Naturaleza muerta

{ página de César Guerrero }

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Cuento

 

Cuando me lo propuso yo sabía que no iba a ser nada fácil, pero supuse que valdría la pena intentarlo. El ambiente era luminoso, supongo que por la mutua admiración que nos teníamos. Pero es claro que eso no basta. Es curioso cómo a pesar de los intentos deliberados y francos por mirar las cosas de maneras afines emergen, de pronto, insalvables diferencias. Es una pena. Pese a todo no podría decirse que no lo intentamos, no. De hecho, el proyecto estuvo muy anunciado y creo que abundan los testigos. Pero lo que más lamento es que terminara así, con este mal sabor de boca que tenemos ahora por la duda de saber si de verdad valió la pena. En fin, para ambos, ya es cosa del pasado. Ahora le toca a los otros apreciar la obra. Lo que necesito es una taza de café, algo de Mendelssohn y Bach y algún librito sencillo y viejo que tenga mucho tiempo de no haber releído. No sé, tal vez Vallejo. Preferiría el ambiente taciturno de Berlín pero ahora estamos en París. Eso sí, no pienso conceder ruedas de prensa. Creo que él tampoco aceptaría. Yo, a lo mucho daré una entrevista en un par de meses y con previa autorización de las preguntas. Además, la propuesta fue suya. La idea era común pero, en este caso, sucede que la idea no son las escenas. “Rafaella no podía quedarse así como así frente a Joseph. Dejaría de ser ella misma. Era necesario decirlo y lo hubiera hecho aún careciendo de razón, o más bien, precisamente por eso. Es decir, no se trata de lógica sino simplemente de los ideales. ¡No puede ser más diáfano!”, dijo, mientras agitaba el guión frente a mi cara y regresaba, una y otra vez a aquella escena en que Joseph se pierde con Fanny frente a los ojos impávidos de Rafaella. Repasaba los diálogos, las tomas. “¡Imagina lo que siente el espectador tras la mirada de Rafaella!”. Yo nunca estuve de acuerdo. El problema no era de lógica o de razón. A mi modo de ver, Joseph era ya un ángel caído incapaz de volar y Rafaella, justamente al verlo caer en su sino desde lo alto de su ideal comprendería, finalmente, que era algo perdido y que era Joseph el condenado, no ella; que era mejor dejarlo disolverse. Me gustaba muchísimo más. Después del amor, la soledad acompañada. Él fracasa. Ella no. Ella simplemente sigue, en calma y en silencio. Era mejor. De hecho, no puedo negar que me enorgullezco de esos monólogos finales. La actuación de Elizabetha fue perfecta, soberbia. Pero en fin. Cedí. Quizá, más que por su temperamento agitado, porque nunca pude dejar de sentirme un poco intruso en sus alegoría,. Tras décadas de obra en ambos, nuestros estilos ya están demasiado arraigados. No es para lamentarlo tanto. Al fin y al cabo me quedé con esas escenas finales y, una vez que terminen las proyecciones comerciales, me pondré a editar una copia cero con mi versión; una copia personal condenada a mi efímera existencia. Es justo. Será muy buena.

Pensándolo bien, me parece que en vez de café, tomaré vino.®

 

 

 


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