Rotación

{ página de César Guerrero }

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Cuento

 

A Santiago Cuenca Poblet

 

Aquél día las olas no parecían elevarse más que de costumbre ni la brisa estar más húmeda que otras veces. Sucedió al caer la tarde, cuando la luz es toda blanca, vestida de seda azul. Un cangrejo intentó alcanzar la ola que se replegaba para arrojarse otra vez sobre la playa. Las agujas sonoras de sus patas apenas alcanzaban a romper la espuma que quedaba en la arena. El agua no volvió. El cangrejo siguió corriendo tras la ola esquiva. Un pelícano alzó el pico y clavó sus ojos sin luz en la línea rota del horizonte que se elevaba en puntos diversos. El mar se vertía por las coladeras del cielo, en torbellinos enormes que se levantaban y se hundían en las nubes hasta disolverlas. Ningún desagüe guiaba su empuje, suma inaudita de gotas innumerables en estruendo silencioso. Burbujas de aire descendían como plomo al descubierto lecho del mar. Algas enormes cesaban de ondular en la respiración de las corrientes y caían sin fuerza, húmedas aún. Seguí al cangrejo hasta que llegamos al talud, donde se quebraba la plataforma continental. Él siguió corriendo. Yo no. No pude. A mis espaldas observaban las gaviotas, plegando sus alas. En mis ojos mojados se reflejó la imagen del crustáceo, perdiéndose en las llanuras inhóspitas, antes vedadas a los seres terrestres. Condenado a permanecer en la orilla de la playa, atisbo desde entonces un cielo de roca y constelaciones de barcos hundidos, desde el abrazo tibio del mar que se asienta y se apisona en el firmamento. ®

 


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