«Yo he sacado la piel de un hombre que todavía no estaba muerto».

Estas palabras del doctor Wang Guoqi, pronunciadas casi como un susurro, fríamente y sin emoción, retumbaron el miércoles en el Congreso de Estados Unidos. El hombre a punto de morir era un prisionero que acababa de ser ejecutado y el doctor Guoqi trabajaba para el Ministerio de Prisiones de China. La piel del prisionero fue extraída para utilizarla después en los trasplantes de órganos a pacientes europeos y norteamericanos que pagan miles de dólares a las autoridades de Beijing: «Debido a mi trabajo tuve que sacar la piel y las córneas de más de un centenar de ejecutados», declaró Wang ante un subcomité de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes.

El doctor escapó de su país hace un año y ahora vive en Estados Unidos denunciando la venta de órganos por parte de las autoridades chinas. Sus palabras fueron seguidas con gran silencio por parte de los congresistas y sus ayudantes, que asistieron a un relato más propio de una película de terror. El doctor explicó como varias agencias y autoridades chinas coordinan sus trabajos para extraer los órganos a los presos instantes después de que hayan recibido un tiro en la cabeza.

Wang reveló que, cuando se buscan los ojos, los ejecutados no reciben el reglamentario disparo en la nuca que destroza las córneas. Por eso hay ejecuciones de un tiro en el corazón que permiten separar rápidamente los órganos que se desean. El médico aseguró que algunos de sus colegas retiraban los órganos en el mismo lugar donde los prisioneros todavía yacían ensangrentados y en algunas ocasiones sin importarles que su corazón estuviera funcionando.