Platón

HIPIAS MENOR

 

INTRODUCCIÓN

Aunque el estilo de Platón es evidente en todo el diálogo, no cabe duda de que la estructura, el plan­teamiento y la argumentación siguen el esquema socrá­tico. No obstante, en ningún otro diálogo la discusión ha sido llevada al absurdo hasta el punto que lo ha sido aquí. Quizá la poca apreciación que Platón sentía por Hipias le indujera a mostrar la debilidad con que el sofista podía abordar una discusión razonada. Aun así, no deja de ser un problema el desvío de la lógica con el que procede el desarrollo del diálogo.

Parece evidente que Hipias gozaba de consideración entre sus contemporáneos. Las mismas referencias platónicas que le suelen poner en ridículo por su vani­dad dejan ver, sin embargo, la imagen de un hombre altamente interesado en adquirir conocimientos y esfor­zándose en ello. Lo que sin duda no poseía, como vemos también en otras ocasiones[L1] , era una escala de valores a la que sujetarse para la adquisición de estos cono­cimientos.

El diálogo se abre, sin fijar en qué lugar concreto se produce y sin ninguna orientación de tipo temporal, tras una conferencia [L2]  (llamémoslo así) que acaba de pronunciar Hipias. Ha hablado acerca de Homero. Al terminar, el público se ha ido ausentando y quedan rezagados unos pocos, a los que naturalmente se les supone más interesados en el tema[L3] . Invitado Sócrates por Éudico, el discípulo ateniense de Hipias, a hacerle preguntas a éste, da principio el diálogo. Pero, antes de entrar en materia, el sofista da muestra de su vanidad, asunto sobre el que se va a insistir posteriormente con frecuencia hasta llegar a las manifestaciones de omnisa piencia y autosuficiencia de 368b-c.

La discusión se centra en saber a quién ha hecho mejor Homero, a Aquiles o a Odiseo. Pero como no se distingue entre «mejor», en sentido moral, de otras acepciones de la palabra «mejor», la discusión se extre­ma en una falta de lógica que Hipias no llega a captar. El diálogo termina sin haber encontrado una salida adecuada. Sin embargo, sí que hay una dura crítica al modo de saber del sofista. Es incapaz de encontrar una solución a un problema aparentemente sencillo. Sócra­tes dice que tampoco él puede admitir la conclusión a la que han abocado los razonamientos, que él unas veces se inclina a una parte y otras, a otra. Pero es natural, dice, que así le suceda a él o a cualquier hom­bre inexperto. Lo grave es que los sabios vacilen igual­mente y no encuentren solución. Todo este tipo de diálogos en que se busca una definición sin alcanzar un fin envuelven, en el fondo, la misma crítica a la incapa­cidad de la sofistica para desvelar y definir un concepto en un tema dado, aunque en este caso se añade tam­bién el problema del intelectualismo ético de Sócrates.

Es frecuente, en los diálogos platónicos en que apa­recen sofistas destacados, caracterizar a éstos por su actividad más determinante y, en ocasiones y aislada mente, por la imitación de su estilo. En el Hipias Me­nor esta ambientación es doble, puesto que el diálogo desarrolla, en principio, un tema preferido por Hipias y, además, se produce precisamente a consecuencia de que él acaba de tratar públicamente sobre el carácter de algunos personajes homéricos. La actividad de Hi­pias en los más diferentes campos del saber, conse­cuencia de su connatural inclinación a saber de todo antes que a conocer algo bien, no debe oscurecer la realidad de que, con el estudio de los personajes lite­rarios, comenzaba una actividad intelectual nueva cuyo encauzamiento por vías más seguras tardaría poco en llegar. En ellas estaban en germen los comienzos de la historia de la literatura[L4] . No es Hipias el único sofis­ta que se ha ocupado de estos temas, pero quizá lo ha hecho con mayor insistencia.

Si el diálogo se presenta como un deseo de Sócrates de aclarar algunos puntos que dice no haber compren­dido bien durante la exposición de Hipias, lo cierto es que esto sólo es un pretexto para llevar la discusión a un campo muy distinto del de las ingenuas manifes­taciones que el sofista hubiera podido expresar. Una afirmación de Hipias admitida por todo el mundo es negada por Sócrates, primero en el mismo campo en el que Hipias trataba estos temas, es decir, aportando un texto del que se pueda inferir lo contrario. Pero a continuación se entra en una discusión que ya nada tiene que ver con textos ni personajes literarios. Tras una serie de razonamientos queda sentado que aquel que técnicamente es capaz de hacer bien una cosa es, sin duda, el más capacitado para hacerla mal, pues sólo él, si quiere hacerla mal, la hará mal sin error, a diferencia del inexperto que por casualidad podría ha­cerla bien alguna vez. Extrapolando este razonamiento al ámbito moral se llegará a decir, en 376b, que «...es propio del hombre bueno cometer injusticia voluntaria­mente y del malo, hacerlo invoIuntariamente». Aunque, como ya se ha dicho, tampoco Sócrates admite esta con­clusión, no lo admite más que por intuición, ya que los razonamientos, único apoyo de Sócrates en la búsqueda de la verdad, le han llevado a esa conclusión. Ésa es la aporía del diálogo: lo que los razonamientos han de­mostrado no lo puede admitir una consideración obje­tiva de puro sentido común. Platón se debate aquí toda­vía en los problemas del pensamiento socrático. Se mezclan los ámbitos del conocimiento y la moral y prevalece el espíritu dialéctico.

 

NOTA SOBRE EL TEXTO

La traducción se ha llevado a cabo sobre el texto de BURNET, Platonis Opera, vol. III, 1903 (reimpresión, 1974).

 

 

 

HIPIAS MENOR

 

ÉUDICO, SÓCRATES, HIPIAS

363a

 
 


ÉUDICO. - Tú, Sócrates, ¿por qué guardas silencio tras esta exposición de Hipias que ha tratado de tantas cosas, y no te unes a nuestra alabanza de lo tratado o refutas algo, si crees que no ha sido bien dicho? Sobre todo, cuando nos hemos quedado solos los que preten­demos especialmente interesarnos en emplear nuestro tiempo en la filosofía.

b

 
SÓCRATES. -Ciertamente, Éudico[L5] , hay algunos pun­tos, de los que ahora Hipias ha hablado acerca de Ho­mero, sobre los que yo le preguntaría. En efecto, yo he oído decir a tu padre, Apemanto, que la Ilíada era un poema de Homero más bello que la Odisea, tanto más bello, cuanto mejor era Aquiles que Odiseo[L6] . Decía, en efecto, que los dos poemas habían sido compuestos, el uno en honor de Odiseo, el otro en honor de Aquiles. Sobre este tema, si Hipias está dispuesto a ello, me gustaría preguntarle qué piensa él de estos dos hom­bres, cuál de los dos dice que es mejor, ya que nos ha expuesto otras muchas ideas de todo tipo sobre los poetas y en especial sobre Homero.

c

 
ÉUD. -Es evidente que Hipias no rehusará responderte, si le preguntas algo. ¿No es cierto, Hipias, que si Sócrates te hace alguna pregunta, tú le responderás? ¿O qué harás?

364a

 

d

 
HIPIAS. -Ciertamente, Éudico, obraría yo de modo inconsecuente, si, yendo siempre desde Élide, mi lugar de residencia, a Olimpia[L7] , a la fiesta solemne de los griegos, cuando se celebran las Olimpíadas, allí en el santuario me ofrezco a ampliar, cuando alguien lo quiere, lo que he preparado para mi exposición y a contes­tar a lo que cualquiera desee pregunta me, y ahora evitara las preguntas de Sócrates.

Sóc. -Gozas de una situación feliz, Hipias, si en cada Olimpiada entras en el santuario tan lleno de confianza en la disposición de tu espíritu para la sabiduría. Me causaría extrañeza que alguno de los atletas de ejercicios corporales entrara allí para luchar tan confiado y seguro en su cuerpo como tú aseguras que lo estás en tu mente.

b

 
Hip. - Es natural, Sócrates, que tenga esta con­fianza. En efecto, desde que he empezado a concurrir a Olimpia, nunca he encontrado a nadie superior a mí en nada.

c

 
Sóc. -Dices bien Hipias. Tu fama es una ofrenda de sabiduría para la ciudad de los eleos y para tus padres. Pero, por otra parte„ ¿qué nos dices de Aquiles y de Odiseo? ¿Quién de los dos dices que es mejor y por qué? Cuando estábamos ahí dentro muchos y tú esta­bas haciendo tu exposición, perdí un poco tus palabras. No me atreví a preguntar porque había mucha gente y para no interrumpir tu discurso preguntando. Ahora, puesto que somos unos pocos y me invita Éudico a preguntarte, dinos y explícanos con claridad qué decías acerca de estos dos hombres. ¿Cómo los juzgas?

Hip. -Bueno, Sócrates, quiero exponer aún con más claridad que antes lo que yo digo acerca de éstos y de otros. En efecto, afirmo que Homero ha hecho a Aquiles el más valiente de los que fueron a Troya, a Néstor el más sabio, y a Odiseo el más astuto.

d

 
Sóc. -¡Vaya, Hipias! ¿Podrías, por favor, no reírte de mí, si comprendo con dificultad lo que dices y te pregunto repetidamente? Intenta contestarme afable y complacientemente.

Hip. -Sería vergonzoso, Sócrates, que yo enseñe estas mismas cosas a otros y estime justo recibir dine­ro por ello, y ahora, al ser preguntado por ti, no tuviera consideración y no contestara tranquilamente.

e

 
Sóc. -Muy bien. En efecto, yo, cuando decías que Homero había hecho a Aquiles el más valiente, me parecía que entendía lo que decías, y también que había hecho a Néstor el más sabio. Pero, cuando dijiste que el poeta había hecho a Odiseo el más astuto, para decirte la verdad, no supe en absoluto qué querías decir. Por si partiendo de aquí lo entiendo mejor, dime. ¿No ha hecho Homero a Aquiles astuto?

Hip. - En absoluto, Sócrates, sino el más simple y veraz. Porque en las Súplicas[L8] , cuando hace que ha­blen entre ellos, dice Aquiles a Odiseo:

365a

 
 


b

 
«Laertíada [L9] descendiente de Zeus, Odiseo rico en recursos, es preciso decir las palabras directamente como yo las llevaré a cabo y como pienso que se cumplirán. Es mi enemigo, como las puertas del Hades, el que oculta en la mente una cosa y dice otra. Pero yo voy a hablar tal como seré realizado.»

En estas palabras muestra el modo de ser de cada uno de ellos, cómo Aquiles es veraz y simple, y Odiseo es astuto y mentiroso. Hace, en efecto, que Aquiles di­rija estas palabras a Odiseo.

c

 
Sóc. -Ahora ya, Hipias, es probable que entienda lo que dices. Según parece, llamas al astuto mentiroso.

Hip. -Exactamente, Sócrates; pues de esta condi­ción ha hecho Homero a Odiseo en muchas partes de la Ilíada y de la Odisea.

Sóc. -Luego, según parece, para Homero una cosa era el hombre veraz, y otra distinta, pero no la mis­ma, el hombre mentiroso.

Hip. -¿Cómo no va a ser así, Sócrates?

Sóc. - ¿Piensas tú lo mismo, Hipias?

d

 
Hip. -Sin ninguna duda. Sería extraño que no lo pensara.

Sóc. -Pues bien, dejemos a Homero, puesto que es imposible preguntarle qué pensaba al escribir estos versos. Pero tú, puesto que parece que aceptas su cau­sa y que estás de acuerdo con lo que afirmas que Ho­mero dice, contesta conjuntamente en nombre de Homero y en el tuyo.

Hip. -Así será, pero pregunta con brevedad lo que quieras.

Sóc. -¿Dices que los mentirosos son incapaces de hacer algo, como los enfermos, o bien que son capaces?

Hip. -Capaces, afirmo, y en gran medida, para mu­chas cosas y especialmente para engañar a los hombres.

e

 
Sóc. - Según parece, los astutos con arreglo a tus palabras, son capaces. ¿Es así?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Los astutos son engañadores por simplici­dad e insensatez, o bien por malicia e inteligencia?

Hip. -Por malicia especialmente y por inteligencia.

Sóc. -Luego son inteligentes, según parece.

Hip. - Sí, por Zeus, y mucho.

Sóc. -¿Siendo inteligentes, no saben lo que hacen, o sí lo saben?

Hip. -Lo saben muy bien; por eso obran mal.

Sóc. -Si saben lo que saben, ¿son ignorantes o conocedores?

366a

 
Hip. - Conocedores, en efecto, al menos respecto a eso, a engañar.

Sóc. -Veamos, pues. Recapitulemos lo que dices. ¿Afirmas que los mentirosos son capaces, inteligentes, conocedores y hábiles para aquello para lo que son mentirosos?

Hip. - Lo afirmo, ciertamente.

Sóc. -¿Los veraces y los mentirosos son individuos distintos, incluso muy contrarios unos a otros?

Hip. -Eso digo.

Sóc. -Veamos; resulta que, según tus palabras, los mentirosos son personas capaces y hábiles.

Hip. - Sin duda.

b

 
Sóc. -Cuando dices que los mentirosos son capaces y hábiles, ¿acaso dices que son capaces, si quieren, de engañar en aquello en lo que engañan, o bien que no son capaces?

Hip. -Que son capaces.

Sóc. -Para decirlo sumariamente; los mentirosos son los capaces y hábiles para mentir.

Hip. -Sí.

Sóc. -Luego un hombre sin capacidad para mentir e ignorante no podría ser mentiroso.

Hip. -Así es.

c

 
Sóc. -Así pues, es capaz el que hace lo que quiere cuando quiere; no hablo de los impedidos por enfer­medad o causas semejantes. Tú eres capaz de escribir mi nombre cuando quieras; estas situaciones son las que yo digo. ¿No llamas tú capaz al que es así?

Hip. - Sí.

Sóc. -Dime, Hipias: ¿no eres tú experto en cuentas y en cálculo?

Hip. -Más que nadie, Sócrates.

d

 
Sóc. -¿No es cierto que, si alguien te preguntara qué cifra dan setecientos por tres, tú podrías, si quisie­ras, decir la verdad sobre esto con rapidez y exactitud?

Hip. - Ciertamente.

Sóc. - ¿Acaso porque eres el más capaz y el más hábil en esto?

Hip. - Sí.

Sóc. -¿Acaso eres el más hábil y el más capaz so­lamente, o también, el mejor, en lo que eres el más capaz y el más hábil, en el cálculo?

Hip. -También el mejor, Sócrates.

Sóc. -Tú podrías decir la verdad sobre esto con la mayor capacidad. ¿No es así?

Hip. -Así lo pienso.

367a

 

e

 
Sóc. -¿Y la mentira acerca de estas mismas cosas? Respóndeme, Hipias, honrada y generosamente, como hasta ahora. Si alguien te pregunta cuánto dan sete­cientos por tres, ¿serías tú el que mintiera con más precisión y mantuviera la mentira sobre este punto, si quisieras mentir y no responder nunca la verdad, o bien sería el ignorante en cuentas el que si lo quisie­ra, podría mentir mejor que tú? ¿No es más cierto que el ignorante, aun queriendo decir la mentira, mu­chas veces diría, por azar, la verdad involuntariamen­te, a causa de no saber, y que tú, en cambio, que eres sabio, si quisieras mentir, mentirías siempre del mismo modo?

Hip. -Así es, como tú dices.

Sóc.-¿El mentiroso es mentiroso respecto a las otras cosas, pero no respecto al número, y no podría decir mentira al calcular?

Hip. -También, por Zeus, respecto al número.

b

 
Sóc. -Por tanto, pongamos este supuesto, Hipias, que un hombre puede ser mentiroso respecto al cálculo y al número.

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Quién sería este hombre? ¿No es necesario que él tenga la condición de ser capaz de mentir, si va a ser mentiroso, según tú convenías hace un momento? Pues, si te acuerdas, dijiste que el incapaz de mentir no podría nunca ser mentiroso.

Hip. -Sí me acuerdo y así se dijo.

Séc. -¿No es cierto que hace un momento te has manifestado como el más capaz de mentir respecto a cuentas?

c

 
Hip. -Sí, también se dijo eso.

Sóc. -¿No eres tú también el más capaz de decir la verdad respecto a cuentas?

Hip. -Ciertamente.

Sóc. -¿Luego un mismo hombre es capaz de decir la mentira y la verdad respecto a cuentas? Éste es el apto con respecto a ello, es el experto en cálculo.

Hip. -Si.

Sóc. -Respecto a cuentas, Hipias, ¿quién será mentiroso sino el apto? En efecto, éste es también ca­paz; éste es también veraz.

Hip. -Así parece.

d

 
Sóc. -¿Ves que, respecto a esto, la misma persona es mentirosa y veraz y que no es mejor el veraz que el mentiroso? En efecto, son la misma persona y no son totalmente contrarios, como tú creías ahora mismo.

Hip. -No lo parecen, partiendo de eso.

Sóc. -¿Quieres, entonces, que lo examinemos en otro caso?

Hip. -Si es tu deseo.

Sóc. -¿Es cierto que tú también eres experto en geometría?

HIp. -Ciertamente.

Sóc. -Bien. ¿No es también así en geometría? Un mismo individuo, el geómetra, es el más capaz de men­tir y de decir la verdad respecto a las figuras.

Hip. - Sí.

e

 
Sóc. -¿Respecto a este objeto es éste el experto o lo es algún otro?

Hip. - Ningún otro.

Sóc. -¿No es cierto que el geómetra experto y sabio es el más capaz para estas dos cosas y que, si alguien puede engañar con respecto a las figuras, es éste, el experto? En efecto, éste es capaz, y el mal geó­metra es incapaz de engañar. Por consiguiente, no pue­de ser mentiroso el que no es capaz de mentir, según hemos acordado.

Hip. -Así es.

368a

 
Sóc. -Examinemos aún un tercer caso, el del astró­nomo, en cuya ciencia tú crees que eres más entendido aún que en las anteriores. ¿Es así, Hipias?

Hip. - Sí.

Sóc. - ¿Acaso no es lo mismo en astronomía?

Hip. - Es probable, Sócrates.

Sóc. -Luego también en astronomía, si alguien es mentiroso, el buen astrónomo lo será más; él es capaz de mentir; no el incapaz, pues es ignorante.

Hip. -Así parece.

Sóc. -Por tanto, también en astronomía la misma persona es mentirosa y veraz.

Hip. -Parece que sí.

369a

 

e

 

d

 

c

 

b

 
Sóc. -Ea, Hipias, examina libremente de esta ma­nera todas las ciencias y mira si alguna es de otro modo. Tú eres con mucho el hombre más sabio en la mayor parte de ellas, según te oí yo ufanarte una vez en el ágora, en las mesas de los cambistas, cuando exponías tu envidiable y gran sabiduría. Decías que en cierta ocasión te presentaste en Olimpia y que era obra tuya todo lo que llevabas sobre tu cuerpo. En pri­mer lugar, que el anillo -por ahí empezaste- era obra tuya porque sabías cincelar anillos; que también el  sello era obra tuya, y asimismo el cepillo y el recipiente del aceite que tú mismo habías hecho, después decías que el calzado que llevabas lo habías elaborado tú mismo y que habías tejido tu manto y tu túnica. Lo que les pareció a todos más asombroso y muestra de tu mucha habilidad fue el que dijeras que habías tren­zado tú mismo el cinturón de la túnica que llevabas, que era igual a los más lujosos de Persia. Además de esto, llevabas poemas, epopeyas, tragedias y ditirain bos; y en prosa habías escrito muchos discursos de las más variadas materias. Respecto a las ciencias de que yo hablaba antes, te presentabas superando a todos, y también, respecto a ritmos, armonías y propiedades de las letras, y a otras muchas cosas además de éstas, según creo recordar. Por cierto, se me olvidaba la mnemotecnia, invención tuya, según parece, en la que tú piensas que eres el más brillante. Creo que se me olvidan otras muchas cosas. Pero, como digo, ponien­do la mirada en las ciencias que tú posees -muy nu­merosas- y en las de otros, dime si, de acuerdo con lo convenido por ti y por mí, encuentras alguna en la que el que dice la verdad y el que miente sean dos per­sonas distintas y no la misma persona. Examina esto en la clase de sabiduría que tú quieras o de destreza o como te guste llamarlo; no la encontrarás, amigo, porque no la hay. Con todo, dila tú.

Hip. -No puedo, Sócrates, al menos por ahora.

Sóc. -Ni podrás, según creo. Si yo digo la verdad, ¿tienes presente lo que resulta del razonamiento, Hipias?

Hip. -No tengo muy en la mente lo que dices, Só­crates.

b

 
Sóc. -Porque quizá ahora no utilizas la mnemo­tecnia; sin duda, no lo crees necesario. Yo te lo recor­daré. ¿Sabes que tú decías que Aquiles era veraz y Odiseo, mentiroso y astuto?

Hip. - Sí.

Sóc. -Te das cuenta de que ahora han resultado ser la misma persona el mentiroso y el veraz, de mane­ra que si Odiseo era mentiroso, venía a ser también veraz; que si Aquíles era veraz, también era mentiroso, y que no son diferentes ni contrarios estos hombres, sino semejantes?

d

 

c

 
Hip. -Sócrates, tú siempre trenzas razonamientos de este tipo; tomas separadamente lo más capcioso de la argumentación, te aferras a ello, tratas el asunto en pedazos y no discutes en su totalidad el tema del razo­namiento. Pues, ahora, si tú quieres, yo te demostraré con muchos testimonios y con razonamiento apropiado que Homero ha hecho a Aquiles mejor que a Odiseo e incapaz de mentir; y que al otro, en cambio, lo ha he­cho falso, muy mentiroso e inferior a Aquiles. Por tu parte, si quieres, contrapón discurso a discurso dicien­do que Odiseo es mejor; así éstos tendrán más ele­mentos de juicio sobre quién de los dos habla mejor.

370a

 

e

 
Sóc. -Hipias, yo no discuto que tú seas más sabio que yo. Tengo siempre la costumbre, cuando alguien habla, de prestarle mi atención, especialmente cuando el que habla me parece sabio, y, en mi deseo de com­prender lo que dice, averiguo, reexamino, comparo lo que se dice, a fin de aprender. Si el que habla me parece de poco valer, ni insisto en mis preguntas ni me intereso por lo que dice. En esto reconocerás a los que yo considero sabios; encontrarás que soy insis­tente sobre lo que dicen y que interrogo para aprender y sacar provecho. En efecto, al hablar tú ahora me he dado cuenta de que en los versos que tú citabas, mostrando que Aquiles se dirige a Odiseo como si éste fuera un charlatán, me resulta extraño que tú tengas razón, porque Odiseo, el astuto, en niguna parte apa­rece mintiendo, en cambio Aquiles se muestra astuto, como tú dices. En todo caso, miente; habiendo dicho estos versos que tú citabas antes:

 

«Es mi enemigo como las puertas del Hades el que oculta en la mente una cosa y dice otra[L10] »,

b

 
 


dice, poco después, que no le convencerán Odiseo y Agamenón y que de ningún modo se quedará en Troya, sino que:

 

c

 
«Mañana, dice él, tras haber hecho tos sacrificios a Zeus y a todos los dioses, habiendo cargado bien las naves y haciéndolas arrastrar [L11] al mar, verás, si quie­res y te interesa esto, navegar muy de mañana hacia el Helesponto, rico en peces, mis naves y, en ellas, a mis hombres afanosos de remar. Si el glorioso Enosi­geo [L12] nos concede buena navegación, al tercer día po­dría llegar yo a la fértil Ptía[L13] ».

 

Incluso, antes de esto, cuando injuriaba a Agame­nón, -dijo:

 

d

 
«Ahora me voy a ir a Ptía, puesto que es mucho mejor ir a casa con las curvas naves; no pienso estar aquí sin honores y amontonar para ti caudal y ri­queza[L14] ».

 

e

 
Tras haber dicho estas palabras, las unas, en pre­sencia de todo el ejército, las otras, ante sus compañe­ros, en ninguna parte se le ve ni prepararse ni intentar echar las naves al mar con la intención de regresar a su casa, sino que desprecia, con la mayor tranquilidad, el decir la verdad. Así pues, Hipias, te preguntaba yo desde el principio, porque no sabía a cuál de estos dos hombres había hecho mejor el poeta, y porque consi­deraba que los dos eran excelentes y que es difícil discernir quién de ellos era mejor en cuanto a verdad y engaño u otra cualidad. En efecto, con relación a esto los dos eran casi iguales.

Hip. -No lo juzgas bien, Sócrates. Es evidente que, cuando Aquiles no dice la verdad, no miente con pre­meditación, sino involuntariamente, y que se ha visto obligado a quedarse y a prestar auxilio a causa del revés del ejército; en cambio, cuando Odiseo no dice la verdad, lo hace voluntariamente y con intención.

371a

 
Sóc. -Me engañas, querido Hipias, e imitas tú mis­mo a Odiseo.

Hip. -De ningún modo, Sócrates. ¿Qué intentas decir y con respecto a qué?

b

 
Sóc. -Porque dices que Aquiles no miente con in­tención, un hombre que según lo representa Homero, además de hablar a la ligera, era tan charlatán e insi­dioso que incluso parece sentirse superior a Odiseo en cuanto a que éste no se dé cuenta de que él dice palabras vanas, y esto, hasta el punto de que se atreve a contradecirse delante de Odiseo, sin que éste lo advier­ta. Odiseo, al menos, parece que le habla sin darse cuenta de que Aquiles miente..

Hip. -¿Qué estás diciendo, Sócrates?

Sóc. -¿No sabes que, después de haber dicho a Odiseo que levaría anclas con la aurora, no le dice a Ayante que levará anclas sino otra cosa distinta?

Hip. -¿En qué lugar?

Sóc. -Cuando dice:

 

c

 
«No me inquietaré por el sangriento combate hasta que el hijo del prudente Príamo, el divino Héctor, llegue a las tiendas y a las naves de los Mirmidones matando Argivos, e incendie con fuego las naves. Jun­to a mi tienda y mi negra nave pienso contener a Héctor, aunque esté ansioso de combate[L15] ».

 

d

 
¿Acaso crees tú, Hipias, que el hijo de Tetis[L16] , educado además por el muy sabio Quirón[L17] , era tan olvidadizo como para que él mismo, tras haber vituperado con la máxima censura a los que hablan a la ligera, manifes­tara inmediatamente a Odiseo que pensaba regresar y a Ayante que pensaba quedarse? ¿No crees que lo hizo intencionadamete y creyendo que Odiseo era un hom­bre ingenuo al que él superaría con esta habilidad y con no decir la verdad?

e

 
Hip. -No me parece a mí así, Sócrates, sino más bien que dejándose llevar por su falta de doblez, dice una cosa a Ayante y otra a Odiseo. En cambio, Odiseo, cuando dice la verdad, lo hace con una intención, y lo mismo cuando miente.

Sóc.-Luego es mejor, según parece, Odiseo que Aquiles.

Hip. -De ningún modo, Sócrates.

Sóc. -¿Qué, entonces? ¿No ha resultado antes que los que mienten voluntariamente son mejores que los que lo hacen sin querer?

372a

 
Hip. - ¿Cómo es posible, Sócrates, que los que co­meten injusticia voluntariamente, los que maquinan a asechanzas y hacen mal intencionadamente sean me­jores que los que no tienen esa intención? Me parece que merece excusa quien comete injusticia o miente o hace algún otro mal sin darse cuenta. También las leyes, por supuesto, son mucho más severas con los que hacen mal o mienten intencionadamente, que con los que lo hacen sin intención.

373a

 

e

 

d

 

c

 

b

 
Sóc.-¿Ves tú, Hipias, que digo la verdad al afirmar que yo soy infatigable en las preguntas a los que sa­ben? Es probable que no tenga más que esta cualidad buena y que las otras sean de muy poco valor; en efecto, me extravío al buscar dónde están los cosas y no sé de qué manera son. Una prueba de ello, suficien­te para mí, es que, cuando estoy con alguno de vos­otros, los bien considerados por una sabiduría de la que todos los griegos darían testimonio, se hace visible que yo no sé nada. Pues, por así decirlo, no coincido en nada con vosotros; por tanto, ¿qué mayor prueba de ignorancia existe que discrepar de los hombres que sa­ben? En cambio, tengo una maravillosa compensación que me salva: no me da vergüenza aprender, sino que me informo, pregunto y quedo muy agradecido al que me responde y nunca privé a nadie de mi agradeci­miento, jamás negué haber aprendido algo haciendo de ello una idea original mía. Al contrario, alabo como sabio al que me ha enseñado, dando a conocer lo que aprendí de él. Y por cierto, tampoco ahora estoy de acuerdo con lo que tú dices, sino que discrepo total­mente. Sé muy bien que esto es por mi causa, porque soy como soy, para no decir de mí nada grave. En efecto, Hipias, a mí me parece todo lo contrario de lo que tú dices; los que causan daño a los hombres, los que hacen injusticia, los que mienten, los que engañan, los que cometen faltas, y lo hacen intencionadamente y no contra su voluntad, son mejores que los que lo hacen involuntariamente. Algunas veces, sin embargo, me parece lo contrario y vacilo sobre estas cosas, evi­dentemente porque no sé. Ahora, en el momento pre­sente, me ha rodeado una especie de confusión y me parece que los que cometen falta en algo intencionada­mente son mejores que los que lo hacen involuntaria­mente. Hago responsables del estado que ahora padez­co a los razonamientos precedentes, de manera que ahora, en este momento, los que hacen cada una de estas cosas involuntariamente son peores que los que las hacen intencionadamente. Así pues, hazme esta gra­cia y no rehuses curar mi alma, pues me harás un bien mucho mayor librándome el alma de la ignorancia que el cuerpo de una enfermedad. En todo caso, me antici­po a decirte que no me vas a curar si tienes la inten­ción de pronunciar un largo discurso, pues no sería capaz de seguirte. En cambio, si estás dispuesto a res­ponderme como hasta ahora, me ayudarás mucho, y creo que tampoco te hará daño a ti. Es justo que te llame en mi ayuda[L18] , hijo de Apemanto, pues tú me animaste a dialogar con Hipias. También ahora tú, si Hipias no quiere responder, pídeselo por mí.

b

 
Éud. -Pero creo yo, Sócrates, que Hipias no tiene necesidad de nuestro ruego. No iban por ahí las pala­bras que nos anticipó, sino más bien hacia que no evitaría las preguntas de nadie. ¿Es así, Hipias? ¿No es eso lo que decías?

Hip. -Sí, ciertamente. Pero, Éudico, Sócrates siem­pre embrolla las conversaciones y parece como si tra­tara de obrar con mala intención.

c

 
Sóc. -Mi buen Hipias, no hago eso intencionada­mente, pues sería sabio y hábil, según tus palabras, sino que lo hago involuntariamente, de modo que per­dóname. En efecto, tú dices que se debe excusar al que hace daño involuntariamente.

Éud. -No lo hagas de otro modo, Hipias, sino que, por nosotros y por las palabras que antes dijiste, con­testa a lo que te pregunte Sócrates.

Hip. -Responderé, puesto que me lo pides tú. Bien, pregunta lo que quieras.

Sóc. -Deseo vehementemente, Hipias, examinar lo que ahora hemos dicho: si son, en verdad, mejores los que cometen faltas intencionadamente, que los que lo hacen involuntariamente. Pienso que para este exa­men procederíamos adecuadamente de este modo. Así pues, contéstame: ¿dices que hay algún corredor bueno?

d

 
Hip. -Sí, ciertamente.

Sóc. -¿Y malo?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿No es bueno el que corre bien y malo el que corre mal?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿El que corre despacio corre mal y el que corre deprisa corre bien?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Luego en la carrera y en el correr, la rapi­dez es lo bueno y la lentitud lo malo?

Hip. -¿Qué otra cosa va a ser?

Sóc. -¿Quién es mejor corredor, el que corre des­pacio intencionadamente o el que lo hace contra su voluntad?

Hip. -El que lo hace intencionadamente.

Sóc. -¿Correr no es hacer algo?

Hip. -Lo es en efecto.

e

 
Sóc. -Si es hacer algo, ¿no es también ejecutar algo?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿El que corre mal ejecuta esto en la carrera mal y de modo feo?

Hip. -Mal, con certeza.

Sóc. -¿El que corre lentamente corre mal?

HiP. -Sí.

Sóc. -¿No es cierto que el buen corredor ejecuta esto, que es malo y feo, intencionadamente, y el mal corredor, involuntariamente?

Hip. -Así parece.

Sóc. -¿Luego en la carrera el que ejecuta cosas mal hechas involuntariamente es peor que el que las ejecuta voluntariamente?

374a

 
Hip. -En la carrera, al menos, sí.

Sóc. -¿Y en la lucha? ¿Es mejor luchador el que cae voluntariamente, o el que cae involuntariamente?

Hip. -El que cae voluntariamente, según parece.

Sóc. -¿Es peor y más feo en la lucha caer, o de­rribar?

Hip. - Caer.

Sóc. -¿Luego también en la lucha el que ejecuta actos malos y feos voluntariamente es mejor luchador que el que los ejecuta involuntariamente?

Hip. -Así parece.

b

 
Sóc. -¿Y en todos los otros ejercicios del cuerpo? ¿No es cierto que el mejor respecto al cuerpo es capaz de realizar ambas clases de cosas, las fuertes y las débiles, las feas y las bellas, de forma que, cuando en lo que concierne al cuerpo se realizan cosas mal he­chas, el mejor respecto al cuerpo las realiza voluntaria­mente, y el peor involuntariamente?

Hip. -Parece que es así en lo referente a la fuerza.

Sóc. -¿Y en cuanto a la buena apariencia, Hipias? ¿No es propio del mejor cuerpo tomar las posturas feas y malas voluntariamente, y es propio del peor cuerpo tomarlas involuntariamente? ¿Cómo piensas tú?

Hip. - Así.

c

 
Sóc. -Luego también la mala apariencia, cuando es voluntaria, proviene de la perfección del cuerpo, y cuando es involuntaria, proviene de la imperfección.

Hip. -Así parece.

Sóc. -¿Qué dices respecto a la voz? ¿Cuál dices que es mejor, la que desentona voluntariamente o la que lo hace involuntariamente?

Hip. -La que desentona voluntariamente.

Sóc. -¿Es inferior la que desentona involuntaria­mente?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Qué preferirías tener, lo bueno o lo malo?

Hip. -Lo bueno.

Sóc. -¿Preferirías tener unos pies que cojearan voluntariamente, o involuntariamente?

Hip. -Voluntariamente.

d

 
Sóc. -¿No es la cojera un defecto y una mala apa­riencia?

Hip. - Sí.

Sóc. -¿Y la miopía, no es un defecto de los ojos?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Qué ojos querrías tú poseer y tener contigo, aquellos con los que voluntariamente ves poco y con estrabismo, o los ojos con los que esto sucede involun­tariamente?

Hip. -Los ojos con los que voluntariamente.

Sóc. -¿Luego consideras tú que los órganos tuyos que trabajan mal voluntariamente son mejores que los que lo hacen involuntariamente?

Hip. -Sí, son mejores.

e

 
Sóc. -Por tanto, una sola afirmación abarca todo esto: no es deseable poseer, porque son malos, los oídos, las narices, la boca y todos los órganos de los sentidos que trabajan mal involuntariamente; en cam­bio, es deseable poseer, porque son buenos, los que lo hacen voluntariamente.

Hip.-Así me lo parece.

Sóc. -¿Y el uso de qué instrumentos es mejor, el de aquellos con los que se trabaja mal voluntariamente o el de aquellos con los que se trabaja mal involun­tariamente? Por ejemplo, ¿es mejor un timón con el que se pilota mal sin quererlo o uno con el que se hace mal queriéndolo?

Hip. -Aquel con el que se hace mal queriéndolo.

Sóc. -¿No son lo mismo un arco, una lira, una flauta y todas las demás cosas?

375a

 
Hip. -Dices la verdad.

Sóc. -¿La condición natural de un caballo con el que se cabalga mal voluntariamente es mejor que la de aquel con el que se hace mal esto involuntariamente?

Hip. -Seguramente.

Sóc. -Entonces, es mejor.

Hip. -Sí.

Sóc. -Así pues, con un caballo de buena condición se podría intencionadamente realizar las obras propias de esta buena condición en sentido contrario; en cam­bio, con el de mala condición natural se realizan éstas involuntariamente.

Hip. -Sin duda.

Sóc. -¿No sucede lo mismo con la condición na­tural del perro y con la de todos los otros animales?

Hip. -Sí.

Sóc. -¿Y qué, entonces? ¿El alma de un arquero es mejor si yerra el blanco voluntariamente, o si yerra involuntariamente?

b

 
Hip. - Si yerra voluntariamente.

Sóc. -¿Luego es ésta mejor para el tiro al arco?

Hip. - Sí.

Sóc. -¿Entonces, el alma que yerra involuntaria­mente es peor que la que yerra voluntariamente?

Hip. -Al menos, en el tiro al arco.

Sóc. -¿Y en la medicina? ¿No es más conocedora de la medicina el alma que hace mal a los cuerpos voluntariamente?

Hip. -Sí.

Sóc. -Luego, en este arte, ésta es mejor que la que no lo hace voluntariamente.

c

 
Hip. -Sí, es mejor.

Sóc. -¿Qué, pues? Del mismo modo lo es la más conocedora del arte de tocar la cítara y del arte de tocar la flauta; y respecto a todas las artes y conoci­mientos, ¿no es mejor la que voluntariamente hace las cosas mal y torpemente y comete errores, y es peor la que hace esto involuntariamente?

Hip. -Así parece.

Sóc. -Pero, ciertamente, preferiríamos como almas de los esclavos las que cometen errores y obran mal voluntariamente, más bien que las que hacen esto in­voluntariamente, en la idea de que son mejores para esto.

Hip. -Sí.

Sóc. -Y nuestra propia alma, ¿no quisiéramos que fuera lo mejor posible?

d

 
Hip. -Sí.

Sóc. -¿No es cierto que será mejor, si obra mal y comete errores voluntariamente, que si lo hace invo­luntariamente?

Hip. -Sería horrible, Sócrates, que los que obran mal voluntariamente fueran mejores que los que obran mal contra su voluntad.

Sóc. -Sin embargo, así resulta de lo que hemos dicho.

Hip. -No, ciertamente, para mí.

Sóc. -Yo creía, Hipias, que también te parecía a ti así. Pero respóndeme de nuevo. ¿No es la justicia una fuerza o una ciencia, o bien lo uno y lo otro jun­tos? ¿O no es necesario que la justicia sea una de estas cosas?

e

 
Hip. -Sí es necesario.

Sóc. -¿No es cierto que, si la justicia es una fuerza del alma, el alma más fuerte es más justa? En efecto, un alma así nos ha resultado ser mejor, amigo mío.

Hip. -Si.

Sóc. -¿Y si es una ciencia? ¿No es más justa el alma más sabia, y es menos justa la menos sabia?

Hip. -Así resulta.

376a

 
Sóc. -¿No es cierto que la más fuerte y la más sabia ha resultado ser mejor y más capaz de realizar ambas cosas, lo bueno y lo malo, en cualquier activi­dad?

Hip. -Sí.

Sóc. -Luego cuando realiza lo feo, lo realiza. vo­luntariamente por su fuerza y por su arte; esto parece ser propio de la justicia: o bien lo bueno y lo malo, o una sola de estas dos cosas.

Hip. -Parece que sí.

Sóc. -Y el cometer injusticia es hacer mal, y no cometerla es hacer bien.

Hip. -Sí.

Sóc. -¿No es cierto que el alma más fuerte, cuando comete injusticia, lo hace voluntariamente y la mala, involuntariamente?

Hip. - Así parece.

b

 
Sóc. -¿No es un hombre bueno el que tiene un alma buena, y es malo el que la tiene mala?

Hip. -Sí.

Sóc. -Luego es propio del hombre bueno cometer injusticia voluntariamente y del malo, hacerlo involun­tariamente, si, en efecto, el hombre bueno tiene un alma buena.

Hip. -Pero, ciertamente, la tiene.

Sóc. -Luego el que comete errores voluntariamente y hace cosas malas e injustas, Hipias, si este hombre existe, no puede ser otro que el hombre bueno.

Hi. -No me es posible admitir eso, Sócrates.

c

 
Sóc. -Tampoco yo puedo admitirlo, Hipias, pero necesariamente nos resulta así ahora según nuestro razonamiento. Pero, como decía antes, yo ando vaci­lante de un lado a otro respecto a estas cosas y nunca tengo la misma opinión. Y no es nada extraño que ande vacilante yo y cualquier otro hombre inexperto. Pero el que también vosotros, los sabios, vaciléis, esto es ya tremendo para nosotros, que ni siquiera dirigiéndonos a vosotros vamos a cesar en nuestra vacilación.

 

 


 [L1]En Hipias Mayor 285d-e, declara Hipias haber aprendido determinadas cosas sólo porque a los lacedemonios les gusta que les hablen de ellas. Ante esta confesión, Sócrates le considera afortunado de que los lacedemonios no sientan satis­facción en que les recite la lista de los arcontes atenienses desde Solón.

 [L2]Los sofistas solían aprovechar su estancia en Atenas, ori­ginada a veces por causas distintas a las de su actividad como sofistas, para ejercer su arte, especialmente por medio de la exposición en forma magistral, ante un público interesado, de temas de la más diversa variedad. Al final de una de estas conferencias comienza el diálogo.

 [L3]Hipias, que representa entre los sofistas el ideal del hom­bre omnisapiente, acostumbraba a tratar este tipo de temas literarios. En Hipias Mayor 286b, dice que dos días después dará una conferencia acerca del tema de una conversación en­tre Neoptólemo y Néstor.

 [L4]Para estas ideas, véase A. Lesky, Historia de la Literatura Griega, trad. esp., Madrid, 1968, pág. 378.

 [L5]Éudico, hijo de Apemanto, citado a continuación, sin duda un ateniense seguidor de Hipias. Aparece también en Hipias Mayor 286b.

 [L6]Aunque es más frecuente decir Ulises que Odiseo, ambos usos son correctos. La forma en esta traducción es Odiseo.

 [L7]Olimpia fue el más afamado santuario de Grecia después del de Delfos. Situado en la región de Élide, al pie de la colina de Cronos, en el valle del Alfeo. La construcción del santuario comenzó a mediados del siglo VII a. C. Los famosos juegos olímpicos, las Olimpíadas, se remontan sin duda hasta finales del segundo milenio a. C. No obstante, su fecha histórica es el año 776 a. J. en que comienza el registro del vencedor en la carrera y la introducción de la tregua olímpica que debían observar todos los griegos. Al celebrarse regularmente cada cuatro años, fueron las olimpiadas una base aceptada para la fijación cronológica, hasta su definitiva supresión en tiempo del emperador romano Teodosio.

 [L8]Las Súplicas es el nombre dado a una parte del canto IX de la Ilíada. Odiseo, Ayante y Fénix tratan de apaciguar la ira de Aquiles.

 [L9]Laertíada, hijo de Laertes, que era el padre de Odiseo. El trozo citado son los versos 308-314 del indicado canto IX de la Ilíada.

 [L10]Son los versos 357-363 del canto IX de la Ilíada

 [L11]Las naves se sacaban a tierra por medio de rodillos para evitar daños en la madera. Alrededor de sus tiendas y sus naves vivían los guerreros y sus jefes.

 [L12]Enosigeo es un epíteto de Posidón, «sacudidor de la tierra».

 [L13]Ptía es la patria de Aquiles, en el valle del Esperquio, en el Noroeste de Grecia.

 [L14]En el canto I de la Ilíada, versos 169-171.

 [L15]Son los versos 650-655 del canto IX de la Ilíada.

 [L16]Tetis, una de las nereidas, madre de Aquiles.

 [L17]Platón sigue la tradición al hacer de Quirón el educador de Aquiles, en tanto que Homero sólo le asigna la parte corres­pondiente a la medicina dejando a Fénix el resto de su edu­cación.

 [L18]Se simula una resistencia de Hipias a seguir la conver­sación. En vista de ello, Sócrates le pide a Eudico que persuada a Hipias a continuar.

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