la extraña teologia
de juan pablo ii
y el espÍritu de asÍs
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   No es costumbre de esta revista publicar un editorial sobre un libro. Aún diríamos más, nunca lo hemos hecho. Pero ahora la importancia del todo extraordinaria del tema así lo exige. Se trata de la obra del sacerdote y profesor Johannes Dörmann que lleva como título el que encabeza estas líneas. Su tomo l° como subtítulo “Del segundo concilio Vaticano a la elección papal”, fue editado por “Fidelieter” (112 route du Waldeck, 57230 Eguelshardt, 152 págs.), casa que publica también la revista del mismo nombre, a nuestro parecer la mejor publicación católica de Francia. Tomamos en parte el comentario de “Monde et Vie” (14 rue Edmond Valerin, 75007 París, N° 584, 20 de mayo al 9 de junio de 1993). 

   No es un teólogo de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X quien queda perplejo ante la teología de Juan Pablo II, sino un profesor de ciencias de la religión nombrado director, en 1976, del Instituto de Ciencias Misionales de la Universidad de Münster, en Westfalia (Alemania). Hace ver que la reunión de todas las religiones en  Asís (27 de octubre de 1986) es la representación concreta, visible, de la teología de Juan Pablo II. Con un lenguaje riguroso y filosófico, y pofusión de argumentos, demuestra que Asís es el símbolo -y la realidad- del trastrueque total de la teología tradicional en provecho de otra nueva. Esta ciencia no es más el conocimiento de Dios, según lo dice su  esta propia etimología (Logos=conocimiento, Theos=Dios); tampoco trata de la adoración del hombre a Dios. Se tornó la consideración de la dignidad intrínseca del hombre y de su conciencia fundacional, que reconoce lo divino como su dimensión intrínseca. 

   Desde la Revolución francesa los francmasones se empeñan en lograr, bajo el pretexto de la paz religiosa y mundial, que los representantes de las distintas religiones se unan, para rezar por la paz. Todos los Romanos Pontífices, desde Gregorio XVI hasta Pío XII, rechazaron con horror esta idea. 

   Expresión del espíritu católico de siempre es el proyecto presentado al concilio Vaticano I –que no pudo ser tratado por la interrupción de ese concilio debida a la guerra de l870- que declaraba : “Rechazamos y abominamos de la doctrina impía de la igualdad de todas las religiones que repugna también a la razón humana. Los hijos de este mundo quieren suprimir la diferencia entre lo verdadero y lo falso y dicen: la puerta de la vida eterna está abierta a todos, sea cual sea la religión de la que proviene...Acusan hasta a la Iglesia, por cuanto Ella afirma que es la única verdadera religión...piensan, en efecto, que la injusticia podrá tener parte con la justicia, o las tinieblas con el luz (sic), o que Cristo podrá concluir un acuerdo con Satanás”.  

La salvación universal

   Dörmann muestra que Juan Pablo II profesa un ecumenismo ampliado a todas las religiones. Lo que cuenta hoy realmente para los novadores no es más la Revelación divina a los hombres, la salvación por la gracia y por la sumisión a los mandamientos de Dios y la iglesia, sino los “los derechos humanos” la “dignidad de la persona”, el centrar todo en el “hombre”, sea lo que haga y cualquiera que sea su religión. 

   En lo que concierne al ecumenismo “cristiano” el Papa no dice que las confesiones separadas de la Iglesia tienen que volver a la Fe católica sino que católicos, bizantinos y protestantes deben marchar juntos hacia la fe apostólica única(discurso en Debrecen, Hungría, l8 de agosto de 1991). 

   La iglesia ya no es la depositaria de la Verdad única, revelada por Nuestro Señor Jesucristo, sino el lugar de salud universal. Por consiguiente, se Amplía a todo hombre y las exigencias del Evangelio quedan anuladas al igual que la libertad del hombre de acoger o rehusar la aplicación de la Redención. Como se vislumbra ya en Guadium et spes, de la cual fue uno de los principales colaboradores, surge del retiro, que el futuro Papa predicó a Pablo VI en l976, que todo hombre está salvado por la encarnación de Cristo, haya o no recibido el bautismo y cumplido los mandamientos de Dios. Agrega el autor que, electo Romano Pontífice, Juan Pablo II sigue la misma línea.  

   El libro hace ver que lo que Juan Pablo II dice y hace se opone frontalmente con las enseñanzas y prácticas observadas desde el día de Pentecostés en el que el Espíritu Santo descendió sobre María Santísima y los Apóstoles, hasta el concilio Vaticano II.  Aunque el P. Dörmann centra este primer tomo de su estudio a los tiempos en que Karol Wojtyla era obispo y cardenal, no deja de señalar que dicha línea continúan bajo el Pontificado actual.  

   La incompatibilidad de la actitud comentada con la encíclica Mortalium Animos es manifiesta. Allí el Sumo Pontífice Pío XI reitera lo que la Iglesia Católica enseñó siempre y por doquier.  Es un acto auténtico de su magisterio. Porque las encíclicas, hasta el Vaticano II, no hacían más pero tampoco menos que exponer la doctrina extraída de la Tradición y las Escrituras. Y con éstas rompe Juan Pablo II y por esa ruptura recibe la condena de Pío XI.  

   Durante sus prédicas de 1976, el cardenal Wojtyla decía: “Todos los hombres, desde el inicio hasta el fin del mundo, fueron rescatados y justificados por Cristo y su Cruz”.Y así comentaba esa afirmación: “Por el misterio de la Redención, Cristo mostró...qué esfuerzos hay que desplegar para preservar esta dignidad que le es propia”. (Retiro de 1976, pág.101). 

   El cardenal de Cracovia no expuso su tesis de la justificación universal claramente y sin contradicción. Hay en sus obras textos que parecen negarla. Pero, piensa Dormán, que la misma es la línea directriz de su pensamiento, línea directriz seguida también como Sumo Pontífice.  

La Iglesia es la humanidad  

   Si todo hombre es justificado por el mero hecho de ser hombre, dado que “con cada uno se ha unido Cristo, para siempre (Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, n° 13), si el pecado original y sus consecuencias no existen, porque en todos “permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo” (idem) sean bautizados o no, se esfuercen en practicar la virtud o se apeguen al pecado con pertinacia, la religión importa poco. La iglesia coincide con la humanidad, es por eso que se la llama “pueblo de Dios”, y la sola diferencia entre los hombres es que hay “cristianos anónimos”, según expresión de Karl Rahner, lo que quiere decir que se ignoran como tales, y otros que han tomado conciencia de lo que es la Revelación, la que no es más, para Juan Pablo II, la gloria de Dios que se revela en su Hijo haciéndose conocer a los hombres, sino el hecho de que Cristo al unirse a todo hombre, le ha revelado la grandeza, la dignidad de cualquier ser humano.  

   Como decía Henri de Lubac, tan próximo a Juan Pablo II que lo nombró cardenal por más que estuviese condenado por Pío XII en la encíclica Humani generis (1950): “Por Cristo la persona es adulta, el Hombre emerge definitivamente en el Universo” (Catolicisme, pág.295). La Fe católica ya no es la adhesión a la Verdad revelada por Dios, sino la fe en el hombre, la conciencia de la grandeza de su humanidad adquirida por el hombre . El P. Dormán concluye: “Un tal fe no es nada más que la gnosis” (pag.148).  

   Leyendo a Dormán se comprende mejor por qué Asís es una “representación visible de la teología” de nuevo cuño. El propio Juan Pablo II declaró :  

   “Asís debe ser considerado como una representación visible, una lección de cosas, una catequesis inteligible a todos de lo que significa el compromiso ecuménico y el compromiso para el diálogo interreligioso recomendado y prometido por el concilio Vaticano II” (alocución del 22 de diciembre de 1986).  

   Afirmar que la afrenta a Nuestro Señor Jesucristo y a San Francisco, perpetrada el 27 de octubre de 1986, signifique aplicar “el diálogo interreligioso recomendado y prometido” por el Vaticano II es descolocar definitivamente ese concilio.  

   Porque ante un concilio meramente pastoral con más su “aplicación” hecha por Juan Pablo II en contradicción flagrante con toda la Tradición y las Escrituras –fuentes de nuestra Fe- la opción es clara y obligatoria: atenerse a la Tradición y a las Escrituras.  

   Conste que no somos nosotros los que atribuimos al Vaticano II el acto interreligioso de marras. Más aún, nos parece abusivo responsabilizar al concilio por el sacrilegio cometido por Juan Pablo II en Asís, aunque es indudable que fue en las aulas conciliares que se pavimentó el camino que condujo a esto.  

   No podemos eludir una pregunta:  ¿Cuándo las autoridades vaticanas quieren forzar a los católicos a que acepten todo el concilio Vaticano II, es, acaso, con la interpretación de Juan Pablo II que lo quieren  imponer?  

   Si el hombre es norma suprema, cada uno puede dirigirse al Ser Supremo de su elección “según su tradición respectiva”, para retomar la expresión de Wojtyla. En esa perspectiva, el Dios Trinitario no es considerado más que Siddharta Gautama, Alá de Mahoma, Manitú o el Gran Trueno.

   Tanto el Vaticano como los episcopados han contestado el alegato del P. Dormánn, con el silencio.

ECUMENISMO

   Hay un ecumenismo bueno y otro malo. El bueno consiste en atraer a la Iglesia Católica a los de otras religiones predicándoles y enseñándoles la verdad de nuestra Religión para que se hagan católicos y se salven eternamente.  El malo prescinde de conquistar a los acatólicos y busca unirse con ellos en una especie de “caridad”, escamoteando la verdad... se habla sólo de los puntos que nos unen, nunca de los que nos separan. 

   Sólo existe un Dios verdadero; ningún otro ha dado señales de vida. Este Dios se ha manifestado al mundo en la persona de su Hijo Jesucristo, el cual fundó la Iglesia Católica con la misión de enseñar a los hombres la salvación. Para demostrar su divinidad hizo innumerables milagros y profecías cumplidas la mayoría. El que cree en El y se bautiza, se salvará, el que no, se condenará:  

   “Id por todo el mundo y enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. (Mt.28,19). En todos los tiempos los sacerdotes, los misioneros y las religiosas han consagrado su vida a predicar esta “Buena Nueva” para que los hombres la conozcan y se salven. “La unión de los cristianos –dice Pío XI- no puede ser conseguida de otra forma que favoreciendo el regreso de los disidentes a la sola y verdadera Iglesia de Cristo, que ellos desgraciadamente han abandonado en el pasado”. Pero después del Concilio Vaticano II la cosa ha cambiado. Ya no se busca la conversión de los no-católicos sino la unión con ellos poniendo en pie de igualdad nuestra Religión con las suyas, nuestra Fe con sus doctrinas venenosas que producen la muerte de la Fe católica y precipitan las almas al infierno. En efecto, este Ecumenismo:  

1)   es una injusticia gravísima a Jesucristo, pues lo compara con los dioses falsos siendo El el único Dios verdadero, “esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el solo Dios verdadero y a quien enviaste, Jesucristo” (Jo.17,3).

2)  es una blasfemia invitar a todas las religiones a que pidan la paz a sus dioses que son falsos y no existen.  El único que nos puede dar la paz es Jesucristo; La paz os dejo, la paz mía os doy, no como el mundo la da, Yo os la doy” (Jo. 14,27). ¿Qué hay de extraño el que no haya paz en las almas, en las familias y en las naciones cuando el único que nos la puede dar es Jesucristo el Príncipe de la Paz”? (Is. 9,6)  

3)  es una injusticia atribuir a falsos dioses lo que es exclusivo del Dios verdadero como la existencia eterna, la adoración, la omnipotencia...(1) 

4)   es un gran engaño a los católicos decirles que recen a sus dioses que sabemos no existen (Jer. 16,20) y que son demonios (Ps.95,5)  

5)  es una falta gravísima de caridad porque al no decirles la verdad los confirmamos en el error, y para más escarnio bajo la capa de caridad. La verdadera caridad es “corregir al que va errado, y enseñar al que no sabe”, como aprendimos en el catecismo.  

6)     y por último es un escándalo para los católicos que llenos de confusión y dudas están en peligro de perder para siempre la Fe verdadera (2).  

Algunos dicen: 

      En el fondo todos los dioses son el mismo Dios; se trata de nombres distintos. Es falso: sólo hay un Dios en tres Personas, Padre, Hijo y  Espíritu Santo que forman la Santísima Trinidad, es decir, física y metafísicamente Dios es Uno y Trino. Los paganos, los musulmanes, los budistas, incluso los judíos no creen en la Santísima Trinidad y por tanto no admiten a Jesucristo como Dios. Su dios es el nuestro, es un dios que sólo existe en sus cerebros pero no en la realidad.(3)  

  Pero este ecumenismo se hace con buena intención, es decir, para tener un contacto con los no-católicos y atraerlos a nuestra Iglesia. ¿Lo cree así?, porque esas buenas intenciones hasta hoy no se han visto.  

   En los siete Encuentros Ecuménicos Mundiales habidos desde 1986 (sin contar los numerosos en parroquias, iglesias y templos de todo el mundo) ni una sola vez se ha oído que “Jesucristo es el Unico Dios verdadero, y que para salvarse han de convertirse a la Fe Católica”.  

   El l° Encuentro Ecuménico Mundial fue en Asís el 27 de octubre de 1986 con representantes de 11 falsas religiones; siguieron Kyoto, Roma, Varsovia, Bari, Malta hasta el último en Bruselas el 13 de Septiembre de 1992 al que asistieron 300 representantes de 100 países diferentes invitados por el cardenal Daneels. De él son estas palabras: “Las religiones auque tan diferentes entre sí, todas tienen al hombre como último horizonte” (!) Un sacerdote francés, Philippe Francois, le dirigió una extensa carta abierta en que le decía: “Eminencia: ¿no sentís vergüenza de los incontables mártires perseguidos en los primeros siglos por no querer introducir al Hijo de Dios en el panteón de los dioses paganos?...¿No os ruborizáis de vuestra sotana roja, de esta púrpura cardenalicia que enseña a todos que habéis de estar dispuestos a derramar vuestra sangre por Jesucristo?”...  

   Pero aún suponiendo que se obrara “con buena intención”, nunca se puede hacer una cosa mala para conseguir un fin bueno. Esto sería aprobar el principio masónico y comunista, de que “el fin justifica los medios” tantas veces condenado por la Iglesia.  

   El Espíritu Santo no puede inspirar este Ecumenismo porque si EL ha dicho : “no tendrás otro Dios frente a Mí... No te postrarás ni le servirás...” (Ex.20,3 ss.) Porque todos los dioses de los gentiles son demonios” (Ps. 95,5), no puede ahora decir que se postren ante esos ídolos falsos y les pidan la paz; sería contradecirse así mismo, y esto es imposible.  Al contrario lo que quiere Dios es que se conviertan y se salven: “¿Acaso  no soy Yo el Señor y no hay otro Dios fuera de Mí? Un Dios justo que salva no hay fuera de Mí: Convertíos a Mí, y os salvaréis todos...porque Yo soy Dios y no hay otro” (Is. 45,22 ss).  

   Ahora bien, invitar a que recen y pidan la paz a Buda, Alá, Krishna..., que no existen y son dioses falsos, es una obra mala, y me atrevo a decir intrínsicamente mala, porque es engañarlos e incitarlos a vivir en el error con gran peligro de su salvación.

    ¿Y quién es Ud. Para juzgar a la autoridad que tiene la asistencia del Espíritu Santo? Yo no sé los motivos que ella tiene para obrar así; Dios lo sabe y El juzgará a cada uno después de la muerte, pero cuando se trata de hechos y actuaciones que ponen en peligro la Fe, podemos y debemos nosotros juzgarlos públicamente como han hecho los Santos, empezando por San Pablo que se opuso públicamente a San Pedro en el asunto de la circuncisión de los cristianos (Gál. 2,11)(4)  

Pbro. Pedro De I. Muñoz Iranzo

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