«La importancia de llamarse Avalanch» |
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Grupo: Avalanch_ Día: 13/11/03_ Lugar: Sala Bilborock (Bilbao) |
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Injusto y caprichoso es el mundo del Heavy Rock en una época que
ya ha sido bautizada como el renacimiento de los sonidos más duros de la
música en nuestro país. Es cierto. Créanselo. Sin embargo, no corren
buenos tiempos para aquellos músicos que navegan contracorriente en un
mar plagado de ilusos conquistadores, náufragos de su propia ignorancia,
que tratan con desdén a quienes llevan a buen puerto los restos de un género
levemente enfermo y carente de imaginación. Avalanch, adalides de un
movimiento musical que exime al Heavy Metal de sus grilletes más
ancestrales, pasearon con acierto por Bilbao su más reciente creación,
‘Los poetas han muerto’ ante una audiencia mermada en número por la
acción de quienes envenenan con su lengua viperina a toda una opinión pública.
Muy lejos del clamor popular con el que los asturianos fueron
recibidos dos años atrás en la vieja Iglesia de La Mercéd, el grupo
liderado por el virtuoso guitarrista y compositor, Alberto Rionda, resurgió
de sus cenizas en unos de sus conciertos más completos hasta la fecha.
Avalanch fue condescendiente con el público, mostrando una imagen más
compacta y unida que de costumbre, capaz de reflejar sobre el escenario
muchas de las maravillas que guardan sus obras de estudio. Atrás queda un
camino tortuoso y repleto de trabas; algunas ganadas a pulso, la mayoría,
sin embargo, injustamente impuestas por la torpeza de algunos medios
especializados. En medio de todo aquel embrollo, la edición de ‘Los
poetas han muerto’ abre una nueva e ingeniosa etapa musical para una
banda que ha logrado cerrar las bocas de aquellos que gratuitamente se
auparon al carro de la envidia y de los despropósitos.
La céntrica sala Bilborock recibió a un público
fiel, de gustos renovados, que halló en su cita con Avalanch la mejor
forma de hacer frente al frío ambiente que se respiraba al otro lado de
los vetustos muros del local. Las manijas del reloj marcaban algo más de
las diez y media de la noche cuando el grupo tomó posiciones bajo el
imponente telón que reclamaba nuestra atención con la leyenda Avalanch:
Los poetas han muerto. El patio se convirtió en un campo de brazos en
alza, aplaudiendo los titubeantes acordes que desprendió la guitarra de
Alberto cuando mentó los primeros compases de “Lucero”. La
irregularidad del sonido aguó un comienzo que se prometía feliz con las
estrofas de un tema con el que Avalanch reinventa el Hard Rock. Superadas
esas dificultades iniciales, el combo astur exhibió sus más recientes
heridas con “Cien veces” y “Jamás”, donde la impostada voz de Ramón
Lage hizo que la audiencia comenzara a recibir ese influjo de sentimientos
que hacen de un concierto de Avalanch un espectáculo extraordinariamente
especial.
En esta ocasión, el set-list
contemplaba algunas sorpresas que la banda ya experimento en su reciente
gira por Latinoamérica. Pronto escuchamos dos temas de su anterior LP,
“El ángel caído” y “Levántate y anda”, revisados por la nueva
formación, adoptando una atmósfera más gótica similar a la de ‘Los
poetas han muerto’. Mientras la muchedumbre gozaba de aquella estampa
sin echar de menos a miembros del grupo que ya no están, Rionda abandonó
esa mirada altiva que le caracteriza para unirse al carácter simpático y
generoso de Daniel León. Cuando se vislumbraba la perfección en el “El
viejo torreón”, una increíble ejecución de los “Los poetas han
muerto” vino a corroborar que Avalanch se halla en su mejor momento de
forma. A continuación, un remanso de paz, propio de la inspiración
divina, humedeció nuestros lagrimales: el momento de “Alborada” había
llegado.
La sección rítmica compuesta por Marco, Fran y Dani rubricó una
actuación inconmensurable de la que “Niño” fue su mejor muestra.
Este ambicioso corte, resumen de la fusión estilística que practica la
banda fue el preámbulo para una de las sorpresas de la noche: “Cambaral”.
El agotador ritmo de “Madre tierra” sirvió de contrapunto anticipado
a una serie de solos de guitarra, batería y teclados que ejercieron de
narcotizante colectivo. A continuación, un espontáneo brindis de Roberto
Junquera, embriagó el recinto del aroma a manzana fermentada que
desprende la sidra asturiana. Aquel gesto, fue compartido con el resto de
miembros del grupo, a los que se les unió parte del público. En la recta
final del show, degustamos entre otros, dos temas poco habituales en el
repertorio de Avalanch en los últimos tiempos: “Vientos del sur” y
“Torquemada”.
En medio de una fuerte obación, la escena se disolvió tras casi
dos horas de concierto. Para el recuerdo queda esa esperanzadora imagen de
un banda recompuesta que apunta a convertirse en la mentora de una nueva
variante del Rock Duro. Avalanch y la historia siguen su curso. Los que
vendieron la piel del oso antes de cazarlo, se llevan las manos a la
cabeza. ¿Los poetas han muerto? |
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Texto y Fotos/Raúl Martinez |