PLATÓN

 

CRÁTILO

 

INTRODUCCIÓN

 

El Crátilo es, sin duda, entre los diálogos de Platón, uno de los que más bibliografía específica ha suscitado en virtud de los múltiples problemas que plantea [1]. Dejando aparte multitud de pequeños detalles que van sur­giendo a lo largo de todo el diálogo, éstos son los puntos que más discusión han producido: posición relativa del diálogo dentro de la obra platónica, identificación de los personajes, relación de sus teorías con las corrientes de pensamiento de su época y de épocas anteriores, valora­ción del largo pasaje de las etimologías; en fin, el objeti­vo último que Platón se propuso al escribirlo. No preten­do -ni es ése el lugar adecuado para ello- exponer con detalle las diferentes opiniones sobre todos estos puntos, aunque sí presentar, de una forma resumida, el estado ac­tual de la cuestión. Sin embargo, por razones obvias ofrez­co previamente un resumen del contenido del diálogo.

El Crátilo se estructura, después de una breve intro­ducción, sobre la base de dos conversaciones sucesivas de Sócrates con Hermógenes y Crátilo, siendo la primera la más larga, aproximadamente dos tercios de la obra.

 

I. Introducción. Hermógenes/Crátilo/Sócrates (383a-385a)

 

Se inicia el diálogo con una invitación, por parte de Hermógenes, a que Sócrates participe de la discusión que éste ha estado sosteniendo con Crátilo sobre la exactitud de los nombres. Crátilo cede con desgana y Hermógeness plantea el punto de partida; Crátilo sostiene que los nom­bres son exactos por «naturaleza» (physei), por lo que al­gunos no corresponden a quienes los llevan, por ejemplo: el mismo de Hermógénes. Éste, por el contrario, piensa que la exactitud de éstos no es otra cosa que «pactó» y «consenso» (synthéke, homología), «convención» y «hábi­to» (nómos, éthos).

La base de partida de Hermógenes es, como se ve, muy estrecha: no se trata de la exactitud del lenguaje en gene­ral, sino de los nombres y, dentro de éstos, de los propios.

Sócrates opina que es un asunto muy serio y que me­jor sería ponerse en manos de los sofistas (especialmen­te, Pródico) -actitud irónica que va a mantener buena par­te del diálogo y que pone de manifiesto la poca seriedad que el tema del lenguaje, así planteado, tiene para Sócrates-. Pero accede a indagarlo por el método dialéc­tico en compañía de Hermógenes.

 

II. Sócrates/Hermógenes (385a-428b). Crítica de la teoría convencionalista del lenguaje.

 

1.      EN BUSCA DE UNA BASE SÓLIDA. - Sócrates pretende destruir inmediatamente la teoría convencionalista, pa­ra adherirse, en principio, a la idea naturalista de Cráti­lo. Y esto lo hace por los siguientes medios:

a)      llevando a Hermógenes, sin que éste lo advierta, desde una vaga postura convencionalista a otra extrema, individualista. Hermógenes había hablado de pacto, con­vención, hábito «de quienes suelen poner nombres», pe­ro Sócrates le hace admitir que es exacto el nombre que «cada uno pone». Su intención es clara: relacionar esta postura convencionalista con la epistemología de Protá­goras, que Hermógenes rechaza en principio;

b)      sentado el principio, frente a Protágoras, de que los seres «son en sí» -y, por tanto, las acciones, entre las cuales está la de nombrar;

c)      llevándolo a admitir que «se puede hablar falsa­mente», con lo que se viene abajo definitivamente la teo­ría de que todos los nombres son exactos por convención.

A través de un paralelismo muy estrecho -y muy del gusto de Sócrates- con la acción de tejer (y otras activi­dades artesanales), el instrumento, el artesano que lo em­plea y el fabricante que lo construye, se llega a la conclu­sión de que la acción de nombrar tiene un instrumento, que es el nombre, un artesano, que es el dialéctico, y un fabricante, que es el legislador-nominador.

Al final de esta parte del diálogo queda claro que «pue­de que... no sea banal la imposición de nombres... con que Crátilo tiene razón... el artesano de los nombres no es cual­quiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre que cada cosa tiene por naturaleza y es capaz de aplicar su forma tanto a las letras como a las sílabas» (390d). Es decir, existe un nombre en sí (forma) que puede encarnarse en diferen­tes sílabas y letras. Sócrates considera definitivamente li­quidada la teoría convencionalista por las consecuencias epistemológicas y -en definitiva- ontológicas que impli­ca. Frente a ella, opone su -todavía tentativa- teoría de las formas que parece ajustarse mejor al naturalismo de Crátilo.

 

2.      ANÁLISIS ETIMOLÓGICO DE LOS NOMBRES (391 d-421 c). - Hermógenes acepta todo ello, pero quiere saber más exac­tamente «qué clase de exactitud es ésta». Sócrates alude irónicamente de nuevo a los sofistas: habría que ir a apren­der de ellos, pero son muy caros y Protágoras ya hemos visto que no sirve. ¿A quién acudir? Nada más barato que los poetas y, especialmente, Homero.

Es así como comienza el análisis etimológico de nom­bres propios que aparecen en Homero. Tras una primera tentativa, que se abandona pronto, de buscar la exactitud en los nombres que aplican los dioses (así, Janto, Chalkís, Batiéa) o los hombres, más prudentes, frente a las muje­res (así, Astianacte), se inicia el estudio de:

a)      nombres propios de héroes y dioses que revelan su naturaleza o función (Héctor, Orestes, Agamenón, Atreo, Tántalo, Zeus, Urano), aunque también se alude de pasa­da a nombres que significan «rey», «general», «médico»;

b)      nombres comunes genéricos: dios, héroe, hombre (y de aquí se pasa a alma y cuerpo). Aquí Sócrates amplía por un momento la estrecha base del punto de partida, para volver de nuevo a nombres propios de dioses;

c)      nombres propios de dioses: Hestia, Rea, Crono (con una primera alusión a la filosofía de Heráclito), Poseidón, Hades, Plutón, Deméter, Hera, Perséfone, Apolo, Musas, Leto, Ártemis, Dioniso, Afrodita, Palas Atenea, Hefesto, Ares, Hermes, Pan. En este punto se abandona definitiva­mente el análisis de los nombres propios y se pasa a nom­bres comunes de fenómenos naturales;

d)      nombres comunes de fenómenos naturales: sol, lu­na, mes, astros, relámpago, fuego, y se pasa, finalmente, a los nombres comunes de nociones intelectuales y morales;

e)      nombres comunes de nociones intelectuales y mo­rales: la inteligencia, el juicio, el pensamiento, la pruden­cia, ciencia, comprensión, sabiduría, bien, justicia, valen­tía, lo masculino, la mujer, el arte, el artificio, virtud y vicio, lo bello y lo feo, lo útil y provechoso; lo dañino y lo ruinoso; el placer, el dolor, el apetito, el deseo, el amor, la opinión, la creencia, la decisión, la necesidad, el nom­bre, la verdad y la falsedad, el ser y la esencia.

Es importante hacer notar aquí que la base común a todos estos nombres es la idea heraclitea de que el Uni­verso está en continuo movimiento [2]. Sócrates relaciona así con Heráclito (como antes relacionó el convenciona­lismo con Protágoras) la teoría naturalista que Crátilo y él, por el momento, sostienen.

3.      EN BUSCA E NOMBRES PRIMARIOS Y «STOICHEiA». LA TEORÍA DE LA M1 ESIS(421c-428b). - Hermógenes que, por lo general, se limita a asentir a lo que va diciendo Sócra­tes, hace avanzar la indagación con una observación que no hace más que llevar a sus últimas consecuencias la ló­gica del análisis etimológico emprendido por Sócrates. To­dos los nombres analizados hasta aquí son secundarios, es decir, se explican por locuciones en las que intervie­nen las palabras ión, rheón, doûn, etc., pero ¿y éstos?, ¿có­mo se explican? Sócrates abandona ya el juego: no se pue­de acudir al truco, admitido antes, de decir que son ex­tranjeros. Hay que ir a los «elementos últimos» (stoicheia, lo que no se explica por otro), es decir, a los fonemas mis­mos. Pero antes de analizar su relación con la realidad, sienta las siguientes bases:

a)      La exactitud es una y la misma en los nombres se­cundarios y en los primarios. No es lícito quedarse en aquéllos, como hacen los sofistas.

b)      La exactitud consiste en revelar la esencia de los seres, es decir, el «cómo son».

Las que tienen valor «negativo (censurables), por el contrario, significan «lo que se opone o dificulta el movimiento.

c)      Ésta la revelan mediante la imitación: «el nombre es la imitación de la esencia mediante sílabas y letras». El lenguaje es un arte imitativo más, con un objeto propio, la esencia de las cosas. Así como el pintor realiza su imitación del color con los diferentes pigmentos, así «el nominador» realiza su imitación de la esencia con sílabas y letras.

Sócrates ha sentado una base racional para la teoría naturalista, pero sabe que con ella ha sembrado la semi­lla de su destrucción, y, desde el principio, deja ver su des confianza frente a ella: «parece ridículo que se hagan ma­nifiestas las cosas mediante la imitación por sílabas y le­tras... lo que yo tengo oído sobre los nombres primarios me parece completamente insolente y ridículo».

Pero, a continuación, expone su idea de la imitación que los elementos realizan, o mejor dicho, algunos elemen­tos (r, d, t, 1, g, n, q, e, o). Con ello parece que el diálogo llega a su término; sin embargo, Sócrates, veladamente, y Hermógenes, con toda claridad, instan a Crátilo a que exponga su opinión sobre los resultados alcanzados has­ta el momento. Éste se declara satisfecho sin haberse per­catado de que la teoría de la mímesis ha puesto de relieve las contradicciones internas del naturalismo que él sostiene.

 

III. Sócrates/Crátilo. Crítica de la teoría naturalista (428b-440e).

 

1. REVISIÓN DE LOS POSTULADOS ANTERIORES (428b­-435d). - A partir de aquí se inicia un diálogo de sordos en el que Sócrates hace una crítica radical de la teoría de Crátilo, basándose en el postulado, anteriormente senta­do, de que la nominación es un arte imitativo, mientras que Crátilo repite machaconamente -ya sin argumen­tos- su teoría.<

La argumentación de Sócrates es, esquemáticamente, la que sigue:

a)      Según ha quedado ya sentado, la exactitud del nom­bre consiste en que éste revele la esencia de la cosa; es decir, el lenguaje es un arte imitativo.

b)      Si es arte, por un lado habrá artesanos buenos y malos, luego el nombre revelará la esencia de las cosas mejor o peor según la cantidad de rasgos que revele de dicha cosa.

Pero, además, es un retrato, es decir, algo distinto de la cosa (no una adherencia o un duplicado de ella, como sostiene el naturalismo de Crátilo), y lo mismo que un re­trato se puede aplicar a quien no le corresponde, así el nombre de puede aplicarse al objeto que no le corresponde; es decir, se, puede hablar con falsedad. Por segunda vez se ha probado como falso el célebre sofisma de que no se puede hablar falsamente.

c)      Ahora bien, el nombre no solamente puede repre­sentar mal la cosa. De hecho, a veces representa lo con­trario, como sucede con la palabra sklérótēs, que signifi­ca para los atenienses lo mismo que sklerotēr para los ere­trios, siendo así que, en un caso, termina en s y, en el otro, en r, elementos que significan, según se explicaba arriba, nociones distintas (r, «movimiento» y s, «agitación»). Y, además, significando «dureza», contiene 1 que denota lo liso, grasiento, viscoso (i. e., lo blando).

d)      Y, sin embargo, nos entendemos. Aquí Crátilo ad­mite precipitadamente: «sí, pero por ‘costumbre’ (éthos)». ¿Y qué otra cosa es costumbre que «convención» (nómos)? Con esto, Sócrates ha llevado a Crátilo a admitir que, en definitiva, la exactitud del nombre consiste en la convención.

 

2. ESBOZO DE UN NUEVO PUNTO DE PARTIDA (435d-­440e). - Sin embargo, ésta ya ha quedado rechazada, y lo que ahora pretende Sócrates es buscar una salida supe radora de los planteamientos iniciales de una y otra teoría.

Para ello pregunta de nuevo a su interlocutor por la función de los nombres: «la enseñanza (o manifestación) de los seres», contesta Crátilo. A continuación, Sócrates introduce una sutil identificación entre conocer y buscar o descubrir los seres, por medio de la cual desvía la co­rriente de la refutación contra el nominador mismo, últi­mo baluarte que le queda a Crátilo [3]. Sócrates postula que tiene que haber un medio, distinto del nombre, tanto para conocer como para buscar los seres, porque éste nos lleva a engaño.

En efecto, el nominador pudo engañarse en su juicio sobre la realidad. Crátilo opone que ello no fue así, por­que todos los nombres son coherentes con la idea de flujo universal. A esto, Sócrates responde que pudo equivo­carse en el punto de partida y, luego, ir forzando a todos para que se ajustaran a esta idea. Pero, además, inicia el reexamen de una serie de nombres -algunos ya tratados, como epistēmē (ciencia), y otros no- a los que subyace la idea opuesta de reposo; o bien de términos «negativos» que se ajustan a la idea «positiva» de flujo (por ej., igno­rancia, intemperancia).

Con esto, se ha llegado a una aporía insoluble desde los planteamientos hasta aquí examinados. Los nombres se encuentran enfrentados -en guerra civil-, lo que indica, por otra parte, que el nominador no es un ser divi­no, como sugiere Crátilo en un intento desesperado. Y, por tanto, no sirven para proporcionarnos certeza sobre la rea­lidad. El dilema implícito es: o se renuncia a conocer la realidad (si se admite con Crátilo -y con Hermógenes­- que el lenguaje es el único medio de conocerla) o se acu­de a otro. Pero, ¿cuál es éste? Dirigirse a los seres mis­mos para -si acaso- conocer, después, la exactitud de sus nombres, y no al revés. Aquí Sócrates acude a un sue­ño que tiene a menudo (como, otras veces, a un mito): ello es que los seres son en sí («el bien en sí, lo bello en sí y lo demás»), porque en caso contrario no habría conoci­miento al no existir sujeto ni objeto estable del mismo.

De esta forma, el diálogo se cierra con un rechazo de la filosofía de Heráclito y una insinuación tentativa de la teoría platónica de las formas [4]. Los personajes se despi­den con la recíproca promesa de seguir investigando el tema, sin que Platón llegue a deducir las consecuencias implícitas en las premisas establecidas en los últimos pá­rrafos. Y el diálogo queda inconcluso, como tantos otros. Pero la posición platónica es clara; el lenguaje es un ca­mino inseguro y engañoso para acceder al conocimiento de la realidad.

El Crátilo no es el único diálogo platónico que trata el problema del lenguaje, pero sí es el único que trata el lenguaje como problema. Ahora bien, lo mismo que en los otros diálogos en que, de alguna forma, se plantea el te­ma (especialmente, en Eutidemo, Teeteto y Sofista), el len­guaje como tal no es el verdadero objeto del debate, sino una excusa de Platón para sentar su propia epistemolo­gía y -en último término- su propia ontología.

El Crátilo no es un estudio del lenguaje en su estruc­tura y funcionamiento [5]. Es un debate sobre la validez del mismo para llegar al conocimiento [6]. Tampoco hay a que buscar en él, por consiguiente, una indagación sobre el origen, como se ha hecho a veces [7]. Desde el principio mismo del diálogo, queda suficientemente claro que el ver­dadero tema es la orthótés («rectitud» o «exactitud») del nombre.

Y aquí hay que hacer dos salvedades: en primer lugar, no se trata de la correcta aplicación de los nombres. És­te es el sentido de la orthótēs de Protágoras, Pródico o el mismo Demócrito [8]. Con este término se refiere aquí Pla­tón a la adecuación del lenguaje con la realidad, lo que pone de manifiesto, como señalaba antes, que el proble­ma real no es lingüístico, sino epistemológico.

En segundo lugar, no se trata, en principio, de la exac­titud del lenguaje en general, sino de la «exactitud de los nombres» (orthótēs onomátōn) y, más exactamente, de los propios, lo cual proporciona al diálogo un punto de par­tida excesivamente estrecho. Bien es verdad que Sócra­tes va ampliando el tema, progresivamente, a los nombres comunes, a los verbos y, en definitiva, a los elementos úl­timos, pero siempre se queda en el umbral de la palabra individual [9].

Pues bien, el problema de la orthótēs, lo plantea Pla­tón dentro del marco general de la típica antinomia sofís­tica physis/nómos [10].

No lo hace, desde luego, en los términos de la oposi­ción physis/thésis, que es posterior [11]; y es, al menos, cuestionable el que se hubiera planteado expresamente en los de physis/nómos antes de Platón con la amplitud que éste le concede, aunque testimonios de Demócrito y Antifonte parezcan dar pie para pensarlo [12].

Tanto Crátilo como Hermógenes sostienen que los nombres son exactos. La diferencia estriba en que para Hermógenes lo son todos katà nómon o éthos (por «con­vención» o «costumbre») y para Crátilo, o lo son katà physin (ajustándose a la realidad), o ni siquiera son nom­bres, sino meros ruidos. Tal es el planteamiento radical que se ofrece al comienzo del diálogo por boca de Hermó­genes; doblemente radical, ya que se afirma que todos los nombres son exactos y que, o lo son por convención, o lo son por naturaleza. Veamos por separado ambas tesis y sus bases filosóficas, así como las implicaciones que tie­nen o las que Platón les atribuye.

 

a)      La teoría convencionalista. - Es la sostenida des­de el principio por Hermógenes. En realidad, no se trata de una teoría muy elaborada, como demuestra el que Her­mógenes emplee una terminología vaga (emplea synthe­kē, homología, nómos y éthos, como si fueran sinónimos), ni siquiera firmemente sustentada por este personaje, que se deja llevar por Sócrates demasiado fácilmente hacia un tipo de convencionalismo que él no había formulado. En efecto, Sócrates lo lleva a afirmar que son exactos los nom­bres que cada uno ponga, posición que contradice la no­ción misma de «convención» por razones obvias [13]. Lo que intenta Sócrates, arrastrándole hasta esa posición, es hacerle creer que deriva directamente de la epistemolo­gía de Protágoras, que Hermógenes se apresura a recha­zar. En realidad, esta visión tan estrecha del convencio­nalismo le sirve a Sócrates para refutar la tesis de Protá­goras y dejar sentado, desde el principio mismo del diá­logo, lo que van a ser sus dos conclusiones más importan­tes: que la realidad no depende de nosotros (i. e., el ser es en sí) y que existe la posibilidad de describirlo falsamen­te (i. e., de hablar falsamente). Porque, en verdad, ni Pro­tágoras parece haber mantenido este tipo de convencio­nalismo ni, aunque lo hubiera hecho, su filosofía sería la única base teórica para el mismo.

En efecto, éste aparece expuesto, con mayor o menor claridad, en los múltiples relatos de la teoría humanista del progreso que era un tópico en los círculos sofís­ticos [14]. Pero, incluso, puede que no sea un disparate el hecho de que Diógenes Laercio (III 9) relacione a Her­mógenes con el grupo eleático. En efecto, las premisas epistemológicas de Parménides pueden llevar a un con­vencionalismo relativo. No es que Parménides formulara nunca una teoría lingüística -y mucho menos conven­cionalista-, pero de la fraseología de los frs. B8 y B19 [15] (ónoma katéthento, nenómistai, katéthento dúo gnómas onomázein, etc.) se deduce claramente que los nombres que no corresponden a la realidad son pura convención entre los humanos, sin por ello negarles la categoría de nombres. Es el mismo tipo de convencionalismo relativo que aparece, con fraseología similar, en filósofos como De­mócrito, Anaxágoras y Empédocles [16], y, en definitiva, el que refleja Platón mismo en la Carta VII [17].

b)      La teoría naturalista. - Crátilo es, frente a Hermó­genes, un hombre de escuela, probablemente un «tirón», un novato, que mantiene contra viento y marea una teo­ría naturalista que tiene bien aprendida, pero poco pen­sada: el nombre es un duplicado, una como adherencia de la cosa. De aquí se deducen dos consecuencias epistemo­lógicas de suma gravedad a los ojos de Sócrates: la pri­mera es que no se puede hablar falsamente. Si el nombre es nombre, el emplear uno inadecuado no es hablar fal­samente, sino emitir sonidos sin sentido. En segundo lu­gar, el nombre nos proporciona una información exacta sobre la realidad; conocer el nombre es conocer la reali­dad. A ambas ideas se opondrá Sócrates con todas sus fuerzas en la última parte del diálogo.

Ya en la etimología de Cronos y Rea y, sobre todo, cuando expone la idea del nominador al imponer los nom­bres, Sócrates relaciona sutilmente con Heráclito el na­turalismo. De otro lado, Crátilo mismo mantiene simul­táneamente la filosofía de Heráclito y la teoría naturalis­ta. Sin embargo, es al menos cuestionable que de la filo­sofía de Heráclito se pueda deducir tal teoría. Antes al con­trario, parece que de una ontología en la que todo fluye sería más lógico deducir una teoría convencionalista. del lenguaje. Esta contradicción, al menos aparente [18], com­plicada por las noticias que de Crátilo nos ofrece aristó­teles (Metafísica 1010a7 ss.) constituye el llamado «pro­blema de Crátilo». Brevemente, éstos son los términos del problema: en el Crátilo este personaje aparece mantenien­do simultáneamente ambas teorías; sin embargo, Aristó­teles (loc. cit.) lo presenta sólo como un heracliteo radical que «creía que no se debía decir nada, limitándose a mo­ver el dedo». No se dice nada del naturalismo lingüístico y, más bien, parece deducirse lo contrario. ¿Cómo con­jugar ambas visiones? A menos que el Crátilo del diá­logo no responda al histórico[19] o que, como mantiene Jackson [20], sea un heracliteo para quien los nombres son el único medio de fijar el flujo de las cosas, habrá que ad­mitir: o bien que Crátilo no es realmente un heracliteo [21], o que ha sido llevado a esta filosofía, precisamente aquí, por Sócrates [22]

Ahora bien, cualquiera que sea la solución al «proble­ma de Crátilo», es evidente que la filosofía de Heráclito no es el único, aunque, quizá, sí el más importante, blan­co del ataque dialéctico de Sócrates. Y -sobre todo- no es la única base sobre la que se sustenta el naturalismo. Hay otras que resultan obvias: de un lado, la creencia irra­cional en la relación mágica del nombre con la cosa que se da en todas las culturas primitivas [23]. De otro lado, lo que Diógenes Laercio (IX 53, 3.35) llama la «tesis de An­tístenes», según la cual la contradicción es imposible, por­que cada cosa tiene un lógos oikeîos, lo que viene a signi­ficar que es imposible hablar falsamente [24].

En efecto, desde Schleiermacher se ha venido mante­niendo que en este diálogo, lo mismo que en el Eutidemo, Platón está atacando a Antístenes sin nombrarlo [25].

Finalmente, la misma filosofía de Parménides, de quien, en último término, deriva Antístenes, puede estar en la base del naturalismo [26]. En el fr. B8 niega el filóso­fo de Elea la posibilidad de un enunciado falso («no se pue­de expresar ni concebir que no existe... no podrías cono­ces lo que no es -pues no es alcanzable- ni tampoco po­drías expresarlo») y es evidente que, tanto Antístenes co­mo quienes con él sostienen el principio de la imposibili­dad de la predicación falsa, no hacen más que llevar a sus últimas consecuencias lógicas las premisas de Par­ménides.

Éstas son las dos teorías sobre la exactitud de los nom­bres tal como aparecen formuladas en el Crátilo, así co­mo las diferentes bases teóricas sobre las que podrían sustentarse.

 

c)      La posición de Sócrates. - El pretender deducir de qué lado está Sócrates en esta oposición convencionalis­mo/naturalismo, como se ha hecho, es sencillamente de­senfocar el problema [27]. Éste es uno de los diálogos de Platón más finos desde el punto de vista de la dialéctica socrática, y si algo resulta evidente, es que Sócrates se opo­ne, primero, a una teoría y, luego, a la otra con el único fin de desvelar sus contradicciones y peligros; para recha­zar a las dos, en último término [28].

Una vez que ha rechazado el convencionalismo de Her­mógenes, por el peligro de sus implicaciones epistemoló­gicas y por ser contrario a la admisión, por parte de Her­mógenes, de que los seres son en sí y que se puede hablar falsamente, Sócrates parece tomar partido por el natura­lismo. Pero, en realidad, toda su argumentación a favor de esta tesis se va a volver en contra al final del diálogo.

Comienza Sócrates analizando etimológicamente el sig­nificado de ciertos nombres propios -y luego comunes­en un clima general de iroonía [29]. Toda esta extensa sec­ción etimológica, que ocupa más de la mitad del diálogo, ha sido objeto de varias interpretaciones. Debido a su ex­tensión, algunos comentaristas han visto en ella el objeti­vo último del diálogo [30] y elogian la genialidad de algunas ideas. En general, se basan en la «modernidad» de algu­nas ideas lingüísticas que aparecen (evolución fonética, préstamos lingüísticos, etc.). Sin embargo, la mayoría son hechos demasiado obvios, y, sobre todo, Platón los ofrece como trucos para manipular etimológicamente el mate­rial que Sócrates elige para su análisis. En realidad, lin­güísticamente hablando, esta sección no tiene valor algu­no. La mayoría de las etimologías son disparatadas, como Hermógenes y el mismo Sócrates se encargan de de­cirnos más o menos claramente. Solamente un puñado son correctas y, aun éstas, son simples aproximaciones de unas palabras con otras de su misma raíz.

Debido al clima de ironía que envuelve toda esta sec­ción, es probable que Sócrates esté ridiculizando los pro­cedimientos etimológicos de los sofistas en general, aunque él alude más concretamente a Pródico y Pro­tágoras [31]. Sin embargo, esta ironía no se agota en sí misma ni la finalidad del Crátilo es divertirnos [32]: el mé­todo etimológico, llevado a sus últimas consecuencias ló­gicas, desemboca, en definitiva, en una teoría mimética del lenguaje y ésta, aunque al final se revele insuficiente, es una original aportación socrático-platónica a la teoría lingüística. En efecto, según ésta, el lenguaje tiene la mis­ma función -y funcionamiento- que las demás artes imi­tativas, aunque su objeto último sea mucho más serio: la esencia de las cosas. Ahora bien, si la teoría naturalista nos ha llevado a la mímesis, ahora ésta se vuelve contra aquélla -lo que pone de manifiesto, en grado sumo, el al­cance de la ironía socrática.

Crátilo, que ha aceptado el análisis etimológico y la teo­ría de la mímesis, basada en la filosofía de Heráclito, se verá forzado a admitir que todo ello es contradictorio con su propia teoría del lenguaje. En este momento, Sócrates parece, de nuevo, tomar partido por el convencionalismo. Sin embargo, el diálogo no es una bagatela dialéctica, ni hay que buscar -repito- de qué lado se queda Sócrates, sopesando cuidadosamente todas las afirmaciones que ha­ce a lo largo del mismo. Al final, lo que queda bien claro es la intención de Sócrates de descalificar al lenguaje co­mo medio para acceder a la realidad, mediante el recha­zo de dos teorías que pretendían, cada una, constituir a éste en el único y más idóneo método para ello.

 

Finalmente, unas palabras sobre la posición relativa del Crátilo dentro de los diálogos de Platón. Es uno de los pocos diálogos sobre los que el acuerdo no es unánime, ni siquiera en lo que se refiere a su asignación a uno de, los tres grupos cronológicos establecidos por el método estilométrico. El Crátilo no tiene alusiones directas ni in­directas a hechos históricos que pudieran fijar su termi­nus post quem, y ha sido situado por diferentes filólogos -en cada uno de los tres mencionados grupos. Sin embar­go, pese a los intentos de M. Warburg, G. S. Kirk y D. J. Allan [33] de relegarlo, por diferentes razones, a una fecha tardía -o de la actitud menos comprometida de J. Der­bolav y L. E. Rose [34] que lo sitúan en el período inter­medio-, sigue teniendo mayor aceptación la opinión de C. Ritter que ya lo clasificó dentro del primer grupo, entre Eutidemo y Fedón. Posteriormente, H. von         

Arnim, siguiendo la misma línea estadística, aunque apoyándose más prudentemente en el uso de fórmulas de réplica afirmativa (naí, pány gé, pány mén oûn), lo clasifi­ca también, junto con Menón, Gorgias y Eutidemo, en el primer grupo. Esta misma opinión mantienen D. Ross y, más recientemente, J. V. Luce, y, aunque sacar con­clusiones del contenido de los diálogos se ha revelado pe­ligroso desde Schieiermacher, la inmadurez de la teoría de las formas, tal como aquí se expone, o de la concep­cion general del lenguaje con respecto al Teeteto y Sofis­ta, parecen apoyar esta atribución del Crátilo al primer grupo.

 

 

 

CRÁTILO

 

HERMÓGENES, CRÁTILO, SÓCRATES

383a

 
 


HERMóGENES 1. - ¿Quieres, entonces, que hagamos partícipe también a Sócrates de nuestra conversacion? CRÁTILO 2. - Si te parece bien...

384a

 

b

 
HERM. - Sócrates, aquí Crátilo afirma que cada uno de los seres tiene el nombre exacto por naturaleza. No que sea éste el nombre que imponen algunos llegando a un acuerdo para nombrar y asignándole una fracción de su propia lengua, sino que todos los hombres, tanto griegos como bárbaros, tienen la misma exactitud en sus nombres. Así que le pregunto si su nombre, Crátilo, responde a la realidad, y contesta que sí. «¿Y cuál es el de Sócrates?», pregunté, «Sócrates», me contestó. «¿Entonces todos los otros hombres tienen también el nombre que damos a ca­da uno?» Y él dijo: «No, no. Tu nombre, al menos, no es Hermógenes ni aunque te llame así todo el mundo» 3. Y cuando yo le pregunto ardiendo en deseos de saber qué quiere decir, no me aclara nada y se muestra irónico con­migo. Simula que él lo tiene bien claro en su mente, como quien conoce el asunto, y que si quisiera hablar claro ha­ría que incluso yo lo admitiera y dijera lo mismo que él dice. Conque si fueras capaz de interpretar de algún mo­do el oráculo de Crátilo, con gusto te escucharía. O aún mejor: me resultaría aún más agradable saber qué opinas tú mismo sobre la exactitud de los nombres -siempre que lo desees.

b

 
SÓCRATES - Hermógenes, hijo de Hipónico, dice un an­tiguo proverbio que es difícil saber cómo es lo bello. Y, desde luego, el conocimiento de los nombres no resulta insignificante. Claro, que si hubiera escuchado ya de la­bios de Pródico 4 el curso de cincuenta dracmas que, se­gún éste, es la base para la formación del oyente sobre el tema, no habría nada que impidiera que tú conocieras en este instante la verdad sobre la exactitud de los nom­bres. Pero, hoy por hoy, no he escuchado más que el de una dracma 5. Por consiguiente ignoro cómo será la ver­dad sobre tan serio asunto. Con todo, estoy dispuesto a investigarlo en común contigo y con Crátilo. En cuanto a su afirmación de que Hermógenes no es tu verdadero nombre, sospecho -es un decir- que está chanceándo­se, pues tal vez piense que fracasas una y otra vez en tu deseo de poseer riquezas. Es difícil, como decía hace un instante, llegar al conocimiento de tales temas, pero no queda más remedio que ponerlos en el centro e indagar si es como tú dices o como dice Crátilo.

385a

 

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d

 

c

 
HERM. - Pues bien, Sócrates, yo, pese a haber dialo­gado a menudo con éste y con muchos otros, no soy ca­paz de creerme que la exactitud de un nombre sea otra cosa que pacto y consenso 6. Creo yo, en efecto, que cual­quiera que sea el nombre que se le pone a alguien, éste es el nombre exacto. Y que si, de nuevo, se le cambia por otro y ya no se llama aquél -como solemos cambiárselo a los esclavos-, no es menos exacto éste que le sustituye que el primero7. Y es que no tiene cada uno su nombre por naturaleza alguna, sino por convención y hábito de quienes suelen poner nombres. Ahora que si es de cual­quier otra forma,.estoy dispuesto a enterarme y escuchar­lo no sólo de labios de Crátilo, sino de cualquier otro.

SÓC. - Hermógenes, puede que, desde luego, digass al­go importante. Conque considerémoslo: ¿aquello que se llama a cada cosa es, según tú, el nombre de cada cosa?

HERM. - Pienso que sí.

SÓC. - ¿Tanto si se lo llama un particular 8 como una ciudad?

HERM. - Sí.

b

 
SÓC. - ¿Cómo, pues? Si yo nombro a cualquier ser..., por ejemplo, si a lo que actualmente llamamos «hombre» lo denomino «caballo» y a lo que ahora llamamos «caballo» lo denomino «hombre», ¿su nombre será hombre en general y caballo en particular, e inversamente, hombre en particular y caballo en general? ¿Es esto lo que quie­res decir?

HERM. - Pienso que sí.

SÓC. - Prosigamos, pues. Dime ahora esto: ¿hay aalgo a lo que llamas «hablar con verdad» y «hablar con falsedad» 9?

HERM. - Desde luego que sí.

SÓC. - ¿Luego habría un discurso verdadero y otrro falso?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¿Acaso, pues, será verdadero el que desiggna a los seres como son, y falso el que los designa como no son?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Entonces es posible designar mediante ell dis­curso a lo que es y a lo que no es?

c

 
HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¿Y el discurso verdadero es acaso verdadeero en su totalidad y, en cambio, sus partes no son verda­deras?

HERM. - No, también lo son sus partes.

SÓC. - ¿Acaso sus partes grandes son verdaderas y las pequeñas no? ¿O lo son todas?

HERM. - Todas, creo yo.

SÓC. - ¿Existe, pues, alguna parte del discurso á la que puedas llamar más pequeña que el nombre?

HERM. - No. Ésta es la más pequeña.

SÓC. - Bien. ¿Acaso el nombre del discurso verdaade­ro recibe una calificación?

HERM. - Sí.

SÓC. -Verdadero, sin duda, como tú afirmas.

HERM. - Sí.

SÓC. -¿Y la parte del falso es una falsedad?

HERM. - Así lo afirmo.

SÓC. -¿Es posible, entonces, calificar al nombree de falso y verdadero, si .también lo hacemos con el discurso? 10.

d

 
HERM. - ¿Cómo no?

SÓC. -¿Acaso el nombre que cada uno atribuye a uun objeto es el nombre de cada objeto?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Entonces también cuantos se atribuyan a ca­da objeto, todos ellos serán sus nombres y en el momento en que se les atribuye?

e

 
HERM. - Yo desde luego, Sócrates, no conozco para el nombre otra exactitud que ésta: el que yo pueda dar a ca­da cosa un nombre, el que yo haya dispuesto, y que tú puedas darle otro, el que, a tu vez, dispongas. De esta forma veo que también en cada una de las ciudades hay nombres distintos para los mismos objetos: tanto para unos grie­gos a diferencia de otros, como para los griegos a diferen­cia de los bárbaros.

386a

 
SÓC. - ¡Vaya! Veamos entonces, Hermógenes, si tam­bién te parece que sucede así con los seres: que su esen­cia es distinta para cada individuo como mantenía Protágoras 11 al decir que «el hombre es la medida de to­das las cosas» (en el sentido, sin duda, de que tal como me parecen a mí las cosas, así son para mí, y tal como te parecen a ti, así son para ti), o si crees que los seres tie­nen una cierta consistencia en su propia esencia.

HERM. - Ya en otra ocasión, Sócrates, me dejé arrras­trar por la incertidumbre a lo que afirma Protágoras. Pe­ro no me parece que sea así del todo.

b

 
SÓC. - ¿Y qué? ¿También te has dejado arrastrar a la creencia de que no existe en absoluto ningún hombre vil?

HERM. - ¡No, no, por Zeus! Más bien lo he experimen­tado muchas veces, hasta el punto de creer que hay algu­nos hombres completamente viles y en número elevado.

SÓC. - ¿Y qué? ¿Nunca te ha parecido que hay homm­bres completamente buenos?

HERM. - Sí, muy pocos.

SÓC. -¿Luego te ha parecido que los hay?

HERM. - Sí, sí.

c

 
SÓC. -¿Cómo, entonces; formulas esto? ¿Acaso quee los completamente buenos son completamente sensatos y los completamente viles completamente insensatos?

HERM. - Tal me parece.

SÓC. -¿Entonces es posible que unos seamos sensaa­tos y otros insensatos, si Protágoras dijo la verdad y la verdad es que, tal como a cada uno le parecen las cosas, así son?

HERM. - De ninguna manera.

d

 
SÓC. - Ésta es, al menos, tu firme creencia: que si exis­ten la sensatez y la insensatez, no es en absoluto posible que Protágoras dijera la verdad. Pues, en realidad, uno no sería más sensato que otro si lo que a cada uno le parece es la verdad para cada uno.

HERM. - Eso es.

SÓC. -Pero tampoco, creo yo, piensas con Euti­deemo 12 que todo es igual para todos al mismo tiem­po y en todo momento. Pues en este caso tampoco serían unos buenos y otros viles, si la virtud y el vicio fueran igua­les para todos y en todo momento.

HERM. - Es verdad lo que dices.>

e

 
SÓC. - Por consiguiente, si ni todo es para todos igual al mismo tiempo y en todo momento, ni tampoco cada uno de los seres es distinto para cada individuo, es evidente que las cosas poseen un ser propio consistente. No tienen relación ni dependencia con nosotros ni se dejan arras­trar arriba y abajo por obra de nuestra imaginación, sino que son en sí y con relación a su propio ser conforme a su naturaleza 13.

HERM. - Me parece, Sócrates, que es así.

SÓC. - ¿Acaso, entonces, los seres son así por nnatura­leza y las acciones, en cambio, no son de la misma forma? ¿O es que las acciones, también ellas, no constituyen una cierta especie dentro de los seres?

387a

 
HERM. - ¡Claro que sí, también ellas!

SÓC. - Luego las acciones se realizan conforme aa su propia naturaleza y no conforme a nuestra opinión. Por ejemplo: si intentamos cortar uno de los seres, ¿acaso habremos de cortar cada cosa tal como queramos y con el instrumento que queramos? ¿O si deseamos cortar cada cosa conforme a la naturaleza del cortar y ser cortado y con el instrumento que le es natural, cortaremos con éxi­to y lo haremos rectamente, y, por el contrario, si lo ha­cemos contra la naturaleza, fracasaremos y no consegui­remos nada?

b

 
HERM. - Creo que de esta forma.>

SÓC. - ¿Por ende, si también intentamos quemar aal­go, habrá que quemarlo no conforme a cualquier opinión, sino conforme a la correcta? ¿Y ésta es como cada cosa tiene que ser quemada y quemar y con el instrumento apropiado por naturaleza?

HERM. - Eso es.

SÓC. - ¿Y no será lo demás de esta forma? <

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Pues bien, ¿acaso el hablar no es tambiénn una entre las acciones?

HERM. - Sí.

c

 
SÓC. - Entonces, ¿acaso si uno habla como le parece que hay que hablar lo hará correctamente hablando así, o lo hará con más éxito si habla como es natural que las cosas hablen y sean habladas y con su instrumento natu­ral, y, en caso contrario, fracasará y no conseguirá nada?

HERM. - Me parece tal como dices.

SÓC. - ¿Y el nombrar no es una parte del hablar?? Pues sin duda la gente habla nombrando.

HERM. - Desde luego que sí.

>

SÓC. - ¿Luego también el nombrar es una acción, si, en verdad, el hablar era una acción en relación con las cosas?

HERM. - Sí.

d

 
SÓC. -¿Y nos resultaba evidente que las acciones no tenían relación con nosotros, sino que poseían una natu­raleza suya propia?

HERM. -Así es.

SÓC. - ¿Luego también habrá que nombrar como es natural que las cosas nombren y sean nombradas y con su instrumento natural, y no como nosotros queramos, si es que va a haber algún acuerdo en lo antes dicho? ¿Y, en tal caso, tendremos éxito y nombraremos, y, en caso contrario, no?

HERM. - Claro.

SÓC. - Veamos, pues. ¿Lo que teníamos que cortarr de­cíamos que había que cortarlo con algo?

HERM. - Sí.

e

 
SÓC. - ¿Y lo que había que tejer había que tejerlo con algo? ¿Y lo que había que taladrar, había que taladrarlo con algo?

HERM. - Desde luego.

388a

 
SÓC. - ¿Y, entonces, lo que había que nombrar, había que nombrarlo con algo?

HERM. -Así es.

SÓC. - ¿Y qué sería aquello con lo que habría quue taladrar?

HERM. - El taladro.

SÓC. -¿Y qué, aquello con lo que habría que tejer?

HERM. - La lanzadera.

SÓC. - ¿¿Y qué, aquello con lo que habría que nombrar?

HERM. - El nombre.

SÓC. - DDices bien. Luego también el nombre es un cier­to instrumento.

HERM. - Desde luego.

SÓC.-Entonces, si yo preguntara «¿qué instrumen­to es la lanzadera?», ¿no es aquello con lo que tejemos?

b

 
HERM. - Sí.

SÓC. - Y cuando tejemos 14, ¿qué hacemos? ¿No sepa­ramos la trama de la urdimbre cuando se hallan entremezcladas?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿¿Acaso también sobre el taladro podrás decir lo mismo que sobre los demás objetos?

HERM. - Desde luego.

SÓC. -Ahora bien, ¿puedes decir lo mismo también sobre el nombre? ¿Qué hacemos cuando nombramos con el nombre en calidad de instrumento?

HERM. - No sé decirte.

SÓC. - ¿¿Acaso, en realidad, no nos enseñamos algo re­cíprocamente y distinguimos las cosas tal como son?

HERM. - Desde luego.

c

 
SÓC. - Entonces el nombre es un cierto instrumento para enseñar y distinguir la esencia, como la lanzadera lo es del tejido.

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿¿La lanzadera es para tejer?

HERM. - ¿Cómo no?

SÓC. - PPor consiguiente, un tejedor se servirá bien de la lanzadera -y «bien» quiere decir «conforme al oficio de tejer»-. Por su parte, un enseñante 15 se servirá bien 16 del nombre -y «bien» quiere decir «conforme al oficio de enseñar».

d

 
HERM. - Si.

SÓC. -¿De quién es la obra de la que se servirá bien el tejedor cuando se sirva de la lanzadera?

HERM. - Del carpintero.

SÓC. - ¿¿De cualquier carpintero, o del que conoce el oficio?

HERM. - Del que conoce el oficio.

SÓC. - ¿Y de quién es la obra de la que se servirá bien el taladrador cuando se sirva del taladro?

HERM. - Del herrero.

SÓC. - AAhora bien, ¿de cualquier herrero, o del que co­noce el oficio?

HERM. - Del que conoce el oficio.

SÓC. - Bien. ¿Y de quién es la obra de la que se servi­rá el enseñante cuando se sirva del nombre?

HERM. - Tampoco sé decirte eso.

SÓC. - ¿¿Tampoco puedes decirme, al menos, quién nos proporciona los nombres de los que nos servimos?

HERM. - Ciertamente, no.

SÓC. - ¿No crees tú que quien nos los proporciona es el uso 17?

e

 
HERM. -Así parece.

SÓC. - ¿Entonces el enseñante se servirá de la oobra del legislador cuando se sirva del nombre?

HERM. - Creo que sí.

SÓC. -¿Y crees tú que cualquier hombre es legislla­dor? ¿O el que conoce el oficio?

HERM. - El que conoce el oficio.

389a

 
SÓC. - Por consiguiente, Hermógenes, no es cosa de cualquier hombre el imponer nombres, sino de un «nomi­nador». Y éste es, según parece, el legislador, el cual, desde luego, es entre los hombres el más escaso de los artesanos.

HERM. - Tal parece.

SÓC. - Prosigamos, pues. Considera en qué se fijja el legislador para imponer los nombres; y parte, en tu exa­men, de lo que antes dijimos. ¿En qué se fija el carpinte­ro para fabricar la lanzadera? ¿No será en lo que es tal como para tejer por naturaleza? 18.

HERM. - Desde luego.

b

 
SÓC. - ¿Y qué? Si se le rompe la lanzadera mientras la fabrica, ¿volverá a fabricar otra fijándose en la que es­tá rota, o en aquella forma conforme a la cual ya fabrica­ba la que rompió?

HERM. - En esta última, creo yo.

SÓC. - ¿Tendríamos entonces todo el derecho de llla­marla «la lanzadera en sí»?

HERM. - Así lo creo yo.

c

 
SÓC. - Por consiguiente, cuando se precise fabricar una lanzadera para un manto fino o grueso, de lino o de lana, o de cualquier otra calidad, ¿han de tener todas la forma de lanzadera y hay que aplicar a cada instru­mento 19 la forma natural que es mejor para cada objeto?

HERM. - Sí.

SÓC. - Y lo mismo, por supuesto, en lo que respecta a los demás instrumentos: hay que encontrar la forma de instrumento adecuada por naturaleza para cada cosa y aplicarla a la materia de la que se fabrica el instrumento; pero no como uno quiera, sino como es natural. Pues hay que saber aplicar al hierro, según parece, la forma de ta­ladro naturalmente apropiada para cada objeto.

HERM. - Por supuesto.

SÓC. - Y a la madera la forma de lanzadera naturral­mente apropiada para cada objeto.

d

 
HERM. - Eso es.

SÓC. - Y es que, según parece, a cada forma de ttejido i le corresponde por naturaleza una lanzadera, etc.

HERM. - Sí.

e

 

390a

 
SÓC. - ¿Entonces, excelente amigo, también nuestro legislador tiene que saber aplicar a los sonidos y a las sí­labas el nombre naturalmente adecuado para cada obje­to? ¿Tiene que fijarse en lo que es el nombre en sí para formar e imponer todos los nombres, si es que quiere ser un legítimo impositor de nombres? Y si cada legislador no opera sobre las mismas sílabas, no hay que ignorar es­to: tampoco todos los herreros operan sobre el mismo hie­rro cuando fabrican el mismo instrumento con el mismo fin 20; sin embargo, mientras apliquen la misma forma, aunque sea en otro hierro, el instrumento será correcto por más que se haga aquí o en tierra bárbara. ¿No es así?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¿Pensarás, entonces, que tanto el legislaador de aquí como el de los bárbaros, mientras apliquen la forma del nombre que conviene a cada uno en cualquier tipo de sílabas..., pensarás que el legislador de aquí no es peor que el de cualquier otro sitio?

b

 
HERM. - Desde luego.

SÓC. - Pues bien, ¿quién es el que va a juzgar ssi se en­cuentra en cualquier clase de madera la forma adecuada de lanzadera: el fabricante, el carpintero o el que la va a utilizar, el tejedor?

HERM. - Es más razonable, Sócrates, que sea el quue la va a utilizar.

SÓC. -¿Y quién es el que va a utilizar la obra ddel fa­bricante de liras?, ¿no es acaso el que tiene la habilidad de dirigir mejor al operario y juzgar si, una vez fabrica­da, está bien fabricada o no?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¿Y quién es?

HERM. - El citarista.

c

 
SÓC. - ¿Y quién con el constructor de navíos?

HERM. - El piloto.

SÓC. - ¿Y quién podría dirigir mejor la obra dell legis­lador y juzgarla, una vez realizada, tanto aquí como en­tre los bárbaros? ¿No será el que la va a utilizar?

HERM. - Sí.

SÓC. -¿Y no es éste el que sabe preguntar? >

HERM. - Desde luego.

SÓC. -¿Y también responder?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Y al que sabe preguntar y responder lo lllamas tú otra cosa que dialéctico?

d

 
HERM. - No, eso mismo.

SÓC. - Por consiguiente, la obra del carpintero es cons­truir un timón bajo la dirección del piloto, si es que ha de ser bueno el timón.

HERM. - ¡Claro!

SÓC. - Y la del legislador, según parece, constrruir el nombre bajo la dirección del dialéctico, si es que los nom­bres han de estar bien puestos.

HERM. - Eso es.

e

 
SÓC. - Puede entonces, Hermógenes, que no sea banal, como tú crees, la imposición de nombres, ni obra de hom­bres vulgares o de cualesquiera hombres. Conque Crátilo tiene razón cuando afirma que las cosas tienen el nom­bre por naturaleza y que el artesano de los nombres no es cualquiera, sino sólo aquel que se fija en el nombre que cada cosa tiene por naturaleza y es capaz de aplicar su forma tanto a las letras como a las sílabas.

391a

 
HERM. - No sé, Sócrates, cómo habré de oponerme a lo que dices. Con todo, quizá no sea fácil dejarse conven­cer tan de repente. Creo que me convencerías mejor, si me mostraras cuál es la exactitud natural del nombre que tú sostienes.

b

 
SÓC. - Yo, por mi parte, mi feliz Hermógenes, no sos­tengo ninguna. Sin duda has olvidado lo que te dije poco antes, que no sabía pero lo indagaría contigo. Y ahora de nuestra indagación, la tuya y la mía, resulta ya claro, con­tra nuestra primera idea, por lo menos esto: que el nom­bre tiene por naturaleza una cierta exactitud y que no es obra de cualquier hombre el saber imponerlo bien a cual­quier cosa. ¿No es así?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Entonces hay que investigar lo que sigue a es­to -si es que en verdad tienes ansias de saberlo-: qué clase de exactitud será la suya.

HERM. - ¡Pues claro que ardo en deseos de saberlo! SÓC. - Investígalo, entonces.

HERM. - ¿Y cómo hay que investigarlo?

SÓC. - La más rigurosa investigación, amigo mío,, se hace en compañía de los que saben, pagándoles dinero y dándoles las gracias. Y éstos son los sofistas, a quienes también tu hermano Calias 21 ha pagado mucho dinero y tiene fama de sabio. Como tú no dispones de los bienes paternos, has de instar a tu hermano y rogarle que te en­señe a ti la exactitud que, sobre tal asunto, él ha aprendído de Protágorás.

c

 
HERM. - Extraña sería, ciertamente, Sócrates, esta sú­plica, si rechazo por completo La Verdad de Protágoras 22 y estimo como si valieran algo las afirmaciones de tal verdad.

d

 
SÓC. - Pues si tampoco esto te satisface, habrá que aprenderlo de Homero y los demás poetas.

HERM. - ¿Y qué dice Homero sobre los nombres, Só­crates, y dónde?

e

 
SÓC. - En muchos pasajes. Los más grandiosos y be­llos son aquellos en los que distingue los nombres que dan a los mismos objetos los hombres y los dioses. ¿Es que no crees que dice algo magnífico y maravilloso en estos pasajes sobre la exactitud de los nombres? Pues desde lue­go es evidente que los dioses, al menos, aplican con exac­titud los nombres que son por naturaleza. ¿O no lo crees tú así?

HERM. - Bien sé yo que si les dan un nombre, éste es exacto. ¿Pero a cuáles te refieres?

SÓC. - ¿No sabes que sobre el río de Troya, el qque sos­tuvo combate singular con Hefesto, dice Homero:

 

al que los dioses llaman Janto y los hambres Escamandro? 23.

 

HERM. - Sí, Sí.

392a

 
SÓC. - ¿Pues qué? ¿No consideras cosa seria el cono­cer por qué motivo es más exacto llamar Xánthos a este río que Skámandros? Y, si quieres, sobre el ave de la que dice:

 

los dioses la llaman «chalkís» y los hombres «kymin­dis»24 ,

 

b

 
¿consideras banal el saber cuánto más exacto es dar a es­ta ave el nombre de chalkis que el de kymindis? ¿O el de Batíea y Myríne 25, y tantos otros de éste y otros poetas?

Puede que éstos sean demasiado grandiosos para que los descubramos con nuestras solas fuerzas; pero más pro­pio de hombres, según creo, y más fácil es distinguir, so­bre los nombres que atribuye al hijo de Héctor -Ska­mándrios y Astyánax 26-, qué clase de exactitud dice que tienen. Pues conoces, sin duda, los pasajes en que apa­recen estos versos a los que me refiero.

HERM. - Desde luego.

c

 
SÓC. -¿Cuál de los dos nombres -Astyánax o Skka­mándrios- crees tú que considera Homero más exacto para el niño?

HERM. - No sé decirte.

SÓC. - Considéralo entonces de esta manera: si aalguien te preguntara «¿quién crees tú que aplica los nombres con más exactitud, los más sensatos o los más insensatos?...»

HERM. - ¡Evidentemente replicaría que los más sensatos!

SÓC. - Ahora bien, ¿quiénes crees que son más seensa­tos en una ciudad, las mujeres o los hombres, para refe­rirnos en general al sexo?

HERM. - Los hombres.

d

 
SÓC. - ¿Y no sabes que Homero dice que eran los troyanos quienes llamaban Astyánax al hijo de Héctor, mien­tras que, evidentemente, las mujeres lo llamaban Skanián­drios -puesto que los hombres le daban el nombre de Astyánax 27?

HERM. -Así parece.

SÓC. - ¿Acaso también Homero consideraba a los ttro­yanos más sensatos que a sus mujeres?

HERM. - Pienso yo que sí.

SÓC. -¿Estimaba entonces que Astyánax era para el niño un nombre más exacto que Skanzándrios?

HERM. - ¡Claro!

SÓC. - Examinemos entonces por qué. ¿Es que no eex­plica estupendamente el por qué? Dice, en efecto:

e

 
 


sólo él les defendía la ciudad y los largos niuros 28.

 

Por ello, pues, es exacto, según parece, llamar al hijo del salvador «soberano de la ciudad» (Astyánax) que su padre mantenía a salvo, según afirma Homero.

HERM. -Me parece evidente.

SÓC. - ¿Y por qué así? Pues yo mismo no lo entieendo del todo, Hermógenes. ¿Lo entiendes tú?

393a

 
HERM. - ¡No, por Zeus! ¡Yo, no!    

SÓC. - ¿Pero acaso, buen amigo, fue Homero quienn impuso a Héctor su nombre?

HERM. - ¿Y qué?

b

 
SÓC. - Para mí que también éste tiene una cierta se­mejanza con Astyánax y que estos nombres parecen grie­gos. Pues Anax y Héctor 29 significan casi lo mismo, uno y otro son nombres de rey: en efecto, si uno es «señor» (ánax) de algo, también es, sin duda, su «dueño» (héktor). Es evidente que lo domina, lo posee y lo «tiene» (échei). ¿O crees que digo naderías y que me engaño al pensar que estoy palpando la huella, por así decirlo, de la opinión de Homero sobre la exactitud de los nombres?

HERM. - ¡No, por Zeus! No me parece que te pase eso, sino que tal vez estés alcanzando algo.

c

 
SÓC. - Al menos es justo, según se me pinta, llamar león al fruto del león y caballo al fruto del caballo 30. De ningún modo me refiero a si de un caballo nace, como monstruo, un ser distinto de un caballo. Me estoy refirien­do a aquello que es fruto de la generación natural. Si un caballo engendra contra natura un ternero, que es, por na­turaleza, fruto de un toro, no hay que llamarlo potro, si­no ternero. Tampoco, pienso yo, si de un hombre nace lo que no es fruto de hombre, hay que llamar hombre a este fruto. Y lo mismo sucede con los árboles y con todo lo de­más. ¿O no eres de mi opinión?

HERM. - Soy de tu opinión.

d

 
SÓC. - Dices bien. Vigílame, pues, no vaya a inducir­te a error de alguna forma. Y es que, por la misma cuen­ta, si de un rey nace un retoño, hay que llamarlo rey. Nada importa que sean unas u otras las letras que expresan el mismo significado; ni tampoco que se añada o suprima una letra con tal que siga siendo dominante la esencia de la cosa que se manifiesta en el nombre. 31

HERM. - ¿¿Qué quieres decir con esto?

e

 
SÓC. -Nada complicado. Tú sabes que a los ele­mentos32 les damos nombre sin que pronunciemos los elementos mismos, excepto en el caso de cuatro: la e, la u, la o y la o 33. En cambio, a los demás, ya sean vocales o consonantes34, sabes que les añadimos otras letras pa­ra pronunciarlos convirtiéndolos en nombres. Pero, con tal que le impongamos manifiestamente la potencia suya, será correcto darle el nombre que nos lo va a designar. Por ejemplo, la beta: ya ves que, pese a añadir e, t y a, na­da impide manifestar con el nombre completo la natura­leza de aquel elemento tal como lo quería el legislador. ¡Así de sabio fue para imponer bien los nombres a las letras!

394a

 
HERM. - Creo que tienes razón.

SÓC. -¿Entonces nos haremos la misma cuenta también en el caso del rey? En efecto, de un rey procederá un rey, de un bueno uno bueno, de un bello uno bello e, igualmente, en todos los demás casos: de cada raza nace­rá un producto semejante, siempre que no surja un mons­truo. Y habrá que darles los mismos nombres. Podemos engalanarlos con las sílabas hasta el punto de que a un profano pueda parecerle que los mismos seres son distin­tos entre sí. Lo mismo que a nosotros nos parecen distin­tos, siendo los mismos, los fármacos de los médicos cuan­do están variados con colores y olores -mientras que al médico, en tanto que obserrva la virtud de los fármacos, le parecen los mismos y no se deja impresionar por los elementos añadidos-, de la misma forma, quizás, también el experto en nombres observa su virtud y no se deja im­presionar si se añade una letra, se transmuta o se supri­me, o bien si la virtud del nombre reside en otras letras completamente diferentes. Lo mismo que -como decía­mo hace un momento- Astyánax y Héktor no tienen nin­guna letra en común, salvo la t, y, sin embargo, significan lo mismo.

c

 

b

 
Aún más: ¿qué letra tiene en común con éstos arché­polis? Y, sin embargo, significa lo mismo. Hay otros mu­chos nombres que no significan otra cosa que «rey» y otros, a su vez, que significan «general», como, por ejem­plo, Agis, Polémarchos y Eupólemos 35. Y otros, en rela­ción con la medicina: latroklés y Akesímbrotos 36.

d

 
Conque puede que halláramos otros muchos nombres que difieren en sílabas y letras, pero dicen lo mismo en lo que toca a su virtud. ¿Te parece así o no?

HERM. - Desde luego que sí.

SÓC. - PPues bien, a los seres que nacen conforme a na­turaleza habrá que darles los mismos nombres.

HERM. - Desde luego.

SÓC. -¿Y qué haríamos con los que nacen contra na­tura, los que se originan bajo la forma de monstruos? Por ejemplo, si de un hombre bueno y piadoso nace un impío 37... ¿no es cierto, como decíamos antes, que si un caballo tenía un engendro de bovino, no debía llevar el nombre del padre, sino el de la raza a la que pertenece?

e

 
HERM. - Desde luego.

SÓC. - LLuego también al impío que nace del piadoso habrá que asignarle el nombre de su estirpe.

HERM. - Eso es.

SÓC. - NNo el de Theóphilos ni el de Mnēsítheos 38 ni ninguno por el estilo, sino el que significa lo contrario a éstos -si es que en verdad los nombres participan de la exactitud.

HERM. - Nada más justo, Sócrates.

SÓC. - LLo mismo que el de Oréstēs, Hermógenes, es po­sible que esté bien puesto, ya fuera la casualidad, o algún poeta quien le diera nombre poniendo de relieve con éste lo feroz de su natural, así como su carácter salvaje y «mon­taraz» (oreinós) 39

395a

 
HERM. - Así parece, Sócrates.

SÓC. - TTambién parece que su padre tiene el nombre conforme a naturaleza.

HERM. - Claro.

b

 
SÓC. - En efecto, puede que Agamémnōn sea el indi­viduo capaz de llevar hasta el final sus decisiones, así co­mo de aguantar a fuerza de valor y poner término a sus designios. Y prueba de ello es la permanencia y tenacidad de su ejército en Troya. Así pues, el nombre de Agamém­nōn significa que este hombre es «admirable» (agastós) por su «perseverancia» (epimoné).

c

 
Quizá también Atreús sea exacto, pues su asesinato de Crisipo 40 y las atrocidades tan grandes 41 que cometió con Tiestes son hechos dignos todos de castigo y «funes­tos» (atērâ) para la virtud. En realidad, la derivación de su nombre peca un poco de desviación u oscuridad para no revelar a todo el mundo la naturaleza de este hombre. Pero a cuantos han oído lo suficiente sobre los nombres, el de Atreo les revela claramente lo que quiere significar. En efecto, su nombre está bien puesto por todo: por lo. «im­placable» (ateirés), lo «audaz» (átreston) y lo «funesto» (atērón).

Creo que también a Pélops le viene el nombre a medi­da, pues éste significa que quien ve lo de cerca es digno de tal apelación.

HERM. - ¿Cómo, pues?

d

 
SÓC. - Por ejemplo, se alega de algún modo contra este hombre que, en el asesinato de Mírtilo 42, fue incapaz de adivinar o prever nada de lo que iba a afectar, en el futu­ro, a toda su estirpe -de todo el infortunio que la colmó-, por ver sólo lo que tenía «cerca» (esto significa pélas) y lo momentáneo, cuando ansiaba conseguir por cualquier medio la boda con Hipodamía.

También el de Tántalos 43 podría pensar cualquiera que es un nombre exacto y conforma a la naturaleza, si es verdad lo que de él se cuenta.

HERM. - ¿A qué te- refieres?

e

 
SÓC. -A las muchas y terribles desventuras que le so­brevinieron en vida, cuyo colmo fue la ruina de toda su patria y, una vez muerto, la piedra, tan acorde con su nombre, «que gravita» (talanteía) sobre su cabeza en el Hades. Sencillamente, parece como si alguien hubiera querido darle el nombre de «el mayor sufridor» (talántaton) 42, pe­ro le hubiera nombrado y llamado disimuladamente Tán­talos, en vez de aquello. Tal es el nombre que también le proporcionaron los azares de la fama.

b

 

396a

 
Parece que también su padre, llamado Zeús, tiene ma­ravillosamente puesto el nombre, aunque no sea fácil de comprender. En efecto, el nombre de Zeus es como su definición. Lo dividimos en dos partes, y unos, empleamos una y, otros, otra -unos le llaman Zēna y otros Día- 45, pero si los ayuntamos en uno, ponen de manifiesto la na­turaleza del dios y esto es, precisamente, lo que conviene que un nombre sea capaz de expresar. Y es que, tanto pa­ra nosotros como para los demás, no hay un mayor cau­sante de la «vida» (zén) que el dominador y rey de todo. Acontece, pues, que es posiblemente exacto el nombre de este dios «por el cual» (di'hón) los seres vivos tienen el «vivir» (zén). Y aun siendo único su nombre, está dividido en dos partes, como digo: Día y Zéna. Podría parecer in­solente, si se oye de repente, el que sea hijo de Krónos y, sin embargo, hay buenas razones para que Zeús (día) sea hijo de una gran «inteligencia» (diánoia), pues Krónos sig­nifica «limpieza» (kóros), no muchacho, sino la «pureza» sin mezcla de la «mente» (kóros noû).

Éste es hijo de Ourános, según la tradición, y a su vez, la contemplación de lo alto está bien que tenga el nombre de ouranía, «la que mira hacia lo alto» (horôsa tà áno). De aquí, afirman los meteorólogos, Hermógenes, que nos vie­ne una mente limpia y que el nombre del Cielo es exacto. Si recordara su genealogía -todos los progenitores que Hesíodo nombra hacia atrás-, no acabaría de explicar cuán exactos son los nombres que tienen puestos, hasta que probara cuál es la virtud -y si se va a agotar o po­de esta sabiduría que me ha sobrevenido ahora de repen­te, no sé de dónde.

d

 

c

 
HERM. - ¡Desde luego, Sócrates! Sencillamente parre­ce que te has puesto, de repente, a recitar oráculos como los posesos.

397a

 

e

 
SÓC. - ¡Claro, que es a Eutifrón Prospaltio 46 a quien culpo, Hermógenes, de que -me haya sobrevenido ésta! Pues desde el alba no he dejado de acompañarle y pres­tarle oídos. Es posible, por tanto, no sólo que haya col­mado mis oídos por estar él poseído, sino que incluso ha­ya cautivado mi alma. Creo, pues, que deberíamos obrar así: hoy podemos servirnos de ella y analizar los nombres que nos quedan, pero mañana, si estás de acuerdo conmi­go, la conjuraremos y nos purificaremos buscando a quien sea capaz de realizar una tal purificación, ya sea sacer­dote o sofista.

HERM. - Yo estoy de acuerdo. Escucharía con mucho agrado lo que queda sobre los nombres.

b

 
SÓC. - Entonces habrá que hacerlo. Ahora que nos he­mos embarcado en una descripción esquemática, ¿por dónde quieres que comencemos, en nuestro análisis, pa ra ver si los nombres mismos nos confirman que no están puestos espontáneamente en absoluto, sino que tienen una cierta exactitud? En realidad, los nombres de héroes y hombres podrían llevarnos a engaño: muchos de ellos han sido puestos conforme al apelativo de sus antepasados, aunque no les conviniera a algunos, como decíamos al co­mienzo; y otros muchos se ponen expresando un deseo, como Eutychidēs, Sōsías y Theóphilos 47 y muchos más. Así pues, es mi opinión que habría que dejar tales nom­bres. Sin embargo, es razonable que encontremos los que están rectamente puestos, sobre todo en relación con las realidades eternas por naturaleza. Aquí es donde convie­ne, más que nada, interesarse por la imposición de los nombres. Puede que algunos de ellos hayan sido puestos por una potencia más divina que humana 48.

c

 
HERM. - Creo que dices bien, Sócrates.

SÓC. -¿No es, entonces, justo comenzar por los ddio­ses y examinar por qué han recibido exactamente el nom­bre éste de «dioses» (theoí)?

HERM. - Es razonable, al menos.

d

 
SÓC. - Yo por mi parte sospecho, desde luego, algo así: me parece que los primeros hombres que rondaron la Hélade tuvieron sólo por dioses, precisamente, a los mismos que la mayoría de los bárbaros tienen todavía hoy: al sol y la luna, a la tierra, a los astros y al cielo. Pues bien, co­mo veían siempre a todos estos en movimiento y «a la ca­rrera» (théonta), les pusieron el nombre de «dioses» (theoús) a partir de la naturaleza ésta del «correr» (theîn). Posteriormente, cuando hubieron descubierto a todos los demás, siguieron ya llamándoles con este nombre. ¿Tie­ne lo que digo alguna semejanza con la verdad o ninguna en absoluto?

HERM. - ¡Claro que tiene mucha!

e

 
SÓC. - ¿Entonces qué podríamos examinar después de esto?

HERM. - Es evidente que a los démones, a los héroes y a los hombres.

SÓC. 49- ¿A los démones? ¿Y qué querrá decir de ver­dad, Hermógenes, el nombre de démones? Considera si te parece que llevo razón.

HERM. - Sólo tienes que hablar.

SÓC. - Bien. ¿Sabes quiénes dice Hesíodo que sonn los démones?

HERM. - No se me ocurre.

SÓC. - ¿No dice que la primera generación de hommbres fue de oro?

HERM. - Eso sí que lo sé.

SÓC. -Pues bien, sobre esto dice:

398a

 
luego que Moira ocultó por completo a esta raza, a reciben el nombre de démones, puros, terrenos, nobles, protectores del mal, guardianes de los hombres mortales 50

 

HERM. -Bien, ¿y qué?

SÓC. - Pues que pienso yo que Hesíodo llama «de oro» a esta raza, no porque naciera del oro, sino porque nació «noble y hermosa». Y la prueba es, para mí, que también afirma que nosotros somos una raza de hierro.

HERM. - Dices verdad.

b

 
SÓC. - Entonces, si alguien de hoy es bueno, ¿piensas 5 que Hesíodo diría que pertenece a aquella raza de oro? HERM. - Es muy probable.>

SÓC. - ¿Y los buenos son otra cosa que sensatos?? HERM. - Sensatos.

c

 
SÓC. - Por consiguiente, según mi opinión, lo que de­fine a los démones es esto más que nada; y, como eran sen­satos y «sabios» (daērnones), les dio el nombre de démones. Y, desde luego, en nuestra lengua arcaica aparece este mismo nombre 51. Conque dice bien este poeta, así como cuantos afirman que, cuando fallece un hombre bueno, consigue un gran destino y honra y se convierte en demon en virtud del nombre que le impone su prudencia. Así es, pues, como yo también sostengo que todo hombre que sea bueno es demónico, tanto en vida como muerto, y que re­cibe justamente el nombre de demon.

HERM. - Creo, Sócrates, que también yo estoy plena­mente de acuerdo contigo en esto. Pero, ¿y héroe? ¿Qué sería?

SÓC. - Esto no es muy difícil de imaginar, pues su nombre está poco alterado y significa la génesis del amor. HERM. - ¿A qué te refieres?

SÓC. - ¿No sabes que los héroes son semidioses? 52.

d

 
HERM. - ¿Y qué?

SÓC. - Todos, sin duda, han nacido del amor de uun dios por una mortal o de un mortal por una diosa. Conque, si observas también esto en la lengua ática arcaica 53, lo sa­brás mejor: te pondrá de manifiesto que, en lo que toca al nombre, está muy poco desviado del nombre del «amor» (érōs), del cual nacieron los héroes (hérōes). Esto es lo que define a los héroes, o bien el que eran sabios y hábiles ora­dores y dialécticos, capaces de «preguntar» (erōtân), pues eírein es sinónimo de légein (hablar). Así pues, como de­cíamos hace un instante, los que, en la lengua ática, reci­ben el nombre de héroes aparecen como oradores y hábi­les interrogadores; de modo que la raza heroica es raza de oradores y sofistas. Este caso no es difícil de compren­der, sino, más bien, el de los hombres. ¿Por qué reciben éstos el nombre de ánthrōpoi (hombres)? ¿Puedes tú decirlo?

399a

 

e

 
HERM. -¿Y de dónde, amigo mío, voy a poder yo? Y aunque fuera capaz de descubrirlo, no me esforzaré por considerarte más capaz que yo de descubrirlo.

SÓC. - Tú confías en la inspiración de Eutifrón,, según parece.

HERM. - ¡Claro!

SÓC. - Y confías bien. Ahora, ciertamente, me paarece que me vienen a la mente ideas ingeniosas y correré el ries­go, si no me ando con cuidado, de resultar hoy aún más listo de lo conveniente. Fíjate lo que te digo: esto es lo pri­mero que hay que reflexionar sobre los nombres, el que muchas veces añadimos letras, otras las suprimimos -por dar nombres a partir de lo que queremos 54- y también cambiamos los acentos. Por ejemplo, Diì phílos (protegido de Zeus): para que, en vez de locución 55, se nos convierta en nombre le quitamos una i y pronuncia­mos como grave, en vez de aguda, la sílaba central 56. En otros nombres, por el contrario, introducimos letras y pro­nunciamos como agudas las sílabas graves.

b

 
HERM. - Dices verdad.

SÓC. - Pues bien, entre los nombres que experimeen­tan esto, uno es, precisamente, el de ánthrōpos, según me parece. Pues de locución se ha convertido en nombre con suprimir una sola letra, la a, y convertir en grave la última.

HERM. - ¿Cómo?

c

 
SÓC. - De esta forma: este nombre de ánthrōpos sig­nifica que los demás animales no observan ni reflexionan ni «examinan» (anathreî) nada de lo que ven; en cambio el hombre, al tiempo que ve -y esto significa ópōpe-, también examina y razona sobre todo lo que ha visto. De aquí que sólo el hombre, entre los animales, ha recibido correctamente el nombre de ánthrōpos porque «examina lo que ha visto» (anathrôn hà ópōpe).

HERM -¿Entonces qué? ¿Te pregunto lo que sigue a esto, cosa que escucharía con gusto?

SÓC. - Desde luego.

d

 
HERM. - Pues bien, tal como yo imagino, a esto le si­gue a continuación un asunto: sin duda al hombre le atri­buimos algo a lo que llamamos alma y cuerpo.

SÓC. - ¿Cómo no?

HERM. - Intentemos, entonces, dilucidar esto como lo anterior.

SÓC. - ¿Quieres decir que analicemos hasta qué ppun­to es razonable el nombre de psychē y después, igualmen­te, el de sóma?

HERM. - Sí.

e

 
SÓC. - Bueno, para decirlo al momento, creo que los que pusieron el nombre de psychē (alma) pensaban algo así: que, cuando acompaña al cuerpo, es causante de que éste viva, puesto que le proporciona la capacidad de res­pirar y de «refrescar» (anapsychôn) 57, y que el cuerpo pe­rece y muere tan pronto como le abandona lo que refres­ca. De ahí, precisamente, me parece que le dieron el nom­bre de psychē. Pero ten paciencia, si quieres, porque me parece que estoy vislumbrando una explicación más con­vincente que ésta a los ojos de los amigos de Eutifrón 58. Me imagino que éstos la despreciarían y la estimarían gro­sera. Conque mira si esta otra te satisface también a ti.

400a

 
HERM. - Sólo tienes que hablar.

SÓC. - ¿Qué otra cosa, sino el alma, piensas tú que por­ta y soporta la naturaleza de todo cuerpo, a fin de que vi­va y sobreviva?

HERM. - Ninguna otra cosa.

SÓC. - ¿Y qué? ¿No piensas tú con Anaxágoras 59 que la mente y el alma es lo que ordena y mantiene la natura­leza de todas las demás cosas?

b

 
HERM. - Sí.

SÓC. - Entonces sería correcto dar el nombre de physéchē a esta potencia que «porta» (ocheî) y «soporta» (échei) la «naturaleza» (physis). Aunque también es posi­ble llamarla psychē no sin elegancia.

HERM. - Exactamente. Y, además, me parece que es­­ta denominación es más científica que aquélla.

SÓC. - Y lo es. Con todo, parece realmente ridícculo darle el nombre tal como se le puso.

HERM. - ¿Y lo que sigue a esto? ¿Cómo diremos quee es?

SÓC. -¿Te refieres al «cuerpo» (sôma)? <

c

 
HERM. - Sí.

SÓC. - Éste, desde luego, me parece complicado; y mu­cho, aunque se le varíe poco. En efecto, hay quienes di­cen que es la «tumba» (sêma) del alma 60, como si ésta es­tuviera enterrada en la actualidad. Y, dado que, a su vez, el alma manifiesta lo que manifiesta a través de éste, tam­bién se la llama justamente «signo» (sêma).

Sin embargo, creo que fueron Orfeo y los suyos quie­nes pusieron este nombre, sobre todo en la idea de que el alma expía las culpas que expía y de que tiene al cuerpo como recinto en el que «resguardarse» (sōizētai) 61 ba­jo la forma de prisión. Así pues, éste es el sôma (prisión) del alma, tal como se le nombra, mientras ésta expía sus culpas; y no hay que cambiar ni una letra.

d

 
HERM. - Creo, Sócrates, que esto se ha dejado sufficientemente formulado. Pero, ¿y sobre los nombres de los dio­ses, tal como hace un instante hablabas de Zeus? ¿Podríamos examinar, por el mismo procedimiento, en virtud de qué exactitud tienen puestos sus nombres? 62.

401a

 

e

 
SÓC. - ¡Por Zeus, Hermógenes! Si fuéramos sensatos, sí que tendríamos un procedimiento, el mejor: que nada sabemos sobre los dioses ni sobre los nombres que se dan a sí mismos -pues es evidente que ellos se dan los verda­deros nombres-. Pero una segunda forma de exactitud sería llamarles, como acostumbramos en las plegarias, «cualquiera sea la forma como gusten de ser nombrados», pues ninguna otra cosa sabemos. Y pienso yo, desde lue­go, que es una buena costumbre. Ahora bien, si lo deseas, examinemos previniendo, por así decirlo, a los dioses que no vamos a indagar nada sobre ellos mismos (pues no nos consideramos dignos de ello), sino sobre los hombres: cuál era la opinión que tenían cuando les pusieron nombres. Esto escapará a su cólera.

b

 
HERM. - Paréceme, Sócrates, que hablas comedida­mente. Conque obremos así.

SÓC. - ¿Y qué otra cosa haremos, sino comenzar ppor Hestia, como es norma 63?

HERM. - Es justo, desde luego.<

SÓC. - ¿Qué se diría que pensaba el que <le dio el nom­bre de Hestia?

HERM. - Por Zeus, no creo que esto sea fácil

SÓC. - Es bien posible, buen Hermógenes, que loss pri­meros que impusieron nombres 64 no fueran necios, sino astrónomos y gárrulos habladores.

c

 
HERM. - ¿Cómo?

SÓC. -Me parece que la imposición de nombres es obra de tal clase de hombres, y si se analizan los nombres de otros dialectos 65, no se dejará de descubrir lo que significa cada uno. Por ejemplo, a lo que nosotros llamamos ousía (ser, esencia), unos lo llaman essía y otros incluso ōsía 66. Así pues, es razonable llamar Hestía, conforme a la segunda denominación, al «ser (esencia) » de las cosas. Pero, además, dado que nosotros decimos estín (es) 67 de cuanto participa de la ousía, también por esto sería co­rrecto el nombre de Hestía. Pues incluso nosotros antigua­mente, según parece, llamábamos essía a la ousía. Aún más: si uno se fija en los sacrificios, pensaría que los que le pusieron el nombre tenían esta idea: es razonable que comiencen con Hestía el sacrificio precisamente aquellos que dieron el nombre de essía al ser del Universo. Cuantos, a su vez, la llamaron ōsía pensarían, casi de acuerdo con Heráclito, que los seres se mueven todos y que nada permanece. La causa y el principio de éstos es el «impul­sar» (othoûn)68 de donde es razonable que la llamaran ōsía. Quede esto así sentado como por quienes nada saben.

e

 
Después de Hestía es razonable analizar Rhéa y Kró­nos. Claro, que ya hemos descrito el nombre de Krónos, aunque quizá nada vale lo que digo.

d

 
HERM. - ¿Cómo es eso, Sócrates?>

SÓC. - Buen amigo, se me ha ocurrido un como en­­jambre de sutilezas.

HERM. - ¿De qué clase?

402a

 
SÓC. - Es completamente ridículo decirlo, pero creo que tiene una cierta fuerza de persuasión.

HERM. - ¿Qué fuerza es ésa?

>

SÓC. - Me parece ver a Heráclito diciendo cosas sa­bias y añejas, simplemente de los tiempos de Rea y Cro­nos; las mismas que Homero decía.

HERM. -¿A que te refieres con esto?

SÓC. - En algún sitio dice Heráclito «todo se muueve y nada permanece» y, comparando los seres con la corrien­te de un río, añade: «no podrías sumergirte dos veces en el mismo río».

b

 
HERM. - Eso es.

SÓC. - ¿Pues qué? ¿Piensas que quien puso el nommbre de Rhéa y Krónos a los progenitores de los demás dioses pensaba algo distinto que Heráclito 69? ¿Acaso crees que aquél les impuso a ambos nombres de corrientes al azar? Igual que Homero dice a su vez: «Océano de los dioses pa­dre y madre Tetis»70. Y creo que también Hesíodo 71. Di­ce, igualmente, Orfeo:

 

c

 
Océano de hermosa corriente fue el primero en casarse, el cual a su hermana de madre, Tetis, desposó.

 

Fíjate que esto concuerda y todo confluye en el dicho de Heráclito.

HERM. - Creo, Sócrates, que dices algo de valor. Sin embargo, no comprendo lo que significa el nombre de Tēthys.

d

 
SÓC. - Pues en verdad dice por sí mismo que es nom­bre velado de fuente. Pues lo «tamizado» (diattómenon) y « filtrado» (ēthoúmenon) es imagen de fuente, y de estos dos nombres se compone el de Tēthys.

HERM. - Esto, Sócrates, sí que es sutil.

SÓC. - ¿Y por qué no iba a serlo? Mas, ¿qué va ddetrás de esto?,Ya nos hemos referido a Zeus.

HERM. - Sí.

SÓC. - Hablemos, pues, de sus hermanos Poseidón y Plutón y del nombre que le dan a éste.

HERM. - Desde luego.

b

 

403a

 

e

 
SÓC. -Pues bien, me parece que el nombre de PPoseidón 72 fue puesto por el primero que le nombró, por­que la naturaleza del mar contuvo su marcha y no permi­tió que continuara avanzando: fue para él como una tra­ba de sus pies. Conque al dios que tenía el dominio de es­ta capacidad le dio el nombre de Poseidón como si fuera « traba para los pies» (posi desmón). Y la e se introdujo, quizás, por realzarlo. Puede que no quiera decir esto, sino que, en principio se pronunciaron dos l en vez de la s, con el sentido de el «dios que sabe mucho» (pollà eidōs). O quizás ha recibido el nombre de «el que sacude» (ho seíōn) a partir del verbo seíein (sacudir) añadiendo la p y la d. En cuanto al de Ploútōn, fue llamado así por su do­nación de la «riqueza» (ploûtos), dado que la riqueza sale de debajo de la tierra. En cuanto al de Háidēs, la mayoría parece suponer que añade a este nombre su carácter de invisible (aeidēs) 73 y le llaman Ploútón por temor.

HERM. - ¿Y a ti qué te parece, Sócrates?    

SÓC. - A mí, desde luego, me parece que los hombbres se equivocan de cabo a rabo sobre la virtud de este dios y que le tienen miedo sin razón. Y es que temen que, cuan­do muere uno de nosotros, permanece allí para siempre. También albergan el temor de que el alma, despojada del cuerpo, vaya a Varar junto a aquél. Pero es mi opinión que todo confluye en lo mismo, tanto el poder del dios co­mo del hombre.

c

 
HERM. - ¿Cómo, pues?

SÓC. - Voy a decirte lo que a mí se me antoja. DDime: de las trabas que retienen a un viviente cualquiera en un lugar cualquiera, ¿cuál te parece que es más fuerte, la ne­cesidad o el deseo?

HERM. - Es superior con mucho el deseo, Sócrates.

SÓC. - ¿No piensas, entonces, que muchos huiríann de Hades, si éste no retuviera a los que van allí con la traba más poderosa?

d

 
HERM. - Claro.

SÓC. - Luego, según parece, los encadena con el de­seo -y no con la necesidad-, si es que los encadena con la mayor traba.

HERM. -Así parece.

SÓC. - ¿Y no son numerosos los deseos?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Y hay un deseo mayor que cuando uno convvi­ve con alguien y espera convertirse en un hombre mejor por causa de éste?

HERM. - ¡Por Zeus, Sócrates, de ninguna manera!

404a

 

e

 
SÓC. - Diremos entonces, Hermógenes, que nadie de los de allí desea regresar acá por esta razón, ni siquiera las Sirenas 74, sino que tanto éstas como todos los demás están hechizados. ¡Tan hermosos son, según parece, los relatos que sabe contar Hades! Y de acuerdo, al menos, con este razonamiento, este dios es un cumplido sofista y un gran bienhechor de quienes con él están. ¡É1, que tan­tos bienes envía a los de aquí: tan numerosos son los que le sobran allí! Conque, en razón de esto, recibió el nom­bre de Ploútōn. Al mismo tiempo, el no desear convivir con los hombres mientras tienen cuerpo; el convivir cuan­do el alma se halla purificada de todos los males y apeti­tos del cuerpo ¿no te parece que es propio de un filósofo y de quien tiene bien pensado que, de esta forma, podrá retenerlos encadenándolos con el deseo de virtud, pero que, mientras tengas el aturdimiento y locura del cuer­po, ni siquiera Cronos, su padre, podría retenerlos atán­dolos con las ligaduras 75 que le atribuye la leyenda?

b

 
HERM. - Es posible que digas algo serio, Sócrates.

SÓC. - Conque el nombre de Háidēs, HHermógenes, no lo ha recibido, ni mucho menos, a partir de lo «invisible» (aidoûs). Antes bien, por el hecho de «conocer» (eidénai) todo lo bello, fue llamado Háidēs por el legislador.

HERM. - Bien. ¿Y de Deméter y Hera, Apolo y Atenea, Hefesto y Ares y los demás dioses qué diremos?

SÓC. -Parece que Dēmētēr 76 recibió tal nombre en virtud del don del alimento, pues nos lo «da» (didoûsa) co­mo «madre» (mētēr).

c

 
Héra 77 es alguien «deseable» (eratē), tal como se cuen­ta que Zeus la poseyó, «deseándola» (erastheís). Quizás, el legislador, investigando los fenómenos celestes, dio el nombre de Hēra al «aire» (aēr) veladamente, poniendo el inicio del nombre al final. Lo captarías si pronuncias mu­chas veces el nombre de Hera.

e

 

d

 
En cuanto a Pherréphatta 78, muchos sienten temor de este nombré, así como del de Apóllōn, por ignorancia de la exactitud de los nombres, según parece. Así que lo trans­forman y lo contemplan como Phersephóné, y les parece terrible. Mas éste significa que la diosa es sabia, pues dado que las cosas se mueven, lo que las toca, las palpa y puede acompañarlas sería sabiduría. Así pues, la diosa se­ría llamada con exactitud Pherépapha, en virtud de su sa­biduría y su «contacto con lo que se mueve» (epaphēn toû pheroménou) o algo por el estilo (razón por la cual convi­ve con ella Hades, que es sabio). Sin embargo, ahora alte­ran su nombre teniendo en más la eufonía que la verdad, de forma que la llaman Pherréphatta. Igualmente, como digo, muchos sienten temor de Apóllōn, como si sugirie­ra algo terrible. ¿No te has percatado?

HERM. - Desde luego que sí. Dices verdad.

SÓC. - Y, sin embargo, según mi opinión, este noombre está excelentemente puesto en lo que toca a la virtud del dios 79.

HERM. - ¿Cómo, pues?

405a

 
SÓC. - Intentaré explicarte lo que a mí me parece. No hay nombre que se hubiera ajustado mejor, siendo único, a las cuatro virtudes del dios, hasta el punto de que abar­ca todas ellas y manifiesta, de algún modo, su arte de mú­sico, adivino, médico y arquero.

HERM. -Habla, pues. ¡Extraño nombre el que me dicces!

- SÓC. - Y bien armónico, desde luego -¡como que el dios es músico! En primer lugar, la purificación y las ablu­ciones tanto en lo que toca a la medicina como a la mánti­ca, así como las fumigaciones con drogas medicinales o mánticas, y, finalmente, los baños y aspersiones en tales circunstancias, todas ellas tendrían una sola virtud: de­jar al hombre puro tanto de cuerpo como de alma. ¿O no?

b

 
HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¿Por consiguiente, éste sería el dios quee puri­fica, así como el que lava y libra de tales males?

HERM. - Desde luego.

d

 

c

 
SÓC. - Entonces, en virtud de las liberaciones y ablu­ciones -en la medida en que es médico de tales males-, recibiría con propiedad el nombre de Apoloúōn (el que la va). Y, en virtud de la adivinación, la verdad y la sinceri­dad -pues son la misma cosa-, recibiría con toda pro­piedad el nombre que le dan los tesalios; pues todos ellos llaman Aplóun a este dios. Y, en razón de su dominio del arco, por estar siempre disparando, es aei bállōn (cons­tante disparador). En lo que se refiere a la música, hay que tomar en consideración -como en el caso de akólout­hos y ákoitiis- que a tiene a menudo el significado de ho­moû (junto con) 80 y que aquí se refiere a la «co-rotación» (homoû pólēsis), tanto alrededor del cielo –lo que llaman «revoluciones» (póloi)-, como en torno a la harmonía del canto, la cual recibe el nombre de consonancia, porque todas estas giran al mismo tiempo de acuerdo con una cierta armonía, como afirman los entendidos en música y astronomía.

406a

 

e

 
Éste es el dios que preside la armonía, simultaneando todas estas «rotaciones» (homopolôn) tanto entre los dio­ses como entre los hombres. Y es que, lo mismo que a ho­nzokéleuthon (compañero de viaje) y homókoitis (consor­te) les hemos dado el nombre de akólouthos y ákoitis cam­biando homo- por a-, así hemos llamado Apóllōn al que era Homopólōn, introduciendo otra l porque era homónimo de la palabra molesta 81. Cosa que, incluso hoy, sospe­chan algunos por no examinar con precisión la virtud del nombre, y lo temen como si tuviera el significado de des­trucción. Y, sin embargo, este nombre, como decíamos ha­ce un instante, fue impuesto porque abarca todas las virtudes del dios: «sincero» (haploûs), «constante disparador» (aeì bállōn), «purificador» (apoloúōn), rector de la «co­rotación» (homopoloûn).

En cuanto a las Musas y, en general, a la música, les dio este nombre, según parece, a partir del verbo «desear» (môsthai) 82, así como de la investigación y el amor por el saber.

Lētō viene de la benevolencia de esta diosa, por cuan­to accede gustosamente a lo que uno pueda pedirle. Pero, tal vez, sea como la llaman en otros dialectos -pues mu­chos la llaman Lēthō 83-. Es razonable, desde luego, que reciba el nombre de Lēthtō por parte de quienes así la lla­man en razón de su falta de aspereza, de la dulzura y « sua­vidad» (leîon) de su «carácter» (éthos).

b

 
Ártemis 84 se revela como lo «íntegro» (atremés) y lo recatado por causa de su amor a la virginidad; aunque pue­de que el que le puso nombre la llamó «conocedora de vir­tud» (aretēs hístora) o, quizás también, en la idea de que «odia la arada» (ároton misēsásēs) del varón en la mujer. Ya sea por una de estas razones o por todas ellas, éste fue el nombre que impuso a la diosa el que se lo puso.

HERM. - ¿Y Diónysos y Aphrodíta?

c

 
SÓC. - ¡Tremenda pregunta, hijo de Hipónico! Sin em­bargo, tienen estos dioses una suerte de nombres que ha sido impuesta tanto en broma como en serio. Así pues, pre­gunta a otros por la seria, que nada me impide a mí diser­tar sobre la festiva 85, pues hasta los dioses gustan de bromear. Dioniso podría ser llamado en broma el «dador del vino» (Didoínousos), y al vino, puesto que hace creer a la mayoría de los bebedores que tienen cordura sin te­nerla, sería razonable llamarlo oiónous (que hace creer en la cordura).

d

 
Sobre Afrodita no sería digno contradecir a Hesiodo, sino convenir con él que fue llamada Aphrodíta por su na­cimiento de la «espuma» (aphroû) 86.

HERM. -Por otra parte, Sócrates, no irás a olvidaarte de Atenea, ateniense como eres, ni tampoco de Hefesto y Ares!

SÓC. - No sería razonable.

HERM. - Desde luego que no.

>

SÓC. - Ahora que su segundo nombre no es difícill de­cir por qué fue puesto.

HERM. - ¿Qué nombre?

SÓC. -Solemos llamarla Pállas ¿no? <

HERM. - ¿Cómo no?

407a

 

e

 
SÓC. - Si pensamos, pues, que este nombre le ha si­do puesto, como yo imagino, a partir de la danza armada, pensaríamos con propiedad 87. Pues a la acción de «elevarse» uno mismo u otra cosa, ya sea desde el suelo o con las manos, la llamamos pálleín y pállesthai, hace danzar y danzar.

HERM. - Exactamente.

SÓC. - El nombre de Pállas, entonces, se explica de es­ta forma.

HERM. - Y muy exactamente. ¿Pero cómo interpretass el otro nombre?

SÓC. - El de Athēna?

HERM. - Sí.

c

 

b

 
SÓC. - Éste, amigo mío, tiene más peso. Ahora bien, parece que los antiguos tenían sobre Atenea la misma idea que los actuales entendidos en Homero. Y es que la mayoría de éstos, cuando comentan al poeta, dicen que Ate­nea es la responsable de la inteligencia misma y del pen­samiento. Conque el que puso los nombres pensaba, se­gún parece, algo similar sobre ella; y, lo que es más im­portante, queriendo designar la «inteligencia de dios» (theoû nóēsis), dice -más o menos- que ella es la «inteli­genciaa divina» (Theonóa), sirviéndose de la a de otros dia­lectos, en vez de la e, y eliminando tanto la i como la s. Y aun quizá ni siquiera por esta razón, sino que la llamó Theonóē en la idea de que ella, por encima de los demás, «conoce» (nooúsēs) las «cosas divinas» (tà theîa). Claro que tampoco es disparatado que quisiera también designar Ethonóē a la «inteligencia ética» (tōi éthei nóēsis) 88, en la idea de que la diosa es esto. Y, ya sea él o algún otro, la llamaron después Athēnáa transformándolo en un nom­bre más bello, según creían ellos.

HERM. - Bien. ¿Y Hefesto qué? ¿Cómo lo explicas?

SÓC. -¿Acaso me preguntas por el genuino «conocee­dor de la luz» (pháeos hístora)?

HERM. - Así parece.

SÓC. -¿No es evidente para cualquiera que éste ees Phaistós (luminoso) añadiéndole la e?

HERM. - Es probable -si es que a ti no te parece to­davía de otra manera, como es natural.

SÓC. - Pues para que no me lo parezca, pregúntamme por Ares.

d

 
HERM. - Te pregunto.

SÓC. - Entonces, si así lo quieres, el nombre dee Árés se ajustaría a lo «masculino» (árren) y a lo varonil; pero, si, por otra parte, se conforma a lo rígido e inflexible (lo cual recibe el nombre de árraton «irrompible»), también en este sentido sería propio que un dios guerrero por los cuatro costados reciba el nombre de Ares.

HERM. - ¡Desde luego!

e

 
SÓC. - Dejemos, pues, a los dioses -¡por los dioses!-, que temo seguir conversando sobre ellos, y propónme cuestiones sobre cualquier otro tema que prefieras «pa­ra que veas cómo es la casta de los caballos de « Euti­frón 89.

HERM. - ¡Claro que lo haré cuando te haya pregunttado sólo una vez más sobre Hermes 90, ya que Crátilo afir­ma que yo no soy Hermógenes. Intentemos, pues, investi­gar qué significa el nombre de Hermês, a fin de que vea­mos también si la afirmación de éste tiene algún valor.

b

 

408a

 
SÓC. - En realidad, parece que Hermês tiene algo que ver con la palabra al menos en esto, en que al ser «intér­prete» (hermēnea) y mensajero, así como ladrón, mentiroso y mercader, toda esta actividad gira en torno a la fuerza de la palabra. Y es que, como decíamos antes, el «hablar» (eírein) es servirse de la palabra y lo que Home­ro dice en muchos pasajes (emēsato «pensó», dice él) es sinónimo de «maquinar» (mēchanēsasthai). Conque, en vir­tud de ambas cosas, el legislador nos impuso, por así de­cirlo, a este dios que inventó el lenguaje y la palabra (y légein es, desde luego, sinónimo de eírein) con esta orden: «hombres, al que inventó el lenguaje (eírein emēsato) ha­ríais bien en llamarlo Eirémēs». Ahora, sin embargo, no­sotros lo llamamos Hermēs por embellecer, según imagi­no, su nombre. (Por cierto, que Iris también parece tener su nombre por el hecho de eírein, pues era mensajera) 91.

HERM. - ¡Por Zeus! Entonces me parece que Crátilo afirma con razón que yo no soy Hermogénēs (nacido de Hermes): y es que no soy diestro en la palabra.

c

 
SÓC. - Pero es más, amigo mío: el que Pán sea un hijo doble de Hermes no carece de sentido.

HERM. - ¿Pues cómo?

SÓC. - Tú sabes que el discurso manifiesta la « totali­dad» (tò pân) y que se mueve alrededor y no deja de hacer girar; y que es doble, verdadero y falso 92.

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Por consiguiente, su carácter verdadero ees sua­ve y divino y habita arriba, entre los dioses, mientras que su carácter falso habita abajo, entre la mayoría de los hombres, y es áspero y trágico 93. Pues es ahí, en el géne­ro de vida trágico, donde residen la mayoría de los mitos y mentiras.

HERM. - Desde luego.

d

 
SÓC. - Por consiguiente, el que manifiesta « todo» (pán) y siempre hace girar sería justamente Pàn Aipólos 94, el hijo doble de Hermes, suave en sus partes superiores, y áspero y cabruno en las inferiores. Conque Pán es o bien la palabra o hermano de la palabra, dado que es hijo de Hermes; que nada tiene de extraño que un hermano se pa­rezca a su hermano. Pero como te decía, feliz Hermóge­nes, dejemos a los dioses.

e

 
HERM. - Al menos a esta clase de dioses, Sócrates, si lo prefieres. Pero ¿qué te impide disertar sobre otros 95 como el sol y la luna, los astros, la tierra, el éter, el aire, el fuego, el agua, las estaciones y el año?

SÓC. - ¡Numerosos son los temas que me propones!! Sin embargo, consiento, si es que va a ser de tu agrado.

HERM. - ¡Claro que me va a complacer!<

SÓC. - ¿Entonces qué prefieres primero? ¿O hablaamos de hélios «el sol», como dijiste?

HERM. -De acuerdo.

409a

 
SÓC. - Desde luego, parece que sería más claro si nos sirviéramos de la palabra doria (los dorios, en efecto, lo llaman Hálios). Sería, pues, Hálios en tanto que «congrega» (halízei) a los hombres en el mismo lugar cuando sa­le, y lo sería también porque no cesa de «girar » (heílein) en su movimiento alrededor de la tierra, aunque también -sería verosímil- porque en su recorrido «adorna con variopintos colores» (poikíllei) lo que nace de la tierra. Y poikíllein y aioleîn significan lo mismo.

HERM. - ¿Y la «luna» (selēnē) quué?

SÓC. - Éste es el nombre que parece mortificar aa Anaxágoras.

HERM. - ¿Y por qué?

b

 
SÓC. -Parece un nombre que manifiesta con mayor antigüedad lo que aquél decía recientemente: que la luna toma su luz del sol 96.

HERM. - ¿Cómo, pues?

SÓC. - Sin duda sélas 97 y phôs significan lo mismo (luz).

HERM. - Sí.

SÓC. - Y esta luz que circunda la luna es siemprre nue­va y vieja -si es cierto lo que afirman los partidarios de Anaxágoras-, pues no cesa de proyectar luz nueva en su movimiento alrededor de la luna, mientras que la del mes anterior es vieja.

HERM. - Exactamente.

SÓC. - Y muchos la llaman selanaía.

HERM. - Exacto.

c

 
SÓC. - En cuanto que siempre tiene luz nueva y vieja (sélas néon kaì hénon aeí) el nombre más justo que podría recibir sería selaenoneoáeia, pero se la llama selanaía una vez contraído.

HERM. - Desde luego, Sócrates, que este nombre ess propio de un ditirambo. Pero, ¿cómo explicas el mes y los astros?

SÓC. - Al «mes» (meís) sería justo llamarrlo meíēs pro­cediendo de meioûsthai (disminuir), y los «astros» (ástra) parece que toman su denominación del «relámpago» (as­trapē). En cuanto al relámpago, debería ser anastropē por­que «hace volver la vista» (ôpa anastréphei), pero se le lla­ma astrapē por embellecerlo.

d

 
HERM. - ¿Y qué del fuego y del agua?

SÓC. -Del «fuego» (pyr) no tengo idea y ees probable que, o bien me haya abandonado la Musa de Eutifrón, o que este nombre sea de una dificultad extrema. Ahora bien, observa la artimaña que aplico a todos los de esta guisa que se me escapan.

HERM. - ¿Cuál es?

SÓC. -Te lo diré. Contéstame: ¿podrías decirme dde qué forma recibe su nombre el fuego?

HERM. - Yo no, por Zeus.

e

 
SÓC. - Entonces considera lo que yo barrunto sobre ello: pienso que los griegos, y especialmente, los que vi­ven bajo dominio bárbaro, han tomado de éstos numero­sos nombres 98

HERM. - ¿Y qué, pues?

SÓC. - Si uno investiga cómo es razonable que esstén establecidos conforme a la lengua griega y no conforme a aquella de la que el nombre procede, sabes que se en­contraría en apuros.

410a

 
HERM. - Nada más lógico.

SÓC. - Mira, entonces, si este nombre, pyr, <no es bárbaro. Pues no es fácil encajarlo en la lengua griega y es evidente que los frigios 99 llaman al fuego de esta forma con una pequeña variante; e, igualmente, al «agua» (hydōr) y a los «perros» (kynas), etc.

HERM. -Así es.

b

 
SÓC. - Sin embargo, no hay que llevar demasiado le­jos estos nombres por el hecho de que pueda decirse algo sobre ellos. De esta forma, pues, dejo a un lado el fuego y el agua.

c

 
En cuanto al aire, ¿se llama aēr, Hermógenes, porque i « levanta» (aírei) lo que hay sobre la tierra? ¿O porque siem­pre «fluye» (aeì rheî)? ¿O porque, en su flujo, se origina el viento? Pues los poetas llaman aētas (vendavales) a los vientos. Puede que signifique, entonces, «lo que fluye co­mo vendaval» (aētórrous), como si dijera pneumatórrous «lo que fluye como viento). Al «éter» (áithēr) es así como yo lo entiendo: dado que «siempre corre» fluyendo «en tor­no al aire» (aeì theî perì tòn aéra), debería llamarse, en jus­ticia, aeitheēr. La «tierra» (gē) manifiesta mejor lo que quiere significar con tal que se la llame gaîa. Y es que gaîa debería llamarse, en rigor, gennēteira (procreadora) como afirma Homero -pues dice gegáasi, en vez de gegenês­thai (ser engendrado)-. Bien, ¿qué nos quedaba después de esto?

HERM. - Las estaciones, Sócrates, así como la «añña­da» 100 y el «año» (eniautós, etos).

d

 
SÓC. -Pues bien, las «estaciones» (hórai) has de pro­nunciarlas como en antiguo ático 101, si es que quieres sa­ber lo que es probable: en efecto, son hórai (límites) debido a que limitan los inviernos y veranos, los vientos y los frutos de la tierra. Y como «limitan» (horízousai), habría que llamarles en justicia hórai.

e

 
La «añada» (eniautós) y el «año» (étos) es probable que sean una sola cosa. En efecto, a lo que saca a luz y contro­la en sí mismo cada cosa que se cría y nace sucesivamen­te, a esto -lo mismo que antes con el nombre de Zeus, dividido en dos partes, unos lo llamaban Zêna y otros Día-, así a esto unos lo llaman eníauton, de en heautōi (en sí mismo), y otros étos, porque etázei (controla). La ex­plicación completa es que la expresión en heautōi etázon (lo que controla en sí mismo), aun siendo única, se pro­nuncia en dos partes, eniautós y étos, a partir de una ex­presión única.

HERM. - En verdad, Sócrates, has avanzado mucho.

SÓC. - Paréceme que estoy ya progresando en sabii­duría.

HERM. - Desde luego.

411a

 
SÓC. - En seguida lo dirás todavía más.

HERM. - Pues después de este género yo, desde luego, examinaría con gusto con qué clase de exactitud han sido puestos los hermosos nombres que se refieren a la virtud, como la «inteligencia» (phrónēsis), la «comprensión» (synesis), la « justicia» (dikaiosynē) y todos los de esta clase.

b

 
SÓC. - ¡Amigo mío! No es liviana la raza de nombres que despiertas. Sin embargo, ya que me he ceñido la piel de león 102, no he de amilanarme, sino más bien examinar, como es lógico, la inteligencia, la comprensión, el conoci­miento, la ciencia y todos los demás bellos nombres que has citado.

HERM. - ¡Claro que no debemos desistir antes de tiempo!

SÓC. - Pues de verdad, ¡por el perro!, que no crreo ser mal adivino en lo que se me acaba de ocurrir: que los hom­bres de la remota antigüedad que pusieron los nombres -lo mismo que los sabios de hoy- de tanto darse la vuelta buscando cómo son los seres, se marean y, consecuente­mente, les parece que las cosas giran y se mueven en todo lugar 103. En realidad, no juzgan culpable de esta opinión a su propia experiencia interior, sino que estiman que las cosas mismas son así; que no hay nada permanente ni con­sistente, sino que todo fluye, se mueve y está lleno de to­da clase de movimiento y devenir continuo. Y lo digo re­flexionando sobre todos estos nombres de ahora.

c

 
HERM. - ¿Y cómo es eso, Sócrates?

SÓC. - Quizá no has reparado en que los nombres re­cién citados han sido puestos a las cosas, como si todas se movieran, fluyeran y devinieran.

d

 
HERM. - No había caído en ello en absoluto.

SÓC. - Pues bien, para empezar, el primer nombree al que aludimos se refiere por completo a estas caracte­rísticas.

HERM. - ¿Cuál?

SÓC. - El de phrónēsis (inteligenciaa), pues es la «inte­lección del movimiento y el flujo» (phorâs kaì rhoû nóē­sis). Podría también entenderse como «aprovechamiento del movimiento» (phorâs ónēsis), pero, en todo caso, se re­fiere a éste.

e

 
Y si lo aceptas, gnōmē (el juicio) manifiesta enteramen­te el análisis y la «observación del devenir» (gonês nōmēsis),- pues nōmân es lo mismo que skopeîn (observar). Pe­ro si lo prefieres, esta misma palabra nóēsis es la «ten­dencia hacia lo nuevo» (néou hésis): el que los seres sean nuevos significa que no dejan de devenir. Conque el que puso el nombre de neóesis quiso significar que el alma tiende a esto, pues antiguamente no se llamaba nóesis, si­no que había que pronunciar dos e 104 en vez de la ē, noéesis.

412a

 
Sōphrosynē (prudencia) es la «salvaguardia del enten­dimiento» (sōtēría phronēseōs) que acabamos de considerar.

Y, por otra parte, la «ciencia» (epistēmē) significa que el alma de algún valor «sigue» (hepoménē) a las cosas en movimiento y no se queda atrás ni las adelanta. Por lo cual hay que insertar una e y llamarla epeistēmē 105.

Synesis (comprensión), por su parte, parece como si fuera igual a «raciocinio» (syllogismós), y cuando se dice syniénai (comprender), resulta que se dice absolutamen­te lo mismo que epístasthai (estar sobre). Pues syniénai (marchar con) significa: el alma «acompaña a las cosas» (symporeúesthai) en su movimiento. Por otra parte, soph­ía (sabiduría) significa «tocar el movimiento» (phorás háptesthai), aunque esto es más oscuro y extraño a nues­tra lengua. Pero hay que recordar, en los poetas, lo que dicen en muchos pasajes de aquello que avanza rápida­mente una vez que ha comenzado: dicen esythē (se pre­cipitó).

b

 
Además, un laconio ilustre tenía el nombre de Sóos y los lacedemonios dan este nombre al movimiento «ve­loz» (thoós) 106. Así pues, sophía significa «tocar» el «mo­vimiento» (epaphé), supuesto que los seres se mueven.

c

 
Por otra parte, en cuanto a lo «bueno» (agathón), este nombre suele aplicarse a todo lo «admirable» (agastón) de la naturaleza. Dado que los seres se mueven, hay en ellos rapidez y hay lentitud. Ahora bien, no todo lo rápido es admirable, sino una parte de ello, y, precisamente, « lo ad­mirable de lo rápido» (thooû agastôi) recibe la denomi­nación de agathón.

e

 

d

 
En cuanto a la «Justicia» (dikaiosynē), es fácil compren­der que este nombre se aplica a la «comprensión de lo jus­to» (dikaíou synesis). Pero díkaion (lo justo) mismo es difí­cil. Claro que, hasta cierto punto, parece que hay acuer­do por parte de muchos, pero en seguida vienen las dis­putas. Cuantos consideran que el universo está en movi­miento suponen que su mayor parte no tiene otro carác­ter que el de moverse y que hay algo que atraviesa este universo en virtud de lo cual se originan todas las cosas; y que ello es lo más rápido y sutil. Pues de otro modo no podría atravesar todo el universo, si no fuera lo más sutil como para que nada pueda contenerlo, ni lo más rápido como para relacionarse con los demás seres como si és­tos estuvieran en reposo. Así pues, dado que gobierna to­do lo demás «atravesándolo» (diaïón) se le dio ajustada­mente el nombre de díkaion añadiendo la fuerza de la k por mor de la eufonía.

413a

 
Hasta este punto, pues, muchos convienen, como de­cíamos antes, en que esto es lo justo. Pero yo, Hermóge-, nes, como soy infatigable en este asunto, me he informado en conversaciones secretas de que lo justo es también lo causante (pues lo causante es aquello «por lo que» -di' hò-107 algo se genera) y alguien me dijo en priva­do que era ajustado asignarle este nombre por dichas razones.

b

 
Pero cuando tras oírlos, vuelvo a preguntarles tranqui­lamente: «amigo, ¿qué es, pues, lo justo si ello es así?», parece que ya pregunto más de lo conveniente y que me paso de raya 108. Dicen que ya tengo suficiente informa­ción y, deseando atiborrarme, tratan de decirme cada uno una cosa y no están más de acuerdo. Pues uno afirma que lo justo es el sol: sólo él «atravesando» (diaíonta) y que­mando gobierna los seres. Así pues, cuando, satisfecho por haber oído algo bello, se lo comunico a alguien, éste se burla de mí después de oírme y me pregunta si creo que no hay nada justo entre los hombres una vez que se pone el sol.

d

 

c

 
Ahora bien, como yo persisto en preguntarle qué ex­plicación ofrece él, afirma que el fuego 109. Pero no es fá­cil de entender. Otro sostiene- que no es el fuego, sino el calor que reside en el fuego. Otro dice burlarse de todo esto y que lo justo es lo que dice Anaxágoras, el noûs (la razón), pues ésta es autónoma y, sin mezclarse con nada, gobierna todas las cosas atravesándolas. En este punto, amigo mío, ya me encuentro en mayores apuros que an­tes de tratar de saber qué cosa es lo justo 110. Ahora bien, al menos el nombre, cosa por la que andábamos investi­gando, es claro que lo tiene por estas razones.

HERM. - Parece, Sócrates, que esto se lo tienes oído a alguien y que no estás improvisando.

SÓC. - ¿Y lo demás qué?

HERM. - En absoluto.

SÓC. - Escucha entonces, pues quizá podría mentiirte también en lo demás diciendo que lo expongo sin haberlo oído.

e

 
¿Después de la Justicia qué nos queda? La «valentía» (andreía) no la hemos tocado, creo yo. Pues bien, es evi­dente que la «injusticia» (adikía) es verdaderamente un obstáculo a lo que atraviesa y la valentía apunta a ello en la idea de que ha recibido su nombre en la lucha -aunque, en la realidad, si es que ésta fluye, la lucha no es sino el flujo en sentido contrario-. Si se suprime, pues, la d de andreía, el nombre anreía pone de manifiesto por sí sólo esta activi

414a

 
dad 111. Claro que andreía no es un flujo contra­rio a todo flujo, sino al que fluye contra lo justo; en caso contrario, no se elogiaría la valentía. También lo « mascu­lino» (árren) y el «varón» (anēr) se refieren a algo pareci­do, a la «corriente hacia atrás» (ánō rhoē mientras que la «mujer» (gynē) me parece que tiene que ver con «gene­ración» (gonē). Lo «femenino» (thēly) parece que ha reci­bido su nombre a partir de la «mama» (thēlē)112, y ésta ¿no será así, Hermógenes, porque «hace crecer» (tethēlé­nai) como sucede con las plantas de regadío?

HERM. - Sí que lo parece, Sócrates.

b

 
SÓC. - Es más: el mismo verbo thállein (brotar) me pa­rece que representa el crecimiento de los jóvenes, por­que se produce rápida y repentinamente. Lo cual, por con­siguiente, ha imitado 113 con el nombre adaptándolo a partir de theîn (correr) y hállesthai (saltar). ¡Pero no es­tás viendo que me salgo de carrera, por así decirlo, cuan­do alcanzo terreno llano y nos quedan aún numerosos te­mas que parecen importantes!

HERM. - Dices verdad.

SÓC. - Uno, al menos, es ver qué quiere decir laa pala­bra téchnē (arte).

HERM. - Desde luego.

c

 
SÓC. -¿No significa esta palabra «posesión de razón» (héxis noû), si le quitamos la t e introducimos o entre la ch y la n y entre la n y la e?114.

HERM. - Muy forzado es esto, Sócrates.

d

 
SÓC. - ¡Bendito Hermógenes! ¿No sabes que los pri­meros nombres que se impusieron están ya sepultados, merced a la ornamentación y al tiempo, por los que quie­ren vestirlos de tragedia añadiendo y quitando letras por eufonía y retorciéndolos por todas partes? Porque, ¿no te parece extraña la introducción de r en la palabra kátop­tron (espejo)115? Pues tal es, creo yo, lo que hacen quie­nes no se ocupan de la verdad y sí de hacer figuras con la boca. Hasta el punto de que, a costa de introducir nu­merosas adiciones, terminan por conseguir que nadie com­prenda lo que significa el nombre. Así, por ejemplo, a la Esfinge la llaman Sphínx en vez de Phíx 116, etc.

HERM. -Así es, Sócrates.

e

 
SÓC. - Y si una vez más se permite introducir y supri­mir lo que uno quiera en los nombres, será muy fácil adap­tar cualquier nombre a cualquier cosa. .

HERM. - Cierto.

SÓC. - Y muy cierto, en verdad. Pero tú, mi sabiio ár­bitro, debes, creo yo, vigilar lo que es comedido y razo­nable.

HERM. - Me gustaría.

415a

 
SÓC. - También a mí, Hermógenes. Pero no seas ex­cesivamente riguroso, amigo mío,

 

no vayas a quitar de mis miembros la fuerza 117,

 

pues ya me encamino a la cumbre de lo que tengo dicho, cuando hayamos examinado mēchanē (artificio) después de téchnē.

Mēchanē me parece que significa «cumplir un largo re­corrido» (ánein epì polly), pues polly significa sin du­da, lo mismo que mêkos, «un largo recorrido». Pues bien, el nombre mēchanē se compone de ambos, mêkos y ánein.

c

 

b

 
Pero, como acabo de decir, hay que llegar a la cumbre de lo que nos hemos propuesto: hay que investigar lo que significan los nombres aretē (virtud) y kakía (vicio). Pues bien, uno no lo veo claro, pero el otro me parece eviden­te, pues está en consonancia con todo lo anterior. Como las cosas están en movimiento, todo «lo que se mueve mal» (kakôs ión) será kakía. Y cuando el moverse mal hacia las cosas sucede en el alma, sobre todo entonces recibe la de­nominación general de vicio. Pero qué cosa sea el mover­se mal creo que está claro también en la «cobardía» (dei­lía), nombre que aún no hemos tocado, sino pasado por alto, aunque deberíamos haberlo examinado después de la valentía. Pero para mí que hemos pasado por alto mu­chas otras cosas. La cobardía, en suma, significa una tra­ba poderosa del alma, pues lían significa fuerza de algu­na manera.

d

 
Conque la cobardía sería la «traba excesiva» y enor­me del alma (desmós lían). Lo mismo que también es un mal la «escasez de recursos» (aporia) y, como es lógico, todo aquello que sea un impedimento para el movimien­to y el. «caminar» (poreúesthai). Pues bien, es claro que mo­verse mal significa caminar con impedimentos y trabas. Cuando el alma, pues, lo experimenta, se encuentra llena de vicio. Y si vicio es el nombre para tal estado, su con­trario sería «virtud» (areté) y significa, en primer térmi­no, abundancia de recursos y, después, que el flujo del al­ma buena está siempre en libertad. De tal forma que, se­gún parece, lo que «fluye» (aeì rhéon) sin trabas ni impe­dimentos ha recibido este nombre como sobrenombre. Es correcto llamarla aeireítēn (siempre fluyente) y, tal vez, significa «deseable» (hairetēn) -dado que es el hábito más deseable-, pero se llama areté por contracción. Puede que digas que estoy inventando, pero yo afirmo que si es co­rrecto lo que explicaba antes, el vicio, tambien es correc­to este nombre de aretē.

416a

 

e

 
HERM. -¿Y el de kakón (mal) con el que hass explica­do mucho de lo anterior? ¿Qué significa este nombre?

SÓC. - ¡Extraño me parece, por Zeus, y difícil de con­jeturar! Así es que aplico también a éste la artimaña de marras.

HERM. - ¿Cuál?

SÓC. - Sostener que es un nombre bárbaro.

HERM. - Y parece que tu afirmación es exacta. Perro si lo prefieres, dejemos esto y tratemos de ver si está bien puesto el de kalón (bello) y aischrón (feo).

b

 
SÓC. - En realidad, me parece claro lo que significa aischrón, pues también está en consonancia con lo ante­rior. Parece que el nominador no deja de envilecer a lo que estorba y contiene el flujo de los seres. Así que a lo que siempre «contiene el flujo «schon tòn rhoûn) le ha impuesto el nombre de aeischoroûn. Ahora, sin embargo, la gente lo llama aischrón por contracción.

HERM. - ¿Y lo kalón (bello)?

SÓC. - Esto es más difícil de comprender 118. Y, sin embargo, el nombre mismo lo dice; ha sido variado sólo por armonía y por la cantidad de la o 119.

HERM. - ¿Cómo así?

SÓC. - Este nombre parece un sobrenombre del pennsamiento.

HERM. - ¿Qué quieres decir?

>

c

 
SÓC. -Veamos. ¿Qué cosa piensas tú que es responnsable de que cada ser reciba nombre? ¿No es aquello que impone los nombres?

HERM. - Por completo.

SÓC. - ¿Y no sería esto el pensamiento ya sea dee los dioses, ya de los hombres, o de ambos?

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Entonces lo que da nombre a las cosas y lo que se lo sigue dando 120 es lo mismo, esto es, el pensa­miento?

HERM. - Así parece.

SÓC. - ¿Y todas las creaciones de la mente y el pensa­miento no son acaso elogiables y las que no lo son, censurables?

HERM. - Desde luego.

d

 
SÓC. - Pues bien, ¿lo curativo no produce medicinas y lo constructivo construcciones? ¿O cómo lo entiendes tú?

HERM. - Así.

SÓC. -Entonces ¿también «lo nominativo (tò kaloûn) 121 cosas bellas (kalá)»?

HERM. - Tiene que ser así.

SÓC. - ¿Y esto es, tal como decimos, el pensamieento? HERM. - Desde luego.

SÓC. - Entonces kalón (lo bello) es un sobrenombre del pensamiento que produce las cosas que saludamos con el nombre de bellas.

e

 
HERM. - ¡Claro!

SÓC. -Bien. ¿De los nombres de esta clase cuál nnos queda?

417a

 
HERM. - Los que se relacionan con lo bueno y lo be­llo: lo «conveniente» (symphéron), «rentable» (lysiteloûn), «provechoso» (ōphélimon), «lucrativo» (kerdáleon) y sus contrarios.

SÓC. - En realidad, podrías encontrar ahora el ssigni­ficado de symphéron (conveniente), si te fijaras en lo an­tes dicho. Parece hermano del «conocimiento» (epistēmē), pues no significa otra cosa que el «movimiento simultá­neo» (háma phorá) del alma con las cosas 122: lo que se ob­tiene en virtud de éste, parece lógico que reciba el nom­bre de symphéron y symphora a partir de symperiphéres­thai (moverse alrededor simultáneamente) 123.

b

 
Kerdáleon (lucrativo) viene de kérdos (lucro), y kérdos manifiesta su significado si se introduce en el nombre una n, en vez de la d. califica al bien de otra forma. Como éste «se mezcla» (keránnytai) con todo atravesándolo, le impuso 124 este nombre por calificar esta virtud suya, pe­ro introdujo d, en vez de n, y lo pronunció kérdos.

HERM. --¿Y lysiteloûn qué?>

c

 
SÓC. - Parece, Hermógenes, que no es como los ten­deros lo emplean cuando se cubre la inversión. Tengo pa­ra mí que lysitelon no se dice en este sentido 125, sino porque, siendo 126 la parte más rápida del ser, no permi­te que las cosas se detengan ni que el movimiento alcan­ce término y se detenga o cese; antes bien, si trata de pro­ducirse un término de éste, lo elimina constantemente y hace incesante e inmortal aquél. En este sentido me pare­ce que lysiteloûn califica al bien, pues «lo que elimina el término» (lyon télos) del movimiento es lysiteloûn.

d

 
Ajeno a nuestro dialecto es ōphélimon, del que Home­ro se sirve a menudo, de ophéllein (engordar); y ésta es otra designación de aúxein (acrecentar) y poieîn (hacer) 127.

HERM. - ¿Y los contrarios de éstos? ¿Cómo son?   

SÓC. - Cuantos niegan a éstos no hay por qué revvisar­los, pienso yo.

HERM. - ¿Cuáles son?

SÓC. -Axymphoron, anōphelés, alysitelés y akerdés.

HERM. - Es cierto lo que dices.>

SÓC. - Pero sí blaberón (dañino) y z&##275;miôdes (ruinoso).

e

 
HERM. - En verdad, blaberón (lo dañino) quiere decir « lo que daña el flujo» (tò blápton tòn rhoûn), y blápton (lo que daña), a su vez, significa lo que quiere « sujetar» (háp­tein); pero «sujetar» (háptein) y «atar» (deîn) significan lo mismo y siempre son un baldón. Por consiguiente, «lo que quiere sujetar el flujo» (tò boulómenon háptein rhoûn) se­ría muy exactamente boulapteroûn, aunque se dice blabe­rón por embellecerlo, según creo.

418a

 
HERM. - Sócrates, de verdad que te salen recargados los nombres. Así ahora me ha parecido como si entona­ras el preludio del nomo 128 de Atenea, cuando has pro­nunciado el nombre éste de boulapteroûn.

SÓC. - No, Hermógenes, yo no soy culpable, sino quie­nes le han puesto el nombre.

HERM. - Tienes razón. Pero ¿qué sería, pues, el nnom­bre zēmiôdes (ruinoso)?

b

 
SÓC. - ¿Qué será zēmiôdes? Mira, Hermógenes, cómo tengo razón cuando digo que, por añadir o quitar letras, modifican mucho el significado de los nombres, hasta el punto de que con una pequeña variación consiguen, a veces, que signifiquen lo contrario. Por ejemplo, en déon (obligatorio); he reflexionado sobre este nombre y de ello acaba de ocurrírseme lo que iba a decirte: esta nuestra hermosa lengua de hoy ha retorcido los nombres déon y zēmiôdes hasta hacerlos significar lo contrario; ha borra­do lo que significan, mientras que la antigua lo muestra a las claras.

HERM. - ¿Qué quieres decir?

>

c

 
SÓC. - Te diré. Ya sabes que nuestros antepasados em­pleaban mucho la i y la d 129, y sobre todo las mujeres, que son precisamente las que conservan la lengua primi­tiva. Ahora, sin embargo, en vez de i emplean ei o e, como si en verdad fueran más magnificentes.

HERM. - ¿Cómo es eso?

SÓC. - Por ejemplo, los más antiguos llamaban himé­ran al día y otros, heméran; los de ahora, sin embargo, hēméran.

HERM. - Así es.

SÓC. - ¿Y no sabes que sólo este nombre arcaico ma­nifiesta la intención del que lo puso? En efecto, como la luz nacía de la oscuridad, con la complacencia y «deseo» (himeírousin) de los hombres, le dieron el nombre de heméran.

d

 
HERM. - ¡Claro!

SÓC. - Ahora, sin embargo, no reconocerías lo quue sig­nifica hēméra de inflado 130 que está. Con todo, algunos estiman que ha recibido este nombre porque en verdad el «día» (hēméra) civiliza 131 (hēméra poieî)».

HERM. - Me parece bien.

SÓC. -También sabes que al «yugo» (zygón) loss anti­guos lo llamaban duogón 132.

HERM. - Desde luego.

e

 
SÓC. - Y sin embargo, zygón nada pone en claro, mien­tras que duogón es un nombre justo en virtud de la unión de una «yunta» (duoîn) con vistas al «arrastre» (agōgēn). Hoy se dice zygón, y en muchos otros casos sucede lo mismo.

HERM. - Claro.

SÓC. - Pues bien, según esto, para empezar, lo qque se llama déon (obligatorio) significa lo contrario de los nombres que se relacionan con el bien: lo obligatorio es una forma de bien y se manifiesta como una «atadura» (desmós) e impedimento del movimiento, como si fuera her­mano de lo dañino.

HERM. - ¡Y bien que lo parece, Sócrates!

b

 

419a

 
SÓC. -Pero no, si nos servimos de su nombre arcai­co, el cual es mucho más probable que esté mejor puesto que el de ahora. Será acorde con los bienes antes aludi­dos, si en vez de e, le devuelves la i como antiguamente: en efecto, diión (lo que atraviesa) -y no déon- significa el bien, y esto ya es un elogio. De esta forma el que pone los nombres no se contradice 133, sino que tanto déon co­mo ōphélimon, lysiteloûn, kerdáleon, agathón, symphéron y eúporon significan lo mismo: designan con nombres dis­tintos a «lo que ordena» (diakosmoûn) y «se mueve» (ion). Y es elogiado en todas partes, mientras que lo que contie­ne y hasta recibe censuras.

De otra parte, zēmiódes, si le devuelves la d en vez de la z, de acuerdo con la lengua arcaica, se te revelará co­mo el nombre impuesto a «lo que permite el movimien­to» (doûnti to ión) bajo la forma dēmiôdes.

HERM. - ¿Y hēdonē (placer), lypē (dolor), epithymía (apetito) y otros semejantes, Sócrates?

d

 

c

 
SÓC. - No me parecen muy difíciles, Hermógenes. Así, hēdonē (placer): tal nombre parece tener la actividad ten­dente al «provecho» (ónēsis), pero se ha insertado la d, de forma que, en vez de hēonē, se llama hēdonē. Y lypē (do­lor) parece que ha recibido su nombre a partir de la «di­solución» (diálysis) del cuerpo, la que tiene el cuerpo en tal estado. Anías (sufrimiento) es lo que estorba el movimiento 134. Y algēdón (pena), llamado así de algei­non (lo penoso), me parece ajeno a nuestra lengua 135. Odynē (aflicción) parece que tiene este nombre a partir de la «penetración» (éndysis) del dolor. Achthēdōn (pesar) es claro, para todo el mundo, que es nombre figurado del peso del movimiento. Chará (alegría) parece que ha sido llamada así por la «efusión» (diáchysis) y facilidad del «flu­jo» (rhoé) del alma. rpsis (goce) procede de terpnón (go­zoso) y terpnón tiene su nombre del «deslizamiento» (hérp­sis) a través del alma y se asemeja a un «soplo» (pnoē); en justicia se llamaría hérpnoun, pero con el tiempo ha cam­biado a terpnón.

Euphrosynē (bienestar) no necesita explicación: es cla­ro para todos que ha tomado este nombre -en justicia el de eupherosynē aunque lo llamemos euphrosynē- del hecho de que el alma se «mueve bien acorde con las co­sas» (eu symphéresthai).

420a

 

e

 
Tampoco es difícil epithymía (apetito): es evidente que debe su nombre a la fuerza «que se dirige al ánimo» (epi thymòn ioûsa), y thymós136 tendría este nombre del ardor y ebullición del alma. Por otra parte, hímeros (deseo) tie­ne este nombre por el flujo que arrastra al alma sobre to­do. Como «fluye tendiendo» (hiémenos rheî) y dirigiéndo­se con anhelo a las cosas -y de esta forma, desde luego, arrastra al alma con la «tendencia de la corriente» (hésis tēs rhoês)-, a partir de toda esta capacidad recibió el nom­bre de hímeros. Más aún: llámase póthos (añoranza), a su vez, para indicar que no es deseo de lo presente, sino de «lo alejado» (állothi pou óntos) 137 y ausente. De ahí que se llame póthos lo que se llamaba hímeros cuando estaba pre­sente aquello que se anhelaba; y cuando ello no está pre­sente, esto mismo se llamó póthos.

b

 
En cuanto a Érōs, dado que «se insinúa desde fuera» (eisrheî éxothen) y es una corriente no connatural al que la posee, sino inducida a través de los ojos, por esta ra­zón, a partir de eisrheîn, fue llamada antiguamente ésros (pues empleábamos o en vez de ō), y ahora se llama érōs por el cambio éste de o por ō 138.

Pero, ¿te queda algo aún que podamos examinar?

HERM. - ¿Qué te parecen dóxa (opinión) y ssus seme­jantes?

c

 
SÓC. -Dóxa, desde luego, ha recibido este nombre, o bien por la «persecución» (díōxis) que el alma recorre en su asechanza por saber cómo son las cosas, o bien por el disparo del «arco» (tóxou). Pero parece, más bien, esto úl­timo. Oíēsis (creencia), ciertamente, concuerda con ello, pues parece manifestar el caminar 139 del alma hacia to­da cosa -por ver cómo es cada uno de los seres-, lo mis­mo que también boulē (decisión) designa, de alguna ma­nera, el «disparo» (bolē) y boúlesthai significa «tender a» (ephíesthai), igual que bouleúesthai (decidir).

Todos estos nombres, séquito de dóxa, parecen ser re­presentaciones de bolē (disparo) lo mismo que, a su vez, su contrario aboulía parece sinónimo de atychía (yerro), en la medida en que no alcanza ni obtiene aquello a lo que disparaba, aquello que deseaba o deliberaba, ni aquello a lo que tendía.

d

 
HERM. - Sócrates, me parece que estos nombres los sacas ya a borbotones.

SÓC. - Es que ya corro 140 hacia la meta. Ahora bien, todavía quiero explicar anánkē (necesidad), puesto que va a continuación de éstos, y hekoúsion (voluntario).

Hekoúsion es «lo que cede» (tò eîkon) y no ofrece re­sistencia. Como digo, estaría representado por este nom­bre, que está en conformidad con la «voluntad» (boulē), «lo que cede al movimiento» (tò eîkon tôi iónti). Lo anan­kaîon, por el contrario, y lo que ofrece resistencia, sien­do contrario a la boúlēsis, sería lo referente al error y a la ignorancia, y se asemeja a un «viaje por las angostu­ras» (ánkē poreía), puesto que éstas dificultan el caminar por ser difíciles, ásperas y escabrosas. Quizás, pues, to­mó de aquí su nombre, porque se asemeja a un viaje por lo angosto. Pero, mientras nos queden fuerzas, no las de­jemos decaer. Conque no decaigas tú y sigue interrogando.

421a

 

e

 
HERM. - Te pregunto ya por lo más importante y bee­llo, la «verdad» (alētheia) y la «falsedad» (pseûdos), «el ser» (tò ón) y, precisamente, aquello sobre lo que versa nues­tra conversación, el «nombre» (onómato): ¿por qué tiene es­te nombre?

SÓC. -Bien. ¿Hay algo a lo que llames «investigaar» (maíesthai)?

HERM. - Sí, a «buscar» (zeteîn).

b

 
SÓC. - Pues parece un nombre contracto a partir de una oración, la cual significa que ónoma es el «ser» (ón) sobre el que precisamente se investiga. Aunque lo reco­nocerías mejor en aquello que llamamos onomastón (nom­brable): aquí significa abiertamente que ello es «el ser del que hay una investigación» (òn hoû másma estín).

c

 
En cuanto a alētheia (verdad), también se ha contraí­do igual que los otros, pues parece que con esta locución se califica al movimiento divino del ser, a la verdad en tan to que «es un viaje divino» (theîa oûsa álē). Mientras que pseûdos es lo contrario del movimiento. De nuevo, pues, se nos presenta cubierto de oprobios lo que retiene y obli­ga a descansar: se asemeja a los «dormidos» (katheúdousi), aunque la adición de ps oculta el significado del nombre.

El «ser» (ón) -y la «esencia» (ousía)- se ajustan a la verdad con tomar una i: en efecto, significa «lo que se mue­ve» (ión), así como el «no-ser» (ouk ón) significa «lo que no se mueve» (ouk ión) 141 como también lo llaman algunos.

HERM. - ¡Esto sí. que me parece, Sócrates, que lo has destrozado 142 como un hombre! Pero si alguien te pre­guntara, en relación con ión, rhéon y doûn, cuál es la exac­titud de estos nombres 143...

SÓC. -...«¿qué le contestaríamos?» ¿Quieres deciir es­to, no?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Bueno, hace un momento hemos encontrado uun medio de que pareciera que nuestra respuesta tenía algún valor.

HERM. -¿Cuál?

d

 
SÓC. - Decir que es extranjero aquello que descono­cemos. Podría ser, quizás, que alguno de ellos lo sea en verdad, o podría ser que los nombres primitivos sean imposibles de investigar debido a su antigüedad. Y es que con tanto revolver los nombres, no sería extraño que nues­tra antigua lengua, comparada con la de hoy, en nada di­fiera de una lengua bárbara.

HERM. -Desde luego que no dices nada fuera de propósito.

e

 
SÓC. - Lo que digo es muy razonable, claro. Sin em­bargo, no creo que nuestra causa 144 admita excusas. ¡Hay que analizarlo tenazmente! Pensemos, pues: si al­guien preguntara, una y otra vez, por aquellas locuciones con las que se expresa un nombre y, a su vez, por aque­llos elementos con los que se expresa una locución y no dejara de hacerlo, ¿no es acaso inevitable que el que con­testa termine por callarse?

422a

 
HERM. - Pienso que sí.

b

 
SÓC. - ¿Entonces cuándo será razonable que termine 4 por callarse el que contesta? ¿No será cuando llegue a los nombres que son como los elementos primarios 145 de las demás expresiones o nombres? Y es que éstos, los que tie­nen tal condición, justo es que ya no parezcan componer­se de otros nombres. Por ejemplo, decíamos hace un ins­tante que agathón se compone de agastón y thoón; y, qui­zá, podríamos afirmar que thoón se compone de otros y aquéllos de otros. Pero cuando eventualmente lleguemos a lo que ya no se compone de otros nombres, podremos afirmar con razón que nos encontramos en el elemento primario y que ya no tenemos que referirlo a otros nombres.

HERM. - Para mí que tienes razón.

SÓC. - ¿Acaso, entonces, precisamente estos nombbres por los que me preguntabas son los nombres-elementos y hay que analizar ya su exactitud por algún otro medio?

HERM. - Es posible.

c

 
SÓC. - ¡Y muy posible, Hermógenes! Desde luego pa­rece que todos los anteriores se retrotraen a éstos. Mas si ello es así, como a mí me parece, acompáñame en el aná­lisis no vaya yo a desvariar cuando exponga cuál tiene que ser la exactitud de los nombres primarios.

HERM. - Sólo tienes que hablar, que yo compartiréé tu análisis hasta el límite de mis fuerzas.

SÓC. - Bien. Creo que también tú convienes conmiigo en que es única la exactitud de todo nombre, tanto si es primario como secundario, y que ninguno de ellos es más nombre que los otros.

d

 
HERM. - Desde luego.

SÓC. - De otro lado, la exactitud de los nombress que acabamos de recorrer parecía 146 consistir en revelar có­mo es cada uno de los seres.

HERM. - ¿Cómo no?

SÓC. - Por consiguiente, tanto los nombre primarrios como los secundarios han de tener, ni más ni menos, este carácter, si es que son nombres.

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Pero los secundarios, según parece, eran capa­ces de conseguirlo por mediación de los primarios.

HERM. - Claro.

e

 
SÓC. - Bien. Entonces, los primarios, detrás de los cuales no hay ningún otro en absoluto, ¿de qué manera nos revelarán lo mejor posible a los seres, si es que han de ser nombres?

Contéstame a esto: si no tuviéramos voz ni lengua y nos quisiéramos manifestar recíprocamente las cosas, ¿aca­so no intentaríamos, como ahora los sordos, manifestar­las con las manos, la cabeza y el resto del cuerpo?

423a

 
HERM. - ¿Pues cómo si no, Sócrates?

SÓC. - Si quisiéramos, pienso yo, manifestar lo alto y lo ligero, levantaríamos la mano hacia el cielo imitando la naturaleza misma de la cosa; y si lo de abajo o lo pesado 147, hacia la tierra. Si quisiéramos indicar un ca­ballo a la carrera, o cualquier otro animal, sabes bien que adecuaríamos nuestros cuerpos y formas a las de aquéllos.

HERM. - Es inevitable que sea como dices, creo yoo.

b

 
SÓC. -Creo que habría una manifestación de algo cuando el cuerpo, según parece, imitara aquello que pretendiera manifestar.

HERM. - Sí.

SÓC. - ¿Y cuando queremos manifestar algo con laa voz, la lengua o la boca? ¿Acaso lo que resulta de ello no es una manifestación de cada cosa cuando se hace una imi­tación de lo que sea por estos medios?

HERM. - Pienso que es forzoso.<

SÓC. - Entonces, según parece, el nombre es una imi­tación con la voz de aquello que se imita; y el imitador nombra con su voz lo que imita.

c

 
HERM. - Pienso que sí.

SÓC. - ¡No, por Zeus! A mí, sin embargo, amigo mío, no me parece que esté bien dicho del todo.

HERM. - ¿Cómo es eso?

SÓC. - Nos veríamos obligados a admitir que los que imitan a las ovejas, los gallos u otros animales están nom­brando aquello que imitan.

HERM -Tienes razón.

SÓC. - ¿Y te parece que ello está bien?

HERM. - No, no. ¿Pero qué clase de imitación seríía el nombre, Sócrates?

d

 
SÓC. - En primer lugar, no lo es, según mi opinión, si imitamos las cosas lo mismo que imitamos con la músi­ca, por más que también aquí lo hagamos con la voz. En segundo lugar, no porque imitemos también nosotros lo que imita la música creo yo que estemos nombrando. Y me refiero a lo siguiente: ¿tienen las cosas, cada una de ellas, sonido y forma, y la mayoría, al menos color?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - Entonces, si acaso se imitan estas propieedades, el arte que abarca tales imitaciones no parece que sea el arte de nombrar. Serán, más bien, la música y la pintura, ¿no?

e

 
HERM. - Sí.

SÓC. --¿Y qué me dices de esto otro? ¿No te pareece que cada cosa tiene una esencia lo mismo que un color y cuantas propiedades citábamos hace un instante? Y an­tes que nada, ¿el color mismo y la voz no tiene cada uno su esencia, lo mismo que todo cuanto merece la predica­ción de ser?

HERM. - Pienso que sí.

424a

 
SÓC. - ¿Pues qué? ¿Si alguien pudiera imitar esto mis­mo, la esencia de cada cosa, con letras y sílabas, no mani­festaría acaso lo que es cada cosa? ¿O no es así?

HERM. -Desde luego.

SÓC. - ¿Y cómo llamarías al que es capaz de estoo? Lo mismo que de los anteriores a uno lo llamabas músico y .al otro pintor, ¿cómo llamarías a éste?

HERM. - Tengo para mí, Sócrates, que esto es lo que andamos buscando hace tiempo: que éste es el nominador.

b

 
SÓC. - Luego si esto es cierto, ¿habrá que investigar ya, como es lógico, sobre los nombres por los que tú me preguntabas -rhoē, iénai, schésis- si es verdad o no que captan el ser por medio de letras y sílabas hasta el punto de imitar su esencia?

HERM. - Desde luego.

SÓC. - ¡Ea, pues! Veamos entonces si éstos son llos úni­cos nombres primarios o hay muchos otros.

HERM. - Creo yo que hay otros.

c

 
SÓC. - Parece lógico. ¿Pero cuál sería la clasificación de la que parte el imitador para imitar? Dado que la imi­tación de la esencia se hace precisamente por medio de sílabas y letras, ¿no será lo más acertado distinguir, pri­mero, los elementos -lo mismo que quienes se dedican a los ritmos distinguen, primero, el valor de los elemen­tos, luego el de las sílabas, y ya de esta forma, pero no an­tes, llegan en su análisis hasta los ritmos-?

HERM. - Sí.

d

 
SÓC. - De la misma forma, ¿no tendremos también no­sotros que distinguir, primero, las vocales y, después, en­tre las demás según los géneros, las consonantes y mudas (así las llaman los entendidos), y también las que no son vocales pero tampoco mudas 148? ¿Y, dentro de las mis­mas vocales, cuantos géneros haya distintos entre sí? Y cuando hayamos distinguido bien todos los seres 149a los que hay que imponer nombres, ver si existe algo a lo que todos se retrotraen, lo mismo que elementos primarios, a partir de los cuales sea posible contemplarlos y ver si hay en ellos géneros de la misma manera que en los ele­mentos. Una vez que hayamos analizado bien todo esto, hay que saber aplicar cada uno según su similitud, ya sea que haya que aplicar uno a uno o bien combinando mu­chos. Lo mismo que los pintores, cuando quieren sacar un parecido, unas veces aplican solamente púrpura y, otras, cualquier otro pigmento, pero a veces mezclan muchos (co­mo cuando preparan una figura humana o algo parecido según, pienso yo, les parezca que la figura necesita cada pigmento), así también nosotros aplicaremos los elemen­tos a las cosas, bien uno a uno (el que nos parezca que necesitan), o varios, formando lo que llaman, sílabas y, des­pués, combinando sílabas de las que se componen tanto nombres como verbos. Y de nuevo, a partir de los nom­bres y los verbos compondremos ya un todo grande y her­moso. Lo mismo que ellos componían una pintura con el arte pictórica, así nosotros un discurso con el arte ono­mástica, retórica o como quiera que sea. O, mejor dicho, nosotros no (me he dejado arrastrar por las palabras), pues ya los antiguos lo compusieron tal como ahora subsiste. Nuestra obligación, si es que vamos a saber analizarlo to­do conforme a técnica, es trazar estas distinciones y ver si los nombres primarios y los secundarios siguen estas normas o no.

b

 

425a

 

e

 
Continuar de otra forma me temo que sea vano y fue­ra de vereda, amigo Hermógenes.

HERM. - ¡Por Zeus! Quizá sí, Sócrates.

SÓC. - ¿Y qué? ¿Confías en tu propia capacidad ppara realizar tales distinciones? Porque yo, no.

HERM. - Entonces yo mucho menos.

c

 
SÓC. -Dejémoslo, pues. ¿O prefieres que lo sigammos intentando en la medida de nuestras fuerzas, aunque sea­mos capaces de vislumbrar sólo un poquito? Lo mismo que hace un momento 150 preveníamos a los dioses de que, en completa ignorancia de la verdad, conjeturábamos las opiniones de los hombres sobre ellos, así ahora pode­mos proseguir diciéndonos a nosotros mismos que, si nos fuera preciso, bien a nosotros o a cualquier otro, clasifi­carlos, habría que clasificarlos así. Ello es que tendremos que ocuparnos de éstos, según decimos, en la medida de nuestras fuerzas. ¿Te parece bien? ¿Cómo lo entiendes tú?

d

 
HERM. - Me parece perfectamente bien.

SÓC. - Es manifiestamente ridículo 151, Hermógenes -pienso yo-, que las cosas hayan de revelarse mediante letras y sílabas. Sin embargo, es inevitable, pues no dis­ponemos de nada mejor que esto a lo que podamos recu­rrir sobre la verdad de los nombres primarios. A menos que prefieras que, como los tragediógrafos cuando se en­cuentran sin salida recurren a los dioses levantándolos en máquinas 152, así también nosotros nos demos por ven­cidos alegando que los nombres primarios los establecie­ron los dioses y, por eso, son exactos. ¿Será éste nuestro argumento más poderoso? ¿O aquel otro de que los he­mos heredado de los bárbaros y éstos son más antiguos que nosotros? ¿O que es imposible analizarlos, debido a su antigüedad, lo mismo que los bárbaros? Todas éstas serían evasivas -y muy astutas, por cierto-, si no que­remos dar razón de la exactitud de los nombres prima­rios. Sin embargo, si alguien, de una forma u otra, desco­noce la exactitud de los nombres primarios, es imposible que conozca la de los secundarios, pues éstos se explican forzosamente a partir de aquéllos, sobre los cuales nada sabe. Conque resulta obvio que quien sostiene ser enten­dido en los secundarios, tiene que ser capaz de disertar dula forma más clara posible sobre los primarios, o bien tener conciencia de que también sobre los secundarios di­ce majaderías 153. ¿Lo crees tú de otra forma?

b

 

426a

 

e

 
HERM. - En absoluto, Sócrates.

SÓC. - Pues bien, lo que yo tengo oído sobre loss nom­bres primarios me parece completamente insolente y ri­dículo. Con todo, te lo comunicaré si quieres. Mas si tú dispones de algo mejor a lo que asirte, intenta hacerme también a mí partícipe de ello.

c

 
HERM. - Lo haré. Conque anímate a hablar.

SÓC. - Para empezar, me parece que la r ees como el instrumento de todo «movimiento» (kinēseōs), del que tam­poco hemos explicado el nombre -pero está claro que sig­nifica «impulso» (hésis), pues antiguamente no empleába­mos ē sino e 154. En cuanto a su inicio, procede de klein, nombre de otro dialecto, que significa «marchar». Pues bien, si se busca su antiguo nombre en consonancia con nuestra lengua, se llamaría correctamente hésis. En la ac­tualidad se denomina kínēsis como consecuencia del dia­lectal klein, de la inserción de n y el cambio por é, pero  habría que llamarlo kieínesis. Stásis (reposo), por su par­te, es la negación del movimiento, aunque, por ornamen­tación, ha tomado la forma stásis- 155.

e

 

d

 
Así pues, el elemento r, según digo, le ha parecido al que pone los nombres un buen instrumento del movimien­to en orden a asimilarlos a éste: y es que en muchos casos se sirve del mismo para expresarlo. En primer lugar, en el mismo verbo rheîn y en rhoē se imita el movimiento con esta letra. Después, en trómos (temblor), en trachy (rápi­do) y, ulteriormente, en verbos como kroúein (golpear), thraúein (romper), ereíkein (desgarrar), thryptein (despie­zar), kermatízein (desmenuzar), rhymbein (voltear): todos éstos los asemeja 156 a través de la r. Y es que veía, según imagino, que en ésta la lengua no se detiene para nada, sino que se agita en grado sumo; por esto, creo yo que se ha servido de ella con este fin.

427a

 
Y de la i, a su vez, para expresar todo lo sutil, lo que precisamente podría atravesarlo todo mejor. Por ello re­produce la acción de «moverse» (iénai) y «lanzarse» (híesthai) por medio de la i. Lo mismo que con la ph, la ps, la s y la z, siendo letras con aspiración, reproduce forman­do sus nombres con ellas todo lo que es así: lo «frío» (psychrón), lo que «hierve» (zéon), el «agitarse» (seíesthai) y, en general, la «agitación» (seismós). Cuando quiere, pues, imitar lo ventoso, el que pone los nombres parece aplicar tales letras en la mayoría de los casos.

b

 
De otro lado, parece que ha considerado útil servirse de la capacidad de comprensión y retención de la lengua en d y t para reproducir la «atadura» (desmós) y el «repo­so» (stásis). Y viendo que la lengua resbala, sobre todo, en la 1, por semejanza dio el nombre a las cosas «lisas» leía) y al mismo verbo «resbalar» (olisthánein), así como a lo «grasiento» (liparón) y lo «viscoso» (kollódes). Y co­mo la g puede contener a la lengua al deslizarse ésta, re­produjo así lo «pegajoso» (glíschron) lo «dulce» (glyky) y lo «glutinoso» (gloiôdes).

c

 
Percibiendo, por otra parte, la interioridad del sonido en n, puso los nombres de «dentro» (éndon) y «las interio­ridades» (tà entós), con la intención de imitar los hechos con las letras.

La a se la adjudicó a lo «grande» (mégas) y la ē a la ex­tensión (mēkos) porque son grandes estas letras. Y como necesitaba la o como símbolo para lo «redondo» (gón gylon), se sirvió sobre todo de ésta para formar la mezcla del nombre 157.

Es evidente que el legislador redujo también las demás nociones a letras y sílabas, creando un signo y un nom­bre para cada uno de los seres, y, a partir de aquí, compuso el resto mediante la imitación con estos mismos elementos.

d

 
Ésta es, Hermógenes, mi opinión sobre la exactitud de los nombres, a menos que aquí, Crátilo, tenga otra cosa que decir.

e

 
HERM. - ¡Claro que sí, Sócrates! Muchas veces Cráti­lo me pone en aprietos, como decía antes, afirmando que hay una exactitud de los nombres, pero sin decir clara­mente de qué clase. De esta forma no puedo saber si, ca­da vez que habla sobre el tema, lo hace tan poco claro vo­luntaria o involuntariamente. Conque ahora, Crátilo, con­fiesa delante de Sócrates si te satisface la forma en que éste habla sobre los nombres o si tienes tú algo mejor que decir. Y si lo tienes, expónlo para que aprendas de Sócra­tes, o bien nos instruyas a los dos 158.

CRÁT. - ¿Cómo, Hermógenes? ¿Te imaginas que es fá­cil aprender o enseñar tan rápidamente cualquier cosa y menos aún ésta que parece de las más importantes?            

428a

 
HERM. - ¡No, por_Zeus, desde luego que no! Pero creo que está bien lo que dice Hesíodo, que si uno va depo­sitando un poco sobre otro poco, ello resulta bene­ficioso 159. Conque si eres capaz de aportar algo más, por poco que sea, no cejes y haznos un favor a Sócrates aquí presente y a mí -pues debes.

b

 
SÓC. - Por supuesto, Crátilo, que ni yo mismo podría garantizar nada de lo que he expuesto. Lo he analizado tal como se me iba ocurriendo con el concurso de Hermógenes; de forma que, en gracia a esto, anímate a hablar, si tienes algo mejor, en la idea de que yo lo aceptaré. Y, en verdad, no me extrañaría que pudieras decir algo me­jor que esto, pues tengo la impresión de que lo has estu­diado personalmente y que has aprendido de otros. Por consiguiente, si dices algo mejor, ya puedes inscribirme también a mí como uno de tus discípulos sobre la exacti­tud de los nombres.

c

 
CRÁT. - ¡Claro que sí, Sócrates! Como tú dices, me he ocupado de estos temas y, quizás, podría tomarte como alumno. Con todo, temo no vaya a resultar al revés, pues se me ha ocurrido citarte las palabras que Aquiles dirige a Áyax en Las Plegarias. Dice así:

 

Áyax Telamonio del linaje de Zeus, caudillo de pueblos, paréceme que has dicho todo conforme a mi ánimo 160.

 

d

 
También tú, Sócrates, parece que has recitado tu oráculo en conformidad con mi pensamiento, ya sea que te hayas inspirado en Eutifrón o que te posea desde hace tiempo alguna otra Musa sin que tú lo adviertas.

SÓC. - ¡Mi buen amigo Crátilo! Incluso yo mismo estoy asombrado, hace tiempo, de mi propia sabiduría y des­confío de ella. Por ende, creo que hay que volver a anali­zar mis palabras, pues lo más odioso es dejarse engañar por uno mismo. Y cuando el que quiere engañarte no se aleja ni un poquito, sino que está siempre contigo, ¿cómo no va a ser temible? Hay que volver la atención una y otra vez, según parece, a lo antes dicho e intentar lo del poeta: mirar «a un tiempo hacia adelante y hacia atrás» 161. Vea­mos, pues, ahora mismo lo que hemos dejado definido. La exactitud del nombre es -decimos- aquella que nos ma­nifieste cuál es la cosa. ¿Diremos que esta definición es suficiente?

e

 
CRÁT. - A mí, Sócrates, me parece que por completto.

SÓC. -¿Y los nombres se dicen con vistas a la innstrucción?

CRÁT. - Exactamente.

SÓC. -¿Diremos, entonces, que ésta es un arte y que hay artesanos de ella?

CRÁT. - Exactamente.

429a

 
SÓC. - ¿Quiénes?

CRÁT. - Los que tú decías al principio, los legissladores.

SÓC. - Pues bien, ¿diremos, por caso, que tambiéén este arte se desarrolla entre los hombres como las demás, o no? Quiero decir lo siguiente: ¿entre los pintores, unos son peores y otros mejores?

CRÁT. - Desde luego.

SÓC. - ¿Entonces los mejores hacen mejor sus obrras -las pinturas- y los otros, peor? ¿Y lo mismo los arqui­tectos, unos hacen las casas más bellas y otros más feas?

CRÁT. - Sí.

b

 
SÓC. - ¿Acaso, entonces, también los legisladores ha­cen sus propias obras unos más bellas y otros más feas?

CRÁT. - Opino que esto ya no.

SÓC. - ¿Es que no te parece que, entre las leyess, unas son mejores y otras peores?

CRÁT. -De ninguna manera.

SÓC. -¿Entonces todos los nombres están correctaa­mente puestos?

CRÁT. - Sí, al menos todos los que son nombres. <

c

 
SÓC. -¿Y, sobre lo que se hablaba hace un momen­to? ¿Diremos que aquí Hermógenes ni siquiera posee es­te nombre, habida cuenta de que nada tiene que ver con la progenie de Hermes? ¿O que sí lo tiene, pero no de for­ma correcta en absoluto?

CRÁT. - Yo opino, Sócrates, que ni siquiera lo tiiene, sólo lo parece, y que éste es el nombre de otro, de aquel a quien corresponda también tal naturaleza.

SÓC. - ¿Acaso tampoco se habla falsamente cuandoo se afirma que él es Hermógenes? Pues temo que no sea posi­ble ni siquiera afirmar que éste es Hermógenes, si no lo es. CRÁT. - ¿A qué te refieres?

d

 
SÓC. - ¿Es que tu afirmación significa que no es posible, en absoluto, hablar falsamente 162? Son muchos los que lo sostienen, amigo Crátilo, tanto ahora como en el pasado.

CRÁT. - ¿Pues cómo es posible, Sócrates, que si uuno dice lo que dice no diga lo que es? ¿O hablar falsamente no es acaso decir lo que no es?

e

 
SÓC. - Tu razonamiento es un tanto sutil para mí y pa­ra mi edad, amigo. Sin embargo, dime sólo esto: ¿piensas que no es posible hablar falsamente, pero sí afirmar cosas falsas?

CRÁT. - Creo que ni siquiera afirmar cosas falsass.

SÓC. - ¿Ni tampoco enunciar o saludar 163? Por ejem­plo, si alguien se encuentra contigo en el extranjero, te toma de la mano y dice: «Salud, forastero ateniense, Her­mógenes hijo de Esmicrión», ¿lo diría este hombre o lo afirmaría o lo enunciaría o te saludaría así no a ti sino a Hermógenes? ¿O a ninguno de los dos?

430a

 
CRÁT. - Según mi opinión, Sócrates, este hombre pro­nunciaría en vano esas palabras.

SÓC. - Bien, habrá que contentarse con esto: ¿accaso el que pronuncia esto lo pronuncia con verdad o con fal­sedad? ¿O parte de ello con verdad y otra con falsedad? Esto sería suficiente.

CRÁT. -Yo afirmaría que tal individuo emite un ruui­do y se mueve inútilmente, como si alguien agitara y gol­peara una vasija de bronce.

SÓC. - Veamos, pues, Crátilo, si llegamos a algúún ti­po de acuerdo. ¿No dirías tú que el nombre es una cosa y otra distinta aquello de que es nombre?

CRÁT. - Sí.

b

 
SÓC. - ¿Luego convienes conmigo en que el nombre es una imitación de la cosa?

CRÁT. - Más que nada.

SÓC.-¿Entonces también admites que las pinturas son, de una forma distinta, imitaciones de ciertos objetos?

CRÁT. - Sí.

SÓC. -Veamos, pues (quizá no alcanzo a ver qué ees exactamente lo que dices y podrías llevar razón): ¿es po­sible atribuir y asignar ambas clases de imitaciones -tanto las pinturas como los nombres aludidos- a las cosas de las que son imitaciones? ¿O no?

c

 
CRÁT. - Es posible.

SÓC. -Antes que nada, examina esto otro: ¿podríaa atribuirse a un hombre la imagen de un hombre y a una mujer la de una mujer e, igualmente, en los demás casos?

CRÁT. - Desde luego.

SÓC. -¿Y lo contrario: el de un hombre a una mujjer y el de una mujer a un hombre?

CRÁT. -También esto es posible.>

SÓC. - ¿Acaso son correctas ambas atribuciones? ¿O una de ellas?

CRÁT. - Unas de ellas.

SÓC. - Supongo que la que atribuye a cada uno laa que le es propia y semejante.

d

 
CRÁT. -También yo lo supongo.

e

 
SÓC. - Entonces, para que no entablemos un combate verbal tú y yo que somos amigos, acéptame lo que te digo: esta atribución, amigo mío, es la que yo llamo co­rrecta en ambas imitaciones -la pintura y los nombres-, y en el caso de los nombres, además de correcta, verda­dera. En cambio, a la otra, la atribución y asignación de lo desigual, la califico como incorrecta y falsa cuando se trata de nombres.

CRÁT. - ¡Cuidado, Sócrates, no vaya a ser que estto su­ceda con las pinturas -la atribución incorrecta-, pero no con los nombres, sino que la correcta sea siempre inevitable!

SÓC. -¿Qué quieres decir? ¿En qué se distingue éésta de aquélla? ¿Acaso no es posible acercarse a un hombre cualquiera y decirle: «éste es tu dibujo», y enseñarle, si acaso, su retrato o, si se tercia, el de una mujer? Y con «mostrarle» quiero decir «someter a la percepción de sus ojos».

CRÁT. - Desde luego.

431a

 
SÓC. -¿Y qué si nos acercamos de nuevo a este mis­mo hombre y le decimos: «éste es tu nombre»? -pues, sin duda, también el nombre es una imitación como la pintu­ra. Me refiero, pues, a lo siguiente: ¿no sería acaso posi­ble decirle: «éste es tu nombre», y después, someter a la percepción de su oído, si acaso, la imitación de aquél, di­ciendo que es un hombre, o si se tercia, la de una mujer de la raza humana diciendo que es una mujer?

¿No piensas que ello es posible y que sucede a veces?

CRÁT. - Estoy dispuesto, Sócrates, a aceptarlo. SSea así.

b

 
SÓC. - Y haces bien, amigo mío, si ello es así. Ya no hay que discutir en absoluto sobre esto. Por consiguien­te, si hay tal atribución también en este punto, a una de ellas nos proponemos llamarla «decir verdad».y a la otra «decir falsedad». Mas si ello es así, si es posible atribuir incorrectamente los nombres y no asignar a cada cosa lo que le corresponde, sino a veces lo que no le corresponde, sería posible lo mismo con los verbos 164. Y si es po­sible disponer así nombres y verbos; a la fuerza también las oraciones -pues las oraciones son, según pienso, la combinación de éstos-. ¿Cómo lo explicas tú, Crátilo?

c

 
CRÁT. - Así. Creo que dices bien.

SÓC. - Luego si, a su vez, comparamos los nombrees primarios con un grabado, será posible 165 -lo mismo que en las pinturas- reproducir todos los colores y formas correspondientes; o bien no reproducirlos todos, si­no omitir algunos y añadir otros tanto en mayor número como magnitud. ¿No es ello posible?

CRÁT. - Lo es.

d

 
SÓC. - ¿Por ende, el que reproduzca todos producirá hermosos grabados y retratos y, en cambio, el que añada o suprima, producirá también grabados y retratos, pero malos?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - ¿Y el que imita la esencia de las cosas mmedian­te sílabas y letras? ¿Es que por la misma razón no obten­drá un bello retrato, esto es, un nombre, si reproduce todo lo que corresponde, y, en cambio, obtendrá un retra­to, pero no bello, si omite pequeños detalles o añade otros ocasionalmente? ¿De tal forma que unos nombres esta­rán bien elaborados y otros mal?

CRÁT. - Quizás.

e

 
SÓC. -¿Quizás, entonces, uno será un buen artesaano de nombres y otro malo?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - Y éste tiene el nombre de « legisladora.

CRÁT. - Sí.

SÓC. - Luego, quizás, ¡por Zeus!, lo mismo que en las otras artes, un legislador será bueno y otro malo si es que en lo anterior hemos llegado a un acuerdo.

432a

 
CRÁT. - Eso es. Pero observarás, Sócrates, que cuan­do asignamos a los nombres estas letras (la a, la b y cada uno de los elementos) mediante el arte gramatical, si omitimos, añadimos o alteramos alguno, ya no tendremos es­crito el nombre -no digo que no sea correcto-, sino que ni siquiera está escrito en absoluto, antes bien, se convier­te, al punto, en otro nombre si le acontece algo de esto.

SÓC. - ¡Cuidado, Crátilo, no vayamos a analizarllo mal, si lo hacemos de esta forma!

CRÁT. - ¿Cómo, entonces?

c

 

b

 
SÓC. - Puede que esto que tu dices suceda con aque­llos nombres cuya existencia depende forzosamente de un número. Por ejemplo, el mismo diez -o cualquier otro número que prefieras-. Si le quitas o añades algo, al punto se convierte en otro. Pero puede que no sea ésta la exacti­tud en lo que toca a la cualidad o, en general, a la imagen. Antes al contrario, puede que no haya que reproducir ab­solutamente todo lo imitado, tal cual es, si queremos que sea una imagen. Mira si tiene algún sentido lo que digo: ¿es que habría dos objetos tales como Crátilo y la imagen de Crátilo, si un dios reprodujera como un pintor no sólo tu color y forma, sino que formara todas las entrañas tal como son las tuyas, y reprodujera tu blandura y color y les infundiera movimiento, alma y pensamiento como los que tú tienes? En una palabra, si pusiera a tu lado un du­plicado exacto de todo lo que tú tienes, ¿habría entonces un Crátilo y una imagen de Crátilo o dos Crátilos?

CRÁT. - Paréceme, Sócrates, que serían dos Crátillos.

d

 
SÓC. - ¿No ves, entonces, amigo mío, que hay que bus­car en la imagen una exactitud distinta de las que señalá­bamos ahora mismo?, ¿que no hay que admitir a la fuer­za que si le falta o le sobra algo ya no es una imagen? ¿No te percatas de lo mucho que les falta a las imágenes para tener lo mismo que aquello de lo que son imágenes?

CRÁT. -Sí, Sí.

SÓC. - Sería ridículo, Crátilo, lo que experimenntarían por culpa de los nombres aquellas cosas de las que los nombres son nombres, si todo fuera igual a ellos en todos los casos. Pues todo sería doble y nadie sería capaz de distinguir cuál es la cosa y cuál el nombre.

CRÁT. - Dices verdad.

e

 
SÓC. - Pues bien, noble amigo, ten valor y concede que un nombre está bien puesto y otro no. No le obligues a que tenga todas las letras para que se convierta, sin más, en aquello de lo que es nombre. Permite que se añada una letra que no le corresponde; y si una letra, también un nombre dentro de la frase; y si un nombre, admite tam­bién que se aplique dentro del discurso una frase que no corresponda a la realidad. Admite que, no por ello, deja de nombrarse o decirse la cosa, con tal que subsista el bos­quejo de la cosa sobre la que versa la frase, lo mismo que lo había en los nombres de los elementos, si recuerdas lo que decíamos, hace poco, Hermógenes y yo 166.

433a

 
CRÁT. - Lo recuerdo.

SÓC. - Excelente, en verdad. Y es que, mientras sub­sista este bosquejo, aunque no posea todos los rasgos per­tinentes, quedará enunciada la cosa; bien, cuando tenga todos, y mal, cuando pocos.

b

 
Admitamos, pues, feliz amigo, que se enuncia, a fin de que no incurramos en falta como los de Egina cuando cir­culan de noche y son multados por viajar tarde 167. Que no parezca que también nosotros llegamos, en realidad, a las cosas más tarde de lo conveniente. O si no, búscale al nombre otra clase de exactitud y no convengas en que el nombre es una manifestación de la cosa mediante síla­bas y letras. Pues si mantienes estas dos afirmaciones, no serás capaz de ponerte de acuerdo contigo mismo 168.

CRÁT. - Bueno, Sócrates, me parece que hablas con mesura. Tal es mi disposición.

SÓC. - Bien, puesto que en esto somos de la mismma opi­nión, analicemos a continuación esto otro: ¿sostenemos que, si el nombre va a estar bien puesto, ha de tener las letras correspondientes?

c

 
CRÁT. - Sí.

SÓC.-¿Y le corresponden las que son semejantes a las cosas?

CRÁT. - Desde luego.

SÓC. - Por consiguiente, los que están bien puesstos lo están así. Mas si alguno no está bien puesto, su mayor par­te constaría, quizás, de letras correspondientes y semejantes -dado que va a ser una imagen-, pero tendría una parte no correspondiente por la cual el nombre no sería correcto ni estaría bien acabado. ¿Es así como lo formu­lamos, o de otra forma?

d

 
CRÁT. - Pienso que no debemos seguir peleando has­ta el final, Sócrates, por más que no me complazca soste­ner que un nombre existe y, sin embargo, no está bien puesto.

SÓC. - ¿Te complace, acaso, esto otro: que el noombre a es una manifestación de la cosa?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - ¿En cambio, no te parece bien afirmar quee unos nombres son compuestos a partir de los primarios y que otros son primarios?

CRÁT. - Claro que sí.

434a

 

e

 
SÓC. - Pues si los primarios han de ser manifestacio­nes de algo, ¿encuentras tú una forma mejor de que sean manifestaciones que el hacerlos lo más parecidos posible a aquello que tienen que manifestar? ¿O te satisface más esta otra fórmula que sostienen Hermógenes y muchos otros: que los nombres son objeto de convención y que ma­nifiestan las cosas a quienes los han pactado y los cono­cen; que esto es la exactitud del nombre, convención, y que nada importa si se acuerda establecerlos como aho­ra están o, por el contrario, llamar «grande» a lo que aho­ra se llama «pequeño» 169? ¿Cuál de las dos fórmulas te satisface?

CRÁT. - Es total y absolutamente mejor, Sócrates,, re­presentar mediante semejanza y no al azar aquello que se representa.

b

 
SÓC. -Dices bien. ¿No será entonces inevitable --si es que el nombre va a ser semejante a la cosa- que sean semejantes a las cosas los elementos de los que se com­ponen los nombres primarios? Me refiero a lo siguiente: ¿acaso la pintura, a la que aludíamos hace un instante, se habría compuesto semejante a la realidad, si los pig­mentos con los que se componen las pinturas no fueran semejantes por naturaleza a aquello que imita el graba­do? ¿No es imposible?

CRÁT. - Imposible.

SÓC. - ¿Por consiguiente tampoco los nombres serrían semejantes a nada, si aquello de lo que se componen no tuviera, en principio, una cierta semejanza con aquello de lo que los nombres son imitación? ¿Y no son los elemen­tos aquello con lo que hay que componerlos?

CRÁT. - Sí.

c

 
SÓC. -- Entonces, tú compartes en este momento lo que decía Hermógenes antes. Veamos, ¿te parece bien que digamos que la r se asemeja a la marcha, al movimiento y a la rigidez 170, o no?

CRÁT. -Me parece bien.

SÓC. -¿Y la 1 a lo liso, blando y a lo que antess decíamos?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - ¿Y sabes que para la misma noción nosotroos decimos sklērótēs (rigidez) y los de Eretria sklērotēr? 171. CRÁT. - Desde luego.

d

 
SÓC. - ¿Será entonces que la r y la s se asemejan a lo mismo y la palabra significa para aquéllos, terminando en r, lo mismo que para nosotros terminando en s? ¿O no significa nada para algunos de nosotros?

CRÁT. - ¡Claro que lo significa, para unos y paraa otros!

SÓC. - ¿En tanto que r y s son semejantes, o en tanto que no lo son?

CRÁT. - En tanto que semejantes.

SÓC. - ¿Y acaso son semejantes en todos los casoos?

CRÁT. -Quizá sí, al menos para significar el moviimiento.

SÓC. - ¿Y también la l que hay en medio? ¿No signifi­ca lo contrario de la rigidez?

e

 
CRÁT. - Quizá no está bien ahí, Sócrates. Como lo que explicabas a Hermógenes hace un instante suprimiendo e introduciendo las letras que era menester. ¡Y bien que me parecía! Conque ahora es posible que haya que pro­nunciar r en vez de 172.

SÓC. - DDices bien. ¿Mas qué? Tal como hablamos aho­ra no nos entendemos mutuamente, si uno dice sklerón, y no sabes lo que yo quiero decir ahora?

435a

 
CRÁT. - Sí, queridísimo amigo, pero por la costumbre. SÓC. -¿Y cuando dices «costumbre», crees que dices algo distinto de «convención»? ¿O entiendes por costum­bre algo distinto que el que cuando yo digo esto pienso en aquello 173 y tú comprendes que yo lo pienso? ¿No en­tiendes esto?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - ¿¿Luego si me comprendes cuando hablo, te ma­nifiesto algo?

CRÁT. - Sí.

d

 

c

 

b

 
SÓC. - Y, sin embargo, hablo con elementos distintos de aquello que pienso, si es que la 1 no es, según tú mismo afirmas, semejante a la rigidez. Y si esto es así, ¿no será que lo has pactado contigo mismo, y para ti la exactitud del nombre es convención, dado que tanto las letras se­mejantes como las desemejantes tienen significado, con tal que las sancionen costumbre y convención? Pero, aun en el caso duque la costumbre no fuera exactamente con­vención, ya no sería correcto decir que el medio de mani­festar es la semejanza, sino más bien la costumbre. Pues ésta, según parece, manifiesta tanto por medio de lo se­mejante como de lo desemejante. Y como quiera que coin­cidimos en esto, Crátilo (pues interpreto tu silencio como concesión), resulta, sin duda, inevitable que tanto con­vención como costumbre colaboren a manifestar lo que pensamos cuando hablamos. Porque, mi nobilísimo ami­go, refirámonos al número 174 si quieres: ¿cómo piensas que podrías aplicar a cada número nombres semejantes, si no permites que tu consenso y convención tengan so­beranía sobre la exactitud de los nombres? ¡Claro que yo, personalmente, prefiero que los nombres tengan la ma­yor semejanza posible con las cosas! Pero temo que, en realidad, como decía Hermógenes 175, resulte «forzado» arrastrar la semejanza y sea inevitable servirse de la con­vención, por grosera que ésta sea, para la exactitud de los nombres. Y es que, quizá, se hablaría lo más bellamente posible cuando se hablara con nombres semejantes en su totalidad o en su mayoría -esto, es, con nombres apropiados-, y lo más feamente en caso contrario. Pero dime a continuación todavía una cosa: ¿cuál es, para nos­otros, la función que tienen los nombres y cuál decimos que es su hermoso resultado?

CRÁT. - CCreo que enseñar, Sócrates. Y esto es muy sim­ple: el que conoce los nombres, conoce también las cosas.

e

 
SÓC. - Quizá, Crátilo, sea esto lo que quieres decir: que, cuando alguien conoce qué es el nombre (y éste es exactamente como la cosa), conocerá también la cosa, puesto que es semejante al nombre. Y que, por ende, el arte de las cosas semejantes entre sí es una y la misma. Conforme a esto, quieres decir, según imagino, que el que conoce los nombres conocerá también las cosas.

CRÁT, - MMuy cierto es lo que dices.

436a

 
SÓC. - ¡Un momento! Veamos cuál sería esta forma de enseñanza, a la que ahora te refieres, y si -por más que ésta sea mejor- existe otra, o no hay otra que ésta. ¿Qué opinas de las dos alternativas?

CRÁT. - EEsto es lo que yo supongo: que no existe otra 4 en absoluto y que ésta es única y la mejor.

SÓC. - ¿Acaso sucede lo mismo con el descubrimieen­to de los seres: que el que descubre los nombres descu­bre también aquello de lo que son nombres? ¿O hay que buscar y descubrir por otro procedimiento, y en cambio, conocer por éste?

CRÁT. - Hay que buscar y descubrir absolutamente por este mismo procedimiento y en las mismas condiciones.

b

 
SÓC. - Veamos, pues, Crátilo. Reflexionemos: si uno busca las cosas dejándose guiar por los nombres -exa­minando qué es lo que significa cada uno-, ¿no com­prendes que no es pequeño el riesgo de dejarse engañar?

CRÁT. -¿Cómo?

SÓC. - Es obvio que tal como juzgaba que eran laas co­sas el primero que impuso los nombres, así impuso éstos, según afirmamos. ¿O no?

CRÁT. - Sí.

SÓC. - Por ende, si aquél no juzgaba correctamennte y los impuso tal como los juzgaba, ¿qué otra cosa piensas que nos pasará a nosotros, dejándonos guiar por él, sino engañarnos?

c

 
CRÁT. - Mas puede que no sea así, Sócrates, sino que el que impone los nombres lo haga forzosamente con co­nocimiento. Y es que, si no, como te decía hace rato, ni siquiera serían nombres. Sea ésta la mayor prueba de que el que pone los nombres no erró la verdad: en caso con­trario, no serían todos tan acordes con él. ¿O no te has percatado, al hablar, que todos los nombres se originaban según el mismo modelo y con un mismo fin?

e

 

d

 
SÓC. - ¡Pero mi buen amigo Crátilo! Esto no es nin­gún argumento, pues si, equivocado en el inicio el que po­ne los nombres, ya iba forzando los demás hacia éste y los obligaba a concordar con él mismo, nada tiene de ex­traño. Igual sucede, a veces, con las figuras geométricas: si la primera es errónea por pequeña y borrosa, todas las demás que le siguen son acordes entre sí. Así pues, todo hombre debe tener mucha reflexión y análisis sobre si el inicio de todo asunto está correctamente establecido o no. Pues, una vez revisado éste, el resto debe parecer conse­cuente con él. Y, desde luego, nada me extrañaría que también los nombres concuerden entre sí. Revisemos, pues, lo que hemos explicado al principio. Afirmamos que los nombres nos manifiestan la esencia del universo en el sen­tido de que éste se mueve, circula y fluye 176. ¿Te parece que lo manifiesta de otra forma?

437a

 
CRÁT. -Precisamente así. Y lo manifiesta con exacctitud.

b

 
SÓC. - Pues bien, tomemos entre ellos, en primer lu­gar, el de epistēmē y examinemos cuán equívoco es: más parece significar que detiene nuestra alma sobre las co­sas que el que se mueva con ellas, y es más exacto pro­nunciar su inicio como ahora que no epeistēmē, insertan­do una e 177.

Después bébaion (consistente) es imitación de «base» (básis) y « reposo» (stásis), que no de movimiento. Después historia mismo significa que «detiene el flujo» (hístēsi rhoûn).

También pistón (firme) significa, a todas luces, « lo que detiene» (histán). A continuación, mnēmē (recuerdo) sig­nifica, para cualquiera, que hay «reposo en el alma» (mo­nē-en tēi psychēi) y no movimiento. Y si quieres, hamartía (yerro) y symphorá (accidente)178 -siempre que uno se deje guiar por el nombre- parecen idénticos a la «com­prensión» (synesis) de antes, a la «ciencia» (epistéme) y a todos los otros nombres que hacen referencia a los valo­res serios.

c

 
Todavía más: amathía (ignorancia) y akolasía (intem­perancia) parecen cercanos a éstos. En efecto, amathía se manifiesta como el «movimiento de lo que marcha en com­pañía de dios» (poreía toû háma theôi ióntos) y, a su vez, akolasía exactamente como «seguimiento de las cosas» (akolouthía tôis prágmasi). De esta forma los nombres que el uso impone a las nociones peores se nos manifiestan exactamente iguales que los de las mejores 179.

d

 
Creo que si uno se molestara, descubriría muchos otros, a partir de los cuales podría pensar que quien esta­blece los nombres quiere manifestar las cosas no en mo­vimiento o circulación, sino en reposo.

CRÁT. - Sin embargo, Sócrates, ya ves que la mayooría los ha manifestado de la otra forma.

SÓC. - ¿Qué significa entonces esto, Cratilo? ¿CConta­remos los nombres como votos y en esto consistirá su exac­titud? ¿Es que el mayor número de cosas que se vea que significan los nombres va a ser el verdadero?

CRÁT. - No es lógico, desde luego.

438a

 
SÓC. - ¡De ninguna manera, amigo! Conque dejemos esto así y regresemos al punto desde el cual hemos llega­do aquí. Pues ya anteriormente, si recuerdas, afirmabas que el que impone los nombres había de ponerlos, forzo­samente, con conocimiento, a aquello a lo que se los im­ponía. ¿Acaso sigues opinando todavía así, o no?

CRÁT. - Todavía.

SÓC. - ¿Entonces también afirmas que el que pusoo los primarios los puso con conocimiento?

CRÁT. - Con conocimiento.

b

 
SÓC. -¿Entonces con qué nombres conoció o descu­­brió las cosas, si los primarios aún no estaban puestos y, de otro lado, sostenemos que es imposible conocer o des cubrir las cosas si no es conociendo los nombres o descu­briendo qué cosa significan?

CRÁT. -- Creo, Sócrates, que objetas algo grave.<

c

 
SÓC. - Por consiguiente, ¿en qué sentido diremos que impusieron los nombres con conocimiento, o que son le­gisladores, antes duque estuviera puesto nombre alguno y ellos lo conocieran, dado que no hay otra forma de co­nocer las cosas que a partir de los nombres?

CRÁT. - Pienso yo, Sócrates, que la razón más verrda­dera sobre el tema es ésta: existe una fuerza superior a la del hombre 180 que impuso a las cosas los nombres pri­marios, de forma que es inevitable que sean exactos.

SÓC. -¿Y crees tú que el que los puso, si era unn dios o un demon, los habría puesto en contradicción consigo mismo ¿O piensas que no tiene valor lo que acabamos de decir?

CRÁT. - ¡Pero puede que una categoría de estos noom­bres no exista!

d

 
SÓC. - ¿Cuál de las dos, excelente amigo: la de los que conducen al reposo, o al movimiento? Porque, según lo antes dicho, no va a decidirse en razón del número.

CRÁT. - No sería razonable en modo alguno, Sócrattes.

e

 
SÓC. - Por tanto, si los nombres se encuentran enfren­tados y los unos afirman que son ellos los que se aseme­jan a la verdad, y los otros que son ellos, ¿con qué crite­rio lo vamos ya a discernir o a qué recurrimos? Desde lue­go no a otros distintos -pues no los hay-, conque habrá que buscar, evidentemente, algo ajeno a los nombres que nos aclare sin necesidad de nombres cuáles de ellos son los verdaderos; que nos demuestre claramente la verdad de los seres.

CRÁT. - Así pienso yo.

SÓC. - Por consiguiente, es posible, según parecce, co­nocer los seres sin necesidad de nombres -siempre que las cosas sean así.

439a

 
CRÁT. - Claro.

SÓC. - ¿Entonces por qué otro procedimiento espeeras todavía poder conocerlos? ¿Acaso por otro distinto del que es razonable y justísimo, a saber, unos seres por medio de otros, si es que tienen algún parentesco, o ellos por sí mismos? Pues, sin duda, un procedimiento ajeno y distinto de ellos pondría de manifiesto algo distinto y ajeno pero no a ellos.

CRÁT. - Me parece que dices verdad.

SÓC. - ¡Un momento, por Zeus! ¿Es que no hemos acordado muchas veces que los nombres bien puestos son parecidos a los seres de los que son nombres y que son imagen de las cosas?

CRÁT. - Sí.

b

 
SÓC. - Por consiguiente, si es posible conocer las co­sas principalmente a través de los nombres, pero también por sí mismas, ¿cuál será el más bello y claro conocimien­to: conocer a partir de la imagen si ella misma tiene un cierto parecido con la realidad de la que sería imagen, o partiendo de la realidad, conocer la realidad misma y si su imagen está convenientemente lograda?

CRÁT. - Me parece forzoso que a partir de la reallidad.

SÓC. - En verdad, puede que sea superior a mis ffuer­zas y a las tuyas dilucidar de qué forma hay que conocer o descubrir los seres. Y habrá que contentarse con llegar a este acuerdo: que no es a partir de los nombres, sino que hay que conocer y buscar los seres en sí mismos más que a partir de los nombres.

CRÁT. - Parece claro, Sócrates.>

d

 

c

 
SÓC. - Pues bien, examinemos todavía -a fin de que esos muchos nombres que tienden a lo mismo no nos engañen-, si, en realidad, quienes los impusieron lo hi­cieron en la idea de que todo se mueve y fluye (así opino yo personalmente que pensaban); o bien, si acaso esto no es así, son ellos mismos los que se agitan como si se hu­bieran precipitado en un remolino y tratan de arrastrar­nos en su caída 181. Porque considera, admirable Crátilo, lo que yo sueño a veces: ¿diremos que hay algo bello y bue­no en sí, y lo mismo con cada uno de los seres, o no? 182.

CRÁT. - Creo yo que sí, Sócrates.

SÓC. - Consideremos, entonces, la cosa en sí. Noo si hay un rostro hermoso o algo por el estilo -y parece que to­do fluye-, sino si vamos a sostener que lo bello en sí es siempre tal cual es.

CRÁT. - Por fuerza.

SÓC. - ¿Acaso, pues, será posible calificarlo coon exac­titud afirmando, primero, que existe y, después, que es tal cosa, si no deja de evadirse? ¿O, al tiempo que habla­mos, se convierte forzosamente en otra cosa, se evade y ya no es así?

e

 
CRÁT. - Por fuerza.

SÓC. - ¿Cómo, entonces, podría tener alguna exissten­cia aquello que nunca se mantiene igual? Pues si un mo­mento se mantiene igual, es evidente que, durante ese tiempo, no cambia en absoluto. Y si siempre se mantiene igual y es lo mismo, ¿cómo podría ello cambiar o mover­se, si no abandona su propia forma?

CRÁT. - De ninguna manera.

440a

 
SÓC. - Pero es más, tampoco podría ser conocido por nadie. Pues en el instante mismo en que se acercara quien i va a conocerlo, se convertiría en otra cosa distinta, de for­ma que no podría conocerse qué cosa es o cómo es. Nin­guna clase de conocimiento, en verdad, conoce cuando su objeto no es de ninguna manera.

CRÁT. - Es como tú dices.

SÓC. - Pero es razonable sostener que ni siquierra exis­te el conocimiento, Crátilo, si todas las cosas cambian y nada permanece. Pues si esto mismo, el conocimiento, no. dejara de ser conocimiento, permanecería siempre y se­ría conocimiento. Pero si, incluso, la forma misma de co­nocimiento cambia, simultáneamente cambiaría a otra forma de conocimiento y ya no sería conocimiento.

b

 
Si siempre está cambiando, no podría haber siempre conocimiento y, conforme a este razonamiento, no habría ni sujeto ni objeto de conocimiento. En cambio, si hay siempre sujeto, si hay objeto de conocimiento; si existe lo bello, lo bueno y cada uno de los seres, es evidente, pa­ra mí, que lo que ahora decimos nosotros no se parece en absoluto al flujo ni al movimiento.

d

 

c

 
Por consiguiente, puede que no sea fácil dilucidar si ello es así, o es como afirman los partidarios de Herácli­to y muchos otros. Pero puede que tampoco sea propio de un hombre sensato encomendarse a los nombres en­gatusando a su propia alma y, con fe ciega en ellos y en quienes los pusieron, sostener con firmeza -como quien sabe algo- y juzgar contra sí mismo y contra los seres que sano no hay nada de nada, sino que todo rezuma co­mo las vasijas de barro. En una palabra, lo mismo que quienes padecen de catarro, pensar que también las co­sas tienen esta condición, que todas están sometidas a flu­jo y catarro. En definitiva, Crátilo, quizá las cosas sean así, o quizá no. Así pues, debes considerarlo bien y con valentía y no aceptarlo fácilmente (pues aún eres joven y tienes la edad); y, una vez que lo hayas considerado, co­munícamelo también a mí, si es que lo descubres.

e

 
CRÁT. - Lo haré. Sin embargo, Sócrates, ten por segu­ro que tampoco ahora ando sin examinarlo. Antes bien, paréceme, cuando me ocupo de analizarlo, que es, más bien, de la forma en que lo dice Heráclito.

SÓC. - ¡Entonces, hasta luego! Ya me instruirás,, com­pañero, cuando estés aquí de vuelta. Ahora dirígete al cam­po, tal como estás equipado, que aquí Hermógenes te acompañará.

CRÁT. - Así será, Sócrates. Intenta también tú seeguir reflexionando sobre ello.

 



[1] H. KIRCHNER, Die verschiedenen Auffassungen des platonischen Dialogs «Kratylus», Progr. Brieg, 1891-1901, recoge todos los trabajos apa­recidos hasta ese momento. Más recientemente, J. DERBOLAV, Platons Sprachphilosophie im «Kratylos» und in den späteren Schriften, Darm­stadt, 1972; la Introducción de L. MÉRIDIER en Platon, Oeuvres Complétes, vol. V, 2.a parte: Cratyle, París, 1950, y, sobre todo, W. K. C. GUTHRIE, A History o f Greek Philosophy, vol. V, Cambridge, 1978, aportan gran can­tidad de bibliografía general sobre este diálogo. También nos ha sido muy útil el reciente trabajo (inédito) de A. VALLEJO CAMPOS, La convencionali­dad del lenguaje de los presocráticos al «Crátilo» de Platón, Granada, 1980.

 

[2] En efecto, aquellas nociones que tienen un valor «positivo (elogiables) tienen el significado de «lo que se mueve, o bien lo que sigue, acompaña o favorece el movimiento».

[3] Efectivamente, el nominador no pudo descubrir los seres, puesto que los nombres, único medio de investigarlos y conocerlos, todavía no existían. Este mismo argumento lo recogen los epicúreos con el fin de negar la intervención de cualquier clase de «demiurgo» en la creación y transmisión del lenguaje (cf. DIÓGENES DE ENOANDA, Fr. 11, col. III; LUCRECIO, V 1028).

[4] Cf. n. 18 al texto.

[5] A. E. TAYLOR, Plato, the Man and his Work, Londres, 1929, aun re­conociendo que el tema básico del diálogo es la corrección de los nom­bres, piensa que es un estudio del uso y funciones de la lengua. Cf., tam­bién, P. FRIEDLANDER, The Dialogs, First Period, Nueva York, 1964.

[6] Sobre la finalidad, básicamente epistemológica, del Crátilo, cf. H. STEINTHAL, Geschichte der Sprachwissenschaft bei den Griechen und Rö­mern, Berlín, 1961, así como A. DIÈS, Autour de Platon, II: Les dialogues (págs. 482 y sigs.), París, 1927.

[7] Así, M. LEKY, Plato als Sprachphilosoph. Würdigung des platoni­schen «Kratylos», Paderborn, 1919.

[8] Es claro, por el testimonio del mismo Platón, que tanto Pródico como Protágoras trataron el tema de la orthoépeia. Ésta, sin embargo, tenía para ellos un valor puramente pragmático (cf. C. J. CLASSEN, «The Study of Language amongst Socrates' Contemporaries», Proc. The Afr. Class. Assoc. [1959], y D. FEHLING, «Zwei Untersuchungen zur Griechi­schen Sprachphilosophie», Rhein Mus. [1965], 212-30). De la Orthoépeia, título de una obra de Demócrito, sabemos muy poco, pero es posible que esté inserta en la larga serie de los comentarios de glosas homéricas (cf. W. K. C. GUTHRIE, Historia de la filosofía griega, vol. III, págs. 205 y sigs.).

[9] Sin embargo, el que esto pruebe que el Crátilo sea un diálogo me­nos maduro y, por tanto, anterior al Teeteto y Sofista, es otro problema. (Cf., más abajo, pág. 358.) A. VALLEJO (La convencionalidad.., págs. 191 y sigs.) se inclina por ello.

[10] Cf. W. K. C. GUTHRIE, A history..., cap. IV, págs. 55-134.

[11] Así, D. FEHLING, «Zwei Untersuchungen...», 218 ss.: en ambas teo­rías hay un momento de thésis (imposición) del nombre.

[12] Cf. W. K. C. GUTHRIE, A History..., págs. 201 y sigs.

[13] Tanto synthékē como homologia implican la existencia de una pluralidad de personas que llegan a un acuerdo. Nómos también, en tan­to que costumbre social. En cambio, éthos parece referirse, en princi­pio, a un hábito individual y, quizá, por esta razón, lo incluye Platón con los otros tres. Además, será el anzuelo que Crátilo va a morder en 434e admitiendo de repente e inadvertidamente el convencionalismo.

[14] L. ROBIN, La pensée hellénique, París, 1967, opina que es precisa­mente el naturalismo de Crátilo el que se deriva de la filosofía de Protá­goras situando a Hermógenes, contra la opinión general, en el polo opuesto del heraclitismo.

[15] Citamos siempre a los presocráticos por H. DIELS-W. KRANZ, Die Fragmente der Vorsokratiker, Berlín, 1960-61.

[16] A. VALLEJO, La convencionalidad..., págs. 138 y sigs., ofrece todos los pasajes en que estos filósofos «enfrentan los principios ontológicos del sistema con aquellos términos que los contradicen., términos que son, para ellos, nomōi y no physei (o contra thémis). En Demócrito, claro está, el convencionalismo es más estricto, pues deriva directamente de su sistema (cf., sobre todo, el fr. B 125).

[17] Cf. 343a ss., y n. al texto.

 

[18] E. CASSIRER, Filosofía de las Formas Simbólicas, México, 1971, no ve contradicción aquí: «sólo el vocablo móvil y multiforme que, por así decirlo, desborda siempre sus propios límites, encuentra contraparte (en) la plenitud del logos conformados del universo» (pág. 67). Eso sí, los se­guidores de Heráclito desvirtuaron esta concepción originaria del maes­tro. Crátilo es, pues, un heracliteo que transfiere «la identidad que He­ráclito había afirmado entre el todo del lenguaje y el todo de la razón... a la relación de la palabra aislada con su contenido eidético» (pág. 70).

[19] Para M. WARBURG(«Zwei Fragen zum Kratylos», Neue Philol. Un­tersuch. 5 [Berlín, 1929]), el personaje de Crátilo está encubriendo a He­ráclides Póntico, pero esta tesis no ha tenido gran aceptación y sí mu­chos detractores. Según VAN IJZEREN (De «Cratylo» Heracliteo et de Plato­nis «Cratylo» [Mnemosyne N. S., XLIX], 1921), el Crátilo del diálogo se­ría una caricatura que hace Platón de su maestro pero es difícil que Crá­tilo fuera nunca maestro de Platón (cf. n. 2 al texto). A Diés (apud MÉRI­DIER, Platon..., Introducción, pág. 38, n. 2) piensa que Crátilo esconde un tipo y no representa a un individuo real. Esto, sin embargo, no es habi­tual en los diálogos platónicos cuya fuerza dramática deriva de la reali­dad de sus personajes, contemporáneos de Platón.

[20] Cf. H. JACKSON, Cambridge Praelections, Cambridge, 1906.

[21] Así, G. S. KIRK («The Problem of Cratylus», Anter. Journ. of Phi­lol. 72 [1951], 225-53), quien sostiene que Crátilo es heracliteo solo aquí, en el diálogo, por oportunismo, i. e., por pensar que esta filosofía apoya su tesis.

[22] Es la tesis «evolucionista» de D. J. ALLAN («The Problem of Craty­lus», Amer. Journ. of Philol. 75 [1954], 271-87), y R. MONDOLFO (La com­prensión del Sujeto en la Cultura Antigua, Buenos Aires, 1968): Crátilo sería llevado a un heraclitismo radical a partir de este diálogo con Sócrates.

[23] Cf. H. G. GADAMER, Verdad y Método, Salamanca, 1977.

[24] Sobre la «tesis de Antístenes», cf. W. K. C. GUTHRIE, A History..., págs. 209 y sigs.

[25] En «Einleitung zur Übersetzung des Kratylos», en Platons Werke, Berlín, 1855. Sobre los seguidores de este autor, cf. MÉRIDIER, Platon..., págs. 44 y sigs.

[26] Así opina G. S. KIRK, «The problem...», 230.

[27] Cf. R. ROBINSON, «A Criticism of Plato's Craty1us», Phil. Revue 65 (1956), 324-341.

 

[28] A. Diés (apud. MÉRIDIER, Platon..., pág. 30) se refiere muy acerta­damente a este diálogo como una operación de «déblaiement» de las teo­rías lingüísticas de su época.

[29] Cf. n. 46 al texto.

[30] Así, G. GROTE, Plato and other Companions of Socrates, Londres, 1865; D. Ross, «The date of Plato's Cratylus», Rev. Intern. Philos. 9 (1955), 187-96, y J. DERBOLAV, Platon's Sprachphilosophie..., ant. cit.

[31] No tenemos, sin embargo, más datos que esta caricatura sobre los procedimientos etimológicos de estos dos sofistas.

[32] U. Von WILAMOWITZ llama al Crátilo «ein lustiges Buch» en Platon. Sein Leben und seine Werke, Berlín, 1959.

[33] En los trabajos citados de cada uno.

[34] Cf. .On Hypothesis in the Cratylus as an Indication of the Place of the Dialogue un the Sequence of Dialogues., Phronesis 9 (1964), 114-116.

1 Hijo de Hipónico y hermano de Callas (cf. n_ 21). Por el testimo­nio de JENOFONTE (Mentorabilia 12, 48; II 10, 3, y Banquete VIII 3) sabe­mos que era uno de los íntimos de Sócrates: le instiga a que prepare su discurso de defensa y asiste a los últimos momentos de la vida del maes­tro. No se le conoce con certeza adscripción a escuela o grupo filosófico alguno. DIÓGENES LAERCIO (III 6) le hace partidario de Parménides, pero ello puede deberse a una polarización frente al heraclitismo de:Crátilo (cf. F. AST, Platons Leben und Schriften, Leipzig, 1816, et alii). Aquí se le presenta como un hombre de poca personalidad, aunque bien dispuesto y afable, en contraposición a Crátilo. Sus intervenciones se reducen a asentir a lo que dice Sócrates, si bien alguna intervención suya hace pro­gresar notablemente el diálogo (cf., sobre todo, 421e y n. 143).

2 Personaje cuya realidad biográfica es un tanto oscura. Tenemos sobre él pocas noticias y, aun éstas, contradictorias o difíciles de conju­gar: a) por este diálogo sabemos que sostiene simultáneamente la teoría naturalista del lenguaje y la filosofía de Heráclito; b) que es joven (cf. 440d), de carácter terco y de escasa valía intelectual; c) ARISTÓTELES (Me­tafísica 1010ª7.15) dice que Crátilo había renunciado al lenguaje porque era un heracliteo radical y se limitaba a hacer signos con las manos; d) ARISTÓTELES (Metaf. 987a32 ss.) dice que Platón fue synéthēs «compañe­ro» de Crátilo; el DIÓGENES LAERCIO (III 6) y PROCLO (In Platonis Cratylum Commentarii) dicen que Platón fue discípulo de Crátilo. - Pues bien, (e) se deriva probablemente (y es interpretación errónea) de (d), pero ade­más, es difícil de conjugar con (b). A su vez, (c) contradice -y es más probable- que (a). Sobre el problema de conjugar el naturalismo y he­raclitismo de Crátilo, véase Introducción.

3 Tanto Kratylos como Sokrátēs son nombres formados sobre el sus­tantivo krátos «dominio»; el de Sócrates, además, presenta la raíz *sawo ­que está en la base de palabras de vario significado. - Hermogénés sig­nifica «del linaje de Hermes», y este nombre no le corresponde, debido a sus dificultades pecuniarias (cf. 384c y 391 a) y, como él mismo añade más tarde (cf. 408a), a su poca facilidad de palabra.

4 Célebre sofista, natural de Ceos, cuyo interés se centraba en el em­pleo correcto de las palabras (cf. Eutidemo 277e) estableciendo los ras­gos diferenciales de los sinónimos aparentes. En realidad, la exactitud que él propugna nada tiene que. ver con la orthótēs que aquí se discute. Sócrates fue un gran admirador suyo y se piensa que su célebre diaíresis (cf. Cármides 163d, Protágoras 358a) puede haber influido en las dicoto­mías socráticas (cf. W. C. K. GUTHRIE, A History o( Greek Philosophy, págs. 223-25 y 27480, y C. J. CLASSEN, «The Study of Language amongst Socra­tes Contemporaries, Proc. of the Afr. Class. Assoc. [1959), 38).

 

 

5 Podría querer decir que ha leído algún libro de Pródico: una drac­ma es el precio aproximado de un libro en esta época (cf. Apología 26d) y demasiado poco, incluso, para un curso reducido.

6 Hermógenes emplea una terminología vaga, propia de quien no tie­ne las ideas muy claras o expresa, no una teoría, sino un clima de opi­nión. Aquí emplea synthékē y homología; más abajo, nómos y éthos. Cf. Introd. Traduzco nómos por «convención», en su valor más general, y, alguna vez, más adelante, por «uso». Para nonmothétēs empleo el térmi­no comúnmente admitido de «legislador» (cf. 389a).

7 Hay en el texto griego de todos los MSS. (salvo T) dos frases de idéntico contenido («no es menos exacto el segundo que el primero» y « no es menos exacto éste que le sustituye que el primero»), de las cuales, una es, sin duda, glosa de la otra. Contra la opinión general que admite ambas como genuinas o que sigue a Bekker omitiendo (con el MS. T) la segunda, nosotros preferimos suponer (con Baiter) que es la primera la que no es auténtica.

8 Aquí Sócrates lleva a Hermógenes a una posición de extremo in­dividualismo, que no es la inicialmente expuesta (cf., también, el § e, más abajo). Sobre las razones de este proceder de Sócrates, ver nuestra Introd.

9 El principio de que se puede hablar falsamente, introducido aquí un tanto bruscamente es, en realidad, el argumento más poderoso con­tra ambas teorías. De ahí el interés, por parte de Sócrates, de dejarlo sentado inmediatamente. Es un tema que reaparece en Eutidemo 286b, c y Sofista 251a, b.

10 Paralogismo señalado por H. STEINTHAL, Geschichie der Sprach­wissenschaft be¡ den Griechen und Röntern, Berlín, 1961, pág. 86, y R. ROBINSON, «The Theory of names in Plato's Cratylus», Phil. Rev. 65 (1956), 328. Una frase puede ser falsa y todos sus nombres verdaderos. Platón no había llegado a descubrir (o lo silencia por el interés de la argumen­tación) que la frase constituye una unidad superior y no una mera suma de sus partes (cf. GUTHRIE, A History..., pág. 213).

11 Es el sofista de Abdera, blanco de los ataques platónicos en va­rios diálogos (especialmente, el que lleva su nombre, pero cf., también, Teeteto 152 ss.). La cita es el célebre comienzo de su obra Alētheia «La Verdad» (cf., más abajo, la alusión a ésta). Aunque esta frase, fuera de todo contexto, ha sido objeto de múltiples interpretaciones (cf. GUTHRIE, ibid., págs. 181-191), es evidente que lo que pretendía el sofista es negar validez objetiva al conocimiento. Otra cosa muy distinta es que de su epis­temología individualista se pueda deducir una teoría de la orthoépeia como la que mantiene Hermógenes. Ver nuestra Introd.

 

12 Con su hermano Dionisodoro, es el protagonista del diálogo que lleva su nombre. La tesis que aquí se le atribuye es formulada allí de for­ma diferente: .todos los hombres, dijo él, lo saben todo si saben una sola cosa- (Eutidemo 294a, cf. también 296c).

13 Otro principio que se esboza, aquí, en contra de Hermógenes y se repetirá, al final, del diálogo (cf. 439c-440) en contra de Crátilo.

 

14 En gr. kerkízein, lit. «manejarla kerkís (lanzadera)», aunque aquí con el sentido restringido de «separar la trama de la urdimbre». Sócra­tes se refiere específicamente a esta actividad del tejedor porque tam­bién con «el nombre... distinguimos las cosas» (cf. 388b). De todas las ac­tividades artesanales que se comparan con la de nombrar, la más ade­cuada es, precisamente, la de «destramar».

15 Traducimos didáskalos por «enseñante, no sin fastidio, al obje­to de conservar el paralelismo de los esquemas etimológicos.

16 Aceptamos la conjetura kalós «bien» de un corrector del MS. Cois­linianus. Puede haber caído fácilmente por haplografía.

17 Por mucho énfasis que se ponga en soi, es evidente que también Sócrates se pone aquí del lado del «uso» (nómos) con la idea de introdu­cir en seguida la figura del « legislador» (nomothétēs). Se ha discutido mu­cho sobre la identidad del legislador de los nombres o «nominador» (es­pecialmente, si se trata de un individuo, y éste sobrehumano, o una co­lectividad, primitiva o no). Sócrates se refiere a él, unas veces, en singu­lar y, otras, en plural, aunque -eso sí- niega claramente (cf. 438c) que sea un personaje divino. De hecho, es una figura que surge del proceso refutativo de la teoría convencionalista y será el último reducto del que Sócrates va a desalojar a Crátilo.

 

 

18 Esbozo de la teoría de las Ideas, aún en fase tentativa: el léxico no está fijado del todo y el sentido último no se ve muy claro. Según GRU­BE, El pensamiento de Platón, Madrid, 1973, págs. 38-39, aquí el eîdos de la lanzadera sería «el conjunto de sus propiedades esenciales tal como lo ve (blépei) el carpintero». Ya no es « lo que una cosa parece, sino aquello a lo que una lanzadera se parece... y ‘ver’ se transforma de actividad física en mental». Cf. también, B. CALVERT, «Forms and Flux in Plato’s Cratylus», Phrónesis 15 (1970), 26-47, y J. V. LUCE, «The Theory of Ideas in the Cratylus», ibid, 10 (1965), 21-36.

19 En este pasaje hemos traducido érgon «obra» por «instrumento» y órganon «instrumento» por «forma del instrumento» (así como trypanon «la forma del taladro», etc.), con el fin de evitar la confusión que se ori­ginaría de una traducción literal.

20 F. HORN (Platonstudien, Viena, 1904, págs. 29-30) ve aquí, creo que sin razón, otro paralogismo: los herreros operan sobre diferentes trozos del mismo material, pero las sílabas de ánthrōpos y homo, por ejemplo, son materiales diferentes.

 

21 Hijo de Hipónico y hermano de Hermógenes. Es el hombre más rico de Atenas («su casa es la más grande v próspera de la ciudad», Pro­tágoras 337d), amigo de los sofistas y, especialmente, de Protágoras, de quien Platón le llama «administrador. en Teeteto 165a. En su casa se ce­lebraban frecuentes reuniones (cf. el diálogo Protágoras) y banquetes con los sofistas (cf. el Banquete de Jenofonte).

22 Cf. n. 11.

23 Cf. Iliada XX 74.

24 Ibid. XXIV 291. Es una especie de búho.

25 Ibid. II 813-14. Altozano escarpado frente a Troya.

26 A partir de ahora sólo aparecerán transliterados los nombres pro­pios cuando vayan a ser objeto de análisis etimológico. En el resto de los casos aparecerán transcritos según las normas habituales.

27 Es cierto que, en Iliada XXII 306, HOMERO dice que los troyanos le llaman Astianacte, pero nunca dice cómo le llamaban las troyanas. Sin embargo, sí afirma que su padre, Hector, le llamaba Escamandrio (VI 402). Con tan rebuscado y poco honesto razonamiento, puede Platón es­tar ironizando sobre la forma en que procedían los sofistas en sus etimologías.

28 Cf. Ilíada XXII 507. Los MSS. ofrecen éryso y pólin. El cambio éryso por éryto se explica fácilmente (en el pasaje citado, Andrómaca se dirige a Astianacte); el cambio de pólin por pylas lo admite NAUCK en su edición de la Ilíada, pero es posiblemente erróneo. Se sabe que Platón citaba a menudo de memoria.

 

29 Estas dos etimologías son correctas. Iremos señalando en nota a pie de página las que lo son. En realidad, no pasan de una veintena entre más de ciento veinticinco y, aún así, son «falsas etimologías», es decir, suelen consistir en relacionar una palabra con otra de su misma raíz. El resto es pura fantasía (cf. L. MÉRIDIER, Platon, Ouvres Complétes, vol. V, 2.a parte: Cratyle, París, 1950, Introducción, págs. 18 y sigs.).

30 MÉRIDIER (ibid., pág. 16) señala la inconsistencia de este pasaje. Hay dos principios que se contradicen: a) un hijo debe recibir el nombre de su padre (lo cual, desde luego, deja sin justificar el de éste); b) en ca­sos de filiación antinatural, la nominación se debe hacer según el géne­ro. Es decir, de hecho la única nominación justa en todos los casos es esta última. Pero es más: después de analizar, a continuación, la etimo­logía de algunos miembros de la familia de los Tantálidas, donde aún gra­vita vagamente este principio, luego lo abandona por completo.

31 Es la primera vez que Sócrates introduce esta idea, que repetirá continuamente (cf. 399a, 404e, 405e, 407c, 408b, 409c, 412e, etc.) hasta que la teoría de la mímesis la ponga en entredicho. Algunos comentaris­tas (cf. nuestra Introducción) elogian la sagacidad lingüística de Pla­tón por intuir la realidad del cambio fonético. Pero ello no exige una gran reflexión y -además- Sócrates lo aduce para justificar las fantásticas etimologías que vienen a continuación.

32 En gr. stoicheia: se refiere a los fonemas o, mejor dicho, las le­tras del alfabeto. Sobre la concepción «gráfica» del lenguaje que impregna todo el diálogo y que ha sido objeto de crítica, cf. n. 157.

33 Efectivamente, los nombres epsilón, ypsilón, omicrón y ómega da­tan de época bizantina, aunque ya hay indicaciones en HERODIANO, Parti­tiones 162.

34 Lit. «sonoros» o «mudos». En 424c, añade una tercera categoría, la de los que «no son sonoros pero tampoco mudos» o sea, las sonantes. Cf. n. 148.

 

35 Archépolis es «El que gobierna la ciudad»; Ágis, «Conductor»; Po­lémarchos, «Jefe de guerra», y Eupólemos, «Valiente en la guerra».

36 latroklēs es «Famoso curador», y Akesímbrotos, «Curador de los mortales».

37 Anacoluto que queda resuelto en la siguiente intervención de Sócrates.

38 Theóphilos es «Protegido de los dioses», y Mnésítheos, «El que piensa en los dioses».

39 Etimología correcta.

40 Según una rama de la leyenda, Atreo y Tiestes, instigados por su madre Hipodamía, mataron a su hermanastro Crisipo a fin de que éste no les desposeyera de la herencia. Según otra rama, Layo se enamoró de Crisipo, lo raptó y éste se suicidó por vergüenza. Sócrates sigue la ver­sión que interesa a su argumento.

41 Como venganza por haberse apoderado indebidamente Tiestes del cordero de oro -y, por tanto, de la herencia dinástica-, Atreo mató a los hijos de su hermano y le sirvió sus miembros en un banquete.

42 Hijo de Hermes y auriga de Enomao, al cual traiciona en favor de Pélope. Con su ayuda, éste venció en la competición de carros cuyo premio era la mano de Hipodamia. Según una versión, Pélope lo mató para no pagar el precio de su traición.

43 En su biografía mítica hay toda suerte de crímenes: perjurio y ro­bo a los dioses del néctar y ambrosía; rapto y parricidio. Sobre su casti­go en los Infiernos, HOMERO (Odisea XI 582 ss.) le asigna una sed y ham­bre eternos. PÍNDARO (Olímpicas 157) lo presenta, como aquí Platón, con una piedra suspendida sobre la cabeza siempre a punto de caer.

44 Es correcto relacionar el nombre de Tántalo con la raíz *tal(a). Es una reduplicación de dicha raíz con disimilación de l.

45 La flexión de Zeús presenta dos series de formas hechas sobre un tema Zén (antiguo acus. de Zeús) y un tema Dí(w) (cf. E. SCHWYZER, Grie­chische Grammatik, Munich, 1968, vol. 1, págs. 576-77) que Sócrates po­ne en relación con el verbo zén «vivir. y con la preposición causal día, es decir, lo explica como causante de la vida. Más abajo relacionará diá con diánoia «inteligencia», ya que Zeus es hijo de Crono, que él explica como «pureza» (kóros) «de la mente. (noú).

46 Del demo ateniense de Próspalta. Eutifrón es un adivino de Ate­nas, cuyo fanatismo religioso conocemos por el diálogo de su nombre. Estas alusiones a una posesión por parte de Sócrates, que no dejan de repetirse (cf. 399a, 409d), junto con otras a los sofistas y al mismo Euti­frón (399e, 407e, 409d), sirven para rodear toda la sección etimológica de un clima de ironía que, al menos, nos hace dudar de la seriedad que Sócrates le concede.

47 Eutychidēs es «Buenaventura»; Sōsías, «Bien librado», y Theó­phílos, «Protegido de los dioses».

48 Esta explicación, que introduce aquí Sócrates como una posibi­lidad, la rechaza abiertamente en 425d como una evasiva.

49 El texto es problemático en lo que toca a la atribución a los per­sonajes de la frase dêlon dé... daímonas. Nos apartamos aquí de Burnet, que suprime sin motivo seis palabras. Méridier sigue a Heindorf, el cual opta por la lectura dēlon dê (W) y asigna la frase a Sócrates con inte­rrogación. Nosotros seguimos la lectura de BT atribuyendo (con Bekker, que sigue aquí a Stephanus) la frase a Hermógenes, excepto el segundo daímonas, que se pone en boca de Sócrates con signo de interrogación. En cualquier caso, el sentido no cambia sustancialmente.

50 Cf. Trabajos y Días, 121-3. Los MSS. ofrecen gaîa en lugar de Moîra.

51 La palabra daēmón pertenece, efectivamente, a la lengua épica. La etimología, sin embargo, es errónea. Cualquiera que sea su sentido originario, daímon está, más bien, en relación con la raíz del jerbo daínrymai «repartir».

52 Sólo en Hesíodo. En Homero la palabra se aplica a jefes y reyes, así como a personajes de su entorno (por ejemplo, al aedo Demódoco). Héros está en relación con la raíz ide. *seru «proteger», de donde proce­de también el nombre de la diosa Hera y de Heracles.

53 En el alfabeto ático arcaico, el signo e servía para tres fonemas: e. ē y ę.

54 Cf. n. 31. En general, Sócrates atribuye el cambio al afán de em­bellecimiento. Aquí alude a nuestra voluntad de formar nombres de lo que nos interesa.

55 Rhêma, en Platón, significa tanto «verbo, como «locución» o «sintagma», ya sea nominal (cf. Díphilos) o predicativo (cf. la etimologia de ánthrōpos más abajo).

56 Es decir, Diì phílos se convierte en Díphilos suprimiendo una i y haciendo grave(i. e., átona) la sílaba phi. Pero, además, y esto Sócrates no lo dice, haciendo aguda en vez de grave la primera i.

57 Esta etimología, posiblemente correcta, es la misma que ofrece ARISTÓTELES en De Anima 405b28 ss.

58 Cf. n. 46. Parece que Sócrates atribuye a Eutifrón alguna activi­dad en el terreno etimológico (cf. STEINER, «Die Etymologien in Platons Kratylos», Archiv f. Gesch. der Kilos. 22 [1916], 125), pero no tenemos más pruebas en este sentido.

59 Anaxágoras identifica el alma con la «mente» (noûs) (cf. ARISTÓTELES, De Anima 404a) y hace de ésta el principio ordenador (diakosmeîn es la palabra que emplea, precisamente, Anaxágoras) y sustentador del Universo.

60 Es una idea pitagórica que aparece en FILOLAO, B14 (cf., también, Gorgias 493a).

61 Etimología correcta, aunque erróneamente explicada. Sōma es­tá en relación con el verbo sōizō y, originariamente, parece que significa «cadáver», i. e., «lo que se recobra» después de un combate.

62 En toda esta serie ya no se alude al principio de nominación por el género, cf. n. 30.

 

63 Todos los sacrificios comenzaban por Hestia, diosa del hogar.

64 Aquí Sócrates alude a una colectividad (cf. n. 17). La expresión « los primeros» ha inducido a algunos eruditos a considerar erróneamente este diálogo como una indagación sobre el origen del lenguaje (cf. nues­tra Introd.)

65 En gr. xenikà onómata. Con xenikós, Platón se refiere siempre a otros dialectos distintos del ático. Para las lenguas extranjeras emplea el adjetivo bárbaros.

66 No hay otro testimonio que éste sobre las formas essía y ōsía. En el primer caso (essía), puede llevar razón Platón, dado que el sustantivo se forma sobre el participio femenino del verbo eimí; la forma éssa apa­rece en eolio, así como en dorio de Epidauro y Trecén (cf. C. D. Bucx, The Greek Dialecis, Chicago, 1955, pág. 129), y la forma éssai, en FILOLAO, B6. La forma ōsía, sin embargo, ni está testificada ni tiene justificación morfológica alguna, pues el resto de los dialectos forman su participio femenino sobre el atem. ent-(a menos que Platón esté pensando en el beo­cio iôsa, resultado fonético de *eontja (cf. E. SCHWYZER, Griechische Gram­matik, ant. cit., vol. I, pág. 678). En los fragmentos de los presocráticos de dialecto dorio, recogidos por H. Diels, aparece siempre ousía, forma consagrada en el léxico filosófico.

67 Estín por hestían de los MSS., es una conjetura brillante de Bur­net, apoyada por el espíritu suave con que aparece la palabra en B y W.

68 Aquí, Sócrates relaciona interesadamente ōsía con el verbo ōthéō «impulsar», precisamente para establecer la filosofía de Heráclito como punto de partida del nominador al poner los nombres. Ésta se va intro­duciendo sutilmente hasta ponerla en la base de todas las explicaciones etimológicas, especialmente, de las nociones filosóficas y morales en 4116­c (cf. nuestra Introd.).

69 En 396b se explicaba de otra manera. Aquí, aunque no expresa­mente, lo pone en relación con kroûnos «fuente».

70 Ilíada XIV 201.

71 No es cierto. En Hesíodo los dioses proceden de Gaia y Urano.

72 La etimología correcta de Poseidón parece ser «esposo» (gr. pó­sis) o «dominador» (ide. *poi-) de la «tierra» (da). (Cf. SCHACHERMEYR, Po­seidon, Berna, 1950.)

73 Ésta es, precisamente, la etimología correcta. También lo es ob­viamente la que se da de Plutón.

74 Se trata de una colectividad mítica, posiblemente de origen ctó­nico; aunque la Epopeya las convirtiera en cantoras marinas. Son com­pañeras de Perséfone y solían figurar en las tumbas.

75 Cronos, padre de Hades, Poseidón y Zeus, fue destronado por este último y encadenado en el Tártaro.

76 Esta etimología es correcta solamente a medias. La auténtica pa­rece ser da (tierra) mēter (madre) (cf. U. v. WILAMOWITZ, Der Glaube der Hellenen, vol. I, pág. 212).

77 Sobre la auténtica etimología de Hera, cf. n. 52. El truco de re­petir varias veces el nombre de Hera para captar el sonido aér demues­tra que el ático, si no psilótico, era un dialecto de aspiración muy debili­tada. (Cf. BUCK, The Greek..., págs. 53-54.)

78 El nombre de Perséfone aparece bajo las siguientes formas: sin aspiración del primer término del compuesto Persephóneia, común en Ilíada y Odisea, y Perséphassa en ESQUILO (Coéforas 490); con doble aspi­ración Phersephónē, común en la lírica; Pherréphatta, en ARISTÓFANES (Tes­mofor. 287 y Ranas 671), y Pherréphatta en inscripciones áticas (I. G. 22 1437). Esta última es, por tanto, la forma corriente en ático no literario. El segundo elemento del compuesto (-phónē) sugiere la idea de muerte violenta (phónos), de ahí que a la gente le parezca una diosa terrible.

79 Cf. 405e y n. La etimología de Apolo es muy discutida (cf. U. v. WILAMOWITZ, «Apollon», Hermes XXXVIII, 575 ss., y W. K. GUTHRIE, The Greeks and their Gods, Londres, 1955, pág. 73), pero en ningún caso tiene que ver con las que nos brinda Sócrates a continuación.

80 En efecto, se trata de la ha- colectiva o intensiva que procede de ¡de. *sm-, cf. ai. sa, lat. sem-. Lo traducimos por el prefijo castellano co-.

81 Eufemismo por «muerte». La gente relacionaba a Apolo con apóllymi «morir».

82 El verbo môsthai está, probablemente, emparentado con lat. mos y nada tiene que ver con Moüsa que procede de *Montja (cf. SCHWYZER, Griechische Graninratik, pág. 473).

83 No hay más testimonio que éste de que Lētō fuera llamada thō en otros dialectos.

84 Sobre la etimología de Artemis, cf: M. RUIPÉREZ SÁNCHEZ, «El nom­bre de Artemis dorio-itrio. Etimología y expansión., Emerita (1947),1-60, y «La dea ardo céltica y, la Artemis griega», Zephyrus II (1951), 89-95.

85 Esta frase muestra a las claras el carácter festivo de este juego etimológico.

86 Todavía P. KRETSCHMER (en Zeitschrift für vergleich. Sprach forsch. XXXIII [1893], pág. 267) quiere hacer venir este nombre de áphro hodí­tēs «la que camina sobre la espuma».

87 En realidad, Pallás quiere decir «muchacha» (cf. GUTHRIE, The Greeks..., pág. 108).

88 pregunta­Méridier traduce «inteligencia natural». No sé qué entiende por esto ni cómo lo deduce del texto griego. Me parece que, más bien, se re­fiere a la inteligencia «referida al éthos» (éthei es un dat. de limitación) o «práctica» a la que PLATÓN (cf. Banquete 209a) y ARISTÓTELES (Ética a Nicómaco 1140a24) llaman específicamente phrónēsis.

89 Parodia de Ilíada V 221-2, donde se refiere Eneas a la excelencia de los caballos troyanos.

90 Este es el único nombre de dios sobre cuya etimología hay acuer­do unánime entre los filólogos. Procede de hérma «montón de piedras».

91 Todos los editores eliminan, por considerarla fuera de lugar, es­ta última frase referida a Iris. Nosotros la respetamos como, en general, a las lecturas en que coincide toda la tradición manuscrita, siempre que no haya motivos muy fundados para rechazarlas. - Puede ser una ocu­rrencia que introduce Sócrates parentéticamente, como tantas otras en esta sección.

92 Sócrates insiste en este principio, que ya dejó sentado más arri­ba (385b) y que tanto le importa dejar bien claro.

93 Sócrates juega con el doble sentido de tragikós «trágico» y «ca­bruno». Aquí se refiere a las fabulaciones de la tragedia; más abajo, al carácter figurativo de Pan como macho cabrío de cintura para abajo.

94 Aípolos significa, propiamente, «cabrero» (de aíx «cabra»), pero Sócrates lo pone en relación con aeí (siempre) polein (hacer girar), como antes a Apolo (cf. 405c).

95 El texto griego es aquí muy vago: ton toiōnde puede querer de­cir «dioses como» o «cosas como.. Parece una vaguedad deliberada.

96 En realidad, esta teoría parece remontarse a Tales de Mileto (cf. PLUTARCO, Placita philosophorunt II. 27).

97 Hasta aquí la etimologia es correcta (*selas-na). Lo que sigue es tan exageradamente rebuscado que nos hace pensar de nuevo en el ca­rácter irónico de toda la sección.

98 El préstamo, que hoy es un principio elemental de la Lingüísti­ca, es aducido aquí (cf., también, en 416a) como una estratagema de Só­crates cuando se le resiste una etimología. Luego será rechazado como evasiva (cf. 425e).

99 No hay constancia de la palabra frigia para el fuego, pero el gr. pyr se corresponde con el arme. hur, lengua cercana al frigio. (Cf., tam­bien, a.a.a. fiur, umbro pir y tocario por -V. PISANI, Glonologia indeu­ropea, Turín, 1961, pág. 277.)

100 Eniautós es un ciclo de tiempo que puede ser muy superior al año natural (étos) Probablemente, está relacionado con el ciclo del año agrícola (la «añada. castellana). Cf. J. HARRISON, Themis, Londres, 1963.

101 Lo mismo que en caso de la e (cf. n. 53) en el alfabeto ático anti­guo el signo o servía para los fonemas o, ō y  ō.

102 Puede referirse a la fábula de Esopo en la que el asno, vestido con piel de león, pone en fuga a hombres y animales; o bien, a la piel del león de Nemea que cubría la cabeza y hombros de Heracles. - Es im­probable, como sugiere MÉRIDIER (Platón..., vol. I, Introducción, pág. 44), que sea una alusión velada a Antístenes, quien había tomado a Heracles por modelo.

103 Realmente está aludiendo, sin nombrarlo, a Heráclito. Cf. n. 68 e Introd.

104 El texto dice, en realidad, «dos ei», que es la grafía de ē en el al­fabeto jonio, como ou lo es de ō.

105 Es un pasaje discutido. Lo mismo que en 437a (donde se vuelve a explicar esta palabra en sentido opuesto, es decir, con la idea básica de «reposo», es preferible seguir la lectura de los mejores MSS. embá­llontas y epistēmēn que encubre -sin duda, por yotacismo- un espera­do eepeistēmē.

106 Quiere decir Sócrates que la sílaba so- de sophía habría que po­nerla en relación con la raíz *tho- «rápido», que en laconio es *so-, por la espirantización de las aspiradas que se produce en laconio ya en el s. v, aunque no se refleje epigráñcamente hasta el rv (ct. Bucx, The Greek..., pág. 597).

107 Es la misma explicación de más arriba (cf. 396a-b) para la for­ma Día del nombre de Zeus.

108 Locución proverbial, cuya traducción literal sería «saltar por en­cima del foso».

109 De nuevo, la teoría de Heráclito sin que se le nombre expre­samente.

110 Tampoco en el Fedón (96b y ss.) le parece suficiente a Sócrates la teoría de Anaxágoras.

111 Anreía estaría en relación con el verbo anarrein, «fluir contra co­rriente» o «hacia arriba». Cf. infra, ánō rhoē.

112 Etimología correcta.

113 Tanto el verbo apeikázein como memímētai supone un adelanto de la teoría de la mímēsis que Sócrates no introduce hasta 423 ss. Hasta ahora no se ha dicho que el nombre imite a la cosa.

114 Siguiendo las directrices de Sócrates el nombre que resulta es, en efecto, echonócē «que posee razón».

115 Observación desafortunada que pone de manifiesto una idea no muy clara de los diferentes elementos del nombre. -tron es un sufijo de instrumento.

116 La Phíx, hija de Equidna, a la que llama HESÍODO «funesta para los cadmeos» (cf. Teogonía 326), puede ser, en principio, diferente de la Esfinge con la que posteriormente fue identificada.

117 Ilíada VI 264-65.

118 Ya en 384b, Sócrates había aludido al antiguo proverbio «es di­fícil saber cómo es lo bello».

119 Es decir, será antiguamente kaloûn, cf. n. sig. Más abajo lo ex­plica con mayor claridad.

120 Aquí establece Sócrates una diferencia muy sutil entre kalēsan (participio aoristo neutro) y kaloûn (participio presente neutro) de kaléo. Se trata, en definitiva, de asimilar tò kalón (lo bello) con ka­loûn (lo nominativo) (cf., más abajo, «lo nominativo [produce] cosas be­llas.). De todas formas, lo que opone a los dos participios no es el tiem­po (como traduce Méridier), sino el aspecto.

121 La conjetura kaloûn (por kalón MSS.) de Badham se impone por sí misma después del pasaje anterior.

122 Cf. la explicación de epistēmē, en 412a, como que «el alma... si­gue a las cosas».

123 Algunos editores siguiendo a Stallbaum asignan éoike a Hermó­genes, interrumpiendo innecesariamente el discurso socrático. Aquí tam­bién respetamos la tradición manuscrita.

124 El nominador.

125 Este es, precisamente, su sentido.

126 El Bien.

127 Frase oscura tanto por el texto, que está corrupto, como por su contenido. En cuanto al texto: a) conservamos hôi con la mayoría de los editores y entendemos tôi ophéllein como una aposición rectificativa (.del que se sirve Homero, es decir, bajo la forma ophéllein»); b) mantenemos la lectura de los MSS. aúxein kaî poeîn, aunque es evidente que hay co­rrupción. De las conjeturas propuestas, dos suponen que ha caído algo (pléon, ORELLI; píona HEINDORF), y una, también de Heindorf, propone sus­tituir poieîn por piaínein. - Ōphélimon no sólo no es ajena al ático, sino que está documentada en esta época sólo en ático (cf. LS-J, s. v.). El ver­bo ophéllein, en cambio, sí es dialectal: es un «eolismo» de Homero.

128 Composición citaródica, originariamente en honor de Apolo, que consta de siete partes además del «preludio». También POLLUX (IV 77) alude a un nomo de Atenea. Los compuestos largos y complicados son característicos de la lírica (cf. A. MEILLET, Aperçue d'une Histoire de la langue grecque, París, 19303).

129 Ignoramos en qué se basa Platón para emitir tal juicio que con­trasta con la acertada observación que le sigue. Sobre ésta, ef., también, CICERÓN, De oratore 12 (facilius mulieres incorruptam antiquitatem çonservant).

130 Lit. «vestido de tragedia» (tetragoidēménon), cf. 414c.

131 Hēméra poiein significa también «domesticar» cuando el objeto son animales y «cultivar» cuando son plantas.

132 Esto es inexacto. Zygón procede de la raíz ide. *yug-, cf. lat. iugum, ant. ind. yugam, etc. Sócrates puede estar pensando en la forma doria (también eolia) dugós, fruto de otra evolución fonética (cf. E. SCHWYZER, Dialectorum graecorum exempla epigraphica potiora, Leipzig, 1923, nn. 180, 317 y 466.36).

133 En 438e va a afirmar, precisamente, lo contrario: que el nomi­nador se contradice. Como en otras ocasiones, Sócrates deja caer una frase que después va a ser contestada.

 

134 Lo deduce de an (privativum) iénai.

135 En gr. xenikón (cf. n. 65). Es, en efecto, palabra jónica, documen­tada en Heródoto e Hipácrates y empleada por los poetas áticos, espe­cialmente los tragediógrafos.

136 Thynaós es aquí, específicamente, el principio irascible del alma.

137 Sócrates relaciona póthos con áttothi pou. Menos complicado ha­bría sido, como sugiere Méridier, derivarlo de pothi (apóntos)

138 En el texto se dice «ou en vez de ō», pero ver n. 104.

139 Gr. oisis, hápax legóntenon acuñado aquí por Platón derivándo­lo del futuro de phérō(oísō), e implícitamente relacionado con oistós (flecha).

140 Admitimos con Burnet is lectura théō (corrección de theói de la vulg.). Hay que forzar mucho el significado de theós para obtener un sen­tido (cf. «la inspiración de la divinidad», en Méridier).

141 Se refiere a la forma jonia oukí de la negación enfática ouchí.

142 En gr., diakekrotēkénai, verbo perteneciente al vocabulario del gimnasio, aunque sólo está documentado en EURIPIDES (Cíclope 180) con sentido obsceno.

143 La intervención de Hermógenes impone aquí un giro decisivo al diálogo; giro que está marcado estilísticamente por la violenta interrup­ción de Sócrates: a continuación, se pasa al tema de los elementos pri­marios y a la teoría de la mímēsis.

144 En gr., agōn. Locución proverbial que hace alusión a las excusas presentadas por un testigo para no acudir al tribunal (cf. ARISTÓFANES, Acarnienses 392).

145 A partir de aquí se les llamará nombres primarios (prôta) a los elementos y secundarios (hystera), a los derivados. Es inexacto traducir prôta por «primitivos, como hace Méridier.

146 Lit. «quería».   

147 Se entiende, «bajaríamos la manos. Hay un zeugma en virtud del cual el verbo aírein significa «subir» en la primera frase y «bajara en la segunda.

 

 

148 Cf., también, n. 34. Según esta clasificación similar a la de File­bo 186, c, Platón distingue entre: a) sonoras (phonēenta), esto es, vocales; b) las que carecen de sonido y ruido (áphona kai áphthonga), i. e., conso­nantes, y c) las que no son sonoras pero «participan de un cierto ruido (phthóngou n:etéchonta tinós, cf., en Filebo, loc. cit.), i. e., las sonantes.

149 En forma muy brusca se introduce aquí la exigencia de una cla­sificación paralela de la realidad, a la cual debe corresponder la de los elementos.

150 Cf. 401a.

151 Desde el principio, Sócrates se muestra escéptico sobre la vali­dez de la teoría mimética que acaba de exponer como fundamento «téc­nico» de) naturalismo (cf., también, 426b). Crátilo, sin embargo, la acep­tará sin ver las consecuencias negativas de ésta aceptación.

 

152 Se refiere al célebre recurso de los tragediógrafos al deus ex ma­china. Sin embargo, el dios no suele resolver desde la máquina conflicto alguno. Simplemente, sirve para cerrar una obra, cuyo conflicto ya está resuelto, con una proyección hacia el plano divino. Cf. A. SPIRA, Untersu­chungen zum «deus ex machina» bei Sophocles und Euripides, Kallmunz, 1960.

153 Pese al escepticismo de Sócrates, antes señalado, es obvio que ya no está dispuesto a seguir el juego: rechaza como evasivas todos los procedimientos que él mismo ha seguido hasta aquí en las etimologías y ya no se muestra irónico con los sofistas (a los que aquí alude velada­mente), sino severo y hasta despectivo.

154 El texto dice ei, pero cf. n. 104.

 

155 MÉRIDIER (Platon..., vol. I, Introducción, pág. 24) señala lo descon­certante de este paréntesis que va desde «pero está claro.... hasta «la forma stásis»: a) vuelve a emplear todos los procedimientos que acaba de rechazar; b) introduce, a propósito de r, que es símbolo del movimien­to, una serie de nombres que lo significan (kínēsis, hésis, kíein) sin tener la r. M. Diés sugiere que Platón puede estar pensando en la palabra pho­rá, pero, aun así, el pasaje sigue siendo desconcertante. Por otra parte, no es lógico que Sócrates diga, a continuación, que el nominador se sir­ve de la r para expresar el movimiento en muchos casos.

156 Se entiende «al movimiento».

157 HORN señala (pág. 50) «el absurdo de basarse en la forma de los signos y no en el sonido, como si la escritura fuera anterior al lenguaje; absurdo agravado, según él, por el círculo que vicia esta última frase. Sin embargo, el que emplee la palabra «letras» (grámmata), en vez de so­nidos, no debe extrañar en una fase tan primitis a de la lingüística. Ade­más, la forma redonda de la o puede referirse a la forma de la boca al pronunciarla y la a, e no son más «grandes» que cualquier otra letra (ct. MÉRIDIER, Platon...,,vol. I, Introducción, págs. 25-26).

158 Hasta el momento, Crátilo ha mantenido un inelegante y obsti­nado silencio (recordemos su desgana inicial de hacer a Sócrates partí­cipe de su conversación con Hermógenes, 383a). Ahora, tanto Sócrates como Hermógenes, le incitan a hablar; Sócrates, más veladamente, con el objeto de desmontar la teoría naturalista, como se verá; las palabras de Hermógenes, más ingenuo y abierto, entroncan con su primera inter­vención ante Sócrates.

159 Cf. Trabajos y Días 361-62: .pues si añades poco sobre poco y ha­ces esto con frecuencia, lo poco al punto se convertirá en mucho» (trad. de AURELIO PÉREZ JIMÉNEZ, en el vol. 13 de esta colección).

160 Parece que la división en Cantos de la Ilíada y Odisea no es an­terior a la época alejandrina. Antes de esta época se suelen citar por los nombres de episodios más o menos extensos, como Las Plegarias, La Có­lera, Los Juramentos, etc.

161 Cf. Iliada I 343.

 

162 Sócrates ya ha dejado demostrado, contra Hermógenes, que se puede hablar falsamente (cf. 385b y ss.). Ahora tiene que volver a demos­trarlo en contra de Crátilo basándose, precisamente, en la teoría de la mimēsis. Sobre los antiguos y modernos a los que se puede referir, en último término, la teoría naturalista (cf. nuestra Introd.).

163 Se entiende, «falsamente».

164 Cf. n. 55. Aquí rhēma tiene el sentido más restringido y exacto de «verbo».

165 La comparación de los nombres con los grabados se alarga en ex­ceso (ocupa toda la letra c), por lo que esta primera frase resulta anacolútica.

 

166 Cf. 426c.

167 Probablemente, el texto esta corrupto, lo cual oscurece más aún la alusión a esta costumbre de los eginetas. Son atractivas las conjetu­ras de Búrnet, pero opsiodíou es palabra no atestiguada, y opsismoû só­lo en DIONISIO DE HALICARNASO (IV 46), con el inconveniente de eliminar hodoú que parece palabra sana. Sugiero el cambio de opsé por opsíou (Cf. PfNDARO, Ítmicas IV 38).

168 La frase, así formulada, queda un tanto oscura. Las dos afirma­ciones contradictorias son: a) el nombre es una manifestación de la cosa mediante sílabas y letras; b) el nombre no es tal, si no posee todos los rasgos pertinentes de la cosa.

 

169 También en la Carta VII (343c) adopta Platón una posición con­vencionalista con respecto al lenguaje: «¿quién nos impide llamar ‘rec­to’ a lo que llamamos ‘circular’ o ‘circular’ a lo que llamamos ‘recto’?».

170 Cf. 426c, pero allí, en realidad, no se habla para nada de «rigi­dez». ¿Lo añade aquí Platón para justificar la presencia de r en la pala­bra sklērotēr que viene a continuación? ¿O kaì sklērótēti es una adición posterior introducida con el mismo objeto?

171 El rotacismo (cambio de s en r) es una característica del jonio de Eretria y Oropo, pero, contra lo que afirma aquí Platón, ninguna inscrip­ción ha documentado hasta ahora el rotacismo en posición final (sí en eleo y laconio), cf. BUCK, The Greek..., págs. 56-57.

172 Es decir, skrērós.

173 El nombre es «esto»; «aquello», la noción.

174 El número, que en 432a le servía a Crátilo como apoyo a su teo­ría de que cambiando un sólo elemento «un nombre se convierte al pun­to en otro nombre», aquí se revela como argumento a favor del convencionalismo.

175 Cf. 414c.

176 En 411c manifestaba Sócrates que todos los nombres habían si­do puestos según la idea de que todo se mueve. Pero si allí ya expresaba su escepticismo diciendo que, quizá, son los que pusieron los nombres quienes de tanto dar vueltas se marean (cf., también, 439c), aquí va a de­mostrar que se pueden explicar en sentido contrario: conforme a la idea de reposo.

177 Cf. n. 105.

178 Hantartía puede relacionarse, o bien con hontartō «acompañar», o bien con hánta ía (de einti), syntphorá «accidente» con syntphéresthai, verbo con el que en 417a explicaba syntphora «conveniente». De esta for­ma, ambos son sinónimos de synesis y epistōmō, explicados en 412a como procedentes de syniénai «acompañar» y de hépomai (id.), respec­tivamente.

179 En la serie etimológica anterior (416b y 421b) se veía que los nombres de nociones negativas (lit. «censurables», psektá) coincidían eti­mológicamente con la idea de reposo; las positivas (lit. «elogiables», epai­netá), en cambio, con la idea de movimiento.

180 Crátilo se refugia, finalmente, en la idea de un legislador sobre­humano. Pero esto ya había sido rechazado (cf. 425d) como una evasiva similar al deus ex machina de la tragedia. Ahora vemos más claramente por qué el hipotético legislador no puede ser sobrehumano.

181 Cf. 411c.

182 El principio de que los seres son en sí ya había quedado senta­do en 486d y ss., como consecuencia de la refutación de la teoría de Pro­tágoras. Aquí se dice algo más (que lo en sí es siempre idéntico y nunca abandona su forma) y se desarrollan sus implicaciones epistemológicas (sólo el ser en sí permite el conocimiento). Sin embargo, Sócrates no lle­ga a ello por un proceso dialéctico sino acudiendo a un sueño que tiene; como, en ocasiones, recurre a un mito.

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