Platón
ION
INTRODUCCIÓN
Desde que, en 1910,
Contantin Ritter en su conocido libro
sobre Platón trató de mostrar, apoyándose en rasgos característicos de su
estilo, la inautenticidad del Ion, una larga polémica se desató en torno
a este tema. Si, por un lado, era difícil probar, inequívocamente, la
paternidad platónica de este diálogo, por otro, la gracia, la profundidad
también y el contenido de esta pequeña obra maestra parecían encerrar algunos
de los temas esenciales del platonismo.
H. Flashar, en su
monografía, ha interpretado el diálogo como una pieza ejemplar para entender la
filosofía de Platón, que inicia aquí un tema que recibe su última modulación
en las Leyes, pasando por el Menón y el Fedro.
El personaje que provoca
esta discusión sobre la poesía es el rapsodo Ion. Si no tuviésemos datos suficientes, sólo por este diálogo podríamos
descubrir la importancia de estos cantores ambulantes que constituyeron los
primeros fundamentos de la educación griega 1. Los
rapsodos llegaron a constituir distintas asociaciones, especializadas, sobre
todo en temas homéricos, y a través de ellos tomaron cuerpo los dos grandes
poemas épicos.
1 La importancia de esta cultura oral ha sido puesta de manifiesto, entre
otros, por Eric A. HAVELOCK, Preface to Plato, Cambridge,
Massachusetts, 1963. También
C. M. BOWRA, Heroic Poetry, Londres, 1952; W. SCHADEWALDT,
Vom Homers Welt und
Werk, Stuttgart, 19593.
Pero el interés del Ion reside
fundamentalmente en haber planteado el tema de la inspiración poética que ya
Demócrito había mencionado (fr. 18),
describiendo el contenido de ese fenómeno que recorre, desde Homero y Hesíodo
con sus invocaciones a las Musas, toda la literatura griega.
El diálogo pretende mostrar
que no es por un arte, o un cierto aprendizaje, por lo que se está en contacto
con la poesía, sino por una especie de predisposición, de don divino, que
engarza, como una cadena, los componentes y comunicadores del mensaje poético.
Esta imagen de la cadena que magnetiza a todos sus eslabones, desde la Musa
hasta el últimó oyente, es una de las grandes metáforas de Platón.
Sin embargo, la conversación
con Ion no trata de mostrar qué clase de conocimiento tiene el rapsodo.
Lo decisivo de la obra platónica lo constituyen los
dos largos monólogos de Sócrates.
Goethe, en su escrito de 1796
sobre Platón y el Ion, había sostenido el carácter irónico que posee
toda la explicación socrática 2; pero hay aquí algo más
que una ironía.
La oposición fundamental se
da entre conocimiento racional, inteligencia (noûs) y arrebato o
entusiasmo. El noûs tendría que ver con un tipo de conocimiento capaz de
organizar un saber sobre cuyos presupuestos pueda construirse un cierto sistema
conceptual. Este sistema nos permite dar cuenta de hechos que, de algún modo,
tengan que ver con él. El poeta, sin embargo, no goza de esta claridad.
Sumergido en un extraño poder cósmico, su voz no hace más que transmitir
mensajes de los que no puede dar cuenta.
2 Reproducido en la edición
del Ion de H. FLASHAR, Munich, 1963, págs. 42-46.
A pesar de las hermosas
definiciones y comparaciones: «es una cosa leve, alada y sagrada el poeta» (534b), «son los poetas quienes nos hablan de que, como las abejas, liban los
cantos que nos ofrecen, de las fuentes melifluas que hay en ciertos jardines y
sotos de las musas» (534a-b), Platón, efectivamente, parece situar esta especie
de conocimiento «poético» por debajo del aprendizaje que ofrece la técnica 3.
Buscando un objeto adecuado
sobre el que versase exactamente el quehacer poético, no surge, en el Ion, el gran recurso que habría
solucionado la aporia: el lenguaje. Falta
todavía la experiencia del Crátilo y
sobre todo los pasajes finales del Fedro (275a sigs.)
en los que el logos adquiere una determinada entidad histórica. De todas
formas, tal vez los eslabones de esa cadena de que Sócrates habla en el Ion
sean las palabras, el lenguaje como vínculo intersubjetivo capaz de crear, en
su retícula abstracta, la concreta realidad de la Polis (Aristóteles, Política 1253a).
NOTA SOBRE EL TEXTO
El Ion, que
indudablemente es una obra de juventud y cuya redacción puede situarse entre
los años 394-391 a. C., se ha conservado en más de 20 manuscritos, de los que
sólo se han colacionado 12, y de los cuales se utilizan 5 en las ediciones
usuales. Para la traducción se ha seguido la edición de 1. BURNET, Platonis
Opera, 5 vols., Oxford, 1900-7, aunque, comparándola con otras, como
la de L. MERIDIER (París, 1931). Son valiosas también las de V. ALBINI, Ione, con introduzione
e commentario, Florencia, 1954,
y H. FLASHAR, Ion. Griechisch-deutsch, Munich,
1963. Excelente introducción ofrece la edición de
J. D. GARCÍA BACCA, Platón: El Banquete,
Ion, México, 1944.
De las ediciones antiguas es todavía utilizable la de ST. G. STOCK, The Ion
of Plato, with introduction, text and notes, Oxford, 1909.
3 Cf.
E. LLEDÓ, El concepto Poiesis en la filosofía
griega, Madrid, 1961, especialmente el capítulo IV;
también del mismo autor, «Demócrito, fragmento 18», en Actas
del primer Congreso español de Estudios Clásicos, 1958, págs. 327-333, y ROSEMARY HARRIOT,
Poetry and Criticism before Plato, Londres, 1969.
ION
SÓCRATES, ION
530a
SOCRATES. - ¡Bienvenido,
Ion! ¿De dónde nos acabas de volver ahora? ¿De tu patria, Efeso?
ION. - De ninguna manera, oh
Sócrates, sino de Epidauro, de las
fiestas de Asclepio.
Sóc. - ¿Celebran, acaso, los
de Epidauro en honor del dios,
juegos de rapsodos?
ION. -Ciertamente; y además
de todo lo que tiene que ver con las musas.
SÓC. - ¿Y qué? Seguro que
has competido. ¿Qué tal lo has hecho?
b
ION. - Nos hemos llevado los primeros premios,
Sócrates.
SÓC. - ¡Así se habla!
Procura, pues, que sea nuestra también la victoria en las Panateneas 1.
ION. -Lo será, si el dios
quiere.
SÓC. - Por cierto, Ion, que
muchas veces os he envidiado a vosotros, los rapsodos, a causa de vuestro
arte; vais siempre adornados en lo que se refiere al aspecto externo, y os
presentáis lo más bellamente que podéis, como corresponde a vuestro arte, y al
par áecesitáis frecuentar a todos los buenos poetas y, principalmente, a
Homero el mejor y más divino de ellos, y penetrar no sólo sus palabras, sino su
pensamiento 2. Todo esto es envidiable. Porque no sería buen rapsodo
aquel que no entienda lo que dice el poeta. Conviene,
pues, que el rapsodo llegue a ser un
intérprete del discurso del poeta, ante los que le escuchan, ya que sería
imposible, a quien no conoce lo que el poeta dice, expresarlo bellamente. ¿No
es digno de envidia todo esto?
d c
ION. -Verdad dices, oh Sócrates. A mí, al
menos, ha sido esto lo más trabajoso de mi arte, por eso creo quede todos los
hombres soy quien dice las cosas más hermosas sobre Homero; de manera que ni
Metrodoro de Lamsaco, ni Estesímbroto de Tasos, ni Glaucón 3, ni
ninguno de los que hayan existido alguna vez, han sabido decir tantos y tan
bellos pensamientos sobre Homero, como yo.
SÓC. - ¡Magnífico, Ion! Es
claro, pues, que no rehusarás hacer una prueba ante mí.
ION. - Antes al contrario,
Sócrates, creo que es digno de oírse lo bien que he adornado a Homero, de modo
que me considero digno de ser coronado por los homéridas 4 con una
corona de oro.
1 Más importante que las fiestas de Epidauro, en honor del dios de la medicina, era el gran festival que Atenas
organizaba Para honrar a su diosa. Entre otras competiciones, destacaban los
concursos entre rapsodos.
2 Es interesante la distinción que surge en este pasaje. Lo dicho -ta
legómena- precisa de sỷnesis,
de percepción auditiva inteligente. El verbo syníēmi, uno de los
que constituyen el campo semántico del conocimiento, tiene el sentido de captar
algo por el oído y seguir mentalmente esa percepción; un pensar constituido,
pues, por la interpretación de lo dicho; un primer brote hermenéutico que
florecerá en el Fedro. La terminología de todo lo que dice Sócrates a
Ion en este pasaje alude a esta dualidad entre lo dicho y su sentido.
3 Metrodoro de Lámpsaco, discípulo de Anaxágoras, explicaba alegóricamente
los poemas homéricos. Los héroes eran fuerzas cósmicas, y el Olimpo, una
especie de organismo. - Estesímbroto de Tasos era también otro rapsodo
del siglo V, del cual hay abundantes referencias. Más
difícil de precisar es Glaucón, tal vez el de Región, autor de un tratado sobre
los antiguos poetas y al que Aristóteles menciona en su Poética (1461b 1), o bien el de Teos, del que también habla en la Retórica
(1403b 26).
4 Homéridas, rapsodos de Quíos, que se decían descendientes de Homero. Cf.
Zs. RITOOK, «Die Homeriden»,
Acta Antiqua, 1970,1-29.
531a
SÓC. -Yo, por mi parte, me
tomaré tiempo para escucharte; pero ahora respóndeme a esto, ¿eres capaz
únicamente de hablar sobre Homero, o también sobre Hesíodo y Arquíloco?
ION. - No, no, únicamente
sobre Homero. A mí me parece ya bastante.
SÓC. - ¿Hay algo sobre lo
que Homero y Hesíodo dicen las mismas cosas?
ION. - Ya lo creo, y muchas.
b
SÓC.- Y acerca de ellas, ¿qué expondrías tú
más bellamente, lo que dice Homero o lo que dice Hesíodo?
ION. - Me daría igual,
Sócrates, si es que se refieren a lo mismo.
SÓC. -Y, ¿con respecto a
aquello sobre lo que no dicen las mismas cosas? Sobre el arte adivinatorio, por
ejemplo, ambos, Homero y Hesíodo, dicen algo de él.
ION. - Ciertamente.
SÓC. - Entonces, aquellas cosas
sobre las que, hablando de adivinación, están de acuerdo los dos poetas y
aquellas otras sobre las que difieren, ¿serías tú quien mejor las explicase o
uno de los buenos adivinos?
ION. -Uno de los adivinos.
SÓC. - Y si tú fueras
adivino, y fueras capaz de interpretar aquellas cosas en las que concuerdan,
¿no sabrías, quizá, interpretar aquellas en las que difieren?
c
ION. -Es claro.
d
SÓC. - ¿Cómo es, pues, que tú eres experto en
Homero y no en Hesíodo o en alguno de los otros poetas? ¿O es que Homero habla
de cosas distintas de las que hablan todos los otros poetas? ¿No trata la
mayoría de las veces de guerra, de las mutuas relaciones entre hombres buenos y
malos, entre artesanos u hombres sin oficio? ¿No habla también de cómo se
relacionan los dioses entre sí y de su trato con los hombres, de los fenómenos
del cielo y del infierno, del nacimiento de los dioses y los héroes? ¿No son
estas cosas sobre las que Homero hizo su poesía?
ION. -Evidentemente, oh
Sócrates.
SÓC. -Pero cómo, ¿es que los
otros poetas no lo hicieron sobre las mismas?
ION. - Sí, Sócrates, pero no
han poetizado de la misma manera que Homero.
SÓC. - ¿Cómo, pues?, ¿peor?
ION. - Con mucho.
SÓC. - Y Homero, ¿mejor?
ION. -Sin duda que mejor,
por Zeus.
e
SÓC. - Y bien, querido, insuperable Ion,
cuando muchos hablan de los números y uno lo hace mejor, ¿podrá alguien
reconocer con certeza al que así habla?
ION. - Yo digo que sí.
SÓC. - Y ¿es el mismo el que
distingue a los que hablan mal, o es otro?
ION. - El mismo, sin duda.
SÓC. - Por tanto, éste será
aquel que posea la ciencia de los números.
ION. - Sí.
SÓC. - ¿Entonces qué?
Cuando, entre muchos que hablan de cuáles deben ser los alimentos sanos, uno
habla mejor, ¿habrá alguien capaz de saber que dice cosas excelentes el que las
dice, y otro, a su vez, de conocer que habla mal, el que así habla?, o ¿son el
mismo?
ION. - Es claro que el
mismo.
SÓC. - ¿Y quién será? ¿Qué
nombre le daremos?
ION. - Médico.
532a
SÓC. - Por tanto diremos, en resumidas
cuentas, que es siempre el mismo quien sabrá distinguir, entre muchas personas
que hablan sobre idéntico asunto, al que dice bien y aque mal. O en caso de que
no reconozca al que habla mal, es claro que tampoco al que bien; al menos
tratándose del mismo asunto.
ION. -Así es.
SÓC. - ¿De modo que el mismo
es experto en ambos?
ION. - Sí.
SÓC. - Y bien, tú dices que
Homero y los otros poetas, entre los que están Hesíodo y Arquíloco, hablan de
las mismas cosas, pero no lo mismo, sino que uno bien y los otros peor.
b
ION. - Y digo verdad.
SÓC. -Luego si tú conoces al
que habla bien, conocerás sin duda que hablan peor los que peor hablan.
ION. - Eso parece.
SÓC. -Así, pues, amigo,
diciendo que Ion es tan capaz sobre Homero como sobre los otros poetas no
erraremos, ya que llega a afirmar que el mismo crítico podrá serlo de cuantos
hablan de las mismas cosas, y que, prácticamente, casi todos los poetas
poetizan sobre los mismos temas.
c
ION. - ¿Cuál es, entonces, la causa, oh
Sócrates, de que yo, cuando alguien habla conmigo de algún otro poeta, no me
concentro y soy incapaz de contribuir en el diálogo con algo digno de mención y
me encuentro como adormilado? Pero si alguno saca a relucir el nombre de
Homero, me espabilo rápidamente, pongo en ello mis cinco sentidos y no me falta
qué decir.
SÓC. - No es difícil, amigo,
conjeturarlo; pues a todos es patente que tú no estás capacitado para hablar de
Homero gracias a una técnica y ciencia; porque si fueras capaz de hablar por
una cierta técnica, también serías capaz de hacerlo sobre los otros poetas,
pues en cierta manera, la poética es un todo. ¿O no?
d
ION. - Sí.
SÓC. - Pues si se toma otra
técnica cualquiera considerada como un todo, ¿no se encuentra en todas ellas
el mismo género de investigación? Qué es lo que yo entiendo por esto, ¿querrás
oírlo de mí, Ion?
ION. - Por Zeus, que es esto lo que quiero, Sócrates. Pues yo me complazco oyéndoos a
vosotros los que sabéis.
e
SÓC. - ¡Qué más quisiera yo que estuvieses en
lo cierto, oh Ion! Sois vosotros, más bien, los que sois sabios, los rapsodos y
actores y aquellos cuyos poemas cantáis. Yo no digo, pues, sino la verdad que
corresponde a un hombre corriente. Por lo demás, con respeto a lo que te
acabo de decir, fíjate qué baladí y trivial es, para cualquiera, el reconocer
lo que decía de que la investigación es la misma, cuando alguien toma una
técnica en su totalidad. Hagámoslo así en nuestro discurso: ¿no existe una
técnica de la pintura en general?
ION.
- Sí. .
SÓC. -Sin duda que hay y ha
habido muchos pintores buenos y medianos.
ION. - Sí, por cierto.
533a
SÓC. -¿Has visto tú alguna vez a alguien, a
propósito de Polignoto 5 el hijo de Aglaofón, que sea capaz de
mostrar lo bueno y lo malo que pintó, y que, por el contrario, sea incapaz
cuando se trata de otros pintores, y que si alguien le enseña las obras de
estos otros, está como adormilado y perplejo y no tiene nada que decir, pero si
tiene que manifestar su opinión sobre Polignoto o sobre cualquier otro que a ti
te parezca, entonces se despierta, pone en ello sus cinco sentidos y no cesa de
decir cosas?
5 Polignoto de Tasos, cuya actividad como pintor
se desarrolló entre los años 480 al 440, en Atenas. Pintó, sobre todo, escenas
mitológicas.
ION. - No, por Júpiter, sin
duda que no.
b
SÓC. -¿Cómo es eso? Has visto tú en la
escultura a quien, a propósito de Dédalo el de Metión, o Epeo el de Panopeo, o Teodoro
de Samos 6, o de algún otro escultor
concreto, sea capaz de explicar lo que hizo bien, y en las obras de otros
escultores esté perplejo y adormilado y no tenga nada que decir?
SÓC. - Por Zeus, que yo no he visto a nadie así.
c
Sóc. - Además, según yo creo, ni en el sonar
de flauta o de cítara, ni en el canto con cítara, ni en el de los rapsodos has
visto nunca. a un hombre que, a propósito de Olimpo, o de Tamiras, o de Orfeo,
o de Femio el rapsodo de Ítaca 7, sea capaz de hacer un comentario y que
acerca de Ion de Éfeso se encuentre en un apuro y no sepa explicar lo que
recita bien y lo que no.
6 Dédalo, el mítico escultor, patrón
de los artesanos atenienses, que transformó el arte escultórico al dar
movimiento a sus figuras. Hay diversas leyendas -el laberinto, las alas de su
hijo Icaro, etc en torno a su nombre. Platón lo cita varias
veces (Eutifrón 11b-c; Alcibíades I 121a;
Hipias Mayor
282a; Menón 97d; Leyes 677d). Aristóteles se refiere también al movimiento de
sus figuras (De Anima 406b 18; Política 1453b 35). El tema de Dédalo, ha sido brillantemente estudiado por
F. FRONTISI-DUCROUX, Dédale. Mythologie de l'astisan en Grèce antique,
París, 1975. - Epeo, el
constructor del caballo de Troya, con la ayuda de Atenea (HOMERO, Odisea VIII 493). - Teodoro, escultor que utilizó para sus estatuas moldes de bronce fundido. Vivió a
mediados del siglo VI y pertenece a aquella generación de jonios inventores y
filósofos. (HERÓDOTO I 51; III 41).
7 A Olimpo se le atribuye la invención de la música
(PLATÓN Banquete 215e). - Tamiras, cantor tracio que Homero cita (Iliada II 595) y que, junto con Orfeo y Lino, está entre las personalidades legendarias de la música. - Femio,
rapsodo forzado a cantar ante los pretendientes de Penélope (Odisea I 154; XXII 330).
d
ION. - No tengo nada que oponerte, Sócrates.
Pero yo tengo el convencimiento íntimo de que, sobre Homero, hablo mejor y con
más facilidad que nadie, y todos los demás afirman que yo hablo bien, cosa que no
me ocurre si se trata de otros poetas. Mira, pues, qué es esto.
d c b 534a e
SÓC. - Ya miro, Ion, y es más, intento
mostrarte lo que me parece que es. Porque no es una técnica lo que hay en ti al
hablar bien sobre Homero; tal como yo decía hace un momento, una fuerza divina
es la que te mueve, parecida a la que hay en la piedra que Eurípides llamó
magnética y la mayoría, heráclea 8. Por cierto que esta
piedra no sólo atrae a los anillos de hierro, sino que mete en ellos una fuerza
tal, que pueden hacer lo mismo que la piedra, o sea, atraer otros anillos, de
modo que a veces se forma una gran cadena de anillos de hierro que penden unos
de otros. A todos ellos les viene la fuerza que los sustenta de aquella piedra.
Así, también, la Musa misma crea inspirados, y por medio de ellos empiezan a
encadenarse otros en este entusiasmo. De ahí que todos los poetas épicos, los
buenos, no es en virtud de una técnica por lo que dicen todos esos bellos
poemas, sino porque están endiosados y posesas. Esto mismo le ocurre a los
buenos líricos, e igual que los que caen en el delirio de los Coribantes 9
no están en sus cabales al bailar, así también los poetas líricos hacen
sus bellas composiciones no cuando están serenos, sino cuando penetran en las
regiones de la armonía y el ritmo poseídos por Baco, y, lo mismo que las
bacantes sacan de los ríos, en su arrobamiento, miel y leche, cosa que no les
ocurre serenas, de la misma manera trabaja el ánimo de los poetas, según lo
que ellos mismos dicen. Porque son ellos, por cierto, los poetas, quienes nos
hablan de que, como las abejas, liban los cantos que nos ofrecen de las fuentes
melifluas que hay en ciertos jardínes y sotos de las musas, y que revolotean
también como ellas 10. Y es verdad lo que dicen. Porque es una cosa
leve, alada y sagrada el poeta, y no está en condiciones de poetizar antes de
que esté endiosado, demente, y no habite ya más en él la inteligencia.
Mientras posea este don, le es imposible al hombre poetizar y profetizar 11.
Pero no es en virtud de una técnica como hacen todas estas cosas y hablan
tanto y tan bellamente sobre sus temas, cual te ocurre a ti con Homero, sino
por una predisposición divina, según la cual cada uno es capaz de hacer bien
aquello hacia lo que la Musa le dirige; uno compone ditirambos, otro loas,
otro danzas, otro epopeyas, otro yambos. En las demás cosas cada uno de ellos
es incompetente. Porque no es gracias a una técnica por lo que son capaces de
hablar así, sino por un poder divino, puesto que si supiesen, en virtud de una
técnica, hablar bien de algo, sabrían hablar bien de todas las cosas. Y si la
divinidad les priva de la razón y se sirve de ellos como se sirve de sus
profetas y adivinos es para que, nosotros, que los oímos, sepamos que no son ellos,
privados de razón como están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es
la divinidad misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla. La
mejor prueba para esta afirmación la aporta Tínico de Calcis 12, que
jamás hizo un poema digno de recordarse con excepción de ese peán que todos
cantan, quizá el más hermoso de todos los poemas líricos; y que, según él mismo
decía, era «un hallazgo de las musas'. Con esto, me parece a mí que la
divinidad nos muestra claramente, para que no vacilemos más, que todos estos
hermosos poemas no son de factura humana ni hechos por los hombres, sino
divinos y creados por los dioses, y que los poetas no son otra cosa que
intérpretes de los dioses, poseídos cada uno por aquel que los domine. Para
mostrar esto, el dios, a propósito, cantó, sirviéndose de un poeta
insignificante, el más hermoso poema lírico. ¿No te parece Ion, que estoy en lo
cierto?
e 535a
8 Se refiere a la piedra imantada. La cita de Eurípides corresponde a un
fragmento de su Oineus (ed.
NAUCK2, 567). «Magnética», probablemente
de Magnesia, territorio en la península tesalia. Heraclea es una ciudad de Asia
Menor al Sur de Magnesia. El magnetismo fue conocido ya por los primeros científicos
griegos. Tales de Mileto nos habla ya de él. También, Demócrito, Empédocles y
Diógenes de Apolonia. Alejandro de Afrodisia nos legó un tratado «sobre la
piedra heraclea». El tema de la inspiración poética aparece ya en la Apología (22b-c), Menón (99d), Fedro 245a sigs.) y Leyes (719c), donde se habla del tema como de un «viejo mito».
9 Los coribantes eran sacerdotes de Cibeles que, al son de ciertas melodías,
caían en una especie de frenesí, al modo de las orgías báquicas. (Cf.
EURÍPIDES, Bacantes 708 sigs.)
10 El tema de los jardines de Adonis lo ha estudiado últimamente, con
originalidad y erudición, M. DETIENNE, Les jardins d'Adonis. La mythologie
des aromates en Grèce, París, 1972.
11 Todo el pasaje es una hermosa definición y explicación del discutido tema
de la inspiración poética. Indudablemente hay aquí una velada alusión a los
mecanismos inconscientes de la creación artística.
12 Tínico, poeta anterior a Píndaro, autor de un famoso peán en honor de
Apolo. - Porfirio, en el De
abstinentia (ed. NAUCK2, 18), nos habla de la gran estima
en que Esquilo tiene al poeta de Calcis.
ION. -Sí, ¡por Zeus! Claro que sí: me has llegado al alma, no sé de qué manera, con tus
palabras, oh Sócrates, y me parece que los buenos poetas por una especie de
predisposición divina expresan todo aquello que los dioses les comunican.
SÓC. - ¿No sois vosotros los
rapsodos, a su vez, los que interpretáis las obras de los poetas?
ION. - También es verdad.
SÓC. - ¿Os habéis
convertido, pues, en intérpretes de intérpretes?
b
ION. - Enteramente.
c
SÓC. -Dime, pues, oh Ion, y no me ocultes lo
que voy a preguntarte. Cuando tú recitas bien los poemas épicos y sobrecoges
profundamente a los espectadores, ya sea que cantes a Ulises saltando sobre el
umbral, dándose a conocer ante los pretendientes y esparciendo los dardos a sus
pies 13, o a Aquiles abalanzándose sobre Héctor 14, o un
momento emocionante de Andrómaca, de Hécuba o Príamo 15, ¿te
encuentras entonces en plena conciencia o estás, más bien, fuera de ti y crees
que tu alma, llena de entusiasmo por los sucesos que refieres, se halla
presente en ellos, bien sea en Itaca o en Troya o donde quiera que tenga lugar
tu relato?
13 Odisea XXII 1 sigs.
14 II£ada XII 312 sigs.
15
Ilíada VI 370 sigs. (Andrómaca),
XII 405 sigs. (Hécuba), XXIV 188 (Príamo).
e
ION. - ¡Qué evidente es, Sócrates, la prueba
que aduces! Te contestaré, pues, no ocultándote nada. En efecto, cuando yo
recito algo emocionante, se me, llenan los ojos de lágrimas; si es algo
terrible o funesto, se me erizan los cabellos y palpita mi corazón.
SÓC. -Por consiguiente, oh
Ion, ¿diremos que está en su razón ese hombre que, adornado con vestiduras
llamativas y coronas doradas, se lamenta en los sacrificios y en las fiestas
solemnes, sin que sea por habérsele estropeado algo de lo que lleva
encima, o experimenta temor entre más de veinte mil personas que se hallan
amistosamente dispuestas hacia él, y ninguna de ellas le roba o le hace daño?
ION. -¡No, por Zeus! En absoluto, oh Sócrates, si te voy a hablar con franqueza.
Sóc. -Tú sabes, sin embargo,
que a la mayoría de los espectadores les provocáis todas esas cosas.
ION. - Y mucho que lo sé,
pues los veo siempre desde mi tribuna, llorando, con mirada sombría, atónitos
ante lo que se está diciendo. Pero conviene que les preste extraordinaria
atención, ya que, si los hago llorar, seré yo quien ría al recibir el dinero,
mientras que, si hago que se rían, me tocará llorar a mí al perderlo.
d c b 536a
SÓC. - ¿No sabes que tal espectador es
el último de esos anillos, a los que yo me refería, que por medio de la piedra
de Heraclea toman la fuerza unos de otros, y que tú, rapsodo y aedo, eres el anillo intermedio y
que el mismo poeta es el primero? La divinidad por medio de todos éstos
arrastra el alma de los hombres a donde quiere, enganchándolos en esta fuerza a
unos con otros. Y lo mismo que pasaba con esa piedra; se forma aquí una enorme
cadena de danzantes, de maestros de coros y de subordinados suspendidos, uno
al lado del otro, de los anillos que penden de la Musa. Y cada poeta depende de
su Musa respectiva. Nosotros expresamos esto, diciendo que está poseído, o lo
que es lo mismo que está dominado. De estos primeros anillos que son los
poetas, penden a su vez otros que participan en este entusiasmo, unos por Orfeo,
otros por Museo, la mayoría, sin embargo, están
poseídos y dominados por Homero. Tú perteneces a éstos, oh Ion, que están
poseídos por Homero; por eso cuando alguien canta a algún otro poeta, te
duermes y no tienes nada que decir, pero si se deja oír un canto de tu poeta,
te despiertas inmediatamente, brinca tu alma y se te ocurren muchas cosas;
porque no es por una técnica o ciencia por lo que tú dices sobre Homero las
cosas que dices, sino por un don divino, una especie de posesión, y lo mismo
que aquellos que, presos en él tumulto de los coribantes, no tienen el oído
presto sino para aquel canto que procede del dios que les posee, y le siguen
con abundancia de gestos y palabras y no se preocupan de ningún otro, de la
misma manera, tú, oh Ion, cuando alguien saca a relucir a Homero, te sobran
cosas que decir, mientras que si se trata de otro poeta te ocurre lo
contrario. La causa, pues, de esto que me preguntabas, de por qué no tienes la
misma facilidad al hablar de Homero que al hablar de los otros poetas, te diré
que es porque tú no ensalzas a Homero en virtud de una técnica, sino de un don
divino.
ION. -Dices bien, Sócrates.
No obstante, me extrañaría que, por muy bien que hablases, llegaras a convencerme
de que yo ensalzo a Homero, poseso y delirante. Estoy seguro de que no
opinarías lo mismo, si me oyeses hablar de él.
e
SÓC. -Ya estoy deseando oírte; pero no antes
de que me hayas contestado a esto: ¿De cuál de los temas de que habla Homero,
hablas tú mejor? Porque seguro que no sobre todos.
ION. -Has de saber,
Sócrates, que no hay ninguno del que no hable.
SÓC. -Pero no de todos
aquellos que quizás desconozcas, y que, sin embargo, Homero menciona.
ION. - ¿Y cuáles son estos
temas que Homero trata y yo, a pesar de todo, desconozco?
537a
SÓC. - ¿No trata Homero largamente y en
muchos lugares sobre técnicas? Por ejemplo, sobre la técnica de conducir un
carro, si me acuerdo de la cita, te lo diré.
ION. -Deja que lo diga yo,
que lo tengo ahora en la memoria.
SÓC. -Dime, pues, lo que
Néctor habló con su hijo Antíloco, cuando le exhorta a tener cuidado con las
vueltas en la carrera de caballos en honor de Patroclo:
b
ION. - «Y
tú inclínate ligeramente, en la bien trabajada silla hacia la izquierda de
ella, y al caballo de la derecha anímale aguijoneándolo y aflójale las bridas.
El caballo de la izquierda se acerque tanto a la meta que parezca que el
cubo de la bien trabajada rueda, haya de rozar el límite. Pero cuida de no
chocar con la piedra» 16.
c
16 Ilíada XXIII 335-340.
SÓC. -Basta, oh Ion, ¿quién
distinguirá mejor si estos versos están bien o no lo están, el médico o el
auriga?
ION. - El auriga, sin duda.
SÓC. - ¿Porque posee esta
técnica o por alguna otra causa?
ION.-Porque posee esta
técnica.
SÓC. - Y ¿no es verdad que a
cada una de estas técnicas le ha sido concedida por la divinidad la facultad
de entender en un dominio concreto, porque aquellas cosas que conocemos por la
técnica del timonel, no las conocemos por la medicina?
ION. - Seguro que no.
SÓC.- Ni por la medicina,
las que conocemos por la arquitectura.
d
ION. -No, por cierto.
SÓC. - Y así con todas las
técnicas: ¿lo que conocemos por una no lo conocemos por la otra? Pero antes
respóndeme a esto: ¿crees tú que una técnica es distinta de otra?
ION. - Sí.
SÓC. -Así pues, lo mismo que
yo hago, que cuando un saber es de unos objetos y otro de otros, llamo de
distinta manera a las técnicas, ¿lo harías tú también?
e
ION. - Sí.
SÓC. -Porque si fuera una
ciencia de los mismos objetos, ¿por qué tendríamos que dar un nombre a una, y
otro nombre a otra, cuando se podrían saber las mismas cosas por las dos? Igual
que yo conozco que éstos son cinco dedos y tú estás de acuerdo conmigo en ello;
si te preguntase si tú y yo lo sabemos gracias a la misma técnica, o sea la
aritmética, o gracias a alguna otra, responderías, sin duda, que gracias a la
misma.
538a
ION. - Sí.
SÓC. - Dime ahora lo que
antes te iba a preguntar: si en tu opinión, con respecto a las técnicas en
general, ocurre que quizá por medio de la misma técnica conocemos
necesariamente las mismas cosas, y que, por medio de otra, no las conocemos,
sino que al ser otra, conocemos necesariamente otras cosas.
ION. -Así me parece, oh
Sócrates.
b
SÓC. - Quien no posee, pues, una técnica, no
está capacitado para conocer bien lo que se dice o se hace en el dominio de esa
técnica.
ION. - Dices verdad.
SÓC. - Y ¿quién en los
versos que has recitado, sabrá mejor si Homero habla con exactitud o no, tú o
un auriga?
ION. - Un auriga.
SÓC. - Tú eres, por cierto, rapsodo,
pero no auriga.
ION. - Sí.
SÓC. - Y la técnica del rapsodo,
¿es distinta a la del auriga?
ION. - Sí.
SÓC. - Luego si es distinta,
será, pues, un saber de cosas distintas.
ION. - Sí.
c
SÓC. - Más aún; cuando Homero dice que
Hecamede la concubina de Néstor da una mixtura a Macaón herido, y dice poco
más o menos:
«Al vino de Pramnio dice,
añadió queso de cabra, rallado con un rallador de bronce, junto con la cebolla
condimento de la bebida» 17,
17 Iliada XI 639-640.
¿a quién pertenece aquí dictaminar si Homero habla o
no con exactitud, al médico o al rapsodo?
ION. -Al médico.
Sóc. - Y cuando Homero dice:
d
«Se precipitó en lo profundo, semejante al plomo, fijo
al cuerno de un buey montaraz y se sumerje llevando la muerte a los ávidos
peces» 18,
¿de quién diremos que es propio juzgar sobre la rectitud
de lo que aquí se dice, de la técnica del pescador o de la del rapsodo?
ION. - Está claro, oh
Sócrates, que de la del pescador.
e
SÓC. - Imagínate ahora que eres tú quien
pregunta y que lo haces así: «Puesto que tú, oh Sócrates, encuentras en
Homero, a propósito de estas artes, las que a cada uno compete juzgar, mira,
pues, si descubres, con respecto al adivino y al arte adivinatorio, qué clase
de cosas son las que conviene que sea capaz de discernir para saber si un
poeta es bueno o malo». Fíjate qué fácil -y exactamente te
responderé. En muchos pasajes de la Odisea habla Homero de este asunto,
por ejemplo, cuando el adivino Teoclímeno, del linaje de Melampo dice a los
pretendientes:
539a
b
«¡Desgraciados!, ¡qué mal es el que padecéis!
La noche os envuelve la cabeza, el rostro y las rodillas; un lamento resuena,
y lloran las mejillas; y el pórtico y el patio están llenos de sombras que se
encaminan al Erebo, al reino de la noche, el sol ha desaparecido del cielo, y
se extiende una tiniebla horrible» 19.
Y en varios lugares de la Ilíada, concretamente
en el combate ante el muro, dice:
d c
«Un pájaro volaba sobre ellos que intentaban
pasar (el foso), un águila de alto vuelo, asustando a la gente, llevando en sus
garras una monstruosa serpiente, sangrienta, viva y aún palpitante, que no se
había olvidado de la lucha, pues mordió, a quien lo llevaba, en el pecho junto
a la garganta, doblándose hacia atrás; el águila lo dejó caer a tierra
traspasada de dolor, echándolo sobre la muchedumbre, y chillando se alejó en
alas del viento» 20.
Yo diría que estas cosas y otras parecidas son las que
tiene que analizar y juzgar el adivino.
ION. - Estás diciendo la
verdad, oh Sócrates.
18
Ilíada XXIV 80-82.
19 Odisea XX 351-357.
20 Ilíada XII 200-207.
e
SÓC. - Y tú también la dices, oh Ion, al
afirmar esto. Sigamos, pues, y lo mismo que yo escogí de la Odisea y de
la Ilíada aquellos pasajes que tienen que ver con el adivino, con el
médico y con el pescador, de la misma manera búscame tú, ya que estás mucho
más familiarizado que yo con Homero, aquellos pasajes que son asunto del rapsodo
y del arte del rapsodo, aquellos que le pertenece a él estudiarlos y juzgarlos, mejor que a hombre
alguno.
ION. - Yo afirmo, oh
Sócrates, que son todos.
SÓC. -No, Ion, no eres tú
quien afirma que todos. O ¿es que eres tan desmemoriado? Sin embargo, no le va
a un rapsodo la falta de memoria.
540a
ION. -Pero, ¿qué es lo que he olvidado?
SÓC. - No te acuerdas de que
tú mismo has dicho que el arte del rapsodo es distinto del arte del auriga.
ION. -Me acuerdo.
SÓC. - ¿Y no es verdad que
tú estabas de acuerdo en decir que, siendo distinto, tratará cosas distintas?
ION. - Sí.
SÓC. - Entonces, ni el arte
del rapsodo, ni el rapsodo
mismo versarán, como tú dices, sobre todas las cosas.
ION. - Tal vez, oh Sócrates,
con excepción de esas cosas que tú has mencionado.
b
SÓC. - Por «esas cosas» entiendes tú lo que se
refiere a las otras artes. Pero, entonces, ¿sobre qué cosas versará tu arte,
si no versa sobre todo?
ION. - En mi opinión, sobre
aquellas cosas que son propias de que las diga un hombre o una mujer, un
esclavo o un libre, el que es mandado o el que manda.
SÓC. - ¿Acaso afirmas que el
lenguaje propio del que manda un barco combatido, en alta mar, por la tempestad
lo conoce mejor el rapsodo que el timonel?
c
ION. -No, sino que será el timonel.
SÓC. -Y el lenguaje propio
de quien manda en un enfermo, ¿lo conocerá mejor el rapsodo que el médico?
ION. - Tampoco.
SÓC. -Pero sí lo que se
refiere a un esclavo, afirmas tú.
ION. - Sí.
SÓC. - Por ejemplo, el
lenguaje propio de un esclavo, pastor de bueyes, para amansar a sus reses
soliviantadas, ¿es el rapsodo quien lo sabrá mejor
y no el pastor?
ION. -No por cierto.
SÓC. - Quizá, entonces, ¿lo
que diría una mujer que hila lana, sobre este trabajo de hilar?
ION. - No.
d
SÓC. - Entonces, tal vez, lo que diría un
general para arengar a sus soldados.
ION. - Sí; éstas son las
cosas que conoce el rapsodo.
SÓC.- ¡Cómo! ¿El arte del rapsodo
es, pues, el arte del general?
ION. -Al menos, yo sabría
qué es lo que tiene que decir un general.
e
SÓC. - Posiblemente tienes tú también, oh Ion,
talento estratégico. Y supuesto también que fueras un buen jinete al paso que
un tocador de cítara, conocerías los caballos que son buenos o malos para
montar. Pero si yo te pregunto: «¿Por medio de qué arte sabes tú, oh Ion, si
una cabalgadura es buena? ¿Por el del jinete, o por el del citarista?»
¿Qué me responderías?
ION. - Por el del jinete,
diría yo.
SÓC. - Por consiguiente, si
supieses distinguir a aquellos que tocan bien la cítara, tendrías que convenir
conmigo en que lo sabes en cuanto que tú mismo eres citarista,
y no en cuanto jinete.
ION. - Sí.
SÓC. - Y puesto que conoces
la estrategia, ¿por qué la conoces?, ¿porque eres general, o porque eres un
buen rapsodo?
541a
ION. - Yo creo que no se distinguen estas dos
cosas.
SÓC. - ¿Cómo? ¿Dices que no
se diferencian en nada? ¿Afirmas, pues, que son la misma cosa el arte del rapsodo
y el del general, o son distintos?
ION. - A mí me parece que
son la misma.
SÓC. - Por tanto, aquel que
es un buen rapsodo será también un buen
general.
ION. - Exactamente, oh
Sócrates.
SÓC. -Y, a su vez, quien es
un buen general será también un buen rapsodo.
b
ION. - No, ya esto no me lo parece.
SÓC. -Pero a ti te parece
que el buen rapsodo es también buen
general.
ION. - Ciertamente.
SÓC. - Tú eres, pues, el
mejor rapsodo entre los helenos.
ION. - Y con mucho, oh
Sócrates.
SÓC. - ¿También el mejor
general de Grecia?
ION. - Seguro, oh Sócrates;
todo esto lo he aprendido yo de Homero.
c
SÓC. -Por los dioses, oh Ion, ¿cómo es, pues,
que siendo el mejor de los helenos, en ambas cosas, como general y como rapsodo,
vas recitando de un sitio para otro, y no te dedicas a
hacer la guerra?, ¿o es que te parece que entre los griegos hay más necesidad
de rapsodos coronados con coronas de oro, que de generales?
ION. - Es que nuestra
ciudad, oh Sócrates, está gobernada y dirigida militarmente por vosotros 21,
y no necesita de un general; y la vuestra y la de los lacedemonios no me
escogería a mí por jefe; pues vosotros tenéis conciencia de que os bastáis a
vosotros mismos.
SÓC.- ¡Oh querido Ion! ¿No
conoces a Apolodoro de Cícico? 22.
d
ION. - ¿A quién?
SÓC. -A aquel al que, aunque
extranjero, han escogido muchas veces los atenienses como general; y también
a Fanóstenes de Andros y Heraclides de Clazómenas 23, que siendo
extranjeros, como eran, por haber mostrado su capacidad, la ciudad los designaba
para estrategas y para otros cargos públicos. ¿No escogerían, pues, a Ion de
Éfeso como general y lo honrarían como tal, si le encontrasen digno de ello?
¿Es que los de Éfeso no sois, desde tiempo inmemorial, atenienses? ¿Es que
Éfeso es menos que otra ciudad?
21 Referencia a Éfeso, que, desde el 394 al 392, estuvo de nuevo bajo
influencia ateniense. Si no se piensa en los años anteriores al 415 en que
también estuvo unida a Atenas, las fechas anteriores nos permitirían datar el
diálogo en tomo al 394. Cf. M.
S. RUIPÉREZ, «sobre la cronología del Ion de Platón», Aegyptus 33 (1953), 241-246, que sitúa su composición también entre
394 y 391, ayudándose de otro argumento.
22 Apolodoro de Cícico, del que apenas encontramos referencias exactas. Cf.
V. VON WILAMOWITZ, Aristoteles und Athen I
1893, pág. 188, 4.
23 Fanóstenes elegido estratego en el 408-407, después que en el 411, y a la
caída de su ciudad, vino a Atenas, donde adquirió la ciudadanía (JENOFONTE, Helénicas I 5, 18 sigs.). - Heraclides de Clazómenas, que en el año
400 debió de adquirir también la ciudadanía ateniense. Se sabe de él que había
elevado el salario de los jueces de la asamblea (ÀARISTÓTELES, Constitución de los atenienses 41, 3)
con el fin de que se acudiera a las asambleas en número suficiente para la validez de
las votaciones.
e
Pero, de hecho, oh Ion, si
dices la verdad cuando afirmas que es por una técnica y una ciencia por lo que
eres capaz de ensalzar a Homero, eres injusto, sin embargo; porque, asegurando
que sabes muchas y bellas cosas sobre Homero y diciendo que me las vas a mostrar,
te burlas de mí y estás muy lejos de mostrármelas, y ni me quieres indicar
cuáles son los temas sobre los que tú estás versado, a pesar de que te lo ruego
insistentemente, sino que, como Proteo, tomas todas las formas y vas de arriba para abajo, hasta que, por último,
habiéndoteme escapado, te me apareces como general, por no mostrarme lo
versado que estás en la ciencia de Homero. Si, como acabo de decir, eres
experto en Homero y, habiéndome prometido enseñarme esta técnica, te burlas de
mí, entonces cometes una injusticia; pero si, por el contrario, no eres
experto, sino que, debido a una predisposición divina y poseído por Homero,
dices, sin saberlas realmente, muchas y bellas cosas sobre este poeta -como yo
he afirmado de ti-, entonces no es culpa tuya. Elige, pues, por quién quieres
ser tenido, por un hombre injusto o por un hombre divino.
b 542a
ION. - Hay una gran diferencia, oh Sócrates.
Es mucho más hermoso ser tenido por divino.
SÓC. -Así pues, esto, que es
lo más hermoso, es lo que te concedemos, a saber, que ensalzas a Homero porque
estás poseído por un dios; pero no porque seas un experto.