Curiosidad

{ página de César Guerrero }

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Publicado en Aleph, gaceta estudiantil. México, FCPyS, UNAM, No. 10, noviembre 1996, pp. 8-9.

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Cuento

 

En un gesto de inconmensurable ociosidad, se miraba la mano con la misma admiración que cualquiera vería algo caído de otro planeta. El lento movimiento de la hamaca y las ramas del árbol movidas por el viento, cambiaban la iluminación proveniente de Helios, que bañaba y sombreaba los vellitos a la vista de sus ojos en proceso de franca desorbitación. La cerraba... La abría... La volvía a cerrar y... la volvía a abrir. Como un corazón de elefante: palpitando lento.

Sin saber por qué, le parecía maravilloso lo que hacía. El perfecto dominio de una de sus dos extremidades superiores, en perfecta simbiosis, en perfecta comunicación con los deseos generados desde su cerebro. Pensar que cada orden se ejecutaba sin chistar y al instante, a través de quién sabe qué nervios que recorrían el hipotálamo, la médula espinal, parte de la espalda y el hombro, brazo y antebrazo hasta llegar a los dedos de la mano. ¡Qué perfecta obra de ingeniería biológica, de materia organizada en moléculas que forman células que a su vez forman tejidos diferentes con una función armónica e interactiva entre sí para formar esa extraordinaria máquina llamada cuerpo humano, y que ahora se encontraba reflexionándose a sí mismo!

Sí. Fascinante. Pero ahora miraba la piel del dorso extendido de su mano. ¡Cuántas cosas adivinadas vagamente bajo ella! Sistemas de músculos delgados y de variados tamaños, recubriendo los blancos huesos, atados a éstos por tendones de tejido fibroso compacto, dándole vida y movimiento al esqueleto inerte; alimentados por miles de ramificaciones de arterias y venas; gobernados por similar cantidad de nervios transmitiendo señales eléctricas. Respirando a través de poros, expulsando vello, haciendo procesos fotoquímicos para generar vitamina D en la superficie epidérmica, eso era su mano.

Entonces, la movió de nuevo. Ahora experimentaba con toda clase de movimientos posibles. Mover los dedos uno por uno; luego uno sí y uno no alternándolos de tres a dos, de dos a tres. Jugaba con las posibles rotaciones de la muñeca entera, con la fuerza al apretar, o la delicadeza al agarrar cosas frágiles imaginadas en el aire. Recordaba todos los ademanes posibles, todas las caricias dadas. El sentimiento del calor, del frío, de las texturas cuya sensación era como mirar, pero de manera diferente a la de los ojos. 

Una joya de ingeniería, de potencia, de coordinación entre tejidos y estructuras de ser vivo, que habían permitido -junto con el uso del intelecto y la razón- el ascenso intelectual y material del hombre sobre las otras criaturas, en un afán por modificar la naturaleza, la realidad circundante, por destruir o construir belleza. Pensaba en un escultor moldeando los pechos de una diosa griega, en un pianista atacando -con su enorme variedad de intensidades y de formas- las teclas de un piano, haciendo brotar la sublimidad, deleitando a la sensibilidad humana. Tan maravilloso interior de ese miembro suyo, que siempre había sido parte de su cuerpo, un miembro de tan maravillosas potencialidades infinitamente variadas, no podía permanecer más tiempo sin ser analizado, estudiado, conocido palmo a palmo por sus ojos curiosos. Tomando la navaja del cinto, la derecha entonces reveló la intimidad de la izquierda, a unos globos oculares que, ávidos de conocer la elaboración de esa parte de tangible existencia humana, se iban nublando. Y se apagaban con una última imagen: la imagen del blanco hueso -último vestigio del muñón vivo- tiñéndose de rojos borbotones que brotaban languidecientes mientras la noche se fue cerrando en torno. ®

 

 

 


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