El
pequeño "tigre" ibérico
Resulta
preocupante -o así debiera ser- para cualquier sociedad avanzada
el comprobar de qué manera va perdiendo no sólo sus propios valores
y costumbres, sino incluso su patrimonio cultural y biológico.
Este último, el biológico, no parece haber sido nunca tomado demasiado
en cuenta. Y, creo yo, y a buen seguro también tú, lector -y excúsame
ese trato de confianza-, que no es cosa de tomarse a broma el perder
un patrimonio irrecuperable, extenso por cuanto lo diverso de las
especies, ecosistemas, climas, etc. que lo componen, y tan frágil
que un ligero desequilibrio en esta tupida red que interrelaciona
todos los componentes de cualquier ecosistema, conlleva una sucesión
de acontecimientos difícilmente reparables por la pequeña mano del
hombre, por más que, encerrados en nuestra actitud ególatra, nos
creamos dueños de "echar a nuestra cazuela" todo lo que corra, nade,
o vuele.
Tal
vez creamos que no hay por qué ser tremendistas, que todo tiene
solución o que realmente no puede llegar a afectarnos. Cuando se
habla de medio ambiente, no se habla de las amapolas de un verde
campo de trigo, ni de las abejas que polinizan dichas flores, ni
de una perdida y lejana selva amazónica. Se habla del entorno que
nos rodea, de la interacción del hombre con el mismo, de la ciudad
donde vivimos, del aire que respiramos, en suma, de nosotros mismos.
Y, aunque sólo fuera por eso, por simple y mero egoísmo, deberíamos
ser más exigentes con nuestros gobiernos, con nuestros conciudadanos
y con nosotros mismos, para intentar conseguir unas mejores y más
óptimas condiciones de vida.
Quizá
aún pienses que todos esos problemas están lejos. Que a ti no te
afectan, o que no llegas a ver ninguna consecuencia directa de los
mismos. Ya vivamos en la ciudad o en un perdido pueblito rodeado
de campos de cultivo, podremos observar secuelas de la presión que
ejercemos sobre nuestro medio ambiente. Pensemos tan sólo por unos
instantes en qué echamos de menos a nuestro alrededor. Yo propondré
un ejemplo. Después, te toca a ti, ¿de acuerdo? Llega ahora el verano,
y con el estío, las tardes se prolongan y extienden bajo un calor
soporífero. Pero, con la caída de la noche, refresca un poco, y
todos nos disponemos a pasear, a tomar unas cañas en la terraza
de ese bar de la esquina, o a leer un libro en un parque cercano.
Miremos por un instante al cielo. ¿Qué vemos? Tal vez el lucero
del alba ya titila, solitario aún. Una perdida nube. Algún tejado
bajo cuyo alero aún quedan las marcas de un nido de vencejos arrancado
y caído. Pero, ¿qué es lo que no vemos? Por ejemplo, el vuelo zigzagueante
y (aparentemente) sin rumbo de los murciélagos. Tal vez veamos uno,
dos, tres de estos mamíferos voladores buscando su alimento durante
el crepúsculo. Hace cinco, diez años, su número habría sido muchísimo
más elevado. Recuerdo, en mi caso, cielos abarrotados de pequeños
murciélagos que con su vertiginoso vuelo rasante, con aquella danza
macabra que ejecutaban cada noche, me embelesaban y me hacían indagar
en los misterios de la física y la vida. El radar con el que tan
ingeniosamente dotó Madre Naturaleza a los quirópteros. Este es
sólo un ejemplo de cómo un animal beneficioso para nosotros, ya
que la ingesta de pequeños insectos que realiza cada noche resulta
necesaria y útil, desaparece en pos de un progreso en el que, encontrado
el DDT y más eficaces insecticidas y pesticidas con los que rociar
nuestros campos, no hay cabida para un animal que perece envenenado
por alimentarse de insectos emponzoñados. Pero no sólo él, sino
muchas avecillas insectívoras mueren por esto, o resultan dañadas.
Los huevos de muchas aves cada vez muestran un menor número de nacimientos
debido a que los pesticidas dañan los mismos. Pero no divago más,
y te dejo el turno: espero tu ejemplo.
No
es éste -no, al menos, en primer término- el tema de mi artículo.
Tan sólo pretendía exponer el hecho de que todo, aunque no nos lo
parezca, nos influye y toca de cerca. ¿Recuerdas que ocurrió con
el bucardo? El bucardo, esa cabra montés pirenaica, se extinguió
hace un par de años. Su último ejemplar, una anciana hembra, murió
aplastada por un árbol caído. Un triste final para una especie autóctona,
irrepetible, que era parte de nuestro patrimonio biológico. Una
pérdida irreparable, en suma. Yo pretendía, al comenzar el artículo,
hablar un poco sobre el lince ibérico (Lynx pardinus). Sobre nuestro
pequeño tigre peninsular.
Estudios
de la Consejería de Medio Ambiente indican que el número de ejemplares
lince es de unos quinientos. Teniendo en cuenta que su número está
en grave recesión (su población se ha reducido al 50% en los últimos
10 años), y lo dificultoso de la reproducción en ejemplares tan
dispersos geográficamente, llegamos a la conclusión de que nuestro
lince se encuentra en graves problemas de supervivencia como especie.
Especie que se encuentra gravemente amenazada por la pérdida de
su hábitat, la disminución de alimento disponible por la regresión
de su presa básica (el conejo), así como por la mortandad no natural
de ejemplares por atropellos, cepos, disparos... Según datos de
la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN), el lince ibérico está
considerado como el felino más amenazado del mundo.
Se
creyó durante mucho tiempo que el lince ibérico (lynx pardinus)
era una subespecie del lince boreal o eurasiático (lynx lynx), y
esta confusión -además de la dejadez y mal hacer de unos gobiernos
poco interesados en la conservación de nuestro entorno- ha conllevado
a una mala y escasa política de conservación del lince ibérico.
Por poner un ejemplo, el gobierno español pagó generosamente la
destrucción de linces hasta los años 50, no siendo declarado especie
protegida hasta 1973. Actualmente hay sanciones por el asesinato
de un lince que llegan incluso a la cárcel.
¿Qué
sabemos sobre el lince? Todos hemos visto en alguna ocasión en televisión
a este pequeño cazador. Hagamos memoria: a buen seguro nos llamó
la atención este singular felino por sus orejas rematadas por pequeños
"pinceles" de pelo negro, cuya finalidad es la de descomponer la
redonda silueta de su cabeza y aumentar así el mimetismo con su
entorno. También recordaremos sus patillas que le cuelgan de las
mejillas y le proporcionan tan singular apariencia. Los machos,
por cierto, las tienen más grandes que las hembras, pero en ambos
casos esas patillas crecen durante toda su vida. Y su pelaje, pardo-grisáceo
con los flancos moteados de negro, que tan bien le camuflan en los
bosques mediterráneos con abundante matorral que conforman su entorno.
Su
entorno, su territorio, que viene a ocupar unos 10 kilómetros cuadrados,
y cuya extensión está delimitada por la cantidad de presas que allí
habiten. Territorios que, cada vez más, aparecen degradados por
la mano del hombre, separados por barreras de todo tipo, lo que
consigue aislar a los linces en poblaciones fragmentadas, incomunicadas,
que dificultan la reproducción, e impiden en último término el intercambio
genético de la especie.
Los
problemas ante los que se encuentra el lince, son por tanto, el
descenso de las poblaciones de conejo, su máxima fuente alimenticia;
la pérdida de su hábitat, al que han afectado tanto las repoblaciones
con especies inadecuadas, de crecimiento rápido, como el pino o
el eucalipto, que evitan el crecimiento de matorral, como la ganadería
intensiva, que sobre-explota el estrato herbáceo, limitándose así
las poblaciones de conejos. Y por último, actividades de caza furtiva,
con uso de cepos y lazos, las muertes indirectas por accidentes,
etc.
Habida
cuenta de la situación de tan emblemática especie, los biólogos
no quieren arriesgarse a que una inesperada enfermedad, o cualquier
situación imprevista, llegue a mermar más aún la población de linces
ibéricos. Por ello, entre las acciones que se están llevando a cabo
para la recuperación de la especie, se encuentra la cría en cautividad.
Es el medio de conservación que se usa cuando todos los demás han
fallado, y en la actualidad sólo se usa este método con el quebrantahuesos
y, próximamente, con el águila imperial. Sin embargo, no es algo
tan fácil. Las especies salvajes tienen serios problemas para la
procreación cuando se encuentran en cautividad, y así, por ejemplo,
aunque se han producido puestas de quebrantahuesos cautivos, no
ha sido con éxito. A esta iniciativa del Grupo de Trabajo del Lince
Ibérico se ha sumado por primera vez Portugal, donde existen unos
60 ejemplares de lince. Así pues, se intentará la reproducción de
linces en el centro de "El Acebuche", en Doñana, y hasta dentro
de 8 ó 10 años no se cree que puedan introducirse algunos de esos
linces en zonas donde la especie ha desaparecido o está en franco
retroceso... y pueda conseguirse con éxito. Esto sólo sería posible
si las condiciones que provocaron la desaparición del lince hubieran
cambiado. Es por ello que el biólogo Miguel Delibes apunta que,
si bien el Ministerio de Medio Ambiente con esta iniciativa intenta
la recuperación de la especie, no actúe de forma incongruente con
su política de aguas, aprobando la construcción de embalses que,
como el de la Breña II, amenacen hábitats de linces.
Resumiendo,
tenemos linces que, como aquellos murciélagos que ponía por ejemplo
algunos párrafos más arriba, cada vez son menos avistados. Más escasos.
En recesión. ¿Hasta qué punto queremos imponernos la medalla de
permitir la desaparición de una especie? ¿Aun así, nos consideramos
avanzados, civilizados... racionales? No creamos que todo nos pertenece
y que podemos destruirlo a nuestro antojo... o creámos que sí,
que es nuestro, y asumamos la responsabilidad que nos corresponde:
defendamos, con uñas y dientes, pero sobre todo con inteligencia,
aquello que es nuestro más preciado tesoro. He dicho.
Miguel
A. Chico
Miembro de Auca.
(Este artículo apareció publicado
en el nº 2 de la revista cultural Al-Margen)
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