El sentido trágico de la vida: el éxodo en la poesía de León Felipe

                                                      { página de César Guerrero }

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Publicado en Opción. Revista del Alumnado del ITAM,  México, Año XXVII, No. 145, Octubre 2007, pp. 69 - 78.


ensayo

“El sentimiento trágico de la vida” es uno de los libros más relevantes de Miguel de Unamuno, y ese título parece venir bien para calificar la experiencia del exilio en la poesía de León Felipe. No obstante, casi de inmediato es necesario reconsiderar, pues sus términos conducen a conceptos capitales: en León Felipe el “exilio” es más bien éxodo, y el “sentimiento” trágico adquiere muy pronto un sentido para intentar justificar el dolor.

El drama de los exilios durante el siglo XX se define a partir de la nostalgia por la patria perdida, del ansia de retorno al status quo en el que los individuos se encontraban antes de una conflagración bélica o de alguna represión política que los obligó al destierro en aras de salvar la vida. Dicha nostalgia, en la que se idealizan el pasado y las circunstancias del mismo, tiene su contraparte en la esperanza del retorno. Una esperanza que, de darse este último, se topa con la decepción.

Al retornar, la patria ha cambiado hasta convertirse en algo distinto. Desconoce al repatriado, lo considera ajeno, en una palabra: extranjero. El repatriado resulta un forastero por su acento diluido y entreverado con otros, porque la realidad que ha experimentado pertenece a una sociedad muy distinta a aquella a la que procura retornar. También al repatriado su patria le resulta ajena, pues no sólo el terruño ha cambiado respecto de sus recuerdos, sino que el tiempo ha dejado también su marca irreversible.

Ninguno de estos tópicos está en la poesía de León Felipe, pues su exilio, a pesar de explicarse a partir de la Guerra Civil Española (1936-1939), común a tantos otros conciudadanos suyos y, entre ellos, a muchos intelectuales, cobró en él un sentido trascendente. El dolor de esa lucha fratricida motivó en este poeta la búsqueda de un sentido que justificase semejante experiencia inexplicable: “¡Ah, si yo pudiera organizar mi llanto y el polvo disperso de mis sueños!”

   

*

 

Antes de la guerra, León Felipe ya era un hombre desterrado. El exilio de la Guerra Civil no hace sino darle una dimensión social a su desarraigo personal. Versos y oraciones de caminante es el título de su primer poemario, una obra que se caracteriza por mostrar el drama interior derivado de su incapacidad de encontrar un propósito al rumbo de sus pasos. No con un tono esperanzador e íntimo, como en los versos de Machado,[1] sino mediante un canto desolado, solitario y sin rumbo.

 

¡Qué solo estoy, Señor; 

qué solo y qué rendido

de andar a la ventura

buscando mi destino![2]

 

-No andes errante

y busca tu camino…

-Dejadme…

ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio.[3]

 

La Guerra Civil en España hará cambiar su conflicto individual por el social. León Felipe tomará la palabra como medio para proclamar sus ideas humanistas. No hay en ella ningún resabio de ideología comunista, un discurso que más bien le es desconocido: “…el poeta no es un orador de mitin […] Nadie debe decir: ese poeta es marxista, porque entonces su voz perdería elevación”,[4] “que no se trata de comunismo ni de fascismo. La cuestión es más vieja y viene de más alto”.[5] La poesía de León Felipe es un salmo universal alimentado por la Biblia y el Quijote.

Cuando la República pierde, cuando las facciones que la apoyan, fragmentadas en banderas y fistoles ideológicos, fracasan en su unión frente al dictador, cuando triunfan la iglesia y el ejército sobre el hombre sencillo, la palabra de León Felipe asumirá la derrota y el dolor resultante como un reto trascendente y místico. El exilio es identificado con el éxodo del pueblo judío, con la simbología trascendental del Antiguo Testamento y la esperanza de los Evangelios en la salvación.

   

La justicia herida

 

En la historia humana hay guerras defensivas y guerras de conquista. En ambas, el dolor y la muerte parecen tener sentido: apropiarse de más y mejores recursos o defender lo propio frente al yugo invasor. La conquista o la sobrevivencia, la gloria del poder o el pago de la libertad. Pero también hay otras guerras, las guerras “civiles”. Éstas nacen de la confrontación social. En ellas no se defiende el territorio ni se busca conquistar uno mejor. Unos creen en una dirección y otros en la contraria. Lo hacen tan vehementemente que dicha creencia no se queda en el desacuerdo, en la molestia, sino que termina por convertirse en odio. Por consiguiente, “el otro” no está más allá de la frontera. Está dentro de ella. El enemigo está en casa. Entre los vecinos, en la familia misma. Una guerra civil es una guerra fratricida.

La Guerra Civil Española (1936-1939) y el exilio subsiguiente de aquellos que perdieron la lucha contra el fascismo motivó que León Felipe, él mismo exiliado, escribiese tres poemarios: El payaso de las bofetadas y el pescador de caña (1938), Español del éxodo y del llanto (1939) y Ganarás la luz (1943). Libros en los que la prosa alterna con el verso, en que idea y metáfora se suceden constantemente.

El payaso de las bofetadas y el pescador de caña se fue escribiendo entre Barcelona, La Habana y Veracruz, a bordo de un trasatlántico francés, El Bretaña. Fue leído en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México. Un año más tarde (el 12 de septiembre de 1939), leería ahí mismo el libro siguiente, Español del éxodo y del llanto.[6] El payaso… es un libro que hereda todavía mucho del que le precede, La insignia, en el cual León Felipe puso la palabra al servicio de la causa republicana y muchos de los textos en prosa que lo integran son alocuciones simbólicas. El “payaso de las bofetadas” no es otro que el Quijote, “el poeta prometeico que se escapa de su crónica y entra en la Historia hecho símbolo y carne, vestido de payaso y gritando por todos los caminos: ¡justicia, justicia, justicia!”[7]

El “pescador de caña” es en cambio una imagen sarcástica del inglés: “…un comerciante usurario y pacifista. ¡Pacifista! Pacifista porque la paz le garantiza la seguridad de sus mercados inmorales y de los garitos del mundo”.[8] La razón de este menosprecio por Inglaterra nace en la muy grave apreciación de uno de sus líderes políticos, Lord Duff Cooper, Jefe del Almirantazgo, quien dijo en el Parlamento Británico que “todo lo que se ventila hoy en España no vale la vida de un marinero inglés”, razonamiento a todas luces indignante. Así que la caña de pescar es la lanza “pragmática”, mientras que la lanza manchega es “heroica”.[9]

Al igual que los profetas bíblicos, León Felipe presagió desgracias, en este caso a los gobernantes ingleses, por su miopía ante una guerra que, vista en la perspectiva histórica, resultó ser el preludio, el campo de pruebas de los horrores de la Segunda Guerra Mundial , que poco después Inglaterra misma padecería atrozmente:

 

Y ahora por cobardía

Por cobardía y avaricia nada más

Porque quieres guardar tu despensa hasta el último día de la Historia,

Has dejado meterse en mi solar

A los raposos y a los lobos confabulados del mundo

Para que se sacien en mi sangre

Y no pidan enseguida la tuya.

Pero ya la pedirán,

Ya la pedirán las estrellas.[10]

   

Sin embargo, León Felipe no se queda únicamente en la circunstancia política. A partir del Payaso de las bofetadas y el pescador de caña se convierte en el “poeta de la justicia”,[11] particularmente a raíz del texto-poema “Que la justicia existe”. En él, define la justicia como amor, lo que más valor tiene sobre la Tierra, la “ley que gobierna el espíritu”. Este mensaje moral, aplicado a la política, es sorprendentemente certero: “Si esta ley se rompe, se descompone o se debilita, no puede haber orden entre los hombres, aunque se llenen las audiencias de magistrados y las calles de policías”.[12] 

Y ocurre que en España se ha perdido la justicia en la guerra fratricida, que no la posee ninguno de ambos bandos, “el hombre honrado sabe que ya no está en ninguno de los dos cubiletes”.[13] “¿Cree usted que el queso se lo comerán las ratas blancas o las ratas rojas? Porque no se trata de que triunfe este o aquel español, sino de salvar al hombre”.[14]

 

El hacha

Si no hay una manzana sin gusanos en el mundo… ¿para qué quiero yo los sesos?

 “Las tres manzanas podridas”, Ganarás la luz.

 

Uno de los pasajes más perturbadores de la novela de Ernest Hemingway, Por quién doblan las campanas, es precisamente aquél en el cual narra la masacre que los habitantes republicanos de un pueblo ejercen sobre los fascistas y otras figuras del poder local, a quienes se había capturado y recluido en el edificio del Ayuntamiento. Se trata del capítulo décimo, un relato largo, doloroso, que quisiéramos breve pero que Hemingway extiende con lujo de detalle a lo largo de páginas atroces.

Encendidos por la pasión ideológica (“¡Hoy trillamos fascistas! –¡Y de la paja saldrá la libertad del pueblo!”), los republicanos y sus adherentes rodean el edificio y forman una valla a cada lado de la puerta. Armados con herramientas de labranza, profieren amenazas para que los líderes revolucionarios entreguen, uno por uno, a los fascistas capturados para poderlos apalear, al principio con timidez, después con saña incontrolable.

El poeta zamorano escribió en su poema “El hacha”[15]:

 

¿Por qué habéis dicho todos

que en España hay dos bandos,

si aquí no hay más que polvo?

 

Aquí no hay más que átomos,

átomos que muerden.

 

[…]

 

Y tu hijo blande el hacha

sobre su propio hermano.

Tu enemigo es tu sangre

y el barro de tu choza.

 

Y el hacha cae ciega,

incansable y vengativa

sobre todo lo que se congrega.

 

[…]

 

Esta vez pierden todos, caballero.

 

¿Y a quiénes se asesina? A Anastasio Rivas, especulador de granos, agente de seguros y agiotista; a José Castro, negociante en caballos; a don Guillermo Martín, el dueño de la tienda; a Ricardo Montalvo, un terrateniente. Uno de los campesinos republicanos exclama: “¡Esto es una vergüenza! No tengo nada contra él”. Sin embargo, lo muele a palos. “Si no has visto nunca el comienzo de una revolución en un pueblo pequeño, en el que todos se conocen y siempre se han conocido, no has visto nada”, advierte a sus escuchas Pilar, la narradora.   

 

Todo el mundo está cuerdo,

terrible,

monstruosamente cuerdo.

 

[…]

 

¿Cuándo se pierde el juicio?

(yo pregunto, loqueros)

 

[…]

 

Si no es ahora, ahora que la Justicia

tiene menos

infinitamente menos

categoría que el estiércol;

si no es ahora ¿cuándo,

cuándo se pierde el juicio?

Respondedme, loqueros,[16]

 

Hay pues, tragedias inexplicables, racional y pasionalmente injustificables. Crueldades y vejaciones que deberían tener sentido. “Comprendí que fueron primero los insultos de don Ricardo y después la cobardía de don Faustino lo que los había puesto así”, propone Hemingway en voz de Pilar.

León Felipe por su parte, propone una visión humanista con base en la prédica cristiana, a fin de zanjar el radicalismo de izquierda que desprecia al rico, y el radicalismo de derecha, que desprecia al pobre: “Nuestro oficio no es nuestro destino”. De la misma manera, pide trascender la visión parcial por una más allá de las ideologías, los terruños, los lazos de sangre:

 

Por encima de la familia. ¿Qué vale la familia ante la justicia?

Por encima de la ciudad.

¿Qué vale Madrid ante la justicia?

Por encima de la patria.

¿Qué vale España ante la justicia?[17]

 

“En un poema no hay bandos (…) No hay más que una causa: la del hombre”.[18] Así, enarbolando este humanismo, León Felipe rechaza el extremismo de comunistas y fascistas. “Las tribunas proletarias y los púlpitos no son más que guillotinas del amor”.[19] Objeta todas las posiciones políticas de la época, la “roja blasfemia”, la “verde plegaria” y la “baba amarilla y senil de la democracia”.[20]

El poeta desterrado espetó al vencedor que sin él no podría existir España:

 

Tuya es la hacienda,

la casa,

el caballo

y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo…

mas yo te dejo mudo… ¡Mudo!

¿Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?[21]

 

La voz de los poetas y de los intelectuales sufrió dolorosas e irreparables pérdidas durante la Guerra Civil Española. Amén de las voces desterradas, es menester recordar aquellas que no lograron sobrevivir, como Federico García Lorca, ejecutado con tan sólo 38 años de edad y enterrado en una fosa común de su natal Granada, y Miguel Hernández, de apenas 32, quien murió presa de la tuberculosis estando encarcelado.

 

 

La exégesis escatológica del éxodo

 

En León Felipe la poesía del éxodo no se queda sólo en una visión de los vencidos; desde su punto de vista, todos están exiliados de sí mismos. “Y ahora se va a ver si España tiene que irse para siempre o tiene que quedarse para encender una luz otra vez en estas tinieblas apretadas de la Tierra”.[22] Todos, hasta él mismo, son culpables:

 

Ya no hay patria. La hemos matado todos:

los de aquí y los de allá,

los de ayer y los de hoy.

España está muerta. La hemos asesinado

entre tú y yo.

¡Yo también!

Yo no fui más que una mueca

una máscara

hecha de retórica y de miedo.[23]

 

En su obra hay una búsqueda, no del todo exitosa, por darle un sentido al dolor de la pérdida. Una exégesis del éxodo a partir de la concepción judeo-cristiana de la vida, que a veces, como Job, se manifiesta desde la blasfemia y que sin menoscabo de su circunstancia política y cultural (la hispanidad), adopta también un tono universal que dé consuelo al ser humano por el dolor que la existencia le produce.   

Español del éxodo y del llanto, segundo poemario del éxodo, es un libro mucho más duro y sombrío, pues en él se reconoce la muerte de España con toda su crudeza. Desde sus primeras líneas deja en claro que luego de la guerra fratricida sólo quedan polvo y lágrimas, y la gracia del poeta será “hacer dócil el polvo y fecundas las lágrimas”. “Nos salvaremos por el llanto”, proclama, puesto que “las lágrimas son internacionales y para ganar la igualdad de los hombres, pueden más que los conceptos marxistas”.

En este libro, León Felipe se dirige tanto a las figuras de poder –el político, el obispo, el juez, los magistrados–  como a los españoles todos, especialmente en los poemas “Está muerta, ¡miradla!”[24] y “El hacha”. Es particularmente duro con los intelectuales de la generación del 98, a quienes llama mastines, porque “en cuanto ganasteis la antesala, dejasteis de ladrar, pactasteis con el mayordomo, y ahora en el destierro no podéis vivir sin el collar pulido de las academias”.[25] También lo es con “los viejos gachupines de América, los españoles del éxodo de ayer”, por querer hacer la patria nueva con lo mismo que los expatrió: “con un Rey, y un señor”.

El éxodo español no es un éxodo con orgullo, como el hebreo, sino solitario, sin tribu, sin obispo, sin espada, sin el mito de un rey David. El español del éxodo y del llanto, nos dice León Felipe, vaga solitario por el mundo con su Arca, un Arca que no lleva dentro la vara de Aarón ni un cuenco con Maná, sino la Justicia.

No sólo España ha muerto, el retorno es imposible. “España está muerta (…) ¿Qué otra cosa esperáis? ¿Volver vosotros de nuevo, cuando se derrumbe la harca de los generales? ¡Los éxodos no vuelven! ¿y a qué ibais a volver? (…) una patria no es más que la cuna de un hombre. Se deja la tierra que nos parió como se dejan los pañales. Y un día se es hombre antes que español!”

Si el éxodo no tiene retorno, es inútil continuar atado a lo que se ha perdido. La patria deberá buscarse en aquello que no dependa ni de de la materia ni del espacio. León Felipe, errante pertinaz, sabe que el destino del hombre es vagar por el mundo, y lo asume como los judíos de la diáspora:

 

Mi patria está donde se encuentre aquel pájaro luminoso que vivió hace ya tiempo en mi heredad.[26]

 

Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,

planta un árbol,

riégalo con tus lágrimas

y aguarda.

 

[…]

 

-Español del éxodo y del llanto,

que llegas a México,

no te sientes tan pronto

que aquí sopla aún el viento,

 

[…]

 

Español,

español del éxodo de ayer

y español del éxodo de hoy:

Te salvarás como hombre

pero no como español.

No tienes patria ni tribu. Si puedes,

hunde tus raíces y tus sueños

en la lluvia ecuménica del sol,

y yérguete…[27]

   

El sentido trágico de la vida en la poesía de León Felipe cobra su pleno sentido en el tercer y último poemario vinculado a los primeros años de su exilio en México, Ganarás la luz. Es éste uno de sus libros más entrañables, íntimo y, a la vez, abiertamente universal. Su intimidad obedece a que comienza con el propósito de autodefinirse. “Busco un nombre solamente. Mi verdadero nombre (…) Mi nombre humano, tan actual, tan viejo y tan duradero como el quejido y el llanto, para llevarlo orgullosamente del cuello y hacerlo sonar como una esquila en el gran rebaño del mundo y el día del juicio final”.[28]

León Felipe piensa que tal vez ese nombre sea Jonás, el profeta que reniega de su misión, o Job, el justo que blasfemó de Dios ante el espectáculo de la injusticia divina; quizá Prometeo, cuyo castigo da un sentido épico a lo sórdido; o tan sólo sea un lagarto, una iguana, como las que vio en las ciudades de Uxmal y Chichén Itzá, que oscilan “como un péndulo entre las rendijas de los siglos”,[29] que pertenecen a un mundo crepuscular que no acaba por definirse entre el pasado y el presente.

La verdad es que el poeta termina por renunciar a la búsqueda del nombre que lo defina y lo deja en manos del azar, (puesto que no sé quién soy, que lo decida la suerte: / ¿Cara o cruz?),[30] y de la negación, acotando su identidad mediante aquello que no es: ni filósofo, ni historiador, ni el gran loco o el sabio; tampoco el buzo que va al fondo del mar. “Yo no soy nadie. / Un hombre con un grito de estopa en la garganta”.[31]

Pero en su larga e infructuosa búsqueda personal, el poeta expone su poética del llanto, en la que deposita su esperanza para ganar la luz. El dolor es la moneda de cambio del hombre. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente / y la luz con el dolor de tus ojos”.[32] La posibilidad de alcanzar la luz con su llanto es lo que justifica su dolor. “Dios no es más que un mercader, / un buen mercader (ni sórdido ni pródigo)  / que cotiza mi llanto para vender su luz, / un vendedor de esclavas, / y la luz, una esclava…”[33]

 

Luz…

cuando mis lágrimas te alcancen,

la función de mis ojos ya no será llorar

sino ver.[34]

 

Nuestras lágrimas son

monedas cotizables.

Guardadlas todas… todas,

para las grandes transacciones.

Hay estrellas lejanas

y yo sé lo que cuestan.[35]

 

España no tiene otra moneda…

¡Toda la sangre de España

por una gota de luz![36]

 

La poética del llanto es una forma de salvación escatológica a partir del cristianismo. Se paga la salvación espiritual con el dolor de la carne, con la sangre y con las lágrimas, para que su sal, mezclada con el sabor ferruginoso de la hemorragia, despierte los sentidos de los dioses dormidos, punce su paladar y se instale debajo de su lengua, hasta que se digne a hablar.

 

¡Eh, muerte… escucha!

 

[…]

 

Tú eres el que corta la espiga,

Y yo ahora… el grano

 

[…]

 

Desde tu filo iré al molino.

En el molino me morderán las piedras de basalto,

 

[…]

 

Perderé la piel, la forma

y la memoria de todo mi pasado.

Desde el molino iré a la artesa.

En la artesa me amasarán, sudando,

 

[…]

 

Luego entraré en el horno… en el infierno.

Del fuego saldré hecho ya pan blanco

y habrá pan para todos.

Podréis partir y repartir mi cuerpo en miles y

millones de pedazos;

 

[…]

 

El primer hombre

fue de barro,

el segundo de masa cruda

y el tercero de pan y luz.[37]

 

El final de Ganarás la luz no es luminoso, sino ambiguo. Termina con los poemas “Yo soy el gran blasfemo” y con las “Coplas del gran conserje Pedro”. De todos sus posibles nombres, León Felipe parece decidirse por Jonás, con la esperanza de que la anunciada destrucción de Nínive, en este caso España, no se cumpla. Y mientras eso ocurre, pide morir. Para volver hecho polvo con el Viento cuando ya todo haya pasado. 

La libertad luminosa del futuro

 

Si hay una manzana sin gusanos en el mundo, no está detrás de mí mismo, sino delante.

“Las tres manzanas podridas”, Ganarás la luz.

 

La edición de El payaso de las bofetadas publicada en 1968 incluyó un poema adicional, “Variante”, escrito en 1947. Recordemos que Ganarás la luz es de cuatro años antes, de 1943. En ese poema León Felipe le otorga un sentido luminoso al Destierro. Una especie de resurrección luego de la larga y dolorosa Pasión. A su juicio, el español se había hecho “hogareño y doméstico”. El viento de la historia lo sacude y lo obliga a marcharse. Y los españoles “del Éxodo y del llanto” son “la semilla mejor”, a diferencia de los calificativos de Francisco Franco, quien los llamaba “la carroña y la cizaña”. Para León Felipe, esta experiencia debe servir para convertirse en un “ciudadano de América”, un honor que debe ganarse “no con la lanza de los conquistadores… sino con la espada del verbo, de la luz y de la justicia”.

El éxodo español es, en León Felipe, una Salvación, en el sentido místico, porque la nueva circunstancia pertenece al terreno de lo espiritual, al trascender lo material:

 

América es la patria de mi sangre.

He muerto… y he resucitado.

¿Entendéis ahora?

Y este es el momento de definir la Hispanidad.

 

Hispanidad… ¡tendrás tu reino!

Pero tu reino no será de este mundo.

Será un reino sin espadas ni banderas…

¡Será un reino sin cetro!

No se erguirá en la tierra nunca.

Será un anhelo… un anhelo

Que vivirá en la Historia sin historia…

 

[…]

 

Hoy no es día de contar, historiadores,

Es día de gestar… de hacer el cuento,

De empezar otra historia y otra patria

Y… de comprarse un traje nuevo.[38]

 

Sorprendente y visionaria es la última propuesta de este poema: dejar atrás el pasado y hacer una gesta nueva, libre de cadenas con la religión institucionalizada, las ideologías políticas o la tierra de origen. Qué difícil es perdonar el odio, el propio y el ajeno. Cuántos seres humanos han sido presa de experiencias traumáticas por el resto de sus vidas. No debe pensarse que porque León Felipe no fue miliciano estuvo eximido de atestiguar los horrores de la guerra. Los vivió en Madrid, Oviedo, Barcelona... Y a pesar de ello, es capaz de proclamar su esperanza en la libertad luminosa del futuro para todos aquellos que contaron, como él, con la inmensa oportunidad del exilio. Es un noble y visionario colofón en su dolorosa y perturbadora crónica. 

Esa nueva gesta empuñando la “espada del verbo” se realizó con creces en nuestro país. Gracias a la iniciativa intelectual de Daniel Cosío Villegas y de Alfonso Reyes, quienes fundaron la Casa de España en México –más tarde se convertiría en El Colegio de México; gracias también al respaldo del presidente Lázaro Cárdenas, al que León Felipe dedicó su libro Español del éxodo y del llanto en agradecimiento, México acogió a 40 mil españoles que se incorporaron de lleno a la sociedad mexicana, entre ellos docentes e intelectuales cuyos frutos hoy son invaluables.~  



[1] “Caminante, no hay camino / se hace camino al andar”.

[2] Poema XVI en Versos y oraciones de caminante. Libro primero (Madrid, 1930), Colección Málaga, México, 1971, p. 35.

[3] Poema XXVI, en Ibid. 

[4] “El poeta prometeico” en El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, Visor, Madrid, 1993, p. 21.

[5] “Don Quijote no es una entelequia”, en op.cit., p. 27.

[6] León Felipe escribió en el “Añadido”, especie de prefacio fechado en julio de 1968 y que reproduce la edición española de Visor de 1993, que había leído los poemas de El payaso de las bofetadas y el pescador de caña en el Palacio de Bellas Artes, treinta años antes. Por su parte, el investigador José Ángel Ascunce cita las Obras completas, impresas en 1963 por la editorial argentina Losada, donde el poeta da la fecha exacta de dicha lectura en Bellas Artes pero refiriéndose al libro siguiente, Español del éxodo y del llanto. José Ángel ASCUNCE. León Felipe: trayectoria poética, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 125.

[7] “Qué es la justicia”, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, p. 36.

[8]El pescador de caña”, op.cit., p. 53.

[9] “La justicia vale más que un imperio”, op.cit., p. 67.

[10]Raposa”, op.cit., p. 64.

[11] Cf. César GUERRERO. “El poeta de la justicia” en Arena, Suplemento cultural del diario Excélsior, (México, D.F.), Año 4, Tomo 4, No. 193, 13 de octubre de 2002, pp. 1-2.

[12] “Que la justicia existe”, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, p. 42.

[13] Ibid, p. 43.

[14] Ibid, p. 50.

[15] Español del éxodo y del llanto: doctrina, elegías y canciones. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/litEx/01818072094701506321324/p0000001.htm 

[16] “Está muerta, ¡miradla!,” op.cit.

[17] “Que la justicia existe”, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, p. 50.

[18] “Nos salvaremos por el llanto”, Español del éxodo y del llanto.

[19] “Un poema es un testamento”, op.cit.

[20] “Está muerta, ¡miradla!”, op.cit.

[21] “Reparto”, op.cit.

[22] “Estética”, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, p. 12. 

[23] “Está muerta, ¡miradla!”, Español del éxodo y del llanto. 

[24] Este es un poema muy singular, no sólo por su contenido, sino porque al estar fechado en julio de 1939, cobramos consciencia de que su dolorosa diatriba no obedece a la reflexión asentada de los años, sino que está a flor de piel, fruto del difícil momento del exilio.

[25] “Está muerta, ¡miradla!,” op.cit.

[26] “Diré algo más de mi patria”, Ganarás la luz, Lecturas Mexicanas. Tercera Serie, CONACULTA, México, 1990, p. 121.

[27] “Está muerta, ¡miradla!”, Español del éxodo y del llanto.

[28] “Quisiera decir cómo me llamo”, Ganarás la luz, p. 26.

[29] “¿Un lagarto o una iguana?, op.cit., p. 108.

[30] “El poeta y el filósofo”, op.cit., p. 134.

[31] “¿Cara o cruz? ¿Águila o sol?”, op.cit., p. 136.

[32] “No he venido a cantar”, op.cit., p. 59.

[33] “La esclava”, op.cit., p. 70.

[34] “La espada”, op.cit., p. 67.

[35] “Los muertos vuelven”,  Español del éxodo y del llanto.

[36] “Oferta”, El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, p. 58.

[37] “¡Eh, muerte, escucha!”, Ganarás la luz, pp. 76 – 78. 

[38] “Está muerta, ¡miradla!”, Español del éxodo y del llanto.


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