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La mortalidad en Castellar en el siglo XX

(En 1918 mueren 43 castellareños por gripe aviar)

Agustín Clemente Pliego y Plácido Arévalo Abarca

 

Al abordar este tema hemos de tener en cuenta cuáles han sido y son  los agentes que nos quitan la vida. Entre otros, como las guerras o los accidentes, dos son las causas fundamentales de la muerte: las enfermedades y las epidemias.

Evidentemente a lo largo de la historia de la humanidad estas causas han tenido una incidencia mayor o menor según los periodos. Recordemos, por ejemplo, en el Medievo o la Edad Moderna las guerras, epidemias como la peste negra, el cólera, el tifus, la malaria o las fuertes hambrunas producidas por la carestía de la guerra o de la sequía

Centrándonos en Castellar tenemos algunas fuentes que nos informan sobre las patologías, algunas de ellas mortales, que afectaban a nuestros ancestros del siglo XVIII. Entonces el cura-párroco, Francisco Taboada, decía en 1788: “Tocante a enfermedades ay de todas quantas pueden asaltar a la naturaleza humana, pero las más comunes son tercianas y quartanas[1]. Y cómo se curan tampoco lo sabemos, quando no aprovecha la sangría, purga y quina[2]. El número de muertos en este último quinquenio (1783-1787) ha sido crecido por la epidemia general que hubo en esta tierra[3]

La susodicha epidemia es el paludismo, que asoló la Mancha en 1786, y que junto a una persistente sequía ocasionaron una exigua cosecha de trigo. Ambas afectaron negativamente, sobre todo, en la demografía de Valdepeñas, La Solana, Miguelturra y, como señala el párroco, en la de Castellar.

Este mismo sacerdote apuntaba otras enfermedades –muy comunes y generalizadas en la Mancha en el siglo XVIII- como son la artrosis, las calenturas, los dolores de costado y los tabardillos[4].

Con la llegada del siglo XX asistimos a una reducción e incluso erradicación de enfermedades gracias al vertiginoso avance de la medicina. Algunas de las enfermedades que habían hecho estragos en la población en los siglos anteriores estaban siendo controladas debido a la generalización de vacunas y a las mejoras higiénico-sanitarias. Epidemias como el cólera empezaron a retroceder ante la aplicación de la vacuna anticolérica, descubierta por un español en 1885. El paludismo empezaba a ser combatido eficazmente con medicamentos basados en la quinina y la quimioterapia, y otro tanto ocurría con el tifus, cuya última epidemia se produciría en España durante el bienio 1941-1942.

 

[1] Se trata del paludismo o malaria, enfermedad infecciosa caracterizada por accesos de fiebre intermitente que se suceden cada tres o cuatro días. Durante dichos accesos se producen escalofríos, calor y sudor; y si la enfermedad se prolonga acaba afectando a los órganos internos produciendo la muerte. Su agente transmisor es el mosquito Anopheles cuyas larvas se desarrollan en la superficie de las aguas estancadas. Este mosquito es el portador del plasmodio, parásito que causa la enfermedad. La quinina se usaba y se usa para combatirla.

[1] La sangría, consistente en extraer una cantidad considerable de sangre del enfermo febril o delirante hasta dejarlo en un estado de colapso. Ha sido la práctica terapéutica que ha gozado de mayor difusión desde la antigüedad hasta el siglo XIX. Se creía que era beneficiosa porque el paciente se calmaba al entrar en un estado de somnolencia.

La purga consiste en suministrar al enfermo un purgante; es decir, una sustancia administrada por vía oral que acelera la evacuación del contenido del intestino.

La quina es un árbol que contiene numerosos alcaloides, uno de los cuales, la quinina, se usaba y se usa para combatir la malaria o paludismo debido a sus propiedades febrífugas. Se suministraba a los enfermos, y en pequeñas dosis a los sanos para protegerlos de dicha enfermedad. Por sus efectos tónicos, astringentes y antipiréticos era corriente durante los años 40, 50 y 60 del siglo XX que los niños tomaran vino quina para prevenirlos del paludismo, del tifus, de la gripe y otras enfermedades contagiosas.

[1] GRUPO AL-BALATITHA: Los pueblos de la provincia de C. Real a través de las descripciones del Cardenal Lorenzana. Toledo, Imprenta Ébora, 1985. p.34.

[1] Los tabardillos es el nombre con el que popularmente se designa al tifus, enfermedad infecciosa y contagiosa que transmiten los piojos infectados. Produce altas calenturas y manchas en la piel. Suele ocasionar la muerte.

 

Con la llegada del siglo XX asistimos a una reducción e incluso erradicación de enfermedades gracias al vertiginoso avance de la medicina. Algunas de las enfermedades que habían hecho estragos en la población en los siglos anteriores estaban siendo controladas debido a la generalización de vacunas y a las mejoras higiénico-sanitarias. Epidemias como el cólera empezaron a retroceder ante la aplicación de la vacuna anticolérica, descubierta por un español en 1885. El paludismo empezaba a ser combatido eficazmente con medicamentos basados en la quinina y la quimioterapia, y otro tanto ocurría con el tifus, cuya última epidemia se produciría en España durante el bienio 1941-1942.

En lo tocante a la mortalidad de Castellar en el siglo XX su evolución, junto a la de los nacimientos, se puede apreciar en el gráfico. Los datos de los finados proceden los libros de defunciones de la parroquia. Los de las últimas décadas presentan leves inexactitudes porque, sobre todo a partir de la instauración de la Democracia, la última voluntad de algunos paisanos, que habían emigrado o que vivían con sus hijos en otras localidades, señalaba el pueblo como lugar de su reposo eterno

Otra observación: el elevado índice de mortalidad de los años 1940 y 1941 corresponde al conjunto de muertes que se produjeron en esos años y también a las acaecidas desde julio de 1936 hasta abril de 1939, ya que durante la contienda civil  no se pudieron efectuar enterramientos católicos por estar prohibida toda actividad religiosa. Durante ese periodo algunos murieron de muerte natural o en el campo de batalla; pero cincuenta y dos fueron asesinados en el mismo pueblo por la represión marxista de 1936 y más de diez fueron fusilados en los ajustes de cuentas llevados a cabo por el ejército vencedor en 1939.

 

 

Al analizar la curva de la mortalidad de la gráfica asistimos al desarrollo de dos periodos perfectamente delimitados: 1º) Desde comienzos de siglo hasta 1946. 2º) Desde 1947 hasta la actualidad.

Primer periodo. Se caracteriza por un alto índice de mortandad (muy superior al siguiente periodo) y por la presencia de grandes altibajos motivados por el azote de algunas epidemias. Esta etapa coincide históricamente con la monarquía de Alfonso XIII, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República, la guerra civil y los primeros años del Franquismo (posguerra).

Presenta una media anual de muertes de 71’76, cifra bastante alta. Se destacan algunos años con un número bastante elevado de defunciones. A saber:

1922  es el año de máxima mortandad del periodo con 107 muertos. El 50% de ellos murieron por gastroenteritis, el 30% de sarampión y el 15 % de gripe[1].

Le sigue 1915 con una cifra también bastante alta: 94 muertes producidas principalmente por dos enfermedades (el 40% de gripe y otro 40% de catarro gastrointestinal).

A continuación está el año de 1902 con 93 muertes ocasionadas en su 90% por una epidemia de bronco-neumonía sarampiosa.

Finalmente el año 1918 registra 87 finados. El 40% estaban afectados por catarro gastrointestinal y el 50% por una epidemia de gripe aviar (tan temida y divulgada en estos momentos). Esta pandemia es  el primer caso de gripe aviar reconocido y documentado. En la historia es conocida como la gripe española[2] porque se creía que se había originado en una zona indeterminada de nuestro país en unas aves infectadas por el virus de la gripe; el virus mutó y pasó a los humanos con efectos demoledores. Se extendió por todo el mundo en 1918 y principios de 1919. Excepto unos pocos isleños del Pacífico, toda la población mundial estuvo expuesta al virus y la mitad enfermó. Como durante esos años se estaba desarrollando la I Guerra Mundial se creía que muchas muertes se debían a las enfermedades derivadas de la guerra; pero luego se demostró que no, que el agente común era la gripe española, que mató en todo el mundo a más de cincuenta millones de personas, el triple que en la guerra.

Esta pandemia produjo gran cantidad de muertos también en nuestra comarca (43 en Castellar). Ángela Madrid destaca cómo en Valdepeñas “la epidemia de gripe del otoño de 1918 hizo principales víctimas a las mujeres embarazadas[3].

Por lo que vamos viendo las enfermedades más comunes y mortíferas dominantes en la 1ª mitad del siglo  XX eran la gripe, la gastroenteritis, la bronconeumonía y el sarampión.

De toda la población la más afectada por la guadaña mortífera era la infantil. Había entonces muchos nacimientos, pero también morían muchos niños, a quienes les afectaba todo tipo de enfermedades: sarampión, viruelas, paperas, varicela, meningitis, dolor del miserere (apendicitis), gripe, bronquitis, neumonía... De ahí el elevado índice de mortalidad infantil. En el caso de la gastroenteritis la mayoría de las veces los niños no morían  por ella sino por el tratamiento inadecuado al que eran sometidos: para evitar que no expulsasen tanto líquido se les reducía la ingesta de agua por lo que el enfermo moría de deshidratación y no de diarrea.

 

 

AÑOS

NACIDOS

MUERTOS

AÑOS

NACIDOS

MUERTOS

1900

78

63

1950

106

41

1901

80

59

1951

92

39

1902

81

93

1952

81

33

1903

103

56

1953

105

45

1904

85

57

1954

94

44

1905

81

63

1955

96

41

1906

79

63

1956

83

42

1907

73

62

1957

126

40

1908

103

56

1958

116

44

1909

96

58

1959

109

37

1910

97

61

1960

126

39

1911

111

62

1961

113

53

1912

100

77

1962

110

39

1913

120

79

1963

99

31

1914

98

62

1964

111

31

1915

106

94

1965

93

32

1916

106

72

1966

75

35

1917

120

77

1967

68

36

1918

133

87

1968

74

32

1919

119

62

1969

60

31

1920

127

96

1970

58

30

1921

151

65

1971

41

34

1922

121

107

1972

52

38

1923

120

68

1973

41

24

1924

125

74

1974

32

27

1925

138

58

1975

36

23

1926

139

75

1976

35

30

1927

153

71

1977

29

22

1928

109

48

1978

31

23

1929

151

70

1979

34

24

1930

133

66

1980

40

27

1931

117

56

1981

23

28

1932

124

54

1982

31

27

1933

134

55

1983

28

34

1934

96

55

1984

32

29

1935

134

69

1985

18

37

1936

72

31

1986

24

31

1937

-

-

1987

22

23

1938

-

-

1988

17

34

1939

173

35

1989

32

37

1940

196

74

1990

31

27

1941

98

91

1991

29

40

1942

110

51

1992

32

34

1943

136

46

1993

19

54

1944

89

47

1994

25

43

1945

127

54

1995

20

30

1946

99

80

1996

30

39

1947

90

31

1997

28

40

1948

109

44

1998

31

35

1949

105

39

1999

19

41

 

En general,  podemos decir que si este periodo ofrece mayor mortalidad que el segundo es por las precarias condiciones alimenticias, por las deficientes condiciones higiénico-sanitarias y por las pandemias. Los niños eran los que más morían y de los adultos muy pocos eran los que sobrepasaban los sesenta años. Había, por tanto, menor esperanza de vida que en la actualidad.

Segundo periodo. Se inicia a partir de 1947 y concluye con el cierre del siglo. Corresponde históricamente con el Franquismo  y la Democracia.

Ahora la mortalidad presenta cierta estabilización, con una tendencia a la baja; a pesar del incremento de la población. La media anual de muertes es de 34’4 finados, la mitad menos que en el periodo anterior. No obstante, resalta un año (sólo uno) de alta mortandad, 1946 con 80 fallecimientos, el 50% producido por una enfermedad contagiosa, la bronconeumonía.La reducción de la mortalidad de este periodo se debe a que el nivel de vida mejoró en todos los sentidos tanto en Castellar como en el resto de España. Tras los años de la posguerra empieza la modernización de España: mejor alimentación, mayor higiene (agua corriente en las casas, generalización de jabones y detergentes). Otro factor que hay que considerar es la pérdida de población que se operó en el pueblo desde 1960. Tras el éxodo rural había menos habitantes y por lo tanto, menos muertos. No obstante, el agente reductor fundamental fue el avance de la medicina. En los años cuarenta se generalizan la penicilina, descubierta por Fleming, y el empleo de otros antibióticos. Por otra parte, se combaten exitosamente enfermedades, más cebadas en la población infantil, mediante la aplicación de vacunas contra

la tuberculosis, la polio, el sarampión, la tosferina, etc. La mortalidad infantil experimentó un retroceso considerable y fue la población más anciana, la que más sufrió y sufre hoy en día el azote de la muerte.

En la España actual tres son los agentes que ocasionan más muertes, se trata de las tres ces: cáncer, corazón y coche. Si comparamos la evolución de la población (nacimientos y muertes) de nuestra gráfica con los modelos propuestos por los demógrafos se observa cómo hemos pasado a lo largo del siglo XX de un régimen demográfico antiguo a un régimen demográfico moderno, lo que se conoce entre los estudiosos del tema con el nombre de transición demográfica. Este fenómeno ha sucedido durante el siglo XX en todos los países de la Europa Occidental, lo que les ha servido para establecer un modelo de evolución arquetípico constituido por cinco fases, las cuales se pueden comprobar en nuestro pueblo.

1ª fase. Abarca desde comienzos de siglo hasta la guerra civil española. Se caracteriza porque las tasas de natalidad y de mortalidad son altas por estar en un régimen demográfico antiguo. Esta fase coincide con el primer periodo que señalé anteriormente.

2ª fase. Se caracteriza por el mantenimiento elevado de la natalidad mientras que se va reduciendo la tasa de mortalidad. Esta fase no se aprecia en Castellar ni en el resto de España durante la posguerra (años 1940 a 1955), porque las circunstancias de este periodo la alteran. Estamos en los años del hambre caracterizados por la precariedad y el racionamiento de los alimentos. Además se han producido durante la guerra muertes de varones en edad de procrear.

3ª fase. Se inicia a partir de 1966, coincidiendo con el éxodo rural. Ahora la tasa de mortalidad es baja mientras que la natalidad comienza a reducirse lentamente. En Castellar particularmente se reduce el número de nacidos espectacularmente debido a la pérdida de población.

4ª fase. A partir de 1970 Castellar entra en el régimen demográfico moderno en el que las tasas de mortalidad y de natalidad son bajas. Castellar presenta en esta década una media anual de 39 nacimientos frente a 27 defunciones.

5ª fase. Pero a partir de 1981 se inicia otra nueva en que la tasa de natalidad es baja; pero aumenta levemente la mortalidad.

Si siempre el número de muertes anuales ha sido inferior al de nacimientos; a partir de 1981, las defunciones empiezan a superar a los nacimientos. En ese mismo año se produjeron 28 muertes frente a 23 nacimientos. Y hasta finalizar el siglo la media anual de muertes era de 34’8 frente a 25’8 nacimientos. Ello se debe al predominio de la población anciana, ya que ha aumentado desde la década de los 60 la esperanza de vida, por lo que la muerte se ve retrasada unos veinte años. A ello hay que sumar que las pocas parejas en edad fértil engendran menos hijos que antes. Este fenómeno de existir mayor número de fallecidos que de nacidos es conocido como recesión demográfica.

 El crecimiento vegetativo a lo largo del siglo ha sido bajo. Desde los años en que se inició la Democracia podemos decir que es cero; es decir, que la relación nacimientos/defunciones se está estabilizando. 

El siglo se cerraba con una tasa de mortalidad del 13’8 frente a la tasa media de la nación que era del 8’7.

El siglo XXI  ha roto con la tendencia de superar las muertes a los nacimientos, si exceptuamos el año pasado en que el número de muertos rebasa en ocho al de nacidos.

 

Año

Nacidos

Muertos

2000

24

16

2001

17

13

2002

22

18

2003

15

14

2004

24

15

2005

25

33

 


[1] Las causas de la muerte ha sido proporcionadas por Plácido Arévalo Abarca, tomadas de los libros de Defunciones del Registro Civil del Ayuntamiento.

[2] Es imposible saber el origen de esta pandemia, pero según algunos informes, la enfermedad no empezó en España sino en el Tíbet durante el año 1917 y se propagó por las movilizaciones militares de la I Guerra Mundial. Otras hipótesis trasladan su inicio a Kansas (U.S.A.) durante la primavera de 1918 entre los soldados reclutados del ejército norteamericano que esperaban acuartelados su traslado al frente en la guerra europea. Uno de los primeros casos conocidos fue el ocurrido el 11 de marzo de 1918 en la base militar Fort Riley de Kansas. En pocas semanas más de un millón de soldados desembarcarían en Francia, por lo que el virus gripal entró inmediatamente en los puertos franceses. Tras registrarse los primeros casos en Francia, la enfermedad pasó en el mes de mayo a España (país neutral en la guerra) y a ambos lados del frente, barriendo divisiones enteras, desde la primavera hasta comienzos del verano. Después pareció remitir; sin embargo, a finales del verano regresó con efectos demoledores. En tan solo cuatro meses el microbio asesino dio la vuelta al mundo.

Debido a la censura de guerra, por la que los ejércitos contendientes no querían que el enemigo se enterase de que muchas bajas se estaban produciendo por esta pandemia, la gripe recibió el nombre de “española”, ya que los periódicos españoles no estaban censurados y hablaban abiertamente de los millones de españoles que habían muerto, por ello se creyó que la gripe se había originado en España.

En nuestro país hubo cerca de 8 millones de personas infectadas. Se estima en unos 3 millones de españoles muertos por ella, generalmente personas jóvenes y fuertes, de entre 20 y 40 años de edad. Pero el país más castigado del mundo fue la India, con más de 15 millones de fallecimientos.

La revista de divulgación científica National Geographic (“Tras las huellas de la gripe aviar” pp. 70-95, octubre 2005), habla de sus sintomatología y dice: “Los afectados caían en cama con fiebre, fuertes dolores de cabeza y dolor en las articulaciones. Muchos enfermos morían en apenas dos o tres días, con la cara violácea, ya que básicamente perecían por sofocación. Los médicos que realizaban las autopsias de  los soldados fallecidos se horrorizaban: los pulmones, por lo general ligeros y elásticos, pesaban como esponjas saturadas de agua, encharcados por los fluidos corporales”.

[3] ÁNGELA MADRID Y MEDINA: Valdepeñas. Ciudad Real, Instituto de Estudios Manchegos, 1984. p. 19.

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