BIOGRAFÍA |
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Badajoz, Extremadura |
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He
nacido en Badajoz, en febrero de 1952.Provengo de
una familia del tipo medio,
hijo de funcionario y de ama de casa. Me pasaron dos cosas: tuve la mala
suerte de que mi padre sólo estuviese con nosotros hasta mis quince años,
pero tuve la suerte de vivir esos quince años con él. Porque, además de
la oficina, mi padre compartió todos los espacios del Arte y era artista;
es artista, porque eso no desaparece ni con la misma muerte. Pues,
por eso, amo profundamente el mundo artístico. No sólo la pintura...
también la música, el teatro y los libros, y la vida golfa al aire
libre, y los recitales propios y ajenos. Mi infancia tiene olores a campo
grande, a playas aún no descubiertas de la costa de Almería y a pintura
y aguarrás en el estudio del auténtico DE LA RIVA; crecí alrededor de
lienzos y pinceles, estudiando, sin saberlo, las técnicas y el espíritu
de los viejos impresionistas, buceando en las imágenes y volando en las
atmósferas y las luces puras que ellos crearon. |
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El
lanzamiento al público vino de la mano de un rastro cultural que se inició
en Badajoz sobre el año 1996. Decidí pintar en la calle, al abrigo de
una plaza desnuda y semiderruida que es el corazón de mi ciudad. Allí me
sentía en Montmartre, con mis amigos pintores y artesanos, al husmillo
del aguardiente mañanero, las porras y el café de pucherete; con la
niebla y la lluvia, con el aire que hacía volar el papel de las acuarelas
o con el bendito sol de invierno que calentaba huesos y almas. Bajo los
soportales y las murallas del castillo moro nos veía pintar un mogollón
de gentes ávidas de experiencias nuevas en esta ciudad provinciana.
Es
difícil calificarse a uno mismo, pero intentaré contar qué preciso yo
al pintar. Me parece que el mundo es, aún, suficientemente hermoso
como para desvirtuar sus formas y colores en un ejercicio de originalidad
y personalismos exagerados. También me parece que no hay que quitarle
protagonismo al fotógrafo que, con las nuevas técnicas, puede ya
personalizar su visión de las cosas que fotografía. Y, ante todo, creo
que con la pintura hay que divertirse, y no cogerse un sofocón y, mucho
menos, una depresión. Por
tanto, utilizo cualquier técnica que se me pone a tiro: Dibujo,
por la facilidad del transporte de materiales a la calle, a la azotea de
la casa o a la playa, y porque recuerdo cómo mis compañeros del
bachillerato se venían a mi mesa a mirar cómo dibujaba las naranjas. Pinto
con acuarelas, porque es maravilloso insinuarle al papel qué quiero y ver
como el agua, el pigmento y la rugosidad del soporte crean casi lo que les
da la gana y tú sólo canalizas y besas el resultado. Pinto
al pastel, porque es limpio, inodoro (¡ay, los niños!) y cómodo. Los
colores ya existen y tú eliges y das forma a las cosas y, cuando te
apetece, le pegas un tizazo a una nube y se ilumina de verdad. Y,
por fin, pinto al óleo, porque es la pintura extrema, la reválida del
pintor y la madre de todas las pinturas que la parió. La
gente no suele aparecer en los cuadros. A mí no me gustan las ferias, ni
las salidas de los campos de fútbol ni, por supuesto, la carretera de
Extremadura a las 7 de la mañana, cerca de Madrid. Me gusta más la vera
del río, ya por la noche; los partidos de los juveniles y un camino en la
dehesa de encinar. De vez en cuando, charlar 20 minutos con otros
paseantes, o echar un cigarro con un pensionista en la parada del autobús.
La soledad me asusta, pero me concentra y me hace estudiar las cosas con más
detenimiento. Posiblemente, así, sea capaz de escribir, a mis cincuenta años,
de la miseria que exhalan aún los chozos de los eventuales portugueses,
del momento en que un triste canalillo empezó a rodar por el lecho de un
seco Guadiana, o de meterme la mano en el bolsillo y aplastar una flor sin
que nadie me dé el coñazo con las estúpidas lecciones de ecología
transgredida por mí cuando nadie poderoso prohibe, todavía, las fábricas
de desodorantes gasificados. Así
que pinto campos sin barreras, cielos grandes llenos de nubes, nieblas
tranquilizadoras y barcas viejas apoyadas en la arena, como descansando de
su ajetreo diario; en todo caso, habrá un pastor apoyado en la cayada, o
una mujer sentada bajo el emparrado de un cortijo, o un pensador con las
manos atrás, mirando el horizonte. Y
poco más hay que contar. Hay anuncios de venta de pisos que dicen:
“mejor, verlo”.
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