La pérdida de la inocencia

El erotismo en la poesía de Ramón López Velarde (1888-1921)

 

{ página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del alumnado del ITAM, México, No. 120, mayo 2003, pp. 82-92

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A Leticia, por la felicidad

La relación entre erotismo y poesía es tal que puede decirse, 
sin afectación, que el primero es una poética corporal 
y que la segunda es una erótica verbal.  

Octavio Paz. La llama doble

 

López Velarde, en su breve vida, fue un hombre que tuvo miedo a la pasión del erotismo, tratando de evitarla pero, a la vez, sapiente de que era capaz de brindarle goces extraordinarios. Incapaz de resolver la contradicción, se mantuvo en soledad. Aún así, a pesar de su provinciana timidez ante la mujer deseada y su fervor devoto, la talla poética de López Velarde nos brinda ejemplos magníficos de poesía y erotismo íntimamente abrazados, con metáforas e imágenes de gran belleza. Esta pródiga imaginación, no limitada únicamente al erotismo, pero sí muy cercana al tema del amor en su poesía, le ganó la admiración de notables escritores y poetas, en su tiempo y aún mucho después de su muerte.

A pesar de su juventud, había publicado tres libros de poesía que le valieron aprecio y respeto dentro del mundo intelectual y político de entonces. Margarita Villaseñor, prologuista de las poesías completas editadas por Promexa, narra que “por instrucciones del general Álvaro Obregón, José Vasconcelos dispuso el funeral por cuenta del gobierno. La cámara de Diputados, a petición de Jesús B. González, Juan de Dios Bojórquez y Pedro de Alba, se enlutó por tres días. El cuerpo fue velado en el Paraninfo de la Universidad Nacional y enterrado en el Panteón Francés. Abundaron los homenajes de escritores y publicaciones”.[1]

Esos libros son Primeras poesías (1905-1912), La sangre devota (1916) y Zozobra (1919). Un libro póstumo, El son del corazón , publicado en 1932, recogió poemas sueltos escritos entre 1919 y 1921. Don de febrero y otras crónicas y El minutero recogen sus artículos periodísticos, mucho menos entrañables que sus versos.

López Velarde nació en un pequeño pueblo de Zacatecas de nombre Jerez. A los diez años su familia se mudaría a Aguascalientes. Fue seminarista de 1901 a 1905. El ambiente provinciano en el que desarrolló su niñez sería evocado ricamente en su poesía de manera profunda y sincera, muy lejos de lo pobremente pintoresco. 

Estudió derecho en San Luis Potosí. Ya para entonces publicaba poemas en diversas revistas y suplementos de la región. Se graduó con honores, y luego de trabajar en distintos lugares, entre ellos la ciudad de México, se establecería definitivamente en la capital del país a partir de 1914.

Se marchó pronto, a los treinta y tres años —recién cumplidos por cierto— en junio de 1921. José Juan Tablada escribiría: "No se ha visto poeta  / de tan firme cristiandad, / murió a los treinta y tres años de Cristo / y en poético olor de santidad."

* * *

. . . erotismo: es represión y es licencia, sublimación y perversión.[2] 

Dentro de los amores míticos de los poetas, Fuensanta es la mujer inalcanzable de Ramón López Velarde. La mujer aludida en secreto por el pseudónimo Fuensanta —Fuente Santa— era una mujer algo mayor que el poeta, carente de belleza y muy devota. Encarnaba las virtudes de la mujer pueblerina, muy apreciadas por el joven López Velarde. Fue motivo de una varios poemas, como Elogio a Fuensanta,[3] en el que la relación del poeta con esta mujer es completamente asexuada: “Tú no eres en mi huerto la pagana / rosa de los ardores juveniles; / te quise como a una dulce hermana.” López Velarde canoniza igual que Dante a Beatriz a esta mujer por sus virtudes. En el poema Canonización[4] escribe:

A tu virtud mi devoción es tanta

que te miro en altar, como la santa

Patrona que veneran tus zagales,

y así es como mis versos se han tornado

endecasílabos pontificales

Con su habitual agudeza, Giovanni Papini propuso en su biografía de Dante[5] la existencia de tres grandes paradojas en el alma del autor de la Divina Comedia. A la mezquindad de su vida la conciencia de ser casi un maestro sobrehumano de los hombres, guía de emperadores y juez de pontífices; a su sensibilidad natural, casi femenina, la valentía de sus concepciones y la temeridad de sus propósitos; y a su profunda y tenaz sensualidad, “tal vez lindante con lo libidinoso”, la casi deificación espiritual de la amada. “El eterno lujurioso hace de su Mujer casi una réplica de la Virgen”.[6]

No obstante, Fuensanta no constituyó un personaje predominante en la poesía con tema amoroso  de López Velarde, ni siquiera en aquellos poemas donde la atracción y el deseo son sublimados. Hay entre ellos algunos dedicados a otras mujeres, como el poema a su prima Águeda, viuda; o aquél que escribió a Genoveva, solterona que consumía su soledad tocando el piano y que inspiraba en el poeta un amor compasivo. En esta época los poemas se caracterizan por el platonismo y la metáfora parroquial. El deseo sexual es duramente reprimido y sublimado en metáforas poco usuales en otros autores: se alimentan de una ritualidad católica provinciana, del temor al pecado y a la condenación.

En este sentido merece la atención el poema Ser una casta pequeñez... Ante la imposibilidad de admitir su deseo erótico, “beso inaccesible a mi experiencia licenciosa y fúnebre”, Ramón López Velarde imagina ser un niño para ser colocado en el regazo de la mujer deseada, “en la aromática vecindad de tus hombros” y recibir un beso por contestar que la ama.

Ser una casta pequeñez...[7]

 

Fuérame dado remontar el río

de los años, y en una reconquista

feliz de mi ignorancia, ser de nuevo

la frente limpia y bárbara del niño...

 

(...) 

 

Entonces, con instinto maternal,

me subirías al regazo, para 

interrogarme, Amor, si eras querida

hasta el agua inmanente de tu pozo

o hasta el penacho tornadizo y frágil

de tu naranjo en flor.

 

Yo, sintiéndome bien en la aromática

vecindad de tus hombros y en la limpia

fragancia de tus brazos,

te diría quererte más allá

de las torres gemelas.

 

Dejarías entonces en la bárbara 

novedad de mi frente 

el beso inaccesible 

a mi experiencia licenciosa y fúnebre.

 

Fechado alrededor de 1915, el poema A Sara describe por primera vez el rechazo a la mojigatería. Esta mujer descubre la pasión del poeta, al grado de hacerle renegar su anterior vocación al sacerdocio. López Velarde se percata, al verla, de que no es capaz de renunciar a la belleza por la castidad.  Pero hay varios versos donde se percibe la sublimación del deseo. El nombre (Sara), el color de su cabello (rubia) y el contexto hebreo (eres flexible cual la honda de David) en el cual transcurre el poema esconden por completo cualquier identidad, si la hubo. Sara no es el pseudónimo de una mujer, sino de la mujer.

 

A Sara[8]

 

(...)

 

(Blonda Sara, uva en sazón: mi apego franco

a tu persona, hoy me incita

a burlarme de mi ayer, por la inaudita

buena fe con que creí mi sospechosa

vocación, la de un levita)

 

Sara, Sara: eres flexible cual la honda

de David y contundente

como el lírico guijarro del mancebo;

y das, paralelamente, 

una tortura de hielo y una combustión de pira;

 

López Velarde aleja a Sara, la tentadora, evocando la posibilidad de su muerte, mas guardando el recuerdo de su belleza:

 

Sara, Sara,  (...)

siempre te sean amigas

la llamarada del sol y del clavel; si tu brava

arquitectura se rompe como un hilo inconsistente,

que bajo la tierra lóbrega

esté incólume tu frente:

y que refulja tu blonda melena, como tesoro

escondido; y que se guarden indemnes como real sello

tus brazos y la columna

de tu cuello. 

 

La consumación del sexo, el transcurso del erotismo imaginado a la experiencia ocurre luego, y se admite con temor, aunque con la firme e irrevocable decisión de no evadirlo nunca más, en el poema, Que sea para bien, fechado en 1916:

 

Que sea para bien[9]

 

Ya no puedo dudar... Diste muerte a mi cándida

niñez, toda olorosa a sacristía, y también

diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.

Que sea para bien...

 

Ya no puedo dudar... Consumaste el prodigio

de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara

con un licor de uvas... Yo bebo

el licor que tu mano me depara.

 

Me revelas la síntesis de mi propio Zodíaco:

el León y la Virgen. Y mis ojos te ven

apretar en los dedos –como un haz de centellas–

éxtasis de placeres. Que sea para bien...

 

Tu palidez denuncia que en tu rostro

se ha posado el incendio y ha corrido la lava...

Día último de marzo; emoción, aves, sol...

Tu palidez volcánica me agrava.

 

¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia

al huir, con un viento de ceniza,

de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia

revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá, 

te quedaste dormida en la vertiente

de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca

y calcinó tu frente?

 

¡Oh, tú, reveladora, que traes un sabor

cabal para mi vida, y la entusiasmas:

tu triunfo es sobre un motín de satiresas

y un coro plañidero de fantasmas!

 

Yo estoy en la vertiente de tu rostro, esperando

las lavas repentinas que me den

un fulgurante goce. Tu victorial y pálido

prestigio ya me invade... ¡Que sea para bien!

 

Octavio Paz ha escrito que “también en el poema -cristalización verbal- el lenguaje se desvía de su fin natural: la comunicación.”[10] De la comunicación profana, habría que decir. ¿Acaso no es muy clara la belleza e inequívoco el sentido en “Consumaste el prodigio / de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara / con un licor de uvas... Yo bebo / el licor que tu mano me depara.” El sexo es el licor, la castidad el agua clara. De la desviación, nace la belleza.

El acto de procrear se transforma en erotismo; las palabras, en poesía. En metáforas plenas de alusiones bíblicas, el poeta se cuestiona el origen de la pasión de la mujer que lo inicia en el sexo: “¿Ganaste ese prodigio de pálida vehemencia / al huir, con un viento de ceniza, / de una ciudad en llamas? ¿O hiciste penitencia / revolcándote encima del desierto? ¿O, quizá, / te quedaste dormida en la vertiente / de un volcán, y la lava corrió sobre tu boca / y calcinó tu frente?”

Sorprende la belleza con que el poeta describe el orgasmo: “mis ojos te ven / apretar en los dedos –como un haz de centellas–/ éxtasis de placeres”, o bien: “Tu palidez denuncia que en tu rostro / se ha posado el incendio y ha corrido la lava...”  Erotismo y poesía son de naturaleza inevitablemente estética.

Si al principio del poema López Velarde dice, casi en un susurro, como en una confesión “Que sea para bien”, en la última estrofa, “esperando las lavas repentinas” que le den un “fulgurante goce”, el poeta no susurra, grita: “¡Que sea para bien!”

Al escribir la semblanza para el último libro de poemas de Ramón López Velarde, El son del corazón, Genaro Fernández Mac Gregor observa que:

La civilización, el poco de civilización que encierra la Ciudad de los Palacios (la ciudad de México), ha instilado al poeta un veneno más letal que los de Medea. Al correr sus venas lo ha metamorfoseado, en cierto modo, hasta el punto de que, a veces, se duda cuál es su verdadera fisonomía espiritual.

Fernández Mac Gregor se pregunta si López Velarde será un sacristán erótico. Él mismo encuentra respuesta a su inquietud con una sentencia irrefutable: “López Velarde es romántico por el hecho de que todavía tiembla ante la mujer.”

 

Una muestra es este fragmento del poema Despilfarras el tiempo:[11]

 

Prolóngase tu doncellez

como una vacua intriga de ajedrez.

 

Torneada como una reina

de cedro, ningún jaque te despeina.

 

Mis peones tantálicos

al rondarte a deshora

fracasan en sus ímpetus vandálicos.

 

La lámpara sonroja tu balcón;

despilfarras el tiempo y la emoción. 

 

Yo despilfarro, en una absurda espera,

fantasía y hoguera.

 

En este poema, el ataque a la reina orgullosa se realiza con modestos peones que fracasan en su intento por tomar la fortaleza y capturarla, del mismo modo que Tántalo, por revelar un secreto de Zeus, es condenado a permanecer en medio de un lago, donde el agua huye de su boca cada vez que tiene sed. Así, la pasión (fantasía y hoguera) se consume en silencio, “en una absurda espera”.

 

López Velarde, después de la revelación erótica, es capaz de erigir magníficos cantos de Idolatría, fundiendo símbolos y rituales religiosos con las pasiones de la carne en forma sorprendente, inusual, única:

 

La vida mágica se vive entera 

en la mano viril que gesticula

al evocar el seno o la cadera,

como la mano de la Trinidad

teológicamente se atribula

si el Mundo parvo, que en tres dedos toma,

se le escapa cual un globo de goma.

 

Idolatremos todo parecer,

gozando en la mirífica mujer.

 

[...]

 

Idolatría

de los bustos eróticos y místico

y los netos perfiles cabalísticos. 

 

¿En qué otro poeta encontramos asociaciones tan insólitas como una mano que evoca la redondez del seno o la cadera del mismo modo en que la mano de la Trinidad sostiene “teológicamente” la esfera del mundo? ¿En qué otro poeta se admite la idolatría mística por los bustos eróticos de perfiles cabalísticos? En el erotismo, como en otros temas, la inusual imaginación de López Velarde es admirable.

No puedo eludir un comentario adicional sobre el encanto que me produce la mezcla del tema erótico con una ambientación árabe y musulmana, así como ese otro exotismo judaico, fruto de la lectura histórica del Antiguo Testamento. Un ejemplo de lo primero se encuentra en el poema, Idolatría, ya citado:

Idolatría 

de los dos pies lunares y solares

que lunáticos fingen el creciente

en la mezquita azul de los Omares,

y cuando van de oro son un baño

para la Tierra, y son preclaramente

los dos solsticios de un único año.

La última odalisca,[12] poema escrito hacia 1919, especie de fábula hebrea, describe a un hombre que al envejecer ve partir a sus concubinas de Samaria, quienes lo abandonan por los cabellos de Absalón, el hijo que se reveló contra su padre el rey David:

Mas luego las samaritanas,

que para mí estuvieron prestas

y por mí dejaron sus fiestas,

se irán de largo al ver mis canas,

y en su alborozo, rumbo a Sión,

buscarán el torrente endrino

de los cabellos de Absalón.

[...]

Cuando la última odalisca,

ya descastado mi vergel,

se fugue en pos de nueva miel

¿qué salmodia del pecho mío?

será digna de suspirar

a través del harem vacío?

Fruto de la admiración, la obra López Velardiana ha sido objeto del estudio de otros escritores mexicanos. Xavier Villaurrutia publicó varios estudios críticos. Octavio Paz abordó la poesía de Velarde en Cuadrivio. El único libro de ensayo del artesano de la prosa, Juan José Arreola, versa sobre él. De sus contemporáneos, José Juan Tablada es quizá quien más lo quiso. Al enterarse de su muerte, Tablada escribió en Nueva York un poema, Ex voto a López Velarde, que concluye así:

 

Qué triste será la tarde

cuando a México regreses

sin ver a López Velarde...!

®

 

NOTAS

[1] Ramón López Velarde. Poesías Completas. El Minutero. Don de Febrero. Promexa Editores, México, 1979, p. xxxi.

[2]  Octavio Paz, La Llama Doble, Seix Barral, Barcelona, 1993, p. 17.

[3] Primeras poesías.

[4] La sangre devota.

[5] Giovanni Papini. “Dante, vivo” en Obras, Aguilar, Madrid, 1959, pp. 601 a 788. 621.

[6] Cf. op.cit., p. 621.

[7] La sangre devota.

[8] La sangre devota.

[9] Zozobra.

[10] La Llama Doble, p. 11

[11] Zozobra.

[12] Zozobra.

 

 


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