El cuervo se mira en el espejo

                                                        { página de César Guerrero }

___________________________________________________________

Publicado en Opción. Revista del alumnado del ITAM, México, No. 111, noviembre  de 2001, pp. 27-34. 

__________________________________________________________________________

Cuento

 

Rien n’égale en longueur les boiteuses journées,
Quand sous les lourds flocons des neigeuses annés
L’ennui, fruit de la morne incuriosité
Prend les proportions de l’immortalité[1].

Charles Baudelaire
Les fleurs du mal, 76

 

El siniestro pájaro de plumaje de ébano, ébano reluciente e insondable, proyecta su sombra sobre el piso de madera, una sombra fantasmagórica y recortada por densos rebordes de luz rojos y amarillos. Sombra que -como siempre- cae desde su soberbia e infatigable silueta posada sobre el busto de Palas que corona el dintel de la puerta. Es precisamente ese siempre el que le exaspera desde hace tiempo. Un siempre que se manifiesta de distintas maneras, pero cuyos cíclicos estados de ánimo provocados dialéctica y recurrentemente se extienden sin fin: Del tedio de saberse eterno hasta la exasperación del tedio mismo que, a su vez, desemboca en una renovada indiferencia. Todo inició hace ya mucho tiempo cuando Never  More, el cuervo, comenzó a fastidiarse de ser el cruel mensajero de una situación sin salida. Había olvidado, incluso, cómo era su vida antes de llegar allí. Al cuestionárselo no era capaz de encontrar respuesta alguna. Era como si no tuviera origen, fuera de ese lúgubre cuarto atestado de libros, con un sillón de terciopelo violeta, con una gruesa cortina que parece no tener una correspondiente ventana tras de sí y con una lámpara proyectando dos sombras: una, sobre la pared que queda a sus espaldas y, la segunda -extrañamente-, sobre el piso. Su mirada posee poca libertad. En gran medida debido a que no puede mover la cabeza. Mantiene siempre esa misma postura petulante, ufana, cruel e indiferente, propia del verdugo al que representa. Sus ojos clavan su mirada de tizones encendidos, como una aguda y certera flecha, sobre el sillón que hace ya muchas noches optó por darle la espalda pretendiendo ignorarlo -sin lograrlo, por supuesto. Era un diálogo monótono y sordo de miradas y actitudes entre esos dos personajes (el cuervo y el amante de la fallecida Leonora), que jamás conducía a algún lado. En un principio, tal vez llegó a sentir cierto placer en espetarle su profecía de dos palabras, cuya unión resulta en una funesta e inclemente combinación de fonemas lóbregos: "Never more. Never more." Ellas solas bastaban para hacer desdichada la vida de un hombre que se negaba a confrontar las posibles respuestas a sus ineludibles preguntas. Pero eso fue al principio. Más tarde lo hizo mecánicamente, con un perfecto sentido del deber. Luego comenzó a dudar de ese deber. Sin embargo, y antes de continuar, considero preferible y, aún más, acertado, que sea el cuervo mismo quien, a través de sus propios soliloquios, lo narre:

-"¡Miserable", me gritó, "tu Dios (¿qué Dios?) te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!" Yo contesté implacable: never more. "¿Hay bálsamo en Galaad (...) esta alma abrumada de penas, en el remoto Edén, tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora?" Siempre repetí mi anatema: never more. Él reconocería finalmente que su alma no podría liberarse nunca más de mi sombra, esa sombra que proyecto siempre en el suelo, como pisando su amor. Y tuvo razón. Muchas veces le vi sufrir severamente desde entonces. Optó por no verme, por entrar siempre de espaldas a mí y ocultar su apesadumbrada cabeza tras el respaldo de su sillón. Ahí cavila sus lecturas intercalando sus más hondos temores entre las líneas que lee. No me habla desde entonces. Pero sabe que sigo aquí. Que no lo abandono. En ciertas ocasiones no resiste la tentación de ver, aunque sea de reojo, si aún no me he marchado. Su faz se desfigura entonces como punzada por un terrible dolor, pues sabe que la esperanza es vana y su mirada de reojo es el dedo que lastima esa llaga tan sensible en su alma. Una herida con un nombre de siete letras. Sin embargo, la aparente maldad que se desprende de mis actitudes con él no es más que eso: una apariencia, una máscara... una pose. No es tal en mí. Claro que, por otro lado, no se puede negar que esta máscara de maldad y esta cruel mirada inmisericorde de verdugo me son inherentes. Tal vez sea eso lo que lo hace sufrir. Pero debo admitir que yo no deseo más ésto. No por él, sino por mí. Porque sé que su situación no tiene remedio. No existe salida. Y su circunstancia es también la mía, de manera que tampoco yo tengo salida. Esa sospecha se convirtió, a posteriori, en afirmación, particularmente desde aquella ocasión en que cavilaba sobre ésto mismo. Después de reflexionar mucho tiempo en el asunto, mi propia situación de inmovilidad comenzó a inquietarme e intenté volar. Las pesadas cortinas del fondo resguardaban una salida, oculta pero existente y, sobre todo, frágil. No era capaz de dilucidar qué era lo que se extendía detrás de ellas, pues lo había olvidado. Mis únicos recuerdos comienzan a partir del momento en que emergí del éter nocturno para entrar y nacer en este reducido universo de una acogedora atmósfera, que ahora se ha tornado en una insoportable y recargada atmósfera. Así pues, pensé lanzarme hacia adelante con todo mi ímpetu acumulado y rasgar las cortinas, quebrar los cristales huyendo de este sin-sentido. El deseo de huir creció hasta ser inconmesurable. Entonces lo hice. Sentí algo similar a una corriente eléctrica que estremeció todas las fibras de mi cuerpo. Sentí cómo todo yo me volvía una enorme fuerza que se concentraba en una sola dirección: hacia la libertad. Pero no moví ni una pluma, mi aspecto exterior se mantuvo tan petrificado e inmutable como siempre. Era algo sorprendente pero, sobre todo, incomprensible. Quise gritar y moverme, sin lograrlo. Sólo mi mirada conserva algo de movimiento; con ella puedo bañar prácticamente toda la habitación. Mi angustia creció hasta límites insospechados, alimentada por el deseo de volar tan misteriosamente contenido. De mi pico salieron únicamente las palabras acostumbradas: never more. No pude proferir otra cosa. Por primera ocasión experimenté un deseo infinito de llorar, sin que pudiera hacerlo tampoco. En ese momento, al sentirme como el alma más abandonada de la creación, Palas me habló. Sí, este sobrerrelieve sobre el que poso mis garras y que eternamente me sostiene, me habló.

-¿Qué es lo que intenta, Never More?

Mi estupor fue, comprensiblemente, muy grande y no pude contestarle de momento.

-¿No me contesta? No hace falta que lo haga. Ya lo sé.

La voz me temblaba al responderle.

-¡Quién es usted, por qué me habla, qué es lo que sabe?

-Sé todo lo que ha estado pensando, podríamos decir que tal y como si yo fuera su confesor.

En esos momentos de confusión entraba él y, temiendo que percibiera mi súbita debilidad y temor, le susurré a Palas que se callara.

-No se preocupe. No puede oírnos. Su pico no puede decir otra cosa que "never more." Mi boca simplemente no puede decir nada. Nuestro medio de comunicación es muy distinto.

Alcancé a escuchar que él me murmuró rencorosamente "¡Maldito profeta!" Lo había hecho muchas veces, pero esa ocasión en particular sentí algo completamente distinto, algo que no me agradó en lo más mínimo. Era como si en esta ocasión fuera él quien me castigara a mí. Fue tal vez ese hecho lo que me motivó a suavizar mi tono agresivo para con Palas y preguntarle dócilmente, como un pajarillo asustado:

-Palas... ¿qué me pasa? ¿Por qué no he podido moverme?

-Ocurre, Never More, que padece un serio problema de identidad. Eso ocurre.

(¿Qué clase de tontería podía ser ésa?)

-¿Un... serio problema de identidad, dice?

-Eso dije y lo reafirmo, sí.

-Pero... ¡cómo es posible eso, no entiendo!

-¿Se ha preguntado alguna vez quién es usted?

-No, no... ¡Pues claro que no porque lo sé perfectamente!

-¿Ah sí? ¿Y puede decirme entonces, querido amigo, quién es?

-Un cuervo de nombre Never More.

-Lamento decirle que se equivoca.

-¡¿Qué?! ¡¿Se ha vuelto loca Palas?!

-En absoluto.

-¡Con todo respeto, lo que dice es una estupidez! ¿Sabe?, será mejor que lo discutamos más tarde.

-Todo lo que ha dicho no hace sino confirmarme que estoy en lo cierto.

-¡Vaya! Y, según usted, ¿quién soy entonces?

-La pregunta precisa no es quién es usted, sino qué es. Y la respuesta es que usted no es más que una simple alegoría.

-¡...!

¡Una alegoría! El sólo pensarlo me estremeció aún más que cuando sentí la voz de la mente de Palas conectarse de súbito y por primera vez con la mía. Pero a partir de ese momento, Palas habría de comenzar su hiriente diatriba.

-Se equivoca usted Palas. ¡No soy eso!

Rió. Se rió de mí largo tiempo. Y su risa era de una seguridad definitiva, humillante incluso, que me causaba una sensación de impotencia irreductible. Una vez que se hubo calmado, continuó.

-¡Ay, querido cuervo, compañero mío, su ingenuidad me sorprende! No esperaba que su olvido fuese de semejante magnitud. Y... ¿sabe?, no puedo equivocarme. ¿No sabe acaso quién soy, o, mejor dicho, a qué represento? Represento a la sabiduría. Soy el amparo de filósofos y artistas. Vienen a mí de manera similar a como los hombres en general buscan consuelo en otro ideal superior, denominado "Dios". No puedo equivocarme Never More. No, no puedo. Yo también no soy más que una simple alegoría como usted. El problema es que lo ha olvidado y cree que es lo que le inspira su forma. Es ése su error. Usted y yo no somos otra cosa que alegorías nacidas de la cultura europea, grecolatina.

-Divaga usted, Palas. Haga el favor de explicarse.

-Con gusto. Ocurre que nuestros cuerpos, nuestra circunstancia, es decir, este cuarto, ese hombre herido, solitario y sufriente que usted temía nos escuchara hablar, no son sino parte de una alegoría nacida en la genial y terrible mente de Edgar Allan Poe. Fue él quien nos juntó aquí. A usted, a mí y a todo esto. Somos inmortales ahora, Never More, y ésa no es la naturaleza inherente a un cuervo de carne y hueso. "La eternidad no es más que la liberación del tiempo."[2] Nosotros ya no pertenecemos a él y tampoco podemos intervenirlo. Estamos fijos. El precio por liberarnos del tiempo consiste, precisamente, y aunque suene a contradicción, en perder la libertad de intervenirlo. Seguramente ya lo habrá notado. Cada parte de su forma actual obedece a una intención. Usted no puede moverse, no puede volar. Sólo su mirada lo hace; ello se debe tan sólo a la conveniencia estética que para dicha intención tal fenómeno posee, es compatible con lo que usted representa. ¿Se ha preguntado qué es lo que representa, qué clase de alegoría es? No. No lo ha hecho. Es por eso que usted se ha confundido y se considera a sí mismo un ser mundano. Cree que goza de libertad, que sólo necesita hacer efectiva su voluntad, que la cortina esconde un universo que ha olvidado. Pero no esconde nada, porque tal universo no existe. Toda la alegoría está contenida en este cuarto. Eso es lo que ha olvidado en realidad. Nuestra forma nos la dió el poeta.. Él concibió y desarrolló la alegoría. Él es algo así como un Dios para nosotros, aunque tan sólo en el plano alegórico, pues el concepto que representamos es eterno, trasciende al poeta y a cualquier hombre en particular. Es una esencia inherente al amor del ser humano, de la humanidad vista como tal, sin particularismos o concreciones, y seremos eternos mientras ésta se siga perpetuando.

-Pero, ¿por qué el amor?

-Pues porque lo que ese hombre eternamente atormentado padece es un amor que se fue en su forma mundana, que fue deshecho por las fuerzas entrópicas que limitan la existencia de la vida. La vida conlleva la muerte. El error de ese hombre es aferrarse a una manifestación individual de la vida, a la compañía de uno de tantos seres en particular. Eso es imposible. Cloto[3] es al instante y sin detenerse nunca, Láquesis[4]. Tampoco existe el Leteo definitivo y automático. Su existencia en vida es otra utopía para los hombres doloridos como él. El amor que sentía debe metamorfosearse en un amor liberado de la carne, pues ésta, tarde o temprano, torna al polvo. ¿Qué tan factible será eso para él, o más bien, para aquellos a quienes representa? Eso no nos interesa. Su dolor, que se repite recurrentemente en la vida de casi todos los hombres y mujeres de todas las épocas, habidas y por haber, es lo que hace de nosotros un concepto eterno: El de la futilidad de perpetuar una de las tantas manifestaciones particulares de la existencia que se mueve, que transcurre en el tiempo y cuyo transcurrir es limitado. Nuestra forma actual, la alegoría, es también susceptible de padecer una muerte similar.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, si no quedara vestigio alguno en la memoria de los objetos y de las mentes humanas de este poema en que vivimos. Moriríamos entonces. Perderíamos nuestra actual manifestación alegórica; no obstante, nuestra esencia permanecería incólume. Aún sin nosotros seguiría existiendo la dolorosa verdad de la frase "never more", que acertadamente sentencia la imposible e irrepetible eternidad del orden individualizado de lo material, de lo terreno; aún cuando no lo dijera un cuervo. Olvidar eso y restringirse a su actual estado simbólico ha sido su error y su angustia, Never More. Usted debe comprender que estamos fijos, eternizados. Que somos tiempo congelado, como el de una imagen fotográfica. Nosotros no tenemos una libertad como usted pensaba, pues no es parte de nuestra naturaleza. Eso sería como -y espero me excuse el símil- pedirle uvas al olivo; como abandonarse a un espejismo, que le acarrearía, además, a la neurosis e incluso a la psicosis. No es conveniente que un personaje como usted llegue por sí mismo a tan lamentable estado mental.

-Pero... si estamos fijos, ¿entonces por qué él entra y sale como si de verdad viviera?

-¡Ah!, eso no es más que parte de la retórica de las acciones. Ni él se mueve realmente, ni usted ni yo hablamos por nosotros mismos. Es el otro. Estamos siendo recreados de acuerdo a su libre fantasía, aunque dicha recreación tiene también sus propios límites: debe respetar nuestra esencia si han de creerle.

El discurso de Palas fue revelador. Recuerdo que cuando hubo terminado nos quedamos callados mucho tiempo. O al menos así me pareció. Mientras asimilaba lo que me había dicho, la tranquilidad parecía regresar a mí lentamente. Comenzaba a sentirla como si ya nunca fuera a abandonarme, afianzando una nueva seguridad que hacía mucho tiempo no tenía. Sus palabras habían sido duras en un principio, pero paulatinamente se tornaban bálsamo que confortaba a mi alma...

No obstante, algunas veces me ha vuelto a asaltar la duda: ¿Y si pudiera ser un simple cuervo, abandonar el concepto alegórico y vivir y volar libre, ser plenamente dueño de mí mismo? ¿Y si yo pudiera ser algo más que ésto? ¿Si pudiera decidir mis actos, influir tangiblemente en el mundo y no ser tan sólo una abstracción del mismo hecha por la conciencia y el imaginario mitológico de una mente humana? En pocas palabras, ¿y si pudiera vivir... aunque después muriera, pero ¡vivir! a fin de cuentas? Entonces el destino me asalta de nuevo, y mi propio ser, o Palas, o algo que desconozco, me susurran a los oídos del alma un sencillo binomio de palabras siniestramente ciertas: "Never more."®



[1]. ¡Qué interminables son esas tristes jornadas! / cuando bajo la copa de los nevados años, / el tedio, que engendró la triste indiferencia, / toma las proporciones de la inmortalidad.

[2]. Hermann Hesse. El lobo estepario.

[3]. Deidad que representa al tiempo presente, según la mitología griega.

[4]. El tiempo pasado.


Comentarios: [email protected]

Página de Inicio

Hosted by www.Geocities.ws

1