Platón
INTRODUCCIÓN
El Hipias Mayor es un diálogo aporético: el
problema planteado queda sin resolver al finalizar la discusión. Tiene una
extensión de casi el doble que el Hipias Menor, y este dato es, sin
duda, suficiente para explicar los adjetivos comparativos que sirven para distinguir
un diálogo del otro. Aunque en la Antigüedad no existió problema sobre la autenticidad
de este diálogo, algunos filólogos han puesto en duda, en los dos últimos
siglos, la atribución de este diálogo a Platón. Parece tan difícil admitir las
objeciones alegadas, como creer ciegamente en la autenticidad del diálogo. En
todo caso, esta obra figurará siempre en el corpus platónico, porque, a
pesar de los problemas que pueda suscitar su atribución a la pluma de Platón,
es una obra de corte platónico en lo literario, en lo filosófico y en la forma
general del tratamiento del tema[L1].
La cuestión discutida en este diálogo es la de lo
bello en sí mismo, la esencia que debe subyacer a todas las cosas bellas para
que sean bellas. En principio podría parecer que se trata de un estudio independiente
sobre este tema al que más tarde el autor le hubiera asignado los nombres de
Hipias y Sócrates para defender las partes, y al que hubiera colocado una
bella y artística introducción que va hasta 286c, donde empieza el
verdadero tema del diálogo. Hásta tal punto la parte dedicada al tema de lo
bello en sí constituye un. bloque bien caracterizado. Sin embargo, los dialogantes
no pueden ser otros que Sócrates e Hipias. En el caso de Sócrates, no hay la
menor duda. La introducción de ese personaje de carácter áspero en la búsqueda
de la verdad, precisamente desde las primeras lineas en que se aborda el tema
de lo bello, así como su constante presencia a lo largo de todo el resto del
diálogo, nos demuestran que el tema está tratado desde el supuesto de que
Sócrates es un interlocutor obligado. Quizá no parece tan obligado que el otro
interlocutor haya de ser Hipias, pero la verdad es que el personaje está perfilado
muy frecuentemente y muy bien. Es imposible en el diálogo tomar el tema
separándolo de los interlocutores; la trabazón es completa. Es claro que el
tema del diálogo podría haberse tratado con dialogantes no caracterizados,
pero en el caso de este diálogo se puede decir que no
ha sido escrita una sola línea sin tener presente
que los que dialogaban eran, precisamente, Sócrates e Hipias.
Admitido lo que precede, como no puede ser por
menos, comprobamos que la bella parte introductiva está, concretamente,
destinada a la caracterización de los dos personajes, especialmente de Hipias,
puesto que Sócrates aparece diseñado por contraste y, además, es ya un personaje
canónico. Nos encontramos, pues, con un diálogo completamente trabado desde el
principio hasta el fin con unidad interna precisa. Dos rasgos llaman, sin
embargo, la atención: la ironía y la agresividad. Se trata sólo de una distinción
de grado. Los dos personajes se expresan con más dureza de la habitual. La
irritación de Hipias y la dura ironía de Sócrates desde 300c hasta 302a,
así como las últimas palabras de Hipias en 304a, dejan una impresión de agresividad que no aparece en otros diálogos.
Sin duda, hay más pasión, por ejemplo, en la discusión de Calicicles con Sócrates en el Gorgias,
pero ese apasionamiento, e incluso irritación, no deja la impresión de la
enemistad a flor de piel que se observa en nuestro diálogo. La ironía de Sócrates,
antes aún de entrar en el tema de lo bello, no es una ironía contra los
argumentos sino contra la persona, cuya descalificación se busca.
Es difícil explicarse por qué Platón decidió enfrentar
dos veces, como únicos dialogantes, a Sócrates y a Hipias. No lo ha hecho con
Protágoras ni con Gorgias, sofistas más representativos que Hipias. Puede ser
que no quisiera volver a tocar a Protágoras, muerto casi un tercio de siglo
antes de que Platón pudiera tener la idea de dar su nombre a un segundo
diálogo. Gorgias era ya un anciano de cerca de 100 años al que no parecía oportuno hacer aparecer de nuevo en un
diálogo. En cambio, Hipias era más joven y, durante algún tiempo, cuando ya
Gorgias era muy viejo, debió de ser el sofista de más prestigio. Nuevamente,
como en el Hipias Menor, se trata a este sofista muy por debajo de sus
méritos reales. La imagen que nos llega a través de los dos diálogos resalta
los defectos de Hipias -que ciertamente debió de ser un pozo de vanidad- sin
hacer visibles sus notables méritos. Un juicio sobre Hipias sacado de su actuación
en los dos diálogos citados tendría algo que ver con una parte de la realidad,
pero no daría la medida de lo que realmente fue este sofista. Es curioso
considerar que, si es cierto que Platón le dedicó dos diálogos, las dos veces
lo haya tratado del mismo modo.
El Hipias Mayor ha
dado lugar a la discusión de si el concepto de lo bello en sí, es decir, el que
las cosas bellas son bellas por la presencia de lo bello, no es ya el comienzo
de la teoría platónica de las ideas[L2]. Una afirmación semejante aparece en el Eutifrón
6d. Parece
evidente que, de la pura abstracción socrática a la «teoría de las ideas», hay
una vía en la que sería difícil determinar un punto exacto en el que se produzca
el término de la una y el comienzo de la otra. Es el contexto general de un
diálogo el que permite afirmar qué expresiones de este tipo deben ser tomadas
en uno u otro sentido. El contexto de Hipias Mayor no da lugar a pensar que
Platón se haya desprendido todavía de los moldes socráticos.
NOTA SOBRE LA TRADUCCION
Para la versión española se ha seguido el
texto de BURNET, Platonis
Opera, vol. III,
Oxford, 1903 (reimpresión, 1974).
HIPIAS MAYOR
SÓCRATES, HIPIAS
281a
SÓCRATES. -Elegante
y sabio Hipias, ¿cuánto tiempo hace que no has venido a Atenas?
b
HIPIAS. -No
tengo tiempo, Sócrates. Cuando Élide tiene que negociar algo con alguna ciudad,
siempre se dirige a mí en primer lugar entre los ciudadanos y me elige como
embajador, porque considera que soy el más idóneo juez y mensajero de las
conversaciones que se llevan a cabo entre las ciudades. En efecto, en muchas
ocasiones he ido como embajador a diversas ciudades, pero las más de las veces,
por muchos e importantes asuntos, he ido a Lacedemonia; por lo cual, y vuelvo a
tu pregunta, no vengo con frecuencia a estos lugares.
c
Sóc. -Esto es ser de verdad un hombre sabio y
perfecto, Hipias. Lo digo, porque tú eres capaz de recibir privadamente mucho
dinero de los jóvenes y de hacerles un beneficio mayor del que tú recibes, y
también porque eres capaz, públicamente, de prestar servicios a tu ciudad,
como debe hacer un hombre que está dispuesto a no ser tenido en menos, sino a
alcanzar buena opinión entre la mayoría. Ahora, Hipias, ¿cuál es realmente la
causa de que los antiguos, cuyos nombres son famosos por su sabiduría: Pítaco[L3], Bías, Tales de Mileto y
los de su escuela, e incluso los más recientes hasta Anaxágoras[L4], todos o casi todos, se
hayan mantenido alejados de los asuntos públicos?
d
Hip. - ¿Qué otra razón crees, Sócrates, sino que
eran débiles e incapaces de llegar con su espíritu a ambas cosas, la actividad
pública y la privada?
Sóc. -Luego, por Zeus, así como las otras
artes han progresado y, en comparación con los artesanos de hoy, son inhábiles
los antiguos, ¿así también debe mos decir que vuestro arte de sofistas ha avanzado
y que son inferiores a vosotros los antiguos sabios?
Hip. - Hablas muy acertadamente.
282a
Sóc. - Por tanto, Hipias, si ahora resucitara
Bías, se expondría a la risa frente a vosotros, del mismo modo que los
escultores dicen que Dédalo[L5], si viviera ahora y realizara obras como las que le hicieron famoso,
quedaría en ridículo.
Hip. - Así es, Sócrates, como tú dices. Sin embargo,
yo acostumbro a alabar antes y más a los antiguos y a los anteriores a nosotros
que a los de ahora, para evitar la envidia de los vivos y por temor al enojo de
los muertos.
d
Sóc. - Piensas y reflexionas acertadamente,
según creo. Puedo añadir a tu idea mi testimonio de que dices verdad y de que,
en realidad, vuestro arte ha progresado en lo que se refiere a ser capaces de
realizar la actividad pública junto con la privada. En efecto, Gorgias[L6], el sofista de
Leontinos, llegó aquí desde su patria en misión pública, elegido embajador en
la idea de que era el más idóneo de los leontinos para negociar los asuntos
públicos; ante el pueblo, dio la impresión de que hablaba muy bien, y en
privado, en sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes, consiguió
llevarse mucho dinero de esta ciudad. Y si quieres otro caso, ahí está el amigo
Pródico; ha venido muchas veces en otras ocasiones para asuntos públicos, y
la última vez, recientemente, llegado desde Ceos en misión pública, habló en el
Consejo [L7]y mereció gran estimación,
y en privado, en sesiones de exhibición y dando lecciones a los jóvenes,
recibió cantidades asombrosas de dinero. Ninguno de aquellos antiguos juzgó
nunca conveniente cobrar dinero como remuneración ni hacer exhibiciones de su
sabiduría ante cualquier clase de hombres. Tan simples eran, y así les pasaba
inadvertido cuán digno de estimación es el dinero. Cada uno de éstos de ahora
saca más dinero de su saber, que un artesano, sea el que sea, de su arte, y más
que todos, Protágoras.
283a e
Hip. - No conoces lo bueno, Sócrates, acerca de
esto. Si supieras cuánto dinero he ganado yo, te asombrarías. No voy a citar
otras ocasiones, pero una vez llegué a Sicilia, cuando Protágoras se encontraba
allí rodeado de estimación, y, siendo él un hombre de más edad y yo muy joven,
en muy poco tiempo recibí más de ciento cincuenta minas; de un solo lugar muy
pequeño, de Inico, más de veinte minas. Llegando a casa con ese dinero se lo entregué a mi padre, y él y los demás de la ciudad quedaron asombrados e impresionados. En resumen,
creo que yo he ganado más dinero que otros dos sofistas cualesquiera juntos,
sean los que sean.
Sóc. -Muy bien, Hipias; es una gran prueba de tu
sabiduría y de la sabiduría de los hombres de ahora en comparación con los
antiguos y de cuán diferentes eran éstos. Según tus palabras, era grande la ignorancia
de los antiguos. Dicen que a Anaxágoras, por ejemplo, le aconteció lo
contrario. Habiéndole dejado en herencia mucho dinero, no lo cuidó y lo perdió
todo; tan neciamente ejercía la sofística. Dicen también cosas semejantes de
otros antiguos. Me parece que con esto aportas un buen testimonio de la
sabiduría de los actuales en comparación con la de los de antes, y es opinión
de muchos que el verdadero sabio debe ser sabio para sí mismo y que, por tanto,
es sabio el que más dinero gana. Sea ya suficiente lo dicho. Respóndeme a este
punto. ¿De cuál, de entre las muchas ciudades a las que vas, has conseguido más
dinero? ¿Es quizá evidente que de Lacedemonia, adonde has ido con mayor frecuencia?
b
Hip.
- No, por Zeus, Sócrates.
c
Sóc. - ¿Qué dices? ¿De dónde menos?
Hip. - Nunca nada, en absoluto.
Sóc. -Dices algo
prodigioso y extraño, Hipias. Díme, ¿acaso tu sabiduría no es capaz de hacer
mejores para la virtud a los que están en contacto con ella y la aprenden?
Hip. - Sí, mucho, Sócrates.
Sóc. - ¿Es que eres capaz de hacer mejores a los
hijos de los habitantes de Inico, y te es imposible hacerlo con los hijos de
los espartiatas?
Hip. - Está lejos de ser así, Sócrates.
Sóc. - ¿Es que, realmente, los siciliotas desean hacerse
mejores, y los lacedemonios no?
d
Hip. - En absoluto; también los lacedemonios,
Sócrates.
Sóc. - ¿Acaso evitaron tu enseñanza . por falta de
dinero?
Hip. -Sin duda no, puesto que lo tienen en abundancia.
e
Sóc. - ¿Qué razón puede haber, entonces, para
que, deseándolo ellos y teniendo dinero, y siendo tú capaz de reportarles la
mayor utilidad, no te hayan despedido cargado de dinero? Quizá sea esta otra razón,
¿acaso los lacedemonios no darían educación a sus hijos mejor que tú? ¿Debemos
decir esto así y tú estás de acuerdo?
Hip. -De ningún modo.
Sóc. - ¿Acaso no eras capaz de convencer a los
jóvenes en Lacedemonia de que progresarían más recibiendo tus lecciones que las
de sus conciudadanos, o no te fue posible persuadir a sus padres de que debían
confiártelos a ti, en lugar de ocuparse ellos de sus hijos, si es que tienen
interés por ellos? Pues no creo que impidieran por envidia que sus hijos se hicieran
mejores.
Hip. -Tampoco yo creo que por envidia.
Sóc. -Sin embargo, Lacedemonia tiene buenas leyes.
284a
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - Pues en las ciudades con buenas leyes, lo más
apreciado es la virtud.
Hip. -Sin duda.
Sóc. - Y tú sabes transmitirla a otros mejor que
nadie.
Hip. -Con mucho, Sócrates.
Sóc.-Ciertamente, el que mejor sabe transmitir el
arte de la hípica, ¿acaso no sería apreciado en Tesa lia más que en el resto de
Grecia y recibiría más dinero, y lo mismo en
cualquier parte donde se tomara con interés este arte?
Hip. -Eso parece.
b
Sóc. -El que es capaz de proporcionar las más
valiosas enseñanzas para la virtud, ¿no alcanzará los mayores honores y ganará,
si quiere, la mayor cantidad de dinero en Lacedemonia y en cualquier ciudad griega
que tenga buenas leyes? ¿O tú crees, amigo, que más bien en Sicilia y en la
ciudad de Inico? ¿Debemos creer eso, Hipias? Pues, si tú lo aconsejas, debo
hacerte caso.
Hip. - No es tradición de los lacedemonios, Sócrates,
cambiar las leyes ni educar a sus hijos contra las costumbres.
c
Sóc. -¿Qué dices? ¿No es tradición para los
lacedemonios obrar rectamente, sino erróneamente?
Hip. - Yo no lo afirmaría, Sócrates.
Sóc. - ¿No es verdad que obrarían rectamente educando
a los jóvenes mejor, en vez de hacerlo peor?
d
Hip. - Sí, rectamente. Pero no es legal para ellos
dar una educación que venga del extranjero; puesto que, sábelo bien, si algún
otro, alguna vez, recibiera dinero allí por la educación, yo recibiría mucho
más. Por lo menos, les gusta oírme y me alaban; pero, como digo, no es esa la
ley.
Sóc. -¿Dices tú, Hipias, que la ley es un perjuicio,
o un beneficio para la ciudad?
Hip. - Se establece, creo yo, para beneficio, pero
alguna vez también perjudica, cuando la ley se hace mal.
Sóc. - ¿Qué podemos decir? ¿Los legisladores no
establecen la ley en la idea de que es el mayor bien para la ciudad y de que
sin ella es imposible gobernar en buen orden?
Hip. -Dices la verdad.
Sóc. -Luego, cuándo los que intentan establecer las
leyes no alcanzan el bien, tampoco alcanzan lo justo ni la ley. ¿Qué dices tú?
e
Hip. -Con un razonamiento exacto, Sócrates, así es; sin embargo, la gente
no suele expresarlo así.
Sóc. - ¿Quiénes, Hipias, los que saben, o los que no
saben?
Hip. - La mayoría de los hombres.
Sóc. - ¿Son éstos, la mayoría, los que conocen la
verdad?
Hip. -De ningún modo.
Sóc. - Pero, al menos, los que saben consideran que,
en verdad, es más propio de la ley para todos los hombres producir beneficio,
que perjuicio. ¿No estás de acuerdo?
Hip. -Sí, estoy de acuerdo en que en verdad eso es más propio de la ley.
Sóc. - ¿Luego esa es la verdad y es así como creen
los que saben?
Hip. -Sin duda.
285a
Sóc. - De todos modos, para los lacedemonios,
como tú dices, es más beneficioso recibir la educación dada por ti, aun siendo
ésta extranjera, que recibir la de su propio país.
Hip. - Y digo la verdad.
Sóc. -E, incluso, que lo más beneficioso es lo más
propio de la ley, ¿dices también eso, Hipias?
Hip. -Lo he dicho, en efecto.
Sóc. -Luego, según tu razonamiento, para los hijos
de los lacedemonios es más propio de la ley recibir la educación de Hipias y
es contra la ley recibirla de sus padres, puesto que, en realidad, van a
recibir más beneficio de ti.
b
Hip. -Ciertamente lo van a recibir, Sócrates.
Sóc. -Luego infringen la ley los lacedemonios no
dándote dinero ni confiándote a sus hijos.
Hip. -Estoy de acuerdo en esto; pues me parece que
hablas en mi favor y no debo oponerme.
Sóc. - Así pues, amigo, encontramos que los lacedemonios
infringen la ley y, aún más, lo hacen en asunto de máxima importancia; ellos,
que parecen ser los más respetuosos de la ley. Pero, por los dioses, Hipias, te
alaban y les gusta oír lo que tú expones. ¿Qué es ello? ¿Es, sin duda, lo que
tan bellamente sabes, lo referente a los astros y los fenómenos celestes?
c
Hip. - De ningún modo, eso no lo soportan.
Sóc. - ¿Les gusta oírte hablar de geometría?
Hip. - De ningún modo, puesto que, por así decirlo,
muchos de ellos ni siquiera conocen los números.
Sóc.-Luego están muy lejos de seguir una disertación
tuya sobre cálculo.
d
Hip. - Muy lejos, sin duda, por Zeus.
Sóc. - ¿Les hablas, por cierto, de lo que tú sabes
distinguir con mayor precisión que nadie, del valor de las letras, de las
sílabas, de los ritmos y las armonías?
Hip. - ¿De qué armonías y letras, amigo?
Sóc. - ¿Qué es, ciertamente, lo que ellos te escuchan
con satisfacción y por lo que te alaban? Dímelo tú mismo, ya que yo no consigo
dar con ello.
e
Hip. - Escuchan con gusto lo referente a los
linajes, los de los héroes y los de los hombres, Sócrates, y lo referente a
las fundaciones de ciudades, cómo se construyeron antiguamente y, en suma,
todos los relatos de cosas antiguas, hasta el punto de que yo mismo he tenido
que estudiar y practicar a fondo todos estos temas.
Sóc. -Por Zeus, suerte tienes,
Hipias, de que los lacedemonios no sientan gusto en que se les recite la nómina
de nuestros arcontes desde Solón; de ser así, tendrías buen trabajo para
aprendértela.
Hip. - ¿De qué, Sócrates? Si oigo una sola vez cincuenta
nombres, los recuerdo.
286a
Sóc. - Es verdad; no tenía en cuenta que tú dominas
la mnemotecnia. Así que supongo que, con razón, los lacedemonios lo pasan bien
contigo, que sa bes muchas cosas, y te tienen, como los niños a las viejas,
para contarles historias agradables.
c b
Hip. - Sí, por Zeus, Sócrates; al tratar
de las bellas actividades que debe un joven ejercitar, hace poco fui muy
alabado allí. Acerca de ello tengo un discurso muy bellamente compuesto, bien
elaborado sobre todo en la elección de las palabras. Éste es, poco más o menos,
el argumento y el comienzo. Después de que fue tomada Troya, dice el discurso
que Neoptólemo preguntó a Néstor cuáles eran las actividades buenas que, al
ejercitarlas en la juventud, harían que un hombre alcanzara la mayor
estimación. A continuación, habla Néstor y le propone numerosas actividades
bellas y de acuerdo con las costumbres. He expuesto este discurso en
Lacedemonia y tengo la intención de exponerlo aquí, pasado mañana, en la
escuela de Fidóstrato, así como otros temas que merecen oírse. Me lo ha pedido
Éudico[L8], el hijo de Apemanto.
Procura estar allí tú y llevar a otros que sean capaces de escuchar y juzgar
lo que yo diga.
d
Sóc. -Así será, Hipias, si lo quiere la
divinidad. Sin embargo, respóndeme ahora brevemente sobre esta cuestión, pues
me lo has recordado con oportunidad. Recientemente, Hipias, alguien me llevó a
una situación apurada en una conversación, al censurar yo unas cosas por feas y
alabar otras por bellas, haciéndome esta pregunta de un modo insolente: «¿De dónde sabes tú, Sócrates, qué cosas son bellas y qué otras son feas?
Vamos, ¿podrías tú decir qué es lo bello?» Yo, por mi ignorancia, quedé
perplejo y no supe responderle convenientemente. Al retirarme de la conversación
estaba irritado conmigo mismo y me hacía reproches, y me prometí que, tan
pronto como encontrara a alguno de vosotros, los que sois sabios, le escucharía,
aprendería y me ejercitaría, e iría de nuevo al que me había hecho la pregunta
para volver a empezar la discusión. En efecto, ahora, como dije, llegas con
oportunidad. Explícame adecuadamente qué es lo bello en sí mismo y, al
responderme, procura hablar con la máxima exactitud, no sea que, refutado por
segunda vez, me exponga de nuevo a la risa. Sin duda, tú lo conoces claramente
y éste es un conocimiento insignificante entre los muchos que tú tienes.
e
Hip. -Sin duda insignificante, por Zeus, Sócrates, y sin importancia alguna, por así decirlo.
287a
Sóc. -Luego lo aprenderé fácilmente y ya nadie
me refutará.
Hip. - Ciertamente, nadie; de lo contrario, sería mi
saber desdeñable y al alcance de cualquiera.
b
Sóc. - Buenas son tus palabras, por Hera,
Hipias, si vamos a dominar a ese individuo. Pero, ¿no hay inconveniente en que
yo lo imite y que, cuando tú respondas, objete los razonamientos? En efecto, tengo
alguna práctica de esto. Si no te importa, quiero hacerte objeciones para aprender
con más seguridad.
Hip. -Pues bien, hazlo. En efecto, como decía ahora,
la cuestión no es importante y yo podría enseñarte a responder a preguntas
incluso mucho más difíciles que ésta, de modo que ningún hombre sea capaz de
refutarte.
c
Sóc. - ¡Ay, qué bien hablas! Pero, puesto que
tú me animas, me voy a convertir lo más posible en ese hombre y voy a intentar
preguntarte. Porque, si tú le expusieras a él este discurso que dices sobre las
ocupaciones bellas, te escucharía y, en cuanto terminaras de hablar, no te
preguntaría más que sobre lo bello, pues tiene esa costumbre, y te diría: «Forastero de Élide,
¿acaso no son justos los justos por la justicia?» Responde, Hipias, como si
fuera él el que te interroga.
Hip. -Responderé que por la justicia.
Sóc.-Luego ¿existe esto, la justicia?
Hip. -Sin duda.
Sóc. -Luego también los sabios son sabios por la
sabiduría y todas las cosas buenas lo son por el bien.
Hip. - ¿Cómo no?
Sóc. - Por cierto, estas cosas existen, pues no
sería así, si no existieran.
Hip. -Ciertamente, existen.
d
Sóc. - ¿Acaso las cosas bellas no son bellas
por lo bello?
Hip. -Sí, por lo bello.
Sóc. - ¿Existe lo bello?
Hip. -Existe. ¿Cómo no va a ser así?
Sóc. - Dirá él: «Dime, forastero, ¿qué es lo bello?»
Hip. - ¿Acaso el que hace esta pregunta, Sócrates,
quiere saber qué es bello?
Sóc. - No lo creo, sino qué es lo bello, Hipias.
Hip. - ¿Y en qué difiere una cosa de otra?
Sóc. - ¿Te parece que no hay ninguna diferencia?
Hip. - Ciertamente, no hay ninguna[L9].
e
Sóc. -Sin embargo, es evidente que tú lo sabes
mejor. A pesar de eso, amigo, reflexiona. No te pregunta qué es bello, sino
qué es lo bello.
Hip. -Ya entiendo, amigo; voy a contestarte qué es lo bello y es seguro que
no me refutará. Ciertamente, es algo bello, Sócrates, sábelo bien, si hay que
decir la verdad, una doncella [L10]bella.
288a
Sóc. - ¡Por el perro, Hipias, que has
contestado bella y brillantemente! ¿Es cierto que, si respondo eso, habré contestado
a la pregunta correctamente y que no hay riesgo de que se me refute?
Hip. - ¿Cómo podrías ser refutado, Sócrates, en una
cosa en la que todos los hombres piensan lo mismo y todos los oyentes
confirmarían que tienes razón?
Sóc. - Bien, ciertamente lo harán. Deja, Hipias, que
yo examine para mis adentros lo que dices. Nuestro hombre me hará, poco más o
menos, esta pregunta: « ¡Ea!, Sócrates, contesta. ¿Todas las cosas que tu afirmas
que son bellas, sólo son bellas si existe lo bello en sí mismo?» Yo diré que si
una doncella hermosa es una cosa bella, hay algo por lo que estas cosas son
bellas.
b
Hip. - ¿Crees, en efecto, que él intentará
aún argumentar que no es bello lo que tú dices y que, si lo intenta, no
quedará en ridículo?
Sóc. - Sé bien que lo intentará, admirable amigo. El
resultado nos mostrará si va a quedar en ridículo al intentarlo. Quiero
manifestarte lo que él nos va a decir.
Hip. -Dilo ya.
c
Sóc. - «¡Qué agradable eres, Sócrates!, dirá
él. ¿No es algo bello una yegua bella a la que, incluso, el dios ha alabado en
el oráculo?» ¿Qué le contestaremos, Hipias? ¿No es cierto que debemos decir que
también le yegua, la que es bella, es algo bello? ¿Cómo nos atreveríamos a negar
que lo bello no es bello?
Hip. - Tienes razón, Sócrates, puesto que también el dios dice esto con
verdad. En efecto, en mi tierra hay yeguas muy bellas.
Sóc. - «Sea, dirá él. ¿Y una lira bella no es algo bello?» ¿Decimos que sí, Hipias?
Hip. - Sí.
d
Sóc. -Él dirá a continuación, y lo sé casi
seguro fundándome en su modo de ser: « ¿Y una olla bella, no es acaso algo
bello?
Hip. -Pero, ¿quién es ese hombre, Sócrates? Un mal
educado para atreverse a decir palabras vulgares en un tema serio.
e
Sóc. - Así es él, Hipias, desatildado,
grosero, sin otra preocupación que la verdad. Pero, sin embargo, hay que
responderle, y yo me adelanto a hacerlo. Si un buen alfarero hubiera dado forma
a la olla, alisada, redonda y bien cocida, como algunas bellas ollas de dos
asas, de las que caben seis coes[L11], tan bellas,
si preguntara por una olla así, habría que admitir que es bella. ¿Cómo diríamos
que no es bello lo que es bello?
Hip. -De ningún modo, Sócrates.
Sóc. - « ¿También, dirá él, una olla bella es algo
bello?» Contesta.
289a
Hip. - Así es, Sócrates, creo yo. También es
bella esta vasija si está bien hecha, pero, en suma, esto no merece ser juzgado
como algo bello en comparación a una yegua, a una doncella y a todas las demás
cosas bellas.
Sóc. - Está bien. Ya comprendo, Hipias, que entonnosotros
debemos responder lo siguiente al que nos hace tal pregunta. «Amigo, tú ignoras
que es verdad lo que dice Heraclito[L12], que, sin duda, el más
bello de los monos es feo en comparación con la especie
humana y que la olla más bella es fea en comparación con las doncellas, según
dice Hipias, el sabio». ¿No es así, Hipias?
Hip. - Exactamente, Sócrates; has respondido correctamente.
b
Sóc. -Escucha. Yo sé que tras esto él dirá:
«Pero ¿qué dices, Sócrates? Si alguien compara a las doncellas con las diosas,
¿no experimentará lo mismo que al comparar las ollas con las doncellas? ¿No es
cierto que la doncella más bella parecerá fea? ¿Acaso no dice también Heraclito,
a quien tú citas, que el hombre más sabio comparado con los dioses parece un
mono en sabiduría, en belleza y en todas las demás cosas?» ¿Debemos admitir,
Hipias, que la doncella más bella es fea en comparación con las diosas?
Hip. - ¿Quién podría oponerse a eso, Sócrates?
c
Sóc. - Pues bien, si admitimos esto, se reirá
y dirá: «¿Tienes presente, Sócrates, lo que se te preguntó?» Yo le diré que se
me preguntaba qué era realmente lo bello en sí mismo. A continuación él dirá:
«¿Se te pregunta por lo bello y tú respondes con lo que precisamente no es más
bello que feo, según tú mismo dices?». «Así parece», diré yo. ¿Es que tú me
aconsejas decir algo, amigo?
Hip. -Digo eso mismo; y, ciertamente, él dirá verdad
al decir que con relación a los dioses la raza humana no es bella.
d
Sóc. - « Si te hubiera preguntado desde el
principio, dirá él, qué cosa es bella y a la vez fea y tú me hubieras
respondido lo que ahora, habrías contestado correctamente. ¿Crees tú aún que
lo bello en sí, eso con lo que todas las demás cosas se adornan y aparecen
bellas cuando se les une esta especie, es una doncella, una yegua o una lira?»
e
Hip. - Ciertamente; Sócrates, no hay cosa más sen
cilla que darle una respuesta, si él busca qué cosa es lo bello con lo que se
adornan todas las demás cosas y aparecen bellas al añadírselas esto. En efecto,
este hombre es muy simple y no entiende nada de objetos bellos. Si le respondes
que lo bello por lo que él pregunta no es otra cosa que el oro, se quedará
confuso y no intentará refutarte. Pues todos sabemos que a lo que esto se
añade, aunque antes pareciera feo, al adornarse con oro, aparece bello.
Sóc. - No conoces al hombre, Hipias, no sabes cuán
sorprendente es y cómo no acepta fácilmente nada.
290a
Hip. - ¿Qué tiene que ver eso, Sócrates? Lo
que está perfectamente dicho tiene que aceptarlo, y si no lo acepta, quedará en
ridículo.
Sóc. - Excelente Hipias, ciertamente no sólo no
aceptará esta respuesta, sino que se burlará mucho de mí y me dirá: «Tú, gran
ciego, ¿crees que Fidias es un mal artista?». Yo le diré que de ningún modo lo
creo.
Hip. - Y dirás bien, Sócrates.
b
Sóc. - Sin duda. Pero, cuando yo reconozca que
Fidias es buen artista, a continuación él me dirá: «¿Desconocía Fidias esta
especie de lo bello de que tú hablas?» «¿En qué te fundas?», le diré yo. Me
contestará: «En que no hizo de oro los ojos de Atenea [L13]ni el resto del rostro, ni
tampoco los pies ni las manos, si realmente tenían que parecer muy bellos al
ser de oro, sino que los hizo de marfil; es evidente que cometió este error por
ignorancia, al desconocer, en efecto, que es el oro lo que hace bellas todas
las cosas a las que se añade». Si me contesta esto, ¿qué le debemos responder,
Hipias?
c
Hip. - No es difícil: le diremos que obro rectamente. En efecto, también el marfil es
bello, creo yo.
Sóc. - Él va a decir. « ¿Por qué no hizo de marfil
el espacio entre los dos ojos sino de mármol, tras haber buscado una clase de mármol
lo más parecida al marfil? ¿Acaso también el mármol bello es también una cosa
bella?» ¿Diremos que sí, Hipias?
Hip. - Lo diremos, al menos cuando su uso es adecuado.
Sóc. -¿Cuando no es adecuado es feo? ¿Debo admitirlo,
o no?
d
Hip. - Acepta que es feo cuando no es adecuado.
Sóc. - « ¿No es cierto, dirá él, que el marfil y el
oro, sabio Sócrates, cuando son adecuados hacen que las cosas aparezcan bellas
y cuando no son adecuados, feas?» ¿Negamos, o admitimos que él dice la verdad?
Hip. - Vamos a admitir que lo que es adecuado a cada cosa, eso la hace
bella.
Sóc. - « ¿Qué es lo adecuado, dirá él, cuando se hace
hervir, llena de hermosas legumbres, la bella olla de la que acabamos de
hablar: una cuchara de oro o de madera de higuera?»
e
Hip. - ¡Por Heracles!, ¿qué hombre es ese, Sócrates?
¿No quieres decirme quién es?
Sóc. - No lo conocerías si te dijera el nombre.
Hip. - Pues, incluso ahora, ya sé que es un hombre falto de instrucción.
291a
Sóc. - Es muy molesto, Hipias. Sin embargo,
¿qué le vamos a decir? ¿Cuál de las dos cucharas es adecuada a la legumbre y a
la olla? ¿No es evidente que la de madera de higuera? Da más aroma a la legumbre
y, además, amigo, no nos podría romper la olla ni derramaría la verdura ni
apagaría el fuego dejando sin un plato muy agradable a los que iban a comer. En
cambio, la de oro podría hacer todas estas cosas, de manera que, según parece,
podemos decir que la de madera de higuera es más adecuada que la de oro, a no
ser que tú digas otra cosa.
Hip. - En efecto, es más adecuada, Sócrates; no
obstante, yo no dialogaría con un hombre que hace ese tipo de preguntas.
b
Sóc. - Haces bien, amigo. No sería adecuado
para ti contaminarte con tales palabras, un hombre como tú tan bien vestido,
que usa un calzado tan bello y que tiene buena reputación entre los griegos por
su sabiduría. En cambio, para mí no existe dificultad en mezclarme con este
hombre. Así pues, instrúyeme previamente y responde en favor mío: «Si la
cuchara de madera de higuera es más adecuada que la de oro -dirá nuestro
hombre-, ¿no es cierto que será también más bella, puesto que has admitido,
Sócrates, que lo adecuado es más bello que lo no adecuado?» ¿Debemos admitir,
Hipias, que la cuchara de madera de higuera es más bella que la de oro?
Hip. - ¿Quieres que te diga lo que puedes decir que
es lo bello y librarte de tantas palabras?
c
Sóc. - Sí que quiero. Pero no antes de que me
digas, cuál de las dos cucharas de que acabamos de hablar debo decirle a él
que es adecuada y más bella.
Hip. -Si quieres, respóndele que la hecha de higuera.
d
Sóc. - Di, pues, ahora lo que ibas a decir
antes. Pues con esta respuesta, si digo que lo bello es el oro, no va a
resultar, según me parece, más bello el oro que la madera de higuera. Vamos a
lo de ahora. ¿Qué dices, de nuevo, que es lo
bello?
Hip. -Voy a decírtelo. Me parece que tú tratas de definir lo bello como
algo tal que nunca parezca feo a nadie en ninguna parte.
Sóc. - Exactamente, Hipias. Ahora lo comprendes muy
bien.
Hip. -Escucha. Con respecto a lo que voy a decir, sábelo bien, si alguien
tiene algo que objetar, di que yo no entiendo nada.
Sóc. - Habla en seguida, por los dioses.
e
Hip. - Digo, en efecto, que, para todo hombre y en
todas partes, lo más bello es ser rico, tener buena salud, ser honrado por
todos los griegos, llegar a la vejez, dar buena sepultura a sus padres
fallecidos y ser enterrado bella y magníficamente por los propios hijos.
Sóc. - ¡Ay! ¡Ay, Hípias! Ciertamente, has hablado de
un modo maravilloso, grandioso y digno de ti. Por Hera, yo te admiro y creo
que, en la medida en que te es posible, me ayudas amistosamente; pero no damos
en el blanco con nuestro hombre, sino que ahora se reirá más de nosotros;
sábelo bien.
292a
Hip. - Peligrosa risa, Sócrates, pues, si no tiene
nada que decir a esto y se ríe, se ridiculizará a sí mismo y será objeto de
risa por parte de los presentes.
Séc. -Tal vez sea así, pero quizá, según yo presumo,
por esta respuesta es. probable que no solamente se ría de mí.
Hip. - ¿Qué entonces?
Sóc. -Que si casualmente tiene un bastón y no me
aparto, huyendo de él, intentará seguramente alcanzarme.
b
Hip. - ¿Qué dices? ¿Es de algún modo ese hombre tu
dueño y, al hacerlo, no será detenido y condenado? ¿Vuestra ciudad no está
sujeta a leyes y permite que los ciudadanos puedan golpearse unos a otros injustamente?
Sóc. - En modo alguno lo permite nuestra ciudad.
Hip. -Luego será condenado, si te golpea injustamente.
Sóc. -No me parece que injustamente, Hipias. No lo
pienso así, sino justamente, si le doy esa contestación.
Hip. - Pues bien, también me lo parece a mí, puesto
que tú mismo lo crees[L14].
c
Sóc. - ¿Puedo decirte por qué creo que me golpearla
con justicia, si le contestara eso? ¿Acaso también tú me vas a golpear sin
juzgarme? ¿O vas a escuchar mis palabras?
Hip. -Sería indigno, Sócrates, que no te escuchara. ¿Qué vas a decir?
e d
Sóc. -Voy a hablar del mismo modo que antes,
intentando imitarle, para no dirigirte palabras duras e insólitas como las que
él me dirigirá a mí. Ten por seguro que me dirá: «Dime, Sócrates, ¿crees que recibirás
golpes injustamente, tú que has cantado tal ditirambo de modo tan desafinado y
te has apartado tanto de la pregunta?» «¿Cómo es eso?», le diré yo. «¿Qué
cómo?, me dirá. ¿Es que no eres capaz de acordarte de que yo te preguntaba qué
es lo bello en sí mismo, aquello que añadido a cualquier cosa hace que ésta sea
bella: piedra, madera, hombre, dios, una acción o un conocimiento cualquiera?
Yo, amigo, pregunto qué es la belleza en sí, y no puedo con mis gritos llegar
a ti más que si tuviera a mi lado una piedra, una rueda de molino sin oídos ni
cerebro. ¿Acaso no te enfadarías, Hipias, si, llevado por el temor, respondiera
yo a estas palabras: «Es Hipias el que dice que esto es lo bello, aunque yo le
había preguntado, como tú a mí, qué es bello para todos y siempre.» ¿Qué dices?
¿No te vas a enfadar, si digo esto?
Hip. - Yo sé con certeza, Sócrates, que lo que yo he
dicho es bello y se presentará como bello para todos.
Sóc. - « ¿Lo será en lo futuro?, dirá él. Pues lo
bello es bello siempre.»
Hip. -Sin duda.
Sóc. - « ¿Luego lo era también en el pasado?», dirá
el hombre.
Hip. - También lo era.
293a
Sóc. - « ¿No es verdad que el forastero de
Élide decía, dirá él, que era bello para Aquiles ser enterrado después de sus
padres y también, para Éaco, su abuelo, y para los otros nacidos de dioses y
para los mismos dioses?»
Hip. - ¿Qué dices? Vete al diablo. Estas preguntas
del hombre ni siquiera son reverentes.
Sóc. - ¿Qué podemos hacer? Afirmar que esto es así,
cuando otro lo pregunta, ¿no es muy irreverente?
Hip. - Quizá.
Sóc. - Quizá también tú eres el que dice que, siempre
y para todos, es bello ser enterrado por sus hijos y enterrar a los padres.
¿Acaso no era también uno de ellos Heracles
[L15]y todos lo que ahora hemos
nombrado? Hip. - Pero yo no hablaba de los dioses.
b
Sóc. -Ni de los héroes, según parece.
Hip. - Ni de cuantos eran hijos de dioses.
Sóc. -Pero, ¿de los que no lo eran?
Hip. - Sin duda.
Sóc. - Y bien, con arreglo a tus palabras era indigno, impío y vergonzoso, según parece, para Tántalo[L16], Dárdano y Zeto; en
cambio, era bello para Pélope y los otros así nacidos.
Hip. - Eso pienso.
d c
Sóc. - «Así pues, piensas ahora, me dirá él,
lo que antes negabas, es decir, que ser enterrado por los hijos tras haber
enterrado a los padres es, para algunos y en algunas ocasiones, feo. Más aún,
que, según parece, no es posible que eso llegue a ser y realmente sea algo
bello para todos. De manera que este argumento ha sufrido el mismo inconveniente
que los tratados antes, los de la doncella y la olla, y, de manera aún más
ridícula que aquéllos, es bello para unos y no lo es para otros. Por ahora, me
dirá él, aún no eres capaz, Sócrates, de dar una respuesta a la pregunta de qué
es lo bello». Estos reproches y otros por el estilo me hará con justicia, si le
contesto como tú dices. En efecto, Hipias, casi siempre dialoga conmigo así
poro más o menos; otras veces se compadece de mi inexperiencia e ignorancia y
él mismo adelanta algo determinado y me pregunta si me parece que eso es lo
bello, y lo mismo acerca de cualquier cosa que eventualmente pregunte y se
refiera al objeto de nuestra conversación.
Hip. - ¿En qué sentido dices eso, Sócrates?
e
Sóc.
-Voy a explicártelo. «¡Oh incomprensible SSócrates!, me dice él, deja de darme
tales contestaciones; son, en efecto, demasiado simples y refuta bles. En
cambio, examina si te parece que es bello lo que ahora objetábamos en la respuesta,
cuando decíamos que el oro es bello para las cosas que es adecuado y no lo es
para las que no es adecuado, y así todas las otras cosas a las que esto se
añade. Examina lo adecuado en sí y la naturaleza de lo adecuado en sí, por si lo bello
es precisamente esto». Yo. tengo la costumbre de aceptarle en cada ocasión
estas propuestas. No sé qué decirle. Así pues, ¿te parece que lo adecuado es
bello?
Hip. -Totalmente, Sócrates.
Sóc. - Examinémoslo, no sea que nos equivoquemos.
Hip. -Debemos examinarlo.
294a
Sóc. -Velo, pues. ¿Decimos que lo adecuado es
lo que, al ser añadido, hace que cada una de las cosas en las que está presente
parezca bella, o hace que sea bella, o ninguna de estas dos cosas?
Hip. - A mí me parece que lo que hace, que parezcan
bellas. Por ejemplo, si un hombre se pone el manto o el calzado que le convienen,
aunque él sea ridículo, da mejor apariencia.
c b
Sóc. - Por tanto, si lo adecuado hace que se
parezca más bello que lo que se es, sería un engaño en relación con lo bello y
no sería esto lo que nosotros buscamos, Hipias. Pues nosotros buscamos aquello
con lo que todas las cosas bellas son bellas, de la misma manera que todas las
cosas grandes son grandes por el hecho de sobrepasar; pues, todas las cosas son
grandes por esto, y aunque no lo parezcan, si exceden de la medida, son
necesariamente grandes. Siguiendo este razonamiento, ¿qué sería lo bello, con
lo que todas las cosas son bellas, lo parezcan o no? No podría ser lo adecuado,
pues las hace parecer más bellas de lo que son, según tus palabras, y no
permite que aparezcan según son. Hay que intentar decir qué es lo que hace que
sean bellas, como acabo de decir, lo parezcan o no. En efecto, es esto lo que
buscamos, si buscamos lo bello.
Hip. -Pero lo adecuado, Sócrates, si está presente,
hace que las cosas parezcan y sean bellas.
Sóc. - ¿No es imposible que lo que en realidad es
bello parezca no serlo, si está presente lo que le hace parecerlo?
Hip. -Sí, es imposible.
d
Sóc. - ¿Debemos convenir, Hipias, que a todas
las cosas realmente bellas, incluso instituciones y costumbres, todos los
hombres las tienen siempre como bellas y les parecen bellas, o bien, todo lo contrario,
que no hay conocimiento sobre ello y que, privadamente, entre las personas y,
públicamente, entre las ciudades hay más porfía y lucha sobre esto que sobre
otra cosa?
Hip. -Más bien así, Sócrates, que no hay conocimiento.
e
Sóc. - No sería así, si es que de algún modo
se les añadiera la apariencia. Se les añadiría, si lo adecuado fuera bello y no
sólo hiciera que las cosas sean bellas, sino también que lo parezcan. De manera
que si es lo adecuado lo que hace que las cosas sean bellas, eso sería lo bello
que nosotros buscamos, no ciertamente lo que las hace parecer bellas. Si, por
otra parte, lo adecuado es lo que las hace parecer bellas, no seria eso lo
bello que nosotros buscamos. En efecto, lo que buscamos hace que las cosas sean
bellas, pero una misma causa no podría hacer que las cosas parezcan y sean
bellas o de otra cualidad. Decidamos ya si nos parece que lo adecuado es lo que
hace que las cosas parezcan bellas o lo que hace que lo sean.
Hip. - Que lo parezcan, pienso yo, Sócrates.
Sóc. - ¡Ay! Se aleja de nosotros y nos huye, Hi pias,
el conocimiento de qué es lo bello, puesto que lo adecuado se ha mostrado como
algo diferente de lo bello.
295a
Hip. - Sí, por Zeus, Sócrates,
y me causa extrañeza.
Sóc. - Sin embargo, amigo, no abandonemos todavía
esto, pues aún tengo cierta esperanza de que se aclare qué es lo bello.
Hip. - Estoy seguro, Sócrates; ni siquiera es difícil
conseguirlo. En efecto, estoy convencido de que, si me quedara a solas un poco
de tiempo y lo reflexionara, te lo diría con la máxima exactitud.
c b
Sóc. - ¡Ay, no seas presuntoso, Hipias! Ves
cuántas dificultades nos ha causado ya esta búsqueda; es de temer que se nos
crispe la cuestión y se nos escape aún más. Pero no he dicho nada; pues tú,
creo yo, lo conseguirás fácilmente cuando estés solo. Pero, por los dioses,
descúbrelo junto a mí y, si quieres, haz la investigación conmigo como ahora. Si lo descubrimos,
será excelente; si no, yo me consolaré con mi suerte y tú, en cuanto me hayas
dejado, lo hallarás con facilidad. Si lo descubrimos ahora, sin duda que no te
voy a ser molesto preguntándote qué era lo que tú hallaste a solas. Mira ahora
de nuevo si te parece a ti que lo que voy a decir es lo bello -pero examínalo
prestándome mucha atención, no sea que yo diga tonterías: tomemos como bello
lo que es útil. He hablado haciendo la reflexión de este modo: son bellos los
ojos, no los de condición tal que no pueden ver, sino los que sí pueden y son
útiles para ver. ¿Es así?
Hip. - Sí.
d
Sóc. - Luego también, siguiendo de este modo,
decimos que todo el cuerpo es bello bien para la carrera, bien para la lucha,
y lo mismo, todos los animales, un caballo, un gallo, una codorniz; los enseres
y todos los vehículos, de tierra; en el mar, los barcos y las trirremes, y
todos los instrumentos, los de música. y los de las otras artes, y, si quieres,
las costumbres y las leyes; en suma, llamamos bellas a todas estas cosas por la
misma razón, porque consideramos en cada una de ellas para qué han nacido, para
qué han sido hechas, para qué están determinadas, y afirmamos que lo útil es
bello teniendo en cuenta en qué es útil, con respecto a qué es útil y cuándo
es útil; lo inútil para todo esto lo llamamos feo ¿Acaso no piensas tú también
así, Hipias?
e
Hip.
- Sí lo pienso.
Sóc. -¿Luego afirmamos rectamente ahora que lo útil
es precisamente bello, más que cualquier otra cosa?
Hip. - Lo afirmamos rectamente, Sócrates.
Sóc. - ¿Lo que es capaz de realizar una cosa es útil
para lo que es capaz, y lo que no es capaz es inútil?
Hip. -Sin duda.
Sóc. - ¿Luego el poder es algo bello y la falta de
poder, algo feo?
296a
Hip. - Totalmente, Sócrates. Otras cosas te darán
testimonio de que esto es así, sobre todo la política; entre los políticos y en
sus propias ciudades ejercer el poder es lo más bello; no tener ningún poder es
lo más feo.
Sóc. -Muy bien. Por los dioses, Hipias, ¿acaso por
esto la sabiduría es lo más bello y la ignorancia lo más feo?
Hip. - ¿Qué estás pensando, Sócrates?
b
Sóc. - Conserva la calma, amigo. Me da miedo
pensar qué es lo que realmente estamos diciendo.
Hip. - ¿Qué temes de nuevo, Sócrates? Ahora tu
razonamiento se ha producido perfectamente.
Sóc. -Así quisiera yo, pero examina esto conmigo.
¿Acaso haría alguien algo que no conoce ni puede hacer en absoluto?
Hip. -De ningún modo. ¿Cómo va alguien a hacer lo que no puede hacer?
Sóc. -Los que cometen errores y hacen mal y lo hacen
contra su voluntad, ¿no es cierto que no harían nunca esto si no pudieran hacerlo?
c
Hip. -Es evidente.
Sóc. -Luego los que pueden son potentes por el
poder, no por la falta de poder.
Hip. -No lo son, ciertamente, por la falta de poder.
Sóc. - ¿Todos los que son potentes pueden hacer lo
que hacen?
Hip. -- Sí.
Sóc. -Todos los hombres hacen más males que bienes,
empezando desde niños y cometen errores involuntariamente.
Hip. - Así es.
d
Sóc. - ¿Qué podemos decir? Este poder y estas
cosas útiles para hacer el mal, ¿acaso vamos a decir que son cosas bellas o
bien estamos lejos de ello?
Hip. -Lejos, Sócrates, pienso yo.
Sóc. -Luego, según parece, Hipias, lo potente y lo
útil no es, para nosotros, lo bello.
Hip. - Lo es al menos, Sócrates, cuando puede hacer
bien y es útil para esto.
Sóc. - Se nos va, por tanto, la idea de que lo potente
y lo útil sean simplemente lo bello. Pero, ¿es acaso esto lo que nuestra mente
quería decir, a saber, que lo útil y lo potente para hacer el bien es lo bello?
e
Hip. - Así me lo parece.
Sóc. - Pero esto es lo provechoso. ¿No es verdad? Hip. -Sin duda.
Sóc. - Así, también, los cuerpos bellos y la sabiduría
bella y todas las cosas que ahora decíamos son bellas porque son provechosas.
Hip. - Es evidente.
Sóc. - Luego nosotros pensamos, Hipias, que lo provechoso
es lo bello.
Hip. - Completamente, Sócrates.
Sóc. -Y, ciertamente, lo provechoso es lo que hace
el bien.
Hip. -Lo es.
Sóc. -Lo que hace algo no es otra cosa que la causa
de lo que hace. ¿Es así?
297a
Hir. - Así es.
Sóc. - Luego lo bello es causa del bien.
Hip. -Lo es.
Sóc. - Pero la causa,
Hipias, y aquello de lo que la causa pueda ser causa son dos cosas distintas. En efecto, la causa no podría ser causa de la
causa. Examínalo así. ¿No nos ha resultado que la causa es agente?
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - ¿Luego el agente no produce otra cosa que el
resultado, pero no produce el agente?
Hip. -Así es.
Sóc. - ¿Luego una cosa es el resultado y otra, el agente?
b
Hip. - Sí.
Sóc. - Por tanto, la causa no es causa de la causa,
sino de lo producido por ella.
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - Por consiguiente,
si lo bello es causa del bien, el bien sería producido por lo bello. Por esto,
según parece, deseamos la inteligencia y todas las otras cosas bellas, porque
la obra de ellas y lo que de ellas nace, el bien, es deseable; es probable que, de lo que deducimos, lo bello sea
en cierto modo padre del bien.
Hip. -Perfectamente, dices la verdad, Sócrates.
c
Sóc. - ¿Y
también es verdad que el padre no es hijo ni el
hijo, padre?
Hip. - Verdad, sin duda.
Sóc. -Tampoco la causa es el efecto, ni el efecto es
la causa.
Hip. - Dices la verdad.
Sóc. - Por Zeus, amigo, tampoco
entonces lo bello es bueno ni lo bueno es bello. ¿O crees tú que esto es
posible partiendo de lo que hemos dicho?
Hip. - No, por Zeus, no me lo parece.
Sóc. - ¿Nos parece bien y
estaríamos dispuestos a decir que lo bello no es bueno ni lo bueno, bello?
Hip. - No, por Zeus, no me parece bien de
ningún modo.
d
Sóc. - Por Zeus, Hipias, a mí es lo
que peor me ' parece de todo lo que hemos dicho.
Hip. - Así pienso yo.
Sóc. -Así pues, es probable que, contra lo que hace
un momento nos parecía ser el mejor de los razonamientos, a saber, que lo
útil, lo provechoso y lo capaz de hacer algún bien es lo bello, no sea así, sino
que, si ello es posible, sea aún más ridícula esta proposición que las de antes
en las que creíamos que la doncella era lo bello y, así, cada una de las cosas
entonces dichas.
Hip. - Puede ser.
Sóc. -Yo, Hipias, no sé adónde dirigir mi mente,
estoy confuso. ¿Puedes tú decir algo?
Hip. - No por el momento, pero, como decía. antes, si
lo reflexiono, estoy seguro de que lo hallaré.
Sóc. -Me parece que yo, por el deseo de conocerlo,
no soy capaz de esperar a que reflexiones. Incluso creo que acabo de encontrar
una salida. Mira a ver. Si decimos que es bello lo que nos produce satisfacción,
no todos los placeres, sino los producidos por el oído y la vista, ¿cómo
saldríamos adelante? Los seres humanos bellos, Hipias, los colores bellos y
las pinturas y las esculturas que son bellas nos deleitan al verlos. Los
sonidos bellos y toda la música y los discursos y las leyendas nos hacen el
mismo efecto, de modo que si respondemos a nuestro atrevido hombre: «Lo bello,
amigo, es lo que produce placer por medio del oído o de la vista», ¿no le contendríamos
en su atrevimiento?
b 298a
Hip.- Me parece, Sócrates, que ahora has dicho
bien qué es lo bello.
Sóc. -Pero, ¿qué decir? ¿Acaso las costumbres bellas
y las leyes, Hipias, diremos que son bellas porque producen placer por medio
del oído o de la vista, o bien son de otra índole?
Hip. - Quizá, Sócrates, esto le pase inadvertido a
nuestro hombre.
Sóc. - Por el perro, Hipias, no le pasará a aquel
ante el que yo sentiría la mayor vergüenza, si digo necedades y simulo decir
algo sin decir nada.
Hip. - ¿Quién es éste?
c
Sóc. - Sócrates, hijo de Sofronisco, el cual
no me permitiría decir esto a la ligera sin haberlo investigado, así como
tampoco dar por sabido lo que no sé.
Hip. - Puesto que tú lo dices, a mí también me parece
que es algo distinto lo de las leyes.
Sóc. - Ten tranquilidad, Hipias; es probable que
hayamos caído en la misma dificultad acerca de lo bello en la que caímos hace
un momento, la de creer de nuevo que estábamos en el buen camino.
Hip. - ¿Qué quieres decir, Sócrates?
e d
Sóc. - Voy a decirte lo que me parece, por si
tiene algún valor. Lo que hemos dicho respecto de las leyes y de las costumbres
quizá parezca no estar fuera de la sensación que nosotros percibimos por el oído
o por la vista. Pero sostengamos este criterio, el de que es bello lo que
produce placer por medio de estos sentidos y dejemos aparte lo referente a las
leyes. Entonces si este hombre que yo digo u otro cualquiera nos preguntara:
«¿Por qué, Hipias y Sócrates, separáis del placer ese placer que vosotros decís
que es bello y negáis que sea bello el placer producido por otras sensaciones,
las de la comida y la bebida, las del amor y todas las demás? ¿Es que afirmáis
que no son agradables y que no hay placer, en modo alguno, en este tipo de
sensaciones ni en otra cosa que en ver y oír?» ¿Qué diremos, Hipias?
Hip. - Afirmaremos sin ninguna duda, Sócrates, que
también en las otras sensaciones hay muy grandes placeres.
b 299a
Sóc. - « ¿Por qué, entonces, dirá él, las
priváis de este nombre y las despojáis de la condición de bellas a siendo
placeres lo mismo que aquéllas?» «Porque, diremos nosotros, nadie dejaría de
reírse de nosotros si afirmáramos que comer no es agradable, pero sí bello, y
que oler placenteramente no es placentero sino bello. En lo referente al amor,
todos nos objetarían que es muy placentero, pero que es preciso que, cuando se
hace, sea de manera que nadie lo vea porque es muy feo para ser visto». Ante
estas palabras nuestras, Hipias, quizá nos dijera él: «Me doy cuenta de que
desde hace tiempo os resistís por vergüenza a afirmar que estos placeres son
bellos, porque no lo piensan así los hombres. Pero yo no preguntaba qué le
parece bello a la mayoría, sino qué es lo bello». Diremos, sin duda, creo yo,
lo que habíamos propuesto, a saber, que lo bello es esa parte del placer que se
produce por la vista o por el oído. ¿Te sirve el razonamiento, Hipias, o
decimos otra cosa?
Hip. - Es necesario sujetarnos a lo dicho, Sócrates,
y no decir otra cosa que eso.
c
Sóc. - «Muy bien, dirá él. ¿No es cierto que
si lo placentero por medio de la vista y del oído es bello, el placer que no
sea precisamente esto, evidentemente no sería bello?» ¿Lo aceptaremos?
Hip. - Sí.
d
Sóc- - « ¿Quizá, dirá, él, el placer
producido por medio de la vista es placer por la vista y también por el oído y
el placer producido por medio del oído es placer por el oído y también por la
vista?» «De ningún modo, diremos nosotros, eso sería decir que lo producido
por medio de uno de los dos lo sería por ambos, y nos parece que tú dices eso;
sin embargo, nosotros decimos que cada uno de estos dos placeres es bello por
sí mismo y que ambos son bellos» ¿No responderíamos así?
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - « ¿Acaso, dirá él, un placer se distingue de otro placer por el hecho de ser placer? Pues no se trata de si un placer es mayor o menor o más o menos placer, sino de si algún placer difiere de los placeres en que uno es placer y otro no». Nos parece que no, ¿no es así?
Hip. - En efecto, no.
e
Sóc. - « ¿Entonces, dirá él, habéis tomado
éstos entre los otros placeres por algo distinto que porque son placeres,
observando que ambos tienen algo distinto de los demás y, atendiendo a ello,
afirmáis que son bellos? Pues, sin- duda, el placer producido por
la vista no es placer bello por el hecho de que se produce por la vista. En
efecto, si esa fuera la causa de ser bello, jamás sería bello el otro placer,
el producido por el oído, pues no es placer producido por la vista». Es verdad, diremos nosotros.
300a
Hip. - Lo diremos, en efecto.
Sóc. - «Tampoco, a su vez, el placer producido por
medio del oído es precisamente bello porque se produce por medio del oído,
pues entonces jamás sería bello el placer producido por la vista, pues no es placer
producido por el oído.» ¿Diremos, Hipias, que nuestro hombre dice la verdad al
decir esto?
Hip. - La verdad.
Sóc. - «Sin embargo, uno y otro son bellos, según
decís.» ¿Lo decimos, en efecto?
Hip. - Sí.
b
Sóc. - «Tienen, pues, algo idéntico que los
hace ser bellos, algo común que se encuentra en uno y otro conjuntamente y en
cada. uno de los dos separadamente; - de otro modo no serían bellos los dos y
cada uno de ellos.» Contésteme como si yo fuera él.
Hip. - Respondo que me parece que es así como tú dices.
Sóc. -Si una condición afectara a estos dos placeres,
pero no a cada uno de ellos, ¿no serían bellos por esto?
c
Hlp. -¿Cómo podría ser, Sócrates, que no
siendo afectados ni uno ni otro por alguna condición, esta condición, que
ninguno de los dos ha experimentado, afecte a ambos?
Sóc. - ¿No te parece posible?
Hip. - Tendría yo gran inexperiencia de la naturaleza
de estas cosas y del lenguaje de los razonamientos en que estamos.
Sóc. -Muy bien, Hipias. Sin embargo, yo tengo la
idea de que me parece ver algo así como lo que tú dices que es imposible, pero
no llego a verlo.
Hip. -No tienes la idea, Sócrates, sino que ciertamente se te va la vista.
d
Sóc. -No obstante, se aparecen ante mi mente
muchas imágenes de este tipo, pero desconfío de ellas porque no se te muestran
a ti, el hombre de nuestro tiempo que más dinero ha ganado por su sabiduría; en
cambio, se me muestran, a mí que jamás he ganado nada. Me temo, amigo, que
bromeas conmigo y que me engañas intencionadamente; con tanta firmeza y frecuencia
se me aparecen esas ideas.
Hip. - Si bromeo o no, nadie lo sabrá mejor que tú,
caso de que procures decirme esas ideas que se te aparecen. Resultará evidente
que dices algo sin valor. Jamás encontrarás algo que no nos afecte ni a ti ni a
mí y que nos afecte a los dos juntos.
e
Sóc. - ¿Qué dices, Hipias? Quizá tienes razón
y yo no comprendo. Escucha muy claramente lo que quiero decir. Me parece que lo
que yo no he experimentado que existe en mí y lo que yo no soy, ni tampoco tú,
es posible que eso lo experimentemos los dos; por otra parte, otras cosas que
experimentamos los dos no las experimentamos cada uno de nosotros.
301a
Hip. -Parece que dices cosas prodigiosas.
Sócrates, más aún que las que decías hace un rato. Reflexiona. Si los dos somos
justos, ¿no lo seríamos cada uno de nosotros? Si injusto cada uno, ¿no lo seríamos
ambos? Si somos de buena salud, ¿no lo sería cada uno? Si cada uno de nosotros
estuviera enfermo, herido, golpeado o afectado por cualquier cosa, ¿no
experimentaríamos también los dos eso mismo? Aún más, si los dos fuéramos de
oro, de plata o de marfil y, si lo prefieres, si fuéramos nobles o sabios o
con derecho a honores o viejos o jóvenes o, de otra condición humana
cualquiera, ¿acaso no es de una gran necesidad el que seamos eso cada uno de
nosotros?
Sóc. --Sin ninguna, duda.
c
Hip. -En efecto, Sócrates, tú no examinas el
conjunto de las cosas, ni tampoco, ésos con los
que tú acostumbras a dialogar; aisláis lo bello o
cualquier otra cosa y os echáis sobre ello haciendo en las
conversaciones una obra despedazadora. Por esto, se os escapan inadvertidamente
tan grandes y perennes objetos de la realidad. Ahora se te ha pasado por alto
algo tan importante como creer que existe algún accidente o entidad que
pertenezca a dos seres, pero no a cada uno de ellos, o, a la inversa, que pertenezca
a cada uno, pero no a los dos. Tan irracional, irreflexiva, simple e ininteligible [L17]es vuestra situación.
d
Sóc. - Así estamos nosotros, Hipias; con
frecuencia, los hombres dicen el proverbio: «No lo que se quiere sino lo que
se puede.» Pero tú nos ayudas amonestándonos constantemente. ¿Puedo todavía mostrarte ahora aún más lo
que pensábamos antes de que tú nos recriminaras la situación tan tonta en que
nos hallamos, o bien no debo decirlo?
Hip. -Vas a hablar a quien ya sabe lo que vas a
decir, Sócrates; pues yo conozco a todos los que practican estas
conversaciones y sé cómo son. Sin embargo, si te es más agradable, habla.
e
Sóc. - Ciertamente, me es más agradable. En
efecto, nosotros, amigo, éramos tan necios, antes de haber hablado tú, que
teníamos la creencia respecto a ti y a mí de que cada uno de nosotros era uno y
que esto que éramos cada uno de nosotros no lo éramos consiguientemente los
dos, pues no somos uno, sino dos. Tan neciamente pensábamos. Pero ahora hemos
aprendido de ti que, si los dos somos dos, es necesario que cada uno de
nosotros sea dos y que, si cada uno es uno, es necesario también que los dos
seamos uno. No es posible que acontezca de otro modo a la continua razón de lo
real, según Hípias, sino que lo que sean los dos lo es cada uno y lo que sea
cada uno lo sean los dos. Convencido ahora por ti, me quedo ya quieto aquí. Sin
embargo, Hipias, hazme recordar antes: ¿somos nosotros uno, tú y yo, o tú eres
dos y yo, también dos?
Hip. - ¿Qué intentas decir, Sócrates?
302a
Sóc. - Lo que estoy diciendo. Me temo que tú
expresas claramente tu irritación contra mí cuando crees que dices algo con
razón. Sin embargo, sigue aún: ¿no es uno cada uno de nosotros y está afectado
de esta condición, la de ser uno?
b
Hip.
- Sin duda.
Sóc. - Luego si es uno, es también impar cada uno de
nosotros. ¿No consideras que el uno es impar?
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - ¿Y los dos somos impar, siendo dos?
Hip. - Eso no puede ser, Sócrates.
Sóc.
- Luego somos par los dos. ¿Es así? Hip. -- Exactamente.
Sóc. -¿Acaso por el hecho de que los dos somos par
es también par cada uno de nosotros.
Hip. -No, sin duda.
Sóc. -Luego no es de absoluta necesidad, como antes
decías, que lo que sean los dos lo sea cada uno y que lo que sea cada uno lo
sean los dos.
Hip. - No en esta clase de cosas, sino en las que,
yo decía antes.
d c
Sóc. - Es suficiente, Hipias. Hay que
contentarse con eso, puesto que unas cosas parecen así y otras no lo son. Yo
decía, si te acuerdas de dónde partió este razonamiento, que el placer por
medio de la vista y del oído no era bello por el hecho de que fuera afectado
cada uno de ellos, pero no los dos, ni por la cualidad que tuviesen los dos,
pero no la que tuviese cada uno, sino por la que afectara a los dos y a cada
uno, porque tú estabas de acuerdo en que eran bellos los dos y cada uno de
ellos. A causa de esto, yo creía que era necesario que ellos fueran bellos por
la esencia que acompaña a los dos, si los dos son bellos, y no por lo que le
falta a uno de ellos. También ahora pienso así. Pero dime, como si empezáramos
ahora, si los placeres producidos por medio de la vista y del oído son bellos
los dos en conjunto y cada uno de ellos, ¿acaso lo que hace que sean bellos no
acompaña a los dos conjuntamente y a cada uno de ellos?
Hip. -Sin duda.
Sóc. - ¿Acaso porque cada uno de ellos es placer y
los dos también lo son por esta razón son bellos? ¿O bien por esta razón
también los otros placeres serían igualmente bellos? Si te acuerdas, resultó evidente
que eran placeres en la misma medida.
Hip. - Sí me acuerdo.
e
Sóc. - Y de
que se dijo que eran bellos porque son producidos por la vista y el oído.
Hip.-También se dijo eso.
Sóc. -Examina si digo la verdad. Decíamos, en
efecto, según yo recuerdo, que el placer era
bello, pero no todo placer, sino el producido por la
vista y el oído.
Hip. - Ciertamente.
Sóc. - ¿No es verdad que
esta cualidad acompaña a los dos conjuntamente, pero no a cada uno? En efecto,
según decíamos antes, cada uno de ellos no está formado por los dos
conjuntamente, sino los dos conjuntamente por ambos, pero no por cada uno de
ellos. ¿Es así?
Hip.- Así es.
303a
Sóc. -Luego
cada uno de ellos no puede ser bello por lo que no acompaña a cada uno. La
cualidad de ser dos no acompaña a cada uno. De manera que, de acuerdo con
nuestra suposición, es posible decir que los dos son bellos, pero no es posible
decirlo de cada uno. ¿Qué otra cosa vamos a decir? ¿No es necesario que sea
así?
Hip. -Así resulta.
Sóc. - ¿Debemos decir, pues, que los dos son bellos
y que cada uno de ellos no lo es?
Hip. - ¿Qué lo impide?
Sóc. -Me parece a mí, amigo, que el impedimento es
que en todas las cosas que tú has citado nos sucedía que las cualidades que se
añadían a las cosas, si se añadían a las dos, se añadían también a cada una, y
si a cada una también a las dos. ¿Es así?
Hip. - Sí.
Sóc.- En cambio, en las que yo he nombrado no es
así. Tenemos, por una parte, lo que es cada uno en sí mismo y, por otra, lo uno
y otro conjuntamente. ¿Es así?
Hip. -Así es.
c b
Sóc. - ¿Cuál de estas
dos cosas, Hipias, te parece a ti que es lo bello?
¿Aquella de la que tu hablabas: si yo soy fuerte y tú también, lo somos los
dos; si yo soy justo y tu también, lo somos los dos, y si lo somos los dos, lo
es cada uno; y del mismo modo, si tú y yo somos bellos, lo somos también los
dos, y si lo somos los dos, lo es cada uno? ¿O bien, nada impide que sea de
este otro modo: siendo los dos conjuntamente par, cada uno de ellos es quizá impar,
quizá par; y también siendo cada uno de los dos indeterminado, el conjunto de
los dos es quizá determinado, quizá indeterminado; así otros infinitos
ejemplos de este tipo que ya dije que se presentan ante mi mente? ¿En cuál de
los dos colocas lo bello? ¿O lo- que para mí es evidente acerca de esto lo es
también para ti? A mí me parece muy contrario a la razón que nosotros seamos
bellos los dos, pero que no lo seamos cada uno, o que lo seamos cada uno, pero
no los dos, así como cualquier otra cosa de este tipo. ¿Tomas este punto de
vista o el otro?
Hip. -Éste, sin duda, Sócrates.
d
Sóc. - Haces bien, Hipias, a fin de evitarnos
una investigación más larga. En efecto, si lo bello es de esta clase, el
placer producido conjuntamente por la vista y el oído ya no sería bello, pues
lo hacen bello las dos percepciones, la de la vista y la del oído, pero no cada
una de ellas. Esto es imposible, Hipias, según hemos convenido tú y yo.
Hip. -Lo hemos convenido, en efecto.
Sóc. - Luego es imposible
que el placer por la vista y por el oído sea bello, puesto que, si se hace
bello, implica un imposible.
Hip. - Así es.
e
Sóc. - «Repetidlo,
dirá nuestro hombre, desde el principio, puesto que perdisteis el camino. ¿Qué
decís que es lo bello propio de estos dos placeres, aquello por lo que dándoles
preferencia sobre los otros placeres les disteis el nombre de bellos?» Me
parece, Hipias, que es necesario decir que porque éstos son los placeres más
inofensivos y los mejores, tanto los dos conjuntamente como cada uno de ellos.
¿Tienes tú alguna otra cosa que decir por la que sean superiores a los otros?
Hip. - Nada; realmente son los mejores.
Sóc. - «¿Luego, dirá él, decís que lo bello es un
placer provechoso?» «Así parece», diré yo. ¿Y tú?
Hip. -También yo.
304a
Sóc. - « ¿Luego lo que produce el bien es
provechoso; pero lo producido y lo que produce han resultado ser algo distinto
hace un rato y nuestra conversación ha vuelto adonde estábamos antes? En efecto,
ni lo bueno sería bello, ni lo bello bueno, si cada uno de ellos es distinto
del otro». Perfectamente, diremos nosotros, Hipias, si somos sensatos, pues no
es licito no estar de acuerdo con el que dice la verdad.
Hip. -Pues, ciertamente, Sócrates, ¿qué crees tú que son todas estas
palabras? Son raspaduras y fragmentos de una conversación, como decía hace un
rato, partidas en trozos. Pero lo bello y digno de estimación es ser capaz de
ofrecer un discurso adecuado y bello ante un tribunal, o ante el Consejo o cualquier
otra magistratura en la que se produzca el debate, convencer y retirarse
llevando no estas nimiedades, sino el mayor premio, la salvación de uno mismo,
la de sus propios bienes y la de los amigos. A esto hay que consagrarse, mandando
a paseo todas estas insignificancias, a fin de no parecer muy necio, al estar
metido, como ahora, en tonterías y vaciedades.
e d c b
Sóc. -Querido Hipias, tú eres bienaventurado
porque sabes en qué un hombre debe ocuparse y porque lo practicas
adecuadamente, según dices. De mí, según parece, se ha apoderado un extraño
destino y voy errando siempre en `continua incertidumbre y, cuando
yo os muestro mi necesidad a vosotros, los sabios, apenas he terminado de
hablar, me insultáis con vuestras palabras. Decís lo que tú dices ahora, que me
ocupo en cosas inútiles, mínimas y dignas de nada. Por otra parte, cuando,
convencido por vosotros, digo lo mismo que vosotros, que es mucho mejor ser
capaz de ofrecer un discurso adecuado y bello y conseguir algo ante un
tribunal o en cualquier otra asamblea, entonces oigo toda clase de insultos de
otras personas de aquí y de este hombre que continuamente me refuta. Es precisamente
un familiar muy próximo y vive en mi casa. En efecto, en cuanto entro en casa y
me oye decir esto, me pregunta si no me da vergüenza atreverme a hablar de
ocupaciones bellas y ser refutado manifiestamente acerca de lo bello, porque
ni siquiera sé qué es realmente lo bello. «En verdad, me dice él, ¿cómo vas tú
a saber si un discurso está hecho bellamente o no, u otra cosa cualquiera, si
ignoras lo bello? Y cuando te encuentras en esta ignorancia, ¿crees tú que vale
más la vida que la muerte?» Me sucede, como digo, recibir a la vez vuestros
insultos y reproches y los de él. Pero quizá es necesario soportar todo esto:
no hay nada extraño en que esto pueda serme provechoso. Ciertamente, Hipias, me
parece que me ha sido beneficiosa la conversación con uno y otro de vosotros.
Creo que entiendo el sentido del proverbio que dice: «Lo bello es difícil.»
[L1]Para el problema de la autenticidad véase W. K. C. Guthrie A History of Greek Philosophy, N, pigs. 175-77.
[L2]Véase Guthrie,
History of Greek Philosophy, IV, páginas 188 y sigs.
[L3]Pítaco de Mitilene, ciudad situada en la isla de Lesbos. Nació en 651. Entre sus cuarenta y cincuenta años gobernó durante diez la ciudad. Fue contemporáneo de Alceo, aunque de más edad que éste. Bías de Priene, ciudad en la costa caria de Asia Menor. En 546 propuso en el Panjonion que los jonios evitaran el dominio persa y se unieran en una sola polis en Cerdeña. Tales de Mileto inicia la lista tradicional de los llamados filósofos de la naturaleza. Se hizo ya famoso al predecir el eclipse del 28 de mayo de 585, que hizo poner fin a la batalla entre medos y lidios a orillas del río Halis. Platón cita aquí, uno tras otro, a tres de los siete sabios de Grecia, cuyos nombres son fijos en la tradición. El cuarto nombre más generalmente admitido era el de Solón.
[L4]La fama de Anaxágoras debía de ser grande, puesto que, por estas fechas, hacía ya 29 años que había muerto en Lámpsaco. Había vivido muchos años en Atenas en el círculo de Pericles. Aunque Sócrates, en sus comienzos, se había interesado por el pensamiento de Anaxágoras, cuyas ideas le eran perfectamente conocidas, aprovecha esta ocasión para precisar que su pensamiento no tiene relación con el de los filósofos de la naturaleza.
[L4]Probablemente un lugar en el ágora en el que se ejercía el comercio de libros. No se trata de la orquestra del teatro.
[L5]Personaje mítico, patrono de los artesanos atenienses. Sócrates lo considera, en razón de su anterior oficio de escultor, como su antepasado en Eutifrón 11c.
[L6]En la Apología procura Platón ser muy escrupuloso en cuanto a las referencias de personas que, con certeza, aún vivían en la fecha del proceso. Al citar aquí a tres famosos sofistas, omite el nombre del creador y gran impulsor de la sofística: Protágoras de Abdera, que había muerto en 415. - Gorgias de Leontinos era el representante del Occidente griego en la sofística. Es, sin duda, el sofista más calificado después de Protágoras. Alcanzó una gran longevidad, pues debía de ser unos quince años mayor que Sócrates y murió algunos años después que él. Es un personaje muy interesante en otros muchos aspectos del pensamiento, pero sobre todo lo es por la manifiesta influencia de su estilo desde finales del siglo V. Esta influencia fue decisiva en la retórica y en la prosa artística. Su más caracterizado discípulo fue Ióócrates. - Pródico era jonio, de Yúlide de Ceos. Distinguido discípulo de Protágoras. Era hombre de poca salud y escasa voz, según lo presenta Platón en el Protágoras. Practicó sobre todo las distinciones léxicas, especialmente la sinonimia. Poco más joven que Sócrates, vivía aún, como los tres citados, a la muerte de éste. - Hipias de Élide es el más joven de los tres citados. Aunque no es comparable en méritos con Protágoras y Gorgias, es una personalidad muy interesante. Platón ha escrito dos diálogos en que Hipias es interlocutor de Sócrates. Es discutida la autenticidad del Hipias Mayor.
[L7] [L7]El Consejo (llamado «Consejo de los Quinientos») estaba constituido por cincuenta miembros de cada una de las diez tribus. Se dividía el año en diez períodos, en cada uno de los cuales ejercía el gobierno y presidía el Consejo cada una de las tribus (tribu en pritanía). Los cincuenta miembros de la tribu en funciones se llamaban prítanes. En esta época, los cargos que ejercían los prítanes, algunos por un solo día, se asignaban por sorteo; también se había efectuado sorteo para nombrar a los cincuenta representantes de cada tribu.
[L8]Éudico, hijo de Apemanto, citado a continuación, sin duda un ateniense seguidor de Hipias. Aparece también en Hipias Menor 363bb.
[L9]Resulta extraña una afirmación de este tipo. Algo debió de ver Platón en Hipias para, a pesar de la brillantez de éste en tantas cosas, atribuirle tanta falta de raciocinio.
[L10]No sería correcto traducir mujer o muchacha. A la objetiva belleza se añade el dato de la virginidad. Está claro que, en general, como sucedía con la palabra doncella en castellano, se usaba para toda mujer soltera.
[L11]El coes era una medida de tres litros aproximadamente. En la traducción está el verbo «caber» con el valor transitivo usado por nuestros clásicos.
[L12]El famoso representante de la Filosofía del Ser. Nació en Éfeso a finales del segundo tercio del siglo vi. De familia aristocrática, conservó siempre ese espíritu. Esta cita forma el fragmento 82 -y la siguiente, el frag. 83- en la edicióón de Diels-Kranz.
[L13]La estatua de oro y marfil de la diosa Atenea que Fidias esculpió para el Partenón.
[L14]No es posible ver aquí una aceptación por parte de Hipias, sino desgana y poco interés por lo que Sócrates está diciendo, como queda confirmado por el temor de Sócrates de que no le siga escuchando.
[L15]Hijo de Zeus y Alcmena, sufrió la persecución de Hera, que le llevó a dar muerte a sus propios hijos. Murió al enviarle imprudentemente su esposa Deyanira un manto envenenado con la sangre del centauro Neso.
[L16]Tántalo es uno de los condenados a castigos eternos en el Hades. Ya aparece así en Odisea 582 sigs. Para probar la omnisapiencia de los dioses, les sirvió en un banquete la carne de su propio hijo Pélope. Dárdano, hijo de Zeus y de una mortal, es antepasado de Laomedonte, el padre de Príamo. Zeto, hermano gemelo de Anfión, es hijo de Zeus y de Antiope. Dárdano y Zeto fueron quemados sobre una pira. Pélope es el antepasado mítico de los reyes de Micenas y de Esparta.
[L17]Imitando el estilo de Hipias, Platón ha colocado en una linea una serie de adverbios cuya terminación tiene el mismo ritmo cuantitativo y tonal. Ya en 291d imitó el estilo de Hipias en una aliteración. Debió de ser un estilo capaz de captar al oyente por el oído, lo cual es bello, aunque quizá Hipias no pasara de la forma.