Semblanza de un juglar

               Juan José Arreola (1918 - 2001)

               { página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del Alumnado del ITAM,  México, No. 112, Febrero 2002, pp. 106-118.


ensayo

 

Juan José Arreola nació el 21 de septiembre de 1918 en Zapotlán el Grande, Jalisco, hoy Ciudad Guzmán. Fue el cuarto de 14 hermanos. Estudió hasta los 12 años, cuando abandonó la escuela para dedicarse a trabajar. En 1937 llegó a la ciudad de México, donde se inscribió en la Escuela de Teatro de Bellas Artes. Publicó su primer cuento en 1940. Casó con Sara Sánchez Torres, con quien procreó tres hijos, Claudia, Fuensanta y Orso. Pisó las tablas de la Comédie Française, en un papel secundario bajo la dirección de Louis Jouvet. Al regresar a México un año más tarde, su amigo, el filólogo jalisciense Antonio Alatorre, le consiguió una plaza en el Fondo de Cultura Económica como corrector de pruebas. Mil novecientos cincuenta y dos vio la luz de Confabulario, su libro más aclamado. En 1959 fundó la Casa del Lago, antigua casona porfiriana junto al lago de Chapultepec, como centro cultural para la Universidad Nacional Autónoma de México. Su hijo Orso y Fernando del Paso fueron amanuenses, cada uno, de un libro de memorias.[1]

 

Una obra decantada

En su prólogo a Las enseñanzas de don Juan, del antropólogo Carlos Castaneda, Octavio Paz distinguía entre la fama y el prestigio del escritor. "Más vale ser desconocido que mal conocido. La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver."[2] Paz calificó a Juan José Arreola de ser un escritor anacrónico. Su literatura no es de este tiempo, su genio pasó esquivo entre la mayoría de sus contemporáneos, a la espera de lecturas mejores de su obra, para brillar merecidamente entre los inmortales.[3]

La obra de Juan José Arreola es particularmente sutil. La mayoría de los textos que a mí me parecen perfectos son también los más breves. Mi devoción por su obra nació de la lectura de El discípulo[4], narración perteneciente al libro Confabulario. En él dos aprendices del pintor Leonardo da Vinci disputan la sabiduría de su maestro. De una forma por demás cruel, el maestro define y apunta la belleza al protagonista, Giovanni Antonio Boltraffio,[5] quien es capaz de percibirla pero no de expresarla. El tema del cuento me atrajo por meses. Mucho tiempo después volví a leerlo. Mi sorpresa fue grande al enfrentarme de nuevo a las páginas. El discípulo es un cuento de apenas nueve párrafos. No podía creer que Arreola hubiese narrado tanta belleza, planteado tantos detalles y un concepto estético en tan pocas líneas.

Esta eficacia en la prosa de Arreola no es gratuita. Formalmente, este hombre ha confesado: "soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De ahí mi pasión artesanal por el lenguaje".[6] Eso en el aspecto formal, pero en el de fondo, las raíces son muy hondas. Alfonso Reyes señaló: "Rulfo y Arreola derivan de 2 mil años de literatura occidental".[7] Esto puede descubrirse extra-literariamente no sólo en la afirmación de Reyes, sino en el libro Lectura en Voz Alta, compilado por Arreola para la colección "Sepan Cuántos" de la editorial Porrúa, cuyo primer texto es el código de Hammurabi. Fondo y forma son, pues, uno solo en la mejor literatura de Arreola.

 

Sus libros

Podríamos decir que Arreola es, fundamentalmente, un cuentista, si bien muchas de sus prosas merecen el calificativo de poesía, en su más alta acepción. Escribió cuatro libros de cuentos. El primero es el ya célebre Confabulario. Los otros son Palindroma, Varia Invención, y mención particular merece Bestiario. De novela y ensayo, un libro cada uno. La feria es una novela atípica, donde el protagonista es el habla popular de un pueblo (Zapotlán). Respecto al ensayo, López Velarde fue el único autor que consiguió arrancar a la pluma de Juan José Arreola su admirada capacidad interpretativa en el libro Ramón López Velarde, una lectura parcial. Finalmente, Tercera llamada, ¡tercera!, o empezamos sin usted y La hora de todos, sus dos obras de teatro. La última me parece la mejor, mientras que la primera es un tedioso intento de teatro del absurdo, aunque útil para entender el interés de Arreola por los maridos birlados.

 Existe la impresión de que la de Arreola es una obra breve -yo la sostengo. Sus Obras editadas por el Fondo de Cultura Económica comprenden 709 páginas. Esto incluye Confabulario, Palindroma, Varia Invención, Bestiario, La Feria y Otros escritos. Las obras de teatro forman parte de los libros de cuento. La hora de todos quedó como parte de Varia Invención y Tercera llamada, ¡tercera!, o empezamos sin usted, de Palindroma. A ellas hay que restar las 36 páginas del ensayo introductorio escrito por Saúl Yurkievich y otras 35 con traducciones de Paul Claudel. No se incluye el ensayo sobre López Velarde ni tampoco la compilación de textos Lectura en voz alta, ya mencionada.

 ¿Qué tan genial y consistente es esta obra? Antonio Alatorre[8] piensa que todos los libros de Arreola son igualmente buenos. "Juan José nunca se dormía en sus laureles, siempre estuvo superándose. Por eso no tiene caso que yo diga cuál es su mejor libro: lo son todos."[9] Arreola difiere. Él explica que "por azares diversos, Varia Invención, Confabulario y Bestiario se contaminaron entre sí, a partir de 1949",[10] fecha en que se editaron con Joaquín Mortiz. Para la edición del Fondo de Cultura Económica, Arreola y Joaquín Díez Canedo devolvieron a cada libro lo que le pertenecía originalmente y, al hacerlo, "... Confabulario se queda con los cuentos maduros y aquellos que más se les parece. A Varia Invención irán los textos primitivos ya siempre verdes. El Bestiario tendrá Prosodia de complemento, porque trata de textos breves en ambos casos: prosa poética y poesía prosaica."[11]

 En lo personal coincido en que Varia Invención es el libro más flojo, aunque no necesariamente malo. Sucede que Hizo el bien mientras vivió es un relato que prácticamente ocupa todo el libro y, en comparación con libros y textos restantes, brilla poco. Palindroma es un libro desigual. El himen en México es un texto de sobra celebrado y las Doxografías son exquisitas, mientras que Tres días y un cenicero, el cuento que inicia el libro, es muy divertido, pero hasta cierto punto extraño frente a sus acompañantes por diferencias de estilo, principalmente.

 Ahora bien, estos libros comprenden una cultura inmensa. Su variedad es extraordinaria y su ejecución, extremadamente refinada. No es casual que Arreola no sea un escritor popular. En sus textos se mezclan la ironía, el ingenio, la fábula y la alegoría. Sus temas recurrentes son la relación con las mujeres, la teología, el habla popular y la imaginería literaria.

El tema más extenso de su obra es la mujer. Es a la vez el más complejo, y no pretenderé abordarlo aquí. Saúl Yurkievich lo ha estudiado muy bien en el ensayo que precede a las Obras.[12] Yurkievich divide la literatura arreoliana en cuatro grandes temas: los animales como metáfora de los comportamientos humanos -que no es más que un análisis del Bestiario- el tema de la mujer, la teología desde el punto de vista de la moral católica, y el análisis de La Feria, es decir, el habla popular.

Sin embargo me gustaría hacer dos observaciones. Los personajes populares del mundo pueblerino tienen algunas ramificaciones adicionales a La Feria, como en Hizo el bien mientras vivió -un pequeño burgués pueblerino, ferviente católico-, y El cuervero de Varia Invención, así como en Tres días y un cenicero de Palindroma. La imaginería literaria es otro tema de importancia, aunque se encuentra en menos páginas, y se concentra en las Doxografías de Palindroma y en los Cantos de Mal Dolor y Prosodia, del Bestiario.

 

Las fuentes de un estilo

Afortunadamente Arreola nunca ocultó el origen y la variedad de sus abrevaderos. "Soy autodidacto, es cierto. Pero a los doce años y en Zapotlán el Grande leí a Baudelaire, a Walt Whitman y a los principales fundadores de mi estilo. Papini y Marcel Schwob, junto con medio centenar de otros nombres más o menos ilustres... Y oía canciones y los dichos populares y me gustaba mucho la conversación de la gente de campo. [...] Amo el lenguaje por todas las cosas y venero a los que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz Kafka. Desconfío de casi toda la literatura contemporánea".[13]

Detengámonos un poco en esta última afirmación. "A la persona que dude sobre la calidad de los escritores del pasado en relación con los del presente, le recomiendo una fácil operación: que saque papel y pluma y se ponga a hacer una nómina de los escritores que vivieron de 1850 a 1950. Con eso tendríamos para darnos cuenta por qué después de la posguerra todo es otra cosa."[14]

Sin esperar respuesta, Arreola expuso su propia lista. Según él, los tres escritores más importantes del siglo XX son Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce, siendo Proust el más importante de esa terna. Los mejores del siglo XIX son Víctor Hugo, Honorato de Balzac y Émile Zola. Fiodor Mijaílovich Dostoievski es el más grande de toda la historia.

Si se suman los personajes de los escritores ya mencionados a los creados por Giovanni Papini, Miguel de Cervantes y Dante Alighieri, Arreola opina que no faltaría un solo personaje más por inventar, ya sea con fundamento en vidas humanas reales o inventadas. No toma en cuenta ni la Biblia ni las mitologías occidentales por tratarse de personajes creados colectivamente. Este ejercicio corresponde únicamente a escritores individuales.

Sobre esto último hay que considerar que estas afirmaciones son una digresión dentro de una charla -con su hijo Orso- y deben tomarse con cautela. Lo interesante en ellas no es la certeza del juicio sino las raíces subconscientes de un estilo. ¿Cómo explicar la ausencia de Shakespeare en las 397 páginas de El último juglar, uno de sus dos libros de memorias? Debe quedar claro que las afirmaciones citadas corresponden exclusivamente a un gusto, con sus virtudes y defectos.

En la preceptiva literaria de Arreola hay un criterio importante por añadir. "Para ser un artista, para crear algo que valga la pena, hay que sufrir mucho interiormente, hay que vivir muchas noches la angustia, sólo así nacerán las palabras iluminadas. Desconfío de toda literatura que nazca o haya nacido de la felicidad. Comparto con Baudelaire, con Poe, con Dostoievski todo el horror que hay en la humanidad, toda su miseria."[15]

 

Arte efímera

Una última confesión melancólica. No he tenido tiempo de ejercer la literatura.[16] 

Juan José Arreola

Arreola hizo mucho más que escribir, para placer suyo y desgracia nuestra. Pudo ser un autor muy prolífico, haber puesto por escrito ensayos fantásticos sobre una multiplicidad de escritores, sobre la personificación del Diablo y la Iglesia católica, y una gran variedad de temas que con su vasta cultura desarrollaba en sus pláticas. Tuvo múltiples aficiones, algunas más sociales que otras, más bien privadas -como enamorarse. Fue también mitómano y neurótico, soñador y loco. Cuando sabemos, por boca de José Emilio Pacheco, que Bestiario, un libro perfecto, fue dictado a la fuerza; a punto de no ser escrito por la desidia de Arreola a no ser por la insistencia de Pacheco, uno se pone a temblar. Y es que la literatura de este genio, de por sí vasta y magnífica pese a su brevedad, pudo haber resultado seriamente mancillada de no ser por la feliz resolución de este episodio.

 

Contra lo que se supone, el bloqueo no es la imposibilidad de escribir sino literalmente de sentarse a hacerlo. El último plazo vencía el 15 de diciembre de 1958. A pesar de todos los esfuerzos de Henrique González Casanova, si Arreola no entregaba los textos la administración de la UNAM exigiría por medio de sus abogados que devolviera el adelanto.  [...] Sea como fuere, el 7 de diciembre, ya con el agua en el cuello, me presenté en Elba y Lerma a las ocho de la mañana, hice que Arreola se arrojara en un catre, me senté a la mesa de pino, saqué papel, pluma y tintero y le dije: 

-No hay más remedio: me dicta o me dicta. 

Arreola se tumbó de espaldas en el catre, se tapó los ojos con la almohada y me preguntó:

-¿Por cual empiezo?

Dije lo primero que se me ocurrió:

-Por la cebra.

Entonces, como si estuviera leyendo un texto invisible, el Bestiario empezó a fluir de sus labios: "La cebra toma en serio su vistosa apariencia, y al saberse rayada, se entigrece. Presa en su enrejado lustroso, vive en la cautividad galopante de una libertad mal entendida". 

Y así, el 14 de diciembre escuché el final del libro: "Para el macho que tiene sed, el camello guarda en sus entrañas rocosas la última veta de humedad; para el solitario, la llama afelpada, redonda y femenina, finge los andares y la gracia de una mujer ilusoria".

Henrique González Casanova recibió el manuscrito el día señalado.[17]

 

Tensiones similares no fueron excepción, sino una constante a lo largo de los 60 años de vida productiva de Arreola. Arreola se encuentra en una categoría muy similar a la de poetas genios que murieron jóvenes -Miguel Hernández, Federico García Lorca- o casos muy próximos, como el de Juan Rulfo. Él mismo lo reconocía. Es por eso que merece la pena conocer aquellas actividades, el arte efímera que Arreola ejercitó a lo largo de su vida, y que fueron su otra manera de ser generoso con el mundo.

 

Teatro

Lo primero que hizo Arreola al llegar a la ciudad de México en 1937 fue estudiar teatro. Estudió en la escuela del Palacio de Bellas Artes, entonces bajo la dirección del alemán Fernando Wagner, y quien inició a Arreola en la correcta dicción de un poema y en los autores más importantes del teatro europeo. Luego la dirección de la escuela pasó al reconocido Rodolfo Usigli. En esa escuela Arreola conoció a su primera novia, Cora. "una muchacha cuyo principal atributo era su juventud".[18]

A fines de 1939 Usigli fundó la compañía "Teatro de Medianoche", misma en la que Arreola tomó parte. Montaron un repertorio muy interesante con obras como Ha llegado el momento y El solterón de Xavier Villaurrutia, A las siente en punto de Neftalí Beltrán, La crítica de la mujer no hace milagros y Vacaciones de Rodolfo Usigli, Antes del desayuno de Eugene O'Neill, La voz humana de Jean Cocteau, Vencidos de George Bernard Shaw, Reunión de familia de T.S. Eliot, y El canto del cisne de Antón Chéjov.

La compañía tuvo una breve y truculenta vida, fracasando sus presentaciones en Celaya y Guanajuato. Usigli pronto despreció a Arreola y lo marginó, pues según Arreola, Usigli tenía celos de que hubiera sido él quien le presentara a su futura esposa, Josette Simó. Derrotado, Arreola regresó a Zapotlán en 1940. Luego vivió en Manzanillo. En 1942 recibió a Pablo Neruda en Zapotlán. A finales de ese año llegó a Guadalajara, en busca de trabajo para casarse con Sara.

En junio de 1944, la Comédie Française llegó a Guadalajara. Arreola, gran admirador del actor francés Louis Jouvet, fue en su busca a la estación de tren de Guadalajara. En ese entonces Jouvet dirigía a la afamada compañía francesa. Jouvet le dijo a Arreola: "En cuanto termine la guerra, que ya está por terminar, yo te apoyo para que te vayas a París a estudiar teatro."[19]

El viaje se concretó más tarde, tras muchos esfuerzos y el dinero y apoyo de sus amigos. Arreola llegó en 1945 y regresó a México en 1946. En la embajada de México trabajaban Usigli y Octavio Paz, quien  era tercer secretario. Paz y Arreola no se trataban en ese entonces, pero comenzaron a hacerlo. El mejor recuerdo que Arreola tiene de ese año en Francia es como sigue: "Ese viaje es un sueño que en vano trataría de revivir; pisé las tablas de la Comedia Francesa: esclavo desnudo en las galeras de Antonio y Cleopatra, bajo las órdenes de Jean Louis Barrault y a los pies de Marie Bell."[20]

El teatro no volvió a aparecer en la vida de Arreola sino hasta 1956, año en que se inició la compañía "Poesía en Voz Alta", un proyecto nacido a instancias de la UNAM. Con ella se montaron obras como La hija de Rapaccini, de Octavio Paz, con escenografía de Leonora Carrington, que resultó un rotundo fracaso; o El salón del automóvil, de Eugène Ionesco. Arreola actuó en ambas y abandonó la compañía relativamente pronto. Héctor Mendoza y Juan José Gurrola se opusieron a la presencia de Arreola, y él mismo les concedió razón, "ellos eran dos jóvenes estudiantes con mucha ambición y, afortunadamente, con mucho talento, por eso acepto ahora su acritud de ayer, porque me demostraron que sabían también los secretos del teatro. [...] "Poesía en Voz Alta" es uno de los recuerdos más gratos de mi experiencia teatral, que fue muy dura, y aprendí que yo no era capaz de dirigir una empresa de más de tres personas".[21]

 

Ajedrez

El ajedrez fue otra de las grandes aficiones de Arreola. Hay una presencia importante de este juego infinito inventado por los árabes entre los escritores occidentales. Lewis Carroll escribió Alicia al otro lado del espejo según el esquema de una partida de ajedrez; dos sonetos de Borges, que constituyen una magnífica metáfora de la vida humana, son considerados entre lo mejor de su obra poética. Vladimir Nabokov escribió una novela con tema ajedrecístico titulada La defensa de Luzin (1930) y considerada una de sus mejores obras, mientras que el austriaco Stefan Zweig abordó un tema similar en su relato Una partida de ajedrez. La persistencia del tema como motivo literario puede apreciarse en la celebrada novela europea del mexicano Ignacio Padilla, Amphytrion, misma que inicia con un cambio de identidad entre dos hombres a raíz de una partida de ajedrez. Arreola por su parte escribió un cuento con título "El rey negro", perteneciente al Bestiario.

"El ajedrez me ha formado de tal manera, que durante periodos muy largos de mi vida ha sido mi vida entera."[22] Para Arreola, el ajedrez era tanto una metáfora de la vida humana como una metáfora de su propia personalidad.

 

"...al nacer la vida nos da un jaque. Toda vida acaba en mate; entonces, desde el acto de nacer estamos puestos en jaque. El existir es entonces un salir de la situación de mate continuamente... [...] Más de una vez se dijo: "La vida es una muerte evitada". [...] Es uno de los misterios del ajedrez. En qué momento en la vida nos vamos adentrando en una posición perdida que se va complicando cada vez más."[23]

[...]

"El sacrificio es un recurso de primer orden en el ajedrez. Yo soy un maniático sacrificante.  [...] Yo me he dedicado toda la vida a destruir mis posibilidades de éxito personal, íntimo, sentimental, siguiendo este esquema. Como mi viaje a París; fue algo masoquista aceptar este viaje desoyendo la felicidad en que vivía, de recién casado, con una hija preciosa y una esposa admirable. Por eso digo que soy esencialmente de condición masoquista."[24]

 

Mujeres

Yo no quiero que su vida de escritor acabe entre las piernas de las mujeres

Alfonso Reyes a Juan José Arreola, ca. 1955.[25]

La primera parte de las memorias dictadas a su hijo Orso, son transcripción del diario de Arreola cuando estudiaba teatro en la ciudad de México. Lo que se narra es el diario acontecer de su relación sentimental con su primera novia. Algo tediosa, esta relación refleja mucho de la conducta de Arreola hacia las mujeres. Su enamoramiento adulto era como el de un adolescente: mujeres difíciles, imposibles, esquivas. Arreola no tuvo parejas, sino Fuensantas, Dulcineas, Beatrices, halos de belleza construidos en su mente, sufrimientos gratuitos, autoflagelaciones.

En prosas breves, como Cláusulas o Gravitación, se describe mucho de su conducta hacia las féminas. Del primero, "Las mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene", o "Cada vez que el hombre y la mujer tratan de reconstruir el Arquetipo, componen un ser monstruoso: la pareja"; y del segundo, "Yo vivo a la orilla de tu alma. [...] Muchos seres se despeñan a lo lejos. Sus restos yacen borrosos, disueltos en la satisfacción. Atraído por el abismo, vivo la melancólica certeza de que no voy a caer nunca."

Amó a varias escritoras. Algunas mucho más jóvenes que él, como Elsa Cross o Elena Poniatowska, con quien tuvo un hijo. La familia aristocrática de Poniatowska evitó la relación de la muchacha con Arrreola. En Italia, Elena dio a luz a Emmanuel. No se buscó una boda, y Arreola nunca convivió con este hijo, aunque supiera de él. 

Arreola confesó sólo haber sido feliz con su esposa Sara, de quien se divorció un tiempo, al enterarse ella de la relación de Juan José con Poniatowska. Más tarde, Arreola sostuvo una relación amorosa con Guadalupe Valencia y un matrimonio de un año con María Luisa Tavernier. Después se volvió a casar con Sara, a instancias de su hija Claudia. "En otra parte de estas memorias, hablé de mi incapacidad de vivir con alguna otra mujer que no fuera Sara. Desde mi primera juventud tuve grandes decepciones amorosas. Sólo he sido feliz con Sara a mi lado, más que mi esposa es mi amiga, mi hermana."[26]

Retirado en Zapotlán, en febrero de 1969, Arreola se laceraba con el recuerdo de la fémina en turno. "Durante mi retiro en Zapotlán, pensé varias veces en no volver a la ciudad de México, tenía sentimientos confusos y encontrados que no me dejaban olvidar lo que era mi vida allá, comenzando por mi familia, los amigos cercanos y el recuerdo de Camille que me obsesionaba, sobre todo en las noches silenciosas de mi pueblo.[27] Luego apunta en su diario: "Lunes 15. Llega carta de Camille. Antes de abrirla hablo a Margarita. No está: abro la carta, la leo, es buena, pero es otra mujer la que me escribe, Camille ya no es la misma de antes. [...] Por la tarde tengo la impresión de que todo se acaba entre Camille y yo."[28]

Esta confesión de los años sesenta revela la constante: "José Luis Domínguez, mi psiquiatra de aquellos años, me hizo comprender mi incapacidad y masoquismo en el trato con la mujer. Pareciera que cada mujer en la que yo ponía los ojos estaba destinada a hacerme infeliz.[29]

 

Talleres y ediciones

Los talleres literarios son actualmente muy comunes. Casi cada casa de cultura en la ciudad de México tiene alguno. Otros se forman entre amigos. Algunos más se cobran, impartidos por algún poeta o escritor resignado al olvido, pero crítico acérrimo y con abundantes lecturas, a partir de lo cual se hace de alguna autoridad que justifique el costo de sus servicios. Por el taller literario de Arreola pasó toda una generación de escritores mexicanos durante los años sesenta y setenta. No cobraba, aunque pudo haber obtenido miles por su erudición y sabiduría enormes. No imponía ningún estilo, sino que se asimilaba al de cada individuo, procurando ayudarle. En aquellos años puede que ni siquiera existiese la hoy común acepción de "taller literario", como ahora, que suena incluso como "taller de artesanía".

Pienso que ninguno de sus alumnos narradores lo igualó, ni mucho menos lo superó. Quizá René Avilés Fabila sea quien mejor la haya aprovechado. Agustín oyó pero no escuchó, siempre le ha gustado el relajo. Elsa Cross es cosa aparte, por ser poeta en lugar de narradora, y buena. Hay otro ejemplo digno, poeta igualmente, pero desconocido: el ex -diplomático Roberto Dávila.[30]

En su juventud Arreola había fundado la revista Eos (1943) con Arturo Rivas Sainz y la revista Pan (1945), con Antonio Alatorre, ambas en Guadalajara. En los cincuenta fundó una editorial: Los presentes. Con ésta llegó a editar más de cien títulos de 1950 a 1954,  entre ellos el primer libro de cuentos de Carlos Fuentes, Los días enmascarados. Luego la vendió. Pero fue un impulso notable a los escritores jóvenes de entonces. Hacía malabares para sostenerla. No era rentable, y sin embargo, donó su poco dinero. Era una labor quijotesca, romántica, entusiasta y bien cuidada. A finales de 1958 inició otra pequeña editorial, los Cuadernos del Unicornio. Ya en los sesenta, para publicar a los jóvenes de su taller literario Arreola fundó la revista Mester (1964-1967).

 

Conversar y declamar

Arreola hablaba por los codos. Varias veces enfrentó reprimendas por distraer a los demás con su charla, además de atrasarse con su propio trabajo, cuando trabajaba como corrector de pruebas en el FCE. No era una conversación cualquiera, claro está. Él decía que aprendía escuchándose. Esto no es pedantería. Pensaba en voz alta. Cuando uno piensa, aprende, y muchos aprendieron escuchándolo. Otra anécdota describe a Arreola declamando en Bogotá poemas enteros de autores colombianos del siglo XIX, que ni los colombianos se sabían.[31]

 

Epílogo: En busca de Juan José Arreola

Juan José Arreola partió en tren a la ciudad de México a la edad de 18 años, el último día de diciembre de 1936, y amaneció en la estación Colonias, el 1° de enero de 1937. Cuando yo partí en busca de Juan José Arreola, la noche del 20 de julio de 2001, no tomé el tren sino un autobús que salió de la central del norte, en Vallejo. Al día siguiente Arturo Castillo Loza y su familia me recibieron en Colima. Horas más tarde, Arturo, un amigo suyo -Erick- y yo, hicimos una hora de viaje por carretera a Cd. Guzmán.

La ciudad Guzmán de 2001 es una ciudad de 83 mil habitantes, plagada de iglesias, poco transitada a pesar de los muchos semáforos, bien pavimentada, muy limpia, con centro comercial y tienda de autoservicio, un distribuidor de Honda y varios fraccionamientos de clase media. A la entrada ostenta dos empresas de fertilizantes y es productora de derivados de leche.

Se encuentra al pie de un cerro boscoso que milagrosamente no ha sido asfixiado por la urbanización. Dando la espalda a este cerro, mirando al horizonte, se aprecia el hermoso Nevado de Colima -en territorio jalisciense- cubierta su cima por las nubes. Entre Zapotlán y este volcán hay un valle que a occidente tiene el salitre de la laguna de Sayula y que es atravesado por la autopista Guadalajara-Colima-Manzanillo.

El viaje comenzó cuando, en un desayuno de escritores, le comenté a Arturo que había deseado por mucho tiempo buscar a Juan José Arreola en Cd. Guzmán, donde según sus memorias publicadas en 1997, había partido a refugiar su vejez. Sabía que estaba enfermo, le dije, y que tal vez no me dejarían verlo, pero me ilusionaba llegar preguntando por su casa hasta dar con ella, y saber que tras esos muros se encontraba el maestro. "Muy sencillo. Yo soy de Colima y Colima está a una hora de Cd. Guzmán."

Al llegar a Zapotlán, lo primero que hicimos fue comer, porque ya era tarde. En el centro comercial había un negocio de marcos donde tenían una foto de Arreola vestido de capa y fumando una pipa. Los cocineros de las pizzas que comimos confirmaron lo que Erick había averiguado ya. En el centro de Zapotlán hay una dulcería y pastelería de nombre Hermanas Arreola, propiedad de la familia del ilustre.

Después de un poco de trabajo, dimos con el centro que tiene una alameda muy hermosa y limpia, con música ambiental, un paseo con pilares dedicados a personajes notables nacidos en o benefactores del pueblo: como Consuelo Velásquez y, naturalmente, Arreola y Orozco. Al centro hay un kiosco con una reproducción mal hecha del mural El hombre de fuego, que se encuentra en el Hospicio Cabañas de Guadalajara y una estatua del pintor, también oriundo del lugar. A un lado, el palacio municipal, al otro, el hotel Zapotlán y los portales donde se encontraba la dulcería que buscábamos.

Antes de hacer preguntas visitamos la iglesia. Después cruzamos la calle hacia la dulcería. No había ninguna hermana de Arreola sino dos empleadas y fotografías de don Juan José, enmarcadas y colgando de las paredes. Al pagar un dulce de leche que sabía delicioso preguntamos por la casa de la familia Arreola. Resultó ser muy cerca, al otro lado de la plaza, sobre la calle Venustiano Carranza. Hacia allá nos dirigimos.

Al llegar, un hombre de unos cuarenta años subía charolas con pastelitos a una camioneta. Sumamente delgado, con boina y tirantes, cabello ondulado y un poco largo, se presentó como sobrino de Juan José Arreola, mera cortesía dado el evidente aire de familia.

El desengaño fue rápido. El maestro no vivía ahí desde hacía unos años, sino en Guadalajara. El derrame de líquido encefalorraquídeo -en este líquido flota el cerebro evitando que se golpee contra el cráneo al mover la cabeza- había obligado a que estuviera siempre en Guadalajara, listo para ir al médico en caso de ser necesario. No podía moverse, no recibía a nadie desde hacía años, "debido a su locura desde que embarcado a Europa escuchó caer bombas durante la Segunda Guerra Mundial". Dos tías más estaban muy enfermas, por lo que la familia estaba muy triste y no recibía a nadie.

"He puesto las fotos de mi tío en la dulcería, para que la gente tenga un acercamiento con la figura allá. Cualquier cosa que quieran saber, en la biblioteca del pueblo, que se llama Juan José Arreola, hay gente que puede responderles todo lo que quieran. Ahora me voy, porque con el calor se van a aguadar mis pasteles si no me apuro."

Eso fue todo. Nos alejamos un poco, y al ver que se había marchado regresamos a tomarme una foto frente a la casa. Luego nos encaminamos a la biblioteca, al otro extremo de la plaza, frente a la catedral. Por ser sábado la biblioteca estaba cerrada.  Terminamos la visita con un café, en un balcón de donde se admiraba la plaza, el cerro y el horizonte hacia el Nevado de Colima. Zapotlán es un lugar tranquilo y muy bello. Hacía un atardecer magnífico, pleno de luz en ese paisaje verde.

Juan José Arreola falleció en Guadalajara al diciembre siguiente, un martes 4, a las tres de la tarde. En realidad hacía tiempo que no estaba vivo. Cuando llegamos en su búsqueda, su leyenda ya vivía en el aire.®

 


NOTAS

[1] El que escribió con su hijo Orso se titula El último juglar; el de Fernando del Paso, De memoria y olvido. Cuando nos refiramos en las notas siguientes a "De memoria y olvido" nos referimos, no a la biografía de Fernando del Paso, sino al liminar del mismo título que Arreola escribió como introducción a sus obras en el FCE.

[2] Octavio Paz. "La mirada anterior" en Carlos Castaneda. Las enseñanzas de don Juan, FCE, México, 1974, p. 9.

[3] El mejor homenaje que ha recibido Arreola, y tal vez el más completo, es el número 93 de la revista Tierra Adentro (CONACULTA, ago-sep de 1998) con motivo de los 80 años del maestro. Lo que se publicó en las secciones culturales de los diarios luego de su muerte reveló la incomprensión del medio cultural sobre la importancia de la obra de Arreola.

[4] Que no leí en un libro sino en el folleto del disco editado por la UNAM en su colección Voz Viva de México, en el cual Arreola lee magistralmente sus propios cuentos.

[5] La identidad de los personajes se puede saber fácilmente gracias a las notas de Antonio Alatorre, el mejor amigo de Arreola, que se incluyen en dicho folleto.

[6] En "De Memoria y Olvido", texto introductorio a Confabulario en Juan José Arreola. Obras, FCE, México, 1995, p. 48.

[7] Citado por Carlos Fuentes en "Escritor de Varia Invención". Reforma, (México, D.F.), 5 de diciembre de 2001, Cultura, primera. 

[8] Alatorre es filólogo y profesor emérito de El Colegio de México. Autor de una historia magnífica del idioma español: Los 1001 años de la lengua española, FCE, México, 1989, 340 p.

[9] Juan Enrique Espinoza. "Juan José Arreola, el escritor-maestro de las letras mexicanas. Conversación con Antonio Alatorre" en Tierra Adentro, No. 93, Agosto-Septiembre de 1998, p. 20.

[10] "De memoria y olvido", op.cit., p. 49.

[11] "De memoria y olvido", op.cit, p. 50.

[12] Saúl Yurkievich. "Juan José Arreola: los plurales poderes de la prosa" en Obras, FCE, México, pp. 7-43. Sobre la mujer ver especialmente las páginas 15 a 26, bajo el subtítulo "Amor Maldito".

[13] "De memoria y olvido", pp. 48-49.

[14] Orso Arreola. El último juglar. Memorias de Juan José Arreola. Diana, México, 1998, p. 250.

[15]  Ibid, p. 365.

[16] "De memoria y olvido", p. 49.

[17] José Emilio Pacheco. "Amanuense de Arreola. Historia del Bestiario" en Tierra Adentro, No. 93 CONACULTA, México, ago-sep de 1998, p. 7.

[18] El último juglar, p. 30.

[19] El último juglar, p. 229.

[20] De memoria y olvido, en op.cit., p. 49.

[21] El último juglar, p. 321.

[22] Yolanda Zamora. "Desde la torre del Rey, la Dama escucha. Arreola y el Ajedrez." en Tierra Adentro, No. 93, Agosto-Septiembre de 1998, p. 47.

[23] Ibid, p. 53.

[24] Ibid, p. 50.

[25] El último juglar, p. 288.

[26] Ibid, pp. 295-6.

[27] Ibid, p. 389.

[28] Ibid, pp. 393-4.

[29] Ibid, p. 365.

[30] Ajeno a las camarillas literarias, la obra poética de Dávila se desarrolló en un ámbito casi exclusivamente personal. En 1993 reunió su obra en el volumen Poesía, 1967-1991, con prólogo de Otto-Raúl González, mismo que sólo se consigue con el autor. José Agustín mencionó a Dávila como uno de los asistentes más constantes y capaces del taller de Arreola. Cf. José Agustín, "Los secretos del maestro" en Reforma (México, D.F.), 4 de diciembre de 2001, Cultura, p. 2.

[31] José Agustín. "Juan José Arreola por José Agustín. Retrato hablado, 36 años después", en Tierra Adentro, No. 93, Agosto-Septiembre de 1998, p. 15.


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