18-22), como Job obedeció en su fe, le son restituidos sus bienes y sus hijos con creces (Job 42, 10-17), y como Jesús obedeció sacrificándose para librar a los hombres del castigo de la muerte luego del pecado original, nos es restituida la gracia de la vida eterna. Dice San Pablo: “el salario del pecado (original) es la muerte:[16] pero el don gratuito de Dios, la vida eterna” (Rom 6, 23).

Niko Kazantzakis, creyente, encuentra sentido a este drama en la humanidad de Jesús. “Todo cuanto Cristo tenía de profundamente humano, nos ayuda a comprenderlo, a amarlo y a seguir su Pasión como si se tratara de nuestra propia pasión […] lo vemos luchar como nosotros y cobramos valor. Vemos que no estamos solos en el mundo y que él lucha a nuestro lado”.[17]

Es por ello que en su extraordinaria novela La última tentación, Kazanktzakis narra con todo detalle qué habría pasado si Jesús no hubiese aceptado el sacrificio: casarse con la prostituta María Magdalena, criar hijos con ella, trabajar la tierra y llegar a una plácida vejez: deseo legítimo de felicidad que Jesús, en su condición humana, pudo experimentar mientras languidecía en la cruz, pero al que fue capaz de renunciar gracias a su divinidad. Por ello, para Kazantzakis, Jesús es un extraordinario ejemplo de renuncia al cuerpo en aras del espíritu.

En sentido opuesto y al igual que en Dylan, la interpretación más aceptada del mito no termina por convencer las muchas dudas de José Saramago, expuestas en El evangelio según Jesucristo (1991).[18] En esta novela, el personaje de Jesús se horroriza ante los medios de su padre, al serle revelado su papel de mártir “lo mejor que hay para difundir una creencia y enfervorizar una fe”.[19]

El Dios de Saramago es un dios pequeño pero con grandes ambiciones. Desea pasar de dios de un pueblo en ese entonces insignificante, comparado con las civilizaciones que le eran contemporáneas, para convertirse en el dios de todos los hombres. Y su estrategia es el sacrificio de su Hijo encarnado. El Jesús de Saramago, dolido y angustiado por el sufrimiento que requerirá a los hombres la fundación de la nueva fe (comenzando por los niños masacrados por Herodes a raíz de su venida al mundo, para continuar con las guerras religiosas y las torturas a futuros y futuras mártires y santos) se resiste: “Padre, aparta de mi ese cáliz, El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria, No quiero esa gloria, Pero yo quiero ese poder”.[20]

Jesús acata pero con la condición de que le sean revelados los nombres y la forma de morir de todos aquellos que se sacrificarán por su causa. Luego, en el instante final de su vida, clavado en la cruz y cuando el cielo se abre sobre su cabeza, se sabe engañado:

 

Entonces comprendió Jesús que vino traído al engaño como se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo abierto donde Dios sonreía, Hombre, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo.[21]

 

Los mitos son relatos imposibles de verificar históricamente.[22] Pero esto no les resta ninguna importancia, pues su función en la cultura humana ha sido exponer un dilema, hacernos pensar cómo se relaciona con nuestra propia vida y así, proporcionar una guía, un ejemplo a seguir. La fuerza de estos dos mitos hebreos (uno judío y otro cristiano) radica en la forma en que abordan un aspecto fundamental de la vida humana: nuestra relación con Dios de cara al mal y al sufrimiento.

Mas la enorme dificultad de la obediencia, de la fe ciega, es justamente su ceguera. La fe no admite ser cuestionada. Es dogma. Es tener confianza sin pruebas o a pesar de las pruebas. No tenemos pruebas de un Dios omnipotente y omnisciente, de su castigo divino, ya sea en esta vida o en la otra, y tampoco pruebas de otra vida. Tenemos, eso sí, discernimiento sobre nuestra existencia. Si el bien es lo que crea, el mal es lo que destruye, y en este sentido, conocemos el amor y sus frutos y conocemos el dolor de la pérdida.

A pesar de los cuestionamientos y las dudas que respecto a ambos relatos puedan tenerse, ambos comparten algo esencial: tal obediencia no es posible sin fe. Como Jesús mismo dijo a Pedro al momento de entregarse: “La copa que me ha dado el Padre ¿no la voy a beber?” (Juan 18, 11). ~


[1] El otro es Moisés.

[2] Robert Graves y Raphael Patai afirman en su libro Los mitos hebreos, que el relato del casamiento de Abraham y Sara sirve para consignar la unión de una tribu patriarcal aramea, dirigida por un caudillo sacerdotal, con una tribu matriarcal protoárabe liderada por una princesa sacerdotisa. Los mitos hebreos, Alianza Editorial, Madrid, 2000, p. 204.

[3] A los 86 años, Abraham tuvo un hijo con Agar, una egipcia que era la esclava de su esposa, a instancias de la propia Sara. El niño recibió el nombre de Ismael. Eventualmente y por presión de Sara, Agar e Ismael se separaron de la casa de Abraham, a pesar de éste último, para que el heredero fuera Isaac. No obstante, también por vía de Ismael Dios prometió a Abraham una gran descendencia. Esto ocurrió antes de que Yahveh estableciese su alianza con Abraham, suceso que ocurrió hasta que Abraham había cumplido los 99 años de edad.

[4] El sacrificio de los hijos primogénitos era practicado por los moabitas, los ammonitas, los arameos y los reyes hebreos. Posteriormente, en el Código de la Alianza, en particular en Éxodo 22, 28-29 se afirma “No tardarás en ofrecerme de tu abundancia y de tus jugos. Me darás el primogénito de tus hijos. Lo mismo has de hacer con el de tus vacas y ovejas. Siete días estará con su madre, y al octavo me lo darás”. Graves y Patai, op.cit., pp. 217 y 220.

[5] Los griegos preferían creer que Ifigenia, hija de Agamemnón, fue redimida con una cierva cuando estaba a punto de ser sacrificada en Áulide y luego llevada en secreto al Quersoneso de los Tauros. Desenlace semejante al del mito hebreo. Ibid.

[6] Uno se pregunta si en lugar de temor debiera decir fe en el amor de Dios, pero sabemos bien lo difícil que es traducir el verdadero sentido de idiomas antiguos sobre relatos aún más antiguos.

[7] Tema por cierto muy común en el arte sumerio, nos dicen Graves y Patai.

[8] Cuando Jesús es llevado al desierto para ser tentado por Satanás, una de las tentaciones consiste justamente en pedirle que se arroje al vacío, desde el alero del Templo (de Salomón) en la ciudad Santa (Jerusalén), pues si es verdad que Jesús es hijo de Dios, entonces se cumplirá la escritura “A sus ángeles te encomendará, / y en tus manos te llevarán, / para que no tropiece tu pie en piedra alguna”. Jesús le responde: “También está escrito: no tentarás al señor tu Dios”. Así que nada de emular por iniciativa propia a Abraham a ver si es verdad que Dios existe e interviene para impedir la desgracia. Cf. Mateo, 4, 5-7 y Lucas 4, 9-12.

[9] “Libro de Jasher”. Texto perdido mencionado en Josué 10,13 y 2° Samuel 1,18. A juzgar por la toponimia empleada en él, un judío español o italiano, aproximadamente del siglo 13, pretendió hacer pasar el suyo como el texto original, que fue publicado en Italia en 1552 (encycl.opentopia.com).

[10] Graves y Patai. op.cit. pp. 215 y 216.

[11] Musicalmente, la canción es más bella en la versión de Suzanne Vega, incluida en un disco homenaje a Cohen que se llama Tower of Song: The songs of Leonard Cohen, A&M Records, 1995. Fue escuchando la letra de esta canción que me interesé en el significado de este relato.

[12] En este momento, Abraham e Isaac se encuentran solos, pues luego de tres días de viaje, al llegar al pie del monte, Abraham pide a sus dos criados que les esperen (Gen. 22, 5).

[13] Graves y Patai. op.cit. p. 216.

[14] “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo”.

[15] Saulo, después Pablo de Tarso, “San Pablo”, para los cristianos, nació entre el año 5 y 10 después de Cristo en la ciudad de Tarso (hoy en la actual Turquía). Hijo de hebreos y ciudadano romano, fue primero un tenaz perseguidor de los primeros cristianos hasta su conversión en el año 36, a partir de la cual comenzó su labor apostólica. A pesar de ser contemporáneos, no conoció a Jesús, pero sí a uno de sus discípulos, Pedro, con quien se estableció en Antioquía durante un año antes de comenzar sus tres grandes viajes misioneros (46 a 58 d.C). Perseguido por los judíos, es apresado por las autoridades romanas de Judea (58 a 60 d.C.). Exige que se le juzgue en Roma en su calidad de ciudadano romano, por lo que es trasladado a ella en 61 y liberado en el 63. En 67 volvió a ser apresado en la misma ciudad, donde murió decapitado durante las persecuciones de Nerón. El Vaticano anunció el descubrimiento de su tumba, el pasado 11 de diciembre de 2006. Cf. Wikipedia. La enciclopedia libre (http://es.wikipedia.org).

[16] El Bautismo es una representación simbólica de este morir al pecado original (mediante la representación de la asfixia al sumergirse en el agua). Al salir del agua se renace a una vida nueva en la gracia cristiana.

[17] Niko Kazanzakis. “Prefacio” en La última tentación, Lohlé-Lumen, Buenos Aires, 1999, p. 9.

[18] El gobierno portugués vetó la presentación de la novela al Premio Literario Europeo de 1991 alegando que “ofendía a los católicos”. La polémica que se desató a raíz de lo anterior catapultó la fama de su autor, posteriormente galardonado con el Premio Nobel de Literatura (1998), quien en protesta mudó su residencia a la isla de Lanzarote (Canarias, España). Cf. Wikipedia. La enciclopedia libre (http://es.wikipedia.org).

[19] José Saramago. El evangelio según Jesucristo, Alfaguara, México, 1998, p. 424.

[20] Ibid, p. 449.

[21] Ibid, p. 513.

[22] No cuestiono la histórica crucifixión de Jesús, pero sí pasajes importantes de los Evangelios a partir de los cuales se ha dado un sentido simbólico a su muerte. Es el caso del rezo en Getsemaní. Jesús pidió a sus discípulos que velaran su rezo, pero todos ellos se durmieron. Luego fue prendido y ya no pudo comunicarse con nadie de los suyos. Si ambas situaciones son ciertas, ¿cómo pudieron los evangelistas saber que el rezo de Jesús consistió en pedir a Dios que, de ser posible, le evitara atravesar por tan terrible muerte? Con base en estas importantes particularidades es que califico de mítico al relato.


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