Proyecto de Tesis presentado
(Tesis de Lyon, enero 1926)
I. CUESTIONES GENERALES
1. Principios del comunismo - 2. Naturaleza del Partido - 3. Acción y táctica del Partido
II. CUESTIONES
INTERNACIONALES
1. La constitución de la III Internacional
- 2. Situación económica y política mundial
- 3. El método de trabajo de la
Internacional -
III. CUESTIONES ITALIANAS
1. La situación italiana - 2. Orientación política de la Izquierda
Comunista - 3. La obra del Centro de Izquierda -
Los fundamentos de la doctrina del Partido
Comunista son los del marxismo, sobre cuyas bases, reconstituida contra las
desviaciones oportunistas, se funda la III Internacional. Dichos fundamentos
consisten: en el materialismo dialéctico en cuanto sistema de concepción del
mundo y de la historia humana; en las doctrinas económicas fundamentales
contenidas en El Capital de Marx en cuanto método de interpretación de
la economía capitalista actual; en las formulaciones prográmaticas del Manifiesto
de los Comunistas en cuanto trazado histórico y político de la emancipación
de la clase obrera mundial. La grandiosa experiencia victoriosa de la
revolución rusa y la obra de Lenin, su jefe y maestro del comunismo
internacional, son la confirmación, la restauración y el desarrollo consecuente
de aquel sistema de principios y métodos. No es comunista ni puede militar en
las filas de la Internacional quien rechace aunque solo sea una parte del
mismo.
Consecuentemente, el Partido Comunista rechaza y
condena las doctrinas de la clase dominante, desde las espiritualistas religiosas,
idealistas en filosofía y reaccionarias en política, a las positivistas
volterianas librepensadoras, que en política son masónicas, anticlericales y
democráticas.
El Partido Comunista condena igualmente las
escuelas políticas que cuentan con cierta aprobación entre la clase obrera,
como son: el reformismo socialdemócrata, que concibe una evolución pacífica y
sin luchas armadas en el paso del poder capitalista al poder obrero, invocando
la colaboración de clases; el sindicalismo, que desprecia la acción política de
la clase obrera y la necesidad del partido como órgano revolucionario supremo;
el anarquismo, que niega la necesidad histórica del Estado y de la dictadura
proletaria como medios de transformación del orden social y de supresión de la
división de la sociedad en clases. Del mismo modo, el Partido Comunista combate
las múltiples manifestaciones de revolucionarismo espurio, encaminadas a hacer
sobrevivir tales tendencias erróneas a través de su compenetración con tesis
aparentemente comunistas; este peligro es designado con el término bien
conocido de "centrismo".
El proceso histórico de la emancipación del
proletariado y de la fundación de un nuevo orden social deriva de la lucha de
clases. Toda lucha de clases es una lucha política, o sea, tiende a desembocar
en una lucha por la conquista del poder político y de la dirección de un nuevo
organismo estatal. Por consiguiente, el órgano que conduce la lucha de
clases a su victoria final es el partido político de clase, único instrumento
posible de la insurrección revolucionaria primero, y de gobierno después.
De estas elementales y geniales afirmaciones de Marx, restablecidas en su
máxima evidencia por Lenin, surge la definición del partido como una
organización de todos aquellos que son conscientes del sistema de opiniones que
resume la tarea histórica de la clase revolucionaria y están decididos a obrar
por su victoria. Gracias al partido la clase obrera adquiere conciencia de su
camino y la voluntad de recorrerlo; por lo tanto, en las sucesivas fases de
la lucha, el partido representa históricamente a la clase, aunque tenga en sus
propias filas sólo una parte más o menos grande de ésta. Esta es la
significación de la definición del partido dada por Lenin en el II Congreso
Mundial.
Este concepto de Marx y de Lenin se contrapone al
concepto por oportunista por excelencia del partido laborista u obrerista, en
el que participan por derecho todos los individuos que son proletarios por su
condición social. Dado que en un partido semejante, aunque de apariencia
numérica más fuerte, pueden y en ciertas situaciones deben prevalecer las
directas influencias contrarrevolucionarias de la clase dominante (representada
por la dictadura de organizadores y jefes que indiferentemente pueden provenir
como individuos del proletariado o de otras clases), Marx y Lenin no solo han
combatido este error teórico fatal, sino que en la práctica no han dudado en
hacer pedazos la falsa unidad proletaria con el fin de asegurar, aun en
momentos de eclipse de la actividad social del proletariado, y por medio de
pequeños grupos políticos unidos al programa revolucionario, la continuidad de
la función política del partido en la preparación de las tareas sucesivas del
proletariado. Este es el único camino posible para realizar en el futuro la
concentración de la mayor parte posible de los trabajadores en torno a la
dirección y bajo la bandera de un Partido Comunista capaz de luchar y vencer.
Una organización /inmediata de carácter económico
de todos los trabajadores no puede elevarse a la asunción de tareas políticas,
o sea, revolucionarias, pues cada uno de los grupos profesionales y locales no
sentirá más que impulsos limitados para la satisfacción de exigencias parciales
determinadas por las consecuencias directas de la explotación capitalista. Es
solo la intervención de un partido político a la cabeza de la clase obrera,
definido por la adhesión política de sus miembros, lo que realiza la
progresiva síntesis de esos impulsos particulares en una visión y acción común,
en la cual los individuos y grupos llegan a superar todo particularismo,
aceptando dificultades y sacrificios para el triunfo general y final de la
causa de la clase obrera. La definición del partido como partido de la clase
obrera tiene en Marx y en Lenin un valor histórico y finalista, no vulgarmente
estadístico y constitucional.
Toda concepción de los problemas de organización
interna del partido que lleve nuevamente al error de la concepción laborista
del partido revela una grave desviación teórica por cuanto sustituye una visión
revolucionaria por una visión democrática, y atribuye más importancia a los
esquemas utópicos de proyectos de organización que a la realidad dialéctica del
choque de las fuerzas de dos clases opuestas; ella representa un peligro de
recaída en el oportunismo. En cuanto a los peligros de degeneración del
movimiento revolucionario, y a los medios para asegurar la necesaria
continuidad de dirección política en los jefes y militantes, no es posible
eliminarlos con una fórmula de organización. Aún menos los elimina la fórmula
por la cual solo el trabajador auténtico puede ser comunista, que es desmentida
por la inmensa mayoría de ejemplos que nuestra propia experiencia nos ha
suministrado relativos a los individuos y a los partidos. La garantía contra la
degeneración hay que buscarla en otra parte, si no se quiere contradecir el
postulado marxista fundamental: "La revolución no es una cuestión de
forma de organización", postulado que resume toda la conquista
realizada por el socialismo científico respecto a las primeras elucubraciones
del utopismo.
Partiendo de estas concepciones sobre la
naturaleza del partido de clase debe darse respuesta a los actuales problemas
contingentes relativos a la organización interna de la Internacional y del
partido.
3. Acción
y táctica del Partido
La cuestión de cómo actúa el partido sobre las
situaciones y sobre las otras agrupaciones, órganos e instituciones de la
sociedad en que se mueve, es la cuestión general de la táctica, de la cual se
deben establecer los elementos generales en relación con el conjunto de
nuestros principios. En un segundo estadio, se deben precisar las normas de
acción concreta en relación con cada uno de los grupos de problemas prácticos y
con las sucesivas fases del desarrollo histórico.
Al asignar al partido revolucionario un puesto y
una función en la regeneración de la sociedad, la doctrina marxista ofrece la
más brillante de las resoluciones al problema de la libertad y de la determinación
en la actividad del hombre. Mientras sea planteado con referencia al
"individuo" abstracto, dicho problema proveerá por mucho tiempo aún
material para las elucubraciones metafísicas de los filósofos de la clase
dominante y decadente. El marxismo lo plantea correctamente a la luz de una
concepción científica y objetiva de la sociedad y de la historia. Está muy
lejos de nuestra concepción la opinión de que el individuo - y un individuo -
pueda actuar sobre el ambiente externo deformándolo y plasmándolo a su gusto, y
con un poder de iniciativa que le habría sido trasmitido por una virtud de tipo
divino; del mismo modo, para nosotros es condenable la concepción voluntarista
del partido, según la cual un pequeño grupo de hombres, habiéndose forjado una profesión
de fe, la difunden e imponen al mundo con un esfuerzo gigantesco de voluntad,
actividad y heroísmo. Por otro lado, sería una concepción aberrante y necia del
marxismo creer que el proceso de la historia y de la revolución se desarrolla
según leyes fijas y no nos queda a nosotros más que indagar objetivamente
cuales son estas leyes y tratar de formular previsiones sobre el futuro, sin
intentar nada en el campo de la acción; tal concepción fatalista equivale a
anular la necesidad de la existencia y de la función del partido. En su potente
originalidad, el determinismo marxista no está en el medio, sino por encima de
estas dos concepciones. La solución que da al problema es dialéctica e
histórica, precisamente porque no es apriorística y está exenta de la
pretensión de que una única respuesta abstracta sea válida para todas las
épocas y grupos humanos. Si el actual desarrollo de las ciencias no permite la
indagación completa de las causas que llevan a obrar a cada individuo partiendo
de los hechos físicos y biológicos para remontarse a una ciencia de las
actividades psicológicas, el problema, sin embargo, se resuelve en el campo de
la sociología, aplicándole, como lo hizo Marx, los métodos de indagación
propios de la moderna ciencia positiva y experimental que el socialismo hereda
íntegramente y que son algo totalmente distinto de la filosofía supuestamente
materialista y positivista que la clase burguesa adoptó en el curso de su
ascenso histórico. Teniendo en cuenta racionalmente las influencias recíprocas
entre los individuos, gracias al estudio crítico de la economía y de la
historia, tras haber despejado el campo de todo prejuicio de ideologías
tradicionales, se elimina así, en un cierto sentido, la indeterminación en el
proceso que se desarrolla dentro de cada individuo. Desde este punto de
partida, el marxismo llega a establecer un sistema de nociones, que no es un
evangelio inmutable y fijo, sino un instrumento vivo para seguir y reconocer
las leyes del proceso histórico. El fundamento de este sistema está en los
descubrimientos de Marx sobre el determinismo económico, por los cuales el
estudio de la forma y las relaciones económicas, y del desarrollo de los medios
técnicos de producción, nos ofrece la base objetiva en la cual se puede apoyar
sólidamente la enunciación de las leyes de la vida social y, en cierta medida,
la previsión de su desarrollo ulterior. Dicho todo esto, hay que observar, que
la solución final del problema planteado no es una fórmula inmanente según la
cual, una vez encontrada esta clave universal es posible decir que, si se deja
que los fenómenos económicos se desarrollen, se determinará con seguridad una
serie prevista y establecida de hechos políticos.
Nuestra crítica equivale a una depreciación
completa y definitiva no tanto de la acción de cada uno de los individuos,
presentados incluso como protagonistas de los hechos históricos, sino de las
intenciones y perspectivas con las cuales ellos creyeron poder coordinar dicha
acción; pero esto no significa negar que un organismo colectivo, como el
partido de clase, tenga o deba tener una iniciativa y una voluntad propias. La
solución a la que se llega está repetidamente formulada en nuestros textos
fundamentales.
La humanidad, y también sus más potentes
agregados, como clases, partidos y Estados, se han movido casi como juguetes en
manos de las leyes económicas que ellos ignoraban hasta ahora en su mayor
parte. Al mismo tiempo, estos agregados estaban privados de la conciencia
teórica del proceso económico y de la posibilidad de dirigirlo y gobernarlo.
Pero el problema se modifica para la clase que aparece en la época histórica
presente, el proletariado, y para los agregados políticos - partido y Estado -
que deben emanar de ésta. Esta clase es la primera que no se ve obligada a basar
su advenimiento en la consolidación de privilegios sociales y en una división
de la sociedad en clases, para someter y explotar a una nueva clase. Al mismo
tiempo, es la primera que logra forjarse una doctrina del desarrollo económico,
histórico y social: el comunismo marxista, precisamente.
Por primera vez, una clase combate por la
supresión de las clases en general, y por la supresión general de la propiedad
privada de los medios económicos, y no solo por una transformación de las
formas sociales de esa propiedad.
El programa del proletariado es, conjuntamente con
su emancipación de la clase dominante y privilegiada actual, la emancipación de
la colectividad humana de la esclavitud de las leyes económicas que, una vez
comprendidas, podrán ser dominadas en una economía finalmente racional y
científica en la que intervendrá directamente la acción del hombre. Por esto, y
con este sentido, Engels escribió que la revolución proletaria señala el paso
del mundo de la necesidad al de la libertad.
Esto no significa resucitar el mito ilusorio del
individualismo que quiere liberar al Yo humano de las influencias externas,
cuando por el contrario, su entrelazamiento tiende a volverse cada vez más
complejo y la vida del individuo es una parte cada vez menos distinguible de la
vida colectiva. Al contrario, el problema está planteado en otro terreno; la
libertad y la voluntad son atribuidas a una clase que está destinada a volverse
la humanidad unitaria misma, que algún día luchará únicamente contra las
fuerzas adversas externas del mundo físico.
Solo la humanidad proletaria - de la cual estamos
aún lejos - podrá ser libre y poseer una voluntad que no sea una ilusión
sentimental, sino la capacidad de organizar y dominar la economía en el más
amplio sentido de la palabra. Todavía hoy la clase proletaria - aunque menos
que las otras clases - sigue estando determinada en los límites de su
propia acción por influencias que le son externas; en cambio, el partido
político es el órgano en el cual se concentra, precisamente, las máximas
posibilidades en cuanto a voluntad e iniciativa en todo el campo de su acción:
no cualquier partido, por cierto, sino el partido de la clase proletaria, el
partido comunista, ligado, por así decirlo, por un hilo ininterrumpido a los
objetivos últimos del proceso futuro. En el partido, dicha facultad volitiva,
así como su conciencia y preparación teórica, son funciones colectivas por
excelencia. Con respecto a la tarea asignada en el partido mismo a sus jefes,
la explicación marxista considera a estos últimos como instrumentos a través de
los cuales se manifiestan mejor las capacidades de comprender y explicar los
hechos, de dirigir y desear las acciones, pero tales capacidades conservan
siempre su origen en la existencia y los caracteres del órgano colectivo. Por
consiguiente, el concepto marxista del partido y de su acción, como ya hemos
enunciado, rechaza tanto el fatalismo (espectador pasivo de fenómenos sobre los
cuales no es capaz de influir directamente) como toda concepción voluntarista
en el sentido individual, según el cual las cualidades de preparación teórica,
fuerza de voluntad, espíritu de sacrificio, en suma, un tipo especial de figura
moral y un requisito de "pureza", deberían ser exigidos
indistintamente a cada militante del partido, que quedaría reducido a una élite
distinta y superior al resto de los elementos sociales que componen la
clase obrera. Por su parte, el error fatalista y de la pasividad conduciría, si
no a negar la función y la utilidad del partido, al menos a acomodarlo sin más
a la clase proletaria entendida en un sentido económico, estadístico. Por
tanto, hay que reafirmar las conclusiones señaladas en la tesis que precede
sobre la naturaleza del partido, condenando tanto el concepto obrerista como el
de la élite de carácter intelectual y moral: ambos están alejados del
marxismo y destinados a encontrarse en la vía del oportunismo.
Al resolver la cuestión general de la táctica en
el mismo terreno que el de la naturaleza del partido, se debe distinguir la
solución marxista, tanto del alejamiento doctrinario de la realidad de la lucha
de clases, que se contenta con elucubraciones abstractas y descarta la
actividad concreta, como del esteticismo sentimental que querría determinar
situaciones nuevas y movimientos históricos con gestos clamorosos y actitudes
heroicas de exiguas minorías, y también del oportunismo que olvida el nexo con
los principios, es decir, con los fines generales del movimiento, y que,
teniendo en vista sólo el éxito inmediato y aparente de las acciones, se
contenta con agitarse por reivindicaciones limitadas y asiladas, sin
preocuparse si contradicen las necesidades de la preparación de las conquistas
supremas de la clase obrera. El error de la política anarquista adolece, al
mismo tiempo, de esterilidad doctrinaria, por ser incapaz de comprender las
etapas dialécticas de la evolución histórica real, y de ilusión voluntarista,
por ilusionarse con poder anticipar los procesos sociales gracias a la eficacia
del ejemplo y del sacrificio de uno o de pocos. El error de la política
socialdemócrata se remonta teóricamente tanto a una falsa concepción fatalista
del marxismo, según la cual la revolución maduraría lentamente y por su cuenta,
sin la intervención insurreccional de la voluntad proletaria, como a un pragmatismo
voluntarista que, al no saber renunciar a los resultados inmediatos de su
iniciativa e intervención cotidiana, se contenta con luchar por objetivos que
interesan sólo aparentemente a grupos del proletariado, pero cuyo logro
satisface al juego conservador de la clase dominante en vez de servir a la
preparación de la victoria del proletariado: reformas, concesiones, parciales
ventajas económicas y políticas obtenidas de la patronal y del Estado burgués.
La introducción artificial en el movimiento clasista
de preceptos teóricos de la "moderna" filosofía voluntarista y
pragmática con bases idealistas (Bergson, Gentile, Croce) no hace más que
preparar la afirmación oportunista de nuevas fases reformistas y no puede ser
admitida como reacción al reformismo con el pretexto de que éste muestra
ciertas simpatías aparentes con el positivismo burgués.
La actividad de partido no puede ni debe limitarse
sólo a la conservación de la pureza de los principios teóricos y de la pureza
del complejo organizativo, o bien sólo al logro a toda costa de éxitos
inmediatos y de popularidad numérica. Ella debe englobar siempre y en todas las
situaciones los tres puntos siguientes:
a) la defensa y precisión, en relación con los nuevos grupos de hechos que se
presentan, de los postulados prográmaticos fundamentales, o sea, de la
conciencia teórica del movimiento de la clase obrera;
b) el aseguramiento de la continuidad del complejo organizativo del partido y
de su eficiencia, y su defensa contra las infecciones de influencias extrañas y
opuestas al interés revolucionario del proletariado;
c) la participación activa en todas las luchas de la clase obrera, incluso en
las suscitadas por intereses parciales y limitados, para alentar su desarrollo,
pero aportándoles constantemente el factor del enlace con los objetivos
revolucionarios finales y presentando las conquistas de la lucha de clase como
vías de acceso a las indispensables luchas futuras, denunciando el peligro de
acomodarse con las realizaciones parciales, consideradas como puntos de
llegada, y de sacrificarles las condiciones de la actividad y combatividad
clasista del proletariado, tales como la autonomía e independencia de su
ideología y de sus organizaciones, en el primer rango de las cuales está el
partido.
El objetivo supremo de esta compleja actividad del
Partido es preparar las condiciones subjetivas de la preparación del
proletariado para ponerlo en condiciones de aprovechar las posibilidades
revolucionarias objetivas que presentará la historia, en cuanto éstas se manifiesten
de manera que salga vencedor de la lucha, y no vencido.
Hay que partir de todo esto para responder a las
preguntas acerca de las relaciones entre el partido y las masas proletarias, y
entre el partido y los otros partidos políticos, así como entre el proletariado
y las otras clases sociales. Debe considerarse errónea la formulación táctica
que dice: todo verdadero partido comunista debe poder ser en toda situación
un partido de masas, o sea, tener una organización muy numerosa y una
influencia política amplia sobre el proletariado, por lo menos como para
superar la de los otros partidos supuestamente obreros. Esta formulación es una
caricatura de la tesis de Lenin, el cual en 1921 establecía una consigna
práctica y contingente muy justa: para la conquista del poder no bastaba con
haber formado "verdaderos" partidos comunistas y lanzarlos a la
ofensiva insurreccional, sino que era necesario contar con partidos
numéricamente potentes y con una influencia predominante sobre el proletariado.
Dicha fórmula equivale a la afirmación de que, en el período que precede a la
conquista del poder y en el cual se avanza hacia esta última, el partido debe
tener consigo a las masas, debe ante todo conquistar a las masas. En dicha
fórmula, en cierto modo es sólo peligrosa la expresión de mayoría de las
masas, porque a los leninistas "literales" los expone y los ha
expuesto al peligro de caer en interpretaciones teóricas y tácticas
socialdemócratas, y al no precisar dónde debe medirse la mayoría, si en los
partidos, en los sindicatos, o en otros órganos, a pesar de expresar un
concepto muy justo y de obviar el peligro práctico de emprender acciones
"desesperadas" con fuerzas insuficientes y en momentos inmaduros,
deja paso al otro peligro, el de desviar la acción cuando ésta, en cambio, es
posible y necesaria, si se la afronta con decisión e iniciativa verdaderamente
"leninista". Pero esta fórmula, según la cual el partido debe tener
consigo a las masas en la víspera de la lucha por el poder, ha sido estúpidamente
interpretada por los pseudoleninistas actuales que la han convertido en una
fórmula por excelencia oportunista, al afirmar que "en toda
situación" el partido debe ser un partido de masas. Hay situaciones que,
como consecuencia de las relaciones de fuerza, son objetivamente desfavorables
para la revolución (aunque puedan estar menos alejadas de ella que otras en el
tiempo, ya que la evolución histórica - tal como lo enseña el marxismo -
presenta velocidades muy distintas) en las que el querer ser a toda costa partidos
de masas y de mayoría, el querer tener a toda costa una influencia política
predominante, no se puede alcanzar más que renunciando a los principios y a los
métodos comunistas, y haciendo una política socialdemócrata y pequeño-burguesa.
Hay que decir bien alto que, en ciertas situaciones, pasadas, presentes y
futuras, el proletariado ha estado, está y estará necesariamente en su mayoría
en una posición no revolucionaria, de inercia y de colaboración con el enemigo
según los casos; mientras tanto, y a pesar de todo, el proletariado continúa
siendo siempre y por doquier la clase potencialmente revolucionaria y
depositaria de la recuperación de la revolución, ya que en su seno, el partido
comunista, sin renunciar jamás a todas las posibilidades de afirmarse y
manifestarse de manera coherente, sabe evitar las vías que aparecen más fáciles
para conseguir una popularidad inmediata, pero que lo desviarían de su tarea y
privarían al proletariado del punto de apoyo indispensable para su reanudación.
Sobre dicho terreno dialéctico y marxista, y jamás sobre el terreno estético y
sentimental, debe rechazarse la bestial expresión oportunista de que un partido
comunista es libre de adoptar todos los medios y todos los métodos. Al afirmar
que el partido, precisamente por ser verdaderamente comunista, es decir, sano
en los principios y en la organización, puede permitirse todas las acrobacias
en la maniobra política, se olvida que el partido es para nosotros, al mismo
tiempo, factor y producto del desarrollo histórico, y que frente a las fuerzas
de este último, el proletariado se comporta como una materia más plástica aún.
Lo que tendrá influencia sobre el proletariado no serán las explicaciones
tortuosas que los jefes del partido presentasen para justificar ciertas "maniobras",
sino los efectos reales que es necesario saber prever, utilizando sobre todo la
experiencia de los errores pasados. Solo si se sabe actuar en el campo de la
táctica y rechazar enérgicamente las falsas vías con normas de acción precisas
y respetadas, el partido podrá preservarse de las degeneraciones, lo que jamás
logrará solamente con credos teóricos y sanciones organizativas.
Otro error en la cuestión general de la táctica,
que con toda claridad lleva nuevamente a la clásica posición oportunista refutada
por Marx y Lenin, es aquella que sostiene que el partido, al saber que las
condiciones de la revolución maduran solamente a través de una evolución de las
formas políticas y sociales, y aunque represente en el momento oportuno el
factor de la revolución proletaria total y final, deba escoger entre las
fuerzas en contienda, cuando tengan lugar luchas de clase y de partidos que no
sean todavía las que correspondan a su terreno específico, aquella que
represente el desarrollo de la situación en un sentido más favorable para la
evolución histórica general, y deba apoyarla y coaligarse más o menos
abiertamente con ella.
Ante todo, falta el presupuesto de semejante
política, porque el esquema típico de una evolución social y política que este
precisada en todos sus detalles, y que equivalga a la mejor preparación del
advenimiento final del comunismo, es un concepto que solo los oportunistas han
querido atribuir al marxismo y es el fundamento de la difamación por parte de
los Kautsky de la revolución rusa y del movimiento comunista actual. Ni
siquiera se puede establecer como tesis general que las condiciones más
propicias para el trabajo fecundo del partido comunista se encuentren en
ciertos tipos de régimen burgués, por ejemplo, en los más democráticos. Si es
verdad que las medidas reaccionarias y de "derecha" de los gobiernos
burgueses han detenido muchas veces al proletariado, no es menos cierto, y ha
sucedido con mucha más frecuencia, que la política liberal y de izquierda de
los gobiernos burgueses ha atenuado muchas veces la lucha de clases y ha
desviado a la clase obrera de acciones decisivas. Una valoración más exacta y
verdaderamente democrática, evolucionista y progresista, muestra que la
burguesía intenta y a menudo logra alternar periódicamente sus métodos y
partidos de gobierno según su interés contrarrevolucionario, mientras toda
nuestra experiencia nos demuestra cómo el triunfo del oportunismo ha pasado
siempre a través del apasionamiento del proletariado por las vicisitudes
sucesivas de la política burguesa.
En segundo lugar, incluso si fuese cierto que
ciertas transformaciones a nivel de gobierno en el régimen actual facilitan el
desarrollo ulterior de la acción del proletariado, la experiencia demuestra con
evidencia que esto presupone una condición expresa: la existencia de un partido
que haya advertido a tiempo a las masas de la desilusión que seguiría a lo que
le era presentado como un éxito inmediato; y no solo presupone la simple
existencia del partido, sino también su capacidad para actuar, incluso antes de
la lucha a la que aquí nos referimos, de una manera autonóma ante los ojos del
proletariado, el que lo sigue según su actitud concreta y no solo según los
esquemas que le fuese cómodo adoptar oficialmente. Por lo tanto, el partido comunista,
en presencia de luchas que no pueden desarrollarse aún como la lucha definitiva
por la victoria proletaria, no será el gerente de transformaciones y
realizaciones que no interesan directamente a la clase que representa, y no
renunciará a su carácter y a su actitud autónoma participando en una especie de
sociedad de seguros para todos los movimientos políticos supuestamente
"renovadores", o para todos los sistemas y gobiernos políticos
amenazados por un pretendido "gobierno peor".
A menundo, contra las exigencias de esta línea de
acción se utiliza falsamente la fórmula de Marx según la cual "los
comunistas apoyan todo movimiento dirigido contra las condiciones sociales
existentes", así como la doctrina de Lenin contra "la enfermedad infantil
del comunismo". La especulación intentada en torno a estas enunciaciones
dentro de nuestro movimiento no difiere en su naturaleza íntima de la
especulación análoga y continua por parte de los revisionistas y los centristas
a la Berstein o Nenni que, en nombre de Marx y Lenin, han pretendido burlarse
de los revolucionarios marxistas.
Ante todo, hay que observar acerca de estas
enunciaciones, que ellas tienen un valor histórico contingente, pues se
refieren, por parte de Marx, a la Alemania aún no burguesa; y, en cuanto a la
experiencia bolchevique ilustrada por Lenin en su libro, a la Rusia zarista.
Estas bases no son la únicas sobre las cuales se deba fundar la resolución de
la cuestión táctica en las condiciones clásicas: proletariado en lucha con una
burguesía capitalista plenamente delineada. En segundo lugar, hay que observar
que el apoyo del que habla Marx y los "compromisos" de los que habla
Lenin (término preferido por Lenin sobre todo por "coquetería" de ese
magnífico dialéctico marxista que es el campeón de la verdadera y no formal
intransigencia, tensa y dirigida hacia una meta inmutable), son apoyos y
compromisos con movimientos aún constreñidos a abrirse camino mediante la
insurrección contra las formas pasadas, incluso contra las ideologías y la
voluntad eventual de sus dirigentes; y la intervención del partido comunista se
presenta como una intervención en el terreno de la guerra civil: así formula
Lenin la cuestión de los campesinos y de las nacionalidades, el episodio de
Kornilov y tantos otros casos. Pero, aun al margen de estas dos observaciones
sustanciales, el sentido de la crítica que Lenin hace del infantilismo, y el de
todos los textos marxistas sobre la agilidad de la política revolucionaria, no
está de ningún modo en contradicción con la barrera que los mismos elevan
voluntariamente contra el oportunismo, definido por Engels y después por Lenin,
como la "ausencia de principios", o sea, como el olvido del objetivo
final.
Construir la táctica comunista según un método no
dialéctico, sino formalista, sería estar en contra de Marx y Lenin. Sería un
error garrafal afirmar que los medios deben corresponder a los fines no en
virtud de su sucesión histórica y dialéctica en el proceso del desarrollo, sino
según la semejanza y analogía de los aspectos que los medios y los fines pueden
tener desde el punto de vista inmediato y casi diremos ético, psicológico o
estético. En materia de táctica, no debe cometerse el error que anarquistas y
reformistas cometen en materia de principios, cuando a éstos les parece absurdo
que la supresión de las clases y del poder estatal haya que prepararla a través
del predominio de la clase y del estado dictatorial proletario, y que la
abolición de toda violencia social se realice a través del empleo de la
violencia ofensiva y defensiva, violencia revolucionaria con respecto al poder
actual y conservadora con respecto al poder proletario. Análogamente, se
equivocaría quien afirmase que un partido revolucionario deba estar en todo
momento por la lucha sin tener en cuenta las fuerzas de amigos y enemigos; que
en una huelga, por ejemplo, el comunista no pueda propugnar más que su
continuación a ultranza; que un comunista deba rechazar ciertos medios como el
disimulo, la astucia, el espionaje, etc., porque carecen de nobleza y son poco
simpáticos. La crítica marxista y de Lenin contra el seudorrevolucionarismo
superficial que apesta el camino del proletariado constituye el esfuerzo por
eliminar esos criterios estúpidos y sentimentales de la resolución de los
problemas tácticos. Esta crítica forma parte de manera definitiva de la
experiencia del movimiento comunista.
Un ejemplo de los errores de deducción táctica que
según esta crítica hay que evitar es aquel para el cual, dado que nosotros
realizamos la escisión política de los comunistas para con los oportunistas,
debemos sostener también la escisión en los sindicatos dirigidos por los
amarillos. Solo en razón de un engaño polémico organizado se continúa afirmando
desde hace tiempo que la izquierda italiana habría basado sus conclusiones en
argumentaciones como aquella según la cual sería indecoroso aproximarse a las
personas de los jefes de los partidos oportunistas, y en otras semejantes.
Pero esa crítica al infantilismo no significa que
en materia de táctica deban reinar la indeterminación, el caos y la
arbitrariedad, y que "todos los medios" sean adecuados para alcanzar
nuestros objetivos. Decir que la garantía de la adecuación de los medios a los
fines reside en la naturaleza revolucionaria adquirida por el partido y en la
contribución que a sus decisiones aportan hombres insignes o grupos que tienen
tras de sí una brillante tradición, es un juego de palabras no marxista, por
cuanto prescinde de la repercusión que tienen sobre el partido los medios de
acción mismos que éste emplea, por el juego dialéctico de causas y efectos, y
porque prescinde de nuestra negación de todo valor a las
"intenciones" que dictan las iniciativas de individuos y grupos; por
otra parte, jamás se puede prescindir de la "sospecha" (en un sentido
no injurioso) acerca de dichas intenciones, tal como lo muestran las
sangrientas experiencias del pasado.
En su libro sobre el infantilismo, Lenin dice que
los medios tácticos deben ser escogidos en función de la realización del
objetivo final revolucionario, gracias a una clara visión histórica de la lucha
del proletariado y de su desenlace, y que sería absurdo descartar un cierto
medio táctico solo porque parezca "feo" o merezca la definición de
"compromiso"; por el contrario, hay que establecer si ese medio corresponde
o no al fin. Éste es un problema siempre actual y seguirá siendo actual como
tarea formidable para la actividad colectiva del partido y de la Internacional
Comunista. Respecto al problema de los principios teóricos podemos decir que
Marx y Lenin nos han legado una herencia segura, sin querer decir con esto que
haya terminado toda tarea de nuevas investigaciones teóricas para el comunismo;
sin embargo, no puede decirse lo mismo en el campo táctico, ni siquiera después
de la revolución rusa y de la experiencia de los primeros años de vida de la
nueva Internacional, la cual ha estado privada prematuramente de Lenin. El
problema de la táctica, mucho más amplio que las respuestas simplistas y
sentimentales de los "infantiles" debe ser aún mejor iluminado con la
contribución de todo el movimiento comunista internacional, y de toda su
experiencia pasada y reciente. No se está en contra de Marx y de Lenin cuando
se afirma que para la resolución de ese problema se deben buscar reglas de
acción, que no son vitales y fundamentales como los principios, pero que deben
ser obligatorias tanto para los militantes como para los órganos dirigentes del
movimiento, y que contemplen las diferentes posibilidades de desarrollo de las
situaciones, para trazar con toda la precisión posible el sentido en que deberá
moverse el partido cuando éstas presenten determinados aspectos.
El examen y la comprensión de las situaciones
deben ser elementos necesarios para adoptar las decisiones tácticas, pero no en
cuanto puedan conducir, según la arbitrariedad de los jefes, a
"improvisaciones" y "sorpresas", sino en cuanto indicarán
al movimiento que ha llegado la hora de una acción lo más prevista posible. De
lo que se trata es de prever lo que deberemos hacer en las distintas hipótesis
posibles en el curso de las situaciones objetivas, y no de prever las
situaciones, lo que todavía es menos posible con seguridad. Negar la
posibilidad y la necesidad de prever las grandes líneas de la táctica, - no de
prever las situaciones, cosa posible con una seguridad aún menor, sino de
prever qué deberemos hacer en las diversas hipótesis posibles sobre la marcha
de las situaciones objetivas - significa negar la tarea del partido y negar la
única garantía que podemos dar de que, en cada eventualidad, sus militantes y
las masas responderán a las órdenes del centro dirigente.
En ese sentido, el partido no es un ejercito, ni
tampoco un engranaje estatal, o sea, un órgano en el cual la parte de la
autoridad jerárquica es preponderante y la de la adhesión voluntaria nula; es
obvio que para el miembro del partido queda siempre una vía para no ejecutar
las ordenes, contra lo cual no existen sanciones materiales: el abandono del
partido mismo. La buena táctica es aquella que, con el desarrollo de las
situaciones, cuando el centro dirigente no tiene tiempo de consultar al
partido, y menos aún a las masas, ella no provoca en el seno del partido mismo
ni en el del proletariado repercusiones inesperadas y que puedan ir en un
sentido opuesto al éxito de la campaña revolucionaria. El arte de la táctica
revolucionaria es el de prever cómo reaccionará el partido a las órdenes y
cuáles son la ordenes que obtendrán la buena reacción: ese arte sólo puede ser
confiado a la utilización colectiva de las experiencias de acción del pasado,
resumidas en claras reglas de acción. Al dejar la ejecución de las mismas a los
dirigentes, los militantes se aseguran de que éstos no traicionarán su mandato,
y se comprometen sustancialmente, y no en apariencia, a ejecutar de manera
fecunda y decidida las órdenes del movimiento. No dudamos en decir que, al ser
el partido mismo algo perfectible y no perfecto, mucho debe ser sacrificado a
la claridad, a la capacidad de persuasión de las normas tácticas, aunque esto
comporte cierta esquematización. Cuando las situaciones destruyan los esquemas
tácticos preparados por nosotros, nada se solucionará cayendo en el oportunismo
y en el eclecticismo, sino que se deberá hacer un nuevo esfuerzo para adecuar
la línea táctica a las tareas del partido. No es solo el buen partido el que da
la buena táctica, sino que es la buena táctica la que da el buen partido, y la
buena táctica tiene que ser comprendida y elegida por todos en sus líneas
fundamentales.
Nosotros negamos sustancialmente que, con la
exigencia de un acatamiento puro y simple a un hombre, a un comité, o a un
único partido de la Internacional y a su tradicional aparato dirigente, sea
lícito sofocar el esfuerzo y el trabajo colectivo del partido para definir las
normas de la táctica.
La acción del partido asume un aspecto de estrategia
en los momentos culminantes de la lucha por el poder, en los cuales dicha
acción asume un carácter esencialmente militar. En las situaciones precedentes,
la acción del partido no se reduce, sin embargo, a la función puramente
ideológica, propagandística y organizativa, sino que consiste, como se ha
dicho, en participar y actuar en cada una de las luchas suscitadas en el
proletariado. Por consiguiente, el sistema de las normas tácticas debe ser
edificado precisamente con el fin de establecer en qué condiciones la
intervención del partido y su actividad en dichos movimientos, su agitación
al calor de las luchas proletarias, se coordinan con el objetivo revolucionario
final y garantizan simultáneamente el progreso útil de la preparación
ideológica, organizativa y táctica.
En los puntos siguientes se aclarará, en relación
con los diferentes problemas, cómo se presenta ésta elaboración de cada una de
las normas de acción comunista en el actual estadio de desarrollo del movimiento
comunista.
II.
CUESTIONES INTERNACIONALES
1. La
constitución de la III Internacional
Con la constitución de la Internacional Comunista,
la crisis de la II Internacional, determinada por la guerra mundial, ha tenido
una solución completa y definitiva desde el punto de vista de la restauración
de la doctrina revolucionaria, mientras que, desde el punto de vista
organizativo y táctico, la formación del Comintern constituye una gran
conquista histórica, pero no ha dado a la crisis del movimiento proletario una
solución igualmente completa.
El factor fundamental para la formación de la
nueva Internacional ha sido la revolución rusa, primera victoria gloriosa del
proletariado mundial. Respecto a los problemas tácticos, y debido a las condiciones
sociales de Rusia, la revolución rusa no ha dado el tipo histórico general para
las revoluciones de los otros países bajo el aspecto de los problemas tácticos.
En dicho país, en el paso que va del poder feudal autocrático a la dictadura
proletaria, no existió una época de dominio político de la clase burguesa con
su aparato estatal exclusivo y estable.
Precisamente por esto, la confirmación histórica
de la concepción del programa marxista ha tenido en la revolución rusa su
alcance más grandioso, y ha servido poderosamente para derrotar al revisionismo
socialdemócrata en el terreno de los principios. Pero en el terreno
organizativo, la lucha contra la Segunda Internacional, parte integrante de la
lucha contra el capitalismo mundial, no ha tenido un éxito igualmente decisivo,
y han sido cometidos múltiples errores por los cuales los partidos comunistas
no han alcanzado la eficiencia que las condiciones objetivas les hubieran
permitido.
Otro tanto debe decirse en el terreno táctico, en
el cual han sido resueltos y se resuelven hoy insuficientemente muchos
problemas propios del tablero en el que figuran la burguesía, el Estado burgués
parlamentario moderno con un aparato históricamente estable, y el proletariado;
y no siempre los partidos comunistas han obtenido cuanto era posible para el
avance del proletariado contra el capitalismo y para la liquidación de los
partidos socialdemócratas, órganos políticos de la contrarrevolución burguesa.
2.
Situación económica y política mundial (1926)
La situación internacional aparece hoy menos
favorable al proletariado que en los primeros años de la posguerra. Desde el
punto de vista económico se asiste a una estabilización parcial del
capitalismo; no obstante, hay que entender por estabilización la simple calma de
las perturbaciones de algunas partes de la estructura económica, y no un estado
de cosas que excluya el posible - e incluso muy cercano - retorno de nuevas
perturbaciones.
La crisis del capitalismo permanece abierta y su
agravamiento definitivo es inevitable. En el terreno político se asiste a un
debilitamiento del movimiento obrero revolucionario en casi todos los países
más avanzados, contrarrestado felizmente, sin embargo por la consolidación de
la Rusia soviética, y por la acción de las poblaciones de los países coloniales
contra las potencias capitalistas.
Tal situación presenta el peligro de que,
siguiendo con el método erróneo del situacionismo, se perfile una tendencia,
aunque apenas esbozada, hacia un menchevismo en la valoración de los problemas
de la acción proletaria. En segundo lugar, existe el peligro de que, al
disminuir el peso de la acción genuinamente clasista, en la política general
del Comintern falten las condiciones preconizadas por Lenin para la correcta
aplicación de la táctica en la cuestión nacional y campesina.
A la ofensiva proletaria de la posguerra le siguió
una ofensiva patronal contra las posiciones proletarias, a la que el Comintern
respondió con la consigna del frente único. A continuación se planteó el
problema del advenimiento de situaciones democráticas-pacifistas en varios
países, denunciado justamente por el camarada Trotsky como un peligro de
degeneración para nuestro movimiento. Hay que evitar la interpretación de la
situación que presenta, como una cuestión vital para el proletariado, la lucha
entre dos fracciones de la burguesía, la de derecha y la de izquierda, que se
ha querido identificar demasiado esquemáticamente como expresiones de grupos
sociales distintos.
La justa interpretación es que la clase dominante
posee diferentes métodos de gobierno y defensa sustancialmente reducibles a
dos: el reaccionario y fascista, y el liberal democrático.
Partiendo del análisis económico, las tesis de
Lenin prueban que las capas más modernas de la burguesía tienden no solo a
unificar el
mecanismo productivo, sino también a defenderlo
políticamente recurriendo a los métodos más enérgicos.
Por tanto, no es exacto afirmar en general que la
vía para el paso al comunismo debe atravesar un estadio de gobierno burgués de
izquierda. En los casos particulares en los que esto ocurriese, la condición de
la victoria proletaria estaría en el empleo de una táctica con la que el
partido se levantase contra las ilusiones acerca del advenimiento del gobierno
de izquierda, no atenuando su oposición a las formas políticas
correspondientes, ni siquiera en el periodo de reacción.
3. El
método de trabajo de la Internacional
Una de las tareas más importantes de la
Internacional Comunista ha sido la de liquidar la desconfianza del proletariado
por la acción política, derivada de las degeneraciones parlamentarias del
oportunismo.
El marxismo no habla de la política como del arte
común o de la técnica que consiste en las astucias de la intriga parlamentaria
o diplomática, y que cada partido adoptaría para sus fines especiales.
Anticipando formas superiores de relaciones para culminar en el arte de la
insurrección revolucionaria, la política proletaria se contrapone al método de
la política burguesa. Esta oposición, de la que se omite aquí una exposición
teórica más amplia, es una condición vital para la fructuosa ligazón entre el
proletariado revolucionario y su estado mayor comunista, o para la buena
selección del personal de éste último.
La práctica del trabajo de la Internacional está
contradiciendo esta necesidad revolucionaria. Muchas veces, en las relaciones
entre los órganos del movimiento comunista prevalece la política que tiene dos
aspectos: una subordinación de las motivaciones teóricas a los movimientos
ocasionales; y un sistema de negociaciones y pactos entre personas que, al no
llegar a traducir felizmente las relaciones de los partidos y de las masas, ha
conducido a graves desilusiones.
Demasiado fácilmente, en las grandes y
fundamentales decisiones de la Internacional entra el elemento de la
improvisación, de la sorpresa y del cambio de escena, desorientando a los
camaradas y proletarios.
Por ejemplo, todo esto sucede en la mayor parte de
las cuestiones internas de los partidos, que los órganos y congresos
internacionales resuelven con sucesivas y penosas sistematizaciones que se
hacen aceptar a los varios grupos dirigentes, pero que no se introducen
útilmente en el devenir real de los partidos.
En la fundación del Comintern tuvo mucho peso la
consideración de la urgencia de una vasta concentración de fuerzas
revolucionarias, previéndose entonces un desarrollo mucho más rápido de las
situaciones objetivas. Sin embargo, se ha podido constatar que hubiera sido más
conveniente proceder con mayor rigor en los criterios de organización. A los
efectos de la formación de los partidos o de la conquista de las masas, los
resultados no han sido favorecidos ni por las concesiones a grupos
sindicalistas o anarquistas, ni por pequeñas transacciones admitidas sobre las
21 condiciones con los centristas, ni por las fusiones orgánicas con partidos y
fracciones de partidos obtenidas con el "noyautage" político, ni por
tolerar la doble organización comunista en ciertos países con los partidos
simpatizantes. La consigna de la organización de los partidos sobre la base de
las células, lanzada después del V Congreso, no logra su objetivo que era el de
eliminar los defectos unánimemente constatados en las secciones de la
Internacional.
Por su generalización, y sobre todo con la
interpretación que le ha dado la Central italiana, dicha consigna se presta a
graves errores y a una desviación tanto del postulado marxista según el cual la
revolución no es una cuestión de formas de organización, como de la tesis
leninista según la cual una solución orgánica jamás pude ser válida para todo
tiempo y lugar.
Respecto a los partidos que actúan en la época
presente y en los países burgueses con un régimen parlamentario estable, el
tipo de organización por células resulta menos adecuado que el de base
territorial. Por lo demás, es un error teórico afirmar que el partido basado en
células es un verdadero partido comunista. En la práctica, el segundo tipo
permite desarrollar menos fácilmente la tarea unificadora del partido entre los
grupos proletarios de categoría e industria, tarea tanto más importante cuanto
más desfavorable es la situación y más reducidas las posibilidades de
organización proletaria. Diversos inconvenientes prácticos acompañan a la organización
por células, consideradas como base exclusiva del partido. En cambio, en la
Rusia zarista las cosas se presentaban de otro modo, por las diferentes
relaciones existentes entre la patronal industrial y el Estado, mientras que el
peligro corporativo era menos grave porque la cuestión central del poder se
planteaba de manera inminente.
Al tener en todos sus nudos superiores una red de
elementos no obreros o ex-obreros que constituyen el aparato de los
funcionarios, el sistema de las células no aumenta la influencia de los obreros
en el partido. En relación con los defectos del método de trabajo de la
Internacional, la consigna de la bolchevización, en los aspectos organizativos,
corresponde a una aplicación pedestre e inadecuada de la experiencia rusa y
tiende ya en muchos países a un sistema de inmovilización, aunque involuntaria,
de las iniciativas espontáneas y de las energías proletarias y clasistas por
parte de un aparato cuya selección y función se desenvuelven con criterios en
gran parte artificiales.
Conservar en el partido la organización de base
territorial no significa renunciar a tener órganos del partido en las fábricas:
éstos deben ser los grupos comunistas ligados al partido y dirigidos por éste,
e insertados en el encuadramiento sindical del partido. Este sistema resuelve
mucho mejor el contacto con las masas y mantiene visible la organización
fundamental del partido.
Otro aspecto de la consigna de la bolchevización
es considerar como garantía segura de la eficiencia del partido una completa
centralización disciplinaria y una severa prohibición del fraccionismo.
La última instancia para todas las cuestiones
controvertidas es el órgano central internacional, en el cual tiene - si no
jerárquicamente, al menos políticamente - la hegemonía el Partido Comunista
Ruso.
Esta garantía en realidad no existe, y todo el
planteamiento del problema es inadecuado. De hecho, no se ha evitado el
desenfreno del fraccionismo en la Internacional, sino que, por el contrario, ha
sido estimulado bajo formas disimuladas e hipócritas. Por otra parte, desde el
punto de vista histórico, la superación de las fracciones en el partido ruso no
ha sido un expediente ni una receta de efectos mágicos aplicada en el terreno
estatutario, sino que ha sido el resultado y la expresión de un feliz
planteamiento de los problemas de doctrina y de acción política.
Las sanciones disciplinarias son uno de los
elementos que garantizan contra las degeneraciones, pero a condición de que su
aplicación quede en los límites de los casos excepcionales, y no se vuelva la
norma y casi el ideal de funcionamiento del partido.
La solución no está en una exasperación vana del
autoritarismo jerárquico, (a la que le falta la investidura inicial, ya sea
porque las experiencias históricas rusas, aunque grandiosas, son incompletas, o
porque, de hecho, en la vieja guardia misma, custodia de las tradiciones
bolcheviques, surgen desacuerdos cuya solución no puede ser considerada a
priori como la mejor. Del mismo modo, tampoco lo está en una aplicación
sistemática de los principios de la democracia formal, que en el marxismo no
tiene otro lugar que el de una practica organizativa que puede ser cómoda.
Los partidos comunistas deben realizar un
centralismo orgánico que, con la máxima compatibilidad con las consultas de la
base, asegure la eliminación espontánea de toda agrupación que tienda a
diferenciarse. Esto no se obtiene con prescripciones jerárquicas formales y
mecánicas; sino, tal como dice Lenin, con la justa política revolucionaria.
La represión del fraccionismo no es un aspecto
fundamental de la evolución del partido, más bien lo es la prevención del
mismo.
Es absurdo y estéril, y además muy peligroso,
pretender que el partido y la Internacional estén asegurados misteriosamente
contra toda recaída o tendencia a la recaída en el oportunismo, que pueden
depender tanto de cambios de la situación como del papel que juegen los restos
dejados por las tradiciones socialdemócratas. En la resolución de nuestros
problemas, se debe admitir, entonces, que toda diferencia de opinión que no
pueda reducirse a casos de conciencia o derrotismo personal puede desarrollarse
útilmente para preservar de graves peligros al partido y al proletariado en
general.
Si estos peligros se acentuasen, la diferenciación
asumiría inevitablemente, pero útilmente, la forma del fraccionismo; esto
podría conducir a escisiones, no por el infantil motivo de una falta de energía
represiva por parte de los dirigentes, sino solo en el caso que se verificase
la maldita hipótesis del fracaso del partido y de su sometimiento a influencias
contrarrevolucionarias.
Un ejemplo del falso método se reconoce en las
soluciones artificiosas dadas a la situación del partido alemán después de la
crisis oportunista de 1923, con las que, sin llegar, por otra parte, a eliminar
el fraccionismo, se ha obstaculizado así, en las filas de un proletariado tan
avanzado como el alemán, la determinación espontánea de la justa reacción
clasista y revolucionaria contra la degeneración del partido.
El peligro de la influencia burguesa sobre el
partido de clase no se presenta históricamente como organización de fracción,
sino a través de una penetración astuta que agita una demagogia unitaria y que
opera como una dictadura desde lo alto, inmovilizadora de las iniciativas de la
vanguardia proletaria.
No se logra individualizar y eliminar semejante
factor derrotista planteando la cuestión de la disciplina contra las tentativas
de fracción, sino consiguiendo orientar al partido y al proletariado contra esa
insidia en el momento en que toma el aspecto no solo de una revisión doctrinal,
sino también de una propuesta positiva a favor de una importante maniobra
política de efectos anticlasistas.
Uno de los aspectos negativos de la llamada bolchevización
consiste en sustituir la elaboración política completa y consciente en el seno
del partido, que corresponde a un progreso efectivo hacia el centralismo más
compacto, por una agitación exterior y clamorosa de las fórmulas mecánicas de
la unidad por la unidad y de la disciplina por la disciplina.
Los resultados de este método perjudican al
partido y al proletariado, y retrasan el logro del "verdadero"
partido comunista. Este método, aplicado en muchas secciones de la
Internacional, es de por sí un grave síntoma de un oportunismo latente. En la
situación actual, en el Comintern no se delinea la constitución de una
oposición internacional de izquierda; pero, si continuase el desarrollo de los
factores desfavorables mencionados, la formación de una oposición tal será, al
mismo tiempo, una necesidad revolucionaria y un reflejo espontáneo de la
situación.
6.
Cuestiones de la táctica hasta el V Congreso
En la resolución de los problemas tácticos
planteados por las situaciones mencionadas anteriormente en el campo
internacional, se han cometido errores análogos, en general, a los errores
organizativos, y resultantes de la pretensión de deducir todo de los problemas
planteados en el pasado al Partido Comunista Ruso.
La táctica del frente único no debe ser entendida
como una coalición política con otros partidos llamados obreros, sino como una
utilización de las reivindicaciones inmediatas suscitadas por las situaciones,
con el fin de extender la influencia del partido comunista sobre las masas sin
comprometer su posición autónoma.
Por lo tanto, debe elegirse como base del frente
único a organismos proletarios en los cuales los trabajadores entren por su
posición social e independientemente de su fe política y de su encuadramiento
en las filas de un partido organizado. Y esto, con el doble objetivo de no
excluir la crítica de los comunistas contra los demás partidos, como tampoco la
progresiva organización, en los encuadramientos propios del partido comunista y
en sus mismas filas, de nuevos elementos provenientes de estos partidos; y con
el fin de asegurar la comprensión por parte de las masas de las sucesivas
consignas dirigidas por el partido para movilizarlas sobre su programa y bajo
su exclusiva dirección.
La experiencia ha demostrado muchas veces que el
único modo de asegurar la aplicación revolucionaria del frente único es
rechazando el método de las coaliciones políticas permanentes o transitorias,
el de los comités de dirección de la lucha que comprenden a los representantes
enviados por los diferentes partidos políticos, e incluso el de las
negociaciones, ofrecimientos y cartas abiertas a los otros partidos por parte
del partido comunista.
La práctica ha demostrado la esterilidad de este
método y ha desacreditado su efectividad, incluso inicial, después del abuso
que se ha hecho de él.
Cuando el frente único político toma como base una
reivindicación central referente al problema del Estado, se convierte en la
táctica del gobierno obrero. Aquí no se trata sólo de una táctica errónea, sino
de una contradicción estridente con los principios del comunismo. El partido,
al lanzar una consigna que significa la toma del poder por parte del
proletariado a través de organismos representativos propios del aparato estatal
burgués, o incluso al no excluir explícitamente semejante eventualidad, lo que
hace es abandonar y desmentir el programa comunista, no solo por las nefastas e
inevitables consecuencias que esto tiene sobre la ideología proletaria, sino
también en la misma formulación ideológica que el partido anuncia y acredita.
La revisión de esta táctica por parte del V Congreso, después de la derrota
alemana, no ha sido satisfactoria, y los posteriores desarrollos de las
experiencias tácticas justifican las peticiones de que se abandone también la
consigna misma del gobierno obrero.
Respecto al problema central del Estado, el
partido sólo puede dar la consigna de la dictadura del proletariado, pues no
existe otro "gobierno obrero".
De la posición referida se pasa solamente al
oportunismo, o sea, a favorecer o directamente a participar en gobiernos
supuestamente filo-obreros de la clase burguesa.
Todo esto no contradice en absoluto la consigna
"todo el poder a los Soviets" y a organismos de tipo soviético
(representaciones elegidas por los trabajadores solamente), aun cuando los
partidos oportunistas prevalezcan en su seno. Dichos partidos están en contra
de la toma del poder por parte de los órganos proletarios, siendo ésta la
dictadura proletaria misma que excluye a los no trabajadores de los órganos electivos
y del poder, y que sólo el partido comunista podrá ejercer.
No es necesario, ni tampoco se propone aquí,
formular la consigna de la dictadura proletaria con solo uno de sus sinónimos,
es decir: "gobierno del partido comunista".
7. Cuestiones
de la «nueva táctica»
El frente único y el gobierno eran justificados
así: para nuestra victoria no basta con tener partidos comunistas, también es
necesario conquistar a las masas; para conquistarlas hay que eliminar la
influencia de los socialdemócratas en el terreno de las reivindicaciones
comprensibles por todos los trabajadores.
Hoy se da otro paso y se plantea el peligroso
problema: para nuestra victoria hay que conseguir primero que la burguesía
gobierne de un modo más tolerante y flexible, o bien que gobiernen clases
intermedias entre la burguesía y el proletariado, para permitir así nuestra
preparación. Al admitir un posible gobierno original de las clases medias, la
segunda concepción cae de lleno en el revisionismo de la doctrina de Marx y
equivale a la forma contrarrevolucionaria del reformismo.
La primera concepción se referiría solamente a la
utilidad objetiva de condiciones que nos permiten desarrollar mejor la
propaganda, la agitación y la organización. Pero de ésta, que no es menos
peligrosa que la otra, ya se ha hablado a propósito del análisis de las
situaciones.
Todo permite prever que el liberalismo y la
democracia burguesa, en antítesis con el método "fascista", se
desarrollarán en el sentido de excluir al partido comunista de sus garantías
jurídicas, que ya valen muy poco, como alguien que se excluiría a sí mismo por
negarlas en su programa. Esto ni siquiera está en contra de los principios de
la democracia burguesa; y, en todo caso, tiene precedentes de hecho en la obra de
todos los llamados gobiernos de izquierda: por ejemplo, en el programa del
Aventino italiano. La "libertad" dada al proletariado será
esencialmente una mayor libertad de acción y de organización en su seno para
los agentes contrarrevolucionarios. La única libertad para el proletariado
reside en su dictadura.
Ya se ha dicho que en los límites en los que un
gobierno de izquierda puede ofrecernos condiciones útiles, éstas podrán ser
aprovechadas sólo si el partido ha mantenido continuamente con anterioridad una
posición claramente autónoma. Esto no equivale a prever una diabólica habilidad
de la burguesía, sino a la certeza, fuera de la cual no se tiene el derecho a
llamarse comunista, de que la lucha final pondrá en contra de las conquistas
del proletariado al frente único de las fuerzas burguesas, se llamen éstas
Hindenburg o Mac Donald, Mussolini o Noske.
Cualquier preparación del proletariado para
distinguir en este frente a elementos que, incluso involuntariamente, le serían
favorables, será un coeficiente de derrota, aun cuando toda debilidad
intrínseca de sectores del frente mismo será un evidente coeficiente de
victoria.
Por estas consideraciones, hay que declarar
inaceptables los métodos tácticos preconizados en Alemania después de la
elección de Hindenburg, donde se ha practicado la alianza electoral con la
socialdemocracia y con otros partidos "republicanos", o sea,
burgueses; como también la alianza parlamentaria al Landstag prusiano para
evitar un gobierno de derecha y la táctica de favorecer el cartel de izquierda
adoptada en Francia en las elecciones administrativas (táctica de Clichy).
Incluso, como consecuencia imperiosa de las Tesis del II Congreso sobre el
parlamentarismo revolucionario, el partido comunista sólo puede descender al
terreno electoral y parlamentario con posiciones rigurosamente independientes.
Las recientes manifestaciones tácticas mencionadas
más arriba presentan una afinidad histórica de indudable evidencia, aunque no
completa, por cierto, con los métodos tradicionales de bloque y de
colaboracionismo adoptados en la II Internacional, que también se pretendían
justificar en el terreno del marxismo.
Tales métodos representan un peligro efectivo para
el planteamiento ideológico y para la edificación de la Internacional: además,
no están autorizados por ninguna deliberación de los congresos internacionales
y mucho menos por las tesis tácticas del V Congreso.
La Internacional ha cambiado sucesivamente la
concepción de las relaciones entre los organismos políticos y económicos a
escala mundial. Esto es un ejemplo importante del método que, en lugar de hacer
derivar las acciones contingentes de los principios, improvisa nuevas y
diversas teorías para justificar acciones sugeridas por sus aparentes comodidades
y facilidades de ejecución y de éxito inmediato.
Primero se sostuvo la admisión de los sindicatos
en la Internacional Comunista; a continuación, se constituyó una Internacional
Sindical Roja afirmando que, mientras el partido comunista debe luchar por la
unidad de los sindicatos, en la que se produce la más idónea zona de contacto
con las masas, y no debe tender a la formación de sindicatos propios
escindiendo incluso los dirigidos por los amarillos, en el campo internacional,
sin embargo, la oficina de la Internacional de Amsterdam era considerada y
tratada no como un organismo de las masas proletarias, sino como un órgano
político contrarrevolucionario de la Sociedad de las Naciones.
En un momento determinado, por consideraciones
ciertamente importantes, pero limitadas sobre todo a un proyecto de utilización
del movimiento sindical inglés de izquierda, se ha preconizado la renuncia a la
Internacional Sindical Roja y la unidad organizativa sindical, a escala
internacional, con Amsterdam.
Ninguna consideración sobre la mutación de las
situaciones puede justificar virajes tan graves, ya que la cuestión de las
relaciones entre los organismos políticos y sindicales internacionales es una
cuestión de principio, pues se reduce a la de las relaciones entre el partido y
la clase para la movilización revolucionaria.
Se puede añadir que ni siquiera las garantías
estatutarias internas fueron respetadas, porque dicha decisión se planteó como
un hecho consumado ante los órganos internacionales competentes.
El mantenimiento de la consigna de Moscú contra
Amsterdam no excluía ni excluye la lucha por la unidad sindical en cada nación,
porque la liquidación de las tendencias separatistas en los sindicatos
(Alemania e Italia) sólo ha sido posible quitando a los separatistas el
argumento de que se impedía al proletariado desvincularse de la influencia de
la Internacional de Amsterdam.
Por el contrario, la adhesión aparentemente
entusiasta de nuestro partido en Francia a la propuesta de la unidad sindical
mundial no obsta a que éste manifieste una incapacidad absoluta para tratar de
hecho de manera no escisionista el problema de la unidad sindical nacional.
No obstante, no es de excluir la utilidad de una
táctica de frente único a escala mundial con todos los organismos sindicales,
incluso los que se adhieren a Amsterdam.
La izquierda del partido ha sostenido y luchado
siempre por la unidad proletaria en los sindicatos, actitud que contribuye a
diferenciarla claramente de las falsas izquierdas de tipo sindicalista y voluntarista
combatidas por Lenin. Además la izquierda representa en Italia la concepción
rigurosamente leninista del problema de las relaciones entre los sindicatos y
los consejos de fábrica, rechazando sobre la base de la experiencia rusa y de
las tesis del II Congreso al respecto, la grave desviación de principio que
consiste en vaciar de importancia revolucionaria al sindicato, basado en
adhesiones voluntarias, para sustituirlo por el concepto utopista y
reaccionario de un necesario aparato constitucional adherido orgánicamente en
toda su extensión al sistema de producción capitalista, error que en la
práctica se concreta en la sobrevaloración de los consejos de fábrica y en un
efectivo boicot al sindicato.
La cuestión agraria está definida fundamentalmente
en las tesis que Lenin presentó en el II Congreso de la Internacional. La línea
fundamental de Lenin consiste ante todo en la rectificación desde el punto de
vista histórico del problema de la producción agrícola en el sistema marxista.
En la economía agrícola faltan las premisas de la socialización de las empresas
en una época en que ya están maduras en la economía industrial.
Lejos de retrasar la revolución proletaria (sobre
cuya base únicamente aquellas premisas se realizarán de forma general), esto
hace que el problema de los intereses generales de los campesinos pobres sea
insoluble en el marco de la economía industrial y del poder burgués,
permitiendo al proletariado unir a su propia lucha la emancipación del
campesino pobre de un sistema de explotación por parte de los terratenientes y
de la burguesía, aunque ésta emancipación no coincida con una transformación
general de la economía productiva rural.
En la propiedad que es grande desde el punto de
vista jurídico, pero que se compone técnicamente de pequenísimas empresas
productivas, la destrucción de las superestructuras legales se presenta como el
reparto de la tierra entre los campesinos. En realidad, esto no es otra cosa
que la liberación de una explotación común de las pequeñas empresas que
anteriormente estaban ya separadas. Esto no puede hacerse sin romper
revolucionariamente las relaciones de propiedad, pero sólo el proletariado de
la industria puede ser el protagonista de esta ruptura, porque éste no es
solamente, a diferencia del campesino, una víctima del sistema de las
relaciones burguesas de producción, sino el producto histórico de su madurez
para ceder el paso a un sistema de nuevas y diversas relaciones. Por
consiguiente, el proletariado encontrará una ayuda preciosa en la insurrección
del campesino pobre. Pero en las conclusiones tácticas de Lenin es esencial, en
primer lugar, la diferencia fundamental que existe entre las relaciones del
proletariado con la clase campesina y las relaciones entre el proletariado con
las capas medias reaccionarias de la economía urbana, expresadas - sobre todo -
por los partidos socialdemócratas; y, en segundo lugar, el concepto de la
preeminencia y hegemonía intangible de la clase obrera en la conducción de la
revolución.
En el momento de la conquista del poder, el
campesino se presenta como un factor revolucionario; pero aunque su ideología
se modifica en la revolución con respecto a las viejas formas de autoridad y
legalidad, no se modifica mucho en relación con las relaciones productivas que
siguen siendo las tradicionales de la empresa familiar aislada y en competencia
con las otras, de modo que el campesino sigue siendo un grave peligro para la
construcción de la economía socialista. Sólo un gran desarrollo de la energía
productiva y de la técnica agraria podrá suscitar el interés del campesino por
esta economía.
Según Lenin, en el terreno táctico y organizativo
el proletariado agrícola no ligado a la tierra (jornalero) debe ser considerado
y encuadrado en el mismo plano que el resto del proletariado. La alianza con el
campesino pobre, que trabaja solo su parte de tierra o un lote insuficiente, se
vuelve simplemente neutralización respecto al campesino medio, en el que se
superponen las caracteres de víctima de ciertas relaciones capitalistas y de
explotador de mano de obra; estos últimos caracteres son preeminentes en el
campesino rico, que es enemigo directo de la revolución.
La Internacional debe evitar los errores de
aplicación de la táctica agraria ya delineados, por ejemplo, en el partido
francés, tendientes a concebir una revolución original de los campesinos que se
coloque al mismo nivel que la de los obreros; o bien, a creer que la
movilización revolucionaria de los obreros puede estar determinada por una
insurrección nacida en el campo, mientras que la relación exacta es la inversa.
El campesino que se ha vuelto consciente del
programa de los comunistas y susceptible de organizarse políticamente debe
volverse un miembro del Partido Comunista, sólo así podrá combatirse el
surgimiento de partidos exclusivamente campesinos, influenciables
inevitablemente por la contrarrevolución.
La Krestintern (Internacional de los campesinos)
debe englobar las organizaciones campesinas de todos los países, definidas
(como lo son los sindicatos proletarios) por la aceptación de las adhesiones de
todos los que se encuentran en una posición determinada en relación con sus
intereses económicos inmediatos. Aquí también debe ser rechazada la táctica de
las negociaciones políticas, del frente único y de la formación de fracciones
internas en los partidos campesinos, aunque sea para disgregarlos.
Esta norma táctica no contradice las relaciones
establecidas entre los bolcheviques y los "socialistas
revolucionarios" en el periodo de la guerra civil y cuando ya existían las
nuevas instituciones representativas del proletariado y de los campesinos.
Lenin ha aportado también una clarificación
fundamental en la teoría del movimiento de las poblaciones en los países coloniales
y en algunos países excepcionalmente atrasados. Incluso antes de que estén
maduras las relaciones de la moderna lucha de clase, desarrolladas tanto por
los factores económicos como por los introducidos con la expansión del
capitalismo, se plantean reivindicaciones que sólo pueden ser realizadas con
una lucha insurreccional y con la derrota del imperialismo mundial.
En la época de la lucha por la revolución
proletaria en las metrópolis, la realización completa de estas dos condiciones
puede desencadenar la lucha en esos países, aunque no asuma localmente los
aspectos de un conflicto clasista, sino de raza y de nacionalidad.
Sin embargo, en el planteamiento leninista son
fundamentales los conceptos de la dirección de la lucha mundial por parte de
los órganos del proletariado revolucionario, y de la instigación (jamás el
retraso o la obstrucción) de la lucha de clases en las zonas indígenas, de la
constitución y del desarrollo independiente del partido comunista local.
Representa un peligro la extensión de estas
apreciaciones a los países en los que el régimen capitalista y el aparato
estatal burgués están construidos desde hace tiempo, puesto que en estas
condiciones la cuestión nacional y la ideología patriótica son directamente
recursos contrarrevolucionarios que tienden al desarme del proletariado en
cuanto clase, por ejemplo, estas desviaciones se han verificado con las
conocidas concesiones de Radek a los nacionalistas alemanes en lucha contra la
ocupación de los aliados.
En Checoslovaquia, al estar las dos razas a la
misma altura histórica y el ambiente económico común plenamente evolucionado,
la consigna de la Internacional debe ser también la cancelación de todo reflejo
de dualismo nacional en el campo del proletariado.
Por consiguiente, la elevación de la lucha de las
minorías nacionales en sí misma a una cuestión de principio es una
deformación de la concepción comunista, pues depende de otros criterios muy
distintos discernir si tal lucha presenta posibilidades revolucionarias o
desarrollos reaccionarios.
En la Internacional Comunista es indiscutible la
importancia de la nueva política económica del estado ruso, tal como resulta
sobre todo del discurso de Lenin de 1921 acerca del impuesto en especie y el
informe de Trotsky al IV Congreso mundial. Dadas las premisas de la economía
rusa y el hecho de que en los otros países la burguesía permanece en el poder,
no se podía plantear de otro modo la perspectiva marxista del desarrollo de la
revolución mundial y de la construcción de la economía socialista.
Las graves dificultades de la política estatal
rusa en relación a las relaciones internas de las fuerzas sociales, a los
problemas de la técnica productiva y a las relaciones con el exterior, han dado
lugar a sucesivas divergencias en el seno del Partido Comunista Ruso. Hay que
deplorar sobre todo que el movimiento comunista internacional no haya tenido la
posibilidad de pronunciarse sobre tales divergencias con más fundamento y
autoridad.
En la primera discusión con Trotsky, eran
indudablemente justas sus consideraciones acerca de la vida interna del partido
y de su nuevo curso, como también eran netamente proletarias y revolucionarias
en su conjunto sus consideraciones sobre el desenvolvimiento de la política
económica del Estado. En la segunda discusión no estaban menos justificadas las
consideraciones de Trotsky acerca de los errores de la Internacional y la
demostración de que la mejor tradición bolchevique misma no milita a favor de
los criterios que prevalecen en la dirección del Comintern.
Las repercusiones del debate en el seno del
partido fueron inadecuadas y artificiales a causa del método notorio de poner
en primer plano una intimidación antifraccionista o, lo que es peor,
antibonapartista, absolutamente sin fundamento. En cuanto a la muy reciente
discusión, hay que advertir ante todo que ésta está centrada en problemas de
naturaleza internacional y que el hecho de que sobre la misma se haya
pronunciado la mayoría del Partido Comunista Ruso no puede ser alegado como
argumento en contra de que la Internacional discuta sobre ella y se pronuncie a
su vez, siendo totalmente indiferente que la oposición derrotada renuncie a esa
demanda.
Como en otros casos, la cuestión de procedimiento
y de disciplina sofoca la cuestión esencial. No se trata de una defensa de los
derechos violados de una minoría, la cual - al menos en lo que respecta a los
jefes - comparte la misma responsabilidad de muchos errores internacionales,
sino que se trata de cuestiones vitales del movimiento mundial.
La cuestión rusa debe ser llevada ante la
Internacional para su estudio completo. Los términos de su planteamiento deben
ser los siguientes. Según Lenin, en la economía rusa actual hay elementos
preburgueses, burgueses, de capitalismo de Estado y de socialismo. La gran
industria estatal es socialista en la medida en que se refiere a los
planteamientos productivos del Estado políticamente proletario. Pero la
distribución de sus productos se realiza de forma capitalista, mejor dicho, con
el mecanismo del mercado libre de la competencia.
En principio, no se puede excluir que este sistema
mantenga a los obreros en una condición económica poco floreciente (como es el
caso hoy) aceptada por ellos gracias a la conciencia revolucionaria adquirida,
e incluso que se desarrolle en el sentido de un aumento de la sustracción de
plusvalor, que puede efectuarse a través del precio que los obreros pagan por
los productos alimenticios, del precio pagado por el Estado y de las
condiciones obtenidas por éste en las compras, en las concesiones, en el
comercio y en todas las relaciones con el capitalismo exterior. La cuestión
debe ser planteada así para saber si hay un progreso o un retroceso de los
elementos socialistas en la economía rusa, y este problema se plantea incluso
como un problema de rendimiento técnico y de buena organización de la industria
de Estado.
La construcción del socialismo integral extendido
a la producción, a la distribución, a la industria y a la agricultura debe
considerarse imposible en un solo país. En cambio, hay que estimar realizable
un desarrollo progresivo de los elementos socialistas en la economía rusa, es
decir, el fracaso del plan contrarrevolucionario que cuenta con factores
internos (los campesinos ricos y la nueva burguesía y pequeña burguesía) y con
factores externos (las potencias imperialistas). Sea que este plan tome la
forma de una agresión interior o exterior, sea la de un sabotaje progresivo y
una influencia en la vida social y estatal rusa para obligarla a una involución
progresiva y a una desproletarización de sus caracteres, en estos casos la
estrecha colaboración y contribución de todos los partidos de la Internacional
es una condición fundamental del éxito.
Sobre todo, se trata de asegurar a la Rusia
proletaria y al Partido Comunista Ruso el apoyo activo y enérgico de la
vanguardia proletaria, especialmente la de los países imperialistas, no solo en
el sentido de que se impidan las agresiones y se ejerza una presión acerca de
las relaciones de los Estados burgueses con Rusia, sino porque es necesario que
el partido ruso sea ayudado por los partidos hermanos en la resolución de sus
problemas. Por cierto, estos últimos no poseen una experiencia directa de los
problemas de gobierno; pero, a pesar de eso, contribuirán a la resolución de
los mismos aportándole un coeficiente clasista y revolucionario que deriva
directamente de la realidad de la lucha de clases que se desarrolla en sus
países respectivos.
En relación con lo dicho más arriba, las
relaciones internas de la Internacional Comunista resultan inadecuadas para
estas tareas y exigen urgentes modificaciones, sobre todo en sentido contrario
a las exageraciones organizativas, tácticas y políticas de la llamada
bolchevización.
1. La
situación italiana (1926)
Son erróneas las apreciaciones sobre la situación
italiana que dan un valor decisivo a las consideraciones acerca del
insuficiente desarrollo del capitalismo industrial.
A su menor extensión cuantitativa y al relativo
retraso histórico de su aparición se contraponen otra serie de circunstancias,
en virtud de las cuales, en la época del Risorgimento, todo el poder
político ha podido pasar sólidamente a las manos de la burguesía, y su
tradición de gobierno es muy rica y compleja.
No es posible identificar sistematicamente las
diferencias sociales existentes entre terratenientes y capitalistas, y entre
gran y pequeña burguesía con las antítesis políticas sobre las cuales se han
alineado históricamente los partidos en lucha: derecha e izquierda histórica,
clericalismo y masonería, democracia y fascismo.
El movimiento fascista debe ser interpretado como
un intento de unificación política de los intereses contrapuestos de los
diferentes grupos burgueses con un fin contrarrevolucionario. Con tal objetivo,
el fascismo, directamente alimentado y deseado por todas las clases altas al
mismo tiempo, latifundistas, industriales, comerciantes y banqueros, apoyado
principalmente por el aparato estatal tradicional, por la dinastía, la Iglesia,
y la masonería, ha llevado a cabo una movilización de los elementos sociales
disgregados de las clases medias, a los que ha lanzado, en estrecha alianza con
todos los elementos burgueses, contra el proletariado.
Lo que ha sucedido en Italia no debe ser explicado
como la llegada al poder de una nueva capa social, ni como la formación de un
nuevo aparato de Estado con una ideología y un programa originales, ni como la
derrota de una parte de la burguesía cuyos intereses se identificarían mejor
con la adopción del método liberal y parlamentario. Los liberales, los
democráticos, Giolitti y Nitti, son los protagonistas de una fase de la lucha
contrarrevolucionaria dialécticamente ligada a la fascista y decisiva para la
derrota del proletariado. De hecho, la política de las concesiones, con la
complicidad de reformistas y maximalistas, ha permitido la resistencia burguesa
y desviar la presión proletaria en el periodo sucesivo a la guerra y a la
desmovilización, cuando la clase dominante y todos sus órganos no estaban
preparados para una resistencia frontal.
El fascismo, directamente favorecido en este
periodo por los gobiernos, la burocracia, la policía, la magistratura, el
ejército, etc., ha efectuado después una sustitución completa del viejo
personal político burgués, pero este hecho no debe engañar y aún menos servir
para rehabilitar a partidos y agrupaciones que han fracasado no por haber
creado condiciones favorables para la clase obrera, sino sólo por haber agotado
ya toda una fase de su tarea contra ella.
2.
Orientación política de la Izquierda Comunista
En el curso de las situaciones mencionadas, el
grupo que dio lugar a la formación del Partido Comunista ha obedecido a los
siguientes criterios: ruptura de los dualismos ilusorios presentados por la
escena política burguesa y parlamentaria, y planteamiento del dualismo clasista
revolucionario; destrucción en el seno del proletariado de la ilusión de que
las clases medias sean capaces de producir un Estado mayor político, de asumir
el poder y de abrir para el proletariado la vía de sus conquistas; difusión en
la clase obrera de la confianza en su propia tarea histórica gracias a una
preparación apoyada en sucesivas posiciones críticas, políticas, y tácticas originales
y autónomas, sólidamente vinculadas entre sí en el desarrollo de las
situaciones.
Las tradiciones de esta política existen desde
antes de la guerra en la izquierda del Partido Socialista. Desde los congresos
de Reggio Emilia (1912) y Ancona (1914), no solo se forma una mayoría capaz de
oponerse al mismo tiempo tanto al error reformista como al sindicalista (que
hasta entonces había encarnado a la izquierda proletaria), sino que, dentro de
esta mayoría se delinea una extrema izquierda que tiende a soluciones cada vez
más radicales y clasistas. Así son resueltos correctamente importantes
problemas clasistas a propósito de la táctica electoral, de las relaciones con
los sindicatos, de la guerra colonial, de la masonería.
Durante la guerra mundial, si bien todo el partido
(o casi todo) se opuso a una política de unión sagrada, en su seno se
distinguió aún más el trabajo de una extrema izquierda bien individualizada, la
que en las reuniones de Bolonia (mayo 1915), Roma (febrero 1917), Florencia
(noviembre 1917) y en el Congreso de Roma de 1918 sostuvo directivas
leninistas, como la negación de la defensa nacional y el derrotismo, la
utilización de la derrota para plantear el problema del poder, la lucha
incensante y la demanda de que fuesen expulsados del partido los jefes
oportunistas, sindicales y parlamentarios.
Inmediatamente después de la guerra, la posición
de la extrema izquierda se concretó en el periódico Il Soviet. Este fue
el primero en plantear y defender las directivas de la revolución rusa, negando
las interpretaciones antimarxistas, oportunistas, sindicalistas y anarcoides,
planteando correctamente los problemas esenciales de la dictadura proletaria y
de la tarea del partido, sosteniendo desde el primer momento la escisión del
Partido Socialista.
Este grupo sostenía el abstencionismo electoral y
sus conclusiones fueron rechazadas por el II Congreso de la Internacional. Pero
su abstencionismo no partía de errores teóricos antimarxistas de tipo
anarco-sindicalista, tal como lo prueban las decididas polémicas dirigidas
contra la prensa anarquista. La táctica abstencionista era preconizada ante
todo en el ambiente político de completa democracia parlamentaria, la cual crea
particulares dificultades a la conquista de las masas para volverlas conscientes
de la justa consigna de la dictadura, dificultades que creemos
insuficientemente valoradas todavía por la Internacional.
En segundo lugar, el abstencionismo no era
propuesto como una táctica para todos los tiempos, sino para la situación
general, hoy desgraciadamente superada, de la inminencia de grandes luchas y de
la puesta en marcha de las más grandes masas proletarias.
Con las elecciones de 1919, el gobierno burgués de
Nitti abrió una inmesa brecha a la presión revolucionaria, desvió el impulso
del proletariado y la atención del partido explotando las tradiciones de
electoralismo desenfrenado. El abstencionismo de Il Soviet fue entonces
la única reacción justa contra las verdaderas causas del desastre proletario
ulterior.
Más tarde, en el congreso de Bolonia (octubre de
1919) sólo la mayoría abstencionista planteó correctamente el problema de la
escisión de los reformistas, y buscó en vano un acuerdo con parte de los
maximalistas, renunciando en este terreno a hacer del abstencionismo una cuestión
previa. Después del fracaso de esta tentativa, la fracción abstencionista fue
la única que hasta el II Congreso mundial trabajó a escala nacional para la
formación del Partido Comunista.
Fue este grupo, pues, el que representó la
orientación espontánea, según las propias experiencias y tradiciones de la
izquierda del proletariado italiano, sobre las directivas que
contemporáneamente triunfaban en Rusia con la victoria de Lenin y del
bolchevismo.
3. La obra
del Centro de Izquierda
Una vez constituido el partido comunista en
Livorno (enero de 1912), los abstencionistas hicieron toda clase de esfuerzos
para ligarse estrechamente con los otros grupos del partido. Si para algunos de
éstos la separación de los oportunistas derivaba solamente de la cuestión de
las relaciones internacionales, para el grupo de izquierda existía una completa
coincidencia entre las tesis de la Internacional y las enseñanzas de las
experiencias políticas precedentes. Los abstencionistas, por disciplina y por
muchos otros factores, habían renunciado expresamente a su posición sobre las
elecciones.
El Centro del partido inspiró su trabajo en la
interpretación de la situación italiana y de las tareas del proletariado que
han sido trazadas más arriba. Ahora es evidente que el retraso en la
constitución del partido revolucionario, cuya responsabilidad debía atribuirse
a todos los otros grupos, hacía inevitable la ulterior retirada del
proletariado y la había determinado ineluctablemente.
Para lograr las mejores posiciones posibles para
el proletariado en las luchas sucesivas, el Centro basó su acción en la
necesidad de hacer toda clase de esfuerzos para utilizar el aparato tradicional
de las organizaciones rojas, pero era necesario convencer al proletariado de
que no debía contar con los maximalistas y reformistas, quienes llegaban hasta
la aceptación del pacto de pacificación con el fascismo.
El partido planteó desde un principio el postulado
de la unidad sindical, y después presentó la propuesta central de frente único,
que culminó en la constitución de la Alianza del Trabajo. Aparte de las
opiniones sobre el frente único político, es un hecho que este era
coyunturalmente imposible en Italia en 1921-1922, y que nunca llegó al partido
comunista la invitación para una reunión que debiera fundar la alianza de los
partidos. En la reunión convocada por los ferroviarios para constituir la
alianza sindical, el partido no intervino para no prestarse a maniobras que
habrían comprometido la alianza misma y las responsabilidades del partido; en
vez de eso, afirmó previamente su paternidad de la iniciativa y de la
disciplina de los comunistas con respecto al nuevo órgano. Sin embargo,
existieron sucesivos contactos con los partidos políticos a los cuales el
partido comunista no se negó para nada, sino que fracasaron, demostrando la
imposibilidad de un acuerdo en el terreno político y de la acción, y el
derrotismo de todos los otros grupos. En el marco de la retirada, el Centro
supo defender también la confianza de los obreros en la propia clase y elevar
la conciencia política de la vanguardia al impedir a tiempo las tradicionales
maniobras hacia el proletariado de grupitos y partidos seudorrevolucinarios. A
pesar de los esfuerzos del partido, sólo se llegó más tarde (en agosto de 1922)
a la acción general; pero la derrota proletaria fue inevitable. Desde entonces,
el fascismo, abiertamente apoyado en la lucha violenta por las fuerzas del
Estado dirigido por la democracia liberal, fue el dueño del país, y sólo
más tarde se legalizó formalmente su predominio con la marcha sobre Roma.
En este punto, a pesar de restringirse el campo de
la acción proletaria, la influencia del partido se estaba imponiendo sobre la
de los maximalistas y reformistas, después de haber manifestado ya su
progresión en los resultados de las elecciones de 1921 y de las grandes
consultas sucesivas de la Confederación del Trabajo.
4.
Relaciones entre la Izquierda italiana
El congreso de Roma (marzo de 1922) puso de
manifiesto una divergencia teórica entre la Izquierda italiana y la mayoría de
la Internacional, la cual fue muy mal expresada en un principio por nuestras
delegaciones en el III Congreso y en el Ejecutivo Ampliado de febrero de 1922.
Estas, especialmente en la primera ocasión, cometieron errores efectivos en un
sentido infantilista. Las tesis de Roma fueron la feliz liquidación
teórica y política de todo peligro oportunista de izquierda en el partido
italiano.
En la práctica del partido, la única divergencia
con la Internacional se había manifestado a propósito de la táctica hacia los
maximalistas, pero dicha divergencia parecía superada con los resultados
unitarios del Congreso socialista de octubre de 1921.
Las Tesis de Roma fueron aprobadas como
contribución del partido a las decisiones de la Internacional y no como línea
de acción inmediata; el Centro del partido lo confirmó en el Ejecutivo Ampliado
de 1922 y no se abrió la discusión teórica precisamente por disciplina a la
Internacional y por decisión de ésta.
No obstante, en agosto de 1922, la Internacional
no interpretó la situación como lo hizo el Centro del partido, sino que
consideró que la situación italiana era inestable debido al debilitamiento de
la resistencia del Estado, y pensó reforzar el partido sobre la base de la fusión
con los maximalistas, considerando como factor decisivo la escisión entre
maximalistas y unitarios, y no las enseñanzas que el partido extraía de la
vasta maniobra de la huelga de agosto.
Desde ese momento las dos líneas políticas
divergen definitivamente. En el IV Congreso Mundial (diciembre de 1922) el
viejo Centro del partido se opuso a la tesis que prevaleció en él. Al retornar
los delegados a Italia, delegó unánimemente la responsabilidad de la fusión
confiándola a una Comisión, pero conservando naturalmente sus propias funciones
administrativas. Se produjeron entonces los arrestos de febrero de 1923 y la
gran ofensiva contra el partido. Finalmente, en el Ejecutivo Ampliado de junio
de 1923 se depuso al viejo ejecutivo y se lo sustituyó por otro totalmente
diferente. Ante esta situación, las dimisiones de una parte de los miembros del
Centro del partido fueron una simple consecuencia lógica. En mayo de 1924, una
conferencia consultiva del partido daba todavía a la izquierda una aplastante
mayoría contra el centro y la derecha, y así se llegó en 1924 al V Congreso
mundial.
5. El
ordinovismo como tradición del Centro actual
El grupo del "Ordine Nuovo" surgió en
Turín entre algunos elementos intelectuales que se pusieron en contacto con las
masas proletarias de la industria, cuando la fracción abstencionista contaba ya
en Turín con un gran séquito. En la ideología de aquel grupo predominaban
concepciones filosóficas burguesas, idealistas, propias de Croce, las que
naturalmente sufrieron y sufren una transformación. Este grupo interpretó muy
tarde las directivas comunistas y siempre con residuos de errores ligados a sus
orígenes. Sólo comprendió la revolución rusa cuando era demasiado tarde para
aplicar positivamente sus enseñanzas a la lucha proletaria italiana. En
noviembre de 1917, el camarada Gramsci publicó en el "Avanti" un
artículo dando una explicación esencialmente idealista de la revolución rusa,
en el cual sostenía que ésta había desmentido al materialismo histórico de Marx
y a las teorías del Capital. Contra dicho artículo intervino enseguida
la corriente de extrema izquierda, a la cual pertenecía también la Federación
Juvenil.
El desarrollo ulterior de las ideas del grupo
ordinovista, tal como resulta de las publicaciones del "Ordine Nuovo",
no se dirigía hacia una teoría marxista y leninista del movimiento obrero. En
esta teoría se plantean erróneamente los problemas de la función de los
sindicatos y del partido, las cuestiones de la lucha armada, de la conquista
del poder y de la construcción del socialismo. Estableció, por el contrario, la
concepción de una organización sistemática no "voluntaria", sino
"necesaria" de la clase trabajadora, estrechamente unida al mecanismo
industrial productivo capitalista.
Este sistema parte del delegado de fábrica y
culmina, al mismo tiempo, en la Internacional proletaria, es decir, en la
Internacional Comunista, y en el sistema de los Soviets y del Estado obrero,
pasando por el consejo de fábrica, en el cual se prefiguraría dicho sistema
antes de la caída del poder capitalista.
Reivindicando y ejerciendo el control de la
producción, las funciones de este sistema deberían ser, además, ya desde la
época burguesa, funciones de construcción de la nueva economía.
Todas las posiciones de esta ideología de características
no marxistas: utopismo, sindicalismo de sabor proudhoniano, gradualismo
económico antes de la conquista del poder, es decir, reformismo, han sido
aparentemente abandonadas para ser sustituidas alternativamente por las muy
distintas teorías del leninismo. Pero dicha sustitución sólo se habría podido
efectuar de un modo no exterior ni ficticio si el grupo ordinovista no se
hubiese apartado y alineado contra el grupo cuyas tradiciones de izquierda
convergen espontáneamente de modo bien diverso, como lo hemos demostrado, con
la orientación bolchevique, y que aportó una contribución seria extraída de la
experiencia proletaria de clase y no de ejercicios de academia y de biblioteca
sobre textos burgueses. Por cierto, esto no excluye que también el "Ordine
Nuovo" pudiese aprender y mejorar en el curso de la estrecha colaboración
con la Izquierda, que luego se interrumpió. Esta situación hace irónica la
pretensión de los líderes ordinovistas de bolchevizar a aquellos que fueron en
realidad quienes los encaminaron a ellos mismos en una dirección bolchevique en
el sentido serio y marxista, y no con procedimientos mecánicos, burocráticos y
de comadres.
Hasta poco antes del Congreso Mundial de 1920, los
ordinovistas eran contrarios a la escisión del viejo partido y plantearon
falsamente todos los problemas sindicales. El representante de la Internacional
en Italia debió polemizar con ellos acerca de las cuestiones de los consejos de
fábrica y de la prematura constitución de los Soviets.
En abril de 1920, la Sección de Turín aprobó las
conocidas tesis del "Ordine Nuovo" redactadas por el camarada Gramsci
y adoptadas por el Comité compuesto de ordinovistas y abstencionistas. En
realidad, y dejando de lado el desacuerdo sobre la cuestión electoral, estas
tesis citadas en la resolución del II Congreso expresaban el
pensamiento común de la fracción comunista en formación y su contenido no
formulaba las construcciones particulares del ordinovismo, sino más bien los
puntos aceptados mucho antes y con absoluta claridad por el grupo de izquierda
del partido.
Los ordinovistas se unieron durante algún tiempo a
la posición de la izquierda respecto a la Internacional; pero, en realidad, su
pensamiento se diferenciaba del de las Tesis de Roma, a pesar de que
creyeron oportuno votarlas.
El verdadero precursor de la actual adhesión del
ordinovismo a la táctica y a la línea general de la Internacional fue el
camarada Tasca, quien planteó la oposición contra la Izquierda en el Congreso
de Roma.
Dados los caracteres del grupo ordinovista, su
particularismo y concretismo, heredados en realidad de posiciones ideológicas
idealistas burguesas, y la posibilidad de adhesiones superficiales e
incompletas que permite al método de dirección de la Internacional, debe
considerarse que, a pesar de las clamorosas declaraciones de ortodoxia, la
adhesión teórica de los ordinovistas al leninismo (adhesión que tiene una
importancia decisiva para los efectivos desarrollos políticos que se preparan)
no vale mucho más que su adhesión anterior a las Tesis de Roma.
6. El
trabajo político del Centro actual del Partido
Desde 1923 hasta hoy, el trabajo del Centro del
partido, aun teniendo presente la difícil situación en la cual debía
desenvolverse, ha dado lugar a errores que se relacionan esencialmente con los
ya indicados a propósito del problema internacional; pero, en parte, resultaron
mucho más graves a causa de las desviaciones originales propias de la
construcción ordinovista.
La participación en las elecciones de 1924 fue un
acto político muy acertado, pero no puede decirse lo mismo de la propuesta de
acción común hecha anteriormente a los partidos socialistas ni de la etiqueta
de "unidad proletaria" que ésta ha tomado, y también fue deplorable
la tolerancia excesiva de ciertas maniobras electorales de los
"terzini". Pero los problemas más graves se manifestaron a propósito
de la crisis ocasionada por el asesinato de Matteotti.
La política del Centro se basó en la
interpretación absurda de que el debilitamiento del fascismo habría puesto en
movimiento a las clases medias primero y al proletariado después. Esto
significa desconfiar de la capacidad clasista del proletariado, que permanece
vigilante aun bajo el aparato sofocante del fascismo, y sobrestimar la iniciativa
de las clases medias. Por el contrario, aparte de la claridad de las posiciones
teóricas marxistas al respecto, la enseñanza central extraída de la experiencia
italiana es la que demuestra cómo las capas intermedias se dejan arrastrar,
siguiendo pasivamente al más fuerte: en 1919-20 al proletariado; en 1921-22-23
al fascismo; hoy, después de un período de ruidosa e importante emoción en
1924-25, nuevamente al fascismo.
El Centro cometió un error al abandonar el
parlamento y al participar en las primeras reuniones del Aventino, ya que
debería haber permanecido en el parlamento para hacer una declaración de ataque
político al Gobierno y para tomar una posición inmediata contra el prejuicio
constitucional y moral del Aventino, el que representó el factor determinante
del desenlace de la crisis a favor del fascismo. No hay que excluir que a los
comunistas les hubiera podido convenir abandonar el parlamento, pero con una
fisonomía propia y sólo cuando la situación hubiera permitido llamar a las
masas a la acción directa. El momento era de esos en los que se deciden los
desarrollos de las situaciones posteriores. El error, por tanto, fue
fundamental y decisivo para formarse un juicio acerca de las capacidades del
grupo dirigente, y determinó una utilización muy desfavorable por parte de la
clase obrera del debilitamiento del fascismo primero y del fracaso clamoroso de
Aventino después.
El retorno al parlamento en noviembre de 1924 y la
declaración de Repossi fueron benéficas, como lo demostró la ola de aprobación
proletaria, pero demasiado tardías. El Centro osciló mucho tiempo y sólo se
decidió por la presión del partido y de la izquierda. Se preparó al partido
sobre la base de instrucciones insignificantes y de una apreciación
fantásticamente errónea de las perspectivas de la situación (relación de
Gramsci en el Comité Central, agosto de 1924). La preparación de las masas, que
no estaba dirigida en la perspectiva de la caída del Aventino, sino en la de su
victoria, a través de la propuesta que el partido hizo a las oposiciones de
constituirse en Antiparlamento, fue en todo sentido la peor. Ante todo, esta
táctica se apartaba de las decisiones de la Internacional, que jamás
consideraron propuestas a partidos netamente burgueses; además, ésta era de las
que conducen tanto fuera del campo de los principios y de la política comunista
como de la concepción histórica marxista. Independientemente de toda
explicación que el Centro podía intentar dar acerca de los fines e intenciones
que inspiraban la propuesta, explicación que habría tenido de todos modos una
repercusión muy limitada, éste daba por cierto a las masas la ilusión de un
Anti-Estado que se opone y lucha contra el aparato estatal tradicional,
mientras que, según las perspectivas históricas de nuestro programa, la única
base de un Anti-Estado podrá ser la representación de la única clase
productora, es decir, el Soviet.
La consigna del antiparlamento, con el apoyo en el
país de los comités obreros y campesinos, significaba confiar el Estado Mayor
del proletariado a representantes de grupos sociales capitalistas, como
Améndola, Agnelli, Albertini, etc.
Fuera de la certeza de no llegar de hecho a
semejante situación, que únicamente se podría tildar de traición, el solo hecho
de presentarla como perspectiva de una propuesta comunista significa violar los
principios y debilitar la preparación proletaria.
Los detalles del trabajo del Centro se prestan a
otras críticas. Han sido demasiado frecuentes las consignas que no solo no
corresponden a ninguna realización, sino ni siquiera a una agitación seriamente
visible fuera del aparato del partido. La consigna central de los comités
obreros y campesinos, que tuvo explicaciones contradictorias y confusas, no ha
sido comprendida ni seguida.
7. La
actividad sindical del Partido
Se cometió otro error grave en la huelga
metalúrgica de marzo de 1925. El Centro no comprendió cómo la desilusión
proletaria con respecto al Aventino permitía prever un impulso general de las
acciones clasistas bajo la forma de una ola de huelgas, mientras que, si lo
hubiera hecho, se habría podido impulsar decididamente más allá a la Federación
Italiana de los Obreros Metalúrgicos (F.I.O.M.) (tal como se la arrastró a
intervenir en la huelga iniciada por todos los fascistas), hasta la huelga nacional,
a través de la formación de un comité metalúrgico de agitación apoyado en las
organizaciones locales, que estaban muy dispuestas a la huelga en todo el país.
La orientación sindical del Centro no correspondió
claramente a la consigna de la unidad sindical en la Confederación, aun a pesar
de la disolución organizativa de ésta. Las directivas sindicales del partido
reflejaron errores ordinovistas en relación con la acción en las fábricas, en
las cuales no solo se crearon o se propusieron órganos múltiples y
contradictorios, sino que se dieron a menudo consignas que desvalorizaban al
sindicato y a la concepción de su necesidad como órgano de la lucha proletaria.
Consecuencia de este error fue el desgraciado
acuerdo de la FIAT en Turín, como también la orientación confusa en las
elecciones de fábrica, en las que no se planteó correctamente, es decir, en el
terreno del sindicato, el criterio de elección entre la táctica de las listas
clasistas y la de la lista del partido.
8.
Actividad del Partido
En la cuestión agraria estaba justificada la
consigna de las asociaciones de defensa de los campesinos, pero se la ha
identificado excesivamente con un trabajo conducido sólo desde arriba por medio
de un comité de partido.
A pesar de las dificultades de la situación, hay
que denunciar en esta cuestión el peligro de la visión burocrática de nuestras
tareas, que se refiere también a las otras actividades del partido.
Las relaciones correctas entre asociaciones de
campesinos y sindicatos obreros deben ser establecidas claramente en el sentido
de que los asalariados agrícolas forman una federación que adherida a la
Confederación del Trabajo, mientras que entre ésta y la asociación de defensa
debe existir una estrecha alianza central y local.
En la cuestión agraria se debe evitar una
concepción regionalista o meridionalista, de la cual ya se han manifestado
algunas tendencias. Esto se refiere también a las cuestiones de las autonomías
regionales reivindicadas por ciertos partidos nuevos que debían ser combatidos
abiertamente como reaccionarios, en vez de entablar engañosos tratos con ellos.
La táctica de buscar la alianza con la izquierda
del Partido Popular (Miglioli) y con el partido de los campesinos ha dado
resultados desfavorables.
Una vez más se han hecho concesiones a hombres
políticos extraños a toda tradición clasista sin obtener el deseado
desplazamiento de las masas y desorientando muchas veces a partes de la
organización del partido. También es erróneo sobrestimar la maniobra entre los
campesinos a los efectos de una hipotética campaña política contra la
influencia del Vaticano, problema que ciertamente se plantea, pero que es
resuelto así de manera inadecuada.
9. Trabajo
de organización del Centro
Después de la ráfaga fascista, el trabajo de
reorganización del partido fue indudablemente rico en buenos resultados. Sin
embargo, ese trabajo de organización conservó un carácter demasiado técnico, en
vez de asegurar la centralización con la puesta en vigor de normas estatutarias
claras y uniformes aplicables a todo camarada o comité local, y no sólo a
través de la intervención del aparato central. Se podían hacer mayores
progresos permitiendo a las organizaciones de base volver a elegir sus propios
comités, sobre todo en el período más favorable de la situación.
En lo que respecta al aumento de los efectivos del
partido y a su sucesiva disminución, además de la facilidad con que se alejan
hoy los elementos reclutados con la misma facilidad durante la crisis Matteotti,
queda demostrado así cómo tales hechos dependen del desarrollo de las
situaciones y no de beneficios hipotéticos del cambio general de orientación.
Se exageró la valoración de los efectos del mes de
reclutamiento y las ventajas de una campaña semejante. Acerca de la
organización por células, el Centro debía realizar evidentemente las
disposiciones generales del Comintern, a las que se hizo referencia en otro
lugar. Pero esto fue realizado de modo no uniforme, discontinuo y con múltiples
contradicciones, y sólo después de reiteradas presiones de la periferia se
obtuvo una cierta sistematización.
Sería deseable sustituir el sistema de secretarios
interregionales por un cuerpo de inspectores, estableciendo un vínculo político
directo, si no técnico, entre el Centro y los organismos tradicionales de base
del Partido, las Federaciones provinciales. La tarea de los inspectores debería
ser principalmente la intervención activa donde sea necesario reconstruir la
organización fundamental del partido, siguiéndola hasta que sea capaz de
funcionar normalmente.
10. El
trabajo del Centro en la cuestión del fraccionismo
La campaña que ha culminado con la preparación del
congreso ha sido deliberadamente planteada después del V Congreso mundial no
como un trabajo de propaganda y de elaboración en todo el partido de las
directivas de la Internacional tendente a crear una verdadera y útil conciencia
colectiva más avanzada, sino como una agitación con miras a lograr del modo más
rápido y con el mínimo esfuerzo la renuncia de los camaradas a su adhesión a
las opiniones de la izquierda. No se ha considerado si tal método era útil o
perjudicial para el partido a los efectos de su eficiencia respecto a los
enemigos externos, sino que se ha procurado por todos los medios el logro de
ese objetivo interno.
Ya se ha hablado en otro lugar de la crítica desde
el punto de vista histórico y teórico del método ilusorio de reprimir el
fraccionismo desde arriba. En el caso italiano, el V Congreso había aceptado la
demanda de la izquierda de que se renunciase a las imposiciones desde arriba y
de que se tomase acto de su compromiso de no hacer un trabajo de oposición y de
participar en todo el trabajo del partido, pero no en la dirección política.
Dicho acuerdo fue roto por el Centro con una campaña no de postulados
ideológicos y tácticos, sino de acusaciones disciplinarias a camaradas
individuales, que han sido planteadas en los congresos federales bajo un aspecto
unilateral.
Al anunciarse el congreso, la constitución del
Comité de Acuerdo era un acto espontáneo tendente a evitar reacciones
individuales y de grupos en un sentido disgregativo, para encaminar la acción
de todos los camaradas de la izquierda en una línea común y responsable dentro
de los estrechos límites de la disciplina y con la garantía del respeto de los
derechos de todos los camaradas en la consulta del partido. Este hecho fue
cogido por el Centro e introducido en su plan de agitación para presentar a los
de izquierda como fraccionistas y escisionistas, a través de la campaña en la
que se prohibió a estos defenderse antes de que se obtuvieran, con imposiciones
desde arriba, los votos contra la izquierda de los Comités federales.
Este plan de agitación se desarrolló con una
revisión fraccionista del aparato del partido y de los cargos locales, con la
manera de presentar los escritos de contribución a la discusión, con la
prohibición de que representantes de izquierda interviniesen en los congresos
federales, y culminó en el sistema de votación inaudito que atribuye
automáticamente a las tesis del Centro los votos de los ausentes a la consulta.
Cualquiera sea el resultado desde el punto de
vista de la mayoría numérica, semejante trabajo no ha hecho avanzar, sino que
ha dañado la conciencia ideológica del partido y su prestigio entre las masas.
Se han evitado consecuencias peores debido a la moderación de los camaradas de
izquierda que han soportado semejante martilleo no porque lo creyesen mínimamente
justificado, sino sólo por devoción a la causa del partido.
11.
Esquema de programa de trabajo del Partido
Según la izquierda, los puntos precedentes
contienen las premisas de las cuales deberían derivar las tareas generales y
particulares del partido. Pero es evidente que dicho problema sólo podría
plantearse sobre la base de decisiones internacionales. Por consiguiente, la
izquierda sólo puede indicar un esquema de programa de acción para proponer a
la Internacional como tarea a realizar por su sección italiana.
El partido debe preparar al proletariado para
reanudar la actividad clasista y la lucha contra el fascismo utilizando las
severas experiencias recorridas por el proletariado en los últimos tiempos. Al
mismo tiempo, debe prepararlo para no ilusionarse con los cambios de la
política burguesa y con la posibilidad de ayuda de las clases medias urbanas,
utilizando las experiencias del período liberal democrático para evitar que se
repitan las ilusiones pacifistas.
El partido no dirigirá propuestas de acción común
a los partidos de la oposición antifascista y ni siquiera desarrollará una
política de desplazamiento a izquierda de la oposición misma o de los diversos
partidos llamados de izquierda.
Para la movilización de las masas en torno a su
programa, el partido se prefijará una táctica de frente único desde abajo,
siguiendo atentamente las situaciones económicas para formular las
reivindicaciones inmediatas. El partido evitará plantear como reivindicación
política central el advenimiento de un gobierno que conceda garantías de
libertad; no planteará como objetivo de las conquistas de clase la existencia
de la libertad para todos, sino los postulados que evidencien cómo la libertad
para los obreros consiste en lesionar la libertad de los explotadores y
burgueses.
Al plantearse hoy el grave problema de que los
sindicatos de clase y de los otros órganos inmediatos del proletariado se
enralecen, el partido agitará ante todo la consigna de la defensa de los
sindicatos rojos tradicionales y de la necesidad de su resurgimiento. El
trabajo en las fábricas evitará crear órganos susceptibles de vaciar la
eficacia de las consignas sobre la reconstrucción sindical. Teniendo en cuenta
la situación actual, el partido promoverá el funcionamiento de los sindicatos
en las "secciones sindicales de fábrica", las cuales, representando
la fuerte tradición sindical, se presentan como los organismos aptos para la
dirección de las luchas obreras, ya que precisamente la defensa de éstas hoy es
posible en las fábricas. Se intentará hacer elegir la comisión interna ilegal
de la sección sindical de fábrica, a reserva de reemplazar apenas sea posible a
la comisión interna por un organismo elegido por la masa de la fábrica.
Respecto a la organización en el campo, es válido
cuanto se ha dicho a propósito de la cuestión agraria.
Habiendo utilizado al máximo todas las
posibilidades de organización de los grupos proletarios, se deberá recurrir a
la consigna de los Comités obreros y campesinos respetando los siguientes
criterios:
a) La consigna de la constitución de los Comités obreros y campesinos no será
lanzada con una periodicidad intermitente y casual, sino imponiéndola con una
enérgica campaña en un viraje de la situación que ponga en evidencia ante las
masas la necesidad de un nuevo encuadramiento, o sea, cuando se la pueda
identificar con una clara consigna de acción del proletariado, y no con una
simple consigna de organización.
b) El núcleo de los Comités deberá estar constituido por los representantes de
organismos conocidos tradicionalmente por las masas, aunque estén mutilados por
la reacción, tal como los sindicatos y organismos análogos, y no por
convocaciones de delegados políticos.
c) Se podrá dar sucesivamente la consigna de la elección de los Comités; pero,
en el primer período, deberá estar claro que éstos no son los Soviets, o sea,
los órganos del gobierno del proletariado, sino la expresión de una alianza
local y nacional de todos los explotados por la defensa común.
En cuanto a las relaciones con los sindicatos
fascistas, tanto más hoy cuanto que no se presentan ni siquiera formalmente
como asociaciones voluntarias de las masas, sino como verdaderos órganos
oficiales de la alianza entre la patronal y el fascismo, hay que rechazar en
general la consigna de penetrarlos para disgregarlos. La consigna de la
reconstrucción de los sindicatos rojos debe ser contemporánea de la consigna
contra los sindicatos fascistas.
Las medidas organizativas a adoptar dentro del
partido ya han sido indicadas en parte. En relación con la situación actual hay
que coordinarlas con exigencias que deben ser tratadas en otro lugar
(clandestino).
Sin embargo, es urgente que sean sistematizadas y
formuladas en claras normas estatutarias obligatorias para todos, con el fin de
evitar la confusión del sano centralismo con la ciega obediencia a
disposiciones arbitrarias y no uniformes, método peligroso para la compacidad
efectiva del partido.
12.
Perspectivas de la situación interna del Partido
La situación política y organizativa interna de
nuestro partido no puede tener una solución definitiva en el marco nacional,
sino que depende de los desarrollos de la situación interna y de la política de
toda la Internacional. Los dirigentes nacionales e internacionales cometerán un
grave error y una verdadera falta si continuan empleando contra la Izquierda el
método insensato de las presiones desde arriba y de la reducción del problema
complejo de la ideología y de la política del partido a casos de conducta
personal.
Al permanecer firme la Izquierda en sus
posiciones, a todos los camaradas que no tienen la intención de renunciar a
esas opiniones se les debe consentir la posibilidad de ofrecer, en una
atmósfera libre de negociaciones y amenazas recíprocas, el compromiso más leal
de ejecutar las disposiciones de los órganos del partido y de renunciar a todo
trabajo de oposición, sin pretender empero que participen en el órgano central
del partido. Es evidente que esta propuesta no corresponde a una situación
abstractamente perfecta, pero sería peligroso ilusionar al partido con que los
inconvenientes de la situación interna puedan ser eliminados con simples
medidas mecánicas y organizativas, y con posiciones personales. Quien lo hiciese
cometería un grave atentado contra el partido.
La única manera de alcanzar verdaderamente el
objetivo de evitar el envenenamiento de la atmósfera del partido y conducirlo
hacia la superación de todas las dificultades contra las cuales está llamado a
combatir hoy, es eliminando el planteamiento mezquino del problema y plantearlo
en toda su dimensión ante el partido y la Internacional.